EL PRIMER MANDAMIENTO

1. EL PRIMER MANDAMIENTO Y LA SHEMÁ DE ISRAEL

El prólogo a los Diez Mandamientos introduce no solo la ley como un todo sino que lleva directamente al primer mandamiento.
Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí (Ex 20: 1-3).
En esta declaración Dios se identifica,
Primero, como el SEÑOR, el Absoluto y Autoexistente.
Segundo, le recuerda a Israel que él es su Salvador, y que por tanto la relación de ellos con él («tu Dios») es de gracia. Dios escogió a Israel, y no Israel a Dios.
Tercero, la ley se da al pueblo de gracia. Todos los hombres ya están juzgados, caídos y perdidos; todos los hombres están bajo la ira de la ley, hecho que subrayaba el temblor de la montaña y la muerte del que se acercara sin santificación (Ex 19: 16-25).
La ley se da a las personas salvadas por gracia como su medio de gracia, para definir el privilegio y la bendición del pacto. Cuarto, se deduce, entonces, que la primera respuesta a la gracia, así como también el primer principio de la ley, es este: «No tendrás dioses ajenos delante de mí».
Al analizar este mandamiento debemos examinar las implicaciones del mismo citadas por Moisés:
Éstos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla; para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando, tú, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días de tu vida, para que tus días sean prolongados.
Oye, pues, oh Israel, y cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien en presuposiciones amileniales al ver por adelantado la revocación del mandato por el triunfo del anticristo: «No hay lugar para el optimismo: hacia el fin, en los campos de lo satánico y del anticristo, la cultura se enfermará, y la iglesia anhelará ser libertada de su angustia». Pero esta es una definición mítica y no bíblica del anticristo, quien, de acuerdo a San Juan, es simplemente cualquiera, presente desde el principio, que niega al Padre y al Hijo (1ª Juan 2: 22; 4: 3; 2 Juan 7).
Adscribir a tales mediadores el papel de dominio y poder final no tiene ninguna garantía bíblica. la tierra que fluye leche y miel, y os multipliquéis, como te ha dicho Jehová el Dios de tus padres. (Dt 6: 1-3)
Primero, el propósito al dictar estos mandamientos es despertar el temor a Dios, y que el temor estimule la obediencia. Debido a que Dios es Dios, el absoluto Señor y Legislador, el temor a Dios es la esencia de la cordura y el sentido común. Apartarse del temor a Dios es carecer de todo sentido de realidad. Segundo, «El mantener el temor a Dios traería prosperidad, y el crecimiento de la nación prometido a los padres.
El crecimiento de la nación había sido prometido a los patriarcas desde el principio (Gen 1:1; cf. Lv 26: 9)». Es, por consiguiente, necesario conservar este temor y obediencia de generación a generación.
En Deuteronomio 6: 4-9 llegamos a una declaración central y básica del primer principio de la ley: Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tú Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.
Los primeros dos versículos (6: 4, 5) son el Shemá Israel, que se recita como la oración de la mañana y de la tarde en Israel, y «que los rabinos consideran que contiene los principios del decálogo». La segunda porción de la shemá, v. 5, encuentra su eco en Deuteronomio 10: 12, 13:
Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?.
Cristo citó Deuteronomio 6:5 como «el gran mandamiento en la ley» (Mt 22: 37; Mr. 12: 30; Lc 10: 27), o sea, como el principio esencial y básico de la ley. La premisa de este mandamiento es, sin embargo, Deuteronomio 6:4: «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es». La afirmación cristiana de esto es la declaración:
«Adoramos a un Dios en Trinidad, y Trinidad en unidad.» Es la fe en la unidad de la Deidad, en oposición a la creencia en «dioses muchos y señores muchos».
Las consecuencias de este hecho para la ley son totales: quiere decir un Dios, una ley. La premisa del politeísmo es que vivimos en un multiverso, no en un universo, y que hay diversas órdenes-leyes y por consiguiente señores, y que el hombre no puede, por consiguiente, estar bajo una ley excepto por medio del imperialismo.
El positivismo legal moderno niega la existencia de todo absoluto; es hostil, debido a su relativismo, al concepto de un universo y de un universo de leyes. Más bien, existen las sociedades de hombres, cada una con su orden de ley positivo, y cada orden de ley carece de validez absoluta o universal.
La ley de los estados budistas es válida para las naciones budistas, la ley del islam para los estados musulmanes, las leyes del pragmatismo para los estados humanísticas, y las leyes de las Escrituras para los estados cristianos, pero ninguno, se aduce, tiene el derecho de afirmar que sus leyes representen la verdad en sentido absoluto.
Esto, por supuesto, milita contra la declaración bíblica de que el orden de Dios es absoluto y absolutamente obligatorio para los hombres y las naciones.
Incluso más, debido a que se niega una ley absoluta, eso quiere decir que la única ley universal posible es una ley imperialista, una ley impuesta por la fuerza y que no tiene otra validez que la imposición por coerción. Cualquier orden de cosas basado en tal premisa es por necesidad imperialista. Después de negar la ley absoluta, no puede ser atractivo a los hombres volver al verdadero orden del que el hombre ha caído.
Una ley relativista, pragmática, no tiene premisa para la actividad misionera: la «verdad» que proclama no es más válida que la «verdad» que sostienen las personas que procura atraer. Si sostiene que «somos mejores», no puede justificar este enunciado excepto diciendo: «Yo sostengo que lo somos», a lo cual el que resiste puede replicar: «Yo sostengo que somos mucho mejores».
Bajo la ley pragmática, se sostiene que todo hombre es su propio sistema-ley, porque no hay ningún orden-ley absolutamente supremo. Pero esto significa la anarquía.
Así, en tanto que el pragmatismo o relativismo (o existencialismo, positivismo, o cualquier otra forma de esta fe) se aferra, implícita o explícitamente, a la inmunidad absoluta del individuo, en efecto su único argumento es la coacción del individuo, debido a que no hay puente entre hombre y hombre. Puede hablar de amor, pero no hay base para decir que el amor es más válido que el odio.
En verdad, el Marqués de Sade lógicamente no veía delito en el asesinato; sobre una base nominalista, relativista, ¿qué podría haber de malo en el asesinato? Si no hay ley absoluta, todo hombre es su propia ley. Como el escritor de Jueces declaró: «En estos días no había rey en Israel (o sea, el pueblo había rechazado a Dios como Rey); cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jue 21: 25; cf. 17: 6; 18: 1; 19: 1).
La ley prohíbe la propia ley del hombre: «No haréis como todo lo que hacemos nosotros aquí ahora, cada uno lo que bien le parece» (Dt 12: 8), y esto se aplica a la adoración tanto como al orden moral.
El primer principio de la shemá Israel es, por lo tanto, un Dios, una ley. Es la declaración de un orden moral absoluto al cual el hombre debe avenirse.
Si Israel no puede admitir otro dios y otro orden-ley, no puede reconocer ninguna otra religión u orden-ley como válida ni para sí mismo ni para nadie. Debido a que Dios es uno, la verdad es una. Los demás perecerán en su camino, a menos que se vuelvan y se conviertan (Sal 2: 12). La coacción básica se reserva para Dios.
Debido a que Dios es uno, y la verdad es una, la única ley tiene coherencia interna. La unidad de la verdad aparece en la unidad y coherencia de la ley. En lugar de ser estratos de diversos orígenes y utilidad, la ley de Dios es esencialmente una palabra, un todo unificado.
Los órdenes políticos modernos son estados imperiales politeístas, pero a las iglesias no les va mucho mejor. Sostener, como las iglesias católica romana, griega ortodoxa, luterana, calvinista, y virtualmente todas las demás sostienen, que la ley fue buena para Israel, pero que los cristianos y la iglesia cristiana están bajo la gracia y sin la ley, o bajo otra ley más alta, más nueva, es politeísmo implícito.
La herejía joaquimita ha infectado profundamente a la iglesia cristiana. Según esta herejía, la primera edad del hombre fue la edad del Padre, la edad de la justicia y la ley.
La segunda edad fue la edad del Hijo, del cristianismo, de la iglesia y de la gracia.
La tercera edad es la edad del Espíritu, en la cual los hombres se vuelven dioses y son su propia ley.

EL DISPENSACIONALISMO TAMBIÉN ES EVOLUCIONISTA O POLITEÍSTA O AMBAS COSAS.

Dios cambia o altera sus formas de tratar con el hombre, de manera que la ley se administra en una edad, y no en otra. Una ve la salvación por obras, otra por gracia, y así por el estilo. Pero las Escrituras nos dan una aseveración contraria:
«Porque yo Jehová no cambio» (Mal 3: 6). Todo intento de contraponer la ley y la gracia es politeísta o por lo menos maniqueo; da por sentadas dos maneras y poderes supremos en contradicción entre sí. Pero la palabra de Dios es una palabra, y la ley de Dios es una ley, porque Dios es uno.
La palabra de Dios es una palabra ley, y es una palabra-gracia; la diferencia está en los hombres, en virtud de la elección de Dios, y no en Dios. La palabra bendice y condena según nuestra respuesta a ella. Orar por gracia es también orar por discernimiento, y es afirmar la verdad y la validez de la ley y la justicia de la ley. La doctrina total de la expiación de Cristo sostiene la unidad de la ley, juicio y gracia.
Toda forma de antinomianismo tiene elementos de politeísmo. De los antinomianos Fairbain escribió:
Algunos magnifican la gracia para aplacar sus conciencias respecto a las ínfulas de santidad, y vindicarse una libertad para pecar a fin de que la gracia abunde; o, lo que es peor, negar que algo que hagan pudiera tener carácter de pecado, porque por la gracia están libres de las exigencias de la ley, y por lo tanto no pueden pecar. Esto son antinomianos de la peor clase, que tienen en su contra no solo textos particulares de la Biblia, sino todo su tenor y espíritu.
Otros, sin embargo, que son los únicos representantes de la idea que en tiempos presentes se puede decir que tienen una existencia destacada, son los que promueven la santidad según el ejemplo y enseñanzas de Cristo. Están listos para decir:
«La conformidad a la voluntad divina, y eso como obediencia a los mandamientos, es a la vez el gozo y el deber de la mente renovada. Algunos le tienen miedo a la palabra obediencia, como si debilitara el amor y el concepto de una nueva criatura. Las Escrituras no. La obediencia y el guardar los mandamientos de aquel a quien amamos son prueba de ese amor, y el deleite de la nueva criatura. Si lo hice todo bien, y no lo hice en obediencia, no debo hacer nada bien, porque se dejaría fuera mi verdadera relación y referencia de corazón a Dios. Esto es amor, que guardemos sus mandamientos» (Darby, «On the Law», pp. 3, 4).
Hasta aquí, excelente; pero por otro lado estos mandamientos no se hallan en la distintivamente llamada revelación de la ley. La ley, se afirma, tiene un carácter y meta específicos, de los cuales no se puede disociar, y que la hacen para siempre ministro del mal.
«Es un principio de tratos con los hombres que por fuerza los destruye y los condena. Esta es la manera (continúa el escritor) en que el Espíritu de Dios usa la ley en contraste con Cristo, y nunca en la enseñanza cristiana se pone a los hombres bajo la misma. Tampoco las Escrituras jamás dicen: Tú no estás bajo la ley de esta manera, pero lo estás de esta otra; no lo estás por la justificación, pero sí como norma de vida.
Declaran: Tú no estás bajo la ley, sino bajo la gracia; y si estás bajo la ley, estás condenado y bajo maldición. ¿Cómo es obligatorio eso bajo lo cual el hombre no está; y de lo cual es librado?» (Ibíd., p. 4).
El antinomianismo de esta descripción que distingue entre la enseñanza o mandamientos de Cristo y los mandamientos de la ley, y sostiene que lo uno es obligatorio para la conciencia de los cristianos y lo otro no es claramente antinomianismo aunque parcial; en verdad, no difiere esencialmente del neonomianismo, puesto que se repudia la ley solo en su conexión con la dispensación anterior, en tanto que se acepta como incorporando los principios de la moralidad cristiana, y se asocia con la vida y el poder del Espíritu de Cristo.
Una asociación «evangelística» dedicada a la obra universitaria ha enseñado que «la ley fue dada por Satanás.» (Según un informe de la hija de este escritor, basado en un curso que enseñó en la universidad un dirigente de este movimiento). Tal posición se puede describir solo como blasfemia.
Un ejemplo de este antinomianismo en algunos círculos luteranos extraoficiales viene de un manual de Escuela Dominical. Se trata al Antiguo Testamento, como al Nuevo, como un libro en el cual hay que escarbar e investigar en busca de «verdades», de modo que los estudios de varios libros llevan como prefacio unas cuantas declaraciones sumarias tituladas «Verdades que hallarás en el libro de Habacuc», o «Verdades que hallarás en el libro de Mateo», y así por el estilo. ¿Debemos dar por sentado que el resto de cada libro es mentira?
En la «Introducción al Nuevo Testamento» se nos dice: «El Nuevo Testamento es la presentación de la vida bajo la gracia según difiere de la vida bajo la ley». Pero el Antiguo Testamento también presenta la vida bajo la gracia, y lo mismo el Antiguo Testamento que el Nuevo Testamento presentan la vida bajo la gracia como vida bajo la ley, nunca como iniquidad. La alternativa a la ley no es la gracia; sino la iniquidad.
La gracia y la elección se mueven en términos de ley y bajo la ley; la reprobación es anti ley y anti-gracia. ¿Es el propósito de los clérigos hacer de las iglesias escuelas de reprobación?
Todo esto ilustra un:
Segundo principio de la Shemá Israel: un Dios absoluto, inmutable, quiere decir una ley absoluta, inmutable. Las aplicaciones sociales de los hombres y aproximaciones a la justicia de Dios pueden alterar, variar y vacilar, pero la ley absoluta no. Decir que la ley es «para Israel» pero no para los cristianos no solo es abandonar la ley sino también abandonar al Dios de la ley. Puesto que hay solo un Dios verdadero, y su ley es la expresión de su naturaleza y justicia inmutables, abandonar la ley bíblica por otro sistema-ley es cambiar dioses.
El colapso moral de la cristiandad es un producto de este actual proceso de cambiar dioses.
El barthianismo, al afirmar la «libertad» de Dios para cambiar (implicando la evolución de un dios imperfecto), está afirmando el politeísmo. El politeísmo presenta muchos dioses y muchas maneras de salvación. No en balde Karl Bart es un universalista, por lo menos implícitamente.
Para Barth, todos los hombres pueden ser salvos y serán salvos, porque no hay ninguna ley absoluta, inmutable, que juzgue a todos los hombres. En su concepto politeísta del mundo, todos los hombres pueden hallar uno de los muchos medios de salvación, si en verdad es salvación lo que necesitan. Para Barth, la salvación parece más realista como autorrealización; es la gnosis de la elección, el darse cuenta de que todos los hombres son elegidos en Cristo, o sea, libres de un Dios absoluto y de un decreto y una ley absolutos.
Un tercer principio de la Shemá Israel es que un Dios, una ley, requiere una obediencia total, inmutable e incondicional: «Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (Dt 6: 5).
El Talmud traduce «fuerzas» como «dinero». El significado es que el hombre debe obedecer a Dios totalmente, en cualquier condición, con todo su ser. Puesto que el hombre es totalmente criatura de Dios, y puesto que no hay ninguna fibra de su ser que no sea obra de la mano de Dios, y por consiguiente sujeto a la ley total de Dios, no hay ningún aspecto de la vida y ser del hombre que se pueda reservar de Dios y su ley.
Por consiguiente, como Deuteronomio 6:6 declara: «Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón». El comentario de Lutero sobre este versículo es de interés, puesto que contiene las semillas del antinomianismo que más tarde se enraizaría tan profundamente en el luteranismo:
Él (Moisés) quiere que sepas que el primer mandamiento es la medida y vara de medir de todos los demás, al cual ellos deben someterse y dar obediencia.
Por consiguiente, si es por cuestión de fe y caridad, puedes matar, en violación del quinto mandamiento, tal como Abraham mató a los reyes (Gen 14: 15) y el rey Acab pecó porque no mató al rey de Siria (1 R 20: 34).
Similar es el caso de robo, emboscada, y trampas contra los enemigos de Dios; puedes tomar el botín, los bienes, las esposas, las hijas, los hijos y los criados de los enemigos. Así también debes aborrecer padre y madre para amar al Señor (Lc 14:26). En breve, donde algo va a estar en contra de la fe y el amor, no vas a saber que Dios o el hombre mandan otra cosa. En donde es por la fe y el amor, sin embargo, debes saber que todo se manda en todos los casos y en todas partes.
Porque el enunciado sigue firme: «Estas palabras estarán sobre tu corazón»; allí deben gobernar. Todavía más, a menos que también estén en el corazón, ciertamente nadie entendería o seguiría esta epieikeia, ni jamás emplearía las leyes con éxito, seguridad o legalidad. Por consiguiente
Pablo también dice en 1ª Ti 1: 9, que «la ley no fue dada para el justo», por razón de que el cumplimiento de la ley es amor de corazón bueno y fe no fingida (1ª Ti 1:5), que usa la ley legítimamente cuando no tiene leyes y tiene todas las leyes, no leyes, porque ninguna obliga a menos que sirvan a la fe y al amor; todas, porque todas obligan cuando sirven a la fe y al amor.
Por consiguiente esto es lo que Moisés quiere decir aquí: Si deseas entender correctamente el primer mandamiento y de veras no tener otros dioses, actúa de modo que creas y ames a un Dios, te niegues a ti mismo, lo recibas todo por gracia, y lo hagas todo con agradecimiento.
Las confusiones de esta declaración solo pueden engendrar confusión.
Un cuarto principio que surge de la Shemá Israel se indica en Deuteronomio 6:7-9, 20-25: la instrucción en la ley es básica e inseparable de la obediencia a la ley y la adoración. La ley requiere instrucción en los términos de la ley. Toda otra instrucción que no tenga base bíblica es por consiguiente un acto de apostasía para el creyente: incluye tener otro dios y postrarse ante él para aprender de él.
No puede haber una adoración verdadera sin una instrucción verdadera, porque la ley prescribe y es absoluta, y ningún hombre puede acercarse a Dios despreciando la prescripción de Dios.
De Deuteronomio 6:8 Israel derivó el uso de filacterias, porciones de la ley atadas a la frente o a los brazos en la oración. De 6:8, 9 se ha observado: Como estas palabras son figuradas, y denotan una observancia sin desviación de los mandamientos divinos, el mandamiento que sigue, es decir, el escribir las palabras en los postes de las puertas de la casa, y también en los dinteles, se debe entender espiritualmente; y el cumplimiento literal de tal mandamiento solo puede ser una costumbre digna de elogio o agradable a Dios cuando se observa como manera de mantener siempre los mandamientos de Dios ante los ojos.
El precepto en sí, sin embargo, presupone la existencia de esta costumbre, que no solo se cumple en los países mahometanos de Oriente en la actualidad, sino que también era una costumbre común en el antiguo Egipto.
Lo que se requiere, sin duda, es que la mente y la acción, la familia y el hogar, la visión del hombre y el trabajo del hombre sean todas vistas en la perspectiva de la palabra-ley de Dios.
Pero eso no es todo. Se exige el cumplimiento literal del mandamiento respecto a los umbrales y los postes (Dt 6: 8, 9) como es obvio en Números 15:37-41 (. Dt 11: 18-20). El cordón azul que se requiere no se puede descartar mediante una espiritualización. Dios requiere que se le adore conforme a su propia palabra.
El comentario de Calvino aquí sobre Números 15: 38 va al grano: Y, ante todo, al contrastar «el corazón y los ojos» de los hombres con su ley, demuestra que tendrá a su pueblo contento con la regla que prescribe, sin mezcla de imaginaciones; y de nuevo, denuncia la vanidad de lo que los hombres inventan por cuenta propia, por agradable que cualquier esquema humano pudiera parecer. Él con todo lo repudia y lo condena.
Y esto se expresa todavía con mayor claridad en la última palabra, cuando dice que los hombres «se prostituyen» siempre que se gobiernan por sus propios consejos.
Esta declaración merece especial observación, porque en tanto sienten mucha satisfacción los que adoran a Dios según su propia voluntad, y en tanto que consideran que su celo es muy bueno y muy correcto, no hacen otra cosa que contaminarse con adulterio espiritual. Porque lo que el mundo considera ser la devoción más santa, Dios con su propia boca lo llama fornicación. La palabra «ojos» no hay duda de que se refiere al poder de discernimiento del hombre.
Es lamentable que Calvino estropee esto llamándolo una «necesidad de estos burdos rudimentos». Nuestro Señor cumplió esta ley, y una mujer tocó el borde o fleco de su manto para ser sanada (Mt 9: 20). Jesús criticó a los fariseos por agrandar sus flecos (Mt 23:5) para fanfarronear su ostensiblemente mayor lealtad a la ley. El mandamiento se repite en Deuteronomio 22:12, como para poner en claro su importancia.
Los hombres se visten de maneras diversas y extrañas para conformarse al mundo y sus estilos. ¿Qué tiene de difícil o «burdo» conformarse uno a la ley de Dios, o a cualquier cosa que Dios especifique? No hay nada difícil ni extraño en esta ley, ni tampoco absurdo o imposible.
Los cristianos no lo observan porque fue como la circuncisión, el Sabbat, y otros aspectos de la forma mosaica del pacto superado por las nuevas señales del pacto según lo renovó Cristo. La ley del pacto permanece; los ritos y señales del pacto han sido cambiados.
Pero las formas de las señales del pacto no son menos honorables, profundas y hermosas en la forma mosaica que en la forma cristiana.

EL CAMBIO NO REPRESENTA UN AVANCE EVOLUCIONISTA NI UNA RELACIÓN MÁS ALTA O INFERIOR.

El pacto se cumplió en Jesucristo; pero Dios no trató a Moisés, David, Isaías, Ezequías, o a cualquiera de su pueblo de pacto del Antiguo Testamento como inferiores a su vista ni más infantiles por su capacidad y por lo consiguiente necesitados de «rudimentos burdos».
En toda edad, el pacto es todo santo y sabio; en toda época, las personas del pacto se levantan en términos de la gracia, no debido a una capacidad personal o madurez «más alta».
La adoración en lengua desconocida (1ª Co 14) es una violación de este mandamiento, así como también la adoración que carece de la proclamación fiel de la palabra de Dios, o que no tiene la educación del pueblo del pacto en términos de la palabra-ley del pacto.
Un quinto principio que también se proclama en este mismo pasaje, en Deuteronomio 6:20-25, es que, en esta educación exigida, se debe recalcar que la respuesta a la gracia es la observancia de la ley. A los niños se les debe enseñar que el significado de la ley es que Dios sacó a Israel de la esclavitud, y, «para que nos conserve la vida», «nos mandó Jehová que cumplamos todos estos estatutos, y que temamos a Jehová nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días» (6: 24).
No hay mandato en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento de dejar a un lado esto.
Cuando los creyentes del Antiguo o Nuevo Testamento han dado un significado falso a la ley, los profetas y los apóstoles han atacado ese significado falso, pero nunca a la ley de Dios misma. Debido a que Dios es uno, su gracia y su ley son una en propósito y dirección. Este pasaje indica con claridad incisiva la prioridad de la gracia electora de Dios en el llamado y redención de su pueblo escogido.
La relación de Israel era una relación de gracia, y la ley fue dada a fin de proveerle al pueblo de Dios la respuesta necesaria y requerida a la gracia, y la manifestación de la gracia es la observancia de la ley.
En Deuteronomio 6: 10-15, se toca otro aspecto importante con respecto a las implicaciones de la shemá Israel: Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob que te daría, en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, y cisternas cavadas que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.
A Jehová tu Dios temerás, y a él solo servirás, y por su nombre jurarás. No andaréis en pos de dioses ajenos, de los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos; porque el Dios celoso, Jehová tu Dios, en medio de ti está; para que no se inflame el furor de Jehová tu Dios contra ti, y te destruya de sobre la tierra.
Así que el sexto principio es el celo de Dios. Este es un hecho de vital importancia.
Al pueblo escogido se le advierte, conforme ocupan y poseen una tierra rica que ellos no han cultivado, que no se olviden de Dios, quien los ha libertado y prosperado. Viendo la riqueza que viene de una cultura hostil a Dios, el pueblo del pacto de Dios se vería tentado a ver otros medios de alcanzar el triunfo y la prosperidad, aparte del Señor.
La tentación será «seguir a otros dioses, los dioses de los pueblos que los rodean». Esto es creer que hay otro orden ley aparte del orden de Dios; es olvidarse de que el éxito y la destrucción de los cananeos fueron por igual obra de Dios. Es la provocación de la ira y el celo de Dios. El hecho de que el celo va asociado repetidamente con la ley, e invoca a Dios en el otorgamiento de la ley, es de cardinal importancia para entender la ley.
La ley de Dios no es una fuerza ciega, impersonal, que opera mecánicamente. No es ni karma ni destino. La ley de Dios en la ley del Creador absoluto y totalmente personal cuyas leyes operan dentro del contexto de su amor y aborrecimiento, su gracia hacia su pueblo y su ira hacia sus enemigos. Una corriente eléctrica es impersonal: fluye en su energía específica cuando las condiciones para el flujo o descarga de la energía se reúnen; de otra manera, no fluye.
Pero la ley de Dios no es así: es personal; Dios restringe su ira con paciencia y gracia, o destruye a sus enemigos con una inundación avasalladora de castigos (Nah 1: 8). Desde una perspectiva humanista e impersonal, la misericordia de Dios con Asiria (Jon 3: 1—4:3) y el castigo de Dios contra Asiria (Nah 1: 1—3: 19) parecen desproporcionados, debido a que una ley impersonal es también una ley externa: solo conoce acciones, no el corazón.
El hombre, al aplicar la ley de Dios, debe juzgar las acciones del hombre, pero Dios, como es absoluto, juzga al hombre como un todo con un juicio total. El celo de Dios es, por consiguiente, la absoluta certeza de la infalibilidad de la corte de justicia de Dios. El mal que tan fácil escapa a las cortes del estado no puede escapar del juicio de Dios, que, tanto en el tiempo como más allá del tiempo, se mueve en términos de los requisitos totales de su ley.
El celo de Dios es la garantía de justicia. Una justicia impersonal en un mundo de personas quiere decir que el mal, como es personal, puede escapar a la red de la ley y reinar y reír triunfante. Pero el Dios celoso previene el triunfo bien sea de Canaán o del Israel o la iglesia apóstatas. Sin un Dios celoso, personal, no es posible justicia.
La doctrina del karma solo entroniza la injusticia: conduce al tipo más cruel y encallecido de externalización e impersonalización. Las personas de karma liberan a sus monos pero se destruyen unas a otras; el karma no sabe lo que es gracia, porque el karma en esencia no conoce a las personas, sino solo las acciones y las consecuencias.
El escape del karma se vuelve nirvana, el escape de la vida.
Este mismo pasaje declara: «A Jehová tu Dios temerás, y a él solo servirás, y por su nombre jurarás» (Dt 6: 13). El comentario de Lutero aquí es excelente: Por consiguiente, juras por el nombre de Dios si relacionas a Dios con eso por lo que juras y lo captas en el nombre de Dios; de otra manera no jurarías si supieras que le desagrada. De manera similar, sirves solo a Dios cuando sirves a los hombres en el nombre de Dios; de otra manera no los servirías.
Por tal juramento reservas tu servicio solo para Dios y no eres atraído a una obra o juramento impíos. Así Cristo también dice en Mt 23: 16-22 que el que jura por el templo y el altar y el cielo jura por Dios; y en Mt 5: 35-36 prohíbe jurar por Jerusalén, por la cabeza de uno, por el cielo, y por cualquier otra cosa, porque en todo esto uno jura por Dios. Pero jurar frívolamente por Dios y de manera vana es tomar el nombre de Dios en vano.
Cuando, por consiguiente, Él desea que los juramento se hagan por el nombre de Dios y por ningún otro, la razón no solo es esta, que por la verdad (que es Dios) no se debería introducir la confirmación de nadie excepto la de Dios mismo, pero también esta: que el hombre debe permanecer solo al servicio de Dios, aprendiendo a relacionarlo todo con Él, y a hacer, poseer, usar y soportarlo todo en su nombre.
De otra manera, si emplean otro nombre, se desviarían y se acostumbrarían a jurar como si no tuviera nada que ver con Dios; y finalmente mediante el mal uso empezarían a distinguir entre las obras por las que se sirve a Dios y aquellas por las cuales no se le sirve, cuando Él quiere que se le sirva en todo y quiere que todas las cosas se hagan en temor, porque Él está presente para ver y juzgar.
Por consiguiente, hay que usar el juramento de la misma manera en que se usan la espada y las relaciones sexuales. Se prohíbe tomar la espada, como dice Cristo (Mt 26: 52): «Todos los que tomen espada, a espada perecerán», porque la toman sin órdenes y debido a sus propios deseos.
Pero es un mandato y un servicio divino llevar la espada si es asignada por Dios o mediante el hombre; porque entonces se lleva en el nombre del Señor, para bien del prójimo, como Pablo dice: « [El que lleva la espada] es servidor de Dios para tu bien» (Ro 13: 4). De igual modo, el uso desordenado del sexo se prohíbe, porque es lujuria.
Pero cuando el sexo está dentro del matrimonio, entonces la carne se debe usar, y uno se rinde a la ley divina, es decir, al amor que se exige. De la misma manera uno debe hacer uso de un juramento: uno no debe jurar por causa de uno mismo sino por causa del Señor o del prójimo en el nombre del Señor. Así siempre permanecerás al servicio solo de Dios.
En la tentación de Jesús, dos de las respuestas a Satanás vienen de Deuteronomio 6: «Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios» (Mt 4 7; Dt 6: 16), y «Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás» (Mt 4: 10; Dt 6:13; 10: 20).
La tercera respuesta es tomada de un pasaje relacionado, Deuteronomio 8: 3: «Él respondió y dijo: Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4: 4). Las tres fueron respuestas a la tentación de poner a prueba a Dios, implícito en lo cual no estaba meramente el cuestionamiento sino un verdadero desafío a Dios y a su palabra ley.
Un séptimo principio que se sigue de la Shemá Israel se declara en Deuteronomio 6:16-19: No tentaréis a Jehová vuestro Dios, como lo tentasteis en Masah. Guardad cuidadosamente los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y sus testimonios y sus estatutos que te ha mandado. Y haz lo recto y bueno ante los ojos de Jehová, para que te vaya bien, y entres y poseas la buena tierra que Jehová juró a tus padres; para que él arroje a tus enemigos de delante de ti, como Jehová ha dicho.
Fue esto lo que Satanás trató de que Jesús hiciera: probar a Dios, poner a Dios a prueba. Israel tentó a Dios en Masah al plantear la pregunta: « ¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?» (Éx 17:7).
La adoración a Jehová no solo excluye toda idolatría, que el Señor, como Dios celoso, no soporta (Véase Éx 20: 5), sino que castigará con destrucción de la tierra («la faz de la tierra», como en Éx 32: 12). También excluye tentar al Señor mediante murmuración incrédula contra Dios, si este no elimina de inmediato todo tipo de angustia, como el pueblo ya lo había hecho en Masah, o sea, en Refidim (Éx 17: 1-7).
Este séptimo principio, por tanto, prohíbe que se pruebe a Dios por incredulidad: la ley de Dios es la prueba del hombre; por consiguiente, el hombre no puede presumir ser dios y poner a Dios y a su palabra-ley a prueba. Tal cosa es la suprema arrogancia y blasfemia; es lo opuesto a la obediencia, porque es la esencia de la desobediencia a la ley. De aquí que se contrasta con un diligente guardar de la ley. Esta obediencia es la condición de la bendición; es la base de la conquista y de la posesión, en términos de lo cual el pueblo del pacto de Dios, el pueblo de Su ley, entra en su herencia.
Tentar o probar a Dios tiene otras implicaciones. Según Lutero, La primera manera es no usar las cosas necesarias que están a mano sino buscar otras, que no están a mano. Así que tienta a Dios quien ronca y no quiere trabajar, dando por sentado que Dios debe sustentarlo sin trabajar, aunque Dios ha prometido proveerle mediante su trabajo, como Pr 10: 4 dice: «La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece». Este celibato vulgar es parecido a eso también…
En segundo lugar, se tienta a Dios cuando nada necesario está a mano excepto la desnuda y sola Palabra de Dios. Porque aquí los impíos no se contentan con la palabra; y a menos que Dios haga lo que prometió en el tiempo, en el lugar, y en la manera prescrita por ellos mismos, se dan por vencidos y no creen.
Pero prescribirle lugar, tiempo o manera a Dios es en realidad tentarlo y tantear, por así decirlo, a ver si acaso está allí. Pero esto es nada más que querer poner límites a Dios y sujetarlo a nuestra voluntad; en verdad, privarle de su divinidad. Él debe ser libre, y no sujeto a límites y limitaciones, y ser el que nos prescribe a nosotros los lugares, medios y tiempos.
Por consiguiente ambas tentaciones son contra el primer mandamiento. El descuido de la shemá Israel y Deuteronomio 6 ha sido parte y lote del descuido de la ley.

2. LA PALABRA INDIVISA

Varias declaraciones de prólogo o prefacio aparecen en la ley, que en general no se consideran parte de la ley. Calvino llamó a estos pasajes «Prefacio a la ley», que lo son en un sentido preciso, pero son igualmente parte de la ley, el primer mandamiento en particular porque afirman la naturaleza exclusiva del único Dios verdadero y prohíben la lealtad de Israel a los demás dioses. Estos pasajes son Éxodo 20: 1, 2; 23: 20-31; Levítico 19: 36, 37; 20: 8; 22: 31-33; Deuteronomio 1: 1—4: 49; 5: 1-6; 7: 6-8; 8: 1-18; 10: 14-17; 11: 1-7; 13: 18; 26: 16-19; 27: 9, 10.
Primero, se declara la premisa del mandamiento, incluso como en la Shemá Israel, de que Dios es el único Señor (Jehová o Yahvé, El Que Es, El Uno, el Autoexistente, absoluto y eterno), y, segundo, que Israel está ante Dios por la gracia electora de Dios: Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre (Éx 20:1, 2).
Llamó Moisés a todo Israel y les dijo: Oye, Israel, los estatutos y decretos que yo pronuncio hoy en vuestros oídos; aprendedlos, y guardadlos, para ponerlos por obra. Jehová nuestro Dios hizo pacto con nosotros en Horeb. No con nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos.
Cara a cara habló Jehová con vosotros en el monte de en medio del fuego. Yo estaba entonces entre Jehová y vosotros, para declararos la palabra de Jehová; porque vosotros tuvisteis temor del fuego, y no subisteis al monte. Dijo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre (Dt 5: 1-6).
Pero a vosotros Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día (Dt 4: 20).
En estos y muchos de los otros pasajes citados arriba, se declara la soberanía de Dios y su gracia electora. En Deuteronomio 5:3, los «padres» que perecieron en el desierto, aunque fuera del pacto, quedan excluidos del mismo por declaración de Dios; el pacto es «con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos». Los que perecieron habían sido separados de Dios por su incredulidad. El «pueblo de su heredad» (Dt 4: 20) son los israelitas creyentes.
La historia de la gracia, y el hecho de la gracia salvadora de Dios para Israel, se cita repetidas veces, para impedir en el pueblo la presunción y el orgullo (Dt 1—4; 7: 6-8; 8: 1-6, 11-18; 9: 1-6; 10: 14-17, 21-22; 11: 1-8; 26: 16-19; 27: 9, 10; 29: 2-9).
La historia de la gracia también es una promesa de gracia y la respuesta del hombre
es de obediencia agradecida a la ley y una devoción leal al único Dios verdadero.
Tercero, el Ángel del SEÑOR irá delante de su pueblo, para guardarlos y librarlos: He aquí yo envío mi Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de él, y oye su voz; no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él.
Pero si en verdad oyeres su voz e hicieres todo lo que yo te dijere, seré enemigo de tus enemigos, y afligiré a los que te afligieren.
Porque mi Ángel irá delante de ti, y te llevará a la tierra del amorreo, del heteo, del ferezeo, del cananeo, del heveo y del jebuseo, a los cuales yo haré destruir. No te inclinarás a sus dioses, ni los servirás, ni harás como ellos hacen; antes los destruirás del todo, y quebrarás totalmente sus estatuas. Mas a Jehová vuestro Dios serviréis, y él bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti. No habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra; y yo completaré el número de tus días.
Yo enviaré mi terror delante de ti, y consternaré a todo pueblo donde entres, y te daré la cerviz de todos tus enemigos. Enviaré delante de ti la avispa, que eche fuera al heveo, al cananeo y al heteo, de delante de ti. No los echaré de delante de ti en un año, para que no quede la tierra desierta, y se aumenten contra ti las fieras del campo.
Poco a poco los echaré de delante de ti, hasta que te multipliques y tomes posesión de la tierra. Y fijaré tus límites desde el Mar Rojo hasta el mar de los filisteos, y desde el desierto hasta el Éufrates; porque pondré en tus manos a los moradores de la tierra, y tú los echarás de delante de ti. No harás alianza con ellos, ni con sus dioses. En tu tierra no habitarán, no sea que te hagan pecar contra mí sirviendo a sus dioses, porque te será tropiezo (Éx 23: 20-33).
El Ángel del Señor (Gn 16: 10, 13; 18: 2-4, 13, 14, 33; 22: 11, 12, 15, 16; 31: 11, 13; 32: 30; Éx 3: 2, 4; 20: 20ss.; 32: 34; 33: 14; Jos 5: 13-15; 6: 2; Is 63: 9; Zac 1:10-13; 3:1-2) se identifica con el Señor; aquellos a quienes Él se revela lo reconocen como Dios; los escritores bíblicos lo llaman SEÑOR; las Escrituras aquí implican una pluralidad de personas en la deidad.
Es más, Dios afirma claramente que «mi nombre está en él», que es lo mismo como «yo estoy en Él» (Éx 23:21). El Ángel del Señor aparece en el Nuevo Testamento repetidas veces, por ejemplo en Hechos 5:19; 12:7-11, 17, etc. San Pablo identifica al Ángel como Jesucristo (1ª Co 10: 9).
Cuarto, serán preservados de plagas y epidemias (Éx 23: 25-27), de modo que a la obediencia le siguen bendiciones materiales. Estas bendiciones materiales incluyen la expulsión de sus enemigos delante de ellos y darles una gran herencia (Éx 23: 27-31). El que todo esto va ligado al primer mandamiento aparece en Éxodo 23: 32, 33; ellos deben separarse de todos los demás dioses: no pueden hacer «ningún pacto» con los incrédulos (ni por matrimonio, tratado o comunidad) ni con sus dioses.
Un versículo importante que viene a la conclusión de la ley es todavía una exposición de la actitud del hombre ante la ley. En Deuteronomio 29:29 Moisés, después de advertirles sobre la maldición de la desobediencia, declaró: Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley.
Una interpretación que es de lo más pertinente al contexto de esta afirmación comenta: Esas cosas reveladas incluyen la ley con sus promesas y amenazas; consecuentemente lo que está oculto puede referirse solo al modo en el cual Dios ejecutará en el futuro su consejo y voluntad, que Él ha revelado en la ley, y completará su obra de salvación independientemente de la apostasía del pueblo.
Esto quiere decir, quinto, que la ley, la revelación de Dios, tiene detrás la voluntad secreta de Dios por la que su consejo persistirá y la rebelión del hombre será confundida, al triunfo de su Reino en su propio tiempo y manera. En pocas palabras, la ley es revelada; el cumplimiento de la ley es seguro porque Dios es Dios; el modo y tiempo están bien ocultos. El tribunal lo convoca Dios, y no el hombre.
Sexto, la ley es una palabra indivisa: No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno (Dt 4: 2).
El significado claro es que todas las Escrituras la ley, los profetas y el evangelio son una palabra. Se pueden añadir palabras, hasta el cierre de la revelación, cuando incluso se prohíbe añadir (o quitar) palabras (Ap 22: 18, 19). No puede haber separación arbitraria entre la ley y el evangelio; un Dios quiere decir una palabra. Dividir la palabra es negar a Dios.

3. DIOS VS. MOLOC

Calvino, en su excelente clasificación de la ley en sus Comentarios de los cuatro últimos libros de Moisés arreglados en forma de armonía, cita Deuteronomio 18: 9-22; 13: 1-4; Levítico 18:21; 19:26, 31; y Deuteronomio 12: 29-32 como básicos para el primer mandamiento. Estos pasajes tienen que ver con el esfuerzo del hombre de conocer y controlar el futuro. Puesto que Dios es el Señor, Hacedor del cielo y de la tierra, y el que determina todas las cosas, todo esfuerzo por conocer y controlar el futuro fuera de Dios es levantar otro dios en desprecio al Señor. Moisés cita todas las formas ilícitas de adivinar el futuro:
Cuando entres a la tierra que Jehová tu Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti. Perfecto serás delante de Jehová tu Dios.
Porque estas naciones que vas a heredar, a agoreros y a adivinos oyen; mas a ti no te ha permitido esto Jehová tu Dios (Dt 18: 9-14).
Y no des hijo tuyo para ofrecerlo por fuego a Moloc; no contamines así el nombre de tu Dios. Yo Jehová (Lv 18:21).
No comeréis cosa alguna con sangre. No seréis agoreros, ni adivinos (Lv 19: 26).
No os volváis a los encantadores ni a los adivinos; no los consultéis, contaminándoos con ellos. Yo Jehová vuestro Dios (Lv 19: 31).
Cuando Jehová tu Dios haya destruido delante de ti las naciones adonde tú vas para poseerlas, y las heredes, y habites en su tierra, guárdate que no tropieces yendo en pos de ellas, después que sean destruidas delante de ti; no preguntes acerca de sus dioses, diciendo: De la manera que servían aquellas naciones a sus dioses, yo también les serviré.
No harás así a Jehová tu Dios; porque toda cosa abominable que Jehová aborrece, hicieron ellos a sus dioses; pues aun a sus hijos y a sus hijas quemaban en el fuego a sus dioses. Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás (Dt 12: 29-32).
El comentario de Calvino sobre Deuteronomio 18: 9-14 va al meollo del asunto: Moisés deja bien claro en este pasaje lo que es tener otros dioses, es decir, mezclar la adoración de Dios con cosas profanas, puesto que su pureza se mantiene solo al expulsar de ella toda superstición foránea. La suma, por consiguiente, es que el pueblo de Dios debe abstenerse de todas las invenciones de los hombres, por las que se adultera la religión pura y sencilla.
Igualmente de pertinente es la observación de otro comentarista: Moisés agrupa todas las palabras que el lenguaje contenía sobre los diferentes modos de explorar el futuro y descubrir la voluntad de Dios, con el propósito de prohibir toda forma de adivinación, y pone la prohibición de la adoración a Moloc a la cabeza, para mostrar la conexión interna entre la adivinación y la idolatría, posiblemente debido a que el pasar a los hijos por fuego en el culto a Moloc estaba más íntimamente vinculado con la adivinación y la magia que cualquier otra forma de idolatría.
Se cita una amplia variedad de prácticas. Un «encantador» es alguien que susurra o que encanta serpientes; un brujo, alguien que usa augurios o conjuros; un mago, es el que aduce conocer los secretos del otro mundo; el que consulta a los muertos, es el que dice hablar con los muertos, y así por el estilo. Pero el mal clave es la adoración a Moloc.
La palabra Moloc (o Melec, Melek, Malic), quiere decir rey, y es una pronunciación equívoca del nombre de un pagano, en la que se retenían las consonantes de rey y se usaban las vocales de la palabra vergüenza. Se hacía sacrificios humanos a este dios, al que se le identifica como el dios de Amón en 1ª Reyes 11: 7, 33. Hay referencias a Moloc en Jeremías 49: 1, 3; Amós 1: 15; Sofonías 1:5; Levítico 18: 21; 20: 2-5; 2ª Reyes 23: 10; Jeremías 32:35, etc., y el lugar de adoración a Moloc en Israel era el valle de Hinón (Jer 32: 35; 2ª R 23: 10). La adoración a Moloc no se limitaba a Amón.
Moloc es «el rey» o «la realeza». El nombre de Moloc también se da como Milcom, (1ª R 6: 5, 33; Jer 49: 1, 3; Sof 1: 5). Moloc era una faceta de Baal (Jer 32:35), y Baal quiere decir señor. Bajo el nombre de Melcart, rey de Tiro, se adoraba a Baal con sacrificios humanos en Tiro.
Se conoce relativamente poco de Moloc. Mucho más se sabe del concepto de la realeza divina: el rey como dios, y el dios como rey, como enlace humano y divino entre el cielo y la tierra. El dios rey representaba al hombre en una escala más alta, el hombre ascendido, y la adoración de tal dios, o sea, de tal Baal, era la aseveración de la continuidad del cielo y la tierra. Era la creencia de que todos los seres eran un solo ser, y que el dios por consiguiente era un hombre ascendido en esa escala de ser. El poder manifestado en el orden político era pues una manifestación o aprehensión y apoderamiento del poder divino. Representaba el triunfo de un hombre y su pueblo. La adoración a Moloc, pues, era una religión política.
Puesto que Moloc representaba realeza y poder, los sacrificios a Moloc representaban la adquisición, por lo menos, de inmunidad como seguro y protección, y, en su instancia más elevada, de poder. Los sacrificios «más altos» del paganismo, y especialmente en la adoración a Baal, eran sacrificios de la humanidad, o sea, automutilaciones, notablemente el castrado, el sacrificio de los hijos y de la descendencia, y cosas parecidas.
El sacerdote llegó a identificarse con el dios al grado en que «se apartaba» de la humanidad mediante su castración, su separación de las relaciones humanas normales, y sus anormalidades. El rey llegaba a identificarse con el dios al grado en que manifestaba poder absoluto. El sacrificio de niños era el sacrificio supremo a Moloc. La adoración a Moloc entró en Israel cuando Salomón edificó un altar a Moloc para sus esposas extranjeras, las amonitas en particular.
Al parecer, Salomón limitó el alcance sacrificial de ese altar, porque muchas generaciones pasaron antes del primer sacrificio humano, pero el acto de Salomón (1ª R 11: 7, 8) había introducido en Israel el culto.
La adoración a Moloc era por tanto adoración al estado. El estado era el orden verdadero y supremo, y la religión era un departamento del estado. El estado demandaba total jurisdicción sobre el hombre; tenía, por consiguiente, derecho al sacrificio total. T. Robert Ingram, en su excelente estudio de la ley casi el único trabajo meritorio sobre la ley en generaciones, correctamente vincula el primer mandamiento a la prohibición del estatismo y el totalitarismo.
Hablando del «gobierno que se arroga todo el poder y no se postra ante nadie», Ingram comenta: La palabra moderna que encaja con tal gobierno es totalitario: un gobierno que se arroga poder total. La meta cúspide de Satanás es tener un gobierno mundial totalitario. Nosotros, que hemos conocido algo del Dios Creador sabemos que el poder total puede residir solo en él. Claro, el hacedor de todo es mayor que todo lo que hace.
La misma posibilidad de un monstruo Frankenstein, una creación de manos humanas que pueda destruir a los humanos y no ser destruida por ellos, es una imagen falsa de una razón distorsionada. Presupone un genio sobrenatural perverso que engaña a los hombres haciéndoles pensar que han hecho algo cuando en realidad no han sido sino agentes pasivos de un poder desconocido. El alfarero puede hacer lo que quiere con su barro.
Es cierto que lo máximo en supremacía, el poder más grande que hay, es el poder de dar existencia a todo lo que es. Solo Dios no le debe su existencia a nadie y tiene existencia eterna en sí mismo. La sola posibilidad de un poder total que reside en alguna parte nos obliga a reconocerlo en el Creador. El poder total no puede ubicarse en ninguna otra parte.
Cualquier persona que rehúsa reconocer que todas las cosas fueron hechas (y de aquí que hay un Hacedor) descarta toda consideración del hecho de que el poder total existe en alguna parte. Por tanto podemos decir que lo mismo para los cristianos que para los que no son cristianos no hay una manera razonable de establecer poder total en otra parte que no sea en el Creador de todas las cosas. Aparte de él, todo poder es dividido y por consiguiente limitado.
El que un estado se adjudique jurisdicción total, como lo hace el estado moderno, es aducir ser como dios, ser el gobernador total del hombre y del mundo.
En lugar de ley limitada y jurisdicción limitada, el estado anticristiano moderno demanda jurisdicción de la cuna al sepulcro, del vientre a la tumba, sobre beneficencia, educación, adoración, familia, negocios y agricultura, capital y mano de obra, y todo lo demás. El estado moderno es un Moloc que exige adoración a Moloc, que demanda jurisdicción total sobre el hombre y por tanto sacrificio total.
Pero, como Ingram observa, con respecto a la adoración, «solo el poder que hay que adorar puede ordenar la manera en que se le debe adorar». De modo similar, solo el poder que es supremo tiene el derecho de ser la fuente de la ley.
Dios es la única fuente verdadera de la ley; el estado es una agencia de ley, una agencia entre muchas (iglesia, escuela, familia, etc.), y tiene un aspecto específico y limitado de ley para administrarla bajo Dios. El Estado Moloc niega tales límites: insiste en imponer impuestos a voluntad, en expropiar a gusto mediante «dominio eminente», y se arroga el derecho de obligar a la juventud a la guerra y a la muerte a voluntad del estado.
El Estado Moloc es producto de la apostasía. Cuando un pueblo rechaza a Dios como Rey, y hace de un hombre o un estado su rey (1ª S 8: 7-9), Dios declara las consecuencias:
Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros.
Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día (1ª S 8: 11-18).
Varios aspectos del estado que rechaza a Dios se citan aquí: Primero, se instituirá e impondrá una conscripción militar antibíblica. Segundo, habrá batallones de trabajo obligatorio conscriptos para el servicio del estado. Tercero, la conscripción será de hombres y mujeres jóvenes, y también de animales. Cuarto, el estado confiscará la propiedad de tierra y de ganado. Quinto, debido a que el estado está ahora haciendo de dios y rey, exigirá como Dios un diezmo, una décima parte de la ganancia del hombre como impuestos. Sexto, Dios no oirá a un pueblo que se queje por pagar el precio de sus pecados.
Todas estas condiciones las cumplen y supera el Estado Moloc moderno, que rehúsa contentarse con un diezmo sino que exige un impuesto igual a varios diezmos.
En algunos países, el impuesto local exigido es una apropiación increíble. Así, el finado Luigi Einaudi, el más destacado economista de Italia y ex presidente de la república, calculó que, si todo el impuesto consignado en los libros de estatutos fuera recaudado, el estado absorbería el 110% del ingreso nacional».
El Estado Moloc representa el esfuerzo supremo del hombre por controlar el futuro, predestinar al mundo y ser como Dios. Aun los esfuerzos menores adivinación, búsqueda de espíritus, magia, y hechicería son igualmente anatema para Dios. Todo eso representa esfuerzos de tener el futuro en términos diferentes a los de Dios, tener un futuro aparte de Dios y en desafío a Dios. Son afirmaciones de que el mundo no es de Dios sino del poder de facto, y que el hombre puede de alguna manera dominar al mundo y al futuro yendo directamente a la materia prima del mismo.
En este sentido, el rey Saúl por fuera se conforma a la ley de Dios al abolir todas las artes ocultas, pero, cuando enfrenta una crisis, acude a la hechicera de Endor (1ª S 28). Saúl sabía cómo estaba ante Dios: en rebelión e impenitente. Sabía además lo que decía la ley y el profeta Samuel en cuanto a él (1ª S 15: 10-35). Samuel vivo le había declarado el futuro divino.
Al acudir a la hechicera de Endor, Saúl intentó hablar con Samuel muerto, con la fe y esperanza de que Samuel muerto estuviera en contacto e informado respecto a un mundo de poderes fácticos fuera de Dios que pudiera ofrecerle un futuro libre de Dios, y libre de la ley. Pero la palabra de la tumba solo subraya la palabra ley de Dios (1ª S 28: 15-19). Fue una palabra condenatoria.
Hay que incluir la astrología en los esfuerzos impíos que no pueden apagar ni soslayar el juicio (Is 47: 10-14).
En Levítico 19:26, se prohíbe la adivinación y la hechicería en la misma frase junto a comer sangre. La definición de Davis del significado de la sangre en la Biblia merece que se cite en pleno como una declaración sucinta del asunto: SANGRE. Fluido vital que circula por el cuerpo, llevado por un sistema de arterias profundas desde el corazón a las extremidades, y por un sistema de venas superficiales de regreso al corazón.
La vida está en la sangre (Lv 17: 11, 14): o la sangre es la vida (Dt 1: 23), aunque no exclusivamente (Sal 104: 30). La sangre representa la vida, y tan sagrada es la vida delante de Dios que se pudo decir que la sangre del asesinado Abel clamaba a Dios por venganza desde la tierra (Gn 4: 10); e inmediatamente después del diluvio se prohíbe que se coma la sangre de los animales inferiores, aunque se autoriza matarlos para comer (9: 3, 4; Hch 15: 20, 29), y se establece la ley: «El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada» (Gn 9: 6). La pérdida de la vida es el castigo del pecado, y el derramamiento de sangre vicario típico era necesario para remisión (Heb 9:22). Por eso, bajo la ley mosaica se usaba la sangre de animales en todas las ofrendas por el pecado, y la sangre de las bestias que se mataban en las cacerías o sacrificadas para alimento se derramaba y se cubría con tierra, porque Dios la prohibió como consumo del hombre y la reservó para propósitos de expiación (Lv 17: 10-14; Dt 1: 15, 16).
La «sangre de Jesús», la «sangre de Cristo», la «sangre de Jesucristo» y «la sangre del Cordero», son expresiones figuradas de su muerte expiatoria (1ª Co 10: 16; Ef 2: 13; Heb 9: 14; 10: 19; 1ª P 1:2, 19; 1ª Jn 1: 7; Ap 7: 14; 12: 11).
Puesto que la vida la da Dios y se debe vivir solo en sus términos, ninguna vida de hombre o bestias se puede quitar excepto en los términos de Dios, sea por el estado, por el hombre para comer, o por el hombre en defensa propia. Querer gobernar o quitar la vida aparte de lo que permite Dios, y aparte de su servicio, es intentar gobernar el mundo y el futuro aparte de Dios.
Por esta razón Levítico 19: 26 pone el comer sangre, la adivinación y la hechicería en el mismo nivel como el mismo pecado en esencia. Deuteronomio 18: 13 ordena: «Perfecto serás (o «irreprensible», NVI, «totalmente fiel», PDT, «intachable», LBLA) delante de Jehová tu Dios». Esto es parte del mandamiento repetido a menudo: «Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios» (Lv 19: 2; 11: 44; Éx 19: 6; Lv 20: 7, 26; 1ª Ts 4: 7; 1ª P 1: 15, 16, etc.).
Ser santo quiere decir estar separado, o sea, separado de un uso común para un uso sagrado. Los utensilios y vasijas del santuario, los ministros y ciertos días fueron separados para el servicio de Dios y por consiguiente eran santos (Éx 20: 8; 30: 31; 31: 10, 11; Nm 5: 17; Zac 14: 21). La contaminación debido a la falta de separación podía ser ceremonial o física (Éx 22:31; Lv 20:26), o podía ser espiritual y moral (2 Co 7:1; 1 Ts 4:7; Lv 20:6, 7; 21:6).
La santidad de Dios es su separación de todo ser creado como el ser no creado y creador, infinito en sabiduría, poder, justicia, bondad, verdad y gloria. La verdadera santidad del hombre es la separación del hombre para Dios en fe y obediencia a la ley de Dios. La ley es así el camino especificado de santidad.

LA ADORACIÓN A MOLOC BUSCA UNA FORMA NO TEÍSTA, NO BÍBLICA, DE ALCANZAR SANTIDAD.

Procura erigirse como poder y gloria mediante sacrificios diseñados para trascender la humanidad. San Pablo señal ó algunas de estas maneras de santidad falsa como «prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado» (1ª Ti 4: 3, 5).
Muy a menudo, las sociedades han sacrificado hombres a fin de dedicar y santificar un edificio, para darle poder. Escribiendo en 1909, Lawson informó en su estudio del persistente paganismo en Grecia: «…se informó de Zacintos apenas hace una generación que un fuerte sentimiento todavía existía allí a favor de sacrificar a un mahometano o un judío en el cimiento de puentes importantes y otros edificios; y hay una leyenda de un negro al que en efecto se emparedó en el puente de un acueducto cerca de Lebadea en Beocia». Strack, al refutar todo ritual racial de sangre entre los judíos, llamó la atención a las abundantes evidencias de sacrificios humanos supersticiosos y sacrificios animales en la Europa moderna.
Los esfuerzos del hombre para controlar el mundo y ser la fuente de la predestinación también conducen a falsos profetas. La ley que gobierna esto declara: Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma. En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis (Dt 13: 1-4).
Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis; conforme a todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera. Y Jehová me dijo: Han hablado bien en lo que han dicho. Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.
Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta. El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá. Y si dijeres en tu corazón: ¿Cómo conoceremos la palabra que Jehová no ha hablado?; si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él (Dt 18: 15-22).
Deuteronomio cita tres casos de instigación a la idolatría, primero, en los vv. 1-5, por el falso profeta; segundo, en los vv. 6-11, por un individuo aislado; y, tercero, por  una ciudad, vv. 12-18. El castigo en cada caso fue la muerte sin misericordia. Para la mente moderna, esto parece drástico. ¿Por qué la pena de muerte por la idolatría?
Si la idolatría no tiene importancia para el hombre, que se imponga un castigo por ella es espantoso. Pero el hombre moderno no hace objeciones a la pena de muerte por crímenes contra el estado, o contra «el pueblo», o contra «la revolución», porque estas cosas son importantes para él.
La pena de muerte no se requiere aquí por creencia privada: es por los intentos de subvertir a otros y subvertir el orden social seduciendo a otros a la idolatría. Debido a que el fundamento de la ley bíblica es el único Dios verdadero, la ofensa central es por consiguiente traición a ese Dios en forma de idolatría. Todo orden ley tiene su concepto de traición. Ningún orden ley puede permitir un ataque a sus cimientos sin suicidarse. Los estados que aducen abolir la pena de muerte siguen reteniéndola por completo para crímenes contra el estado. Los fundamentos de un orden ley se deben proteger.
Las ofensas criminales siempre exigen un castigo. La pregunta crítica en cualquier sociedad es ésta: ¿a quién se debe castigar? La ley bíblica declara que debe prevalecer la restitución: si un hombre roba $100, debe restaurar los $100 más otros $100; se castiga al delincuente. En ciertos crímenes, su restitución es su propia muerte.
En la sociedad humanista moderna, se penaliza a la víctima. No hay restitución, y hay un castigo cada vez más leve para el delincuente. Sin restitución, el delito se vuelve potencialmente lucrativo, y el estado penaliza a la víctima. La víctima es penalizada por el delito, por los costos de la corte, y los costos de prisión que se reflejan en los impuestos.
Pero el delito siempre cobra una pena por encima y más allá de los individuos que intervienen como víctimas y delincuentes. Se rompe el orden ley; se rompe la paz y la salud de la sociedad. Una sociedad que tolera atentados contra sí misma y contra los ciudadanos que cumplen la ley es una sociedad peligrosa y agonizante.
Básico para la salud de una sociedad es la integridad de sus fundamentos. Permitir que se altere sus fundamentos es permitir una rebelión total. La ley bíblica no puede permitir la propagación de la idolatría, como el marxismo no puede permitir la contrarrevolución, ni una monarquía un movimiento para ejecutar al rey, ni una república un intento de destruir la república y producir una dictadura.
Se debe notar que Deuteronomio 13: 5-18 no pide la pena de muerte por incredulidad o herejía. Condena a los falsos profetas (vv. 1-5) que con señales y prodigios tratan de llevar al pueblo a la idolatría. Condena a los individuos que en secreto tratan de empezar un movimiento hacia la idolatría (vv. 6-11). Condena a las ciudades que establecen otra religión y subvierten el orden ley de la nación (vv. 13-18), y el hombre debe imponer esta condenación para alejar el castigo de Dios (v. 17).
Esta condenación no se aplica a una situación misionera, donde el país es contrario a Dios; es una cuestión de conversión. Exige a la nación basada en un sistema ley de Dios que preserve ese orden y que castigue la traición básica contra ella. Ninguna sociedad escapa a la prueba, y Dios prueba al hombre con estos retos, para ver si el hombre sigue los términos del orden de Dios o no (v. 3).
Después de habérselas con los falsos profetas, o sea, falsos mediadores, la ley se vuelve al único verdadero Mediador: Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis (Dt 18: 15).
Este profeta y su obra se describen en los vv. 15-19. Los hombres deben obedecerlo, o de lo contrario el Señor se los cobrará (v. 19). El comentario de Waller respeto al profeta es bien bueno: La relación entre estos versículos y los precedentes la ilustra bien la pregunta de Isaías (cap. 8:19): «Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos?» O, como el ángel dijo la frase en la mañana de resurrección, « ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?».
Según Calvino, «la expresión “un profeta”, se aplica por enálage a varios profetas. De ningún modo más correcta es su opinión, que se aplica solo a Cristo».
Claramente, este pasaje no se refiere a los profetas en general, y en los vv. 20-22, se identifica al falso profeta y se le llama presuntuoso: «No tengas temor de él».
El término, sin embargo, igual de claro y de forma más obvia, se aplica al gran Profeta y Mediador, que está en contra de los muchos falsos mediadores. Todos los profetas son portavoces de aquel Profeta que habla la palabra del Señor. Puesto que solo hay un Dios verdadero, hay una palabra y un portavoz. Todos los profetas fueron portavoces del Profeta, Jesucristo, la segunda persona de la Trinidad.
El mandamiento es «No tendrás dioses ajenos delante de mí». En nuestro mundo politeísta, los muchos otros dioses son las muchas personas: todo hombre es su propio Dios. Todo hombre bajo la ideología humanista es su propia ley y su propio universo. El anarquismo es el credo personal, y el estatismo totalitario el credo social, puesto que solo la coacción, en un mundo politeísta, une a los hombres.
Durante la reciente ocupación de la Sorbona un estudiante borró un gran letrero de «No fumar» cerca de la entrada al auditorio y escribió: «Tienes el derecho de fumar». A su debido tiempo otro estudiante añadió: «Se prohíbe prohibir». Este eslogan ha cundido y ahora aparece en muchos lugares que los estudiantes controlan. En letras de más de un metro en el gran salón de la
Sorbona alguien ha escrito: «Creo que mis deseos son la verdad porque creo en la verdad de mis deseos».
Estos estudiantes sin ley, a la vez que afirman que nadie tiene el derecho de prohibirles nada, de coaccionarlos a conducta alguna, se inclinan a coaccionar a una nación entera. Total anarquía quiere decir coacción total. Esto es adoración a Moloc con venganza: hay que sacrificar a toda la sociedad para satisfacer a estos modernos adoradores de la destrucción.
La rebelión estudiantil es el clímax apropiado para la educación estatista. Entregar a los hijos al estado es entregarlos al enemigo. Para los hijos entregados, como los nuevos jenízaros de los nuevos turcos, convertir la sociedad que los engendró y destruirla es un castigo de la adoración a Moloc de sus ancianos. Tener otros dioses y otras leyes, otras escuelas, y otras esperanzas aparte del único Dios verdadero es pedir que caiga todo el peso de la ley como castigo.
Nuestra cultura hoy se parece a la leyenda de Empédocles, el filósofo griego: Incluso en vida, Empédocles fue una figura carismática. Diódoro lo describe como coronado de laurel, vestido de púrpura como un dios, y con sandalias de oro. Enseñaba que las más altas formas de vida humana, las más cercanas a lo divino, eran el profeta y el médico.
Él era ambas cosas. Como mito vivo, atrajo la leyenda. El más espectacular de los relatos sin respaldo es el cuento de su muerte en un salto suicida al cráter del Aetna: inmolación en la esperanza de convertirse en dios, o por lo menos de que se le adorara como a un dios. La montaña, se dice, más tarde devolvió una sandalia de oro.
Como el legendario Empédocles de la antigüedad, nuestro mundo actual trata de convertirse en dios inmolándose.

4. LAS LEYES DE LA MEMBRESÍA DEL PACTO

Los que obedecen el primer mandamiento («No tendrás dioses ajenos delante de mí») son miembros del pacto. Los dos ritos básicos del pacto en el Antiguo Testamento eran la circuncisión y la Pascua, y, en el Nuevo Testamento, el bautismo y la comunión.
Génesis 17: 9-14 nos da la institución de la circuncisión como señal del pacto.
El requisito del pacto es obediencia a la ley moral (Gn 17: 1; 18: 17-19). «Es más, el carácter ético de la religión del AT lo simboliza la circuncisión.» La práctica de la circuncisión estaba ampliamente extendida en todas las culturas, y siempre era religiosa. Es el acto de cortar el prepucio del órgano genital masculino.
Para entender doctrinalmente la circuncisión, dos hechos son significativos: primero, fue instituida antes del nacimiento de Isaac; segundo, en la revelación que la acompaña se hace referencia solo a la segunda promesa, relativa a la posteridad numerosa. Estos dos hechos juntos muestran que la circuncisión tenía algo que ver con el proceso de propagación. No en el sentido de que el acto sea pecado en sí mismo, porque no hay ni rastro de esto en ninguna parte del AT.
No es el acto sino el producto, es decir, la naturaleza humana, lo que es impuro, y necesita purificación y cualificación. De aquí que la circuncisión no se aplica, como entre los paganos, a hombres adultos, sino a infantes en el octavo día. La naturaleza humana es inmunda y descalificada en su propia fuente. El pecado, en consecuencia, es cuestión de raza y no solo del individuo. Es preciso recalcar la necesidad de cualificación especialmente bajo el AT.
En ese tiempo, las promesas de Dios tenían referencia cercana a cosas temporales, naturales. De aquí que se produjo el peligro de que la descendencia natural pudiera entenderse como con derecho a la gracia de Dios. La circuncisión enseña que la descendencia física de Abraham no es suficiente para hacer verdaderos israelitas. Hay que quitar la impureza y descalificación de la naturaleza. Dogmáticamente hablando, por consiguiente, la circuncisión significa justificación y regeneración, más santificación (Ro 4: 9-12; Col 2: 11-13).
La ley, en Levítico 12:3, requiere la circuncisión al octavo día. Todos los que deseaban participar de la Pascua, hebreos o extranjeros, tenían que estar circuncidados (Éx 12: 4-48-43). Jesús y Juan el Bautista fueron circuncidados (Lc 1: 59; 2: 21), y también San Pablo (Fil 3: 5), quien insistió en la circuncisión de Timoteo, que tenía una madre judía y padre griego (Hch 16: 3). Pero Pablo no la exigió de Tito (Gá 2: 3).
Desde el principio se entendió el significado de la circuncisión y sus consecuencias espirituales: Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más el corazón de tu descendencia.
Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y vuestra cerviz (Dt 10: 16). Para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas (Dt 30: 6).
Expresiones similares se hallan en Levítico 26:41; Jeremías 4:4; 6:10; Romanos 2: 28-29; Colosenses 2: 11, etc.
Los comentaristas modernos no ven gran distinción entre la circuncisión hebrea y la pagana. Las diferencias, por supuesto, son muy grandes. Para el cristiano, la diferencia principal es que el rito bíblico lo ordenó Dios como parte de su revelación. Con respecto al significado del rito, en el paganismo es un ritual de iniciación en la edad varonil, y en la tribu o clan. En tanto que otras religiones por lo general reconocen un defecto en la naturaleza humana, también sostienen que el hombre puede remediar el defecto: de aquí la relación de la circuncisión con el inicio de la edad viril.
El joven asume sus responsabilidades en la sociedad, y también su responsabilidad religiosa para conformarse al estándar religioso mediante un acto voluntario. El paganismo es pelagiano hasta la médula. La circuncisión en el octavo día le quita al hombre el poder del rito y lo asigna a Dios: el nene no es capaz de justificarse, regenerarse ni santificarse; es enteramente pasivo en el rito. De esta manera se establece el hecho de la gracia divina.
El pacto totalmente representa iniciativa y gracia de Dios, y la señal del pacto representa lo mismo. El mandamiento, por consiguiente, era claro: la circuncisión debía ser en el octavo día (o después), cuando la sangre del niño se coagularía apropiadamente y permitiría la operación.
Una ceremonia relativa a la circuncisión es la purificación de la mujer después del parto (Lv 12). La impureza de la mujer tiene referencia a una impureza religiosa y sacramental. Micklem observa en cuanto a Levítico 12:12:
La traducción impura es peculiarmente desdichada aquí, porque inevitablemente sugiere desaprobación o disgusto, y resalta el criterio maniqueo del mal inherente en la carne. El pasaje se podía parafrasear: «Cuando una mujer tenga un hijo, el sentimiento apropiado requiere que permanezca recluida por una semana; y entonces hay que circuncidar al niño; aunque ella debe quedarse en casa por un mes, y su primera salida debe ser a la iglesia».
El punto respecto al maniqueísmo es correcto, ¡pero está en juego más que un «sentimiento apropiado»! Ni la carne ni el espíritu del hombre caído son limpios ante Dios. No hay más esperanza en las cosas espirituales que en las cosas materiales. La circuncisión atestigua el hecho de que la esperanza del hombre no está en la generación sino en la regeneración, y el testimonio de la ceremonia de la purificación de la mujer es lo mismo.
Los días de la impureza para un niño varón eran siete; la circuncisión, por su testimonio de la gracia del pacto, terminaba ese período. Para la niña, los días de la impureza eran catorce, y durante ese tiempo la mujer no debía tocar ninguna cosa sagrada y tenía prohibida la entrada al santuario.
A estos períodos les seguían días de purificación, treinta y tres después del nacimiento de un varón, y sesenta y seis días después del nacimiento de una hija, después de los cuales la madre iba al santuario con una ofrenda, un cordero de un año, o, en el caso de pobreza, como María (Lc 2:21-24), dos pichones o palomas.
La circuncisión servía para acortar el tiempo respecto al nacimiento de varones, y el rito de purificación era testimonio de la membrecía en el pacto para las hijas. Era un recordatorio de que la justicia del pacto era de la gracia de Dios para con la madre y el hijo, y que esa gracia, no la raza ni la sangre, es el manantial de la salvación.
El culto continúa en la iglesia, y aparece, por ejemplo, en el Libro de Oración Común como «Acción de gracias después del alumbramiento» o «Purificación de las mujeres». Empieza con la declaración pastoral: «Puesto que agradó a Dios Omnipotente por su bondad concederte un feliz alumbramiento, y te ha preservado en el gran peligro del parto, debes dar sinceras gracias», y concluye con la presentación de parte de la mujer de la ofrenda requerida.
El rito tiene referencia, no al pecado actual sino al pecado original, y es un reconocimiento de la caída del hombre y del pacto de gracia. Con el nacimiento la antigua rebelión de Adán se vuelve a introducir en la familia del pacto en la forma de un niño cuya naturaleza la hereda de Adán. Se reconoce esta corrupción hereditaria, y se implora el pacto de la gracia, en el rito de la purificación de la mujer.
No hay razón válida para la descontinuación del rito. Se ha reducido a una simple acción de gracias en el Libro de Oración Común, que es una atrofia del significado, pero que con todo supera en mucho la práctica de otras iglesias.
El bautismo es la señal del pacto renovado, y reemplaza a la circuncisión. Era una señal de purificación religiosa y consagración en el Antiguo Testamento (Éx 29: 4; 30: 19, 20; 40: 12; Lv 15; 16: 26, 28; 17: 15; 22: 4, 6; Nm 19: 8). En Ezequiel 36: 25-26 se nos da el bautismo («rociamiento») como señal de la regeneración del pueblo del pacto después del cautiverio, y se asocia con un «nuevo corazón».
Jeremías 31: 31-34 asocia este «nuevo corazón» con el nuevo pacto en Cristo. En términos de estos pasajes, a los prosélitos de Israel los bautizaban antes de la circuncisión, indicando que se tenía en mente el nuevo pacto. Juan el Bautista, al llamar a todo Israel al bautismo, produjo sensación, pues indicaba que la era del Mesías había llegado.
El bautismo, como la circuncisión, debía administrarse a los niños, a menos que fuera a un adulto recién convertido, como señal de membrecía del pacto por gracia. No es de sorprender que la mayoría de los que se oponen al bautismo infantil sean lógicamente también pelagianos o por lo menos arminianos. Insisten en afirmar categóricamente la prerrogativa de la salvación del hombre.
El otro rito de la membrecía del pacto, la Pascua, fue instituido en Egipto (Ex 12; 13: 3-10; Nm 9: 1-14; Dt 16: 3-4; Éx 23: 18)) para celebrar el acto culminante de redención divina de castigar a Egipto. Dios mató a todos los primogénitos de Egipto, y sobrevoló las casas de los israelitas y de otros creyentes en donde la sangre de un cordero o cabrito se había untado en el umbral y en los postes de las puertas, y todos los miembros de la familia estaban, bordón en mano, listos para salir en vista de la liberación que Dios les había prometido.
El cordero o cabrito se asaba entero y se lo comía con panes sin levadura (para significar la incorruptibilidad del sacrificio, Lv 2: 11; 1ª Co 5: 7, 8) y hierbas amargas, para significar la amargura de su esclavitud en Egipto.
Algo fundamental en la Pascua es la sangre. En el pacto con Abraham (Gn 15: 7-21), Abraham debía pasar entre las piezas divididas de los animales sacrificados, que preanunciaba la muerte del Hacedor del pacto, o sea, la muerte del verdadero sacrificio que vendría, Jesucristo, y el castigo con la muerte de los que traicionaban su pacto. Moisés en el Sinaí tomó la sangre y la roció sobre el altar y sobre el pueblo (Éx 24: 4-8) para indicar que el pacto descansaba en la expiación provista enteramente por Dios, y que el castigo para la apostasía del pacto era la muerte. Stibbs ha resumido muy bien la principal significación de «sangre» en las Escrituras:
La sangre es una señal visible de una vida que ha acabado violentamente; es la señal de vida que se entrega o se quita en la muerte. Esa entrega o privación de la vida es en este mundo lo máximo en dádivas o precio y transgresión o castigo. El hombre no conoce nada mayor. Así que:
primero, la mayor ofrenda o servicio que una persona puede ofrecer es su sangre o su vida. «Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos» (Jn 15: 13).
Segundo, el mayor delito o mal terrenal es derramar sangre o quitar la vida, es decir, homicidio o asesinato.
Tercero, la máxima pena o pérdida es que derrame la sangre de uno o que se le quite la vida. Por eso se dice del que derrama sangre que «por el hombre su sangre será derramada»; y Pablo dice del magistrado: «… no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo» (Ro 13: 4).
«La paga del pecado es muerte» (Ro 6: 23).
Cuarto, la única expiación posible o adecuada es vida por vida y sangre por sangre. Esta expiación el hombre no la puede hacer. (Vea Sal 49:7-8; Mr 8:36-37). No solo que ha perdido ya derecho a su vida por pecador, sino también que toda vida es de Dios (vea Sal 50: 9-10). El hombre no tiene «sangre» que pueda dar. Esta dádiva necesaria pero de otra manera imposible de obtener la ha dado Dios.

ÉL HA DADO LA SANGRE PARA HACER LA EXPIACIÓN (LV 17: 11).

La expiación es, por consiguiente, solo posible como dádiva de Dios. O, como P. T. Forsyth lo expresó: «El sacrificio es el fruto y no la raíz de la gracia». Lo que es más, cuando nuestro Señor dijo que había «venido para dar su vida en rescate por muchos» (Mr 10: 25), estaba implicando su deidad y su condición humana sin pecado, e indicando el cumplimiento de aquello de lo que la sangre derramada de los sacrificios animales solo era tipo. Aquí en Jesús, el Hijo encarnado, Dios había llegado en persona a dar como Hombre la única sangre que podía hacer expiación. La iglesia de Dios es, por consiguiente, comprada con Su propia sangre (Hch 20: 28).
Estos cuatro significados de «sangre» derramada se cumplen en la cruz de Cristo.
Allí el Hijo del hombre en carne y sangre humana hizo a nuestro favor y para nuestra salvación la suprema ofrenda.
Primero, Dio su vida. (Vea Jun. 10: 17, 18).
Segundo, se convirtió en la víctima del mayor delito de la humanidad. Lo mataron vil e injustamente.
Tercero, «fue contado con los inicuos» (Lc 22:37; de Is 53:12), y sufrió la pena capital de un malhechor. La mano de la ley y el magistrado romano lo mataron. Por el hombre fue derramada su sangre.
Cuarto, él, como Dios hecho carne, dio, como solo él podía dar, su sangre humana para hacer expiación. Ahora, por consiguiente, se puede predicar en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados. Somos justificados por su sangre.
La Pascua celebraba la redención de Israel, así como el sacramento de la Cena del Señor celebra la redención de la verdadera iglesia de Dios por la sangre de Jesucristo.
La celebración del sacramento significa la recepción por fe de la redención y limpieza del pecado y las bendiciones de la vida del pacto en Cristo mediante su sacrificio expiatorio.
La Pascua era el doble testigo que la sangre requería. Se requería sangre, primero, de todo Egipto por su incredulidad. El primogénito representaba en su persona a toda la familia, y la sentencia de muerte se dictó contra ellos como una sentencia de muerte contra todos. Segundo, Israel, no menos que Egipto, estaba sentenciado a muerte. No había en ellos mérito que los salvara, ni podía haberlo.
Pero la sentencia de muerte dictada contra el pueblo del pacto la asumió Dios Hijo en el tipo de la sangre del cordero.

EL MISMO TESTIGO DOBLE DE SANGRE APARECE EN LA CRUZ.

Primero, Israel fue sentenciado a muerte (Mt 24) y destinado a la destrucción por su traición al pacto.
Segundo, el pueblo de Cristo fue redimido del pecado por la sangre del pacto y fue librado del castigo de Jerusalén y Judea.
El sacramento de la Cena del Señor es la Pascua cristiana, «porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad» (1ª Co 5: 7, 8). La primera celebración de la Cena del Señor, en el aposento alto, tuvo lugar a la conclusión y cumplimiento de la Pascua.
El mismo testigo doble es básico en la Cena del Señor, y no se puede celebrar verdaderamente si se niega o soslaya este aspecto. Primero, la Pascua de Israel se celebró en la expectativa de la victoria. Los hebreos debían de comer de prisa; Dios los libraría esa misma noche de su opresor y enemigo mediante un juicio poderoso contra Egipto y el saqueo de los egipcios (Éx 12:11, 29-36).
La Pascua cristiana establece la liberación del creyente del pecado y la muerte y su liberación del enemigo. Es una salvación espiritual y material. Celebrar la muerte del Primogénito de Dios para nuestra salvación es celebrar la muerte de los enemigos de Dios, de sus primogénitos, en su totalidad, bajo castigo divino. Requiere que nos movamos en términos de victoria (Éx 12:11) a fin de recibirla. Limitar el sacramento a una victoria espiritual es actuar como maniqueo y no como cristiano; es ver a Dios como señor solo de lo espiritual y no del ámbito material. Entonces, segundo, como es bien evidente, la Cena del Señor es victoria debido a su juicio.
San Pablo declaró que el sacramento es juicio contra los creyentes que participan de ella «indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor» (1ª Co 11: 27-30). Si es juicio contra los creyentes que transgreden, ¿cuánto mucho más la Cena del Señor proclama condenación a un mundo en rebelión contra Dios?
Pero, tercero, los hijos del pacto (los niños varones circuncidados) y las hijas del pacto, participaban del mismo. En verdad, el servicio fue diseñado para declarar el significado del sacramento a los niños varones más jóvenes capaces de hablar, a quienes se le asignó el papel ritual de preguntar: «¿Qué es este rito vuestro?» (Éx 12: 26). El padre entonces declaraba el significado de todo. En la iglesia primitiva, los niños participaban del sacramento, según todos los registros.
La evidencia de San Pablo indica que familias enteras asistían y participaban; era la comida del anochecer (1ª Co 11). Antiquities of the Christian Church, de Joseph Bingham, cita la evidencia de una práctica largamente ejecutada de participación de niños e infantes. Esta práctica fue una continuación de la Pascua de Israel, y no hay ninguna evidencia bíblica para dejarla. Al mismo tiempo, hay que notar que la iglesia inicial estrictamente excluyó de los sacramentos a los extraños. Los argumentos contra esta inclusión de niños son más racionalistas y pelagianos que bíblicos.
El mandamiento «No tendrás dioses ajenos delante de mí» requiere, primero, que el hombre sepa que su única esperanza de salvación es la sangre del sacrificio de Dios, el Cordero de Dios, y que viva en obediencia agradecida. Segundo, el hombre debe reconocer que toda sangre está gobernada por Dios y su palabra-ley, y que hacer algo aparte de Dios y su palabra-ley es pecado, porque «todo lo que no proviene de fe, es pecado» (Ro 14:23). Como Stibbs ha escrito:
Además, la convicción que subyace en las Escrituras del Antiguo Testamento es que la vida física es creación de Dios. Así que le pertenece a él y no a los hombres. También, sobre todo en el caso del hombre hecho a imagen de Dios, esta vida es preciosa a la vista de Dios. Por consiguiente, no solo que ningún hombre tiene derecho independiente a derramar sangre y quitar la vida, sino que también si lo hace, tendrá que dar cuenta a Dios por lo que hizo. Dios exige la sangre de cualquier hombre que la derrama.
El asesino trae sangre sobre sí mismo no solo a los ojos de los hombres sino primero a ojos de Dios. Y la pena que establece Dios, y que a los otros hombres se les hace responsable de aplicar, es que se debe quitar la vida del asesino. Tal hombre no merece seguir disfrutando de la dádiva divina de la vida. Debe pagar la pena terrenal suprema y perder su vida en la carne. Es más, el carácter del castigo es también significativamente descrito por el uso de la palabra «sangre». «El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada» (Gn 9:5, 6)6.
No tener otros dioses quiere decir no tener otra ley que la ley de Dios, y ninguna actividad o pensamiento aparte de su palabra y ley. Sea para alimento, para imponer la ley civil, la guerra, o en defensa propia, se puede derramar sangre solo en los términos de la palabra de Dios. En donde Dios lo permite, el hombre no puede contradecir a Dios ni proponer una manera «mejor» o «más elevada» sin pecar. Así que considerar el vegetarianismo, el pacifismo, o la no resistencia en todo caso, como una manera «más elevada» es considerar la manera de Dios como inferior a la del hombre.
Muy estrechamente relacionada con la doctrina de la Pascua está la redención del primogénito y su santificación.
Jehová habló a Moisés, diciendo: Conságrame todo primogénito. Cualquiera que abre matriz entre los hijos de Israel, así de los hombres como de los animales, mío es (Éx 13:1, 2).
Y cuando Jehová te haya metido en la tierra del cananeo, como te ha jurado a ti y a tus padres, y cuando te la hubiere dado, dedicarás a Jehová todo aquel que abriere matriz, y asimismo todo primer nacido de tus animales; los machos serán de Jehová. Mas todo primogénito de asno redimirás con un cordero; y si no lo redimieres, quebrarás su cerviz. También redimirás al primogénito de tus hijos. Y cuando mañana te pregunte tu hijo, diciendo:
¿Qué es esto?, le dirás: Jehová nos sacó con mano fuerte de Egipto, de casa de servidumbre; y endureciéndose Faraón para no dejarnos ir, Jehová hizo morir en la tierra de Egipto a todo primogénito, desde el primogénito humano hasta el primogénito de la bestia; y por esta causa yo sacrifico para Jehová todo primogénito macho, y redimo al primogénito de mis hijos. Te será, pues, como una señal sobre tu mano, y por un memorial delante de tus ojos, por cuanto Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte (Éx 13: 11-16).
No demorarás la primicia de tu cosecha ni de tu lagar. Me darás el primogénito de tus hijos. Lo mismo harás con el de tu buey y de tu oveja; siete días estará con su madre, y al octavo día me lo darás (Éx 22: 29, 30).
Todo primer nacido, mío es; y de tu ganado todo primogénito de vaca o de oveja, que sea macho. Pero redimirás con cordero el primogénito del asno; y si no lo redimieres, quebrarás su cerviz. Redimirás todo primogénito de tus hijos; y ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías (Éx 34: 19, 20).
Pero el primogénito de los animales, que por la primogenitura es de Jehová, nadie lo dedicará; sea buey u oveja, de Jehová es (Lv 27:26).
Consagrarás a Jehová tu Dios todo primogénito macho de tus vacas y de tus ovejas; no te servirás del primogénito de tus vacas, ni trasquilarás el primogénito de tus ovejas. Delante de Jehová tu Dios los comerás cada año, tú y tu familia, en el lugar que Jehová escogiere (Dt 15: 19, 20).
Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas (Ro 11:16).
La redención es aquí un asunto muy físico, porque la redención nunca se separa del mundo de lo físico o lo espiritual. Israel estaba esclavizado físicamente en Egipto tanto como en esclavitud al pecado. La caída del hombre puso al hombre, cuerpo y alma, en esclavitud, y la redención por consiguiente es total, y afecta a la totalidad del hombre, y no solo a un aspecto del mismo. Limitar la salvación al alma del hombre y no a su cuerpo, su sociedad, y todo aspecto y relación, es negar su significado bíblico. En definitiva, a la postre toda la creación está involucrada en la redención (Ro 8: 20-21).
El primogénito al que se hace referencia en la ley es al primogénito de una madre antes que de un padre; es «lo primero que sale de todo vientre» (Éx 13: 2).El análisis de Fairbairn de la redención del primogénito es bien bueno: Tenemos un acto triple de Dios:
primero, la ejecución de la muerte del primogénito del hombre y la bestia en Egipto; la exención a Israel de este azote en consideración al sacrificio pascual; y por último en conmemoración de la exención, la consagración al Señor de todos los primogénitos en el futuro.
El elemento fundamental en el cual todo procede es sin duda el carácter representativo del primogénito; la primera prole del padre que produce representa el fruto entero del vientre, siendo eso en lo cual todo toma su principio; así que la matanza del primogénito de Egipto fue virtualmente la matanza de todos; implicaba que una y la misma condenación pendía sobre todos; y, en consecuencia, que la salvación del primogénito de Israel y su subsiguiente consagración al Señor, era, respecto a la intención y virtud eficaz divinas, la salvación y consagración de todos. De aquí que Israel como un todo fue designado como primogénito de Dios: «Y dirás a Faraón: Jehová ha dicho así:
Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito» Éx 4: 22, 23.
El acto de redención era por lo tanto el rito de confirmación de la membrecía en el pacto. Se reconocía a todo Israel, hombre y bestia, como posesión de Dios. Su «primogénito» por gracia y adopción. Israel merecía morir no menos que Egipto; su redención fue un acto de gracia soberana. Dios le había demostrado este hecho a Abraham, al llamarlo a sacrificar a Isaac.
La Biblia no condena el sacrificio humano en principio. «Todo sacrificio bíblico descansa en la idea de que darle a Dios la vida, bien sea en consagración o expiación, es necesaria a la acción o restauración de la religión». Por otro lado, «el hombre en la relación anormal de pecado queda descalificado para presentar esta entrega de su vida en su propia persona. Aquí se trae a colación el principio del carácter vicario; una vida toma el lugar de otra».
Pero incluso sin pecado, el hombre no puede darle nada a Dios que el hombre no haya recibido ya de Dios. El hecho de que la redención del primogénito normalmente iba ligada al octavo día, el tiempo de la circuncisión, de la entrada al pacto, la hacía al mismo tiempo una confirmación del pacto por parte de los padres. Los animales a menudo se daban directamente al sacerdote. La tribu de Leví se convirtió en sustituta de la tribu sacerdotal, dedicada a Dios, como el primogénito (Nm 3: 40, 41).
La ley se encargó de proteger a los padres de una tasa exorbitante de redención (Lv 27: 1-8). Otras leyes respecto al primogénito, o sea, que reiteran el asunto, son Números 8:16, 17, que relaciona el derecho de Dios al primogénito de Israel con la matanza del primogénito de Egipto; Números 8:18, que establece a los levitas como sustitutos; y Números 3: 11-13, 44-45, que da detalles específicos de esta sustitución. En Éxodo 13: 11-13 y Éxodo 22:30, así como también en Éxodo 34: 19, 20; Levítico 27: 26, 27; y Números 18: 15, 17 se especifica el primogénito de los rebaños y ganado.
 En Números 18: 15, 17 se especifica que el primogénito de una vaca, una oveja, o una cabra no se pueden redimir sino que se deben comer según Deuteronomio 14: 23; 15: 19-22 junto con el diezmo del trigo, el vino y el aceite delante del Señor como segundo diezmo. Waller comentó sobre Deuteronomio 14:22, 23, 28:
(22) Indefectiblemente diezmarás. El Talmud y los intérpretes judíos por lo general están de acuerdo en que el diezmo mencionado en este pasaje, tanto aquí como en el versículo 28, y también el diezmo descrito en el cap. 26:12-15, son lo mismo: «el segundo diezmo»; y son distintos por entero del diezmo ordinario asignado a los levitas para su subsistencia en Nm 18:21, y ellos daban el diezmo de eso para el sacerdote. (Nm 18: 26).
(23) Y comerás delante de Jehová tu Dios o sea, comerás el segundo diezmo. Esto se debía hacer dos años; pero el tercero y sexto años había un arreglo diferente (ver versículo 28). En el séptimo año, que era sabático, probablemente no habría diezmo, porque no iba a haber cosecha. El producto de la tierra era para todos, y todos eran libres para comer a gusto.
(28) Al fin de cada tres años sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año. Los judíos llaman a esto maaser ani, «el diezmo de los pobres». Lo consideraban idéntico al segundo diezmo, que de manera ordinaria lo comían los propietarios en Jerusalén; pero cada tercero y sexto años se entregaba a los pobres.
Se debe notar que este segundo diezmo no era estrictamente la décima parte, puesto que un segundo diezmo no se apartaba del ganado especificado, sino que «los primogénitos tomaban el lugar de un segundo diezmo de los animales».
Además de la redención del primogénito, se requería un impuesto per cápita de todo hombre de veinte años o más (Éx 30: 11-16), que originalmente se usó para construir el tabernáculo (Éx 30: 25-28).
Lo pagaban los levitas y todos los demás. Era un recordatorio de que todos eran preservados con vida solo por la gracia de Dios. Se usaba para mantener el orden civil después de que se construyó el tabernáculo (el salón del trono y palacio de gobierno de Dios).
La inscripción formal en la madurez implicaba el pago de medio siclo en reconocimiento de la gracia providencial de Dios. Todos pagaban la misma cantidad. «Era un reconocimiento del pecado, igualmente obligatorio para todos, así que era igual para todos; y salvaba de la venganza de Dios a aquellos que, si hubieran sido demasiado orgullosos para hacerlo, habrían sido castigados por alguna “plaga” u otra». El tributo era un recordatorio de que vivían por la gracia de Dios, y que sus vidas y bienes eran tomados por su traición contra Dios. Era, por consiguiente, una ceremonia asociada en significado con la redención del primogénito, la Pascua y el día de la expiación, antes que con el diezmo.
Tanto las primicias del ganado, como del campo, debían con las excepciones notadas darse al Señor para el mantenimiento levítico, según la ley del pacto.
La ley de las primicias aparece en Levítico 23: 10, 17 y Deuteronomio 26: 1-11, también Números 15: 17-21; Éxodo 22: 29; 23: 19. El Nuevo Testamento se refiere a las primicias en Romanos 8: 13; 11: 16; 16:5; 1 Corintios 15:20-23; 16:15; Santiago 1: 18; Apocalipsis 14: 4. Jesucristo declaró ser, al resucitar de los muertos, «la primera gavilla mecida ante el Señor el segundo día pascual, pues Cristo rompió las ataduras de la muerte en ese mismo tiempo».
San Pablo declaró: «También nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Ro 8: 23).
La ofrenda del primogénito y las primicias estaba estrechamente vinculada con el diezmo, y, con él, constituía una ofrenda simbólica del todo. El diezmo, sin embargo, era una adición a la ofrenda del primogénito y las primicias.
La iglesia primitiva vio la ofrenda del primogénito cumplida en Jesucristo, la ofrenda que presentó Dios en cumplimiento de lo que se requería de la familia de la fe. La ofrenda de las primicias, sin embargo, se continuó, aunque Cristo también la cumplió en igual medida. La recolección de las primicias tomaba varias formas, tales como el pago del producto del primer año de beneficios exigido por el papa de los beneficios en Inglaterra que habían sido concedidos a extranjeros.
Enrique VIII se posesionó de la recolección, pero la reina Ana la restauró a la Iglesia de Inglaterra para aumentar sus exiguos ingresos. Con respecto al diezmo, según Bingham, «los antiguos tenían la ley en cuanto los diezmos no como meramente una orden ceremonial o política, sino como una obligación moral y perpetua». Por muchos siglos el diezmo se estuvo pagando en productos, o sea, literalmente una décima parte del campo antes que su equivalente monetario.

SE CONSTRUÍAN GRANEROS DE DIEZMOS PARA ALMACENAR LOS DIEZMOS.

El concilio de Trento hizo obligatorio el diezmo bajo pena de excomunión, pero esto fue abolido en Francia en 1789 y gradualmente fue cayendo en desuso. Se requirió en círculos protestantes en un tiempo pero aquí también ha caído en desuso o se ha convertido en un diezmo a la iglesia.
El diezmo aparece muy temprano, mucho antes de Moisés; cuando Abraham dio el diezmo (Gn 14: 20; He 7: 4, 6), al parecer era una práctica establecida, así que sus orígenes pueden remontarse a la revelación original a Adán. Jacob también habló del diezmo (Gn 28: 20-22). Una porción del Señor parecida al diezmo aparece en la guerra contra Madián, cuando Dios fijó la proporción del botín de guerra que debía ser del Señor como uno de cada cincuenta, y uno de cada quinientos, según el botín (Nm 31: 25-54).
La ley del diezmo aparece en Levítico 27:30-33; Números 18:21-26; Deuteronomio 14: 22-27; 26: 12, 15. Los rabinos y muchos eruditos ortodoxos distinguían tres diezmos; algunos eruditos ortodoxos y virtualmente todos los modernistas ven solo un diezmo. La existencia de tres diezmos desde los primeros años lo atestigua la historia (desde el período más antiguo de documentos hebraicos que relatan las Escrituras y los apócrifos).
Tobías, fechado en 1350 a. C., o de 250 al 200 a. C., por Davis, y «hacia el fin del tercer siglo a. C.» por Gehman, da evidencia clara de tres diezmos (Tob 1: 5-8). Una evidencia similar se puede hallar en las Antigüedades de Josefo, libro IV, y en Jerónimo, en una fecha posterior.
La evidencia histórica revela la práctica; las Escrituras se refieren a tres tipos de diezmos. Los que insisten en reducirlo a un solo diezmo son los que tienen que presentar pruebas.
Al analizar el diezmo, por consiguiente, es evidente que, primero, hay tres tipos de diezmos,
Un primer diezmo, el diezmo del Señor (Nm 18: 21-24), que se daba a los levitas, quienes daban Un diezmo de esto a los sacerdotes (Nm 18: 26-28);
Un segundo diezmo, diezmo de festival para alegrarse ante el Señor (Dt 12: 6-7, 17-18);
Un tercer diezmo, o diezmo de los pobres, cada tercer año, que se debía compartir localmente con el levita local, el extranjero, el huérfano y la viuda (Dt 14: 27-29).
Segundo, el Señor como Creador de todas las cosas, estableció los términos de la vida del hombre y el uso de los bienes del hombre. Ciertas cantidades específicas son santas para el Señor. El diezmo era de los bienes, o sea, de la ganancia de ganado o rebaño y del producto del campo. Si se redimía, es decir, si se pagaba al Señor en dinero, había que añadir una quinta parte.
Al dar el diezmo, el hombre no debía escoger lo bueno o lo malo para el Señor, sino tomar cada décimo animal como su diezmo. Si un hombre contaba dieciséis terneros, entonces daba como diezmo solo uno, el décimo al contarlos. Al añadir una quinta parte al diezmo monetario, la tendencia era igualar el diezmo, pero, en todo, el requisito favorecía al hombre (Lv 27: 30-33).
Tercero, El segundo diezmo se debía usar para alegrarse ante el Señor en los tres festivales religiosos anuales. Se podía llevar al santuario en forma de dinero, para gastarlo allí en uno mismo durante la Pascua, la Fiesta de los Tabernáculos, o la Fiesta de las Semanas, en dos semanas de «vacaciones» religiosas (Dt 12: 6-7; 12: 22-27; 16: 3, 13, 16). Excepto para los levitas, con quienes se compartía una porción, este diezmo seguía siendo del diezmador y lo usaba para su placer.
No había un segundo diezmo de animales en el segundo diezmo; las primicias del   rebaño tomaban su lugar en el segundo diezmo (Dt 12: 17, 18).
Cuarto, el tercer diezmo era el diezmo de los pobres, que se usaba para los pobres, las viudas, los huérfanos, los extranjeros desvalidos y las personas de la localidad que no podían valerse por sí mismas debido a la edad, enfermedad u otras condiciones especiales. También se debía recordar a los levitas (Dt 14: 27-29).
Quinto, el diezmo, según Thompson, venía a equivaler a una décima parte para el Señor, una décima parte para los pobres y una pequeña cantidad del segundo diezmo para los levitas. Thompson lo llamó «una sexta parte de los ingresos del hombre», puesto que el tercer diezmo o de los pobres tenía lugar dos veces en cada período de seis años.
En términos de esto, Thompson vio el diezmo total como igual a un día de trabajo en cada seis. Esto puede ser un poco alto, pero se acerca. Sin calcular el segundo diezmo como un costo (o sea, la porción de los levitas), llega al 13,33% anual, en tanto que el cálculo de Thompson lo lleva a un porcentaje más alto.
Sexto, no había diezmo del producto agrícola en el séptimo año o sabbat (Lv 25: 1-7). En ese año no debía haber siega, ni poda, ni cosecha. Los árboles y viñas debían dejar caer su fruto, excepto lo que los pobres cosechaban para su uso, o comían el ganado y los animales salvajes, o para uso de la mesa del dueño (Éx 23: 11). Rawlinson comentó:
Bajo el sistema impuesto divinamente sobre los israelitas, se lograban tres propósitos benevolentes.
1. Se beneficiaba el propietario. No solo se evitaba que agotara la tierra al cosechar demasiado, y se hundiera así en la pobreza, sino que se le obligaba a formar el hábito de calcular y planear de antemano. Como tenía que separar algo para el séptimo año, tenía que aprender a calcular sus necesidades, a almacenar su grano y a mantener algo a mano para el futuro. De esta manera se desarrollaban su razón y poderes de reflexión, y pasaba de ser un simple obrero a ser un agricultor sensato.
2. Se beneficiaban los pobres. Puesto que todo lo que crecía espontáneamente en el séptimo año, sin gastos ni trabajo de parte del dueño, no se podía considerar que le perteneciera exclusivamente a él. La ley mosaica lo puso a la par con los frutos silvestres ordinarios, y se los concedía al que primero pasaba (Lv 25:5, 6). Mediante este arreglo se permitía a los pobres beneficiarse, puesto que eran ellos especialmente los que recogían lo que la naturaleza proveía en abundancia. En el clima seco de Palestina, en donde es seguro que mucho grano cae durante la recolección de la cosecha, el crecimiento espontáneo probablemente sería considerable, y bastaría con amplitud para el sustento de los que no tenían otro recurso.
3. Se beneficiaban las bestias. Dios «cuida del ganado». El año sabático lo había reservado, en parte, para que «las bestias del campo» pudieran tener abundancia de alimento. Cuando el hombre les daba de comer, a menudo tenían escasa provisión. Dios haría que, por un año en cada siete por lo menos, comieran hasta saciarse.
Rawlinson señala por otro lado que el uso sabático del campo y la viña era incuestionablemente similar al rebusco, o sea, cuando el dueño controlaba la admisión de los pobres que lo merecían. Volveremos al sabbat agrícola más adelante.
Séptimo, el diezmo es una ofrenda proporcional. El diezmo del pobre complace tanto a Dios como el diezmo del rico. El principio del diezmo está claro en la ley: «Cada uno con la ofrenda de su mano, conforme a la bendición que Jehová tu Dios te hubiere dado» (Dt 16: 17). Este mismo principio lo presenta San Pablo en 2ª Corintios 8:12 como la esencia de la ofrenda cristiana. San Pablo escribió con respecto a la colecta para los pobres, y citó el principio del diezmo para recolectar el diezmo de los pobres de los creyentes. Mediante la ofrenda proporcional, no se ponía sobre nadie ninguna carga indebida; no se esperaba que el rico fuera el único que ofrendara, ni tampoco se dejaba la carga a los quisieran darla.
Octavo, mediante el diezmo, existía una relación concreta y realista con Dios. Según Malaquías 3: 7-12, la maldición de Dios va en contra de los que niegan la ordenanza de Dios en cuanto al diezmo, porque esto es alejarse de la ley de Dios (Mal 3: 7). De manera similar, la bendición de Dios se derrama como un diluvio sobre los que obedecen la ley del diezmo. Como Samuel Rutherford (1600-1661) escribió: «Estoy persuadido de que Cristo es responsable y se ajusta a la ley, y recompensa por todo lo que se le entrega o se da para él; las pérdidas por Cristo no son sino bienes depositados en el banco de la mano de Dios».
Esto no es la paga de Dios, que no le debe al hombre nada, sino que es una bendición. Ante todo, Malaquías promete una bendición nacional, como veremos más tarde, pero el aspecto personal no está ausente. G. H. Pember escribió en Earth’s Earliest Ages [Las edades más antiguas de la tierra]:
Sabemos por lo general que la gracia de Dios llega tras todo acto de obediencia directa de parte nuestra. Si buscamos incluso los mandamientos más minuciosos de su ley, y los cumplimos; si demostramos que no dejaremos que ni una sola palabra pronunciada por él caiga en tierra, testificaremos para nosotros y para los demás que con hechos, y no solo en palabras, lo reconocemos como nuestro Dios y nuestro Rey. Tampoco él será por su parte lento en reconocernos como sus súbditos, como que tenemos derecho a su ayuda y protección. Y, como el Rvdo. Samuel Chadwick (1860-1912) escribió: «Nadie puede robarle a Dios sin matar de hambre su propia alma».
Noveno, el diezmo del Señor, y el diezmo de los pobres, financiaban las funciones sociales básicas que, bajo el totalitarismo moderno, ha llegado a ser facultades del estado, como la educación y la beneficencia pública. La educación era una de las funciones de los levitas (no del santuario). Los levitas ayudaban a los sacerdotes en las tareas religiosas relativas al santuario (1A Cr 23: 28-31; 2A Cr 29: 34; 35: 11), y como funcionarios, jueces y músicos (1ACr 23:1-5).
En un orden civil santo, el grupo mejor instruido en la ley de Dios claramente prestaría servicios sociales de mucho mayor alcance. Puesto que su sustento estaba respaldado por el diezmo, el costo básico del gobierno civil para la sociedad se aligeraba. El diezmo es un reconocimiento de la realeza de Dios; en 1 Samuel 8:4-19 se citan las consecuencias del rechazo de la realeza de Dios: el totalitarismo, la opresión, la pérdida de libertades, y un aumento del costo del gobierno civil.
Sin el diezmo, las funciones sociales básicas caen en dos tipos de tropiezos: por un lado, el estado asume estas funciones, y, por otro, los ricos y las fundaciones ejercen un poder preponderante sobre la sociedad. El diezmo liberta a la sociedad de esta dependencia del estado y de los individuos ricos y fundaciones. El diezmo pone el control básico de la sociedad en manos del pueblo de Dios que diezma. Se les ordena que lleven «todos los diezmos al alfolí» (Mal 3:10).
El alfolí del que Malaquías habló era literalmente eso: un lugar físico de almacenaje que era del Señor, que pertenecía a la tradición religiosa de los levitas que, en lugar de ser apóstata o sincretistas, eran fieles a Dios y a su palabra-ley. El diezmador no daba su diezmo si su diezmo si iba a un alfolí impío; era su deber observar si los levitas eran consagrados o impíos.
De manera similar, el diezmador hoy no está dando el diezmo a menos que su décima parte vaya a una obra verdaderamente piadosa, a las iglesias, a causas misioneras e instituciones educativas que enseñan fielmente la palabra-ley de Dios. Insisto, el diezmo del pobre está en manos del que lo da; no puede usarlo, ni tampoco los productos de su año sabático, ni el rebusco de su campo para subsidiar el mal, la holgazanería ni la apostasía. El diezmo del pobre tiene como propósito el fortalecimiento de la sociedad santa, no su destrucción.
Como hemos visto, el diezmo iba a los levitas, quienes daban a los sacerdotes un diezmo del diezmo. Así que solo una pequeña porción del diezmo iba a los sacerdotes y para el mantenimiento del culto. En el período en el desierto, los levitas tenían tareas importantes en el cuidado y transporte del tabernáculo, pero estas tareas desaparecieron más tarde.
Los levitas asumieron las funciones sociales más amplias, y ningún profeta jamás criticó ni cuestionó estas funciones más amplias, lo que quiere decir que estaban claramente dentro del llamamiento declarado de Dios. Los levitas, como la tribu del «primogénito» por elección de Dios, eran la tribu con las funciones básicas del primogénito, que eran gubernamentales en el amplio sentido de la palabra.
En tanto que el «cetro» fue dado a Judá (Gn 49: 10), en los otros aspectos Leví, como la tribu del primogénito (Nm 8: 18) tenía los deberes gubernamentales básicos. Había así una división básica de poderes entre el estado (Judá y el trono) y las funciones gubernamentales amplias (Leví). Esta división ha sido destruida por la desaparición del diezmo como factor gubernamental.
En la Europa medieval y de la Reforma, las funciones gubernamentales amplias pertenecían al mundo del diezmo. Una de motivos de la frecuente falta de confianza en el estado fue el papel usualmente limitado del estado. Las escuelas, los hospitales, los lazaretos para leprosos, la atención de los huérfanos, viudas, extranjeros y pobres, y muchas cosas más eran provincia del diezmo. Concedemos que había corrupción en la iglesia medieval, y sin embargo esa corrupción ha quedado eclipsada con mucho por el estado moderno degenerado y despilfarrador.
Se debe recordar también que el diezmo iba a la iglesia local o diócesis. Las leyes de Edmund decretadas en una asamblea en Londres, 942-946, cap. 2, dicen: «Ordenamos a todo cristiano por su cristianismo pagar los diezmos, y tasas de la iglesia, y el penique de Pedro, y limosnas de arado. Y si alguno no hace esto, que sea excomulgado».
Las leyes de Ethelred, 1008, cap. 11, declaraban: Y las tasas de la iglesia se deben pagar a tiempo cada año, es decir, limosnas de arado una noche después de resurrección, el diezmo de la ganancia de los ganados en Pentecostés, y el fruto de la tierra en la misa de Todos los Santos, y el penique de Pedro en la misa de Pedro, y las tasas para las luces tres veces al año.
La Biblia provee, como ley cimiento de un orden social piadoso, la ley del diezmo. Para entender la plena implicación del diezmo, es importante saber que la ley bíblica no impone impuestos a la propiedad; el derecho de cobrar impuestos a la propiedad de bienes raíces implícitamente se le niega al estado, porque el estado no tiene tierra sobre la que pueda cobrar impuestos.
«De Jehová es la tierra» (Éx 9: 29; Dt 10: 14; Sal 24: 1; 1ª Co 10: 26, etc.); por consiguiente, solo Dios puede cobrar impuestos a la tierra. El que el estado se irrogue el derecho de imponer impuestos a la tierra es como si el estado se creyera el dios y creador de la tierra, cuando es más bien ministro de la justicia de Dios (Ro 13:1-8). El que el estado entre en los dominios de Dios es una invitación al desastre.
La inmunidad de la tierra respecto a impuestos de parte del estado quiere decir libertad. Un hombre entonces no puede ser despojado de su tierra; todo hombre tiene una seguridad básica en su propiedad. Como Rand destacaba:
Es imposible despojar a los hombres de su herencia bajo la ley del Señor puesto que no se cobraban impuestos sobre la tierra. Aparte de los compromisos que tuviera, un hombre no dejaba desposeída a su familia porque lo despojaran para siempre de su tierra.
Debido a que la tierra no es propiedad del estado, ni tampoco la tierra es parte de la jurisdicción del estado, este, por consiguiente, no tiene derecho bajo Dios de imponer impuestos sobre la tierra de Dios. Es más, el que el estado demande tanto como Dios, o sea, un décimo de los ingresos del hombre, es una señal de apostasía y tiranía, según 1ª Samuel 8: 4-19. El estado moderno, por supuesto, demanda varios diezmos como impuestos.
El diezmo no es una ofrenda a Dios; es el impuesto que se paga a Dios por el uso de la tierra, que está en todo sentido bajo la ley y jurisdicción de Dios. Solo cuando el pago al Señor excede el diez por ciento se llama ofrenda y «ofrenda voluntaria» (Dt 16:10, 11; Éx 36:3-7; Lv 22:21, etc.).
Por siglos se recogió el diezmo legalmente, o sea que el estado proveía la obligación legal de que se pagaran los diezmos a la iglesia. Cuando Virginia repudió la ley que hacía obligatorio el pago del diezmo, George Washington expresó su desaprobación en una carta a George Mason, el 3 de octubre de 1785. Creía, dijo, en «hacer que la gente pague por el sostenimiento de lo que profesan».
Desde el siglo cuarto y en adelante, los gobiernos civiles empezaron a exigir el diezmo, porque se creía que un país podía negar a Dios su impuesto solo a su propio riesgo.
Desde finales del siglo dieciocho, y especialmente en años recientes, tales leyes han desaparecido bajo el impacto de movimientos ateos y revolucionarios. En vez de liberar a los hombres de un impuesto «opresivo», la abolición del diezmo ha abierto el camino a impuestos verdaderamente opresivos de parte del estado a fin de asumir las responsabilidades sociales que en un tiempo sufragaba el dinero del diezmo.
Hay que pagar por las funciones sociales básicas. Si no las pagan personas cristianas responsables, que dan el diezmo, las debe pagar un estado tirano que usará la beneficencia pública y la educación como peldaños al poder totalitario.
El asunto lo resumió muy bien Lansdell: Parece claro, entonces, a la luz de la revelación, y de la práctica de tal vez todas las naciones antiguas, que el hombre que niega a Dios la porción que pide de la riqueza que viene a sus manos es muy similar a un anarquista espiritual; y a quien da menos que el diezmo de sus ingresos o ganancias las Escrituras lo condenan como robador. En verdad, si en los días de Malaquías el no pagar el diezmo se consideraba robo, ¿puede un cristiano que se guarda el diezmo ahora ser, mucho más que entonces, considerado honesto con Dios?
Dar correctamente es parte de vivir correctamente. El vivir no es correcto cuando el dar no es correcto. El dar no es correcto cuando le robamos a Dios su porción para gastarla en nosotros mismos.
Es significativo que en la Unión Soviética toda actividad de beneficencia estaba estrictamente prohibida a grupos religiosos. Si un grupo o iglesia recogía fondos o bienes para llevar alivio a los miembros enfermos y necesitados de la congregación o de la comunidad, de inmediato levantaba un poder independiente del estado como remedio para los problemas sociales. Producía, todavía más, un poder que llegaba al pueblo más directo, eficiente y poderosamente.
La consecuencia se consideraba una afrenta directa a la preeminencia del estado. Por esto, en las democracias los orfanatos han sido continuamente el blanco de legislaciones represivas para eliminarlos, y el estado se ha adelantado cada vez más a los esfuerzos caritativos como un paso importante hacia el totalitarismo.
Lansdell tenía razón. Los que no dan el diezmo son anarquistas espirituales: destruyen la libertad y orden de la sociedad y desatan el demonio del estatismo.

5. LA LEY COMO PODER Y DISCRIMINACIÓN

El poder en sí es inseparable de la ley. La ley no es ley si le falta poder para obligar, imponer y castigar. En tanto que es una falacia definir la ley solo como compulsión o coerción, es un serio error definirla sin reconocer que la coerción es básica en ella. Vaciar a Dios de poder absoluto es negar que sea Dios. Separar el poder y la ley es negar el estatus de la ley.
El hecho de que Dios muchas veces se identifica en las Escrituras como «el Todopoderoso» (Gn 17: 1, 35; Éx 6: 3, etc.) es parte de su declaración de total soberanía y por consiguiente de su llamado a obediencia.
El poder es un concepto religioso, y el dios o dioses de cualquier sistema de pensamiento han sido las fuentes de poder de ese sistema. El monarca o gobernante tiene una significación religiosa precisamente debido a su poder. Cuando el estado democrático gana poder, se irroga demandas y prerrogativas religiosas.
Debido a que un estado marxista tiene más poder, y reclama más poder, que los demás estados contemporáneos, su rechazo del cristianismo es todavía más radical: no puede tolerar que se adscriba poder absoluto a un dios que no sea el mismo marxismo. En el estado anticristiano se guarda el poder celosamente, y cualquier división de poderes en el estado, destinada a limitar su poder y prevenir su concentración, enfrenta oposición amarga.
La ley es poder aplicado, de otra manera deja de ser ley. La ley es más que poder, pero, aparte de la coerción, no hay ley. Los que presentan objeción al elemento coactivo de la ley están de hecho objetando la ley, sea a sabiendas o no. El propósito de la ley es en parte ser un «terror» para los malhechores (Ro 13:4); y la palabra «terror» se da en una traducción más blanda en las versiones modernas, pero todo el tenor de las Escrituras requiere el elemento de temor conforme el hombre se enfrenta a Dios, y como hombre pecador, impío, enfrenta la ley.
San Pablo dice claramente, sin embargo, que el poder es ordenado por Dios, «porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas» (Ro 13: 1). Puesto que Dios es poder absoluto, todos los poderes subordinados y creados derivan su oficio, poder y autoridad moral solo de Dios, y deben ejercerlo solo en los términos de Dios y bajo su jurisdicción o de lo contrario enfrentar castigo.
La máxima de Lord Acton, «Todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente», es una media verdad liberal y refleja ilusiones liberales.
En primer lugar, no todo poder corrompe. El poder de un esposo y padre consagrado para gobernar a su familia no lo corrompe; lo ejerce bajo Dios y en los términos de la palabra-ley de Dios. En lugar de que su poder lo corrompa, el poder del hombre piadoso lo bendice, y lo hace una bendición para su familia y sociedad. Un gobernante piadoso, que usa su poder prestamente para fines legítimos y morales, prospera la sociedad que está bajo su poder.
Los dos males con respecto al poder y al ejercicio del mismo son, por un lado, el temor de usar el poder, y, por otro, el uso inmoral del poder. Ambos males existen extensamente en cualquier sociedad humanística. Los hombres que temen usar el poder legítima y moralmente corrompen a sus familias y sociedades.
El no ejercer el poder debido reduce a la sociedad a iniquidad y anarquía. El uso inmoral del poder conduce a la corrupción de la sociedad y la supresión de la libertad, pero no es el uso del poder lo que causa esa decadencia sino el uso inmoral del mismo. El poder no corrompe cuando se usa como es debido bajo Dios. Al contrario, bendice, prospera, ordena y gobierna a la sociedad para su provecho y bienestar.
Segundo, si «el poder absoluto corrompe absolutamente», se podría llamar a Dios corrupto, porque solo él tiene poder absoluto. Pero Acton se equivoca: el hombre no puede tener poder absoluto. Puede esforzarse por conseguirlo, y el esfuerzo es corrupto y corrompe a la sociedad, pero el hombre sigue estando, con todas sus pretensiones, totalmente bajo el poder absoluto de Dios.
No solo que todo poder procede de Dios y decretado por su absoluto poder, sino que también es decretado y sujeto por su absoluta justicia. La ley es, por consiguiente, cuando es ley verdadera, no solo poder sino también justicia. Es por consiguiente «terror» para los malhechores pero seguridad y «alabanza» de la ciudadanía de bien (Ro 13: 2-5). Debido a que la ley verdadera tiene sus raíces en el Dios soberano, la misma naturaleza de todo ser contribuye a respaldarla.
Como Débora cantó: «Desde los cielos pelearon las estrellas; desde sus órbitas pelearon contra Sísara» (Jue 5: 20). La ley es justa, o es una anti-ley disfrazada de ley. El positivismo legal moderno, el marxismo y otras filosofías legales son por tanto exponentes de la anti-ley, pues niegan la ley como una aproximación del orden y verdad máximos y reconocen solo una doctrina humanística de la ley.
Si separa la ley de la justicia y la verdad, conduce por un lado a la anarquía de un mundo inicuo y sin significado, o, por otro, al totalitarismo de un grupo élite que impone su «verdad» relativa sobre otros hombres por pura coacción sin principios.
Pero se requiere que la ley sea servidora de justicia bajo Dios, y el funcionario civil, «servidor de Dios» (Ro 13: 5-6). Este concepto de la ley como servidora de justicia está prácticamente olvidado hoy, y, en donde se recuerda, lo denigran.
Pero, sea como sea, es el único cimiento posible para un orden social justo y próspero. La ley como ministerio carece de la arrogancia de los teóricos legales positivistas, que no ven ley ni verdad más allá de sí mismos. La ley ministerial es ley bajo Dios; requiere una humildad que la ley positivista no puede tener.
Los defensores del positivismo legal se inclinan a acusar a los cristianos de orgullo, pero el mundo nunca ha visto una arrogancia y orgullo más implacables que el que manifiestan los relativistas, lo mismo en la Grecia antigua, el Renacimiento que en el siglo XX.
Otro aspecto de la ley está implícito en la declaración de San Pablo en Romanos 13: 1-6: la ley siempre es discriminatoria. Es imposible escapar o evadir este aspecto de la ley. Para que la ley cumpla su función, establecer justicia y proteger a los hombres buenos y que acatan la ley, entonces la ley debe discriminar contra los que quebrantan la ley y rigurosamente procurar su castigo.
La ley no puede favorecer igualdad sin dejar de ser ley y, en todo momento la ley define, en toda y cualquier sociedad, a los que son miembros legítimos o ilegítimos de la sociedad.
El hecho de la ley introduce una desigualdad fundamental y básica en la sociedad.
La abolición de la ley no eliminaría la desigualdad, porque por pura supervivencia producirá una élite y establecerá una desigualdad fundamental.
La ley a menudo se ha usado como arma ostensible para ganar igualdad, pero tales intentos representan o autoengaño o intento de engaño por parte del grupo en el poder.
Los grupos revolucionarios de «derechos civiles» vienen al caso. Su meta no es igualdad, sino poder. El trasfondo de la cultura negra es africano y de magia, y los propósitos de la magia son el control y el poder sobre Dios, el hombre, la naturaleza y la sociedad. El vudú, o la magia, era la religión y vida de los negros estadounidenses. Los cantos de vudú subyacen en el jazz, y el antiguo vudú, con su meta de poder, ha sido reemplazado con vudú revolucionario, una lucha por el poder modernizado.
La rebelión estudiantil ataca la desigualdad entre los estudiantes y la facultad, entre los estudiantes y los poderes gobernantes, pero siempre ha rechazado concesiones favorables para continuar con demandas de poder más amplias. La meta desde el principio es el poder.
La lista podría extenderse indefinidamente. La meta de los igualitarios siempre ha sido el poder, y la igualdad ha sido el argumento para pinchar la conciencia enferma de un elemento gobernante impío y tambaleante.
La ley siempre requiere desigualdad. La cuestión es ésta: ¿será una desigualdad en términos de justicia fundamental (recompensa del bien y castigo del mal) o serán desigualdades triunfantes de la injusticia y el mal?
El mandamiento «No tendrás dioses ajenos delante de mí» requiere que no reconozcamos a ningún poder como verdadero y legítimo en última instancia si no está basado en Dios y en su palabra ley. Requiere que veamos la verdadera ley como justicia, la justicia de Dios, y como servidora de justicia, y requiere que reconozcamos que las desigualdades de la ley justa fielmente aplicada son los ingredientes básicos de una sociedad libre y sana. El cuerpo político, no menos que el cuerpo físico, no puede equiparar la enfermedad con la salud sin perecer.
El mandamiento: «No tendrás dioses ajenos delante de mí», también quiere decir «No tendrás otros poderes delante de mí», independientes de mí, o con prioridad por sobre mí. El mandamiento también puede leerse: «No tendrás otra ley delante de mí». Los poderes que hoy más que nunca se presentan como los otros dioses son los estados anticristianos. El estado anticristiano se deifica y por consiguiente se cree fuente de ley y poder. Sin una perspectiva bíblica, el estado se convierte en otro dios, y, en lugar de la ley, prevalece la legalidad.
Esta devoción a la legalidad tiene una larga historia en el mundo moderno. Gohier, ministro de justicia de Francia durante los años del Reinado del Terror, llegó a ser conocido como «el casuista de la guillotina» debido a su dedicación a la legalidad. Más tarde, como miembro del Directorio, cuando se vio frente a la avanzada de Napoleón para apoderarse del poder, declaró: «En el peor de los casos, ¿cómo puede haber alguna rebelión en St. Cloud? Como presidente, tengo en mi posesión el sello de la República». Stalin operó su continuo terror bajo la sombrilla de la legalidad.
Pero la legalidad no es ley. Un estado puede mediante legalidad estricta embarcarse en un curso de iniquidad radical. La legalidad tiene referencia a las reglas del juego según las establece el estado y sus cortes. La ley tiene referencia al orden fundamental, dado por Dios. El estado moderno defiende la legalidad como herramienta para oponerse a la ley. El resultado es la destrucción legal de la ley y el orden.
Como resultado, el estado, en lugar de ser un «terror» para los que hacen el mal, progresivamente se convierte terror para los ciudadanos que acatan la ley, para las personas justas y piadosas. Los delincuentes aterrorizan al país con motines y violencia, y sin temor. Es más, así como Roma declaró guerra a los cristianos, el socialismo y el comunismo, y progresivamente las democracias, están en guerra contra la fe ortodoxa o bíblica. Las consecuencias de tal deserción del estado de su llamamiento a ser servidor de la justicia pueden ser a la postre la caída del estado.

El estado que deja de ser terror para los malhechores y se convierte en terror para los santos, está suicidándose.