2. LA LEY Y LA EXCLUSIÓN

INTRODUCCIÓN

Una declaración muy importante que es parte de la ley declarada es Deuteronomio 7: 9-15:
Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones; y que da el pago en persona al que le aborrece, destruyéndolo; y no se demora con el que le odia, en persona le dará el pago. Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y decretos que yo te mando hoy que cumplas.
Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría.
Bendito serás más que todos los pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados. Y quitará Jehová de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú conoces, no las pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren.
Primero, aunque esto es parte de la ley del pacto, su aplicación no está restringida a Israel. El pacto abarca a todos los hombres sin excepción. El pacto original fue con Adán; el pacto renovado fue con Noé. Todos los hombres son o guardadores del pacto o quebrantadores del pacto; todos están ineludiblemente ligados al pacto y a sus promesas de amor y odio, bendiciones y maldiciones. Al renovar el pacto, Cristo dejó claro que todos los hombres tenían que ver con este. Según Juan 12:32, 33, el Señor dijo:
Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.
Al convertirse en sacrificio, sacerdote, y renovador divino del pacto de Dios con el hombre, Jesús atraería a todos los hombres a Él; es decir, se convertiría en motivo de condenación y de salvación, de bendiciones y de maldiciones. El pacto y la Ley del pacto, así como el Señor del pacto, juzgan a todo hombre.
Segundo, el Dios del pacto se identifica como «Dios, Dios fiel», que quiere decir, en las palabras de Wright, que «solo Él es soberano Señor, y es veraz y digno de confianza; lo que dijo, lo hará»1. Un aspecto de la confiabilidad de Dios es su celo, su ira, su aborrecimiento y su condenación de los que desprecian su pacto y Ley. Dios promete amor y odio como aspectos de su justicia y fidelidad absoluta.
Tercero, esto quiere decir retribución. Dios promete pagar «a aquellos que le odian, dándoles su merecido. ¡Sin tardanza da su merecido a los que le odian!» (Dt 7: 10, VP). Así que la retribución es un aspecto de la Ley de Dios que los hombres deben aplicar, porque es antes que nada el principio de operación que aplica Dios. A aquellos a quienes ama, a los que obedecen su ley del pacto, los bendice con «fertilidad del vientre, de la tierra, de los rebaños y ganados, y libertad de las notorias malas plagas de Egipto».
Cuarto, Dios afirma sus derechos soberanos. En el versículo 12 se refiere a sus «castigos». Como W. L. Alexander ha destacado: Juicios, es decir, derechos, demandas legítimas. Dios, como Gran Rey, tiene sus derechos, y estos deben tributárselos sus súbditos y siervos.
Keil y Delitzsch interpretaron decretos (en Dt 4: 1) como «derechos, todo lo que era debido a ellos, sea en relación con Dios o con sus semejantes». Sin embargo, la ley de Dios es una afirmación de la justicia y derechos de Dios sobre la humanidad.
En segundo lugar, debido a que el hombre es criatura de Dios, sus únicos derechos verdaderos están en Dios y en la ley de Dios. Es interesante notar que una de las palabras griegas del Nuevo Testamento que se traduce como juicio es krisis, que quiere decir una separación y luego una decisión. La ley y sus penalidades son una declaración de los derechos legítimos de Dios, sus derechos sobre todos los hombres. De aquí su derecho de amar o de aborrecerlos según la reacción de ellos a los derechos de él.
Quinto, como ya se dijo, la fertilidad y la abundancia se prometen a todos los que obedecen la ley del pacto de Dios. En la medida en que incluso un hombre impío respeta la ley de Dios, en esa medida florecerá. Las naciones surgen y caen según esto. La desobediencia, por otro lado, conduce al castigo.
Esto nos lleva a un punto de importancia especial. Ya se dijo anteriormente que el pacto incluye a todos los hombres sin excepción; los que guardan el pacto son bendecidos, y los que quebrantan el pacto son malditos. Esto es evidente en la «exclusión» que precede y sigue a Deuteronomio 7: 9-15; vv. 1-8 y 16-26. A Israel se le llama a que expulse y destruya a los habitantes de la tierra, debido a que su iniquidad había llegado al «colmo» (Gn 15: 16). Todo el punto de la exclusión era que aquellos cananeos eran moralmente ofensivos a Dios (Dt 20: 16-18).
El anatema solo Dios podía decretarlo, no el hombre. Mediante el anatema, Dios declaraba que un pueblo estaba fuera de la Ley y condenado a muerte. El anatema es la inversión de la comunión, y declara el fin de la comunión entre Dios y el hombre; a los pueblos bajo anatema se les castiga con la muerte.
La comunión y la comunidad pueden existir donde haya fuertes diferencias personales y enemistad. Van der Leeuw cita un buen ejemplo de esto:
Hoy el mejor ejemplo sigue siendo el campesino, que no tiene «sentimientos» sino que sencillamente pertenece a su comunidad, ¡en contraste con el citoyen inventado en el siglo XVIII! Incluso los campesinos que pelean o entablan pleitos judiciales siguen siendo vecinos y hermanos; un campesino en los Países Bajos Orientales que tiene un enemigo mortal en el pueblo sabe que en los días de mercado está obligado a saludar a su enemigo y caminar de aquí para allá con él una vez, cuando la comunidad del campesino de todo el distrito se reúna en el pueblo rural, demostrando así a los ojos de los «extraños» la comunión del pueblo ad oculos.
La cuestión en una costumbre así es esta: el desacuerdo existe, los pleitos están en proceso, pero tales diferencias son parte de la vida en una comunidad y una forma de la comunidad. De igual forma, las diferencias son ineludibles en todo matrimonio; entre personas piadosas, las diferencias sirven para aumentar los aspectos de comunión y acuerdo al sacar los problemas a la superficie para resolverlos.

UNA COMUNIDAD REQUIERE DISENSIÓN Y DESACUERDO A FIN DE TENER PROGRESO.

El anatema más bien quiere decir el fin de la comunidad; indica una situación más allá del desacuerdo; quiere decir que la maldición ha cundido.
La relación de comunidad y desacuerdo lo ilustra bien un incidente en una pequeña región agrícola de California en 1970. Una mujer notoria por sus costumbres camorristas y discutidoras trató de empezar una gran discusión con la Sra. E. S., a quien había visto solamente una vez antes. La Sra. S., con estupenda lógica y sabiduría femenina, se alejó de ella, tras decirle: «¡No se ponga a pelear conmigo!
¡Yo no la conozco tan bien!». La otra entendió bien; no había comunidad para nada entre ellas, y por consiguiente no había absolutamente ninguna base para comunicaciones ni desacuerdos.
El anatema es más que ausencia de comunidad; es más bien el fin de toda comunidad, de todo posible acuerdo o desacuerdo. La costumbre judía de darle la «extrema unción» a un miembro de la familia que ha transgredido más allá de cierto límite es muy sólida; la persona queda excluida.
Cuando la exclusión es firme, la maldición impera.
En la maldición, el hombre invoca a Dios para que juzgue a un hombre o pueblos que considera más allá de comunión, cuyos pecados requieren castigo total. Dios no oirá una maldición inmerecida, como en el caso de Balaam (Dt 23: 5), sino que la convertirá en bendición. La maldición sin causa no logra nada (Pr 26: 2). Cuando Dios pronuncia las maldiciones que aparecen en la ley y en el epílogo de la ley sobre la desobediencia, está colocando a tales personas bajo anatema.
La ley nos prohíbe maldecir a ciertas personas. Se nos prohíbe, en Éxodo 22: 28, maldecir a los gobernantes o «los dioses» o jueces, o maldecir a los padres (Éx 21: 17), y a los sordos (Lv 19: 14). Esto no quiere decir que la alternativa sea la obediencia servil, pero sí se nos prohíbe maldecir a las autoridades superiores o a los desvalidos. Dios mismo pronuncia maldiciones sobre las autoridades impías.
El hecho del anatema y de las maldiciones deja en claro que el alcance de la Ley está más allá del ámbito de Israel o de la Iglesia. Dios, como Creador de todos los hombres, quiere que su ley gobierne a todos los hombres. Todos los hombres son, pues, dignos de castigo y muerte por su desobediencia a la ley de Dios.
El Talmud, al tratar de las leyes agrarias, insistía en que Dios era el dueño de la tierra. Debido al señorío y soberanía totales de Dios, la tierra, incluso en manos de paganos, está bajo la jurisdicción de Dios. Según el Talmud, bajo la ley el pagano debe rendir cuentas a Dios por el cuidado de la tierra, y pagar el diezmo.
Es costumbre que muchos «cristianos» expresen su desprecio por el Talmud; a pesar de sus muchas vaguedades, en este punto y en otras partes el Talmud daba mejor reconocimiento práctico a la soberanía de Dios que Lutero, Calvino y muchos otros. Lutero, como negaba la ley de Dios, empujó su hostilidad al punto de negar todo lo que estaba asociado con ella, incluyendo a los judíos y el Talmud.
Por haber negado la ley de Dios, el luteranismo tuvo que negar la victoria prometida por esa ley. En consonancia, la Confesión de Augsburgo, Artículo XVII, en el último párrafo, declara lo siguiente de las iglesias luteranas:
Condenan también a otros que ahora esparcen opiniones judías que, antes de la resurrección de los muertos, los santos ocuparán los reinos del mundo, y los malos serán suprimidos en todas partes (solo los santos, los piadosos, tendrán los reinos del mundo, y exterminarán a todos los impíos).

EL MOVIMIENTO DE LA IGLESIA ASÍ TRAZADO ES DE LA VICTORIA A LA DERROTA.

Lutero mismo empezó con victoria y acabó en derrota, como hombre autotorturado, plagado de culpa y orgullo. El que había sido la esperanza del pobre cristiano había sido denunciado por ellos como Herr Luder, Sr. Mentiroso, señuelo, pillo de la ley, o carroña. Lutero podía con todo derecho argumentar que la suya no era una teología de revolución social, pero había levantado falsas esperanzas entre los campesinos. «Sola Scriptura» era su estándar; solo la palabra de Dios.
Esto para el pueblo quería decir no solo justificación por fe sino también la ley soberana de Dios. A esa ley apelaban ellos, y Lutero renunció a la ley de Dios a favor de la ley estatista.
Melancton no traicionó a Lutero cuando «construyó una nueva doctrina de ley natural basada en Aristóteles y teología bíblica que en muchos aspectos es idéntica a la de Santo Tomás. La similitud con el tomismo no fue accidental».
Como había denunciado la ley de Dios, la única alternativa era el tomismo y la ley natural. La Reforma por lo tanto nació muerta.
El luteranismo ha mantenido la norma de «Sola Scriptura», pero ha negado la validez de la ley de Dios. Ha desalentado, más que cualquier otra iglesia, el interés en el libro de Apocalipsis, puesto que este libro declara muy enfáticamente la total relevancia de Dios y su ley en este mundo. Si la gente leyera mucho el Apocalipsis, podría surgir una crisis de fe.
Calvino también hizo posible el renacimiento de la ley natural por sus nociones laxas de la ley de Dios. Los puritanos por un tiempo salvaron el calvinismo de sí mismo por su énfasis en la ley bíblica, solo para sucumbir ellos mismos al clima intelectual del neoplatonismo y también a la seducción de la ley natural.
La Reforma en general se movió de victoria a derrota, de relevancia a irrelevancia, de un reto al mundo a una rendición al mundo o a una retirada de él sin sentido. Roma, Ginebra, Wittenberg y Canterbury se retiraron también al pietismo inefectivo.
¡Todos eran del mundo, pero no estaban en el mundo!
Abandonar la ley es abandonar la bendición y victoria que la ley confiere a los que son obedientes. Las naciones paganas que rechazan a Dios, pero de todas formas son obedientes a algunas de sus leyes, mantienen un verdadero orden familiar, observan las leyes respecto al asesinato, el robo y el falso testimonio, y también respetan las leyes respecto al uso de la tierra.
Tales naciones prosperan y florecen en la medida de su obediencia. Grandes naciones han surgido como resultado de la disciplina de la ley y han caído al abandonarla.

Si abandonar la ley es abandonar la victoria y bendición, y guardar la ley es prosperar y florecer, y si esto es válido para las naciones paganas, ¿cuánto mucho más para los santos? Si un pueblo reconoce a Jesucristo como Señor y Rey y obedece su ley soberana, sus bendiciones y victorias serán mucho mayores, así como en iniquidad e incredulidad su condenación superará todas las demás.