INTRODUCCIÓN
Una declaración muy importante
que es parte de la ley declarada es Deuteronomio 7: 9-15:
Conoce, pues, que Jehová tu Dios
es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y
guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones; y que da el pago en persona
al que le aborrece, destruyéndolo; y no se demora con el que le odia, en
persona le dará el pago. Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y
decretos que yo te mando hoy que cumplas.
Y por haber oído estos decretos y
haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y
la misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te
multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu
grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas,
en la tierra que juró a tus padres que te daría.
Bendito serás más que todos los
pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados. Y quitará
Jehová de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú
conoces, no las pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te
aborrecieren.
Primero, aunque esto es parte de la ley
del pacto, su aplicación no está restringida a Israel. El pacto abarca a todos
los hombres sin excepción. El pacto original fue con Adán; el pacto renovado
fue con Noé. Todos los hombres son o guardadores del pacto o quebrantadores del
pacto; todos están ineludiblemente ligados al pacto y a sus promesas de amor y
odio, bendiciones y maldiciones. Al renovar el pacto, Cristo dejó claro que
todos los hombres tenían que ver con este. Según Juan 12:32, 33, el Señor dijo:
Y yo, si fuere levantado de la
tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de qué muerte
iba a morir.
Al convertirse en sacrificio,
sacerdote, y renovador divino del pacto de Dios con el hombre, Jesús atraería a
todos los hombres a Él; es decir, se convertiría en motivo de condenación y de
salvación, de bendiciones y de maldiciones. El pacto y la Ley del pacto, así
como el Señor del pacto, juzgan a todo hombre.
Segundo, el Dios del pacto se identifica
como «Dios, Dios fiel», que quiere decir, en las palabras de Wright, que «solo
Él es soberano Señor, y es veraz y digno de confianza; lo que dijo, lo hará»1.
Un aspecto de la confiabilidad de Dios es su celo, su ira, su aborrecimiento y
su condenación de los que desprecian su pacto y Ley. Dios promete amor y odio
como aspectos de su justicia y fidelidad absoluta.
Tercero, esto quiere decir retribución.
Dios promete pagar «a aquellos que le odian, dándoles su merecido. ¡Sin
tardanza da su merecido a los que le odian!» (Dt 7: 10, VP). Así que la
retribución es un aspecto de la Ley de Dios que los hombres deben aplicar,
porque es antes que nada el principio de operación que aplica Dios. A aquellos
a quienes ama, a los que obedecen su ley del pacto, los bendice con «fertilidad
del vientre, de la tierra, de los rebaños y ganados, y libertad de las notorias
malas plagas de Egipto».
Cuarto, Dios afirma sus derechos
soberanos. En el versículo 12 se refiere a sus «castigos». Como W. L. Alexander
ha destacado: Juicios, es
decir, derechos, demandas legítimas. Dios, como Gran Rey, tiene sus derechos, y
estos deben tributárselos sus súbditos y siervos.
Keil y Delitzsch interpretaron decretos (en Dt 4: 1) como «derechos,
todo lo que era debido a ellos, sea en relación con Dios o con sus semejantes».
Sin embargo, la ley de Dios es una afirmación de la justicia y derechos de Dios
sobre la humanidad.
En segundo lugar, debido a que el
hombre es criatura de Dios, sus únicos derechos verdaderos están en Dios y en
la ley de Dios. Es interesante notar que una de las palabras griegas del Nuevo
Testamento que se traduce como juicio es krisis,
que quiere decir una separación y luego una decisión. La ley y sus penalidades
son una declaración de los derechos legítimos de Dios, sus derechos sobre todos
los hombres. De aquí su derecho de amar o de aborrecerlos según la reacción de
ellos a los derechos de él.
Quinto, como ya se dijo, la fertilidad y
la abundancia se prometen a todos los que obedecen la ley del pacto de Dios. En
la medida en que incluso un hombre impío respeta la ley de Dios, en esa medida
florecerá. Las naciones surgen y caen según esto. La desobediencia, por otro
lado, conduce al castigo.
Esto nos lleva a un punto de
importancia especial. Ya se dijo anteriormente que el pacto incluye a todos los
hombres sin excepción; los que guardan el pacto son bendecidos, y los que
quebrantan el pacto son malditos. Esto es evidente en la «exclusión» que
precede y sigue a Deuteronomio 7: 9-15; vv. 1-8 y 16-26. A Israel se le llama a
que expulse y destruya a los habitantes de la tierra, debido a que su iniquidad
había llegado al «colmo» (Gn 15: 16). Todo el punto de la exclusión era que aquellos cananeos
eran moralmente ofensivos a Dios (Dt 20: 16-18).
El anatema solo Dios podía decretarlo, no el hombre. Mediante el
anatema, Dios declaraba que un pueblo estaba fuera de la Ley y condenado a
muerte. El anatema es la inversión de la comunión, y declara el fin de la
comunión entre Dios y el hombre; a los pueblos bajo anatema se les castiga con
la muerte.
La comunión y la comunidad pueden
existir donde haya fuertes diferencias personales y enemistad. Van der Leeuw
cita un buen ejemplo de esto:
Hoy el mejor ejemplo sigue siendo
el campesino, que no tiene «sentimientos» sino que sencillamente pertenece a su
comunidad, ¡en contraste con el citoyen
inventado en el siglo XVIII! Incluso los campesinos que pelean o entablan
pleitos judiciales siguen siendo vecinos y hermanos; un campesino en los Países
Bajos Orientales que tiene un enemigo mortal en el pueblo sabe que en los días
de mercado está obligado a saludar a su enemigo y caminar de aquí para allá con
él una vez, cuando la comunidad del campesino de todo el distrito se reúna en
el pueblo rural, demostrando así a los ojos de los «extraños» la comunión del
pueblo ad oculos.
La cuestión en una costumbre así
es esta: el desacuerdo existe, los pleitos están en proceso, pero tales
diferencias son parte de la vida en una comunidad y una forma de la comunidad.
De igual forma, las diferencias son ineludibles en todo matrimonio; entre
personas piadosas, las diferencias sirven para aumentar los aspectos de
comunión y acuerdo al sacar los problemas a la superficie para resolverlos.
UNA COMUNIDAD REQUIERE DISENSIÓN Y DESACUERDO A FIN DE TENER PROGRESO.
El anatema más bien quiere decir el fin de la comunidad; indica una
situación más allá del desacuerdo; quiere decir que la maldición ha cundido.
La relación de comunidad y
desacuerdo lo ilustra bien un incidente en una pequeña región agrícola de
California en 1970. Una mujer notoria por sus costumbres camorristas y
discutidoras trató de empezar una gran discusión con la Sra. E. S., a quien
había visto solamente una vez antes. La Sra. S., con estupenda lógica y
sabiduría femenina, se alejó de ella, tras decirle: «¡No se ponga a pelear
conmigo!
¡Yo no la conozco tan bien!». La
otra entendió bien; no había comunidad para nada entre ellas, y por
consiguiente no había absolutamente ninguna base para comunicaciones ni
desacuerdos.
El anatema es más que ausencia de comunidad; es más bien el
fin de toda comunidad, de todo posible acuerdo o desacuerdo. La costumbre judía
de darle la «extrema unción» a un miembro de la familia que ha transgredido más
allá de cierto límite es muy sólida; la persona queda excluida.
Cuando la exclusión es firme, la
maldición impera.
En la maldición, el hombre invoca
a Dios para que juzgue a un hombre o pueblos que considera más allá de
comunión, cuyos pecados requieren castigo total. Dios no oirá una maldición
inmerecida, como en el caso de Balaam (Dt 23: 5), sino que la convertirá en
bendición. La maldición sin causa no logra nada (Pr 26: 2). Cuando Dios
pronuncia las maldiciones que aparecen en la ley y en el epílogo de la ley
sobre la desobediencia, está colocando a tales personas bajo anatema.
La ley nos prohíbe maldecir a
ciertas personas. Se nos prohíbe, en Éxodo 22: 28, maldecir a los gobernantes o
«los dioses» o jueces, o maldecir a los padres (Éx 21: 17), y a los sordos (Lv
19: 14). Esto no quiere decir que la alternativa sea la obediencia servil, pero
sí se nos prohíbe maldecir a las autoridades superiores o a los desvalidos.
Dios mismo pronuncia maldiciones sobre las autoridades impías.
El hecho del anatema y de las maldiciones deja en
claro que el alcance de la Ley está más allá del ámbito de Israel o de la
Iglesia. Dios, como Creador de todos los hombres, quiere que su ley gobierne a
todos los hombres. Todos los hombres son, pues, dignos de castigo y muerte por
su desobediencia a la ley de Dios.
El Talmud, al tratar de las leyes
agrarias, insistía en que Dios era el dueño de la tierra. Debido al señorío y
soberanía totales de Dios, la tierra, incluso en manos de paganos, está bajo la
jurisdicción de Dios. Según el Talmud, bajo la ley el pagano debe rendir
cuentas a Dios por el cuidado de la tierra, y pagar el diezmo.
Es costumbre que muchos
«cristianos» expresen su desprecio por el Talmud; a pesar de sus muchas
vaguedades, en este punto y en otras partes el Talmud daba mejor reconocimiento
práctico a la soberanía de Dios que Lutero, Calvino y muchos otros. Lutero,
como negaba la ley de Dios, empujó su hostilidad al punto de negar todo lo que
estaba asociado con ella, incluyendo a los judíos y el Talmud.
Por haber negado la ley de Dios,
el luteranismo tuvo que negar la victoria prometida por esa ley. En
consonancia, la Confesión de Augsburgo, Artículo XVII, en el último párrafo,
declara lo siguiente de las iglesias luteranas:
Condenan también a otros que
ahora esparcen opiniones judías que, antes de la resurrección de los muertos,
los santos ocuparán los reinos del mundo, y los malos serán suprimidos en todas
partes (solo los santos, los piadosos, tendrán los reinos del mundo, y
exterminarán a todos los impíos).
EL MOVIMIENTO DE LA IGLESIA ASÍ
TRAZADO ES DE LA VICTORIA A LA DERROTA.
Lutero mismo empezó con victoria
y acabó en derrota, como hombre autotorturado, plagado de culpa y orgullo. El
que había sido la esperanza del pobre cristiano había sido denunciado por ellos
como Herr Luder, Sr. Mentiroso, señuelo, pillo de la ley, o carroña. Lutero
podía con todo derecho argumentar que la suya no era una teología de revolución
social, pero había levantado falsas esperanzas entre los campesinos. «Sola Scriptura» era su estándar; solo
la palabra de Dios.
Esto para el pueblo quería decir
no solo justificación por fe sino también la ley soberana de Dios. A esa ley
apelaban ellos, y Lutero renunció a la ley de Dios a favor de la ley estatista.
Melancton no traicionó a Lutero
cuando «construyó una nueva doctrina de ley natural basada en Aristóteles y
teología bíblica que en muchos aspectos es idéntica a la de Santo Tomás. La
similitud con el tomismo no fue accidental».
Como había denunciado la ley de
Dios, la única alternativa era el tomismo y la ley natural. La Reforma por lo
tanto nació muerta.
El luteranismo ha mantenido la
norma de «Sola Scriptura», pero ha negado la validez de la ley de Dios. Ha
desalentado, más que cualquier otra iglesia, el interés en el libro de
Apocalipsis, puesto que este libro declara muy enfáticamente la total relevancia
de Dios y su ley en este mundo. Si la gente leyera mucho el Apocalipsis, podría
surgir una crisis de fe.
Calvino también hizo posible el
renacimiento de la ley natural por sus nociones laxas de la ley de Dios. Los
puritanos por un tiempo salvaron el calvinismo de sí mismo por su énfasis en la
ley bíblica, solo para sucumbir ellos mismos al clima intelectual del
neoplatonismo y también a la seducción de la ley natural.
La Reforma en general se movió de
victoria a derrota, de relevancia a irrelevancia, de un reto al mundo a una
rendición al mundo o a una retirada de él sin sentido. Roma, Ginebra, Wittenberg
y Canterbury se retiraron también al pietismo inefectivo.
¡Todos eran del mundo, pero no
estaban en el mundo!
Abandonar la ley es abandonar la
bendición y victoria que la ley confiere a los que son obedientes. Las naciones
paganas que rechazan a Dios, pero de todas formas son obedientes a algunas de
sus leyes, mantienen un verdadero orden familiar, observan las leyes respecto
al asesinato, el robo y el falso testimonio, y también respetan las leyes
respecto al uso de la tierra.
Tales naciones prosperan y
florecen en la medida de su obediencia. Grandes naciones han surgido como
resultado de la disciplina de la ley y han caído al abandonarla.
Si abandonar la ley es abandonar
la victoria y bendición, y guardar la ley es prosperar y florecer, y si esto es
válido para las naciones paganas, ¿cuánto mucho más para los santos? Si un
pueblo reconoce a Jesucristo como Señor y Rey y obedece su ley soberana, sus
bendiciones y victorias serán mucho mayores, así como en iniquidad e
incredulidad su condenación superará todas las demás.