4. EL UNIVERSO DE RESPONSABILIDAD ILIMITADA

INTRODUCCIÓN

Una compañía de responsabilidad limitada es aquella en que la responsabilidad de cada accionista está limitada a la cantidad de sus acciones, o a una cantidad fija por una garantía llamaba «limitada por garantía». El propósito de las leyes de responsabilidad limitada es limitar la responsabilidad.
Aunque el propósito ostensible es proteger a los accionistas, el efecto práctico es limitar su responsabilidad y por consiguiente fomentar la imprudencia en las inversiones. Una economía de responsabilidad limitada es socialista. Al tratar de proteger a las personas, una economía de responsabilidad limitada transfiere la responsabilidad de la gente al estado, en donde la «planificación» supuestamente elimina la responsabilidad.
La responsabilidad limitada anima a la gente a correr riesgos de manera limitada, y a pecar económicamente sin pagar el precio. Las leyes de responsabilidad limitada descansan en la falacia de que no hay que pagar por los pecados económicos. En realidad, el pago se transfiere a otros. Las leyes de responsabilidad limitada fueron impopulares en épocas cristianas anteriores, pero han florecido en el mundo darwiniano. Descansan en importantes presuposiciones religiosas.
En una declaración muy pertinente a su exposición, C. S. Lewis describió su preferencia, antes de su conversión, por un universo materialista, ateo. Las ventajas de tal mundo son las demandas muy limitadas que le impone al hombre.
Para un cobarde así el universo materialista tiene la enorme atracción de que le ofrece a uno responsabilidades limitadas. Ningún desastre estrictamente infinito jamás podría atraparlo a uno. La muerte lo termina todo. E incluso si los desastres finitos demostraran ser más grandes de lo que uno desea aguantar, el suicidio siempre es posible.
El horror del universo cristiano era que no tenía ninguna puerta rotulada Salida. Pero, por supuesto, lo que importaba más que nada era mi profundamente acendrado aborrecimiento de toda autoridad, mi monstruoso individualismo, mi iniquidad. Ninguna palabra en mi vocabulario expresaba un odio más hondo que la palabra Interferencia.
Pero el cristianismo puso en el centro lo que me parecía un Metementodo trascendental. Si su cuadro fuera verdad, ningún tipo de «tratado con la realidad» podía jamás ser posible. No había región ni siquiera en lo más íntimo y profundo de mi alma (no, allí menos que en cualquier parte) que uno pudiera rodear con una cerca de alambre de púas y guardar con un letrero que dijera prohibido el paso. Y eso es lo que yo quería; algún área, por pequeña que fuera, en la cual yo pudiera decirle a todos los demás seres: «Esto es asunto mío y solo mío».
Este es un excelente sumario del asunto. El ateo quiere un universo de responsabilidad limitada, y procura producir un orden político y económico de responsabilidad limitada. Mientras más socialista se vuelve, más exige de su orden social una ventaja máxima y una responsabilidad limitada, una imposibilidad.
Las maldiciones y bendiciones de la ley recalcan la responsabilidad ilimitada del hombre en cuanto a maldiciones o bendiciones como resultado de la desobediencia u obediencia a la ley. En Deuteronomio 28:2, 15 se nos dice que las maldiciones y bendiciones vienen sobre nosotros y nos «alcanzarán». El hombre no puede eludir el mundo de las consecuencias divinas. En todo momento y en todo lugar el hombre está rodeado, alcanzado y poseído totalmente por la responsabilidad ilimitada del universo de Dios.
El hombre trata de escapar de esa responsabilidad ilimitada mediante una negación del Dios verdadero o por una pseudoaceptación que niegue el significado de Dios. En el ateísmo, la actitud del hombre la resume bien el poema «Invicto», de William Ernest Henley. Henley fanfarroneaba de su «alma inconquistable» y declaró:
Soy de mi destino el amo; Soy de mi alma el capitán.
Claro, el poema ha sido muy popular entre adolescentes inmaduros y rebeldes.
La pseudoaceptación común al misticismo, al pietismo y a los pseudoevangélicos aduce haber «aceptado a Cristo» mientras que niega su ley. Un universitario, muy dado a evangelizar a todo el que se ponía su alcance, no solo negó la ley como artículo de su fe, al hablar con este escritor, sino que fue más allá.
Cuando se le preguntó si aprobaría que unos jóvenes y muchachas trabajaran en una casa de prostitución como prostitutas y proxenetas para convertir a los residentes, no negó esto como posibilidad válida. Pasó a afirmar que muchos de sus amigos estaban convirtiendo a las jóvenes y a los clientes en masa invadiendo esas casas para evangelizar a todos los presentes.
También reclamó la conversión en masa de homosexuales, pero no pudo citar ni un solo homosexual que hubiera dejado la práctica después de su conversión; ni ninguna prostituta o sus clientes que hubieran dejado las casas con sus «evangelizadores». Tal «evangelización» ilícita no es más que blasfemia.
En el llamado «Gran Avivamiento» en la Nueva Inglaterra colonial, el antinomianismo, el milenarismo y el falso perfeccionismo iban mano a mano. Muchos de estos «santos» abandonaron su matrimonio para optar por relaciones adúlteras, negaron la ley, y pretendieron perfección e inmortalidad inmediatas.
Lo que tal avivamiento y pietismo auspicia es un universo de responsabilidad limitada a nombre de Dios. Es, pues, ateísmo bajo el estandarte de Cristo. Reclama libertad de la soberanía de Dios y niega la predestinación. Niega la ley, y niega la validez de las maldiciones y bendiciones de la ley.
Tal religión se interesa solo en lo que puede obtener de Dios; de aquí, que se afirma la «gracia», y «amor», pero no la ley ni el poder y decreto soberano de Dios. Pero la religión de cafetería es solamente humanismo, porque afirma el derecho del hombre a escoger y seleccionar lo que quiere; como supremo árbitro de su destino, se hace al hombre capitán de su alma, con la ayuda de Dios. El pietismo, de este modo, ofrece una religión de responsabilidad limitada, no una fe bíblica.
Según Heer, el místico medieval Eckhart le dio al alma «una majestad soberana junto con Dios. El próximo paso lo dio un discípulo, Johannes de Star Alley, que preguntó si la palabra del alma no era tan poderosa como la palabra del Padre Celestial». En tal fe, el nuevo soberano es el hombre, y la responsabilidad ilimitada está en proceso de ser transferida a Dios.
En términos de la doctrina bíblica de Dios, no hay responsabilidades en lo absoluto incluidas en la persona y obra de la Deidad. El decreto eterno de Dios y su poder soberano gobiernan totalmente y abarcan toda la realidad, que es su creación.
Debido a que el hombre es una criatura, el hombre enfrenta responsabilidad ilimitada; sus pecados tienen consecuencias temporales y eternas, y no puede en ningún punto escaparse de Dios. Van Till ha resumido poderosamente el asunto:
El punto principal es que si el hombre pudiera buscar en algún otro sitio y no verse confrontado con la revelación de Dios, no podría pecar en el sentido bíblico del término. Pecar es quebrantar la ley de Dios. Dios confronta al hombre en todas partes. No puede, por la naturaleza del caso, confrontar al hombre en una parte si no lo confronta en todas partes. Dios es uno; la ley es una.
Si el hombre pudiera oprimir un botón del radio de su experiencia y no oír la voz de Dios, siempre oprimiría ese botón y nunca los demás. Pero el hombre no puede ni siquiera oprimir el botón de su propia conciencia sin oír la exigencia de Dios.
Pero el hombre quiere revertir esta situación. Que Dios sea el responsable, si no concede la petición del hombre. Que el hombre declare que su propia experiencia lo pronuncia salvado, y después puede seguir con su homosexualidad o trabajo en una casa de prostitución, y sin ninguna responsabilidad.
Después de haber pronunciado la fórmula mágica, «Acepto a Jesucristo como mi Señor y Salvador», el hombre transfiere casi toda la responsabilidad a Cristo y puede pecar con una responsabilidad muy limitada a lo sumo. No se puede aceptar a Cristo si se niega su soberanía, su ley y sus palabras. Negar la ley es aceptar una religión de obras, porque quiere decir negar la soberanía de Dios, y dar por sentada la existencia del hombre en independencia de la ley y del gobierno absoluto de Dios.
En un mundo donde Dios funciona solo para quitarle la responsabilidad del infierno, y ninguna ley gobierna al hombre, este se abre su propio camino por la vida mediante su propia conciencia.
En tal mundo, el hombre se salva por su propia obra de fe, la de aceptar a Cristo, no por el hecho de que Cristo lo acepte a él. Cristo dijo: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn 15: 16). El pietista insiste en que él ha escogido a Cristo; es su obra, no la de Cristo.
Cristo, en semejante fe, sirve como agente de seguros, como garantía contra la responsabilidad, no como Señor soberano. Eso es paganismo en nombre de Cristo.

EN EL PAGANISMO, EL ADORADOR NO EXISTÍA.

El hombre no adoraba a las deidades paganas, ni tampoco rendía cultos de adoración. El templo estaba abierto todos los días como lugar de negocios. El pagano entraba el templo y compraba la protección de un dios mediante una ofrenda o regalo. Si el dios le fallaba, de allí en adelante buscaba los servicios de otro.
La búsqueda pagana era por un seguro, por responsabilidad limitada y bendiciones ilimitadas, y, como creyente soberano, iba de compras buscando al dios que más ofreciera. La religión pagana era, por tanto, una transacción, y, como toda transacción comercial, no había nada seguro. Los dioses no siempre podían cumplir, pero el hombre esperaba que, de alguna manera, sus responsabilidades fueran limitadas.
El «testimonio» del pietismo, con su «vida victoriosa», es algo así como una religión de responsabilidad limitada. Un «testimonio» común es: «Gracias al Señor, desde que acepté a Cristo, todos mis problemas se acabaron». El testimonio de Job en su sufrimiento fue: «Aunque él me matare, en él esperaré» (Job 13: 15).
San Pablo recitó el largo y horrible relato de su sufrimiento después de aceptar a Cristo; en cárceles, azotes, naufragios, lapidaciones, traiciones, «en hambre y sed, en frío y en desnudez» (2ª Co 11: 23-27). La de Pablo no era una religión de responsabilidad limitada, ni quedó libre de todo problema debido a su fe.
El mundo es un campo de batalla, y hay víctimas y heridos en la batalla, pero la batalla es del Señor y su fin es la victoria. Intentar escapar de la batalla es huir de la responsabilidad de la guerra contra hombres pecadores a una batalla contra un Dios enojado. Enfrentar la batalla es sufrir las penas de la ira del hombre y las bendiciones de la gracia y la ley de Dios.
Separados de Jesucristo, los hombres están judicialmente muertos, o sea, bajo una sentencia de muerte ante Dios, por morales que sean sus obras. Con la regeneración, el principio de la vida verdadera, el hombre no deja de estar con responsabilidad ilimitada bajo Dios. Más bien, con la regeneración, el hombre sale del mundo de responsabilidad ilimitada bajo maldición, al mundo de responsabilidad ilimitada las bendiciones bajo Dios.
El mundo y el hombre quedaron bajo maldición cuando Adán y Eva pecaron, pero, en Jesucristo, el hombre es bendecido, y el mundo es progresivamente recuperado y redimido por Él. En cualquier caso, el mundo está bajo la ley de Dios. Las bendiciones y las maldiciones son inseparables de la ley de Dios y son solo diferentes relaciones con el mismo. El mundo de los hombres regenerados es el mundo de la ley.
Los hombres ineludiblemente viven en un mundo de responsabilidad ilimitada, pero con una diferencia. El que quebranta el pacto, en guerra con Dios y no regenerado, tiene responsabilidad ilimitada bajo maldición. El infierno es la declaración final de esa responsabilidad ilimitada. Las objeciones al infierno, y los esfuerzos por reducirlo a un lugar de prueba o corrección se basan en un rechazo de la responsabilidad ilimitada.
Pero el no regenerado tiene, según las Escrituras, una responsabilidad ilimitada por el juicio y la maldición. Por otro lado, el regenerado, que anda en obediencia a Jesucristo, su cabeza del pacto, tiene una responsabilidad limitada en cuanto al juicio y la maldición. La responsabilidad ilimitada de la ira de Dios fue asumida para los elegidos por Jesucristo en la cruz.
El hombre regenerado es juzgado por sus transgresiones de la ley de Dios, pero su responsabilidad aquí es limitada, en tanto que su responsabilidad por las bendiciones en esta vida y en el cielo es ilimitada. El que no ha sido regenerado puede tener la experiencia de una medida limitada de bendiciones en esta vida, y ninguna en el mundo venidero; tienen en el mejor de los casos una responsabilidad limitada por la bendición.

El hombre, pues, no puede escapar de un universo de responsabilidad ilimitada. La pregunta importante es esta: ¿en qué está expuesto a una responsabilidad ilimitada, a una responsabilidad ilimitada en maldición debido a su separación de Dios, o a una responsabilidad ilimitada en bendición debido a su fe, en unión, y obediencia a Jesucristo?