INTRODUCCIÓN
Una compañía de responsabilidad
limitada es aquella en que la responsabilidad de cada accionista está limitada
a la cantidad de sus acciones, o a una cantidad fija por una garantía llamaba
«limitada por garantía». El propósito de las leyes de responsabilidad limitada
es limitar la responsabilidad.
Aunque el propósito ostensible es
proteger a los accionistas, el efecto práctico es limitar su responsabilidad y
por consiguiente fomentar la imprudencia en las inversiones. Una economía de
responsabilidad limitada es socialista. Al tratar de proteger a las personas,
una economía de responsabilidad limitada transfiere la responsabilidad de la
gente al estado, en donde la «planificación» supuestamente elimina la
responsabilidad.
La responsabilidad limitada anima
a la gente a correr riesgos de manera limitada, y a pecar económicamente sin
pagar el precio. Las leyes de responsabilidad limitada descansan en la falacia
de que no hay que pagar por los pecados económicos. En realidad, el pago se
transfiere a otros. Las leyes de responsabilidad limitada fueron impopulares en
épocas cristianas anteriores, pero han florecido en el mundo darwiniano.
Descansan en importantes presuposiciones religiosas.
En una declaración muy pertinente
a su exposición, C. S. Lewis describió su preferencia, antes de su conversión,
por un universo materialista, ateo. Las ventajas de tal mundo son las demandas
muy limitadas que le impone al hombre.
Para un cobarde así el universo
materialista tiene la enorme atracción de que le ofrece a uno responsabilidades
limitadas. Ningún desastre estrictamente infinito jamás podría atraparlo a uno.
La muerte lo termina todo. E incluso si los desastres finitos demostraran ser
más grandes de lo que uno desea aguantar, el suicidio siempre es posible.
El horror del universo cristiano
era que no tenía ninguna puerta rotulada Salida. Pero, por supuesto, lo que importaba
más que nada era mi profundamente acendrado aborrecimiento de toda autoridad,
mi monstruoso individualismo, mi iniquidad. Ninguna palabra en mi vocabulario
expresaba un odio más hondo que la palabra Interferencia.
Pero el cristianismo puso en el
centro lo que me parecía un Metementodo trascendental. Si su cuadro fuera
verdad, ningún tipo de «tratado con la realidad» podía jamás ser posible. No
había región ni siquiera en lo más íntimo y profundo de mi alma (no, allí menos
que en cualquier parte) que uno pudiera rodear con una cerca de alambre de púas
y guardar con un letrero que dijera prohibido el paso. Y eso es lo que yo
quería; algún área, por pequeña que fuera, en la cual yo pudiera decirle a
todos los demás seres: «Esto es asunto mío y solo mío».
Este es un excelente sumario del
asunto. El ateo quiere un universo de responsabilidad limitada, y procura
producir un orden político y económico de responsabilidad limitada. Mientras
más socialista se vuelve, más exige de su orden social una ventaja máxima y una
responsabilidad limitada, una imposibilidad.
Las maldiciones y bendiciones de
la ley recalcan la responsabilidad ilimitada del hombre en cuanto a maldiciones
o bendiciones como resultado de la desobediencia u obediencia a la ley. En
Deuteronomio 28:2, 15 se nos dice que las maldiciones y bendiciones vienen
sobre nosotros y nos «alcanzarán». El hombre no puede eludir el mundo de las
consecuencias divinas. En todo momento y en todo lugar el hombre está rodeado,
alcanzado y poseído totalmente por la responsabilidad ilimitada del universo de
Dios.
El hombre trata de escapar de esa
responsabilidad ilimitada mediante una negación del Dios verdadero o por una
pseudoaceptación que niegue el significado de Dios. En el ateísmo, la actitud
del hombre la resume bien el poema «Invicto», de William Ernest Henley. Henley
fanfarroneaba de su «alma inconquistable» y declaró:
Soy de mi destino el amo; Soy de
mi alma el capitán.
Claro, el poema ha sido muy
popular entre adolescentes inmaduros y rebeldes.
La pseudoaceptación común al
misticismo, al pietismo y a los pseudoevangélicos aduce haber «aceptado a
Cristo» mientras que niega su ley. Un universitario, muy dado a evangelizar a
todo el que se ponía su alcance, no solo negó la ley como artículo de su fe, al
hablar con este escritor, sino que fue más allá.
Cuando se le preguntó si
aprobaría que unos jóvenes y muchachas trabajaran en una casa de prostitución
como prostitutas y proxenetas para convertir a los residentes, no negó esto
como posibilidad válida. Pasó a afirmar que muchos de sus amigos estaban
convirtiendo a las jóvenes y a los clientes en masa invadiendo esas casas para
evangelizar a todos los presentes.
También reclamó la conversión en
masa de homosexuales, pero no pudo citar ni un solo homosexual que hubiera
dejado la práctica después de su conversión; ni ninguna prostituta o sus
clientes que hubieran dejado las casas con sus «evangelizadores». Tal
«evangelización» ilícita no es más que blasfemia.
En el llamado «Gran Avivamiento»
en la Nueva Inglaterra colonial, el antinomianismo, el milenarismo y el falso
perfeccionismo iban mano a mano. Muchos de estos «santos» abandonaron su
matrimonio para optar por relaciones adúlteras, negaron la ley, y pretendieron
perfección e inmortalidad inmediatas.
Lo que tal avivamiento y pietismo
auspicia es un universo de responsabilidad limitada a nombre de Dios. Es, pues,
ateísmo bajo el estandarte de Cristo. Reclama libertad de la soberanía de Dios
y niega la predestinación. Niega la ley, y niega la validez de las maldiciones
y bendiciones de la ley.
Tal religión se interesa solo en lo
que puede obtener de Dios; de aquí, que se afirma la «gracia», y «amor», pero no
la ley ni el poder y decreto soberano de Dios. Pero la religión de cafetería es
solamente humanismo, porque afirma el derecho del hombre a escoger y seleccionar
lo que quiere; como supremo árbitro de su destino, se hace al hombre capitán de
su alma, con la ayuda de Dios. El pietismo, de este modo, ofrece una religión
de responsabilidad limitada, no una fe bíblica.
Según Heer, el místico medieval
Eckhart le dio al alma «una majestad soberana junto con Dios. El próximo paso
lo dio un discípulo, Johannes de Star Alley, que preguntó si la palabra del
alma no era tan poderosa como la palabra del Padre Celestial». En tal fe, el
nuevo soberano es el hombre, y la responsabilidad ilimitada está en proceso de
ser transferida a Dios.
En términos de la doctrina
bíblica de Dios, no hay responsabilidades en lo absoluto incluidas en la
persona y obra de la Deidad. El decreto eterno de Dios y su poder soberano
gobiernan totalmente y abarcan toda la realidad, que es su creación.
Debido a que el hombre es una
criatura, el hombre enfrenta responsabilidad ilimitada; sus pecados tienen
consecuencias temporales y eternas, y no puede en ningún punto escaparse de
Dios. Van Till ha resumido poderosamente el asunto:
El punto principal es que si el
hombre pudiera buscar en algún otro sitio y no verse confrontado con la
revelación de Dios, no podría pecar en el sentido bíblico del término. Pecar es
quebrantar la ley de Dios. Dios confronta al hombre en todas partes. No puede,
por la naturaleza del caso, confrontar al hombre en una parte si no lo
confronta en todas partes. Dios es uno; la ley es una.
Si el hombre pudiera oprimir un
botón del radio de su experiencia y no oír la voz de Dios, siempre oprimiría
ese botón y nunca los demás. Pero el hombre no puede ni siquiera oprimir el
botón de su propia conciencia sin oír la exigencia de Dios.
Pero el hombre quiere revertir
esta situación. Que Dios sea el responsable, si no concede la petición del
hombre. Que el hombre declare que su propia experiencia lo pronuncia salvado, y
después puede seguir con su homosexualidad o trabajo en una casa de
prostitución, y sin ninguna responsabilidad.
Después de haber pronunciado la
fórmula mágica, «Acepto a Jesucristo como mi Señor y Salvador», el hombre
transfiere casi toda la responsabilidad a Cristo y puede pecar con una responsabilidad
muy limitada a lo sumo. No se puede aceptar a Cristo si se niega su soberanía,
su ley y sus palabras. Negar la ley es aceptar una religión de obras, porque
quiere decir negar la soberanía de Dios, y dar por sentada la existencia del hombre
en independencia de la ley y del gobierno absoluto de Dios.
En un mundo donde Dios funciona
solo para quitarle la responsabilidad del infierno, y ninguna ley gobierna al
hombre, este se abre su propio camino por la vida mediante su propia
conciencia.
En tal mundo, el hombre se salva
por su propia obra de fe, la de aceptar a Cristo, no por el hecho de que Cristo
lo acepte a él. Cristo dijo: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os
elegí a vosotros» (Jn 15: 16). El pietista insiste en que él ha escogido a Cristo; es su obra, no la de Cristo.
Cristo, en semejante fe, sirve
como agente de seguros, como garantía contra la responsabilidad, no como Señor
soberano. Eso es paganismo en nombre de Cristo.
EN EL PAGANISMO, EL ADORADOR NO
EXISTÍA.
El hombre no adoraba a las
deidades paganas, ni tampoco rendía cultos de adoración. El templo estaba
abierto todos los días como lugar de negocios. El pagano entraba el templo y
compraba la protección de un dios mediante una ofrenda o regalo. Si el dios le
fallaba, de allí en adelante buscaba los servicios de otro.
La búsqueda pagana era por un
seguro, por responsabilidad limitada y bendiciones ilimitadas, y, como creyente
soberano, iba de compras buscando al dios que más ofreciera. La religión pagana
era, por tanto, una transacción, y, como toda transacción comercial, no había
nada seguro. Los dioses no siempre podían cumplir, pero el hombre esperaba que,
de alguna manera, sus responsabilidades fueran limitadas.
El «testimonio» del pietismo, con
su «vida victoriosa», es algo así como una religión de responsabilidad
limitada. Un «testimonio» común es: «Gracias al Señor, desde que acepté a Cristo,
todos mis problemas se acabaron». El testimonio de Job en su sufrimiento fue:
«Aunque él me matare, en él esperaré» (Job 13: 15).
San Pablo recitó el largo y
horrible relato de su sufrimiento después
de aceptar a Cristo; en cárceles, azotes, naufragios, lapidaciones,
traiciones, «en hambre y sed, en frío y en desnudez» (2ª Co 11: 23-27). La de
Pablo no era una religión de responsabilidad limitada, ni quedó libre de todo
problema debido a su fe.
El mundo es un campo de batalla,
y hay víctimas y heridos en la batalla, pero la batalla es del Señor y su fin
es la victoria. Intentar escapar de la batalla es huir de la responsabilidad de
la guerra contra hombres pecadores a una batalla contra un Dios enojado.
Enfrentar la batalla es sufrir las penas de la ira del hombre y las bendiciones
de la gracia y la ley de Dios.
Separados de Jesucristo, los
hombres están judicialmente muertos, o sea, bajo una sentencia de muerte ante
Dios, por morales que sean sus obras. Con la regeneración, el principio de la
vida verdadera, el hombre no deja de estar con responsabilidad ilimitada bajo
Dios. Más bien, con la regeneración, el hombre sale del mundo de
responsabilidad ilimitada bajo maldición, al mundo de responsabilidad ilimitada
las bendiciones bajo Dios.
El mundo y el hombre quedaron
bajo maldición cuando Adán y Eva pecaron, pero, en Jesucristo, el hombre es
bendecido, y el mundo es progresivamente recuperado y redimido por Él. En
cualquier caso, el mundo está bajo la ley de Dios. Las bendiciones y las
maldiciones son inseparables de la ley de Dios y son solo diferentes relaciones
con el mismo. El mundo de los hombres regenerados es el mundo de la ley.
Los hombres ineludiblemente viven
en un mundo de responsabilidad ilimitada, pero con una diferencia. El que
quebranta el pacto, en guerra con Dios y no regenerado, tiene responsabilidad
ilimitada bajo maldición. El infierno es la declaración final de esa
responsabilidad ilimitada. Las objeciones al infierno, y los esfuerzos por
reducirlo a un lugar de prueba o corrección se basan en un rechazo de la
responsabilidad ilimitada.
Pero el no regenerado tiene,
según las Escrituras, una responsabilidad ilimitada por el juicio y la
maldición. Por otro lado, el regenerado, que anda en obediencia a Jesucristo,
su cabeza del pacto, tiene una responsabilidad limitada en cuanto al juicio y
la maldición. La responsabilidad ilimitada de la ira de Dios fue asumida para
los elegidos por Jesucristo en la cruz.
El hombre regenerado es juzgado
por sus transgresiones de la ley de Dios, pero su responsabilidad aquí es
limitada, en tanto que su responsabilidad por las bendiciones en esta vida y en
el cielo es ilimitada. El que no ha sido regenerado puede tener la experiencia
de una medida limitada de bendiciones en esta vida, y ninguna en el mundo
venidero; tienen en el mejor de los casos una responsabilidad limitada por la
bendición.
El hombre, pues, no puede escapar
de un universo de responsabilidad ilimitada. La pregunta importante es esta:
¿en qué está expuesto a una responsabilidad ilimitada, a una responsabilidad
ilimitada en maldición debido a su separación de Dios, o a una responsabilidad
ilimitada en bendición debido a su fe, en unión, y obediencia a Jesucristo?