EL SEXTO MANDAMIENTO

1. «NO MATARÁS»

El sexto mandamiento es, junto con el octavo, los enunciados más breves en la tabla de los diez (Éx 20: 13; Dt 5: 17). Aparece en Éxodo y Deuteronomio sin variación.

SU SIGNIFICADO MÁS ELEMENTAL LO ENUNCIA MUY BIEN CALVINO:

La suma de este mandamiento es que no debemos hacerle violencia a nadie injustamente. Sin embargo, para poder restringirnos mejor de hacer daño a otros, Él propone una forma particular de ello, hacia la cual el hombre por naturaleza siente aborrecimiento; porque todos detestamos el asesinato, hasta el punto de retroceder ante aquellos cuyas manos están contaminadas con sangre, cómo si hubiera algo contagioso en ellas.
Se debe notar que Calvino citó la violencia injusta como prohibida por la ley; la pena capital, la guerra legítima, la defensa propia, y actos similares no están prohibidos. Calvino añadió, al empezar su estudio de los detalles de la legislación subordinada, que «será evidente, sin embargo, más claro más adelante, que bajo la palabra matar se incluye por sinécdoque toda violencia, golpes y agresión».
Calvino señaló más, en un pasaje más que nunca pertinente hoy: Además, también hay que recordar otro principio, que en preceptos negativos, como se les llama, también se debe entender la afirmación opuesta; de otra manera no sería por ningún medio consistente que una persona cumpla la ley de Dios solo absteniéndose de hacer daño a otros.
Supóngase, por ejemplo, que alguien de disposición cobarde, que no se atreve a atacar ni siquiera a un niño, no mueve ni un dedo para hacer daño a sus prójimos, ¿habría cumplido con ello los deberes de humanidad con respecto al sexto mandamiento? No, el sentido común natural exige más que la abstención de hacer el mal. Y, para no decir más sobre este punto, es claro en el sumario de la segunda tabla que Dios no solo nos prohíbe ser asesinos, sino que también prescribe que toda persona debe considerar fielmente defender la vida de su prójimo, y en la práctica declarar que ese prójimo es alguien a quien ama; porque en ese sumario no se usan frases negativas, sino que las palabras establecen que hay que amar al prójimo.
Es incuestionable, entonces, que en cuanto a aquellos a quienes Dios allí ordena que se amen, aquí pone sus vidas a nuestro cuidado. Hay, en consecuencia, dos partes en este mandamiento:
Primero, que no debemos vejar, oprimir ni estar en enemistad con nadie; y, segundo, que no debemos solo vivir en paz con los hombres, sin promover rencillas, sino que también debemos ayudar, en todo lo que podamos, al desdichado que es oprimido injustamente, y debemos esforzarnos por resistir al malvado, a fin de que no haga daño a los hombres a su antojo.
Jesús, en su sumario de la ley, declaró que las «dos tablas» de la ley se resumen en el amor a Dios y el amor al prójimo (Mt 22: 36-40). «De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas» (Mt 22: 40). El significado correcto de la ley incluye tanto el precepto negativo como la afirmación positiva.
Limitar la obediencia, y probar el carácter, solo por el factor negativo es peligroso. Conduce demasiado a menudo a la creencia de que un hombre bueno es como el que Calvino señaló por su ejemplo horrible: el cobarde que no se atreve a «atacar ni siquiera a un niño» pero que es incapaz de todo cumplimiento de sus responsabilidades.
Demasiadas veces la iglesia ha equiparado a estos cobardes con los justos y ha promovido a cargos de autoridad a cobardes rezongones cuyas armas son las de hablar por detrás y llevar chismes.
Pero todos los hombres tienen, como Calvino notó, «deberes de humanidad en cuanto al sexto mandamiento». Si no tratan de evitar el daño, los ataques o el asesinato, son en parte culpables de lo cometido. En muchos casos, la falta de disposición de los testigos a actuar en casos de ataque o asesinato puede evitarles problemas en la tierra, pero producir problemas aterradores y culpabilidad ante Dios.
Por lo tanto, aquí aparece un principio fundamental, que funcionaba en Israel, y en órdenes-leyes cristianos posteriores, y que ha llegado a ser parte de la tradición legal estadounidense: el poder policiaco de todo ciudadano. La ley también pide dos cosas de todo hombre, obediencia e imposición. Obedecer la ley quiere decir en efecto imponerla sobre la vida de uno y hacer que la comunidad de uno la respete. La ley de Dios no es cuestión privada; no es para que la obedezcamos porque nos gusta, mientras dejamos que otros tengan cualquier ley que les parezca.
La ley es válida para nosotros porque es válida para todos; obedecerla quiere decir aceptar un orden universal como obligatorio sobre nosotros y sobre todos los hombres. La obediencia, por consiguiente, requiere que procuremos que se respete la ley de manera total. Este, entonces, es el primer principio importante que aparece en esta ley.
Pero, segundo, como aparece en la afirmación de Calvino, y en el sumario de la ley que dio nuestro Señor, este mandamiento, «no matarás», es más que político en su referencia. Se refiere a más que casos de ataque y asesinato, que son ofensas criminales sujetas a juicio ante las autoridades civiles. El poder y deber policiaco de la persona incluye una defensa común del orden santo. La ley y el orden son responsabilidades de todos los hombres buenos sin excepción.
Los daños a nuestros semejantes, o a nuestros enemigos, que no están sujetos a acción civil o criminal, siguen siendo responsabilidad nuestra. Nuestro poder de policía incluye acción contra hablar a espaldas y regar chismes. También requiere que nosotros, por amor a nuestro prójimo, respetemos su propiedad y su reputación, y evitemos dañarlas.
Esto ciertamente no es menos verdad en cuanto a su familia, su matrimonio y su esposa. Pero nuestro poder policiaco y la prohibición de matar requieren que usemos la tierra y sus recursos naturales enteramente conforme a la palabra de Dios y bajo su ley. Luego entonces, solo una fracción del ejercicio del poder policiaco del hombre es política.
Tercero, la ley deja muy bien claro que la pena capital, la pena de muerte, es parte de esta ley, por lo que no es asesinato el quitar la vida en los términos de Dios y bajo su ley. Dios creó la vida, y solo se puede atacar o quitar en los términos de Dios. Los términos de la vida los establece Dios. Dios como el dador de toda vida establece las leyes para la vida, y para todo lo demás.
De aquí que, todo aspecto de esta ley es una obligación religiosa. El dar y el quitar la vida son aspectos de la obligación religiosa del hombre. Esto quiere decir que el hombre no solo deberá evitar el cometer asesinato, y buscar que se detenga al asesino, sino que debe también pedir la pena de muerte para el asesino.
Cuarto, puesto que la protección y el cuidado de la vida del hombre bajo Dios es la afirmación positiva del sexto mandamiento, se vuelve evidente por qué, conforme a la tradición bíblica, en Israel y en la civilización occidental la medicina ha estado estrechamente ligada a la religión. Tournier ha dicho que «en la misma esencia de su vocación el médico es defensor del débil».
Esta es una interpretación extraña y perversa, moderna en su concepto del enfermo como débil y en su orientación al débil. El médico no se preocupa por el débil como en contra del fuerte y trata a ambos según sea necesario o el cuidado lo requiera. La función del médico es curar y proteger y mejorar la vida del hombre bajo Dios. Esta función conservadora le ha dado a la medicina una orientación conservadora, y una de las funciones de la medicina socializada ha sido el ataque a la medicina debido a su herencia conservadora, que ahora se está perdiendo a pasos agigantados.
Los esfuerzos hacia a un enfoque médico mecanicista y materialista cortan el vínculo entre la medicina y la fe bíblica.
Por otro lado, la medicina psicosomática, a pesar de sus muchos énfasis materialistas, ha servido para dar de nuevo lugar a un retorno a un énfasis bíblico, y lo mismo el interés renovado en el uso santo del suelo y el cultivo apropiado de alimentos.
Quinto, queso bien este mandamiento exige el respeto por la vida, no se debe confundir con el principio antibíblico de Alberto Schweitzer de reverencia por la vida. No es reverencia por la vida sino reverencia por Dios y su palabra-ley lo que es básico para éste y todos los demás mandamientos. Como Ingram anotó, «Todo lo recto hacia Dios se basa en la observancia estricta, sin acomodos, del primer mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Es por ello contra la ley poner a alguien o algo por delante de Dios».
No se puede poner la vida por delante de Dios, ni la nuestra ni la de ningún otro hombre. Ver la muerte como el supremo mal es, por tanto, moralmente errado. Más bien, la muerte es una consecuencia del verdadero mal: el pecado. Fue el pecado lo que trajo la muerte al mundo, y es con el pecado y no con la muerte con lo que el hombre debe vérselas.
Sexto, hemos visto que este mandamiento tiene una connotación política, social y también religiosa; en verdad, toda su referencia es religiosa. Pero se debe añadir que el aspecto puramente personal también se incluye. Adam Clarke citó esto. Estableciéndolo sobre el principio general, Clarke escribió:

DIOS ES LA FUENTE Y AUTOR DE LA VIDA; NINGUNA CRIATURA PUEDE DARLE VIDA A OTRA.

Un arcángel no puede darle vida a un ángel. Un ángel no puede darle vida al hombre: el hombre no puede dar vida ni siquiera al ser más ínfimo de la creación bruta. Puesto que solo Dios da vida, solo Él tiene derecho a quitarla; y el que, sin la autorización de Dios, quita vida, es propiamente un asesino.
Este mandamiento, que es general, prohíbe el asesinato de todo tipo. Clarke citó entonces diez formas de asesinato, de las cuales cuatro nos interesan aquí:
1. Todos los que (por ayunos y moderados y supersticiosos flagelaciones del cuerpo, y descuido voluntario de la salud) destruyen o le hacen daño a la vida, son asesinos, digan lo que digan una religión falsa o sacerdotes supersticiosos ignorantes. Dios no acepta el asesinato como sacrificio.
2. Todos los que se quitan la vida con soga, acero, pistola, veneno, ahogamiento, etc., son asesinos, diga lo que pudiera decir la investigación del forense, a menos que se demuestre con claridad que el fallecido estaba del todo loco.
3. Todos los que son adictos al desenfreno y excesos; a la borrachera y la glotonería; a placeres extravagantes, a inactividad y holgazanería; y en breve, y en suma, todos los que se dejan influir por la indolencia, intemperancia y pasiones desordenadas, por las cuales la vida se postra y reduce, son asesinos; porque nuestro bendito Señor, que nos ha dado una nueva edición de este mandamiento, Mt 19: 18, propone esto: No cometerás NINGÚN asesinato, no untipo o especie de asesinato; y todos lo que anteceden son asesinos directos o por consecuencia; y su discípulo amado nos ha asegurado que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él (1ª Juan 3: 15).
4. Un hombre que está lleno de pasiones feroces y furiosas, que no tiene dominio de su propio temperamento, puede, en un momento, destruir la vida incluso de su amigo, su esposa o su hijo. Todos estos hombres caídos y feroces son asesinos; llevan siempre consigo la propensión homicida, y no están orando que Dios la subyugue y la destruya.
Las violaciones puramente personales de esta ley incluyen cualquier abuso de nuestro cuerpo que sea destructivo de nuestra salud y en violación de la voluntad de Dios para nosotros. También quiere decir que los arranques mentales que son destructivos y suicidas son contrarios a esta ley.
La aplicación personal incluye marcas, sajaduras y tatuajes del cuerpo, porque el cuerpo hay que usarlo bajo la ley de Dios, y la ley prohíbe tales actos, sea por duelo, como marcas religiosas, o para uso ornamental o de otra naturaleza (Lv 19: 28; 21:5). El tatuaje se practicaba en la religión para indicar que uno se adhería o pertenecía a un dios; también indicaba que un hombre era esclavo, que pertenecía a un señor o dueño.
El creyente, como hombre libre en Cristo, indica el señorío de Cristo con obediencia, no con marcas serviles; el cuerpo hay que mantenerlo santo y limpio para el Señor. La persistencia de una marca de esclavitud entre los hombres es indicativa de la perversidad del hombre.
Séptimo, el sexto mandamiento, como el primero, tiene referencia a todos los diez mandamientos. Cuando la ley declara: «No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éx 20:3), quiere decir en parte que toda violación de cualquier ley incluye el ponernos nosotros mismos y nuestra voluntad por sobre la palabra de Dios, y es por consiguiente una violación del primer mandamiento. De modo similar, cuando la ley declara: «No matarás», quiere decir que cualquier violación de la primera y segunda «tabla» de la ley incluye una destrucción de nuestra vida en relación a Dios. Pasamos por la pena de muerte y el proceso de la muerte por desobediencia.
Pero, cuando violamos el quinto mandamiento, también traemos muerte a la familia, así como también en la violación del séptimo: «No cometerás adulterio» (Éx 20: 14). No solo a la familia sino también a la sociedad se ataca o mata con las violaciones de este y los demás mandamientos.
El octavo mandamiento, «no hurtarás» (Éx 20: 15), protege la propiedad y por ello protege la vida de la familia y también el orden social. Esto no es menos cierto de las prohibiciones del noveno y décimo mandamientos contra el falso testimonio y la codicia; a hombres y naciones se les hace daño y destrucción por estas cosas.
Así que adorar solo a Dios es la esencia de la ley; vivir es adorar a Dios si usa la vida solo en los términos de Dios. La ley es total, porque Dios es totalmente Dios, absoluto y omnipotente. La salud del hombre es integridad en los términos de la ley de Dios.
Todavía más, la inclinación y dirección de todo hombre es hacia la integridad y totalidad en términos de una presuposición fundamental. La lógica de los hombres y las naciones es que vivan y manifiesten su fe; por grande que sea la inercia social, la dirección de una sociedad la gobierna una presuposición básica, y se mueve claramente hacia el cumplimiento de esta.
El hombre nace en un mundo de significado total, tan total que los mismos cabellos de su cabeza están todos contados, y ni una sola golondrina cae aparte del propósito soberano de Dios; y las flores silvestres (cuya duración de vida es breve y fugaz) son una parte del gobierno total de Dios y tienen un significado en términos del mismo (Mt 6: 26, 30; 10: 29-31; Lc 12: 6-7).
Toda la vida, pues, tiene dirección en términos del propósito creativo de Dios. Incluso cuando el hombre peca, no puede escapar de significado; en su pecado, sustituye con otra dirección y propósito el propósito de Dios en imitación del mandato de la creación de Dios.
Un hombre actúa debido a la fe, y actuará según su fe; «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7: 16, 20). Toda fibra de la vida del hombre está orientada al significado, y actuará, por consiguiente, en forma progresiva con más y más coherencia en términos de su fe. El problema de un período de transición en la historia es que los hombres todavía tienen residuos de su vieja fe, en tanto que actúan de manera progresiva en términos de su nueva fe.
El hombre moderno, como humanista, de manera progresiva deja sus reliquias de la ley y orden cristianos a favor de su corazón y fe humanistas. El hombre actúa según su fe, no según sus decrecientes sentimientos hacia un orden pasado, y hoy incluso los «conservadores» dan señales de su ideología humanista básica.
Por esto, algunos economistas libertarios, cuya economía clásica descansa en un mundo de ley y orden que presupone a Dios, cada vez más están auspiciando el relativismo total. Piden un mercado libre para todas las fes y prácticas, porque ninguna es verdad, puesto que no existe la verdad. El gran enemigo de los «nuevos» libertarios es la fe bíblica, puesto que esta sostiene una verdad absoluta, y muchos que han tenido experiencias con estos libertarios relativistas pueden testificar que aquellos unirán sus fuerzas con cualquiera, incluyendo marxistas, para hacer guerra contra los cristianos.
Los hombres actúan según su fe, y hay una coherencia ineludible en el hombre, porque fue creado en un mundo unificado y total de significado, e incluso en pecado, no puede vivir en ningún otro tipo de mundo. «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos» (Mt 7: 16-18). Hay un proceso hacia la madurez, y hay enfermedades que de tiempo en tiempo infectan a los árboles buenos, pero un árbol es fiel a su naturaleza, y el hombre actúa en términos de su fe básica.
Por tanto, si la orientación de un hombre es hacia Dios por Su gracia soberana, ese hombre se orientará a la vida y a la obediencia a la palabra-ley de la vida.
Pero si las presuposiciones de un hombre no son bíblicas, si su fe básica es humanista, su orientación será hacia el pecado y la muerte. Temeroso de la muerte, hablará con intensidad en cuanto a la reverencia por la vida, pero su naturaleza busca la muerte.
El mandamiento «no matarás» prohíbe el suicidio, porque no somos nuestros, ni podemos usar nuestra vida ni quitárnosla en nuestros propios términos; pero los que están lejos de Dios y de su ámbito-ley tienen tendencias suicidas. En palabras eminentemente verdaderas de sí mismo, y aplicables solo a los réprobos, Oscar Wilde, escribió en «La balada de la cárcel de Reading», escribió que «todos los hombres matan lo que aman».
Sí, los réprobos lo hacen; todos los hombres, actuando según su fe, se matan gradualmente y matan también a su sociedad, o, por la gracia y la palabra-ley de Dios, ellos y sus sociedades avanzan hacia la vida, y eso en mayor abundancia.

2. LA PENA DE MUERTE

Un hombre actúa según su fe, y, si su fe es humanista, inevitablemente su estándar básico será el hombre, y no la ley de Dios. Verá al mundo, no como la obra de la mano de Dios sino como la suya propia. Un teólogo de la Escuela de la Muerte de Dios, William Hamilton, ha llamado la atención al hecho de que el hombre ahora rara vez mira al cielo estrellado con un sentido de reverencia a Dios. Más bien, cita su experiencia con su hijo como ilustración de una nueva actitud:
La otra noche estaba en el patio trasero con uno de mis hijos que tenía que identificar algunas constelaciones para su tarea para la clase de ciencias.
Mi hijo es un ciudadano pleno del mundo moderno, y me dijo, después de ubicar las constelaciones exigidas: «¿Cuáles son las que nosotros pusimos ahí, papá?». Se había convertido en un hombre tecnológico, y esto quiere decir algo religiosamente.
La reacción del muchacho fue bien lógica. Si el Dios de las Escrituras no existe, el hombre es su propio dios y señor y hacedor del mundo.
Además, si el hombre es su propio dios, el hombre y la vida del hombre son el valor más alto. El más grande pecado entonces llega a ser quitar la vida. En concordancia, Arthur Miller, el dramaturgo, declara que «la vida es el don más precioso de Dios; ningún principio, por glorioso que sea, puede justificar quitarla». Se sigue de una fe así que la peor clase de pecado es la pena capital, el que el estado quite deliberadamente la vida. Esto fue precisamente el punto hecho por un editorial del Herald Tribune de Nueva York, del 3 mayo 1960: «A Barbarous Form of Punishment» [«Una forma bárbara de castigo»], protestando por la ejecución de Carryl Chessman: Chessman logró convertirse en símbolo mundial de la lucha contra la pena de muerte.
Puede haber sido culpable, o tal vez no, hace doce años, de robo y ataque sexual (llamado secuestro por un capricho extraño de la ley de California).
Las cortes lo hallaron culpable; y hasta el fin él mantuvo su inocencia, y el germen de la duda así dejado continuará enturbiando el caso. Pero el hombre que el estado soberano de California mató ayer no fue el mismo hombre a quien las cortes del estado originalmente sentenciaron.
California sentenció a un delincuente joven; mató a un hombre que aprendió la ley, y probablemente la ciudadanía, por la vía dura.
La ley debe inculcar respeto por la vida respetando ella misma la santidad de la vida. El estado no debe, como California lo hizo ayer, ponerse en la posición del padre errante que le dice a su hijo descarriado: «Haz lo que yo digo, no lo que yo hago».
La muerte es definitiva. No deja espacio para una segunda consideración, ni para corrección de errores que son una certeza matemática en un sistema de justicia basado en el falible juicio humano. Y la prototípica premeditación de la matanza judicial la hace más fríamente cruel que un delito de pasión.
El mismo concepto de la cámara de la muerte es incompatible con los ideales de la civilización occidental.
Según esa manera de creer, las personas más crueles de todas son las que favorecen la pena de muerte. Por su ofensa contra el hombre, cometen el pecado imperdonable según la ideología humanista. A fin de darle al hombre la preeminencia, el humanista lógicamente debe destruir todo concepto de justicia como estándar real y objetivo. El hombre debe estar por encima de la ley y por consiguiente por encima de la justicia. La justicia entonces se reduce a la racionalización y al odio organizado.
Por eso, un sociólogo de la Universidad de Leicester ha escrito de la justicia: Pero, ¿no pudiera todo esto ser más bien una especie de artilugio de la confianza histórica? Ya se ha sugerido que nuestra idea de justicia puede ser una racionalización de lo que es en el fondo conducta punitiva.
Esto no sería argumentar que el concepto de la justicia sea una farsa, sino más bien, que en lugar de tomarla por lo que es, pudiéramos tratar de entender qué necesidad pretende satisfacer. Pudiera parecer entonces una especie de defensa psicológica colectiva. Como prueba de la validez de nuestros ideales, a menudo nos inclinamos a referirnos a un sentido de convicción que nosotros y otros poseen al respecto.
La mayoría de nosotros tenemos convicciones fuertes en cuanto a la corrección del ideal de justicia. Pero todo ese sentido de convicción lo que hace es demostrar su pertinencia: que en el estado presente de nuestra economía emocional, tal creencia tiene para nosotros una parte muy especial y muy necesaria que jugar. Pero la justicia vista bajo esta luz no es solo el solvente de la inquietud en nosotros, sino también una salida positiva por la cual estas tensiones se pueden descargar (según nos parece) de una manera constructiva.
A través de la idea de justicia las cosas malas en nosotros se transforman en algo nuevo y digno. Todo esto, siempre que no miremos demasiado de cerca el resultado. Porque para poner de cabeza la frase famosa y así tal vez darle más validez, la justicia puede a menudo «parecer más manifiestamente que se hace» de lo que se hace en realidad.
El juez de la Corte Suprema William O. Douglas ha destacado el hecho obvio de que la ley en un tiempo tenía una sanción divina y se apoyaba en la «voluntad de Dios». Ahora, sin embargo, la soberanía de Dios ha sido reemplazada por «la soberanía del individuo». En términos de esto, para Douglas la lucha por las libertades civiles es por necesidad hostil al antiguo orden.
En verdad, «la ley y el orden son la estrella polar de los totalitarios, no de los hombres libres». Para Douglas, «la rebelión es, por consiguiente, básica en los derechos del hombre», y es natural que así sea, puesto que el hombre está por encima de la ley, y la sumisión a la ley es tiranía. En una «sociedad decente» hay un respeto y esfuerzo por preservar «la soberanía y el honor» tanto como «la dignidad de todo individuo».
En el mundo anarquista de Douglas, ¿qué ley puede obligar al hombre, si este está por encima de la ley? Y, ¿qué estado puede sobrevivir si los hombres libres son los que son hostiles a la ley y el orden?
Sin duda, hay en proceso una guerra religiosa entre la ideología humanista y el cristianismo, y en esa guerra, la iglesia, el estado y la escuela están casi por completo del lado de la ideología humanista y en contra del cristianismo. Pero la historia nunca la han determinado las mayorías sino siempre y solo Dios.
La lucha es entre la justicia absoluta de Dios y su orden-ley y la autopromoción y autonomía inicua del hombre. El orden-ley de Dios demanda la pena de muerte para las ofensas capitales contra ese ámbito. La ley del hombre aduce valorar la vida demasiado alto para quitarla, pero las sociedades humanistas imponen la muerte a quienes consideran sus enemigos.
La pena de muerte aparece desde el comienzo del pacto de Dios con Noé: «Ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre. El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre» (Gn 9: 5, 6). No solo todo homicida sino también todo animal que mata a un hombre debe pagar con su vida: Dios requiere esto de una nación, y al final castiga si no se acata.
Como Rand notó: «Contrario a la creencia popular la Biblia no considera barata la vida. Es asunto serio quitar la vida, y al quitar la vida el homicida renuncia a su vida». Por esto, no puede haber rescate ni perdón para el asesinato (hay que distinguirlo del homicidio accidental) ni cobrarse rescate, porque hacerlo es contaminar la tierra en donde Dios mora en medio de su pueblo (Nm 35: 29-34).
En términos de ley bíblica, los modos de castigo exigidos, según Rand los resume, eran como sigue:
1) La pena de muerte por ofensas capitales.
2) De uno a cuarenta azotes por ofensas menores.
3) En casos de robo y destrucción de la propiedad de otro hombre, restitución; a lo cual había que añadir entre el ciento por ciento y el cuatrocientos por ciento como castigo.
4) Los que no podían hacer restitución financiera, ni pagar la multa, estaban obligados a contribuir con su trabajo y esfuerzo hasta que la deuda quedara pagada.
5) Confinamiento en una ciudad de refugio por un homicidio accidental.
El reemplazo de este sistema por encarcelamiento es relativamente reciente; «ya en 1771, un criminólogo francés escribió que el encarcelamiento era permisible solo en el caso de los que esperaban juicio». Pero, «hoy la prisión es todo lo que hay; la pena de muerte es anticuada (solo un hombre fue ejecutado por crímenes en los Estados Unidos de América después de proceso legal en 1966)».
El sistema de prisiones, artilugio humanista, ahora está bajo ataque de parte de los que siguen la ideología humanista, que quieren reemplazarlo con la institución mental y la reeducación psiquiátrica. Sin embargo, puesto que la teoría sostiene que es una sociedad enferma la que procrea hombres enfermos o delincuentes, el lo mejor es el reacondicionamiento psicológico (o lavado de cerebro) de todas las personas mediante escuelas, púlpitos, prensa y televisión. El medioambientalismo humanista requiere tal enfoque. El marxismo, como una forma más rigurosa de medioambientalismo, está dedicado a rehacer de manera total el medio ambiente social.
Este medioambientalismo humanista es una forma de la misma fe evolucionista básica formulada por Lamarck. El hombre puede ser y de hecho está determinado por su medio ambiente o por las características adquiridas antes que por su propio ser interior. No es el pecado del hombre sino el mundo que lo rodea lo que determina la voluntad del hombre. Por eso, el marxista Lincoln Steffens, al referirse a la caída del hombre, no culpa a Adán, ni a Eva, ni a la serpiente; «fue y es la manzana», o sea, el medio ambiente, el mundo en que el hombre vive.
Desde tal perspectiva, es un error culpar al hombre. Es el mundo lo que el hombre debe rehacer para que le sirva al hombre. Castigar al hombre, pues, no es correcto; es a Dios, quien hizo al mundo, y a los hombres que bajo Dios establecieron el orden-ley de Dios, a quienes se debe castigar. Por lo tanto, entre la ley bíblica y la ley humanista hay una brecha insalvable y una guerra incesante.
El principio involucrado en la ley bíblica del castigo se indica en Éxodo 21: 23-25: «Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe». Algunos escogen interpretar esto literalmente, pero el mismo contexto (Éx 21: 1-36), una delineación de ofensas y castigos, deja en claro que quiere decir que el castigo debe ajustarse al delito; debe ser proporcional al desafuero, ni menor ni mayor. Este principio se vuelve a indicar en Levítico 24: 17-21 y Deuteronomio 19:21. El comentario de Oehler es de interés:
El principio mosaico de castigo es la ley del talión, como se expresa repetidas veces en la sentencia: «vida por vida, ojo por ojo, diente por diente», etc. Éx 21: 23-25; Lv 24: 18; Dt 19: 21; se le debe hacer al ofensor como él ha hecho; en otras palabras, el castigo es una retribución que corresponde en cantidad y calidad a la obra perversa. Pero que el talio no se debe entender en un sentido meramente externo no solo se muestra por las varias provisiones de castigo, sino por el hecho de que no solo la obra misma, sino la culpa que ya se halla a la raíz de la obra, a menudo se toma en cuenta para determinar el castigo.
El castigo de muerte se asigna al parecer a un elevado número de transgresiones. Se prescribe no solo para el delito de asesinato, maltrato de los padres, secuestro (Éx 21: 12.), adulterio, incesto y otros delitos contra naturaleza, idolatría y la práctica de adivinación y hechicería paganas (Lv 20, Dt 13:6ss.), sino por violar ciertas ordenanzas fundamentales de la teocracia la ley de la circuncisión, Gn 17: 14; la ley de la Pascua, Éx 12: 15, 19; la ley del sabbat, 31:14s; la contaminación de sacrificios, Lv 7:20; el ofrecer sacrificios en otros lugares aparte del santuario, 17:8.; ciertas leyes de purificación, 22: 2, Nm 19: 13, 20.
Sin embargo la expresión peculiar, «será cortado del pueblo» se escoge para el castigo de transgresiones de la clase última a distinción de la anterior; expresión que, en verdad, no se puede referir sencillamente al destierro (como algunos lo han interpretado), sino más, en algunos casos, parece apuntar a un castigo que será ejecutado no por castigo humano, sino por el poder divino, como se dice en Lv 17:10 con referencia a la persona que come carne: «la cortaré de entre su pueblo».

CUANDO EL CASTIGO DEBÍAN EJECUTARLO LOS HUMANOS, SE USÓ EL TÉRMINO.

«se matará», como en la violación de la ley del sabbat, Éx 31:14, y en los pasajes de la clase anterior, Éx 21:12ss., Lv 20, etc. En general, en todos los casos en los que el pueblo no aplicaba el castigo al transgresor, Jehová mismo se reservaba el aplicarlo; ver, como pasaje principal, Lv 20:4-6.
Hay, pues, dos clases de pena capital.
Primero, Dios directamente manda juicio y muerte sobre hombres y naciones por ciertas ofensas. Esto lo hace en su tiempo y voluntad y nadie puede decirle que no.
Segundo, Dios le delega al hombre el deber de aplicar la muerte por ciertas ofensas y eso sin ninguna demora indebida y sin vacilación.
Al examinar la obligación del hombre de aplicar la pena de muerte, vemos,
Primero, que, por lo general, no se podía pagar rescate ni multa por el asesinato para dejar en libertad al culpable. Como Números 35:31 declaró: «Y no tomaréis precio por la vida del homicida, porque está condenado a muerte; indefectiblemente morirá ». La única excepción a esto es en el caso en el que un buey, con un historial de ser acorneador, mata a un hombre; el dueño entonces «también morirá», a menos que «si le fuere impuesto precio de rescate, entonces dará por el rescate de su persona cuanto le fuere impuesto» (Éx 21: 29, 30).
En tales casos, debido a que el buey es el principal asesino, hay una posibilidad de escape para el dueño.
Segundo, como parece en el caso del buey acorneador, la ley bíblica establece que los animales tanto como los hombres son culpables de asesinato. Esto aparece con claridad en Génesis 9:5 como también en la ley. Si un hombre tiene un animal, y el animal mata a un hombre, el animal muere. El dueño no es culpable si el animal no tiene historial previo de violencia sin provocación (Éx 21: 28).
Pero si el animal tenía un historial de violencia en el pasado, el dueño es culpable de asesinato bajo pena capital. Para el hombre libre, el rescate era posible; para los esclavos, la ley especifica el rescate, treinta siclos de plata, para impedir que al esclavo se le exija un rescate indebido como alternativa a la muerte (Éx 21: 29-32).
El daño de un buey al buey de otro hombre también tiene castigo ante la ley. Si el animal delincuente no tenía historial previo, hay que venderlo, y el precio se divide entre los dos dueños, y el buey muerto también hay que venderlo y se divide el precio de venta. Pero si el buey que atacó tenía un historial de mala conducta, se vendía y el precio se da enteramente al dueño del buey muerto, que retiene lo que se reciba por venta del buey muerto (Éx 21:35, 36). Este principio de responsabilidad animal, y la responsabilidad de sus dueños, es todavía una parte de nuestra ley. Si al buey lo mataban a pedradas, no se podía comer su carne, puesto que no se había drenado su sangre (Éx 21: 28).
Una aplicación moderna extraña o aplicación errada de esta ley aparece en un comentario modernista: «Los animales que matan a los hombres hoy no son bueyes sino diminutos organismos, gérmenes de enfermedad.
Si los que poseen estos son imprudentes para esparcirlos, a ellos también hay que hacerlos morir, o imponerles un rescate muy alto».
Tercero, hemos visto que el principio es vida por vida, o sea, un castigo proporcional al delito. Este delito no tiene referencia al delincuente ni a su mentalidad sino solo a la naturaleza del acto. Si la muerte es la pena para los animales según el principio de vida por vida, lo es también para los hombres. Así, según este principio, la ley bíblica no da lugar a una declaración de inocencia por razón de locura. Tampoco hay un estatus privilegiado ante la ley para el menor de edad.
El asesinato requiere la pena de muerte sea que el ofensor sea un animal, un «loco», un niño, un anormal. La declaración moderna de inocencia por razón de locura surgió en 1843 en el juicio de Daniel M’Naughton por el asesinato de Edward Drummond, secretario de Sir Robert Peel. Como resultado del juicio de M’Naughton se formularon las Reglas M’Naughton.
(a) Se presumía a todo hombre cuerdo hasta que se demostrara lo contrario, pero:
(b) Un hombre que estaba loco o actuando bajo un defecto de la mente al cometer el acto, por lo que no se daba cuenta de la naturaleza del acto o su maldad, no era culpable por razón de locura.
Se recluyó a M’Naughton en un asilo en lugar de ejecutarlo. Las Reglas M’Naughton condujeron a la decisión en 1954 por parte de David T. Bazelon de la Corte de Apelaciones del Distrito de Columbia que a nadie se le podría considerar «criminalmente culpable si el acto contrario a la ley se debía a enfermedad mental o defecto mental».
Este fue el caso Durham, donde se juzgó a Monty Durham, un ladrón de casas que giraba cheques falsos y que había entrando y saliendo de cárceles y hospitales mentales por siete de sus veinticuatro años.
Tales alegatos como los de las Reglas de M’Naughton y Durham permiten a las cortes hacer a un lado el principio de la vida por la vida, el principio de la justicia y la justicia misma, por consideración humanista por la vida del delincuente.
Supuestamente, las cárceles son «punitivas» e inmisericordes comparadas con el tratamiento mental. Pero, como Mayer ha notado:
El vistazo más ligero a nuestras instituciones penales revela que algunas prisiones, en Wisconsin, en California, y en el sistema federal, son en efecto mucho menos punitivas que un hospital estatal mental ordinario. Y no es probable que un hombre quede muy bien parado en el mercado laboral si su historial muestra una reclusión civil en una institución para delincuentes locos que una convicción por un delito.
El sistema de prisiones es un artificio humanista, una manera ostensiblemente más humana de tratamiento que lo que exigía a la antigua ley bíblica. Ahora el enfoque en la salud mental se piensa que es incluso más humano, cuando en la realidad, como Salomón lo notó hace mucho, aquí como en todo lo demás, «el corazón de los impíos es cruel» (Pr 12: 10).
Pero siquiatras como Menninger nos dicen que se puede hacer saludable a la sociedad reemplazando «la actitud punitiva con una actitud terapéutica». Exigir que se castigue a los delincuentes es revelar nuestra propia enfermedad mental.
Menninger llama a eso «el delito del castigo». Para él, los buenos de la sociedad son delincuentes cuando exigen castigo. Sostiene que el delito de la sociedad contra el delincuente es mayor que el del delincuente contra la sociedad: «Sospecho que todos los crímenes cometidos por todos los delincuentes encarcelados no se igualan al daño social total de los crímenes cometidos contra ellos». Del delincuente, Menninger dice:
Necesitamos delincuentes con los cuales identificarnos, para envidiarlos en secreto, y para castigarlos con vigor. Ellos hacen por nosotros las cosas prohibidas, ilegales, que nosotros quisiéramos hacer y, como los chivos expiatorios de antaño, llevan las cargas de nuestra culpa y castigo desplazados. «Las iniquidades de todos nosotros».
Como seguidor de la ideología humanista, Menninger considera la vida del hombre como el mayor bien y cualquier daño a la vida como el mayor mal: «El mayor pecado que nos tienta a todos es hacerles daño a otros, y hay que evitar este pecado a fin de vivir y dejar vivir».

OPINIONES SIMILARES SE HALLAN EN LA PROFESIÓN LEGAL Y DE HECHO LA DOMINAN.

Esto fue evidente en la convención de 1968 del Colegio de Abogados Norteamericanos.
Esta clase de pensamiento que apela a muchos estaba definitivamente hacia la izquierda, y era en todo humanista. De este modo,
Un abogado negro, William Coleman de Filadelfia, argumentó que a la sociedad se la debe preparar para sancionar cierta cantidad de intranquilidad e inconveniencia como precio del progreso. Contendió que a los que participan en la desobediencia civil se les debe pagar por su esfuerzo por luchar contra leyes injustas.
Cuando una causa es digna, convino Louis H. Pollak, decano de la Facultad de Leyes de Yale, los fiscales deben rehusarse a presentar cargos contra los que participan en desobediencia civil. No estableció pautas específicas para determinar si una causa es digna.
Por supuesto, los alborotadores ya estaban recibiendo ingentes subsidios en su desobediencia civil y motines, como lo han demostrado numerosos estudios e informes, y donativos federales se repartían generosamente. Hubo una voz en disensión en la convención del Colegio de Abogados, un invitado, el juez Widgery de la Corte de Apelaciones de Inglaterra:
Después de escuchar las conferencias sobre delito y desorden civil por cinco días, el jurista británico dijo que «le impactó de manera muy contundente el no haber oído ni una sola palabra de elogio o crítica de la policía, las tropas de choque en la lucha contra el delito». ¿Cómo esperan los abogados y jueces mantener la paz, dijo, «a menos que tengan una fuerza policial eficiente»?
El juez británico también cuestionó la afirmación expresada momentos antes por el Procurador General Clark de que «la pobreza es la madre del delito».
El juez Widgery parcamente aconsejó a su público que no le dieran demasiada importancia a esta teoría. «Quien piensa que el alivio de la pobreza resultará en una reducción del delito se dispone a cierto tipo de desilusión», dijo.
La mayor parte de los tugurios de Inglaterra, dijo, quedaron en ruinas por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, así que las viviendas pobres no son excusa para el delito. Y Bretaña había tenido «muy buen éxito, con su política fiscal a lo Robin Hood de quitarle al rico para darles a los pobres, y uno pensaría que habría un descenso en las cifras del delito. Pero nada de eso ha sucedido. Ha habido un aumento en todo departamento», entre los pobres, la clase media y los acomodados.
El delito y el desorden civil continúan aumentando, sugiere, debido a que las sociedades por todo el mundo occidental han «perdido la disciplina», la aceptación de parte de sus miembros de un código de disciplina.
En 1968 el Procurador General de los Estados Unidos, Ramsey Clark, citando al socialista fabiano George Bernard Shaw, que «el asesinato y la pena capital no son opuestos que se cancelan entre sí sino similares que promueven su clase», instó al Congreso a abolir la pena capital para crímenes federales. Según el testimonio de Clark ante el subcomité del Senado.
En medio de la ansiedad y el temor, la complejidad y la duda, tal vez nuestra mayor necesidad es la reverencia por la vida, la vida misma: nuestra vida, la vida de otros, toda vida.
Una preocupación humana y generosa por todo individuo, por su seguridad, su salud y su satisfacción hará más para calmar el corazón salvaje que el temor a la muerte infringida por el estado, que principalmente sirve para recordarnos cuán cerca seguimos de la selva.
Las cortes de hoy, moviéndose en términos de ley humanista, ya son hostiles a la ley y el orden. Como Gardner ha destacado, «los derechos del individuo se protegen, siempre y cuando el individuo haya cometido un delito». La inquietud por el delincuente ha llegado al punto en que los capellanes de prisiones en Alemania han organizado un sindicato de trabajo para los presos, y Alemania Occidental le ha dado al sindicato personería jurídica.
Para volver a la alegación de locura, algunas ciudades ya tienen una corte psiquiátrica, como lo atestigua Los Ángeles, a la cual se refiere muchos casos. «La corte atiende todos los casos que tienen que ver con enfermedades mentales, incluyendo la reclusión de personas en hospitales mentales ordenada por la corte; casos de narcóticos civiles y criminales; y determinaciones de las cortes municipales sobre cuestiones de locura criminal».
El movimiento para abolir la pena de muerte sustituye «la moral con la medicina», y niega «la doctrina legal de la responsabilidad individual», uno de los elementos fundamentales de la ley santa. La puerta al salvajismo pagano se abre con este enfoque psiquiátrico. En lugar de la responsabilidad, culpa y castigo del individuo, se recalca la responsabilidad, culpa y castigo del grupo. Se culpa a la sociedad en general y la familia, no al delincuente. Se acerca el tiempo cuando será peligroso ser inocente de un delito, porque la inocencia constituirá la mayor culpa.

ASÍ CREEN YA LOS REVOLUCIONARIOS DE LOS DERECHOS CIVILES.

La defensa en juicio ya indica el rumbo de la ley. A un violador convicto que presentó una declaración tardía de inocencia por razón de locura lo han defendido en la corte sobre dos bases:
(a) tiene una constitución de cromosomas anormal, y:
(b) se sentía rechazado por las mujeres. De hecho, Menninger ha declarado:
«El temor inconsciente a las mujeres aguijonea a algunos hombres con un instinto compulsivo a conquistar, humillar, hacer daño o dominar a algún ejemplar de feminidad disponible». El violador no es culpable; sus temores, y tal vez también sus cromosomas, lo empujan a violar; Menninger ha dejado en claro su creencia en la culpabilidad del inocente. El delincuente no es culpable; la sociedad lo «empuja» al delito.
Así, como la esposa de John Connolly, de St, Paul, Minnesota, dijo de Sirhan Cishara Sirhan, cuando empezó su juicio por el asesinato del senador Robert F. Kennedy: «Pienso que Sirhan es una criatura que da lástima. Es difícil imaginarse que alguien pueda ser empujado a hacer algo como esto». Si a Sirhan y a otros delincuentes los han «empujados», alguien da el empujón y es por consiguiente culpable. Y si el medio ambiente predetermina al delincuente, los que siguen la ideología humanista, al afirmar esto, han sustituido la predestinación por Dios con el determinismo por el medio ambiente .
Cuarto, las Escrituras exigen la pena de muerte por una serie de ofensas. Son:
1. Asesinato, pero no por homicidio accidental (Éx 21:12-14).
2. Golpear o maldecir a un padre (Éx 21: 15; Lv 20: 9; Pr 20: 20; Mt 15: 4; Mr 7: 10). Hay que notar que Cristo condenó a los escribas y fariseos por soslayar esta ley,
3. Secuestro (Éx 21: 16; Dt 24: 7).
4. Adulterio (Lv 20: 10-21), que se considerará más adelante.
5. Incesto (Lv 20: 11-12, 14).
6. Bestialismo (Éx 22:19; Lv 20: 15-16).
7. Sodomía u homosexualidad (Lv 20: 13).
8. Falta de castidad (Dt 22: 20-21), que se considerará más adelante;
9. Violación de una virgen comprometida en matrimonio (Dt 22: 23-27).
10. Hechicería (Éx 22: 18).
11. Ofrecer sacrificio humano (Lv 20: 2).
12. Delincuencia incorregible y criminalidad habitual (Dt 21: 18-21).
13. Blasfemia (Lv 24: 11-14, 16, 23), que se consideró anteriormente.
14. Profanación del sabbat (Éx 35: 2; Nm 15: 32-36), que ya se consideró anteriormente; y ya sobreseída.
15. Propagación de doctrinas falsas (Dt 13: 1-10), también considerado anteriormente.
16. Sacrificar a dioses falsos (Éx 22: 20).
17. Negarse a cumplir la decisión de una corte y por consiguiente negar la ley (Dt 17: 8-13).
18. No devolver la prenda o garantía (Ez 18:12, 13), porque tal acción destruía la posibilidad de la confianza y asociación de la comunidad.
Los métodos de pena capital eran por la hoguera (Lv 20: 14; 21:9); apedreamiento (Lv 20: 2, 27; 24:14; Dt 21:21); horca (Dt 21: 22-23; Jos 8: 29); y la espada (Ex 32: 27-28). El uso de la espada era una circunstancia excepcional; y el requisito básico en cada caso era la pena de muerte en sí misma antes que la forma del castigo.
Todavía más, como Carey ha señalado:
La pena capital nunca se aplicaba por el testimonio de menos de dos testigos (Números 35: 30; Deuteronomio 17: 6; 19: 15). En casos específicos la pena capital la debían ejecutar los mismos testigos como en Deuteronomio 13: 6-10; 17: 7. En algunos casos la ejecutaba la congregación (Números 15: 32-36: Deuteronomio 13: 6-10), o el pariente más cercano, el vengador de la sangre (Deuteronomio 19: 11-12).
Para la mente humanista estas penas parecen severas e innecesarias. Lo cierto es que las penas, junto con la fe bíblica que las motiva, sirven para reducir el delito. Cuando Nueva Inglaterra dictó leyes requiriendo la pena de muerte para los delincuentes incorregibles y para los hijos que golpeaban a sus padres, no se necesitó ninguna ejecución; la ley mantenía a los hijos en cintura.
Algunas leyes consiguen el efecto deseado sin necesidad de proceso judicial. Como en un caso, de la década de 1920, que describe Llewellyn.
Los libros de la biblioteca pública de Nueva York seguían desapareciendo. Esto por lo general se achacaba a la delincuencia juvenil; robar era fácil para cualquiera, pero las recompensas para el ladrón eran tan ínfimas que hacían de los jóvenes los candidatos más probables. Se dictó un estatuto haciendo delito el que se ofreciera para la venta un libro que llevara el sello de la biblioteca. Los funcionarios de la biblioteca se cercioraron de que todo distribuidor de libros de segunda mano de la ciudad recibiera notificación de este estatuto. Pronto los robos se redujeron casi a cero. El mercado había dejado de ser lucrativo.

NUNCA HUBO UNA ACCIÓN JUDICIAL BAJO LA LEY. NO HUBO NECESIDAD.

Este no es siempre el caso, porque cuando el carácter religioso y moral de un pueblo se desintegra, los delincuentes empiezan a ser más numerosos que la policía y los que guardan la ley. La ley bíblica elimina a los delincuentes incorregibles y habituales; la fe bíblica da a las personas carácter santo y disposición de acatar la ley.
El derrumbamiento de los órdenes leyes humanistas se debe a la disposición radical de la gente inicua a la delincuencia. A pesar de la amplia compasión hacia los delincuentes, sigue siendo cierto que el 80% de los acusados se declaran culpables.
Algunos del restante 20 por ciento son culpables, pero el acusador retira los cargos (Mayer nota de estos que muchos son «como nuestro joven cuya muchacha decidió que lo quería aunque él casi la mata a golpes»). Para acelerar el embotellamiento legal, a muchas partes culpables se les permite que se declaren culpables de una acusación menor para evitar la demora y los gastos.
Otros estudios muestran que de cada cien personas que detiene la policía (en comparación con los acusados formalmente), a cincuenta se les declara convictos por declaración de culpabilidad; a cinco se les declara convictos después de un juicio; a treinta se le deja en libertad sin que haya acusación; a trece se le deja en libertad «por proceso administrativo después de la formulación de cargos pero antes del juicio», y a dos se les absuelve después de juicio.
Así que, si bien en cualquier sistema humano falible se cometen errores, estos no son muy comunes. La justicia tiene deficiencias, pero no hay otra alternativa. Es más, como Mayer notó de las cortes criminales de Nueva York, los abogados nunca usan sombrero, «porque si uno deja el sombrero en alguna parte en el edificio de la corte criminal, alguien se lo roba». Todavía más, «la abogacía criminalista es una de las ramas de la ley en donde los abogados cobran sus honorarios por adelantado».
La razón, por supuesto, es la radical falta de honradez de sus clientes. Pero más importante es la situación con respecto a los delincuentes juveniles:
Según los Informes Uniformes de Delito del FBI, el 48% de los arrestos por infracciones graves en 1964 fueron arrestos de niños menores de dieciocho años, y el 43,3% de todos a quienes la policía acusó formalmente de delitos serios fueron referidos a las cortes juveniles. El máximo llega a los quince años.
(Por lo general, dicho sea de paso, mientras más grande la ciudad, menor es la proporción de los menores de 18 años en el número total de arrestos). Se ha calculado que una novena parte de todos los niños de la naciónuna sexta parte de los muchachos tienen algún contacto con una corte juvenil (por lo general por una ofensa muy menor) entre los diez y los diecisiete años.
Las cifras después de 1964 empeoraron de manera notoria. Demasiados de los niños que no van a las cortes juveniles también reciben educación en iniquidad de parte de la educación y religión humanista. El resultado es la tarea imposible de los policías: «En Berkeley, un sábado por la noche puede haber unas dos mil fiestas de marihuana en marcha; ¿puede uno tener un informante o policía en cada una?».
La ley se desbarata cuando desaparece la fe que la respalda. La hostilidad a la pena de muerte es la hostilidad de la ideología humanista contra la ley de Dios. Pero el gobierno de Dios prevalece, y sus alternativas son claras: o bien los hombres y las naciones obedecen sus leyes, o Dios invoca la pena de muerte contra ellos.
Hemos citado arriba la alta proporción de culpabilidad en todos los acusados.
Esto no quiere decir que a veces no se condene a inocentes. El caso de Dudley Boyle parece haber sido un caso así. A Dudley Boyle, ingeniero de minas y joven enérgico, lo detuvieron durante la Depresión por robar el banco de Sparks. Lo defendió McCarran, más tarde senador de los Estados Unidos por Nevada, que estaba convencido de la inocencia de Boyle. El juicio reveló asombrosas irregularidades, como la hija de McCarran resume en algunos de sus aspectos:
Uno de los artificios más singulares usados por el fiscal fue que el estado llamó al banquillo de los testigos al hombre que podía probar la coartada de Dudley Boyle: que había salido de Reno temprano en la mañana del robo y viajado por automóvil a Goldfield. Summerfield pidió el nombre y dirección domiciliaria del hombre, y luego concluyó el interrogatorio del testigo.
De allí en adelante, McCarran, a quien el juez George Barret continuamente denegaba sus protestas, no pudo examinar al hombre, ni recabar de él la confirmación de la coartada de Boyle. Esto sería increíble si se tratara simplemente de un reportaje de noticias. La transcripción está disponible. Incluso en la apelación, el juez Edward A. Ducker, que había sucedido a McCarran en la Corte Suprema, dictó una decisión terriblemente superficial contra Boyle, que había sido sentenciado de seis a veinte años en la prisión estatal. Fue puesto en libertad después de seis años, y subsiguientemente, se suicidó.
Cuando había estado trabajando para la libertad condicional, Boyle le había escrito a McCarran: «Usted sabe y yo sé que soy inocente». Esto fue, desdichadamente en lo más profundo de la Depresión, cuando todos estaban desesperadamente distraídos. Hubo mucho que sugiere que cuando el dueño del banco de Sparks deseaba un culpable, lo podía obtener.
Este no es un caso aislado. Pero no es el caso común. El hecho sigue siendo cierto de que casi todos los acusados son culpables, y que en la mayoría de casos 38 Robert McLaughlin, «A Policeman’s Nightmare: Mountains of Marijuana» [«Pesadilla de un policía: Montañas de marihuana»], Los Angeles Herald-Examiner, (viernes, 6 diciembre 1968), p. A-11.
Se declaran culpables. Evitar que se haga respetar la ley, o desbaratar la ley, debido a tales casos de injusticia, es aumentar la injusticia. La imposición de la ley civil y criminal está en manos de hombres pecadores y falibles; no puede ser infalible. Para mejorar la calidad de la imposición de la ley, y producir una mayor obediencia, es necesario que tengamos más hombres consagrados.
No hay respuesta, sino solo más decadencia en cualquier debilitamiento de la ley. Usar los casos de injusticia para destruir la ley es en sí mismo un acto muy grande y mortal de injusticia.

3. ORÍGENES DEL ESTADO: SU OFICIO PROFÉTICO

Históricamente, los teólogos de manera bastante regular han hallado los orígenes del estado, o del gobierno civil, en el sexto mandamiento, o, con mayor precisión, en la caída del hombre. Antes de la caída, se sostiene, no había necesidad de un estado, puesto que el hombre no tenía pecado.
Después de la caída, la muerte entró en el mundo debido al pecado como castigo de Dios por el pecado, y se formó el estado a fin de mantener el pecado del hombre en cintura e invocar penas hasta de muerte para castigarlo. El estado es pues el verdugo de Dios, una institución que existe entre la Caída y la Segunda Venida para mantener al hombre en cintura.
Cullmann hace eco extensivamente de esta noción, y ve al estado «como algo “provisional”». Según Cullmann, Cristo y el cristianismo rechazan «el ideal teocrático judío como satánico». Todavía más, «Jesús no considera al estado como una institución definitiva que se deba igualar de alguna manera al Reino de Dios. El estado pertenece a la edad que todavía existe ahora, pero que se desvanecerá para siempre tan pronto venga el Reino de Dios». No es necesario que el estado sea cristiano, pero sí es necesario que el estado «conozca sus límites».
Estrechamente relacionado con esto es la noción escolástica y luterana que basa el estado en razones naturales y lo absuelve de toda conexión directa y responsabilidad con Dios.
En un sentido, esta posición es correcta, si sostenemos que el carácter provisional del estado tiene referencia a la forma del estado. Pero lo mismo se puede decir de la iglesia; también es provisional en su forma. Ni en el cielo ni en la nueva creación final habrá cargos de obispos, pastores, ancianos o diáconos. Esto no quiere decir que la iglesia sea meramente provisional, así como tampoco quiere decir que el estado sea meramente provisional.
Todavía más, Cullmann está terriblemente equivocado al sostener que el ideal teocrático de Israel fue satánico a los ojos de Cristo, porque este había venido a restaurar ese reino verdadero. La perversión de ese ideal es lo que era satánico, la perversión e imitación. En este punto, Cullmann tiene razón al observar que «pertenece a la naturaleza más profunda del diablo que imita a Dios». Lo que se imita es el gobierno divino, el reino de Dios.
Este reino existía en Edén; sus leyes gobernaban a Adán y Eva, y por último Adán y Eva las quebrantaron. Las autoridades civiles, así como también la iglesia, la escuela y la familia fueron ordenadas por Dios como diversos aspectos del permanente reino de Dios; cada una lleva las marcas de la caída, pero todas son ordenadas por Dios.
El gobierno directo de Dios desde entonces ha existido a través varias instituciones, de las cuales una es el estado. Es precisamente debido a que incluso estas instituciones plagadas por el pecado reflejan el gobierno de Dios en el mundo que se ordena la obediencia, y se declara que oponerse a ellas es oponerse a Dios (Ro 13:1-7).
Todavía más, como Calvino claramente señaló: menospreciar la providencia de aquel que es fundador del poder civil, es declararle la guerra. Entiéndase además, esos poderes son de Dios, no como se dice que la peste, la hambruna, las guerras y otras visitaciones por el pecado proceden de él; sino debido a que É las ha designado para el gobierno legítimo y justo del mundo6.
La plaga, la hambruna y la guerra son resultados y castigos que llegan al hombre por su pecado, pero el estado no es así (aunque los gobernantes perversos pudieran serlo), sino más bien un aspecto del gobierno justo de Dios. Habrá gobierno en la nueva creación como lo hay en el cielo y debe haberlo en la tierra.
La necesidad de ser justo y recto no desaparece en la nueva creación; más bien, la obediencia perfecta llega a ser el resultado del gobierno perfecto.
Ahora bien, el gobierno es un término mucho más amplio que el estado. El gobierno significa, primero, gobierno de uno mismo, luego la familia, la iglesia, el estado, vocación, asociaciones privadas y también mucho más. Pero el estado como un poder «más alto» pero no el más alto representa el ministerio de justicia de Dios, la plenitud del cual se ve en el cielo y en el infierno. El que el estado culmine, junto con la iglesia, familia, escuela, y vocación, en el reino de Dios en la nueva creación no su conclusión, como tampoco el nacimiento es la muerte del feto. Más bien es verdadera vida.
El primer y básico deber del estado es promover el reino de Dios al reconocer la soberanía de Dios y su palabra, y conformarse a la palabra-ley de Dios. El estado, pues, tiene la obligación de ser cristiano. Debe ser cristiano así como el hombre, la familia, la iglesia, la escuela y todo lo demás deben ser cristianos.
Sostener otra cosa es afirmar la muerte de Dios en la esfera del estado. Debido a que no ha exigido que el estado sea cristiano, debido a su teología implícita de la muerte de Dios, la iglesia ha entregado el estado a la razón apóstata y al diablo. Lo ha hecho porque ha negado la ley de Dios. De hecho, ha implicado que Dios está muerto fuera de las paredes de la iglesia, por lo que lógicamente debe proclamar su muerte dentro de la iglesia.
El concepto de que el estado está fundado en la caída y en el pecado ha fracasado porque se ha separado al estado de Dios, excepto como un tipo de manotazo de Dios, como una plaga o una hambruna. Luego, cuando se busca una doctrina positiva del estado, se ubica, no en el reino de Dios, sino en la razón natural, en la razón autónoma del hombre natural.
Si se separa al estado del reino de Dios, ¿cuánto tiempo va a subsistir la idea de pecado? Después de todo, el pecado es una ofensa contra Dios y su majestad, contra las leyes de su reino. El resultado es que si el estado no es parte del reino, no hay pecado en el mundo de la justicia y las relaciones humanas.
Esto, por supuesto, es la esencia de la ideología humanista. El que sigue la ideología humanista fácilmente se desilusiona de Dios, el hombre y la sociedad cuando no todo marcha bien, pero no se desilusiona consigo mismo. Por eso el poeta libanés Kahlil Gibran en su juventud «concebía el universo como perfecto y desprovisto de mal».
En reacción a su desilusión del mundo y de Dios, se hizo discípulo de Nietzsche, cuya filosofía gobernó los escritos de Gibran. En términos de esto veía amaneciendo la era del superhombre: «Vivimos en una era cuyos hombres más humildes están llegando a ser más grandes que los hombres más grandes de épocas precedentes». Su propia actitud, como el de un superhombre, fue de total santurronería. Como su propio supermán y dios, estaba por encima de toda crítica y por encima de la ley.
Claro, si el estado no es un aspecto del reino de Dios, inevitablemente dejará el concepto del pecado porque no tiene un Dios verdadero. Y, debido a que el hombre bajo la ideología humanista se vuelve su propio dios, ninguna ley puede gobernar a los dioses, que son su propia ley. Como Calvino notó, sin leyes el estado y la magistratura civil «no pueden subsistir; como, por otro lado, sin magistrados las leyes no tienen fuerza alguna. Por eso no se puede decir cosa más cierta que llamar a la ley un magistrado mudo, y al magistrado una ley parlante».
Un estado, por consiguiente atestigua contra sí mismo cuando mantiene en algún grado el orden-ley de Dios, y, si un estado no mantiene ese orden-ley en algún grado, colapsa en anarquía. Se reconoce al estado como un orden al cual los hombres bajo Dios deben rendirle obediencia, y las Escrituras repetidas veces requieren esta obediencia en donde se debe obediencia aun cuando la autoridad sea un Nerón.
No podemos menospreciar el oro y la plata porque estén en manos de hombres impíos. Por el contrario, debemos procurar poseerlos por medios santos. Debemos confesar que el oro es oro, quienquiera que lo posea, y como sea que lo use. De modo similar, el estado es el estado, creado y destinado para ser parte del Reino de Dios, llamado a magnificar a Dios al imponer su orden-ley, y por consiguiente no se puede menospreciar, por impíos que pudieran ser los gobernantes.
Si menospreciamos y abandonamos el oro, no podemos quejarnos si sus nuevos dueños no son de nuestro gusto; si renunciamos al estado como ordenado por Dios y como aspecto importante de su reino, ¿podemos quejarnos si los perversos lo aprovechan?
El sexto mandamiento, «no matarás», tiene tanto un aspecto negativo, el castigo de los que injustamente cometen actos de violencia, y un lado positivo, la protección de la vida en términos de la ley de Dios. El estado por lo general se basa en el aspecto negativo y sirve en el mejor de los casos como verdugo de Dios.
El estado en verdad debe «infundir temor al malo» proteger a los buenos y elogiarlos (Ro 13: 3). Al proteger la vida y promover la seguridad de la familia y de la religión, el estado es a todas luces positivo en su ministerio. La protección no es solo negación; es un presente y continuo clima de paz y seguridad.
La acusación del rey Josafat a los jueces de Judá es reveladora: «Mirad lo que hacéis; porque no juzgáis en lugar de hombre, sino en lugar de Jehová, el cual está con vosotros cuando juzgáis. Sea, pues, con vosotros el temor de Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro Dios no hay injusticia, ni acepción de personas, ni admisión de cohecho» (2ª Cr 19:6, 7).
La ley se nos da como principios (los diez mandamientos) y como casos (los mandamientos detallados), y su significado se debe martillar en la experiencia y en la prueba. Esto no quiere decir que la ley sea algo en desarrollo sino que la consciencia del hombre de sus implicaciones se desarrolla conforme nuevas situaciones traen luz fresca a las posibles aplicaciones de la ley.
El salmista en el Salmo 119 vio la ley como una fuerza positiva en su crecimiento y en su capacidad para resistir las adversidades de la historia.

EL SANTUARIO, COMO HEMOS VISTO, ERA EL SALÓN DEL TRONO DE DIOS.

Cuando se estableció el gobierno servil de Israel, se hizo ante el santuario. Dios allí habló a los setenta ancianos del pueblo y derramó sobre ellos su Espíritu, así que el primer Pentecostés fue el Pentecostés civil en la ordenación de las autoridades civiles (Nm 11: 16-17, 24-30).
Por lo general se deja en el descuido el significado de este evento, porque se descuida la ley como un todo. Moisés, allí, como representante de Cristo Rey, medió el don del Espíritu. Que esto no fue un acontecimiento excepcional se deja en claro por el ungimiento de Saúl, que también profetizó (1ª S 10:1-7).
La profecía en sí no fue su oficio o llamamiento, ni el de los setenta ancianos ni de Saúl; ellos eran gobernantes civiles. El testigo lleno del Espíritu de la profecía atestiguaba su cargo, que fue ordenación de Dios. Estos dos pentecosteses civiles ocurrieron a comienzos de dos formas de gobierno civil en Israel: la comunidad y la monarquía. La ordenación de los demás era por un ungimiento.
La iglesia primitiva vio su continuidad con el Pentecostés de la iglesia, con sus ritos de coronación. La forma del rito subsiste, aunque la fe ha desaparecido. El juramento requerido de la reina Isabel II decía:
¿Mantendrás, al máximo de tu poder, las leyes de Dios y la verdadera profesión del evangelio? ¿Mantendrás, al máximo de tu poder, en el Reino Unido la Religión Reformada Protestante establecida por ley? ¿Mantendrás y preservarás inviolablemente el establecimiento de la Iglesia de Inglaterra, y la doctrina, adoración, disciplina y gobierno consiguiente, como lo establece la ley en Inglaterra? Y, ¿preservarás para los obispos, el clero de Inglaterra, y las iglesias puestas bajo su responsabilidad, todos los derechos y privilegios que por ley les pertenecen a todos y a cada uno de ellos?.
Después de este juramento, el moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia le trajo a la reina la Biblia, y le dijo:
Su Graciosa Majestad: Para mantener a su Majestad para siempre consciente de la ley y del evangelio de Dios como regla para toda la vida y gobierno de la Princesa cristiana, le presentamos este libro, lo más valioso que este mundo ofrece.

AQUÍ HAY SABIDURÍA; ESTA ES LA LEY REAL; ÉSTOS SON LOS ORÁCULOS VIVOS DE DIOS.

Después del ungimiento, que citaba el ungimiento de Salomón, siguió la presentación de la espada del estado, que el arzobispo de York, recibió del gran señor chambelán, y la presentó a la reina con estas palabras:
Recibe esta real espada, traída del altar de Dios, y entregada a ti por las manos de nosotros los obispos y siervos de Dios, aunque indignos. Con esta espada haz justicia, detén el crecimiento de la iniquidad, protege a la santa Iglesia de Dios, ayuda y defiende a las viudas y huérfanos, restaura las cosas que están decayendo, mantén de las cosas que se restauran, castiga y reforma lo que está errado, y confirma lo que es de buen orden; que haciendo estas cosas seas gloriosa en toda virtud; y sirve fielmente a Nuestro Señor Jesucristo en esta vida, para que reines para siempre con él en la vida venidera. R. Amén.
Cuando se le dio a la reina el orbe con la cruz, el arzobispo declaró:
Recibe este orbe colocado bajo la cruz, y recuerda que todo el mundo está sujeto al poder e imperio de Cristo nuestro Redentor.
Esta ceremonia es un eco de las ceremonias de coronación antiguos, y de la fe bíblica por más que se abuse de ellos en los ritos de coronación de que el orden civil está directamente bajo Dios y es establecido por orden suya como parte de su reino. Cuando la gente reemplaza a Dios como señor y soberano, el Pentecostés civil da paso a Babel y a la confusión de lenguas.
Los eruditos han intentado convertir en figuras eclesiásticas a los setenta hombres de Números 11: 16, 17, pero no hay justificación para eso, y el Pentecostés civil paralelo en el ungimiento de Saúl, haciendo eco de Números 11: 24-30, deja en claro que se tiene en mente el orden civil. El don de la profecía intervino en ambos casos, no porque se convirtieran en profetas y predicadores, sino porque el oficio de magistrados civiles y el oficio del estado son oficios proféticos, en que el funcionario civil debe hablar por Dios, y el significado primario del profeta es uno que habla por Dios.
El estado puede por tanto hablar por Dios, y los funcionarios del estado son profetas, en siempre que observen, obedezcan, estudien y hagan respetar la ley de Dios. El que el estado busque un oficio profético independiente es renunciar a su oficio y convertirse en falso profeta.
Sea por la imposición de manos, o por unción, o por juramento del cargo y oración, a los funcionarios de la iglesia y del estado se les instala en el cargo de profeta y hablan por Dios en sus respectivas esferas. Este es un hecho dejado en el olvido, pero es bíblico de todas maneras. El punto de vista eclesiástico fue expresado de manera contundente por el anglicano Rvdo. R. Winterbotham, en su comentario sobre Números 11: 17, 24-30:
«los dones del Espíritu no son independientes del orden eclesiástico». Añadió que «es el propósito de Dios el que está en operación, no el ceremonial, por autoritativo que sea. El Espíritu de Dios es un Espíritu libre, incluso cuando elige actuar a través de ciertos canales (Hch 1: 26; 13: 2; 1 Co 12:11; 2 Co 3:17)», aunque restringió el Espíritu a la iglesia, punto de vista totalmente falso. Más bien, los dones del Espíritu no son independientes del orden de Dios, y lo mismo la iglesia que el estado pueden ser parte de ese orden.
También pueden ser hostiles y ajenos al orden de Dios.

4. «PARA HACER VIVIR»

Como hemos visto, el estado es más que el verdugo de Dios; es el instrumento de Dios para la protección de la vida santa al promover la justicia. Aunque hay muchos comentarios en los escritos de Lutero que parecen dar sustancia a la reducción luterana del estado al papel de verdugo, el efecto real de Lutero fue con mucho en otra dirección. Rosenstock-Huessy señaló:
El siervo civil es resultado de la impregnación mutua de la profecía de Lutero de la reforma universal de la práctica del príncipe de su reforma especial.
El siervo civil es el hombre que primero oye la voz profética de verdad universal, y que luego entra al servicio de una autoridad secular para desempeñar su parte en la Reforma.
Las dos instituciones importantes en la Reforma alemana fueron la universidad y el estado, y ambas se movían en términos de principios profundamente arraigados en el cristianismo. «El príncipe de Lutero, por consiguiente, no estaba protegiendo a Lutero como amigo personal; defendía el derecho de un alto magistrado a albergar en su territorio una universidad soberana».
Pero Lutero, en nombre de Dios, a su vez le ofreció a Frederick su protección como siervo de Dios; «El que más cree protegerá más; y debido a que yo pienso que Su Gracia es todavía débil en la fe, no puedo por ningún medio pensar de Su Gracia como el hombre que podría protegerme o salvarme».
En Alemania, «las universidades llegaron a ser las herederas del trono del obispo, la cátedra. A la silla del profesor se le llamaba “Katheder”». Según Rosenstock-Huessy, el príncipe no tiene más control de las universidades que el zapatero. Las universidades representan la vida del Espíritu Santo en la nación alemana, en tanto que el príncipe y su estado estaban ciegos y sordos en asuntos de religión sin la ayuda de los predicadores y maestros de la fe. Lutero no glorificó para nada al estado y al gobierno. «Los príncipes son los verdugos y carceleros de Dios», dijo.
Este elemento estaba claramente presente en Lutero, pero eso no era todo. El príncipe cristiano y el erudito cristiano, el estado cristiano y el ministerio cristiano de la palabra en su sentido más amplio para recalcar al erudito de la palabra, fueron las dos instituciones centrales en la Reforma alemana y para Lutero.
Pero, mucho más que Lutero, debemos recalcar el trabajo del estado como ministro bajo Dios (no bajo la iglesia), y con una tarea negativa al castigar el mal y la injusticia, o sea, al establecer positivamente un orden-ley en el cual los buenos pueden prosperar y florecer.
No sin razón, como ya hemos visto, a las autoridades civiles y otras se les llama «dioses», porque participan por el llamamiento y la gracia de Dios en su obra soberana de gobierno. Dios declaró por medio de Moisés: «Ved ahora que yo, yo soy, Y no hay dioses conmigo; Yo hago morir, y yo hago vivir; Yo hiero, y yo sano; Y no hay quien pueda librar de mi mano» (Dt 32: 39). Esta misma declaración aparece en parte en 1 Samuel 2:6 y en Isaías 43:13.
En el Canto de Moisés, claramente se relaciona con la ley; el Señor es el gran legislador y juez, y de aquí su poder para matar y hacer vivir, para herir y para sanar. Este poder se delega a las autoridades humanas para que lo usen conforme a la palabra-ley de Dios, y todas las autoridades así tienen en grados variados el poder para restringir, matar o herir por un lado, y para sanar o hacer vivir al promover el orden-ley y la palabra de Dios por el otro.
Esta función está claro que le pertenece al estado y a la iglesia. El poder de las llaves dado a la iglesia para perdonar pecados o para atarlos en términos de la palabra de Dios, es un aspecto de esta autoridad delegada para matar y hacer vivir (Mt 18: 18; 16: 19; Jn 20: 23).
La iglesia puede perdonar pecados en donde la palabra de Dios declara perdón y saber que ese perdón permanece ante el cielo; puede rehusar perdón en donde las condiciones de la ley de Dios no se cumplen, con la confianza de que en el cielo se niega el perdón.
La iglesia «hace vivir» por el ministerio de la palabra y los sacramentos, no debido a que algún poder para comunicar vida resida en la iglesia, sino porque Dios es fiel a su palabra en donde se ministra de verdad.
La escuela igualmente tiene el deber, como también el hogar, de matar y hacer vivir y, para herir en castigo en donde la palabra de Dios lo requiere, y para promover la vida por sus enseñanzas y disciplina.
Un aspecto importante del deber de «hacer vivir» según aparece en las Escrituras es el arte, y en particular la música. Un libro entero de himnos, el libro de los Salmos, es parte de la palabra inspirada y repetidas veces ordena que se cante y se toque en instrumentos musicales la alabanza a Dios.
Otro aspecto importante de legislación para «hacer vivir» tiene que ver con los deberes hacia las personas:

1. A LAS VIUDAS Y LOS HUÉRFANOS.

A ninguna viuda ni huérfano afligiréis. Porque si tú llegas a afligirles, y ellos clamaren a mí, ciertamente oiré yo su clamor; y mi furor se encenderá, y os mataré a espada, y vuestras mujeres serán viudas, y huérfanos vuestros hijos (Éx 22: 22-24).
No torcerás el derecho del extranjero ni del huérfano, ni tomarás en prenda la ropa de la viuda, sino que te acordarás que fuiste siervo en Egipto, y que de allí te rescató Jehová tu Dios; por tanto, yo te mando que hagas esto (Dt 24: 17-18).
Maldito el que pervirtiere el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda. Y dirá todo el pueblo: Amén (Dt 27: 19).
La opresión se cita repetidas veces como un pecado de veras aborrecible a la vista de Dios, y a reyes y jueces se les advierte en contra de ella, y se les ordena que sean vigilantes para prevenirla. Pero, aparte de las penas legales para las instancias particulares de opresión, se cita otra pena: el castigo divino.
Cuando los desvalidos claman al Señor, él será su defensor. La frase «clamaren a mí» se puede traducir «clamaren fervientemente a mí». Dios cita aquí el principio de la ley del talión: vida por vida, diente por diente; si los hombres oprimen a las viudas y huérfanos, sus propias esposas e hijos quedarán viudas y huérfanos por castigo de Dios.

2. AL PRÓJIMO, O SEA, OTROS MIEMBROS DEL PACTO.

Si vieres el asno de tu hermano, o su buey, caído en el camino, no te apartarás de él; le ayudarás a levantarlo (Dt 22: 4).
No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás (Lv 19: 13).
No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová (Lv 19: 18).
Si bien los animales son parte de esta ley, la preocupación primaria es el amor al prójimo. Esto es evidente en forma muy clara en Éxodo 23:4, 5: «Si encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo. Si vieres el asno del que te aborrece caído debajo de su carga. Antes bien le ayudarás a levantarlo».
Ni la enemistad ni la indiferencia puede permitirnos rehusar ese cuidado justo por los problemas de nuestro prójimo (o enemigos) que Dios nos requiere. La única base para nuestra relación con otros hombres es la ley de Dios, y no nuestros sentimientos.

 3. AL POBRE

No pervertirás el derecho de tu mendigo en su pleito. De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al inocente y justo; porque yo no justificaré al impío (Éx 23: 6, 7).
Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás. Yo Jehová vuestro Dios (Lv 19: 9, 10).
Y cuando tu hermano empobreciere y se acogiere a ti, tú lo ampararás; como forastero y extranjero vivirá contigo. No tomarás de él usura ni ganancia, sino tendrás temor de tu Dios, y tu hermano vivirá contigo. No le darás tu dinero a usura, ni tus víveres a ganancia.
Yo Jehová vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto, para daros la tierra de Canaán, para ser vuestro Dios. Y cuando tu hermano empobreciere, estando contigo, y se vendiere a ti, no le harás servir como esclavo. Como criado, como extranjero estará contigo; hasta el año del jubileo te servirá. Entonces saldrá libre de tu casa; él y sus hijos consigo, y volverá a su familia, y a la posesión de sus padres se restituirá.
Porque son mis siervos, los cuales saqué yo de la tierra de Egipto; no serán vendidos a manera de esclavos. No te enseñorearás de él con dureza, sino tendrás temor de tu Dios (Lv 25: 35-43).
En las cortes, a los pobres no hay que favorecerlos, «ni al pobre distinguirás en su causa» (Éx 23:3), ni desfavorecerlos (Éx 23: 6, 7); se debe evitar los asuntos y acusaciones falsas, para que no conduzcan a la lesión o muerte de inocentes; de ninguna manera Dios justificará al perverso.
En la vida cotidiana, los pobres que lo merecen, tanto nativos como extranjeros, tenían el derecho legal de espigar. Ningún agricultor podía segar sus campos de manera total; el fruto que era difícil de alcanzar, el grano junto a las cercas y orillas, y el racimo solitario aquí y allá en las ramas debía dejarse para el rebusco. El agricultor entonces concedía derechos de rebusco a algunos de los pobres y a veces favorecía a una persona especialmente merecedora, como Booz lo hizo con Rut.
En el rebusco en los Estados Unidos, hasta la Segunda Guerra Mundial, algunos agricultores tenían a ciertas familias como rebuscadoras permanentes y así daban a esos pobres una medida real de seguridad. El rebusco entonces se podría usar para la mesa o venderse para ingresos adicionales. El rebusco era trabajo duro, puesto que incluía mucho más esfuerzo que la siega regular, cuando el fruto o grano era abundante.
En algunos casos sin embargo, a veces israelitas empobrecidos, sobrecargados por la deuda, y a veces hombres acosados por la adversidad, se vendían como esclavos. Como miembros del pacto, todavía eran hermanos. Antes de convertirse en un esclavo, cuando él «se acogiere», «tú lo ampararás», y había que darle la misma consideración y cuidado que los extranjeros y peregrinos debían recibir.
Como lo dice Levítico 25:35, «tú lo ampararás; como forastero y extranjero vivirá contigo». Si necesitaba fondos, los préstamos debían ser sin intereses ni aumentos.
Las autoridades durante el segundo Templo definían las palabras que se traducen «usura» (neshej) y «ganancias» (tarbit, o marb) como sigue: Si una persona le presta a otro un siclo equivalente a cuatro denarios, y recibe en paga cinco denarios, o si le presta dos sacos de trigo, y recibe tres en pago, esto es usura. Si uno compra trigo para entrega al precio de mercado de veinticinco denarios la medida, y cuando sube a treinta denarios le dice al vendedor:
«Entrégame el trigo, porque quiero venderlo y comprar vino», y el vendedor responde: «Recibiré el trigo a treinta denarios y te daré vino por él», aunque no tiene vino, esto es ganancia. La «ganancia» está en el hecho de que el vendedor no tiene vino al momento, y posiblemente puede perder de nuevo por el aumento en el vino. En consecuencia, lo primero es un costo en dinero, en tanto que lo último es en productos.
Si no puede pagar el préstamo, el pobre queda como esclavo, excepto que, aunque técnicamente es esclavo, es un siervo con el jubileo en perspectiva; es un hermano que volverá a ser libre. Mientras tanto, no se le puede tratar como esclavo, como un incrédulo, sino más bien como empleado que en algún sentido sigue siendo un hombre libre. Dios dice muy claro por qué: «Porque son mis siervos» (Lv 25: 42).
Tanto amo como siervo son siervos de Dios, quien gobierna en absoluto la vida y las relaciones personales de ambos. En vista de esto, San Pablo declaró: «Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios» (1ª Co 6:20).
Hay que notar que la ley aquí tiene en mente la tentación a tratar de manera irrespetuosa a un miembro más débil del pacto; de aquí que se establece que, puesto que se le tiene como hermano, se le debe dar el respeto y cortesía que normalmente se daba al extranjero y al peregrino. El verdadero creyente es un hombre libre en el Señor; por tanto, incluso en deuda o en servidumbre tiene derecho a una libertad que no se concede a otros, que son esclavos por naturaleza.
Un punto de importancia con respecto al rebusco es que, en la forma antigua, era agrícola; la vida moderna es más urbana. Un intento significativo de rebusco urbano lo empezaron hace unos años las Industrias Goodwill. Al recoger artículos y bienes descartados, y luego repararlos y venderlos usando personas desempleadas o minusválidas, se provee algún ingreso para muchos. El crecimiento de la ayuda social ha limitado el crecimiento del rebusco urbano, pero sus potencialidades son muy reales y merecen mayor desarrollo.

4. A PEREGRINOS, Y EXTRANJEROS.

Y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto (Éx 22: 21).
Y no angustiarás al extranjero; porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto (Éx 23: 9).

CUANDO EL EXTRANJERO MORARE CON VOSOTROS EN VUESTRA TIERRA, NO LE OPRIMIRÉIS.

Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios (Lv 19: 33, 34).
Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho; que hace justicia al huérfano y a la viuda; que ama también al extranjero dándole pan y vestido. Amaréis, pues, al extranjero; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto (Dt 10: 17-19).
No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso, ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de tus ciudades. En su día le darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él sustenta su vida; para que no clame contra ti a Jehová, y sea en ti pecado (Dt 24: 14, 15).
No torcerás el derecho del extranjero ni del huérfano, ni tomarás en prenda la ropa de la viuda (Dt 24: 17).
Maldito el que pervirtiere el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda. Y dirá todo el pueblo: Amén (Dt 27: 19).
De estos versículos, como también de los anteriores, sale a la luz un hecho importante.
Así que, si bien la ley bíblica es severa en su condenación del delito, y la holgazanería (como testifica una buena parte de Proverbios), es igualmente severa en su condenación de todos los que oprimen al débil y al extranjero. Para usar los términos modernos, la sociedad según la concibe la ley bíblica es competitiva y libre pero no atomística.
La esencia del capitalismo y del comunismo moderno es que son atomísticos; como se ha disuelto la presuposición necesaria de una sociedad verdadera, la fe bíblica, la sociedad ha sido atomística e incapaz de establecer una verdadera comunidad. A fin de tener una verdadera comunidad, primero, es necesaria la fe, un vínculo común de doctrina y prácticas religiosas.
Segundo, es necesaria una unidad religiosa («extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto»), una consciencia de nuestros orígenes y de la gracia de Dios.
Tercero, al extranjero y a nuestro prójimo por igual hay que amarlos como nos amamos nosotros mismos, o sea, concederles el mismo respeto por su vida, familia, propiedad y reputación, en palabra, pensamiento y obra que nosotros mismos deseamos.
Cuarto, no solo hay que abstenerse de oprimir al extranjero y al débil, sino que en su necesidad deben recibir nuestra ayuda y atención.
Quinto, el extranjero y el débil, las viudas y huérfanos, deben recibir la misma justicia concienzuda en las cortes de ley que concedemos a los grandes de nuestro día, o sea, sin favoritismo y con el debido respeto por la ley y sus derechos ante la ley. Sexto, debe haber una medida de favoritismo al creyente necesitado en los préstamos; deben ser sin intereses, y sus artículos básicos necesarios («la ropa de la viuda») no se puede tomar como prenda.
Todavía más, a los obreros contratados se les debe pagar al atardecer por su trabajo, «pues es pobre, y con él sustenta su vida».

5. AL NECESITADO E INDEFENSO.

Estos aparecen en las clasificaciones previas, pero con todo la ley los señala de manera singular y específica, y Galer con razón da esto como una categoría diferente de legislación. Ya se ha citado Deuteronomio 24: 14 y 27: 19. Levítico 19: 14: «No maldecirás al sordo, y delante del ciego no pondrás tropiezo, sino que tendrás temor de tu Dios. Yo Jehová», también se citó ya, en otro contexto.

6. A LOS ESCLAVOS Y SIERVOS:

Si comprares siervo hebreo, seis años servirá; mas al séptimo saldrá libre, de balde. Si entró solo, solo saldrá; si tenía mujer, saldrá él y su mujer con él. Si su amo le hubiere dado mujer, y ella le diere hijos o hijas, la mujer y sus hijos serán de su amo, y él saldrá solo.
Y si el siervo dijere: Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre; entonces su amo lo llevará ante los jueces, y le hará estar junto a la puerta o al poste; y su amo le horadará la oreja con lesna, y será su siervo para siempre (Éx 21:2-6).
Deuteronomio 24: 14, 15 (citado arriba).
Si se vendiere a ti tu hermano hebreo o hebrea, y te hubiere servido seis años, al séptimo le despedirás libre. Y cuando lo despidieres libre, no le enviarás con las manos vacías. Le abastecerás liberalmente de tus ovejas, de tu era y de tu lagar; le darás de aquello en que Jehová te hubiere bendecido. Y te acordarás de que fuiste siervo en la tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te rescató; por tanto yo te mando esto hoy (Dt 15:12-15).

HABÍA QUE AYUDAR A LOS POBRES EN SUS NECESIDADES, PERO LA AYUDA NO PODÍA SER SUBSIDIO.

Debido a su imposibilidad de pagar sus deudas, algunos se hacían siervos por un período de no más de seis años, hasta el próximo año sabático, o pequeño jubileo. Al siervo no solo había que tratarlo bien, sino que había que despedirlo con una paga generosa por sus servicios. (Este sistema de siervos era parte de la ley inglesa, y muchos estadounidenses vienen de antepasados que llegaron a los Estados Unidos de América vendiéndose como siervos por un sabbat de años).
El siervo, sin embargo, no podía tener lo mejor de ambos mundos, el mundo de la libertad y el mundo de la servidumbre. Una esposa significaba responsabilidad, y para casarse, el hombre debía tener una dote como evidencia de su capacidad para encabezar una familia.
Un hombre no podía adquirir el beneficio de la libertad, una esposa, y al mismo tiempo el beneficio de la seguridad bajo un amo. Si se casaba con una sierva o una esclava mientras era siervo sabía que al hacerlo estaba abandonado la libertad o su familia. Entonces, o se quedaba para siempre como esclavo con la familia y había que perforarle la oreja como señal de subordinación (como las mujeres), o dejaba a su familia. Si se iba y dejaba a su familia, si ganaba lo suficiente podía redimir de la esclavitud a su familia.
La ley aquí es humana pero nada sentimental. Reconoce que algunos son por naturaleza esclavos y siempre lo serán. A la vez requiere que se les trate de una manera piadosa y también que el esclavo reconozca su posición y la acepte con gracia.
El socialismo, al contrario, trata de darle al esclavo todas las ventajas de la seguridad junto con los beneficios de la libertad, y, en el proceso, destruye tanto al libre como al esclavizado. Sigue siendo válido el viejo principio de ley, derivado de esta ley, de que el que recibe beneficencia pública no puede ejercer el sufragio ni tener otros derechos afines de un ciudadano libre.

7. REVERENCIA PARA LOS ANCIANOS.

«Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo Jehová» (Lv 19: 32). De nuevo, la ley protege a los débiles; la protección se extiende de este modo de los jóvenes (huérfanos) a los mayores.

8. CONSTRUCCIÓN DE BARANDAS

Cuando edifiques una casa nueva, construye una baranda alrededor de la azotea, no sea que alguien se caiga de allí y sobre tu familia recaiga la culpa de su muerte (Dt 22: 8).
Los eruditos a quienes les encanta buscar paralelos de la ley bíblica en otros códigos legales antiguos no pueden en esto (como en otros puntos) hallar un paralelo. Se establece un principio de seguridad en la construcción de edificios, así como también un principio general de responsabilidad.
Los techos planos de entonces por lo común se usaban para la vida en el verano; el techo debía tener un muro o baranda para evitar caídas. El dueño de la propiedad tenía la responsabilidad de eliminar ocasiones de daño a las personas legítimas en su tierra o en su casa. La obligación de «dar vida» es la obligación de eliminar las fuentes potenciales de daño.

9. REBUSCO Y OFRENDAS COMPARTIDAS.

Ya se ha citado esto. Los pasajes que requieren el rebusco son Éxodo 23: 10, 11; Levítico 17: 2-9; 19: 9, 10; 23: 22; Deuteronomio 16: 10-14; 24: 19-21; Rut 2. Dos de estos pasajes no son estrictos con referencia al rebusco (Lv 17: 2-9; Dt 16: 10-14), pero tienen referencia a ofrendas compartidas, una forma de caridad para los pobres, los extranjeros y los levitas.
Hay una referencia al rebusco en el proverbio de Gedeón: «¿No es el rebusco de Efraín mejor que la vendimia de Abiezer?» (Jue 8: 2). La interpretación o paráfrasis caldea de esto dice: «¿No son los débiles de la casa de Efraín mejores que los fuertes de la casa de Abiezer?». El rebusco exigía trabajo de parte del que recibía. Las ofrendas compartidas ponían a los pobres, al extranjero y a los levitas dentro de la familia del que daba mientras se regocijaban juntos ante el Señor.
No era por entero ni esencialmente caridad, puesto que el peregrino podía ser próspero, y el levita acomodado, aunque el huérfano y la viuda a menudo eran necesitados (Dt 16: 10- 14). En esencia, la ofrenda compartida establece su vida común bajo el gobierno de la gracia de Dios. Las ofrendas compartidas y los rebuscos servían también para unir a los hombres y promover la comunidad. Como San Pablo declaró: «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo» (Gá 6:2).
Pero, con respecto a la responsabilidad y el trabajo, como San Pablo añadió, «cada uno llevará su propia carga» (Gá 6: 5). A los hombres se les hace «vivir» con la ayuda santa; no se les hace «vivir» por aliviar sus responsabilidades santas. El comentario de Herman N. Ridderbos sobre Gálatas 6:5 es de interés:
Todo hombre es culpable de su conducta ante Dios. De aquí que uno debe conducirse como el versículo 4 recomienda. Carga esta vez no se refiere tanto a un peso opresivo (como en el versículo 2), sino a la obligación normal que recae sobre todo hombre. La palabra llevará connota la certidumbre de este enunciado, así como también el juicio venidero, en donde se manifestará.
La falsa caridad destruye a los hombres y a la sociedad porque «el corazón de los impíos es cruel» (Pr 12: 10), pero una fiel adherencia a la ley del Señor da vida.

PUESTO QUE EL HOMBRE VIVE EN UN MUNDO CAÍDO, TIENE LA TAREA DE RESTAURAR.

Dios lo delega, en todo aspecto de autoridad, para que mate y dé vida a fin de restablecer el dominio que Dios ordenó para el hombre en la creación de todas las cosas. El hombre nunca puede establecer dominio sin imponer ambos aspectos de esta obligación bajo Dios y según su ley. El solo matar no logra nada; los tiranos de la historia son destructores. Stalin no ganó nada con todas sus matanzas inicuas, sino que dejó a Rusia y al mundo más pobre y más arruinado con sus esfuerzos por establecer el paraíso mediante la muerte.
Pero, de modo similar, los que tratan de evitar todo daño, toda muerte, como medio de producir un nuevo mundo solo logran darle la victoria al mal. Sus tiernas misericordias son crueldad, y al dar vida al mal producen muerte a la sociedad. Solo al observar fielmente el mandato de Dios de matar y hacer vivir de acuerdo a su palabra-ley puede el hombre establecer dominio sobre la tierra y lograr la requerida tarea de restauración.

5. HIBRIDACIÓN Y LA LEY

El periódico estudiantil de una universidad fundamentalista publicó un ataque estudiantil contra ciertas actitudes comunes. Una de las posiciones que se condenaban se resumía así: «No puedo ni imaginarme tener a un homosexual como amigo». La respuesta a esto fue: «¿Puedes sinceramente imaginarte a alguno de tus amigos que no tenga algunas manías horriblemente serias?». El artículo continuaba:
«Los universitarios en Westmont deberían saber la respuesta cristiana a la marihuana». (¿Cuál es, precisamente, la respuesta «cristiana»? O, ¿hay más de una posición posible? ¿Es el uso de la marihuana inherentemente malo? ¿Es malo debido a que es ilegal? ¿Qué sucede si la ley cambia?).
«Me repugna el pensamiento de la homosexualidad, la drogadicción y la prostitución». (Algunos sienten repugnancia por ignorancia de las condiciones sociales, hipocresía, piedad falsa, y por cerrar a propósito los ojos a la realidad).
«No puedo darme el lujo de intervenir socialmente en los problemas de la comunidad de Santa Bárbara. Mi primera responsabilidad es estudiar». (¿Cómo puedo no intervenir? ¿Qué quiere decir ser un estudiante? ¿Puedo en algún momento excluirme de ser una persona y todo lo que eso significa?).
Tales actitudes de permisividad y antinomianismo resultan espantosas para muchos, especialmente cuando vienen de círculos ostensiblemente evangélicos. Pero la realidad es que en círculos fundamentalistas, tanto como en círculos luteranos, calvinistas, anglicanos, bautistas, católico romanos, y otros, tales opiniones están llegando a ser la regla antes que la excepción.
Los que se oponen a ellas están en la minoría, y por lo general carecen de base teológica para ser efectivos en su oposición, porque, cuando se hace a un lado la ley, entonces la ética del amor impera. En donde el antinomianismo prevalece, el amor se vuelve la nueva «ley» y el nuevo salvador; es entonces la respuesta a todo problema, a la perversión, a la criminalidad, a la herejía y a todo lo demás. Donde el amor es la respuesta, toda ley y orden deben dar paso al imperativo del amor.
Lo mucho que la gente cree en el amor como curalotodo se notó en el juicio de un médico de Bel-air, California, que participó en la conspiración de fraude de tarjetas del Friars Club (aunque no fue llevado a juicio después de ser acusado), y que se declaró culpable de hacer declaraciones falsas en sus declaraciones de impuestos a la renta de 1964.
El Dr. Lands le suplicó al juez Gray: «Remítame a mi familia y a mi perro; por lo menos sé que él me quiere».
El médico declaró: «Me siento como un niño huérfano de madre: nadie me quiere».
El amor sin ley es permisividad total; es en última instancia una negación del bien y del mal a favor de un camino que creen más elevado. La ética del amor conduce a la ética situacional, en la que la moralidad de una situación la determina la misma situación y la acción de amor que exige, y no la ley absoluta de Dios.
Dondequiera que se niega la ley, la lógica conduce inevitablemente a una ética situacional, a menos que se restaure el imperio de la ley en la vida y el pensamiento. Los círculos evangélicos que, aunque negando la ley, todavía no están en ética situacional, representan solo casos de desarrollo impedido; un decreto administrativo, como una encíclica papal, bloquea el progreso lógico a la ética situacional.
La ley es pues necesaria y básica para la fe cristiana. El amor, en el pensamiento bíblico, no es antinomiano, sino el cumplimiento de la ley (Ro 13: 8-10). Los padres a la antigua son entonces bíblicamente sólidos al declarar que disciplinan como un acto de amor.
El antinomianismo destruye el discernimiento y el uso inteligente de las cosas, y se prohíbe. Algo de la legislación en este aspecto es interesante en grado sumo:
Mis estatutos guardarás. No harás ayuntar tu ganado con animales de otra especie; tu campo no sembrarás con mezcla de semillas, y no te pondrás vestidos con mezcla de hilos (Lv 19: 19).
No sembrarás tu viña con semillas diversas, no sea que se pierda todo, tanto la semilla que sembraste como el fruto de la viña. No ararás con buey y con asno juntamente. No vestirás ropa de lana y lino juntamente (Dt 22: 9-11).
El comentario de Ginsburg sobre Levítico 19:19 va, aparte de algunos detalles, al punto:
El Dios Santo hizo todo «según su especie» (Gn 1: 11, 12, 21, 24, 25 y ss.) y con ello ha establecido una distinción física en el orden de su creación.
El que el hombre una cosas disímiles equivale a una disolución de las leyes divinas y actuar al contrario de las ordenanzas de Aquel que es santo, y cuya santidad debemos obtener.

NO SEMBRARÁS TU VIÑA CON SEMILLAS DIVERSAS.

Según los administradores de la ley durante el segundo Templo, la prohibición se aplica solo a semillas diversas para alimento humano, mezcladas con el propósito de sembrarlas en el mismo campo, como, por ejemplo, trigo y cebada, frijoles y lentejas.
Estas un israelita no debía ni sembrarlas para sí mismo ni permitir que un extranjero lo hiciera por él. Las semillas de granos y semillas de árboles, así como también semillas de diferentes tipos de árboles, se pueden sembrar juntas.
Las palabras iniciales de la parábola: «Tenía un hombre una higuera plantada en su viña» (Lc 13: 6), no contraviene esta ley. Las semillas que no están destinadas a consumo humano, tales como hierbas amargas o plantas destinadas a remedios, estaban exentas de esta ley, y como los híbridos de padres mixtos, se permitía el uso de semillas sembradas con diversas clases. Aunque aquí no se mencionan árboles, la ley se aplicaba a los injertos.
De aquí que se prohíbe injertar un manzano en un cítrico, o hierbas en árboles. Según los administradores de la ley durante el segundo templo, un israelita no debía remendar una tela de lana con hilo de lino, ni viceversa.

CIERTAS CONCLUSIONES LEGALES APARECEN CON CLARIDAD DE ESTAS LEYES:

Primero, el mandamiento «No matarás» es una ley que claramente favorece la fertilidad. Dañar o destruir la fertilidad de los hombres, plantas y animales es violar esta ley. Los híbridos son claramente una violación de esta ley, como estas normas jurídicas de Levítico 19:19 y Deuteronomio 22:9-11 lo dicen con claridad.
Las plantas y animales híbridos son estériles y frustran el propósito de la creación, porque Dios hizo todo vegetal con su semilla «en él» (Gn 1: 12). La hibridación trata de mejorar la obra de Dios intentando aprovechar las mejores cualidades de dos cosas diversas; y no hay duda de que algunos híbridos en efecto muestran ciertas cualidades ventajosas, pero también no hay duda de que tienen un precio, al producir algunas desventajas serias. Por sobre todo, conduce a la esterilidad y con ello viola la ordenanza de la creación de Dios.
Segundo, los mandamientos sin duda requieren respeto por la creación de Dios. Si Dios es el creador de todas las cosas, entonces todas las cosas tienen un propósito y son buenas en su función creada. Si todas las cosas han evolucionado, entonces todo, incluyendo el hombre, ha demostrado, en el mejor de los casos, capacidad de supervivencia, pero, en el peor de los casos, es un error evolucionista y por consiguiente destinado a desaparecer.
No hay ningún bien asegurado en nada en ningún mundo evolucionista. La ley, sin embargo, nos exige que respetemos la integridad de toda cosa viva al abstenernos de la hibridación. El hombre puede matar y comer plantas y animales bajo la ley; esto está dentro de la ley de Dios.
Pero intentar mediante la hibridación alterar o trascender una de las «especies» creadas por Dios es contra su ley.
Tercero, la ley también afirma un principio moral general de evitar de manera total y aborrecer cualquiera y todas las violaciones de «especies». Así, la ley declara: No te echarás con varón como con mujer; es abominación. Ni con ningún animal tendrás ayuntamiento amancillándote con él, ni mujer alguna se pondrá delante de animal para ayuntarse con él; es perversión (Lv 18: 22, 23).
La homosexualidad y el bestialismo eran prácticas religiosas de las religiones de caos, y su persistencia y extensión en el mundo moderno están asociadas estrechamente con impulsos anticristianos y de rebeldía. El castigo de tales ofensas era la muerte de todos los participantes, incluyendo los animales (Lv 20: 13, 15, 16; Éx 22: 19). Es revelador de la naturaleza antinomiana del fundamentalismo que Merrill F. Unger no cita la pena de muerte por la homosexualidad en su diccionario.
El Nuevo Testamento deja en claro que la homosexualidad es la extinción del hombre, la culminación de la apostasía (Ro 1: 27; Gá 5: 19; 1ª Ti 1: 10), y los que la practican están fuera del reino de Dios (1ª Co 6: 9, 10; Ap 22: 15).
Las leyes de la Nueva Inglaterra puritana exigían la pena de muerte en términos de las Escrituras. Por eso, John Winthrop anotó: «Un Hackett, siervo de Salem fue hallado en ayuntamiento con una vaca, el día del Señor». Conforme a la ley bíblica, se ejecutó tanto al hombre como a la vaca.
Cuarto, San Pablo se refirió al significado más amplio de estas leyes contra la hibridación, y contra uncir un buey y un asno a un arado (Dt 22:10), en 2ª Corintios 6: 14: «No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?». Con yugo desigual se refiere a matrimonios mixtos entre creyentes y no creyentes, y se prohíbe de manera clara.
Pero Deuteronomio 22: 10 no solo prohíbe por inferencia el yugo religioso desigual, y como un caso de ley, sino también el yugo desigual en general. Esto quiere decir que un matrimonio desigual entre creyentes o entre no creyentes es un error. El hombre fue creado a imagen de Dios (Gn 1: 26), y la mujer es la imagen de Dios reflejada en el hombre, y del hombre (1ª Co 11: 1-12; Gn 2: 18, 21-23).
«Ayuda idónea» quiere decir como un reflejo en un espejo, una imagen del hombre, lo que indica que la mujer debe tener algo religiosa y culturalmente en común con su esposo. El peso de la ley va contra los matrimonios interreligiosos, interraciales, e interculturales, porque normalmente van en contra de la misma comunidad que el matrimonio debe establecer.
Yugo desigual se refiere más que al matrimonio. En la sociedad en general se refiere a la integración forzada de varios elementos que no congenian. El yugo desigual en ningún campo produce armonía; más bien, agrava las diferencias y retarda el crecimiento de elementos diferentes hacia una armonía y asociación cristianas.
Para volver a nuestro segundo punto, el respeto por la creación de Dios que la ley exige, las Escrituras dejan bien claro que Dios, al crear todas las cosas, las pronunció «buenas» (Gn 1: 4, 10, 12, 18, 21, 25, 31). El hombre, por consiguiente, no puede tratar con desprecio a sus semejantes ni a ninguna parte de la creación.
La ley se refiere de manera específica a los animales. Estas referencias son como siguen, o sea, referencias que piden bondad para los animales:
1. Éxodo 20: 8-11; 23: 10-12 y Levítico 25: 5-7 se refiere a la necesidad de un descanso o un sabbat para los animales. Los animales salvajes comen del fruto de la cosecha del año sabático, y a los animales domésticos se les incluye en el descanso sabático semanal. El año sabático también es descanso para la tierra.
2. Al buey que trilla se le incluye en las recompensas de la cosecha (Dt 25: 4).
Esta ley establece el principio de que el obrero es digno de su salario o paga (1ª Co 9: 9; 1ª Ti 5:18).
3. La ley en contra de matar a la madre junto con la cría va en contra de la destrucción de una especie (Lv 22: 28; Éx 34: 26 b; Dt 22: 6, 7).
4. Se exige la devolución de animales domésticos extraviados (Éx 23: 4, 5; Dt 22: 1-4); y esto quiere decir bondad para el prójimo de uno, y también para el animal, al que hay que aliviar si está bajo una carga demasiado pesada.
Pero el respeto por la creación quiere decir mucho más que bondad para los animales. Quiere decir reconocer que, como Dios es el creador, todas las cosas tienen un propósito en términos de Él. En años recientes, una falta de respeto fundamental para el mundo ha sido básica a mucho de la ciencia.
Algunos podemos recordar que se nos enseñaba en las escuelas, colegios y universidades que un día, gracias a la ciencia, el hombre viviría en un mundo totalmente libre de gérmenes y estéril. Esta perspectiva degenerada ya ha producido mucho caos, como reveló el estudio de Carson. Lewis Mumford llamó la atención a la nueva ciencia y su menosprecio por la vida:
«¿Qué quedará del mundo vegetal», dice el Dr. Mumford, «si permitimos que la cultura básicamente de aldea, fundada en compañerismo simbiótico estrecho entre el hombre y las plantas, desaparezca. Hay elevado número de personas trabajando en laboratorios científicos hoy que, aunque todavía puedan llamarse biólogos, no tienen conocimiento de esta cultura excepto por rumores vagos y ningún respeto por sus logros.
«Sueñan con un mundo compuesto de sintéticos y plásticos, en el cual no se anima a que crezca ninguna criatura por encima del rango de algas o levadura».
Un factor biológico de seguridad existía cuando del 70 al 90% de la población del mundo se dedicaba a cultivar plantas. «En el siglo pasado este factor biológico de seguridad se ha encogido. Si nuestros líderes despertaran un poco a estos peligros planearían no urbanización, sino ruralización».
Conforme se eliminan los insectos, destaca el doctor Mumford, las plantas que dependen de ellos para su inseminación están sentenciadas.
La interferencia imprudente del hombre en el equilibrio de la naturaleza está produciendo problemas serios. Francois Mergen, decano de la Facultad Forestal de la Universidad Yale, ha escrito:
Una comprensión más plena de los procesos naturales es un imperativo absoluto a fin de evitar calamidades medioambientales serias. Algunos desastres medioambientales pasados se pueden atribuir a nuestro abuso de los sistemas naturales.
La Organización Mundial de la Salud ejecutó vastos programas de control de plagas para los pobladores de Borneo. A fin de erradicar los mosquitos, considerados una plaga de dimensión seria, la Organización roció DDT extensamente en las poblaciones. Poco después de la aplicación, los techos de hojas de palma de las casas de la población empezaron a derrumbarse.
Resultó que ciertas orugas que se alimentan de los tallos de la palma de repente habían aumentado. Debido a su hábitat las orugas no estaban expuestas al DDT, pero unas avispas depredadoras que de ordinario mantienen a la población de orugas a niveles bajos no destructivos eran vulnerables al veneno y las aniquilaron.
Harrison pasa a relatar otras reacciones ecológicas al rociamiento. Para erradicar las moscas dentro de las casas de las poblaciones, los trabajadores de la Organización Mundial de la Salud rociaron DDT puertas adentro. Hasta ese tiempo una pequeña lagartija que habita en muchas casas de Borneo controlaba las moscas.
La lagartija siguió comiéndose las moscas que ahora estaban fuertemente contaminadas con DDT, y las lagartijas empezaron a morir. A las lagartijas, a su vez, se las comían los gatos domésticos, y los gatos domésticos a su vez murieron por envenenamiento con DDT. Como resultado del exterminio de gatos, las ratas empezaron a invadir las viviendas. Como todos sabemos, las ratas no solo consumen comida humana sino que también presentan una seria amenaza por el contagio de enfermedades, tales como la peste bubónica.
Las ratas aparecieron en cantidades tan elevadas que la Organización Mundial de la Salud tuvo que dejar caer en paracaídas una nueva provisión de gatos en Borneo en un esfuerzo por restaurar un equilibrio que había estado operando con éxito pero que no reconocieron los técnicos que habían llegado para ayudar. Relato esta experiencia verdadera y reciente porque muestra la interrelación entre seres vivos y su medio ambiente.
Para vivir en armonía con su medio ambiente, el hombre debe modificar muchas de sus acciones, y conocer la naturaleza. De veras podemos considerarnos afortunados de que ninguno de los «descubrimientos científicos» haya interrumpido de manera evidente los procesos de la cadena de alimentos al punto de haber producido catástrofes serias.
Hasta aquí he hablado de hechos muy elementales que son bien conocidos por los ecólogos. Si, sin embargo, estas cosas las saben los administradores e ingenieros que planean las manipulaciones del medio ambiente, rara vez las hacen evidentes.
El mito de que la tecnología es la solución a todos nuestros problemas, no obstante, los planificadores lo cuestionan más y más, así como también el público en general. Ya no pensamos que las fuentes de ciencia y tecnología no tienen fondo y estamos empezando a reconocer que hay limitaciones biológicas impuestas en nuestras culturas. Hay un mayor aprecio del hecho de que el hombre es una parte integral de estos sistemas muy complejos y que una falta de comprensión puede producir pérdidas serias.
Mergen es demasiado optimista. Mientras el hombre se vea a sí mismo como dios en un mundo en evolución, buscará la manipulación tecnológica de este mundo.
En muchos aspectos hoy se producen problemas mediante la interferencia planeada: las ardillas aumentan enormemente cuando se mata a los coyotes; los mosquitos se multiplican cuando se destruyen los pájaros, ranas y otras contenciones naturales contra ellos, y cosas por el estilo.
En Pensilvania oriental, el rociamiento ha producido daño considerable, al matar abejas y acabar con el negocio de los apicultores. La pérdida de abejas tiene sus problemas: puede conducir a problemas de polinización.
Por otro lado, el respeto a la creación de Dios puede llevar a consecuencias muy felices. En Griggsville, Illinois, empezó un movimiento en 1962 para restaurar una solución natural al problema de las plagas:
La campaña de Griggsville empezó modestamente en 1962. Los Jaycess de Griggsville instalaron 28 casas para vencejos púrpuras a lo largo de su calle principal.
Los vencejos anidaron, y la ciudad ha tenido algunos resultados asombrosos. ¡Los ciudadanos vieron que su problema de mosquitos quedó resuelto! Por fin pudieron disfrutar de sus patios, huertos y jardines sin molestias. Eso fue solo el principio. Para la feria anual de la ciudad, había sido costumbre rociar pesticida químico para controlar los insectos que picaban.
Pero ese año, por alguna circunstancia fortuita, el embarque usual fue desviado a otra ciudad, y no llegó a Griggsville a tiempo. Pero los vencejos habían llegado y tenían hambre.
Puesto que estos pájaros viven solo de insectos vivos, prosperaron durante la feria. Cuando el caza problemas de la firma química llegó a la ciudad y pidió disculpas por el retraso del embarque, el comité de la feria le dijo que ya no necesitaban el pesticida. En sus palabras: «Le dijimos que si podía hallar una mosca o mosquito en el establecimiento ordenaríamos diez veces la cantidad de insecticida. No pudo, y se llevó de regreso el embarque».
La experiencia de Griggsville se amplió, a granjas vecinas, que reconocieron los valores económicos de atraer a los vencejos púrpura. Los ganaderos, por ejemplo, aprendieron que los nidos para estos pájaros, puestos en corrales, eran una contribución positiva al tener menos insectos que fastidiaran al ganado. Esto produjo mejores ganancias de ganado.
El proyecto inicial de vencejos púrpura de Griggsville tuvo tanto éxito que pronto incluyó a los Boy Scouts, los escolares, la junta directiva de los parques de la comunidad, la junta de la feria de Illinois occidental, hombres de negocios, agricultores, horticultores, funcionarios municipales y estatales, conservacionistas, funcionarios civiles por toda la nación, y su extensión continúa.
La promoción de vencejos púrpura se extendió a muchas otras comunidades.
Por ejemplo, en La Verne, Iowa, insecticida por valor de $200 ya se había comprado, pero después de atraer a los vencejos púrpura, ¡ni siquiera tuvieron que recurrir a un rociamiento por valor de veinticinco centavos! Asimismo, en Danville, Kentucky, un proyecto de vencejos púrpura se inició como resultado directo de la preocupación del municipio por los peligros del control químico de las plagas. Su acción hizo que un periodista dijera en un editorial: «El uso de contenciones naturales de las plagas nos parece muy superior a las prácticas del distrito de control de mosquitos rociando indiscriminadamente insecticida en sectores residenciales amplios.
Pensamos que la mayoría de las personas preferiría la vista de los vencejos cayendo en picada por los cielos y el canto de los pájaros, al siseo del rociador. Tal programa también ahorraría dinero de los contribuyentes que ahora se gasta en químicos costosos y probablemente provee mejores controles. Por lo menos, se debería probar».
Al hacer publicidad de este pájaro, a menudo se ha citado el hecho de que un solo vencejo púrpura puede devorar hasta 2,000 insectos voladores por día.
El Sr. Wade piensa que esa es una grotesca subestimación. Basado en la investigación, el promedio real parece ser entre 10,000 y 12,000 mosquitos al día cuando estos insectos son abundantes. El vencejo púrpura también come moscas, escarabajos, polillas, langostas, gorgojos, y otros insectos que consideramos dañinos o una molestia. Contrario a la creencia popular de algunos, el vencejo púrpura no come abejas. El vencejo común, con el cual a veces se confunde al vencejo púrpura, es el que come abejas, y el vencejo púrpura tampoco come fresas o semillas. Su dieta es ciento por ciento insectos vivos.
Todos los insectos y animales tienen el lugar que Dios les dio en el ciclo de la vida; la destrucción de ese ciclo convierte en plagas a animales e insectos que de otra manera son útiles. El trabajo de las lombrices, las ardillas y los topos en prevenir la erosión del suelo y hacer posible la absorción necesaria del agua en la tierra es muy grande. Pero las serpientes y los coyotes, entre otros, impiden que estos se multipliquen sin control, y a ellos a su vez otras criaturas los mantienen bajo control.
De manera similar, las hierbas malas tienen su lugar en el plan de Dios, pues penetran profundamente en el subsuelo y sacan a la superficie minerales necesarios.
Tratar a las hierbas malas como un enemigo en lugar de como un aliado que Dios nos ha dado es menospreciar la creación. A las hierbas malas con razón se les ha llamado «guardianes del suelo» por su trabajo de restauración.
Pasteur comentó una vez que, en el contagio de enfermedades, el suelo lo es todo; o sea, que la salud física del receptor es el factor determinante. Sir Albert Howard, en sus experimentos en India, demostró la resistencia que el ganado, alimentado propiamente con alimento cultivado en suelo saludable y bien balanceado, tenía para las enfermedades:
Mis animales de trabajo fueron seleccionados con el mayor cuidado, y se hizo todo lo posible para proveerles alojamiento apropiado y comida verde fresca, heno y grano, todo producido en terreno fértil. Claro que me interesaba muchísimo observar la reacción de aquellos bueyes bien escogidos y bien alimentados a las enfermedades como la peste bovina, la septicemia y la fiebre aftosa que frecuentemente devastaban los campos.
A ninguno de mis animales se segregó; a ninguno se vacunó; frecuentemente entraban en contacto con animales enfermos. Puesto que mi pequeña granja en Pusa estaba separada solo por una cerca de plantas baja de uno de los establos grandes de la hacienda Pusa, en el cual a menudo había brotes de aftosa, he visto varias veces a mis animales frotando sus narices con enfermos de aftosa.
Nada sucedió. Los animales sanos bien alimentados reaccionaron a la enfermedad como las variedades apropiadas de sembrados reaccionan a las plagas de insectos y hongos cuando se cultivan como es debido. No hubo contagio.
La tierra misma se la debe tratar con respeto. La destrucción insensata de microorganismos, que son básicos para la fertilidad del suelo, está resultando en daño extenso en muchas áreas. Lo mismo es cierto de la insensata modificación de áreas del drenaje natural. La introducción de nuevos animales en un área hace daño considerable, como lo atestigua el conejo en Australia, donde no hay enemigos naturales del conejo, y tal vez ahora el pez gato asiático (Clarias batrachus) en Florida.

EL CRISTIANO, AL ENFRENTAR EL MUNDO QUE LE RODEA, DEBE DARSE CUENTA DE TRES COSAS:

Primero, el mundo no es un enemigo, ni tampoco un elemento hostil, sino la obra de la mano de Dios y lo que Dios destinó para que estuviera bajo el dominio del hombre bajo Dios. El hombre, por consiguiente, debe trabajar en armonía con la creación, y no atacarla como una fuerza ajena y hostil.
Segundo, aunque el mundo es por naturaleza esencialmente bueno, es también un mundo caído. Adscribirle perfección, y dar por sentado que la manera «natural» es la manera perfecta, no es criswith tiano sino humanista. Debido a que es un mundo caído, y la tierra misma está bajo maldición (Gn 3: 17, 18), lo que es natural no es en consecuencia necesariamente bueno. El hombre tiene una tarea restauradora y sanadora que hacer. No puede buscar hibridación, ni tampoco puede trabajar para mejorar animales.
Debe respetar el patrón básico de la creación y trabajar dentro de su marco de trabajo, pero lo que es, no es para él lo normativo ni lo estándar. Nunca puede decir, como los que siguen la ideología humanista, que todo «lo que es, está bien». Incluso en Edén, antes de la caída, el trabajo de Adán era subyugar, utilizar y desarrollar la tierra bajo Dios.
«Dar vida», por lo tanto, no un retorno al Edén, ni un retorno a un estándar anterior, sino un avance en términos del reino de Dios y el dominio del hombre sobre la tierra.
La lógica del concepto de la perfección de la naturaleza no es solo alimentos crudos y vegetarianismo, sino también nudismo y evitar todas las invenciones y construcciones, incluyendo casas.
Si la naturaleza es perfecta, un retorno a la manera natural de la vida requiere el abandono de todos los artificios y construcciones humanas. Cocinar, vestirse y tener viviendas llegan a ser refinamientos nada naturales y por consiguiente tabúes. Sin embargo, pocos de los que abogan por un retorno a la naturaleza siguen esa lógica.
En cualquier caso, la creencia de que la naturaleza sea normativa es anticristiana y claramente no bíblica. Es Dios quien es normativo, y sus leyes las que gobiernan al hombre y a la naturaleza, así que el mundo que nos rodea es por completo obra de la mano de Dios, y aunque caído, es tan completamente gobernado por la ley de Dios como lo es el hombre.
Tercero, la hibridación y el yugo desigual son una falta fundamental de respeto a la obra de Dios que lleva a la experimentación fútil, como el trasplante de órganos, que representa ganancia estéril y limitada en algunos aspectos, y una pérdida básica de perspectiva moral en todo aspecto. Para el evolucionista, el mundo es fértil con potencialidad porque no es fijo ni establecido en un patrón.
Para el creacionista, la fertilidad y el potencial del mundo descansa en sus patrones vitales, en su fijeza, por los que el hombre puede trabajar productivamente y con plena seguridad de éxito. El conocimiento y la ciencia requieren una base de ley, fijeza y patrón. Sin esto, no hay ciencia ni progreso. La hibridación es un intento de negar la validez de la ley.
Su castigo es una esterilidad forzosa. En todo, donde el hombre busca potencial mediante la negación de la ley de Dios, la pena sigue siendo la misma: ganancias limitadas y esterilidad de larga duración.

6. EL ABORTO

El aborto, la destrucción del embrión humano o feto, por largo tiempo se ha considerado según los estándares bíblicos como asesinato. La base de esta determina264 ción es el sexto mandamiento y Éxodo 21:22-25. La «interpretación explicativa» de Cassuto de este último pasaje saca a la luz su significado:
Si dos hombres se pelean y llegan a hacerle daño sin intención a una mujer embarazada, y su hijo nace pero sin poner en peligro su vida es decir, ni la mujer ni el niño mueren, el que le hizo daño es castigado con una multa.
Pero si hay algún daño, es decir, si la mujer muere o el hijo muere, se exigirá vida por vida.
El comentario de Keil and Delitzsch es importante:
Si dos hombres peleaban y tropezaban contra una mujer embarazada, que se había acercado a ellos o intervenido con el propósito de separarlos, y como resultado esta daba a luz al niño (venía al mundo), y no había daño ni para la mujer ni para el niño que nacía, se debía pagar una compensación pecuniaria, que determinaba el esposo de la mujer, y él debía pagarla por intermedio de árbitros. Se impone una multa, porque aunque no se había hecho daño a la mujer ni a los frutos de su vientre, tal golpe podía haber puesto en peligro la vida El plural se emplea con el propósito de hablar indefinidamente, porque podía ocurrir que había más de un hijo en el vientre.
«Mas si hubiere muerte [de la madre o del hijo] entonces pagarás vida por vida, herida por herida; de esta manera se debía hacer retribución perfecta.
Es interesante notar que el dispensacionalismo antinomiano no ve ley aquí ni en ninguna otra parte. Waltke, del Seminario Teológico de Dallas no ve ley contra el aborto aquí y hasta piensa que «el aborto era permisible en la ley del Antiguo Testamento».
La importancia de Éxodo 21: 22-25 se hace mucho más clara cuando nos damos cuenta de que este es una norma jurídica, o sea, que establece mediante un caso mínimo ciertas implicaciones mayores.

EXAMINEMOS ALGUNAS DE LAS IMPLICACIONES DE ESTE PASAJE.

Primero, muy obviamente, el texto cita, no un caso de aborto deliberado sino un caso de aborto accidental. Si el castigo por incluso un caso accidental era tan severo, es obvio que se prohíbe firmemente el aborto deliberadamente inducido. No es necesario prohibir el aborto deliberado, puesto que ya esta ley lo ha eliminado.
Segundo, la pena hasta por un aborto accidental es la muerte. Si un hombre que, en el curso de una pelea, sin intención tropieza con una mujer embarazada y la hace abortar, debe sufrir la pena de muerte, ¿cuánto mucho más cualquier persona que intencionalmente induce un aborto?
Tercero, aun cuando no resulte ningún daño ni para la madre ni para el feto, el hombre en el caso tiene que pagar una multa y, en efecto, se le multa. Claro, la ley protege mucho a la mujer embarazada y a su feto, así que toda madre encinta tiene un fuerte cerco de la ley a su alrededor.
Cuarto, puesto que incluso un ave madre con huevos o crías está cubierta por la ley (Dt 22: 6.7), se deduce que cualquier manipulación del hecho del nacimiento es asunto serio; se prohíbe destruir la vida excepto cuando la ley de Dios lo requiere o lo permite.
El cristianismo muy temprano se vio confrontado con hecho tan realidad del aborto, puesto que el mundo grecorromano lo consideraba válido si el estado lo consideraba aconsejable. La República de Platón habla muy claro sobre el asunto:
Se debe hacer regla el que una mujer tenga hijos para el estado desde los veinte a los cuarenta años; y que el hombre, después de superar las ráfagas más agudas en la carrera de la vida, de allí en adelante engendre hijos para el estado hasta que tenga cincuenta y cinco años.
Si un hombre mayor o menor de esta edad interfiere con la cuestión de engendrar hijos para la comunidad, declararemos su acto una ofensa contra la religión y la justicia. Puesto que está criando un hijo para el estado, si se evita su detección, en lugar de haber sido engendrado bajo la sanción de sacrificios y oraciones que deben ofrecer en toda ceremonia matrimonial los sacerdotes y sacerdotisas, y toda la ciudad, para que los hijos que nazcan puedan ser incluso más virtuosos y más útiles que sus padres virtuosos y útiles, habrán sido concebidos bajo la cubierta de la oscuridad con la ayuda de manifiesta incontinencia.
La misma ley regirá si un hombre, que todavía está en edad de ser padre, se mete con una mujer, que también tiene edad apropiada, sin la introducción del magistrado; porque lo acusaremos de criar para el estado un hijo ilegítimo, sin auspicio y no santo.
Pero tan pronto como las mujeres y los hombres pasan la edad prescrita, permitiremos a los últimos, me imagino, que se asocien libremente con quienquiera les plazca, siempre y cuando no sea una hija, ni madre, o la hija del hijo, ni abuela; y de igual manera permitiremos que las mujeres se asocien con cualquier hombre, excepto un hijo o padre, o uno de sus parientes en línea directa, en ascendencia o descendencia; pero solo después de darles órdenes estrictas de hacer lo mejor que puedan, si fuera posible, para evitar cualquier hijo, si resultare concebido, vea la luz, pero si eso no se puede hacer a veces, disponer del infante con el entendimiento de que el fruto de tal unión no se debe criar.
Eso también es un plan razonable; pero, ¿cómo deben distinguir a los padres, hijos, y parientes que acabas de describir?
Por nada, respondí; solo, todos los hijos que nacen entre el séptimo y décimo mes del que uno de esos números se casa, debe llamarles, si son varones, sus hijos, y si son hembras, sus hijas; y ellos deben llamarle padre, y a sus hijos llamará sus nietos; éstos también le llamarán a él y a sus esposos y esposas similares, abuelos y abuelas; de igual manera todos se consideraran como hermanos y hermanas los que nacieron en el mismo período durante el cual sus propios padres y madres los estaban trayendo al mundo; y cómo acabamos de decir, todos estos se abstendrán de tocarse uno al otro.
Pero la ley permitirá relaciones sexuales entre hermanos y hermanas, si la suerte cae de esa manera, y si las sacerdotisas delfianas también dan su sanción.
Según esta perspectiva, el estado es el orden máximo y el dios funcional del sistema, de modo que el estado puede ordenar el aborto, el infanticidio y el incesto. La posición de Aristóteles fue similar, en que exigía el aborto en donde se excedía el número de nacimientos permitidos por el estado. En Roma, cuando se hizo ilegal el aborto para las mujeres, no se hizo en base a la ley moral máxima, sino porque defraudaba al esposo de la prole legítima.
Muy temprano, la iglesia condenó el aborto (Didaqué, 2:2). Las Constituciones Apostólicas (VII, III) decían: «No matarás al hijo causando aborto, ni matarás lo que es engendrado; porque todo lo que es formado, y ha recibido de Dios un alma, si se mata, será vengado cómo habiendo sido destruido injustamente, Éx 21:
23». Tertuliano (Apol 9) dijo claramente la posición cristiana: «Interrumpir un nacimiento es meramente un homicidio más rápido; ni tampoco importa si quitas la vida que nació, o destruyes una que va a nacer. Este es un hombre que va a ser uno; tiene el fruto ya en su simiente».
La actitud moderna hacia el aborto ha sido cada vez más permisiva. Para A. E. Crawley la principal razón era la pobreza, diciendo, en efecto, que «con mayor frecuencia de lo que se piensa… la única razón es la pobreza». Haverlock Ellis vio la civilización encaminándose a una reducción en el aborto conforme la vida se vuelve más racional y científica. En otras palabras, el aborto no es pecado sino un remedio primitivo para la angustia económica y la conducta sexual desenfrenada.
Sin embargo, los abortos no han disminuido; la declinación de la autoridad de la ley bíblica ha llevado a un aumento en los abortos. En 1946, el caso de aborto de Inez Burns en San Francisco llevó al descubrimiento de que, en tanto que los nacimientos anuales eran 16.000, los abortos anuales en esa ciudad ascendían a 18.000. En 1958, los cálculos de abortos en los Estados Unidos iban de 200.000 a 1.200.000. La evidencia indica que la mayoría de abortos los buscan mujeres casadas.
Un programa extensivo de la década de 1960 afirmó el «derecho» de las mujeres al aborto, posición que asumió la Asociación de Salud Pública de los Estados Unidos.
En la Unión Soviética los abortos son legales y gratuitos. La legalización en California de los abortos terapéuticos, con una amplia definición que permitía el aborto si la salud mental o física de la madre podría sufrir daño, no detuvo los abortos ilegales; la respuesta del autor de la medida fue un ruego de ampliar aun más la ley.
Bajo el impacto de la ideología humanista, la situación legal se volvió muy nebulosa. En Boston, un niño nació debido a un aborto que produjo un accidente. Su madre, Zaven Torigian, demandó a los dueños de la camioneta por los daños recibidos al chocar contra su automóvil y hacer que su hijo naciera prematuramente. Esta sentencia estuvo en conformidad con la ley bíblica. Pero en Nueva York, la Sra. de Robert Stewart, que dio a luz a un hijo retardado después de contraer sarampión y habérsele negado un aborto, ganó una demanda contra el hospital que le negó el aborto.
Un estudio importante del aborto en las sociedades «primitivas» reveló que su principal función vengarse contra el padre, un aborrecimiento de la responsabilidad (los papúes de Geelvink Bay declaran: «Los hijos son una carga y nos cansamos de ellos. Nos destruyen»), un deseo de evitar la vergüenza, análogo del suicidio, un aborrecimiento de la vida, un odio a los hombres y castración del padre. Como una huida de la paternidad, la motivación del aborto es:
(1) La preservación de la belleza:
(2) el disfrute continuo de libertad e irresponsabilidad, y
(3) evitar la abstinencia sexual común en muchas culturas durante el embarazo y la lactancia.
La esencia de estos motivos es, según Deveraux, «una huida neurótica de la madurez». Que estas sociedades «primitivas» están conscientes de que el aborto es asesinato aparece en la sección de Deveraux, «La escatología del feto».
Un significativo argumento en contra del aborto apareció en la revista American Bar Association Journal, escrito por el Dr. A. C. Mietus, profesor de obstetricia y ginecología en la UCLA, y su hermano, Norbert J. Mietus, presidente de la División de Administración de Empresas de la Universidad Estatal de Sacramento. Según ellos, Dicen que los que deploran la pérdida de entre 5.000 a 10.000 madres anualmente en abortos ilegales ignoran el millón y más niños nonatos «sacrificados en el proceso de este ataque masivo a la vida humana».
Los hermanos Mietus dijeron que algunos justificarían el aborto en el caso de infantes nonatos que nacerían lisiados o defectuosos.
«¿Propondría algún médico de reputación de tratarlo en lisiados VIVOS, o en los que tienen defectos mentales o físicos, en comparables procedimientos a instancia propia? ¿Empezar por eliminar a los padres seniles; y luego a los millones de ciegos?
«¿Seguir luego con los que están confinados a la cama, después con los confinados en silla de ruedas y por último con los que usan muletas? Procédase gradualmente con la disposición de los millones que usan anteojos, que usan audífonos, o están equipados con dientes falsos, o son demasiado gordos o demasiado flacos.
«¿En dónde se traza la línea entre nivel de condición aceptable e inaceptable?» preguntaban los hermanos Mietus. «Ningún ser humano es perfecto.
¿Sería el mundo, todavía más, en realidad un mejor lugar después de la destrucción de millones de individuos defectuosos? ¿Ha ganado o perdido el mundo por los servicios de un Miguel Ángel epiléptico, o del sordo Edison, o del jorobado Steinmetz, o los Roosevelt: tanto el asmático Teodoro como el paralizado por la polio Franklin?
«Hay que reconocer que a las liberalizadas leyes del aborto lógicamente le seguirían las presiones por la eutanasia legalizada. El ataque a la vida es esencialmente el mismo», dijeron.
La esencia de la exigencia de aborto es volver al estatismo pagano, poner la vida de nuevo bajo el estado antes que bajo Dios. Las implicaciones del aborto tienen que ver más que con el feto: incluyen a todo hombre vivo.
La exigencia de aborto es antinomiana hasta la médula. Significativamente, cuando un grupo de mujeres jóvenes invadió la audiencia legislativa estatal de Nueva York para interrumpirla con su demanda del rechazo total de la ley contraria al aborto, declararon que «estaban cansadas de oír a los hombres debatir algo que era de interés primordial para las mujeres. “ ¿Qué derecho tienen ustedes los hombres de decirnos si podemos o no podemos tener un hijo?”, gritó una de las mujeres».
La lógica de esta posición es reveladora; las mujeres sostenían que los hombres no pueden legislar con respecto al alumbramiento, porque no son ellos los que dan a luz. La prueba de la validez legislativa tanto en la ley como en los legisladores es, por tanto, la experiencia. Por esta lógica, se puede aducir que los buenos ciudadanos no pueden legislar respecto al asesinato, puesto que el acto del asesinato está fuera de su experiencia.
La ideología humanista (y la filosofía religiosa de la experiencia) lo reducen todo a la prueba de la experiencia del hombre y de este modo socavan toda ley y orden. Los hombres que no pueden, como las mujeres, tener hijos pueden legislar con respecto al aborto porque el principio de la ley no es la experiencia sino la palabra-ley de Dios.
Una nota final: un caso retórico común de prueba pregunta si el médico debe intentar salvar la vida de la madre o del hijo en un caso crítico. ¿La vida de quien se debe sacrificar? ¿La del feto o de la madre? La pregunta es artificial, según médicos competentes. Un médico trabaja en una crisis para salvar la vida y hace todo lo que puede por la madre y el hijo.
Ningún médico al que se le preguntó ha tenido tal «alternativa», sino solo la responsabilidad de hacer siempre, momento por momento, todo por salvar la vida de la madre y del hijo. La moralidad no se promueve al plantear preguntas artificiales cuyo propósito es poner a una persona en el lugar que le corresponde a Dios.
En California, la ley liberalizada del aborto condujo rápidamente a una crisis muy seria, que la mayoría de las personas prefiere ignorar. El entonces gobernador Reagan observó, el 22 de abril de 1970, que la ley estaba produciendo una situación horrible:
Reagan dijo: «Exigió mucho examen de conciencia» para que firmara el edicto Bellenson de liberalización de 1967.
Según esa acta, los abortos se permiten cuando la salud física o mental de la madre en perspectiva corre peligro, o cuando el embarazo es producto de violación o incesto. Previamente, los abortos se permitían solo cuando corría peligro la vida de la mujer.
«Permítanme decirles lo que ha sucedido incluso con la liberalización que ya tenemos», les dijo Reagan a las mujeres. Señalando a la sección de salud mental, el gobernador añadió:
«Nuestro Departamento de Salud Pública nos ha dicho sus proyecciones de que si la tasa presente de aumento continúan en California, de aquí a un año habrá más abortos que nacimientos en este estado. Una gran proporción de ellos será financiada por Medi-Cal».
Dijo que «bajo un tecnicismo» una «joven soltera» puede quedar encinta, solicitar beneficencia pública «y automáticamente ser elegible para el aborto si lo quiere, bajo Medi-cal. Y todo lo que tienen que hacer es ir a un psiquiatra y están hallando que es fácil hacerlo, que pasará junto a su cama y dirá que tiene ellas tendencias suicidas».
Reagan dijo que en Sacramento «una muchacha de 15 años acababa de tener su tercer aborto, con el mismo psiquiatra cada vez diciendo que ella tenía tendencias suicidas. No pienso que el estado debiera dedicarse a ese negocio».
Mientras el gobernador hablaba, el senador Anthony Bellenson había presentado un proyecto de ley para eliminar todas las restricciones del aborto excepto el requisito de que debía hacerlo un médico. El candidato democrático a la gobernación, Jess Unruh, respaldó la propuesta de Bellenson.
7. LA RESPONSABILIDAD Y LA LEY
Un aspecto central de la ley bíblica se resume en una sola oración gramatical: «Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado» (Dt 24: 16). Esta ley se cita en 2ª Reyes 14: 6 y 2 Crónicas 24:4 como la autoridad del rey Amasías para dejar con vida a los hijos de los asesinos de su padre. Jeremías recalcó la misma doctrina (Jer 31: 29, 30), y también Ezequiel (18: 20). El comentario de Wright sobre esta ley es interesante:
Una ley como ésta parece superflua en la sociedad moderna cuando el individuo es la unidad primaria y el sentido de solidaridad comunitaria es débil o está ausente por completo. En la vida patriarcal y seminómada, sin embargo, el sentido de responsabilidad de la comunidad era muy fuerte, particularmente el de la familia. Un pleito de sangre nómada podía aniquilar a toda la familia por un delito de uno de sus miembros (para casos excepcionales de esto en Israel ver Jos 7: 24, 25; 2ª S 21: 1-9).
Wright tiene razón al afirmar que las rencillas familiares nómadas negaban el principio inherente de esta ley, pero la misma amenaza a esta ley existe en otra forma hoy. Se equivoca, además, con respeto a Acán (Jos 7:24, 25); en el caso de Acán, el oro y la plata que escondió en la tierra en su carpa requería la complicidad de todos los miembros de la familia; su interpretación de 2ª Samuel 21: 1-9 también es defectuosa. La práctica común de la antigüedad era castigar, penalizar o ejecutar a toda la familia de algunos transgresores.

PARA ANALIZAR LA LEY ES IMPORTANTE RECONOCER CIERTOS ASPECTOS CENTRALES DE ELLA.

Primero, la culpabilidad es un aspecto de todo sistema de ley. A alguien se le debe considerar culpable de las transgresiones; si no hay culpabilidad en alguna parte, entonces no es posible hacer respetar ninguna ley. Quién es culpable es la pregunta importante, y la respuesta es una respuesta religiosa.
La responsabilidad se puede asignar a la familia, a la comunidad, al medio ambiente, a los dioses o a la persona. En dónde se pone la responsabilidad determina una diferencia fundamental en el orden social.
Segundo, la doctrina bíblica es, como Deuteronomio 24: 16 lo dice con claridad, de responsabilidad individual. Es la esencia del pecado, según Génesis 3: 9-13, el intento de evadir la responsabilidad individual. Adán y Eva rehusaron reconocer su culpa; le echaron la culpa a otro. Adán culpó a Eva y a Dios, Eva culpó a la serpiente. El hombre santo actúa de manera responsable y asume la culpabilidad de sus acciones.
Tercero, relativo a la pregunta de culpabilidad es la básica: culpabilidad, ¿ante quién? Si el hombre es culpable, ¿ante quién es culpable? ¿A la familia, a la comunidad, o al estado? La doctrina bíblica de la culpabilidad sostiene que la responsabilidad primordial del hombre es ante Dios, y en segundo lugar a sus semejantes.
Es Dios quien confronta a Adán, y quien en todo momento confronta al hombre, con sus reclamos soberanos y su ley total.
Cuarto, en términos de esta ley, la culpa no se le puede echar a otros ni pasarla a los que nos rodean. La culpa no es transferible; una disposición o naturaleza se puede heredar, pero no la culpa. El hombre hereda de Adán la depravación total de su naturaleza, pero su culpa ante Dios es enteramente suya, así como Adán tuvo que llevar su propia culpa. Esta distinción entre la culpa y la naturaleza es fundamental para la doctrina y ley bíblicas. Está ausente en sistemas legales tales como el islam.
Puesto que la ley tiene que ver con la culpa y castiga al culpable, la naturaleza no transferible de la culpa en la ley bíblica es de importancia central. En donde la culpa es transferible, el castigo también es transferible. Este es en esencia el principio de culpabilidad; si un Hatfield comete una ofensa, entonces todos los Hatfield tienen parte de la culpa, y a todos se les castiga. De modo similar, si todos los estadounidenses fueron culpables del asesinato del presidente Kennedy, a todos los estadounidenses se les debe castigar, según esta teoría pagana.
La responsabilidad, la culpabilidad y el castigo son inseparables en la ley; en donde hay responsabilidad por una ofensa, hay culpa, y también se deben aplicar castigo o penas.
Hoy la teoría de la evolución ha socavado esta doctrina de la culpabilidad individual. Básico a la teoría evolucionista es el medioambientalismo; el hombre es producto de su medio ambiente y ha evolucionado en relación a un medio ambiente cambiante y a su acción sobre él. Como resultado, no solo que el hombre es producto de su medio ambiente sino que también es una criatura de su medio ambiente antes que de Dios.
El hombre es lo que un mundo en evolución ha hecho de él, y las acciones del hombre son producto de ese medio ambiente y su moldeo del hombre. Esto quiere decir que la culpa de las acciones del hombre descansa en su medio ambiente, su mundo social y personal, y se castiga a ese mundo cuando el hombre peca. Por tanto, se culpa a la sociedad por la conducta de delincuentes y criminales, y a los padres por los pecados de sus hijos.
El castigo entonces cae sobre la sociedad y los padres. En tal esquema de cosas, al impío se le absuelve de culpa, y al culpable se le hace inocente.

¿NO ENSEÑA LA BIBLIA NADA DE RESPONSABILIDAD DE LA COMUNIDAD?

A decir verdad, la ley bíblica sí afirma la responsabilidad de la comunidad, responsabilidad de que se vea que se haga justicia. Es culpa de la comunidad si no se hace justicia.
Primero, para hablar de la responsabilidad de la comunidad por la justicia. Inmediatamente después de la ley respecto a la responsabilidad individual viene una de muchas leyes respecto a la justicia: «No torcerás el derecho del extranjero ni del huérfano, ni tomarás en prenda la ropa de la viuda» (Dt 24: 17).
Donde hay una familia, a la familia no se le puede considerar culpable de transgresión. En donde no hay familia, la comunidad no debe aprovecharse de la condición de desvalida de la persona. Si a un extranjero se le somete a juicio, solo y sin amigos, su derecho a la justicia sigue inmutable.
No se puede explotar su condición de desvalido así como no se puede confiscar la riqueza de los familiares de un transgresor, ni atacar a sus personas. La justicia no es social; es individual. La doctrina de la justicia social va mano a mano con la doctrina de la culpa social. La justicia social es no solo un ataque contra la responsabilidad individual sino también contra la inmunidad del inocente.
Segundo, puesto que la responsabilidad de la comunidad significa que se debe hacer respetar la justicia, se sigue que la culpa de la comunidad surge cuando no se hace justicia. De esto trata Deuteronomio 21:1-9. Si no se puede resolver un asesinato, toda la comunidad lleva la culpa así como también el asesino desconocido.
El asesino es culpable ante Dios por el asesinato, y la comunidad por no vengar el asesinato, por no llevar al asesino a la justicia. Puesto que la ofensa es contra Dios, los líderes de la comunidad hacen expiación a Dios por la ofensa, a fin de que ellos no incurran en culpa. En breve, una comunidad no puede ser indiferente a ninguna transgresión en medio suyo, y las transgresiones que quedan sin castigo deben tener un ritual de expiación.
La forma de esta ley es la del sistema de sacrificios del Antiguo Testamento; ya no es obligatoria para nosotros. La sustancia de la ley, sin embargo, sigue siendo válida. La comunidad tiene una responsabilidad ante Dios de ver que se haga justicia, y también una responsabilidad ante las víctimas de la transgresión.
Un comentario de Waller interesa aquí: «Es asombroso que hasta nuestros tiempos el remedio más efectivo contra los delitos cuyos perpetradores no se pueden descubrir es una multa sobre el distrito en que ocurren». Esto está de acuerdo con el propósito de la ley; de modo similar, la restitución a las víctimas del delito es una parte esencial de la expiación de la comunidad, así como también la petición en oración por la misericordia de Dios de parte de los funcionarios del estado.
Esto último es esencial y básico, porque la ofensa primaria en toda violación de la ley siempre es contra Dios. Como Ehrlich ha señalado, «la voluntad de Dios es la única fuente de toda la ley, y por consiguiente todos los hechos castigables constituyen pecado que están en violación de la ley de Dios».
El concepto de transgresión se está reemplazando por la doctrina del condicionamiento social y la conducta compulsiva; la duración de vida de tal concepto medioambiental es relativamente breve, porque su impacto es suicida para toda sociedad. Todavía más, básico a este concepto pagano es su impersonalidad absoluta; al hombre, que es un producto evolutivo de un universo impersonal, básicamente lo gobierna un mundo impersonal y fuerzas impersonales.
En la ley bíblica el hombre, como criatura del Dios personal y trino, transgrede como persona contra Dios en todo pecado. Toda transgresión, pues, es culpabilidad porque es personal. La ley que lidia así con la responsabilidad de la persona respeta a las personas; son las figuras centrales y esenciales de la sociedad.
Las cosas no llevan la batuta; las personas son las responsables. La ley que es humanista y evolucionista no respeta a las personas; las personas no llevan la batuta; las cosas gobiernan al mundo. Por consiguiente, los científicos sociales, que buscan hacer el papel de dioses gobernando las cosas y manipulando a las personas, tratan con crueldad a los hombres.
Después de todo, ¿por qué las personas que siempre han sido gobernadas por las cosas van a objetar el gobierno de hombres elite? La descristianización de la sociedad es también la despersonalización del hombre.

8. RESTITUCIÓN O RESTAURACIÓN

El propósito de Dios en la redención es la «restitución» o «restauración» de todas las cosas en Jesucristo, por medio de Jesucristo y bajo Jesucristo como Rey (Hch. 3: 21). El objetivo de la historia es la gran «regeneración», un nuevo génesis, de todas las cosas en Cristo (Mt 19: 28). «Los tiempos de los que los profetas hablaron se describen aquí como tiempos de restauración, cuando Cristo reinará sobre un reino en el cual ya no aparecerá ninguna de las consecuencias del pecado».
Wright observó de la palabra «restauración», que «alrededor de esta palabra se reúnen algunos de los problemas más fascinantes de nuestro pensamiento respecto a las posibilidades del destino humano». Incluye la declaración de que la humanidad debe ser restaurada a la bendición, y la tierra bendecida junto con el hombre.

ESTA RESTAURACIÓN O RESTITUCIÓN NO QUIERE DECIR UNIVERSALISMO.

El principio de restitución es básico a la ley bíblica; aparece con prominencia especial en las leyes bajo el sexto y octavo mandamientos, pero es básico al propósito de toda la ley. El concepto de «ojo por ojo, diente por diente» no es desquite sino restitución. Hay eruditos no solo de ideología liberal sino también evangélicos que a menudo yerran en este punto, como lo atestigua Unger, el erudito premilenario y dispensacionalista, quien lee Éxodo 21:24, 25 como literal, y como un desquite vengativo.
Pero el mismo contexto del pasaje citado milita contra esto; una mujer encinta que un hombre golpea, aunque sin intención, recibe compensación mediante una multa; si hay daño a la madre o al hijo, el hombre paga con su vida. ¿Es esto desquite, o es restitución? (Éx 21: 22-25). El pasaje que sigue de inmediato (Éx 21:26-35) de nuevo establece el principio de restitución, por lo general mediante compensación, a menos que haya muerte. Leer el principio de ojo por ojo como cegar literalmente a un hombre que le ha quitado la vista a otro hombre va en contra de la declaración clara de las Escrituras.
Lo mismo se aplica a Levítico 24: 17-21; la restitución por algunos delitos es la pena capital, y por otras, compensación.
Algunas de las leyes de restitución tienen referencia a daños. El sumario de Clark de la ley bíblica en cuanto a daños es excelente:
La ley de daños es que el que hiere o hace daño a otro debe hacer reparación o restitución. Las reglas respecto al deber de restitución, y la cantidad o medida de los daños, se indican en las Escrituras. Entonces, se requiere restitución del ladrón (Éx 22: 3), del que hace que el campo o viñedo de otro se «lo coman» (Éx 22: 5), del que enciende un fuego que se descontrola y quema «mieses amontonadas o en pie, o campo» de otro (Éx 22: 6); de alguien a quien se le dio un animal para que lo cuide y se lo roban (Éx 22: 10, 12); del que mata un animal que le pertenece a otro (Lv 24: 21).
Al que ataca a otro con piedra o a puñetazos se le exige que pague por la pérdida del tiempo de su víctima y busque que cuiden de él hasta que sane por completo (Éx 21: 19). Al dueño de un buey que acornea al siervo o sierva de otro se le requiere que pague treinta siclos de plata al dueño (Éx 21: 32). Y el que seduce a una damisela se le requiere que pague cincuenta siclos de plata al padre de la muchacha (Dt 22: 29).
De manera similar, un esposo que difama a su esposa con quien recién se casó se requiere que pague cien siclos de plata al padre de la esposa (Dt 22:19).

ALGUNAS DE LAS CATEGORÍAS DE DAÑOS SON COMO SIGUE:

1. Por mutilar a las personas, Lv 24:19; Éx 21:18-20;
2. Por matar animales, o cuando un animal mata a otro animal, Lv 24: 18, 21; Éx 21: 35, 36;
3. por diferentes daños cometidos, restitución a Dios, Nm 5:6-8.
Muchas otras leyes de restitución tiene que ver con propiedades. Nuestra preocupación aquí es primordialmente con daños a las personas. Ciertos principios de responsabilidad aparecen:
Primero, la parte culpable es responsable de los gastos médicos del herido; él «hará que le curen» (Éx 21: 19).
Segundo, la parte culpable es culpable por el tiempo que se pierde del trabajo (Éx 21: 19). Si la parte culpable es un dueño, y la parte herida su esclavo, hay responsabilidad por la muerte o por la herida, pero no por el tiempo perdido, puesto que la pérdida fue pérdida del dueño; en este punto se ha hecho daño a sí mismo (Éx 21: 20, 21; Lv 24:17-20).
Tercero, la pena se aplica si el animal de un hombre causa el daño; si el animal no tenía historial previo de violencia a un ser humano, el animal moría (y por supuesto al herido se le atendía y recompensaba). Pero si el animal tenía historial previo de violencia, al dueño se le aplicaba la pena de muerte por asesinato (Éx 21: 28.29).
Cuarto, la parte culpable es responsable de los daños que la corte determine por el daño, además de la compensación por el tiempo perdido y por los gastos médicos.
El principio de restitución no ha desaparecido por entero de la ley hoy, pero hay diferencias significativas. Un estudio del tema por parte de Stephen Schafer es importante en este contexto. Según Schafer,
«El culpable a quien se aloja, se alimenta, se viste, se calienta, se le da luz, se le entretiene, a costa del estado en una celda modelo, y sale de allí con una suma de dinero que ha ganado legítimamente, ha pagado su deuda a la sociedad; puede enfrentar a sus víctimas con insolencia.
Pero la víctima tiene su consolación; puede pensar que con los impuestos que paga al Tesoro ha contribuido para el cuidado paternal que se le ha dado al delincuente durante su estadía en la prisión». Estas fueron las palabras amargas y sarcásticas de Prins, el belga, en el Congreso de Prisión de París en 1895, cuando durante un debate del problema de restitución a las víctimas de delitos ya no pudo contener su indignación en cuanto a varias dificultades prácticas y teóricas que se levantaron en contra de su propuesta a favor de la víctima.
La restitución ha estado por largo tiempo en el trasfondo de virtualmente todo sistema legal y a veces ha sido muy prominente. Bajo la ley estadounidense temprana, «a un ladrón, además de su castigo, se le ordenaba que devolviera a la parte lesionada tres veces el valor de los bienes robados, o en el caso de insolvencia, su persona era puesta a disposición de la víctima por cierto tiempo».
En la ley moderna, el término restitución por lo general se remplaza con «compensación» o «daños». Pero la diferencia significativa es esta: en la ley bíblica, el ofensor es culpable ante Dios (y por consiguiente la restitución es a Dios, Nm 5: 6-8) y ante la víctima, a quien hace restitución directa.
En la ley moderna el delito es primordial y esencialmente contra el estado; a Dios y al hombre se le deja fuera del cuadro general. Según Schafer, «Fue debido principalmente a la avaricia violenta de los barones feudales y poderes eclesiásticos medievales que gradualmente se fueron infringiendo los derechos de la parte lesionada, y finalmente, en gran medida, de esos derechos se apropiaron las autoridades, quienes exigían una doble venganza del ofensor, al confiscarle sus propiedades en lugar de entregarlas a la víctima, y luego castigarlos con la mazmorra, la tortura, la hoguera o el cepo.
Pero a la víctima original del delito prácticamente se le ignoraba». Después de la Edad Media la restitución, mantenida aparte del castigo, parece haber sido degradada. La víctima se convirtió en la cenicienta del derecho penal.
A la idea de restitución se le separó del concepto de castigo. «La teoría desarrollada a fines de la Edad Media de que el delito es una transgresión exclusivamente contra el estado ha cortado esa conexión. El concepto de castigo permaneció intocado por el concepto civil de restitución». En verdad, Schafer notó:
Si uno mira los sistemas legales de diferentes países, uno busca en vano un país en donde la víctima de un delito disfrute de cierta expectativa de plena restitución por el daño. En los casos raros en que se indica compensación, el sistema no es efectivo a plenitud, o no sirve para nada; en donde no hay sistema de compensación estatal, la víctima, por lo general, se ve frente a los remedios insuficientes que ofrece el procedimiento civil y la ejecución civil.
En tanto que se considera que el castigo del delito concierne al estado, los resultados injuriosos del delito, es decir, los daños a la víctima, se consideran casi como asunto privado. Eso rememora al hombre en sus primeros días de desarrollo social, cuando, dejado solo en su lucha por la existencia, tenía que enfrentar por sí mismo los ataques de fuera y luchar solo contra sus semejantes que le hacían daño.
La víctima de hoy ni siquiera puede buscar por sí mismo satisfacción, puesto que la ley del estado le prohíbe que tome la ley en sus propias manos. En la ley de sus antepasados, la restitución era una práctica viva, y «tal vez valga notar que nuestros antepasados bárbaros eran más sabios y más justos que lo que nosotros somos hoy, porque adoptaron la teoría de la restitución al que sufrió el daño, en tanto que nosotros hemos abandonado esta práctica, para detrimento de todos los interesados. Y esto fue más sabio en principio, más reformador en su influencia, más disuasivo en su tendencia y más económico para la comunidad que la práctica moderna».

CIERTAS COSAS SURGEN DE LO QUE ANTECEDE.

Primero, el cambio de restitución a prisión tiene sus raíces en la usurpación de poder de parte de la iglesia y del estado, y en su origen estaba diseñado a sacudir al culpable con propósitos de rescate o confiscación.
Segundo, el estado hizo de su doctrina de castigo el derecho penal, y relegó la restitución al derecho civil. Por consiguiente, si una parte que ha sufrido daño busca restitución hoy, eso implica el costo de una demanda judicial por medio de una corte esencialmente no cooperativa, así que, incluso si la parte que sufrió daño gana, recuperar algo es muy difícil.
Como resultado, debido a esta división, al delincuente le espera la prisión, una institución mental, un reformatoria y cuidado por un estado cada vez más indulgente antes que restitución.
Tercero, puesto que una forma de restitución bíblica era el derecho de defensa propia, el derecho bajo ciertas circunstancias de matar al agresor o ladrón, la limitación creciente del derecho de la parte lesionada para protegerse quiere decir que estamos volviendo a la barbarie sin la protección que daba la barbarie, o sea, libertad para defenderse uno mismo.
Cuarto, el sistema de encarcelamiento o «rehabilitación» de los delincuentes incluye en verdad, como Prins notó, un subsidio a los delincuentes y un impuesto que se cobra a los inocentes y los que sufrieron daño. Es por lo tanto un daño mayor a los buenos que requiere restitución de las manos de Dios y del hombre. Una sociedad que subsidia al delincuente y penaliza a los buenos acabará alentando cada vez más la violencia y la iniquidad y está, por lo tanto, destinada a la anarquía.
Quinto, Wines anotó, a la vez que nos da una falsa fuente como la preferida, «que hay solo dos fuentes posibles de poder civil: Dios y el pueblo». Si el poder es de Dios, la ley de Dios debe prevalecer; si el poder es del pueblo, la voluntad del pueblo debe prevalecer, y no hay principio de ley por encima y más allá del pueblo. La restitución como principio es desconocida en una sociedad democrática, porque es un principio teocrático que requiere que el hombre se conforme a una justicia absoluta e inmutable.

LA RESTITUCIÓN COMO PRINCIPIO TEOCRÁTICO INCLUYE TRES COSAS:

Primero, restitución a la persona que sufrió el daño.
Segundo, puesto que el orden-ley que se quebrantó fue el orden-ley de Dios, cuando no existía una persona, en caso de muerte, a quien se pudiera hacer la restitución, se hacía a Dios (Nm 5: 6-8).
En caso de pecado en los cuales se involucraba directamente a Dios, se añadía una quinta parte en la restauración; esta quinta parte representaba una cuarta parte de la cantidad original, otro cuarto en otras palabras (Lv 5: 14-16). En cada caso había que hacer la restitución a Dios mediante ofrendas de expiación (Lv 5: 17-19).
Tercero, es evidente por estas normas jurídicas que la restitución siempre es obligatoria para que una sociedad sea saludable delante de Dios. Esto lleva la implicación de que el estado debe hacer restitución a las personas que sufrieron daños siempre y en donde el estado, como ministro de justicia, no logra descubrir a la parte opresora.
La meta de una sociedad santa es restauración; en todo punto, y se debe efectuar, con penalización del mal, y defensa del bueno mediante la restitución.
El objetivo es central a la fe y a la oración. El Padre Nuestro declara: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt 6: 10).
Esto es claramente una súplica de restauración, y toda verdadera oración debe incorporarla.
El que una sociedad no se base en la restitución, o se aparte de este principio, resulta en una necesidad creciente de protección costosa mediante seguros. Mucho de los seguros son, con demasiada frecuencia, una forma de restitución propia, en que el comprador paga por protección contra irresponsables que no harán restitución.
Las elevadas primas de seguros que pagan las personas y las corporaciones responsables son para protegerse contra el hecho de que la ley no exige restitución.
Tal sociedad no puede con buena conciencia orar «Venga tu reino», porque niega esa petición al descuidar la ley de Dios. Los dispensacionalistas premilenarios que niegan la ley y por consiguiente se niegan a elevar el Padre Nuestro son más coherentes que los millones que lo usan regularmente sin hacer ningún esfuerzo por restaurar el orden-ley de Dios.

9. LEYES MILITARES Y PRODUCCIÓN

Las leyes militares de las Escrituras son de pertinencia especial para el hombre, puesto que incluyen no solo leyes de guerra sino un principio general importante.

AL EXAMINAR LAS LEYES MILITARES, HALLAMOS QUE:

Primero, cuando se libran guerras en defensa de la justicia y la supresión del mal, y en defensa del territorio natal contra el enemigo, son una parte del trabajo necesario de restitución o restauración, y por consiguiente se mencionan en las Escrituras como guerras del Señor (Nm 21: 14). La preparación de los soldados incluía una dedicación religiosa a la tarea (Jos 3: 5).
Segundo, la ley especificaba la edad de los soldados. Todos los hombres capaces de veinte años para arriba eran elegibles para el servicio militar (Nm 1: 2, 3, 18, 20, 45; 26: 2, 3). Este estándar prevaleció por mucho tiempo y fue, por ejemplo, principio básico en la guerra de independencia estadounidense. Era, sin embargo, un servicio selectivo (Nm 31: 3-6).
Por ejemplo, de los 46.500 elegibles de Rubén, 74.600 de Judá, y 35.400 de Benjamín (Nm 1) en la guerra contra Madián, se seleccionaron solo mil de cada tribu (Nm 31 :4). Determinar la elegibilidad de cada hombre capaz era en principio afirmar su disponibilidad en una crisis extrema.
Tercero, puesto que la guerra contra el mal es santa y realiza la tarea divina de restauración, Dios prometió proteger a sus hombres si se movían en términos de fe y obediencia. Según Éxodo 30:11-16: «En el censo, que es un acto militar, cada uno debía dar rescate (o sea, proveer una «cubierta») de su persona». Como Ewing anotó, «su propósito era hacer expiación por la vida de los que iban a la batalla». La palabra «mortandad» en Éxodo 30: 12 es la palabra hebrea negef, que «viene de una raíz primitiva que quiere decir empujar, acornear, derrotar, matar, golpear, empeorar.
Este rescate era por la vida del soldado, para que no muriera en la batalla». En la batalla contra Madián, citada arriba, 12.000 soldados israelitas incendiaron las ciudades de Madián y mataron a sus hombres. Trajeron al regresar 675.500 ovejas, 72.000 cabezas de ganado, 61.000 asnos, y 32.000 mujeres solteras, sin ninguna pérdida de vida.
De esto, un diezmo o porción se dio al Señor. Cuando se libra una guerra en términos de la ley de Dios en fe y obediencia a su palabra-ley, los hombres pueden contar con que Dios los protegerá y prosperará como lo experimentó Israel.
Cuarto, la ley proveía exención del servicio militar. El propósito de un ejército debía ser librar las batallas de Dios sin temor (Dt 20: 1-4). Se dan exenciones para varias clases de hombres:
(a) los que han construido una casa nueva y todavía no la han inaugurado ni disfrutado;
(b) los que han plantado una viña y todavía no han disfrutado de su fruto;
(c) y quien «se ha desposado con mujer, y no la ha tomado»; tales hombres tendrían una mente dividida en la batalla; finalmente,
(d) a todo «medroso y pusilánime» se le excusaba como peligroso para la moral del ejército, a fin de que «no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo» (Dt 20: 5-9). La exención de los recién casados era obligatoria según Deuteronomio 24: 5: «Cuando alguno fuere recién casado, no saldrá a la guerra, ni en ninguna cosa se le ocupará; libre estará en su casa por un año, para alegrar a la mujer que tomó». También estaban exentos del servicio militar:
(e) los levitas (Nm 1: 48, 49). Los levitas muy a menudo pelearon, pero estaban exentos de la conscripción.
De estas exenciones, aparece un principio general: la familia tiene prioridad sobre la guerra. El recién casado no puede servir; el nuevo hogar debe venir primero.
El nuevo agricultor similarmente está exento. Por importante que sea la defensa, la continuidad de la vida y la reconstrucción santa son más importantes.
Un quinto aspecto de la ley militar requiere limpieza en el campamento (Dt 23: 9-14). Se exige una letrina fuera del campamento, y una estaca «para que entierres tu excremento cuando hagas tus necesidades» (Dt 23: 13,). «Porque el Señor su Dios anda entre ustedes, en el campamento, para protegerlos y darles la victoria sobre sus enemigos; por lo tanto, el campamento de ustedes debe ser un lugar santo, para que Dios no vea ninguna cosa indecente en él, pues de lo contrario se apartaría de ustedes» (Dt 23: 14).
Otro principio general aparece de esta ley así como también en la primera y tercera leyes (arriba), es decir, que no basta que la causa sea santa; no solo la causa, sino el pueblo de la causa, deben ser santos, espiritual y físicamente.
Una sexta ley militar requiere que, antes de un ataque, o más bien, una declaración de guerra, se le extienda al enemigo una oferta de paz. La oferta de paz no puede ser una oferta de acomodo. La causa, si es justa, se debe mantener; el enemigo debe rendirse para obtener la paz (Dt 23: 9-14).
Un «ataque repentino» después de una declaración, a la manera de Gedeón, es legítimo; las hostilidades ya están en marcha. Pero, antes de una declaración de guerra, se requiere un esfuerzo por negociar con honor la causa. El toque formal de las trompetas, tanto antes de la guerra como para regocijarse en el tiempo de victoria, ponían la causa ante Dios con la expectativa de victoria y gratitud por ella (Nm 10: 9, 10).
Séptimo, la guerra no es juego de niños. Es algo lúgubre y horrible, aunque necesaria.
A los cananitas contra quienes Israel libró guerra Dios los había sentenciado a muerte. Eran degenerados espiritual y moralmente. Casi todo tipo de perversión era un acto religioso; y clases numerosas de prostitutas y prostitutos eran parte de rutina de los lugares sagrados.
Por eso, Dios ordenó que se matara a todos los cananitas (Dt 2: 34; 3: 6; 20: 16-18; Jos 11: 14), porque estaban bajo la sentencia de muerte dictada por Dios, y para evitar la contaminación de Israel. Entre los pueblos relacionados y adyacentes cuya depravación era similar pero no total, se mataba a los hombres (Nm 31: 7; Dt 1: 1, 2, 16; 20: 16, 17) y a veces también a las mujeres casadas (Nm 31: 17, 18), pero se dejaba con vida a las vírgenes (Nm 31: 18).
Con otros países extranjeros, de mayor trascendencia, a cualquier mujer tomada como prisionera se le podía tomar como esposa, pero no la podían tratar como esclava ni cautiva (Dt 21: 10-14), lo que indicaba claramente la diferencia en carácter nacional entre los cananitas y otros pueblos.
Estas provisiones por lo general se condenan en la edad moderna, que ha recurrido hipócritamente a la guerra más salvaje y total de la historia. Estas leyes no se aplicaban a todos los pueblos y no solo a los más depravados.
Afirman un principio general todavía válido: si la guerra es para castigar o destruir el mal, el trabajo de restauración exige que esto se haga, que se derroque el orden perverso, y, en algunos casos, que se ejecute a algunas o a muchas personas.
Los juicios por crímenes de guerra después de la Segunda Guerra Mundial representaban una ley ex post facto (y el senador Robert Taft se opuso con razón); también se basaban en principios legales débiles y humanista os y también fueron indebidamente producto de las exigencias de la Unión Soviética. No son, pues, ejemplos apropiados de este principio. Pero el principio general de la culpa es válido; si no hay culpa en una guerra, tampoco hay justicia. Este ha sido el caso en la mayor parte de guerras; no ha habido justicia, y por consiguiente ningún concepto real de culpa.
Octavo, el propósito normal de la guerra es defensivo; por eso, a Israel se le prohibió el uso de más de un número limitado de caballos (Dt 17: 16), puesto que los caballos eran arma ofensiva en la guerra antigua.
Por lo tanto, aparece otro principio general: puesto que hay que librar la guerra solo en una causa justa, y, normalmente, en defensa del territorio y de la justicia, el derecho a objeción de conciencia quiere decir que uno tiene un derecho moral a negarse a respaldar una guerra impía.
Noveno, una ley militar muy importante aparece en Deuteronomio 20:19, 20, que incorpora un principio básico de implicaciones de muy largo alcance. Según esta ley,
Cuando sities a alguna ciudad, peleando contra ella muchos días para tomarla, no destruirás sus árboles metiendo hacha en ellos, porque de ellos podrás comer; y no los talarás, porque el árbol del campo no es hombre para venir contra ti en el sitio. Mas el árbol que sepas que no lleva fruto, podrás destruirlo y talarlo, para construir baluarte contra la ciudad que te hace la guerra, hasta sojuzgarla.
La última porción del Deuteronomio 20:19 algunos traductores traducen como: «¿Son acaso hombres los árboles del campo para que los trates como a sitiados?» (LAT). En otras palabras, la guerra no se debe librar contra la tierra, sino contra los hombres. Pero, incluso más central, la vida debe seguir, y los árboles frutales y las viñas representan en todo momento una herencia del pasado y una herencia para el futuro; no hay que destruirlos. Otros árboles se pueden derribar, pero solo según sea necesario «para construir baluarte contra la ciudad». La destrucción injustificada no se permitía.
Relacionado a esto hay una palabra de Salomón: «El provecho de la tierra es para todos; el rey mismo está sujeto a los campos» (Ec 5:9). Esto lo traducen otros como «El país avanzará si el rey se pone al servicio de los campos» (LAT).
Esta palabra, y la ley respecto a los árboles frutales y otros árboles, resulta en un principio general importante: la producción es antes que la política. La guerra es un aspecto de la vida del orden político, y su papel es importante, pero la producción es más básica. Sin producción, sin los árboles frutales y el agricultor, el obrero y el fabricante, no hay país que defender.
La prioridad de la política es una herejía moderna que está destruyendo continuamente al mundo; solo la gran vitalidad de la libre empresa está manteniendo el nivel de producción frente a las grandes desventajas e interferencias políticas. En cualquier orden santo, por consiguiente, la producción, la libertad de empresa, siempre debe venir antes que la política, tanto en la guerra como en la paz.
Décimo, y finalmente, las leyes del botín proveían una recompensa para los soldados (Nm 31: 21-31, 29, 30, 42; Dt 20:14), así que hay base legal no solo para la paga de los soldados sino también una pensión, una recompensa por sus servicios.
La indemnización de guerra era un aspecto de la pena impuesta sobre un enemigo (2ª R 3: 4) como pena por su agresión, y para compensar por los costos de la guerra.
En términos de las Escrituras, en un mundo pecador, la guerra es horrible, pero es una necesidad a fin de vencer al mal. El sumario de Clark va al punto:
Según las Escrituras, «No hay paz para los malos» (Is 48: 22; 57:21), y es inútil clamar «Paz, paz; y no hay paz» (Jer 6: 14). Si los hombres quieren tener paz, deben «busca[r] primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas [les] serán añadidas» (Mt 6: 33), porque la paz es «la labor de la justicia» (Is 32: 17), y no puede haber paz universal y duradera sino cuando «La justicia y la paz se besaron» (Sal 85: 10).
Habrá paz cuando «los moradores del mundo aprendan justicia». Es «en lo postrero de los tiempos» (Is 2: 2) y cuando «Jehová solo será exaltado» (Is 2: 11) que, «las naciones volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra» (Is 2:4).

10. IMPUESTOS

Los comentarios y diccionarios bíblicos en general no citan ninguna ley de impuestos del gobierno. Uno concluiría, al leerlos, que no existía ningún sistema de impuestos en el antiguo Israel, y que la ley mosaica no habla sobre el tema. Galer, por ejemplo, no puede citar ningún pasaje de la ley respecto a impuestos, aunque menciona varios pasajes de los escritos históricos y proféticos que se refieren a impuestos confiscatorios y tiránicos. Señala, eso sí, que el censo se tomó bajo la ley «con fines tributarios».
No se discierne ninguna ley de impuestos porque no se reconoce la naturaleza del orden civil de Israel. Dios, como rey de Israel, gobernaba desde su salón del trono en el tabernáculo, y a él se le llevaban los impuestos. Debido al error común de ver el tabernáculo como exclusiva o esencialmente «religioso», o sea, centro eclesiástico, se yerra al no reconocer que era en verdad un centro religioso, civil.
En términos de ley bíblica, el estado, el hogar, la escuela, y toda otra agencia no deben ser menos religiosos que la iglesia. El santuario era, pues, el centro civil de Israel, y no menos religioso por ese hecho. Una vez que se capta este hecho, mucho de la ley bíblica cae en enfoque más claro. Había, entonces, impuestos claramente definidos en la ley mosaica, y estos impuestos los ordenó Dios, el Rey Omnipotente de Israel.
Había, en esencia, dos tipos de impuestos. Primero, el impuesto per cápita (Éx 30: 11-16). El hecho de que se cita la expiación como uno de los aspectos de este impuesto ha hecho errar a muchos. El significado de la expiación aquí es una cubierta o protección; mediante este impuesto el pueblo de Israel se ponía bajo Dios como su Rey, le pagaba tributo, y obtenía a su vez el cuidado protector de Dios.
La referencia civil a este impuesto la reconoce en parte Rylaarsdam, quien cita su relación con el censo, «que es un acto militar». La cantidad de este impuesto era la misma para todos los hombres, medio siclo de plata, y debían pagarlo todos los hombres de veinte años para arriba. El siclo en ese tiempo no era una moneda sino un peso en plata.
Más adelante, se acuñaron siclos y tenían 220 granos troy (como una moneda de un dólar de los Estados Unidos), y un medio siclo era, así, como 110 granos. Este impuesto era el impuesto básico anual en Israel. Como Fairbairn notó.
Hay la prueba más clara de que se había cobrado antes y después de cautiverio; se hace alusión al mismo en 2 R 12:4; 2 Cr 24:9; y Josefo y Filón testifican que todos los judíos contribuían con el mismo regularmente, por donde quiera que estuvieran viajando, o a una organización regular de personas y lugares para su recolección apropiada y segura transmisión a Jerusalén (Jos. Ant. 18: 9, sec. 1; Filón, De. Monarq, tomo II, p. 234). Esto, entonces, es lo que los cobradores vinieron a pedirle a Pedro; y que, como teniendo referencia a una costumbre general e indisputable, él de inmediato prometió la disposición de su Maestro para dar.
El hecho de que en la era del Nuevo Testamento se le llama tributo del templo ha hecho que muchos yerren; el templo era el centro civil y eclesiástico. En el templo, los sacerdotes que oficiaban no tenían nada que hacer con la ley civil.
Pero en el templo, se reunía el sanedrín como poder civil en Israel, bajo la jefatura suprema de Roma.
Este impuesto per cápita se especifica como igual para todos. «Ni el rico aumentará, ni el pobre disminuirá» (Éx 30: 15). Mediante esta estipulación de igualdad de impuestos, se impedía que la ley fuera injusta. Tenía que ser pequeño, puesto que una cantidad grande hubiera sido opresiva para los pobres, y tenía que ser lo mismo para todos, para evitar la opresión de los ricos.
De esta manera se prohibía específicamente la imposición discriminatoria. Este impuesto lo recogía la autoridad civil y era obligatorio para todos los varones, de veinte años para arriba, excepto los sacerdotes y los levitas, que no estaban sujetos a la conscripción militar. El impuesto justo y básico, el impuesto per cápita, se pagaba a las autoridades civiles como impuesto requerido para el mantenimiento de una protección o expiación por parte del orden civil.
El segundo impuesto era el diezmo, que no se pagaba en un lugar central sino que era «consagrado a Jehová» (Lv 27: 32). Iba a los sacerdotes y levitas conforme estos cumplían las funciones eclesiásticas y sociales necesarias. A veces los levitas ocupaban cargos civiles, según lo requerían las condiciones sociales (1ª Cr 23: 3-5).
Su trabajo en la música nos es bien conocido gracias a los Salmos, así como también el resto de las Escrituras, y a menudo se citan sus deberes de enseñanza, como lo atestigua 2 Crónicas 17: 7-9; 19: 8-11. Los levitas y sacerdotes estaban esparcidos por todo Israel para atender las necesidades de toda comunidad, y recibir estos diezmos conforme el pueblo los daba.
Ambas formas de impuestos, el impuesto per cápita y el diezmo, eran obligatorias, pero existe una diferencia principal entre ellos. El estado tenía el derecho de cobrar un impuesto mínimo per cápita de sus ciudadanos, pero aunque el estado tal vez podía exigir el diezmo de todos los hombres, como a menudo se ha hecho, no podía estipular adónde debía ir ese diezmo.
El estado por tanto controlaba el uso del impuesto per cápita; el diezmador controlaba el uso del impuesto del diezmo. Éste es un punto de inestimable importancia. Puesto que, en términos de ley bíblica, el diezmo sostiene las funciones sociales principales, el control de estas funciones sociales queda así reservado al que da el diezmo y no al estado. El impuesto per cápita sostiene al estado y su poder militar más sus cortes.
La educación, la beneficencia, la iglesia y otras funciones sociales santas son financiadas por los dos diezmos, el primer diezmo y el diezmo del pobre. Una sociedad ordenada así por necesidad tendrá una burocracia pequeña y un pueblo fuerte.
El impuesto per cápita, pues, sufragaba el orden civil, y el diezmo sufragaba el orden social. En la ley bíblica, no hay impuesto a la tierra ni impuesto a la propiedad. Tal impuesto destruye la independencia de toda esfera de la vida y del gobierno: la familia, la escuela, la iglesia, la vocación y todo lo demás; y hace que toda esfera esté dependiente y subordinada al estado o al gobierno civil.
Puesto que las Escrituras declaran repetidamente que «de Jehová es la tierra y su plenitud» (Éx 9: 29; Dt 10: 14; Sal 24: 1; 1ª Co 10: 26, etc.), un impuesto a la tierra no es legítimo. Un impuesto a la tierra es un impuesto contra Dios y contra su orden-ley. Dios mismo no aplica impuestos a la tierra que les da a los hombres para que la administre bajo Él. Aplica impuestos a su ganancia, a su producción, de modo que el único impuesto legítimo es un impuesto a la renta, y esto es precisamente lo que es el diezmo: un impuesto a la renta. Pero es un impuesto a la renta que se fija al diez por ciento y no más. Encima de eso, lo que un hombre da es una ofrenda de buena voluntad; el diezmo es un impuesto, no una ofrenda.

EL SISTEMA DE IMPUESTOS PERTENECE EN REALIDAD AL SEXTO Y AL OCTAVO MANDAMIENTO.

Los impuestos impíos son un robo. Pero el poder moderno de imponer impuestos es el poder de hacer daño o destruir, y esto básicamente se conecta con el sexto mandamiento. Una estructura de impuestos basada en la Biblia protegerá y prosperará un orden social y sus ciudadanos, en tanto que una estructura impía de impuestos significa muerte para los hombres y la sociedad.
De manera creciente, la función de imposición de impuestos es reordenar a la sociedad. Mediante impuestos a la propiedad, la herencia, la renta y otros se confisca la riqueza y se redistribuye. Por eso, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha declarado, mediante su secretario general, que el número de personas que trabajan en la agricultura se debe reducir, y al mismo tiempo «aumentar el tamaño promedio de las empresas agrícolas». ¿Cómo se hace esto?
Dos métodos están a la disposición de los varios estados como medios disfrazados de confiscar la tierra y reformar a los agricultores y las tareas agrícolas.
Primero, los subsidios de precio, como Kristensen señaló, favorecen a los grandes agricultores antes que a los pequeños agricultores.
Segundo, se pueden usar los impuestos para eliminar al agricultor pequeño y hacer espacio solo para operaciones de haciendas grandes. Ambos métodos se usan de manera extensiva, y ambas son formas de robo, medios de homicidio y medios de destruir a los hombres y a las sociedades.
La facultad de crear impuestos en el mundo moderno es la facultad de destruir.
Ya no es sufragar la ley y el orden. Mientras más aumentan los impuestos, menos ley y orden tienen los hombres, porque los impuestos tienden a promover la rebelión social. Como tales, el sistema moderno de impuestos es eminentemente eficaz.

11. EL AMOR Y LA LEY

Uno de los más importantes de todos los que siguen la ideología humanista fue Juan Jacobo Rousseau, padre de la democracia. Rousseau fue un vagabundo, un «protegido» de Madame de Warens, y un hombre absolutamente irresponsable.
Vivió por muchos años sin casarse con Teresa Levasseur, empleada de un hotel.
Les nacieron cinco hijos, y de inmediato Rousseau los llevó a un hogar para expósitos. Este gran experto en crianza de hijos no podía aguantar a los niños.
Rousseau promovía la virtud, y nos dice que lloraba cuando pensaba al respecto, pero en la acción fue un hombre totalmente irresponsable y vicioso. Creía que su corazón, y el corazón de todos los hombres, era bueno; la sociedad organizada, el medio ambiente, hace malos a los hombres. Un acto muy típico de este gran reformador humanista tuvo lugar en Venecia.
Rousseau llevó a una prostituta a su habitación. Después de que esta se desvistió, y ambos estaban en la cama, Rousseau empezó a suplicarle que siguiera la senda de la virtud. Estaba, por supuesto, en la peor posición para tal ruego, pero eso le importaba poco. Para Rousseau, el
corazón, los sentimientos del hombre lo eran todo.
Bajo la influencia de tales creencias humanistas, se ha erosionado extensivamente la ley. Ya no es el acto de asesinato lo que se juzga, sino los sentimientos o estado mental al cometer el acto. Según Rousseau, un asesino puede no ser culpable en virtud de su estado mental. El amor, como gran virtud humanista, ha llegado a ser de suma importancia. Los que pertenecen al partido del amor son los santos del mundo humanista o incluso en la comisión de delitos, en tanto que el cristiano ortodoxo, como aborrecedor por definición, es culpable incluso sin cometer un delito.
El amor aparece en la ley, pero en el contexto de la ley, no en el de sentimientos humanista os. La ley mosaica requiere el amor al prójimo, en Levítico 19: 17, 18:
No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová.
La Versión Latinoamérica traduce la última parte del versículo 17 «no sea que te hagas cómplice de sus faltas», y otra versión traduce «pero no incurras en culpa por causa de él». Las autoridades religiosas durante la era del segundo templo lo leían cómo «pero tú no debes llevar pecado por esa razón», o sea, «ejecutar el deber de represión de tal manera que no incurras en pecado por ello».
La explicación de San Pablo resume el asunto: «El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor» (Ro 13: 10). Amar al prójimo quiere decir guardar la ley en relación a él, no hacerle ningún mal, ni en palabra, ni en pensamiento, ni en obra. Si el curso de acción de un prójimo lleva al mal, o a problemas, se da una palabra de advertencia como medio de prevenirle de daño. El significado de prójimo en este pasaje (Lv 19: 17, 18) es otro creyente.
En Levítico 19: 33, 34 se incluye a extranjeros y personas que no son creyentes. La ley del amor no da aquí base para tratar de gobernar a nuestro prójimo, ni tampoco reduce el amor a un marco mental; es un principio que se manifiesta como totalidad en palabra, pensamiento y acción.
La Biblia no tiene una noción dualista del hombre; no reconoce un corazón bueno con obras malas. El hombre es una unidad. Como pecador, por supuesto que es malo. Como hombre redimido, está en proceso de santificación, y por consiguiente manifiesta tanto bien como mal; pero un pensamiento malo engendra una obra mala así como un pensamiento santo engendra un acto santo.
Rousseau confundió sus fantasías e ilusiones respecto a su corazón y mente con la realidad respecto a él mismo, pues tenía perversidad en su corazón y mente, y por consiguiente en sus fantasías. «Todo designio de los pensamientos del corazón [de los hombres] es «de continuo solamente el mal» (Gn 6: 5), y es una parte de esa imaginación perversa el que el hombre piense bien de su mal.
Debido a que el hombre es pecador, no puede tomar la ley en sus propias manos: «No te vengarás» (Lv 19: 18). Debido a que el hombre no es Dios, no puede ocupar el trono de juicio de Dios para juzgar a los hombres en términos de sí mismo. No podemos condenar a los hombres por lo que les gusta o no les gusta en términos de nosotros mismos.
Podemos juzgarlos en relación a Dios, cuya ley es la única que gobierna y juzga a todos los hombres. Se prohíbe el juicio personal: «No juzgarás…» (Mt 7: 1), pero se nos exige «sino juzgad con justo juicio» (Jn 7: 24).
El principio paulino enuncia el asunto claramente con respecto al amor: primero, no hace mal a su prójimo; segundo, el amor es el cumplimiento de la ley. Se prohíbe que se haga mal al prójimo. Es una forma de matar la vida y libertad de nuestro prójimo. El hecho de que la vida y la libertad están en la mirilla en esta ley se ve en las normas jurídicas de las Escrituras. Por ejemplo, el único tipo de esclavitud permitido es la esclavitud voluntaria, dice Deuteronomio 23:15, 16.
La ley bíblica permite la esclavitud voluntaria porque reconoce que algunos no pueden mantener una posición de independencia. Apegarse voluntariamente a un hombre capaz y servirle, protegido bajo la ley, es una manera legítima de vivir, aunque inferior. El amo entonces asume el papel de benefactor, el que concede el bienestar, antes que el estado, y el esclavo está protegido por la ley del estado.
Un esclavo fugitivo no puede ser devuelto a su dueño; es libre de irse. La excepción es el ladrón y delincuente que está trabajando para hacer restitución. El código de Hammurabi condenaba a muerte a los hombres que alojaran a un esclavo fugitivo.
La ley bíblica posibilitaba la libertad del esclavo. Al amo del esclavo se le dice: «Morará contigo, en medio de ti, en el lugar que escogiere en alguna de tus ciudades, donde a bien tuviere; no le oprimirás» (Dt 23: 16).
Secuestrar a otro creyente para venderlo como esclavo (o sea, a un extranjero o nación extranjera, puesto que no se le podía vender legalmente en su patria) es un delito capital, castigada sin excepción con la muerte (Dt 24: 7). La pena de muerte se aplicaba no solo al secuestrador sino también a sus compinches que recibían o vendían a la persona (Éx 21: 16). La fuerza de esta ley es incluso más clara cuando nos damos cuenta de que la ley bíblica no tiene sentencia de prisión. Los hombres bien sea mueren como delincuentes o hacen restitución. La ley bíblica requiere una sociedad de hombres libres cuya libertad descansa en la responsabilidad.
La ley bíblica protegía al que mataba accidentalmente a un hombre, como en el caso de los hombres que estaban cortando leña, y la cabeza del hacha de uno volaba y mataba al otro. Las ciudades de refugio protegían al hombre de la venganza familiar (Dt 19:1-10; cf. Éx 21:13; Nm 35:9-22, 29-34).
El asesinato, sin embargo, se castigaba con la muerte (Dt 19: 11-13; Nm 35: 23-28, 30-33; Lv 24: 17-22; Éx 21: 12-14, 18-32), y la ley no permitía ninguna excepción a esta sentencia.
La prueba del amor era actuar con amor. El amor no hace mal al prójimo, y amor es guardar o cumplir la ley en relación a otras personas. El amor es el pensamiento, la palabra y el acto que acatan la ley. En donde no hay ley, tampoco hay amor. Los adúlteros no aman a sus cónyuges, aunque muchos aducen que sí; quizá disfruten de sus esposas o esposos y también de sus amantes, pero amar es guardar la ley.
El hombre humanista o, puesto que se ha olvidado de la ley, debe lógicamente olvidarse también del amor. Ya hay evidencias de esto. Lionel Rubinoff, siguiendo él mismo la ideología humanista, ha descrito el problema moderno del mal en The Pornography of Power [La pornografía del poder]. Un crítico resume así la tesis de Rubinoff:
Es, sin embargo, en su análisis de El Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, que se capta más fácilmente la presuposición que subyace en The Pornography of Power. De la reseña de Stevenson de la ambivalencia de la naturaleza humana, Rubinoff escribe: «El Dr. Jekyll, el humanista, originalmente crea al Sr. Hyde (lo que en sí mismo ya es un acto completamente perverso) a fin de poder estudiar científicamente las fuerzas del mal encarnadas en un Hyde, y luego expulsarla de la psiquis humana.
Tan confiado está Jekyll en la fuerza férrea de su virtud que de veras piensa que puede dar a luz al mal sin que ese mal lo corrompa. Por desgracia, el virtuoso Jekyll no es rival para el satánico Hyde. Una vez que el demonio ha sido libertado, el ángel busca cualquier excusa para descender a lo más hondo de la depravación».
Pocos hombres pueden contemplar cómodamente el concepto de la supremacía natural del mal sobre el bien en la humanidad. La tradición judeocristiana alivia la angustia extendiendo la esperanza de salvación mediante el ejercicio de una semblanza del libre albedrío en la lucha terrenal contra las fuerzas del diablo. ¿Qué tiene una edad cada vez más secular que hacer con el conocimiento de que el mal es una parte inextricable de naturaleza humana?
Enfrentémoslo, dice Rubinoff. Saquémoslo a la luz.
Como algunos pensadores humanista os están empezando a reconocer, el hombre enfrenta al mundo, no con amor y bondad, sino con mal. Mientras más humanista o se vuelve el hombre, más la justicia, la autoridad y la legitimidad se desvanecen del mundo. La iniquidad gobierna cada vez más los asuntos nacionales e internacionales. La expresión del corazón e imaginación del hombre de continuo es solo el mal. Rubinoff admite que el mal del hombre le insta a un uso diabólico del poder, a lo que llama pornografía del poder. La respuesta de Rubinoff no es el amor sino el mal:
El mayor mal al convertirse en adicto a tal pornografía, dice Rubinoff, es que atrofia el crecimiento de la imaginación, el único instrumento por el cual el hombre puede verdaderamente entender, y así vivir con, la verdad desesperante de su naturaleza dual. Como ejemplos de cómo usar la imaginación creativa al enfrentar el mal, Rubinoff destaca a Jean Genet y Norman Mailer.
Dice que muchos de sus escritos son esencialmente un esfuerzo por producir valores positivos al confrontar lo negativo e irracional dentro de sí mismos, viviendo con ello y convirtiéndolo en arte.
Como la mayoría de los programas de superación personal, las ideas de Rubinoff son más fáciles de decir que de aplicar. En cierto nivel, su libro podría estimular la escatología de grado inferior como una forma de salvación.
Por otro lado, La pornografía del poder ofrece un sustituto estético para la religión, por la cual los hombres menos creativos que Genet y Mailer deben tratar de abrirse paso al conocimiento de sí mismo con la ayuda de las imágenes artísticas del mal.
La respuesta de Rubinoff es que nos volvemos Jekylls artísticos en vez de científicos, y producimos una legión de Hydes. Propone que entremos en un mundo de amor y ley abrazando el mal, expresándolo audaz y libremente como una aventura artística y creativa. Es un programa de pecar para que la gracia abunde.
Lo que Rubinoff ha expresado, su generación humanista lo está practicando. Hay universitarios, indigentes, diplomáticos, políticos, clérigos, maestros y otros que practican una doctrina inicua del mal como ley más alta y amor más alto.
Puesto que la doctrina humanista del amor es antinomiana de rabo a cabo, es indiscutiblemente amar al mal. Es pues, un desarrollo lógico del amor humanista o que se debe volver mal encarnado. El amor sin ley es en esencia la afirmación del mal y sus manifestaciones.

12. COACCIÓN

Los evolucionistas humanistas a menudo sueñan con una sociedad sin coacción.
El anarquismo es, por supuesto, esa filosofía que mantiene que el hombre puede hallar realización solo en una sociedad no estatista, voluntarista y no coactiva. El libertarianismo es cada vez más una filosofía abiertamente anarquista y relativista.
Puesto que la definición libertaria de anarquismo es la mejor, examinemos esta posición según la define Karl Hess, que fue el escritor del senador Goldwater en la campaña presidencial de 1964:
El libertarianismo es la noción de que cada hombre es el dueño absoluto de su vida, para usarla y disponer de ella como le parezca, y que todas las acciones sociales de los hombres deben ser voluntarias y que el respeto de la propiedad de la vida similar e igual de todos los demás hombres y, por extensión, de la propiedad y los frutos de esa vida, es la base ética de una sociedad humana y abierta.
Es más, Hess afirma: «Cada hombre es una tierra soberana de libertad, con lealtad primaria a sí mismo». Para Hess, el hombre no es un pecador sino más bien su propio dios. El pecador, la gran maldad, es el estado. Al analizar a personas de ideología liberal y conservadora sobre la cuestión del estado, Hess dice:
Así como el poder es el dios del liberal moderno, Dios sigue siendo la autoridad del conservador moderno. El liberalismo práctica la regimentación, simplemente por regimentación. El conservatismo practica la regimentación por una no tan sencilla revelación. Pero regimentado o revelado, el nombre del juego todavía sigue siendo política.
El gran defecto del conservatismo es una honda grieta por la cual cae toda referencia a la libertad, para destrozarse contra las rocas del autoritarismo.
Los conservadores se preocupan de que el estado tenga demasiado poder sobre las personas. Pero fueron los conservadores los que le dieron al estado ese poder. Murray Rothbard, escribiendo en Rampart, ha resumido este conservatismo defectuoso al describir una «generación nueva y más joven de derechistas, de “conservadores” que pensaban que el problema real del mundo moderno no era tan ideológico como el estado versus libertad del individuo, o intervención del gobierno versus mercado libre; el problema real, declararon, era la preservación de la tradición, orden, cristianismo y buenos modales contra los pecados modernos de la razón, la licencia, el ateísmo y la grosería.
Para muchos conservadores, la pesadilla que acosa sus vidas y su posición política (que muchos resumiría como «ley y orden» estos días) es las del motín. Hasta donde yo sepa, no hay límite que los conservadores pondrían en el poder del estado para suprimir los motines.
Hess tiene razón al decir que los conservadores se apoyan en la «revelación», o sea, en «la preservación del… cristianismo», y es el fracaso del conservatismo que no ve esto, que intenta defender sobre premisas humanistas un producto cristiano. Pero, ¿en que descansa la posición de Hess? La creencia en la bondad del hombre, la capacidad del hombre de vivir sin coacción o violencia, y la soberanía del hombre no descansan ni en la experiencia, ni en la historia, ni en la razón. Hess provee aquí su propia revelación de cosecha propia. Pide «comunidades de voluntarismo» y llama al hombre «a ir metafísicamente solo a un mundo más de razón que de religión». En tanto que llama a su posición «no exactamente anarquía», Hess no la distingue del anarquismo.
El libertarianismo moderno descansa en el relativismo radical; no existe ninguna ley o estándar aparte del hombre mismo. Algunos profesores libertarios dicen en clases y en la conversación que cualquier posición es válida siempre y cuando no afirme ser la verdad, y por consiguiente la religión bíblica es la esencia del mal para ellos. Debe haber, según estos libertarios, un mercado totalmente libre de ideas y prácticas.
Si todos los hombres son ángeles, un mercado totalmente libre de ideas y prácticas solo producirá una comunidad angélica. Pero si todos los hombres son pecadores que necesitan la redención de Cristo, un mercado libre de ideas y prácticas producirá solo caos de maldad y anarquía.
Tanto la posición libertaria como la bíblica descansan en la fe; una en la fe en la bondad natural del hombre, la otra en la revelación de Dios respecto al estado pecador del hombre y su glorioso potencial en Cristo. Claro, la llamada fe racional que irracionales tales como Hess y Rothbard representan no tiene ningún respaldo en la historia del hombre ni ninguna formulación de razón.

LO QUE REPRESENTAN ES UNA FE, Y UNA FE PARTICULARMENTE CIEGA EN EL HOMBRE.

Una razón cardinal para la creciente iniquidad del presente siglo es precisamente el relativismo y anarquismo moral. Un reportero inquisidor de Freemont, California, preguntando «¿Se deberían legalizar en California los abortos sin restricción?» recibió, entre otras, esta respuesta de A. W. S., vendedor jubilado:
Sí. Una mujer debe poder tener uno si eso es lo que quiere. Depende de la persona. De cierto modo, es quitar una vida humana. Pero si es una necesidad médica, independientemente de los deseos de la persona, se debe hacer.
Examinemos esta declaración. Primero, se reconoce que el aborto «es quitar una vida humana»; o sea, es asesinato. Pero, segundo, se afirma más que una mujer tiene este poder sobre su feto: «Depende del individuo». Lo que le pertenece a ella, también le pertenece para deshacerse de él o asesinarlo. Por lógica, esta posición, que sostiene la libertad anárquica del individuo, quiere decir también que un feto, como vida subordinada, no tiene tal libertad.
¿Significa esto que una madre, como persona superior, puede deshacerse mediante el homicidio de un hijo que no quiere, o una pareja librarse mediante el asesinato de sus padres ancianos? Esta es la posición implícita, porque, tercero, el deseo de la mujer para retener el feto puede ser sobreseído: «Pero si es una necesidad médica, independientemente de los deseos de la persona, se debe hacer».
En otras palabras, personas más poderosas y conocedores en la sociedad anarquista pueden decretar muerte en términos de una sabiduría científica superior. En un mundo anarquista, donde el hombre es su única ley, las consecuencias del anarquismo son violencia para el débil de parte del fuerte, y destrucción de la inteligencia por la fuerza bruta.
Cuando el que sigue la ideología humanista lidia con el mal, recurre a la evasión para eliminar la culpa del hombre. Steve Allen ha observado: «No estoy completamente convencido, pero pienso que casi no hay mala intención en el mundo». Esta distinción entre intención y hecho, ahora tan básica para la ley humanista, se remonta a la filosofía griega, y a Aristóteles. Es irónico que los humanista os modernos, que despotrican contra el dualismo, deben recurrir a él tan fuertemente.
En términos de esta distinción, un asesino puede escapar de la pena de muerte. Las cortes ahora están listas para considerar la pena de muerte como un castigo posiblemente cruel y desusado y por consiguiente ilegal. Uno de los casos de California que se incluye es el de un hombre culpable de tres asesinatos en mucho menos que una década. En esta clase de consideración por el asesino, se pierden y niegan los derechos de la víctima.

EN LA LEY BÍBLICA, EL ACTO ES LA INTENCIÓN.

Un asesinato incluye una intención asesina. Claro, si el mango de un hacha se rompe accidentalmente y de repente sale volando y mata a alguien, es un accidente y la intención y el acto en este caso no son asesinato, así que el castigo no es por asesinato.
Debido a que la historia ponen tan de manifiesto el mal, es solo recurriendo a esta distinción dualista entre la intención (espíritu) y el acto (materia) que la ideología humanista puede afirmar que hay una bondad natural (o por lo menos una naturaleza neutral) en el hombre.
¿Como explica la ideología humanista el intento a todas luces perverso de hombres que flagrantemente rompieron la ley durante la huelga de policía de Boston? O, ¿cómo explican la violencia de 1969 en Pakistán que se cita en este reportaje:
Dacca, Pakistán Oriental (UPI). El conflicto político en el este de Pakistán ha hecho que florezcan numerosos «tribunales del pueblo» en el interior que están dictando en forma sumaria sentencias de muerte por garrote o cuchillo, reportaron el martes fuentes del gobierno y viajeros.
«La locura barría las regiones rurales», dijo un viajero al llegar acá. Dijo que ha pasado la semana pasada en aldeas y pueblos al norte de Dacca.
«Nadie está seguro», dijo, «los criados se pueden volver contra sus amos».
Dijo que los tribunales del pueblo no tienen jurados y siempre dictan la sentencia de muerte, que la aplican de inmediato campesinos que esgrimen garrotes o cuchillos.
Hay que notar que el mal flagrante de los nazis se omite aquí, y el mal más flagrante de los comunistas soviéticos. ¿Cómo se explican estas cosas? El título del reportaje sobre Pakistán revela la respuesta: «“Locura” barre Pakistán». De modo similar, una revisión del libro del reinado del terror de Stalin se titula «Eficiencia loca para el exterminio». Esta es la respuesta: No es que el hombre sea un pecador sino que las condiciones sociales han incitado al hombre a esta acción refleja que es en el peor de los casos locura, y en el mejor de los casos heroísmo revolucionario. Tal razonamiento descansa en una fe ciega en el hombre que es inmune a los hechos.
Todavía más, debido a que el pensamiento humanista o no puede explicar el mal excepto como locura temporal (y su respuesta, según Rubinoff, es dar expresión a esta locura a fin de exorcizarla), la ideología humanista no puede lidiar sinceramente con el mal o la coacción. Mira el mal en el hombre como hecho básico respecto a la naturaleza caída del hombre, y después niega la legitimidad de la coacción. Los dos hechos van relacionados. Si el hombre, como en la ideología humanista, es su propio dios, ¿cómo se puede coaccionar a ese dios? La coacción se convierte entonces en el gran mal para una ideología humanista lógica.
¿Es alguna vez legítima la coacción? La Biblia, claramente, tienen leyes contra la coacción de algunas formas, tal como el asesinato, el secuestro y cosas similares.
En Levítico 24: 17-22 se declara:
Asimismo el hombre que hiere de muerte a cualquiera persona, que sufra la muerte. El que hiere a algún animal ha de restituirlo, animal por animal. Y el que causare lesión en su prójimo, según hizo, así le sea hecho: rotura por rotura, ojo por ojo, diente por diente; según la lesión que haya hecho a otro, tal se hará a él. El que hiere algún animal ha de restituirlo; más el que hiere de muerte a un hombre, que muera. Un mismo estatuto tendréis para el extranjero, como para el natural; porque yo soy Jehová vuestro Dios.
Las leyes que se indican aquí también aparecen en Éxodo 21: 12, 24, 25, 33, 34.

ES EL PRINCIPIO DE RESTITUCIÓN Y PENA DE MUERTE.

La coacción ilegal enfrenta una pena severa en la ley bíblica. Al asesino, como culpable de la forma más extrema de coacción física, sin excepción se le debe matar. Pero, hay que notar, la coacción contra los malhechores es obligación exigida e ineludible de la autoridad civil.
Dios exige coacción en la supresión de la iniquidad. Sin coacción santa, el mundo se rinde a las manos de una coacción impía. Nadie quiere que se dirija una manguera de agua contra su sala, pero, en caso de incendio, esa agua es una necesidad y una ayuda bienvenida. De modo similar, la coacción es una necesidad ordenada por Dios para capacitar al hombre para hacerle frente a los brotes de iniquidad.
La perspectiva humanista es esquizofrénica. Debido a su dualismo básico, niega la responsabilidad; se divorcian la intención y el acto. Las obras de maldad, entonces, se vuelven, no una expresión del corazón pecador del hombre, sino una forma de extraña locura. El hombre mismo, dicen, es básicamente bueno, o, en el peor de los casos, según Rubinoff, neutral, parte ángel y parte diablo. En lugar de restricción, la ideología humanista exige autoexpresión. Esto, por supuesto, es la muerte de la ley y orden y el surgimiento de la anarquía y la coacción masivas. A nombre de abolir la coacción, la ideología humanista asegura su triunfo en forma de violencia sin ley.

13. LEYES DE CUARENTENA

El mandamiento «No matarás», tiene, como su requisito positivo, el mandato de preservar y promover la vida dentro del marco de la ley de Dios. Básico a este marco de trabajo de preservación son las leyes de cuarentena.
En Levítico 13—15 se dan leyes detalladas de cuarentena o separación. Los detalles de estas leyes no son aplicables en nuestros tiempos, puesto que tienen en mente una era anterior, pero los principios de estas leyes siguen siendo válidos.
Se debe notar que estas leyes, en particular las que tienen que ver con la lepra, se impusieron en la era «medieval» y fueron instrumentales para eliminar esa enfermedad de Europa como un problema serio. Las leyes de estos capítulos son de dos variedades; primero, las que tienen que ver con enfermedades, Levítico 13: 1—15: 15; y, segundo, las que tienen que ver con actos sexuales, 15: 16-33; puesto que los ritos sexuales comúnmente se usaban como medio de comunión con los dioses, las relaciones sexuales se separaron de manera enfática de la adoración (Éx 19: 15).
La prostitución ritual en los templos era una parte aceptada de la adoración entre los paganos en la era mosaica. De nuevo, los actos sexuales están siendo restaurados a un papel ritual por los nuevos paganos tanto dentro como fuera de la iglesia. Por ejemplo, Bonthius ha escrito: «El acto del coito debe servir como un símbolo externo y visible de la comunión, no meramente entre un hombre y la esposa sino con Dios».
Volviendo a las leyes de cuarentena respecto a las enfermedades, las que se citan en Levítico 13 y 14 por lo general se describen como lepra y plaga. El término lepra ha cambiado de significado ampliamente desde su significado bíblico y «medieval». El significado entonces cubría una variedad de enfermedades contagiosas.
En términos de esto, el significado de esta legislación es que las enfermedades contagiosas se deben tratar con todas las precauciones necesarias para evitar el contagio. Las legislación es, pues, necesaria dondequiera que la sociedad requiere protección de enfermedades serias y contagiosas.
El estado, por consiguiente, tiene poder legislativo para lidiar con plagas, epidemias, enfermedades venéreas y otras enfermedades contagiosas y peligrosas. Tal legislación la exige la ley mosaica (Nm 5: 1-4). No solo se declara que es asunto de legislación civil, sino un aspecto esencial de la educación religiosa (Dt 24: 8).
Es claro, sin embargo, que esta legislación, que requiere algún tipo de cuarentena o separación de los enfermos, o de los que atienden a los muertos (Nm 5: 2), tiene implicaciones más allá del ámbito de las enfermedades físicas. Así como se debe evitar el riesgo de contagio físico, de igual manera se debe evitar el riesgo de contagio moral. Esto se indica con claridad:
Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel, y diles: Yo soy Jehová vuestro Dios. No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual morasteis; ni haréis como hacen en la tierra de Canaán, a la cual yo os conduzco, ni andaréis en sus estatutos. Mis ordenanzas pondréis por obra, y mis estatutos guardaréis, andando en ellos. Yo Jehová vuestro Dios. Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Jehová (Lv 18: 1-5).
En ninguna de estas cosas os amancillaréis; pues en todas estas cosas se han corrompido las naciones que yo echo de delante de vosotros (Lv 18: 24).
Guardad, pues, mi ordenanza, no haciendo las costumbres abominables que practicaron antes de vosotros, y no os contaminéis en ellas. Yo Jehová vuestro Dios (Lv 18: 30).
Guardad, pues, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas, y ponedlos por obra, no sea que os vomite la tierra en la cual yo os introduzco para que habitéis en ella. Y no andéis en las prácticas de las naciones que yo echaré de delante de vosotros; porque ellos hicieron todas estas cosas, y los tuve en abominación.
Pero a vosotros os he dicho: Vosotros poseeréis la tierra de ellos, y yo os la daré para que la poseáis por heredad, tierra que fluye leche y miel. Yo Jehová vuestro Dios, que os he apartado de los pueblos (Lv 20: 22-24).
Como el último enunciado declara, Dios se identifica como el Dios que separa a su pueblo de los demás pueblos; esta es una parte básica de la salvación. La separación religiosa y moral del creyente es un aspecto básico de la ley bíblica.
Así como la segregación de la enfermedad es necesaria para evitar el contagio, la separación del mal religioso y moral es necesaria para la preservación del verdadero orden.
La segregación o separación es pues un principio básico de la ley bíblica respecto a la religión y a la moralidad. Todo esfuerzo por destruir este principio es un esfuerzo por reducir la sociedad a su mínimo común denominador. La tolerancia es una excusa bajo la cual se acomete esta nivelación, pero el concepto de tolerancia esconde una intolerancia radical.
En nombre de la tolerancia se le pide al creyente que se asocie en un nivel común de aceptación total con el ateo, el pervertido, el delincuente, y los que siguen otras religiones como si no existieran diferencias. El creyente tiene una obligación de conducta legítima hacia todos, obligación de manifestar gracia y bondad en donde es debido, pero no para negar la validez de las diferencias que separan al creyente del que no es creyente. A nombre de la tolerancia se le pide al creyente que tolere todas las cosas porque el que no es creyente no tolera nada; quiere decir vida en términos del que no es creyente.
Quiere decir que al orden bíblico se le niega existencia, porque todas las cosas se deben nivelar hacia abajo.
Un ejemplo, aunque moderado, de esta intolerancia apareció en la columna de Ann Landers:
Querida Ann Landers: ¿Por qué les pones orquídeas a las vírgenes sin saber toda la verdad? Si pudieras ver a algunas de estas muchachas de flores blancas sabrías que no se las pueden entregar. ¿Por qué no usar tu valioso espacio del periódico para elogiar a la muchacha sexy, buscada, a quien los hombres constantemente están persiguiendo y algunas veces atrapan?
Soy una mujer que anda en los cuarenta, y que ha trabajado diez años con mujeres jóvenes en un grupo de secretarias. Veo a estas santurronas en sus blusas blancas hasta la cintura y pantalones holgados, tan engreídas y orgullosas de su castidad, como si tuvieran alternativa. Me enferman.
Apenas el viernes pasado en el baño de mujeres una preciosa pelirrojita, apenas de 21 años, gimoteaba su experiencia. A Lucy la había dejado plantada un ejecutivo después de seis meses de cortejo continuo. Habían tenido relaciones íntimas y ella contaba en que habría matrimonio. Era la cuarta vez que esto le había sucedido. Muchachas como Lucy necesitan de Ann Landers para que les diga que no son del todo malas. Dales estímulo, no menosprecio. He estado leyendo tu ridícula columna por doce años, y pienso que eres una perfecta necia. Mamá Leone.
Querida Mamá: Gracias por el elogio, pero nadie es perfecta.
Resulta que no me sobra ninguna medalla de buena conducta para muchachas que piensan que el dormitorio es un atajo al altar. Es más, una muchacha que comete la misma equivocación cuatro veces es lo que yo llamo (en lenguaje cortés) una que no aprende.
Esta carta de «Mamá Leone» revela un amargo odio a la virtud junto con una fuerte simpatía por la muchacha promiscua, a quien se ve como una persona buena.

NO HAY TOLERANCIA AQUÍ, SINO SOLAMENTE INTOLERANCIA SALVAJE.

La premisa básica de la doctrina moderna de tolerancia es que todas las posiciones religiosas y morales son igualmente verdaderas e igualmente falsas. En breve, esta tolerancia descansa en un relativismo e ideología humanista radicales. No hay una verdad particular o valor moral en alguna religión; el verdadero valor es el hombre mismo, y al hombre como tal se le debe dar aceptación total, independientemente de su posición moral o religiosa.
De este modo, Walt Whitman, en su poema «To a Common Prostitute» [«A una prostituta común»], declaró: «Solo cuando el sol te excluya, te excluyo yo». Esta ideología humanista relativista exige total aceptación y total integración. Así como esta posición, al reducir a igualdad todas las posiciones no humanistas, y entonces poniendo al hombre por encima de ellas como señor, es radicalmente anticristiana. Pone al hombre en lugar de Dios y, a nombre de la tolerancia e igualdad, relega al cristianismo al montón de chatarra.
Pero la integración y la igualdad son mitos; disfrazan una nueva segregación y una nueva desigualdad. La carta de «Mamá Leone» deja en claro que, a su modo de ver, la promiscuidad es superior a la virginidad. Esto significa una nueva segregación: la virtud está sujeta a hostilidad, burla y se le separa para destrucción.

TODO ORDEN SOCIAL INSTITUYE SU PROPIO PROGRAMA DE SEPARACIÓN O SEGREGACIÓN.

A una fe y moralidad en particular se le da estatus privilegiado y todas las demás se separan para una eliminación progresiva. La proclama de igualdad e integración es pues un pretexto para subvertir una forma más antigua o existente de orden social.
El control estatal de la educación ha sido un medio central para destruir el orden cristiano. Se excluye del programa de estudios todo lo que apunta a la verdad de la fe bíblica y establece una nueva doctrina de la verdad. A nombre de la razón objetiva, insiste que su altamente selectiva hostilidad contra la fe bíblica se debe considerar una ley de ser.
La educación es una forma de segregación, y, de hecho, un instrumento básico de la misma por igual. Mediante la educación, a ciertos aspectos de la vida y de la experiencia se les dan la prioridad de la verdad y a otros se les relega a asuntos no importantes o se les clasifica como erróneos. La educación ineludiblemente segrega y clasifica toda la realidad en términos de ciertas premisas o presuposiciones.
Estas premisas son premisas religiosas y siempre son pre teóricas y determinativas de todo pensamiento.
No solo la educación segrega sino también la ley. Todo orden-ley, al legislar contra cierto tipo de conducta, requiere una segregación en términos de sus premisas.
La segregación que demanda el estado democrático o marxista es tan radical y completa como la que la historia ha visto, si es que no es más.
Todas las religiones segregan también, y la ideología humanista ciertamente no es excepción. Toda religión afirma un orden de verdad, y se considera todo otro orden como mentira. La ideología humanista es relativista respecto a todas las demás religiones, pero es absolutista respecto al hombre. El hombre es el absoluto de la ideología humanista, y todo lo demás se tiene como error.
La segregación, separación, o cuarentena, sea cual sea el nombre que se use, es ineludible en toda sociedad. El libertario radical aduce que permitirá total libertad para todas las posiciones, o sea, un mercado libre para todas las ideas y religiones.
Pero proscribe todas las posiciones que niegan la propia. En el mundo académico, estos libertarios han demostrado ser enemigos implacables de la fe bíblica, y le niegan el derecho a que se le oiga. El estado no puede existir en un orden libertario así, ni tampoco la iglesia, excepto en términos del enemigo. Los nuevos libertarios simpatizan con los marxistas, pero no con los cristianos.
Aunque ostensiblemente contra coacción, no están por encima de un frente común con los marxistas, como la revista libertaria Left and Right lo indica. Para la verdad de las Escrituras no tienen tolerancia, ni tampoco algún «frente común» excepto una rendición en sus términos. Toda fe es una manera excluyente de vida; ninguna es más peligrosa que aquella que mantiene la ilusión de tolerancia. Una fe abiertamente despiadada es peligrosa, pero hay que temer más a una fe despiadada que se cree agente de amor.
Debido a que no hay acuerdo posible entre la verdad y la mentira, entre el cielo y el infierno, San Pablo declaró: « Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré» (2ª Co 6:17).

14. LEYES DIETÉTICAS

La ley bíblica regula claramente el comer y beber. Las leyes de la dieta, o leyes kosher, son por lo general bien conocidas, pero, por desgracia, aquí como en todo lo demás el hombre en su perversidad ve la ley, que fue ordenada como un principio de vida, más bien como una restricción de la vida. Es más, el principio bíblico de comer y beber no es ascético; el propósito de la comida y la bebida no es solo preservar la vida, por importante que eso sea, sino una parte del disfrute de la vida.
El cuadro usual del monje o sacerdote medieval robusto, gordinflón, como de alguna manera réprobo, lo opuesto del santo ascético enflaquecido quizá necesita revisión. Según las Escrituras, «es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor» (Ec 3: 13). Nótese que dice «todo hombre». De nuevo, «He aquí, pues, el bien que yo he visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar uno del bien de todo su trabajo con que se fatiga debajo del sol, todos los días de su vida que Dios le ha dado; porque ésta es su parte» (Ec 5:18). Sin embargo, se debe notar que «Todo aquel que lucha, de todo se abstiene» (1ª Co 9: 25).
En Génesis 1:29, 30 parece que, antes del diluvio, se da permiso solo para que se coma alimentos no carnívoros, en tanto que en Génesis 9: 3 se da permiso para comer carnes. No hay razón para dar por sentado que algún retorno a esta dieta original sea posible. De nuevo, hay razón para pensar que, después de todo, se haya concedido el permiso para comer carnes.
Dios vistió a Adán y Eva caídos en trajes de pieles (Gn 3: 21), y el uso del ganado apareció muy temprano. Muy temprano, con Jabal, de la línea de Caín, apareció la especialización en el trabajo ganadero (Gn 4: 20), lo que indicaba que había demanda de carne. Las instrucciones de Dios antes del diluvio se refieren a la distinción entre bestias limpias e inmundas según estaba establecido, lo que indicaba la legitimidad de la distinción por lo menos para el sacrificio y probablemente para la comida.
Además, la autorización para comer carne es divina y sigue sin cambio. Una de las características de los espíritu engañadores y doctrinas de demonios en «los postreros tiempos» es que «prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad» (1ª Ti 4: 1, 3). El vegetarianismo religioso, por tanto, se condena enérgicamente.
Las leyes de dieta aparecen en varios pasajes, y de manera central en Levítico 11. La reacción de la mayoría de las personas a esta legislación es que es extraña, difícil y opresiva si se sigue. En realidad, las leyes mosaicas de dieta son básicas a los patrones de casi todo país cristiano. Ciertas brechas notables de estas leyes son evidentes, pero en lo principal se obedecen.
Al examinarlas, un problema es la traducción de algunos de los nombres de animales. Así, el «conejo» de Levítico 11:5, se dice que es el «hurón sirio, una forma de conejo de roca», y también llamado «tejón de roca», pero no es seguro.
Nuestro propósito no es examinar a cada animal en particular sino entender las clasificaciones generales que se usan. Según Levítico 11:3, «De entre los animales, todo el que tiene pezuña hendida y que rumia, éste comeréis». También se citan las excepciones a esta regla. Con respecto a los animales de mar, se requieren aletas y escamas, o de lo contrario el alimento se prohíbe (Lv 11: 9-10).
También, se da una lista de animales prohibidos (Lv 11: 12-19). Se prohíben los insectos que se arrastran, y, excepto por unas pocas excepciones, también todos los insectos alados (Lv 11: 20-23). En Levítico 11: 29, 30 se cita una variedad de animales como prohibidos. Se prohíbe que se coma sangre (Lv 17: 10-14; 19: 26), así como también la grasa animal (Lv 7: 23-25). También se proscriben animales muertos (Dt 14: 21). Estas reglas aparecen en Deuteronomio (14: 3-20) así como también en Levítico. En ambos casos, se dan como ley de santidad (Dt 14: 1-3; Lv 11: 44-47).

CIERTAS REGLAS GENERALES APARECEN EN ESTA LISTA:

Primero, se prohíbe por principio que se coma sangre; el animal no se puede estrangular; se le debe degollar y desangrar. Esta regla se vuelve a indicar en Hechos 15: 20.
Segundo, animales muertos, o sea, que no han sido degollados, también se descartan. En ambos casos, la mayoría de los países cristianos están de acuerdo. Las culturas paganas no tienen objeciones normalmente ni para animales muertos ni para sangre. Para algunos, hallar un animal muerto es hallar una golosina.
Tercero, se prohíben las grasas animales. Esta regla no ha sido observada, pero es significativo que el consejo médico moderno tiende a regular en contra de las grasas animales. La prohibición bíblica no se extiende a las grasas vegetales, ni, al parecer, a las grasas de aves.
Cuarto, con respecto a animales y pájaros, y, en la mayoría de los casos, peces también, los animales de rapiña se prohíben como alimento. Aquí también la ley bíblica ha alterado radicalmente los gustos del mundo occidental. Muchas de las golosinas antiguas incluían carroñeros.
Entre los mariscos, se prohíben los moluscos por esta razón.
Entre los peces, la excepción parcial es la carpa, que se permite, y no se incluye en la clase prohib`ida, puesto que tiene aletas y escamas. El bagre, sin embargo, se prohíbe. Al comer carnes kosher, se prohíbe los órganos «carroñeros », o sea, los órganos que limpian las impurezas del cuerpo. Algún testimonio médico reciente tiende a respaldar esta prohibición.
Se prohíben a las claras los riñones (Éx 29: 13, 22; Lv 3: 4, 10, 15; 4: 9; 8: 16, 25); y estos mismos versículos también se refieren al hígado. Estos órganos estaban dedicados, o sea, se debían quemar en el altar y no comerse. En la actualidad los judíos consideran el hígado como carne kosher. La versión Reina Valera Revisada, limita la prohibición a «la gordura de sobre el hígado» (Éx 29: 13); otras versiones lo traducen como «la membrana».
La versión La Biblia de las Américas lo traduce como «lóbulo» del hígado. Bush dice con claridad que «lóbulo» es la lectura correcta, o sea, «el lóbulo mayor del hígado», y probablemente la vesícula biliar, que «está sujeta a esta parte del hígado», también se prohíbe como alimento.
Quinto, los animales carnívoros son alimento prohibido, como lo atestigua el león, el perro y similares. Y, sin excepción, los países influidos por la ley cristiana evitan estos animales. En las sociedades paganas, como también en algunas tribus indígenas estadounidenses, al perro se le considera alimento selecto.
Hasta aquí, las divergencias modernas son ligeras. Las excepciones marcadas son el caballo en Francia, y el puerco y mariscos en la mayoría de los países. Los puercos como carroñeros están prohibidos, y el hecho de que algunas autoridades los citan como transmisores de más de 200 enfermedades es de notarse, como también el hecho de que es casi imposible eliminar todas estas al cocinar.
Sexto, como es evidente, están permitidos los animales herbívoros, a menos que no rumien el bocado o no tengan hendida la pezuña. Se prohíbe por tanto el caballo. Las aves que se alimentan de grano también están entre los alimentos permitidos, pero no las aves de rapiña.
Séptimo, Están prohibidos casi todos los insectos excepto los de la familia de los saltamontes. Estos se permitían pero no eran alimentos apreciados, sino por lo general como alimentos de supervivencia (Lv 11: 22). Cuando Juan el Bautista vivió en el desierto para tipificar la destrucción venidera y la huida del pueblo, vivía de langostas y miel silvestre (Mt 3: 4), o sea, vivía de la tierra para tipificar alimentación de supervivencia que llegaría a ser la dieta nacional para los que sobrevivirían la destrucción venidera.
Octavo, no se da legislación respecto a frutas, granos, huevos y legumbres. Todos estos son legítimos y no requieren líneas de división como entre las carnes. El sabor, el valor y el carácter práctico son las reglas que gobiernan aquí.
Noveno, aunque reglas muy obvias de salud aparecen en las prohibiciones legales, el principio primordial de división es religioso, del cual el aspecto médico e higiénico es un aspecto subordinado. Los términos que se usan son limpios e inmundos, y los animales prohibidos son una abominación; claramente se tiene en mente la pureza religiosa y moral, de la cual la pureza higiénica es una parte.
Décimo, no solo que se prohíbe la carne de animales que aparecen muertos, sino también la de los animales destrozados por bestias salvajes (Éx 22: 31); y tal animal, si se moría, había que dárselo a los perros. Puesto que los extranjeros no tenían escrúpulos en cuanto a comer la carne de animales que morían, y a menudo los favorecían, tales animales se podían honestamente vender por lo que fuera a los extranjeros (Dt 14: 31). No se hace ningún intento de regular la dieta de los que no son creyentes.
Once, también se prohíben todos los alimentos y líquidos que permanecen en recipientes sin cubierta en la carpa o habitación de un hombre moribundo o muerto (Nm 19:1 4, 15). El propósito aquí es preservar la limpieza en un sentido total.
Doce, como se notó con respecto a otras leyes, se prohíbe cocinar al cabrito en la leche de su madre (Éx 23: 19; 34: 26; Dt 14: 21). Las tablillas de Ras Shamra indican que esa manera de cocinar era un ritual sagrado cananeo. Parece que las sectas de la fertilidad creían que podían estimular o destruir la fertilidad a voluntad, puesto que estaba bajo su control.
Trece, por reverencia a la lucha de Jacob con el Ángel del Señor, los israelitas se abstenían del tendón de la cadera (Gn 32: 32). Sin embargo, esto no era ley.
Catorce, con la moderación como regla, los vinos eran una parte aceptable de la dieta. Los licores destilados son invención moderna. Los vinos eran una parte de las ofrendas legítimas a Dios (Nm 15: 5, 7, 10). El uso de vinos, por ser gobernados por Dios, y gobernados por su ley de temperancia, era en todo moderado. Hasta este día, el alcoholismo es raro entre los judíos. Las advertencias del Nuevo Testamento contra la intemperancia son muchas (Ef 5: 18; 1ª Ti 3: 3, 8; Tit 1: 7; 2:3; 1ª P 4:3, etc.).
Por otro lado, San Pablo instó a Timoteo que bebiera un poco de vino por razones de salud (1ª Ti 5:23). El vino se solía tomar mezclado con agua (2ª Mac 15:39).
En la era patriarcal, la dieta incluía no solo carnes sino también hortalizas y legumbres (frijoles, arvejas, lentejas) como alimento favorito (Gn 25: 34). También se mencionan la miel, las especies y las nueces (Gn 43: 11). La leche era un artículo importante en la dieta de Israel, pero se usaba más que leche de vaca.
También se menciona la leche de cabras y ovejas (Dt 32: 14; Pr 27: 27). Se menciona a menudo la mantequilla (Dt 32: 14; Pr 30: 33), como también el queso (1ª S 17:18; 2ª S 17:29). Las pasas e higos secos eran comunes (1ª S 25:18), tortas de dátiles (2ª S 16: 1), y cosas parecidas. Se favorecía la carne de animales salvajes (1ª R 4:23; Neh 5:18), además de las carnes domésticas.

¿HASTA QUÉ PUNTO SON TODAVÍA VÁLIDAS PARA NOSOTROS LAS LEYES DIETÉTICAS MOSAICAS?

Por lo común se cita Hechos 10 como la abolición de las antiguas restricciones dietéticas. No hay razón para esta opinión. La visión de Pedro no le instruyó que comiera puercos, perros, gatos y cosas parecidas, sino que lo preparó para la llegada de los criados de Cornelio. Los gentiles debían ser recibidos en el reino:
«Lo que Dios limpió, no lo llames tú común» (Hch 10: 15). Pedro no vio el significado de la visión como permiso para comer alimentos prohibidos. Más bien dijo: «Y les dijo: Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo» (Hch 10: 28). No hay evidencia en el capítulo de que la visión haya tenido algo que ver con dieta; tuvo todo que ver con la Gran Comisión y la admisión de los gentiles en el reino.
No obstante, en Colosenses 2: 16, 17 hay en una clara referencia a las leyes dietéticas:
Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo.
La significación de esto se ha notado con respecto a la ley del sabbat. La ley del sabbat ya no es ley para nosotros, y ya no es una transgresión civil ni religiosa errar en la observancia de uno, pero sigue siendo un principio de vida y una regla moral. De modo similar, las leyes dietéticas no son legalmente obligatorias para nosotros, pero nos proveen un principio.
Los apóstoles, al pasar al mundo gentil, no permitieron que la dieta fuera una barrera entre ellos y los gentiles. Si les servían puerco o camarones, lo comían. Ellos mismos mantenían las reglas kosher como reglas de Dios para la salud y la vida. San Pablo reprendió a San Pedro cara a cara cuando éste se alejó de los gentiles, con quienes había estado comiendo, debido a que temió la crítica de parte de algunos judaizantes (Gá 2: 9-15).
Con referencia a nuestra salvación, las leyes dietéticas no tienen significación, aunque el fariseísmo le da tal significación (Gá 2: 16). Con referencia a nuestra salud, las reglas de la dieta siguen siendo válidas. No observamos el sabbat de Israel, pero sí observamos el Día del Señor. No consideramos la legislación kosher como ley hoy, pero si la observamos como una norma sólida para la salud.
Es irónico que los clérigos que niegan que Colosenses 2: 16 tenga alguna referencia al sabbat lo usen para negar cualquier validez de las leyes de la dieta. Si se abrogan por completo las leyes dietéticas, también el sabbat. Pero ambos permanecen, no como leyes sino como principios para la salud del hombre, El sabbat para el espíritu del hombre, y las reglas de la dieta para el cuerpo del hombre.
Nuestra observancia de esta reglas dietéticas nunca debe colocar una barrera entre nosotros y las demás personas sino hacerlo para salud y prosperidad en Cristo.

15. CRISTO Y LA LEY

A menudo se habla de la cruz de Cristo como la muerte de la ley, y se suele decir que en Cristo el creyente está muerto a la ley. Se cita Romanos 7: 4-6 como evidencia para esta opinión, aun cuando nada se dice de Romanos 8: 4. Lo que San Pablo dice es que somos libres de la ley, o estamos muertos a la ley, como sentencia de muerte contra nosotros, pero estamos vivos a ella como justicia de Dios. Cristo, como nuestro sustituto, murió por nosotros, y en él estamos muertos a la ley, y también en él vivos a la ley. La misma muerte de Cristo ratificó la ley; hizo ver que Dios considera la pena de muerte por la violación a su ley como obligatoria, por lo que solo la muerte expiatoria de Cristo puede eliminar la maldición de la ley contra los pecadores.
En Efesios 2:1-10, San Pablo deja en claro de nuevo el significado de la ley en relación a la cruz. Al comentar sobre la descripción de San Pablo de los pecadores como «muertos en delitos y pecados» (v. 1), Calvino dijo:
No quiere decir que estaban en peligro de muerte; sino que declara que era una muerte real y presente bajo la cual trabajaban. Como muerte espiritual no es otra cosa que el alma enajenada de Dios, todos nacimos como hombres muertos, y vivimos como hombres muertos, hasta que somos hechos partícipes de la vida de Cristo. Esto encaja con las palabras de nuestro Señor:
«Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán» (Jn 5: 25).
En esta condición de muerte espiritual, a los hombres los gobiernan las fuerzas y los impulsos demoníacos en cumplimiento de su naturaleza de pecado (vv. 2, 3) como «hijos de desobediencia». Calvino comentó de esta última frase que «la incredulidad siempre va acompañada de la desobediencia; así que es en su fuente la madre de toda la obstinación». Muy contundentemente, Calvino afirmó con San Pablo «que nacemos con pecado, como las serpientes traen su veneno desde el vientre».
¿Cuál es, entonces, el remedio para el hombre? El remedio, por supuesto, no es la ley. El hombre ha quebrantado la ley, está muerto en pecado, y no puede guardar la ley. Calvino destacó, de Efesios 2: 4, que «no hay otra vida que la que Cristo nos instila; así que empezamos a vivir solo cuando somos injertados en él, y empezamos a disfrutar la misma vida con él». Nuestra salvación es por entero por la gracia de Dios, totalmente obra suya (v. 8).
En palabras de Calvino, «Dios declara que no nos debe nada; así que la salvación no es un premio ni una recompensa, sino gracia pura. Si de parte de Dios es gracia sola, y si no aportamos nada sino fe, lo que nos despoja de todo elogio, se sigue que la salvación no viene de nosotros». La misma fe es don de Dios (v. 8). Toda la Escritura es enfática: Dios es el único redentor del hombre; la ley no fue dada como medio de salvación para el hombre sino como justicia de Dios, como ley para su pueblo escogido, su reino.
La ley, por consiguiente, vino «por medio de Moisés» (Jn 1:17) de Dios por medio de Moisés porque es la ley para el reino de Dios. Cuando se le convierte en medio de salvación, se pervierte. Donde la ley representa el gobierno y la obediencia de la fe, cumple con el propósito de Dios. En las palabras de Calvino de nuevo, «el hombre no es nada excepto por la gracia divina».
En Efesios 2: 10 San Pablo declara: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas». Calvino señaló:
Dice, que, antes de que naciéramos, Dios preparó las buenas obras; lo que quiere decir que en nuestra propia fuerza no podíamos llevar una vida santa, sino solo si la mano de Dios nos forma y adapta. Ahora, si la gracia de Dios vino antes de nuestras acciones, toda base de jactancia se ha eliminado.
Luego entonces, somos regenerados «para buenas obras», es decir, para obediencia a la palabra-ley de Dios, y el propósito de nuestra salvación, ordenada de antemano por Dios, es esta obediencia.
Pero, alguien objeta, a la ley se le llama «carnal» en las Escrituras, como lo atestigua Hebreos 7: 16. Calvino dijo: «Se la llama carnal, porque se refiere a cosas corpóreas, es decir, a ritos externos»7. Cuando Pablo llama a los creyentes a la «templanza», está pidiendo obediencia en un asunto «carnal», es decir, corpóreo, así como también con respecto a la actitud mental (Gá 5: 23).
El llamado de los creyentes esa libertad, lo que quiere decir, dijo San Pablo, amarse unos a otros, o sea, cumplir la ley en relación de unos a otros (Gá 5:13-14). En relación a nuestros semejantes y a Dios, las obras de nuestra naturaleza humana caída son éstas:
Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (Gá 5: 19-23).
San Pablo atacó la ley como ordenanza salvadora, como medio de salvación para el hombre; defendió la ley como medio de santificación del hombre, no de justificación.
Después de citar la conducta sin ley, empezando por el adulterio, cita la conducta santa y dice que «contra tales cosas no hay ley». Claro, contra el otro catálogo de acciones, empezando por el adulterio, hay una ley, la ley que Dios dio por medio de Moisés.
Así, pues, la ley todavía sigue en pie. La implicación de las palabras de San Pablo es que hay una ley contra el catálogo de pecados de Gálatas 5: 19-21; además, en términos de Efesios 2:10, somos la nueva creación de Dios con el propósito de guardar su ley y realizar buenas obras.

¿EN QUÉ SENTIDO, ENTONCES, ESTÁ MUERTA LA LEY, O INCLUSO ERRADA, Y EN QUÉ SENTIDO SIGUE VIGENTE?

Primero, como hemos visto, la ley como sentencia de muerte termina cuando la parte culpable muere o es ejecutada. Para los creyentes, la muerte de Cristo quiere decir que están muertos en él a la sentencia de muerte de la ley, puesto que Cristo es su sustituto (Ro 7: 1-6). Esto no nos permite llamar «pecado» a la ley, porque la ley misma nos hizo darnos cuenta de nuestra pecaminosidad delante de Dios, y de nuestra necesidad de su Salvador (Ro 7: 7-12).
Segundo, nuestra salvación en Jesucristo establece la salvación por acción de la gracia de Dios, que es la única doctrina de salvación que las Escrituras establecen.
La ley sacrificial y ceremonial establece el hecho de la salvación mediante el acto expiatorio del sustituto que da Dios, un animal cuya inocencia tipificaba la inocencia del que había de venir. Habiendo venido el Mesías, el Cordero de Dios, a las leyes antiguas, típicas del sacrificio y su sacerdocio y ceremonias les sucedió la obra expiatoria de Cristo, el gran Sumo Sacerdote (Heb 7).
Es un serio error decir que la ley civil también fue abolida, pero que se retuvo la ley moral. ¿Cual es la distinción entre ellas? En la mayoría de puntos no se pueden distinguir. El asesinato, el robo y el falso testimonio son ofensas civiles y también ofensas morales. En casi todo orden civil, el adulterio y deshonrar a los padres también son delitos civiles.
¿Quieren decir estas personas, al declarar el fin de la ley civil, que la teocracia del Antiguo Testamento ya no existe? Pero el reinado de Dios y de Jesucristo se afirma enfáticamente en el Nuevo Testamento y especialmente en el libro de Apocalipsis.
Al estado no se le llama menos a estar bajo Cristo que a la iglesia. Es claramente solo la ley sacrificial y ceremonial lo que terminó porque la reemplaza Cristo y su obra.
Tercero, el Nuevo Testamento condena a la ley como medio de justificación, lo que nunca fue su propósito. La ley no es nuestro medio de justificación o salvación, sino de santificación. El fariseísmo ha pervertido el significado de la ley y la ha «invalidado» de acuerdo a la declaración de Cristo (Mt 15: 1-9).
Lo que los fariseos llamaban la ley eran «mandamientos de hombres» (Mt 15:  9), y contra esto Cristo y San Pablo proyectaron su ataque. La ley en este sentido nunca tuvo un estatus legítimo y en toda edad se debe condenar. La alternativa al antinomianismo no es el fariseísmo ni el legalismo. La respuesta a los que quieren salvar al hombre por la ley no es decir que el hombre no necesita ley.
El fariseísmo o legalismo conduce al estatismo. Si la ley puede salvar al hombre, la respuesta es que la sociedad debe esforzarse por instituir un orden de ley total, gobernar al hombre totalmente por leyes y así rehacer al hombre y a la sociedad.
Esta es la respuesta que da el estatismo, que invariablemente deriva su fuerza de la religión farisaica. El socialismo y el comunismo son órdenes-leyes salvadores, y el clamor de los predicadores del evangelio social por una «sociedad salvadora» es una expresión de la fe en la ley del hombre como salvadora.
Éste último punto es importante; la ley de Dios no permite que se le asigne un papel salvador, y como resultado el hombre se inventa un orden-ley humanista o para la regeneración total del hombre y la sociedad mediante un gobierno total. La ley bíblica tiene un papel limitado; una ley salvadora debe tener poder ilimitado, y como resultado, a la ley bíblica la reemplaza el fariseísmo con una ley total. La modestia de la ley de Dios era una ofensa para los fariseos.
Por eso, aunque la ley requería solo un ayuno al año, en el Día de la Expiación, y solo hasta la caída del sol, los fariseos ayunaban dos veces a la semana (Lc 18: 12). Un ayuno al año que terminaba con un banquete no implicaba jefatura sobre el hombre; un ayuno dos veces a la semana gobierna al hombre y se convierte en manera de jactarse ante Dios y el hombre.
Por tanto, la ley se condena cuando la volvemos más que ley, cuando se tiene como salvadora, o como un favor a Dios antes que obediencia y respuesta necesarias del hombre al mandato y llamado de Dios. La ley es ley, no salvación, y la ley como salvadora conduce al estatismo y al totalitarismo.
El antinomianismo, por otro lado, conduce al anarquismo. Los antinomianos religiosos por lo general son anarquistas prácticos antes que teóricos. Su desinterés en la ley los lleva a rendir el orden civil al enemigo y a promover la declinación de la ley y el orden. Aunque los antinomianos se quedarían sorprendidos si se le llama anarquistas, se les debe designar así. La implicación lógica de su posición es el anarquismo. Si Cristo ha abolido la ley, ¿por qué debe mantenerla la sociedad?
Si el cristiano está muerto a la ley, ¿por qué la iglesia cristiana, el estado, la escuela, la familia, y el llamamiento no están también estar muertos a la ley? Una fe coherente de parte de los antinomianos exige que sean anarquistas, pero tal vez la coherencia es en sí misma demasiada virtud, demasiada ley, y una posición demasiado inteligente para pedir tal necedad.
La ley en toda edad establece la santidad de Dios. La santidad de Dios es su distinción absoluta de todas sus criaturas y creación, y su exaltación trascendente por encima de ellos en su majestad soberana e infinita. Esta separación de Dios es también su separación moral del pecado y el mal, y su perfección moral absoluta.
Berkhof señaló:
La santidad de Dios se revela en la ley moral, implantada en el corazón del hombre, y hablando por su conciencia, y más particularmente en la revelación especial de Dios. Se destacó prominentemente en la ley dada a Israel.
No puede haber santidad, ni separación para Dios, sin la ley de Dios. La ley es indispensable para la santidad.
La ley también es básica para la justicia de Dios. De nuevo, el fraseo de Berkhof va al punto:
La idea fundamental de la justicia es la estricta adherencia a la ley. Entre los hombres presupone que hay una ley a la cual deben conformarse. A veces se dice que no podemos hablar de la justicia de Dios, porque no hay ley a la cual Él está sujeto. Pero aunque no hay ley por encima de Dios, ciertamente hay una ley en la misma naturaleza de Dios, y este es el estándar más alto posible, por el cual todas las otras leyes se juzgan. Por lo general se hace una distinción entre la justicia absoluta y la justicia relativa de Dios.
La primera es esa rectitud de la divina naturaleza, en virtud de la cual Dios es infinitamente justo en sí mismo, en tanto que la segunda es esa perfección de Dios por la cual se mantiene por sobre toda violación de su santidad, y muestra en todo respecto que él es el Santo. Es a esta justicia que se aplica más particularmente el término «justicia».
La justicia de Dios se revela en la ley de Dios, y la norma por la cual se declara pecadores a los hombres es su violación de la ley de Dios. El pecado de Adán y Eva fue su violación de la ley de Dios, y el criterio de la fe de un hombre es el fruto que lleva, sus obras, en breve, su conformidad a la ley de Dios, de modo que la ley es su nueva vida y naturaleza (Mt 7: 16-20; Stg 2: 17-26; Jer 31: 33). En el abandono o desobediencia de la ley de Dios, no puede haber ni justicia ni rectitud. Abandonar la ley de Dios es abandonar a Dios.
La ley también es básica para la santificación. No hay que confundir la santificación, como Berkhof lo señaló, con la mera rectitud moral o mejora moral.
Un hombre puede jactarse de gran mejora moral, y sin embargo ser un total extraño a la santificación. La Biblia no insta la mejora moral pura y sencilla, sino mejora moral en relación a Dios por causa de Dios, y con vista al servicio a Dios. Insiste en la santificación. En este mismo punto mucho de la predicación ética del día presente es totalmente equívoca; y el correctivo para eso reside en la presentación de la verdadera doctrina de la santificación.
La santificación se puede definir como esa operación continua y benévola del Espíritu Santo, por el cual libra al pecador justificado de la contaminación del pecado, renueva toda su naturaleza a imagen de Dios, y le capacita para que haga buenas obras.
Según San Pablo, «la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Ro 10: 17); la ley está escrita en cada fibra de esa palabra. Si esta palabra-ley es básica a la fe y al oír, claro que es básica para el crecimiento del creyente en santificación. La santificación depende de que guardemos la ley en pensamiento, palabra y obra.
La perfección de Verbo encarnado se manifestó en que guardó la ley. ¿Pueden las personas de su reino ir en pos de su llamamiento a ser perfectos de otra manera que no sea por su palabra-ley?
Si se niega la ley como medio de santificación, lógicamente, la única alternativa es el pentecostalismo, con su doctrina del Espíritu antinomiana y contraria a la Biblia.
El pentecostalismo, sin embargo, representa un resultado lógico de la teología antinomiana. Si se niega la ley, ¿cómo va a ser santificado el hombre? La respuesta del movimiento pentecostal fue un esfuerzo por llenar este vacío. La teología protestante dejó al hombre justificado pero sin una manera de ser santificado.
El movimiento de santidad, con su creencia en la perfección instantánea de todos los creyentes, va de forma notablemente contraria al sentido común; ¡cualquier observador podía ver que las personas de santidad estaban y están bien lejos de la perfección! La respuesta de los pentecostales protestantes y de los ascéticos y extáticos católicos romanos ha sido esta doctrina del Espíritu. Las manifestaciones ostensiblemente supranormales y antinomianas del Espíritu ponen al creyente en un plano más alto.
Muchos movimientos paralelos, como Keswick, cultivan este camino más alto como alternativa a la ley para la santificación. Estos movimientos por lo menos representan una preocupación lógica por la santificación, aunque ilícita. Niéguese la ley, y las alternativas son la indiferencia a la santificación, o el pentecostalismo y doctrina similares.

EL DESINTERÉS O DESPRECIO DE LA LEY CANÓNICA ES PARTE DE ESTE ANTINOMIANISMO.

Hacer separación entre la ley y el evangelio es separarse de la ley y del evangelio, y de Cristo. Cuando Dios Padre consideró la ley como tan obligatoria para el hombre que la muerte del Hijo de Dios encarnado fue necesaria para redimir al hombre, no podía considerar la ley como algo ya trivial, o nula e inválida, para el hombre.
El hombre se salva «para que la justicia de la ley se cumpliese» en él (Ro 8: 4). Decidir que el hombre ya no está bajo la ley, y sin embargo obligado a evitar el asesinato, el adulterio, el robo, el falso testimonio y otros pecados es jugar con las palabras. O la ley es ley y obligatoria, o no es ley, y el hombre no está obligado y es libre para cometer esos actos.
El mandamiento «No matarás» significa que no se le puede quitar la vida al hombre. ¿No es la perversión de la palabra de vida un medio para quitar o hacer daño a la vida? ¿No se debe calificar de asesinos a los predicadores falsos? En una edad en que los cimientos de la ley están bajo ataque, el fiel siervo de Dios debe proclamar con mayor celo y claridad esa ley. En palabras de Martín Lutero:
Si profeso con la voz más fuerte y la exposición más clara toda porción de la verdad de Dios excepto precisamente ese pequeño punto que el mundo y el diablo están en ese momento atacando, no estoy confesando a Cristo, por audazmente que pueda estar profesando a Cristo. Donde la batalla ruge, la lealtad del soldado se demuestra; y en cuanto a permanecer firme en todas las batallas aledañas, es huida y desgracia si se amilana en ese punto.
Con la caída de Adán, cayó el hombre, y el orden-ley de Dios quedó roto.
Con la victoria de Cristo, el hombre en Cristo triunfó, y el orden-ley de Dios quedó restaurado, con su mandato de ejercer dominio bajo Dios y subyugar la tierra. ¿Puede un hombre de Dios proclamar menos?

16. EL TRABAJO

Se suele considerar el trabajo como un aspecto del cuarto mandamiento: «Seis días trabajaras» (Éx 20:9), y esta es muy obviamente una clasificación válida. Alguna razón contundente es necesaria, por consiguiente, para justificar que se ponga el trabajo en alguna otra parte. Este propósito hay que hallarlo en el mandato original de subyugar o trabajar la tierra, y sojuzgarla (Gn 1: 28).
El trabajo continuó después de la caída, pero bajo una maldición y con frustración (Gn 3: 17, 18), pero con una función obviamente restauradora. Con su trabajo el hombre fue llamado originalmente a subyugar la tierra; después de la caída, conoció la frustración del pecado en ese llamamiento.
Con la caída vino una maldición sobre el trabajo del hombre, pero el trabajo no es una maldición. Con la redención, los efectos del pecado se superan continuamente conforme el hombre trabaja para restaurar la tierra y establecer su dominio bajo Dios. El hombre, la vida y la tierra han quedado lesionados y en muerte por los efectos del pecado. Deshacer la caída, proteger la vida y prosperar bajo Dios quiere decir, bajo el sexto mandamiento, que el hombre tiene el mandato de restaurar la tierra mediante el trabajo e inhibir y limitar el daño y efecto mortal del pecado.
La importancia de la restitución para la ley es la base por la cual el trabajo, aspecto del cuarto mandamiento, también es un aspecto del sexto. Es también un aspecto del octavo, porque «No hurtarás» quiere decir «Trabajarás» para obtener lo que necesitas o deseas. La meta de la restitución es la restauración del reino de Dios según describe Isaías 11:9: «No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar».

EL TRABAJO, PUES, TIENE UNA POSICIÓN DE IMPORTANCIA EN EL PENSAMIENTO BÍBLICO.

Proverbios de manera repetida recalca su necesidad, dignidad e importancia; «el que recoge con mano laboriosa las aumenta» (Pr 13: 11). «La mano de los diligentes señoreará; mas la negligencia será tributaria» (Pr 12: 24). «El alma del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada» (Pr 13:4). «¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes estará» (Pr 22: 29).
El trabajo, entonces, tiene como meta el reino restaurado de Dios; el trabajo es, por consiguiente, una necesidad religiosa y moral.
El efecto del trabajo como factor en la rehabilitación de los retardados mentales es serio. En donde a los retardados se les ha llevado de sus asilos a trabajar en fábricas, los resultados han sido muy buenos en general. Los retardados han disfrutado del trabajo, rendido con éxito, y a veces sus patronos los han considerado como obreros superiores. Los patronos a menudo han respondido diciendo que estos empleados parecen ser tan inteligentes como cualquiera.
Entre los huteritas, a los subnormales y neuróticos se les trata con paciencia cristiana pero sin relativismo. Se reconoce la autoridad y las diferencias. Los huteritas tienen una desconfianza religiosa de los psicólogos y psiquiatras. Al aceptar a los subnormales y neuróticos y darles un lugar disciplinado y aceptado en la sociedad, los hacen miembros útiles y felices de su cultura.
Los huteritas, como un todo, con su fuerte creencia en el trabajo desde una perspectiva cristiana, son saludables mentalmente y muestran una ausencia de enfermedades psicosomáticas o inducidas por el estrés. La lista de significativamente menos problemas incluye insomnio crónico, drogadicción, asma, alergias a alimentos, fiebre de heno, suicidios, infecciones del tracto urinario, impotencia en el varón, miedo a la muerte, enfermedades coronarias, obesidad, cáncer, estreñimiento, colitis espática, desórdenes menstruales, frigidez en la mujer, y cosas parecidas.
La «psiquiatría» huterita insiste en poner al «pacientes» en una «camisa de fuerza» de conformidad cultural; requiere que se respete y se mantenga la fe y vida del grupo. «La “psiquiatría” huterita se orienta al futuro». Mira hacia adelante en Cristo y exige que el individuo piense menos en sí mismo y más en los requisitos de Dios. Debido a que la sociedad huterita es una sociedad de trabajo, requiere trabajo dedicado de todos sus miembros.
Todavía más, no se pone ninguna carga imposible sobre el individuo. «Tomando sus indicios del dogma de que el hombre nace en pecado, no esperan perfección de nadie». Este realismo respecto al hombre produce salud mental.
Los huteritas, pues, sanan a sus miembros neuróticos y mediante el trabajo hacen útiles y felices a sus miembros mentalmente retardados.
La función restauradora del trabajo está bien establecida. Su utilidad para tratar con personas neuróticas y retardadas está comprobada. Pero esta función del trabajo refleja una parte de la naturaleza básica del trabajo para toda sociedad, para todos los hombres. Es el medio dado por Dios por el cual el hombre establece dominio sobre la tierra y se da cuenta de su llamamiento bajo Dios.
El hombre debe, por consiguiente, disfrutar del trabajo y deleitarse en él. Por el contrario, sin embargo, el no trabajar es un deseo común entre los hombres. La seducción del marxismo y creencias similares es su enunciado de que el hombre está encadenado al trabajo y hay que libertarlo del mismo. Más recientemente, se afirma que la automatización puede abolir el trabajo y que una sociedad libre es la que es libre del trabajo. Dos cosas que están en clara contradicción parecen demasiado extendidas entre los hombres: primera, un reconocimiento de la naturaleza curativa del trabajo, y, segunda, una vida de trabajo como esclavitud.
¿Por qué esta contradicción? La contradicción existe primero en el ser del hombre, y luego en la sociedad del hombre. El hombre sabe en lo más hondo de su ser que el trabajo es su destino bajo Dios, que es su autorrealización y también su vocación, que la condición humana del hombre va esencialmente ligada a su capacidad de trabajar y su desarrollo en términos de trabajo. Pero, al mismo tiempo, el hombre se ve frente a frente al hecho de la caída, y de la maldición divina sobre el trabajo (Gn 3: 17-19), y el hombre huye de esta realidad.
La maldición está aquí, y lo sabe, pero, en lugar de reconocer que es pecador, en rebelión contra Dios el hombre se afana y rebela contra el trabajo, porque el trabajo le revela el hecho de la caída y la maldición. El trabajo es su llamamiento, pero su llamamiento deja al desnudo la obra ruinosa del pecado en la historia.
El retardado puede hallar contentamiento en el trabajo, pero la mayoría de hombres que están en rebelión contra Dios progresivamente hallan en el trabajo su frustración, y no quieren vérselas con el motivo. Entonces tratan de ahogar su frustración en más trabajo, o se dedican al juego como sustituto del trabajo.
Los soñadores socialistas se aprovechan de la frustración del hombre. Con esta frustración como su capital, le ofrecen al hombre una utopía en la cual supuestamente se ha abolido la maldición mediante la abolición de cierta clase de hombres a los que llaman explotadores. De alguna manera se restaurará el paraíso. Según Marx, el paraíso socialista libertará al hombre de la maldición que recae sobre el hombre y el trabajo, paraíso en el cual desaparecerá la división del trabajo.
Porque tan pronto como se distribuye el trabajo, cada hombre tiene una esfera particular de actividad, exclusiva, que se le impone y de la cual no puede escapar. Es cazador, pescador, pastor o un crítico, y debe permanecer así si no quiere perder su medio de vida; en tanto que en la sociedad comunista, donde nadie tiene una esfera exclusiva de actividad sino que cada uno llega a ser experto en cualquier rama que desee, la sociedad regula la producción general y hace posible que yo haga una cosa hoy y otra mañana, que vaya de cacería por la mañana, que vaya de pesca por la tarde, que críe ganado al anochecer, que critique después de la cena, así como tengo una mente, sin jamás llegar a ser cazador, pescador, pastor ni crítico.
Como Gary North lo señala, «Marx usó su concepto de la alienación humana como sustituto de la doctrina cristiana de la caída del hombre». En todo ese pensamiento, el hombre está huyendo de la realidad y por consiguiente del trabajo. El trabajador de hoy, sea miembro de un sindicato, oficinista o ejecutivo, con demasiada frecuencia vive para escapar del trabajo. Pero el escape del trabajo al juego no es escape del problema básico, y, como resultado, la huida del hombre continúa, vuelve al trabajo, al juego, al licor, a cualquier parte excepto a la responsabilidad.
El resultado es que el hombre muestra un descontento crónico combinado con santurronería. Pero, como Brennan notó, «la cólera, la impaciencia, la santurronería son síntomas de un ser humano fuera de contacto con la realidad. Y estar fuera de contacto con la realidad es solo una definición amplia de la locura».
Cuando el hombre está huyendo de la realidad, se preocupa menos por ser alguien que por parecer que es alguien, por las apariencias antes que la realidad. La cultura, entonces, queda radicalmente dislocada, conforme esta pobreza espiritual radical hace de la hipocresía y las apariencias más importantes que la vida misma. «Los pobres tal vez sufran por la realidad, pero es mejor que sufrir por la ilusión». Puesto que lo que mantiene al mundo en su orden social y cultural y en su progreso es el trabajo, no la ilusión, un mundo en el cual la farsa adquiere predominio es un mundo que avanza hacia el colapso.
Una edad en la cual actores y actrices son ídolos y héroes es un mundo de farsa. Entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, entre los actores y actrices de Hollywood dominaban muy extensamente las mentes de jóvenes y adultos.
Desde entonces han dado paso a personajes prominentes de sociedad y de mundo, pero con estos nuevos paladines, el ideal sigue siendo el mismo: la apariencia y la farsa. Como su nueva religión es la apariencia, el lenguaje de la religión se aplica a las técnicas de la apariencia. Como un prominente conde y miembro de estos «nómadas internacionales» (el jet set o la sociedad de café) ha informado:
«Entre el peluquero y la mujer», me dijo Alexander, de la manera más articulada, acariciándose muy suavemente su barba, «es necesaria una completa comunión como en una iglesia [sic]. A fin de alcanzar esta relación debe haber plena confesión de la cliente al hombre a quien ella le confía una de sus posesiones más preciadas: sus rizos».
Una sociedad dominada por actores (y los actores no necesitan ser profesionales; puede ser un populacho enamorado de las apariencias) es una sociedad centrada en el consumo; progresivamente pierde su capacidad de producir. En su autoabsorción y embrujo loco con las apariencias, comete un suicidio narcisista.
El socialista halla fácil oponerse al actor; es ostensiblemente la realidad frente a los sueños. Pero el socialista también está huyendo de la realidad, e igualmente enamorado de las apariencias. El actor es a menudo de buen grado actor o socialista, porque los dos mundos son básicamente el mismo.
El sueño de Marx de un hombre «libre» del trabajo para ser pescador, cazador, ganadero o crítico a voluntad es un sueño tanto social como personal. En lugar de lidiar con la naturaleza caída del hombre, Marx soñaba con un nuevo mundo para eliminar la maldición del trabajo. El actor y el socialista están muy en paz el uno con el otro; y están unidos en su hostilidad contra el hombre del pacto.
La declinación de la productividad y el crecimiento del mundo ilusorio son, pues, señales de una sociedad en decadencia. Cuando continúan por mucho tiempo, apuntan a la muerte de una sociedad. «No matarás» tiene como fórmula afirmativa la protección y promoción de la vida bajo Dios y en términos de su palabra-ley. El trabajo es un aspecto importante de esta vida libre y restaurada.

17. AMALEC

Por siglos, Siria fue casi ignorada por muchos historiadores, quienes descartaban la narración bíblica y cuestionaban si un imperio tan grande alguna vez había existido. El mismo descuido ha prevalecido por incluso más tiempo con respecto a Amalec, en tiempos muy antiguos «cabeza de naciones» (Nm 24: 20). Incluso eruditos bíblicos entienden mal sus orígenes, derivándolo del nieto de Esaú, Amalec (Gn 36: 12, 16). Pero mucho antes de que naciera este Amalec, ya existía la nación de Amalec (Gn 14: 7).
Velikovsky identifica a Amalec con los hicsos, con alguna evidencia interesante.

ESTA IDENTIFICACIÓN POR CIERTO SE AJUSTA A LA NARRACIÓN DE ÉXODO 17: 8-16.

La importancia de Amalec para la ley bíblica tiene referencia a un castigo pronunciado por Dios contra ella, puesto que al pueblo del pacto de Dios se le encargó de la ejecución de ese castigo. Puesto que un decreto de castigo es un aspecto de la ley, se debe tomar en cuenta en cualquier consideración de la ley, sobre todo cuando se incluye en el código legal.
Después de que Israel salió de Egipto, Amalec se reunió y los atacó (Éx 17: 8-16). Dos pasajes describen el encuentro en términos de la sentencia de Dios:
Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo. Y Moisés edificó un altar, y llamó su nombre Jehová-nisi; y dijo: Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová, Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación (Éx 17: 14-16).
Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino, cuando salías de Egipto; de cómo te salió al encuentro en el camino, y te desbarató la retaguardia de todos los débiles que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y trabajado; y no tuvo ningún temor de Dios. Por tanto, cuando Jehová tu Dios te dé descanso de todos tus enemigos alrededor, en la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad para que la poseas, borrarás la memoria de Amalec de debajo del cielo; no lo olvides (Dt 25:17-19).

ESTE PASAJE INDICA VARIAS COSAS.

Primero, en cierto sentido Amalec estaba en guerra contra Dios. El salmista más adelante citó a Amalec como una de las naciones conspiradoras: «Porque se confabulan de corazón a una, contra ti han hecho alianza» (Sal 83:5, 7). Samuel le declaró a Saúl: «Así ha dicho Jehová de los ejércitos:
Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el camino cuando subía de Egipto. Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos» (1ª S 15:2-3). En 1ª Samuel 28: 18 se hace referencia al «ardor de su ira contra Amalec». Como los versículos señalados dejan en claro,
Segundo, Dios también estaba en guerra contra Amalec.
Tercero, Amalec había atacado y tratado muy salvajemente a Israel.
Cuarto, se le exigió a Israel que librara una guerra a muerte contra Amalec. Esta guerra,
Quinto, debía continuar de generación en generación, y se debía borrar el recuerdo de Amalec.
Para examinar estos puntos con más cuidado,
primero, ¿cuál fue la ofensa de Amalec contra Dios? El hebreo de Éxodo 17:16 se puede leer «Por cuanto la mano de Amalec está contra el trono del cielo, el Señor tendrá guerra». Por cierto que la enemistad de Dios contra Amalec indica que en algún sentido la mano de Amalec se había levantado contra Dios; de aquí que los brazos de Moisés tenían que levantarse a Dios para indicar la dependencia de Israel en Dios.
La seriedad de la ofensa de Amalec se refleja en el Talmud. R. José enseñaba:
«A Israel se le dieron tres mandamientos cuando entró en la tierra:
(1) nombrar un rey,
(2) eliminar la simiente de Amalec y,
(3) edificar para sí mismos la casa escogida.
(O sea, el templo) y no sé cuál de ellos tenía prioridad». El Talmud mostraba la consciencia del horror humanista o respecto al castigo de Amalec, y le adscribió este horror a Saúl en una de sus leyendas:
Cuando el Santo, bendito sea, le dijo a Saúl: Ahora ve y destruye a Amalec, dijo: Si por cuenta de una persona la Tora decía: Realiza la ceremonia del becerro rojo cuyo pescuezo debes quebrar, cuanto mucho más (se debe dar consideración) ¡a todas esas personas! Y si los seres humanos pecaron, ¿qué había cometido el ganado; y si los adultos habían pecado, que habían hecho los pequeños? Una voz divina salió y dijo: No seas demasiado santo.
Rawlinson destacó, con referencia a Éxodo 17: 16: «Amalec, al atacar a Israel, había levantado su mano contra el trono de Dios, y por consiguiente Dios haría la guerra contra él de generación en generación».
Una vieja tradición especifica la naturaleza de la guerra de Amalec contra Dios e Israel:
El folclor midrásico revela cómo los amalecitas se hicieron particularmente aborrecibles al cortarles «el miembro circuncidado a los israelitas» (tanto prisioneros como cadáveres), y arrojarlos al aire gritando maldiciones obscenas a Yahvé: «¡Esto es lo que quieres, pues ahí los tienes!».
Esta tradición se deduce de Deuteronomio 25: 18: «y te desbarató la retaguardia de todos los débiles que iban detrás de ti», que alude al hostigamiento de Amalec contra los hebreos en Refidim durante el éxodo.
La forma verbal que la Reina Valera 1960 traduce «te desbarató la retaguardia» la English Standard Versión la traduce «te cortó la cola», y puede significar «te castró ». Puede tener un sentido militar en ambos casos, pero la tradición antigua que cita la castración como acto de Amalec tal vez tenga cierta razón.
Eso explicaría la ira divina y el horror profético contra Amalec; la blasfemia y la perversidad se hallaban en el acto cruel de Amalec. Amalec detestaba a Israel porque sobre todo detestaba a Dios; de aquí su perversidad radical con respecto a Israel. Esta perversidad continuó en el día de Ester, en el intento de Amán de destruir a los judíos (Est 3).
Segundo, Dios estaba en guerra contra Amalec, y esta guerra debía continuar «de generación en generación» (Éx 17: 16). Nótese la distinción: la guerra de Israel contra Amalec debía continuar hasta que Amalec y su «memoria» hubieran desaparecido, y Amalec es hoy un imperio en verdad olvidado, pero la guerra de Dios es «de generación en generación».
No es forzar el texto sino en conformidad con la tipología bíblica reconocer aquí una declaración de la guerra continúa de Dios, de generación en generación, contra los amalecitas de toda edad, raza y nación.
La violencia perversa, y el desprecio a Dios y al hombre, de manera común han marcado al hombre caído. Considere, por ejemplo, el informe de Maurice R. Davies:
«En África, a los prisioneros de guerra a menudo se les tortura, mata o se les deja que se mueran de hambre. Entre los pueblos que hablan tshi, “a los prisioneros de guerra se les trata con barbarie espantosa”. A hombres, mujeres y niños madres con infantes a sus espaldas y niños que apenas pueden andar los desnudan y los atan con cuerdas alrededor del cuello en grupos de diez o quince; y a cada prisionero adicionalmente se les sujeta las manos a un pesado bloque de madera, que deben llevar sobre la cabeza.
Estorbados de esta manera, y tan insuficientemente alimentados que quedan reducidos a esqueletos, se les arrea detrás del ejército victorioso mes tras mes, con sus brutales guardias tratándolos con la mayor crueldad; mientras tanto, si los captores sufren un revés, al instante indiscriminadamente los masacran para evitar la recaptura. Ramsayer y Kuhne mencionan el caso de un prisionero, nativo de Accra, al cual “mantuvieron en un tronco”, es decir, lo sujetaron a un tronco de un árbol caído con una abrazadera de hierro con que le clavaron la muñeca, con comida insuficiente por cuatro meses, y que murió debido a este maltrato.
En otra ocasión vieron entre algunos prisioneros a un pobre niño débil, que, cuando furiosamente se le ordenó que se parara, “dolorosamente se enderezó mostrando el esqueleto hundido en el cual se veía todo hueso”. La mayoría de los prisioneros vistos en esa ocasión eran esqueletos vivos. Un niño estaba tan reducido por el hambre, que el cuello era incapaz de sostener el peso de la cabeza, que, si se sentaba, caía casi hasta sus rodillas.
Otro igualmente enflaquecido, tosía como si fuera su último aliento; mientras que un niño pequeño estaba tan débil por falta de comida que no podía ponerse de pie. Los Ashanti se sorprendieron mucho porque los misioneros mostraran tal emoción por tales espectáculos; y, en cierta ocasión, cuando fueron a darles comida a algunos niños que estaban muriéndose de hambre, los guardias con cólera los hicieron retroceder».
Tanto el ejército regular como los reclutas en Dahomey muestran igual encallecimiento al sufrimiento humano. «A los prisioneros heridos se les niega toda asistencia, y a todos los prisioneros que no están destinados a la esclavitud se les mantiene en una condición al borde de la muerte por inanición que rápidamente los reduce a meros esqueletos.
La quijada inferior es muy apreciada como trofeo  y con frecuencia se la arrancan al enemigo herido o vivo». Las escenas que siguieron al saqueo de una fortaleza en Fiji «son demasiado horribles para describir en detalle». El que no se respetaban ni edad ni sexo era el rasgo menos atroz.
Mutilaciones indescriptibles infringidas a veces en víctimas vivas, obras de crueldad mezcladas con lujuria, hacían preferible la autodestrucción que la captura. Como el fatalismo subyace en el carácter de los melanesios muchos no intentaban huir, sino que inclinaban la cabeza pasivamente al garrote. Si alguien tenía la desdicha de que lo capturaran vivo, su destino era en realidad horroroso.
Llevados de regreso atados al pueblo principal, los entregaban a los muchachos de tropa para que practicaran su ingenio en la tortura, o los aturdían con un garrotazo y los ponían en hornos encendidos; y cuando el calor los hacía que recuperaran la consciencia y el dolor, sus frenéticas luchas hacían que los espectadores se desternillaran de risa.
Por lo general tales asuntos se tratan como evidencia de primitivismo, como supervivencia evolucionista en el hombre antes que como evidencia de su naturaleza caída. El hombre civilizado, no menos que las tribus de África y Melanesia, es dado a la violencia perversa, a la crueldad, y se deleita en la crueldad. El terror comunista supera con mucho el terror tribal en perversidad, violencia y alcance.

LA EVIDENCIA AQUÍ ES DEMASIADO EXTENSA.

El uso del terror es un hecho de la rutina política en el mundo moderno de la ideología humanista. Ostensiblemente se mata a los hombres para salvar al hombre y la sociedad, y el amor universal de la humanidad se proclama con odio total. El hombre ejerce violencia perversa como medio de imponer omnipotencia.
Querer «ser como Dios» es el pecado del hombre (Gn 3: 5), y sin embargo el hombre no tiene omnipotencia ni poder para crear un nuevo mundo o un nuevo hombre. El hombre se vuelve, por consiguiente, a la destrucción como medio de proclamar su omnipotencia. Como O’Brien, en declaró 1984: «Te exprimiremos hasta vaciarte, y luego te llenaremos nosotros». Como Orwell pone en boca de O’Brien en un famoso pasaje:

EL PODER ESTÁ EN INFLIGIR DOLOR Y HUMILLACIÓN.

El poder está en destrozar la mente de los hombres y volver a armarlas en las nuevas formas que escojas. ¿Empiezas a ver, entonces, qué tipo de mundo estamos creando? Es el exacto opuesto de las insensatas utopías hedonistas que se imaginaron los antiguos reformadores. Un mundo de temor, y traición, y tormento, un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo que será cada vez no menos sino más inmisericorde conforme se refina.
El progreso en nuestro mundo será progreso hacia más dolor. Las viejas civilizaciones aducían que estaban fundadas sobre el amor y la justicia. La muestra se funda sobre el odio. En nuestro mundo no habrá emociones excepto el miedo, la ira, el triunfo y la degradación propia.
Todo lo demás lo destruiremos… todo. Ya estamos derribando los hábitos de pensamiento que han sobrevivido desde antes de la rebelión. Hemos cortado los vínculos entre hijo y padre, y entre hombre y hombre, y entre hombre y mujer. Nadie se atreve a confiar en una esposa o en un hijo, o en un amigo.
Pero en el futuro no habrá ni esposas ni amigos. A las madres se les quitará sus hijos al nacer, como uno recoge los huevos de una gallina. El instinto sexual será erradicado. La procreación será una formalidad anual como la renovación de una tarjeta de racionamiento. Aboliremos el orgasmo. Nuestros neurólogos ya están trabajando en eso ahora.
No habrá lealtad, excepto lealtad al Partido. No habrá amor, excepto el amor del Hermano Mayor. No habrá risa, excepto la risa del triunfo sobre el enemigo derrotado. No habrá arte, ni literatura, ni ciencia. Cuando seamos omnipotentes no tendremos más necesidad de ciencia. No habrá distinción entre belleza y fealdad. No habrá curiosidad, ni empleo del proceso de la vida. Todos los placeres en competencia quedarán destruidos.
Pero siempre no olvides esto, Winston siempre habrá la intoxicación del poder, constantemente aumentando y cada vez más sutil. Siempre, en todo momento, habrá la emoción de la victoria, la sensación de pisotear al enemigo impotente. Si quieres un cuadro del futuro, imagínate una bota pisoteando una cara humana, por siempre.
Aquí, en pocas palabras, el pecado del hombre alcanza su autorrealización. A fin de dárselas de dios, para ganar la sensación de omnipotencia, el terror total y la destrucción total, efectuada con plena perversidad, son el camino del hombre a la deidad.
Pero esta violencia perversa, esta pseudo omnipotencia, acarrea la ira de Dios, y «de generación en generación» subsiste la enemistad de Dios contra todo amalecita.
Tan seguro como que el primer Amalec fue exterminado y, en Amán, el último de los amalecitas conocidos, los Amalec y amalecitas de hoy están bajo condenación, y deben ser eliminados. Nótese el destino de Amán:
Y dijo Harbona, uno de los eunucos que servían al rey: He aquí en casa de Amán la horca de cincuenta codos de altura que hizo Amán para Mardoqueo, el cual había hablado bien por el rey. Entonces el rey dijo: Colgadlo en ella. Así colgaron a Amán en la horca que él había hecho preparar para Mardoqueo; y se apaciguó la ira del rey (Est 7: 9, 10).
Tercero, Amalec atacó a Israel. Según Deuteronomio 25: 17-18, Amalec «no tuvo ningún temor de Dios». El ataque de Amalec contra Israel, según el «folclor midrásico», fue un desafío obsceno a Dios y desprecio de Dios. Cuando los hombres atacan al pueblo de Dios, a menudo hay un ataque encubierto o abierto contra Dios. Como no pueden atacar directamente a Dios, atacan al pueblo de Dios. Por eso hay una guerra continua entre Amalec e Israel, entre el pueblo de Dios y los enemigos de Dios. El resultado debe ser el exterminio de los enemigos de Dios. Por eso.
Cuarto, el pueblo del pacto debe librar guerra contra los enemigos de Dios, porque esta guerra es a muerte. La violencia obscena deliberada, refinada, de las fuerzas anti Dios no da cuartel.
Quinto, esta guerra debe continuar hasta que los amalecitas del mundo sean eliminados, hasta que prevalezca el orden-ley de Dios y su justicia reine.
Debido a que la omnipotencia de Dios es total, la falsa omnipotencia del hombre, el supuesto dios, también es total en sus imaginaciones vanas. Esta falsa omnipotencia se vuelve cada vez más violenta, cada vez más perversa. No se aplaca. Su objetivo es la manifestación de puro poder, y, debido a que no puede manifestar poder para regenerar, manifiesta poder para destruir.
La tipología de las manos levantadas de Moisés (Éx 17: 11, 12) nos dice cómo se puede destruir a Amalec: con ofensiva a brazo partido en todos los frentes, pero siempre con plena dependencia en el Señor, que es la única base de la victoria.

18. AMALEC Y LA VIOLENCIA

No es sorpresa que un legislador, Salomón, haya hablado del febril deseo de violencia de los perversos. No pueden dormir, observó, a menos que hagan el mal; es su vida y gozo hacer el mal. «No duermen ellos si no han hecho mal, Y pierden el sueño si no han hecho caer a alguno» (Pr 4: 16). Su alimento, la comida que es la vida de su ser, Salomón describió como «pan de maldad, y vino de robos» (Pr 4: 17). Salomón, como legislador y maestro, pensó que era importante el reconocimiento de este hecho.
Para algunos, el «mal» no es sino rectitud errada. Los impulsos básicamente sanos de la humanidad sana pueden ser dirigidos erróneamente a la destrucción y a canales socialmente estériles; según este punto de vista, el hombre no necesita castigo sino reorientación. La premisa de Salomón era la depravación del hombre; los perversos disfrutan de su maldad; es su vida y su forma de vida. Wertham dio un enunciado que empieza con premisas falsas: «Si no empezamos con premisas correctas, dejamos la puerta abierta a las falsas». Su postulado básico es el medioambientalismo, aunque trata incoherentemente, de retener la responsabilidad.
Wertham da un número interesantes de ejemplos de violencia, como por ejemplo el siguiente:
Recientemente, dos mujeres de edad mediana en Brooklyn una noche de verano caminaban por una calle transversal hacia una de las avenidas principales, después de visitar a una amiga. Se proponían tomar un taxi para regresar a sus hogares. A menos de 100 m de la avenida apareció un grupo de muchachos que llenaban la vereda.
Las mujeres se hicieron a un lado para dejarlos pasar. El último muchacho agarró el brazo derecho de una de las mujeres, para quitarle la cartera, luego la derribó a la vereda y saltó sobre ella varias veces. Cuando la llevaron al hospital, se halló que tenía un hombro roto, roto el codo, un brazo roto, y una múltiple fractura en su fémur, para el cual fue necesaria una complicada operación. Necesitó tres enfermeras a todo momento.
Cuando se recupere, tendrá que llevar una prótesis de la cadera hasta el tobillo y quedará lisiada permanentemente, con una pierna más corta que la otra. En mi contacto profesional con este caso, aprendí el terrible dolor y aturdimiento que se causó; y los costos agotaron todos los ahorros de la familia. No hubo connotación sexual en este ataque. Puesto que el muchacho ya tenía la cartera, no ganaba nada con pisotear a la mujer de manera tan inmisericorde.
Hace veinticinco años esto hubiera sido un caso excepcional y hubiera producido sensación. Ahora ni siquiera levantó olas y los noticieros ni siquiera lo reportaron. Sucede demasiado a menudo. A los muchachos nunca los detuvieron; y si los hubieran detenido, las autoridades no hubieran sabido qué hacer con ellos. Esta es la violencia de hoy en pleno arraigo. He conocido un número de casos similares.
Como regla no se reportan y mucho menos se resuelven. Los que usan la explicación de moda de que la violencia se debe a madres dominantes o inadecuadas, a instintos agresivos embotellados o rebelión contra el entrenamiento demasiado temprano para defecar en el baño, no saben lo que pasa en las grandes ciudades estadounidenses. Tratan de reducir los horribles hechos sociales a nivel de hechos psicológicos individuales que intrigan. De esta manera llegan a ser parte de la misma decadencia en que florece la violencia del día presente.
Para citar otro ejemplo más de Wertham:
Un muchacho de trece años volvía de clases a su casa en un área suburbana.
A poca distancia de su casa, un coche se acercó rugiendo, se detuvo y varios muchachos se apearon. Lo atacaron y lo golpearon sin misericordia. Luego volvieron a subirse al coche y se alejaron a toda marcha. Llevaron a la víctima al hospital con varias laceraciones faciales y con una concusión en el cerebro.
El muchacho no conocía a sus atacantes ni los había visto antes.

ÉSTOS NO SON CASOS EXTREMOS, Y SON DE LOS QUE SE PUEDEN IMPRIMIR.

Algunas de las instancias más depravadas de violencia perversa incluyen ataques sexuales. En casos conocidos de este escritor, no se puede ofrecer ninguna excusa de un medio ambiente represivo; los culpables procedían de trasfondos cariñosos, bien avenidos, y tolerantes, donde no prevalecía ninguna inhibición religiosa respecto al sexo. En lugar de ser personalidades libres, amorosas, estas personas manifestaban imaginaciones aturdidoras en su perversidad y depravación.
No solo que tenemos esta violencia desorganizada, espontánea, sino a veces hemos tenido también violencia planeada en forma de motines, saqueos, demostraciones y guerra contra la policía crecientemente en evidencia.

COMO HEMOS VISTO, LA ESENCIA DE ESTA VIOLENCIA OBSCENA ES SU FALSA OMNIPOTENCIA.

Puesto que el hombre no puede convertirse en el Dios Creador, procura ser un dios-diablo. El Satanás de Milton declaraba:
Reinar es digno de ambición, aunque sea en el infierno; vale más reinar en el infierno que servir en el cielo. (El paraíso perdido, I, 262-263; traducción Dionisio San Juan, Editorial Ramón Sopena S.A., Barcelona, 1965, p. 10).
Para reinar como dios-diablo, el hombre siempre debe negar y librar guerra contra el Dios de las Escrituras. La Unión Soviética declaró en 1923: «Hemos declarado guerra contra los ciudadanos del cielo», y, de nuevo, en 1924: «El Partido no puede tolerar la interferencia de parte de Dios en momentos críticos». Para abolir a Dios y demostrar la evolución, los científicos soviéticos en efecto enviaron una expedición a África en la década de 1920 para producir una nueva raza tratando de fertilizar artificialmente a los simios con semen humano.
Se abolieron el bien y el mal como valores objetivos. Krylenko, fiscal del estado, «instó a los jueces a recordar que en el estado soviético sus decisiones no se deben basar en sí el prisionero es inocente o culpable, sino en las normas de procedimientos prevalecientes del gobierno y la seguridad del estado». Esta opinión también se incluyó en el libro de Krylenko, Court and Justice [Corte y justicia]. Cuando los hombres tratan de suplantar a Dios, suplantan la justicia de Dios con su perversidad y violencia.
Cuando los hombres empiezan a liberarse del orden-ley de Dios, y a manifestar su violencia, aparecen ciertos desarrollos.
Primero, los hombres violentos, debido a que su violencia es un acto religioso, una manifestación de falsa omnipotencia, tratan de despertar temor reverencial mediante el espanto. Mediante actos nuevos y frescos de violencia, provocan nuevas reacciones de espanto.
La violencia alimenta su propio pavor. El patán degenerado que se dedica a actos de violencia sin provocación se deleita en la respuesta espantada de su víctima, y de los que oyen o leen de sus actos. La disposición a confesar que a veces tienen tales personas, sea a las autoridades, a los clérigos, a los amigos o incluso a extraños se debe a este placer religioso en el espanto de la violencia. Alimenta su lujuria de poder.
Segundo, esta necesidad de un espanto fresco quiere decir un continuo aumento en la intensidad y perversidad de la violencia. La violencia lleva a mayor violencia. Nada es más absurdo que la idea de algunos de que los actos violentos purgan al degenerado de su lujuria por la violencia; no hay «catarsis», sino más bien solo una mayor adicción. La violencia no se cura a sí misma. Esperar que la violencia desaparezca o se disipe por sí misma es como esperar que el sol se enfríe.

LA VIOLENCIA NO ABDICA; SI NO SE LE DESTRUYE, ELLA DESTRUYE.

Tercero, los de ideología liberal y socialista piensan que la respuesta a la violencia es un cambio de medio ambiente, por legislación, acción estatista o planificación social. Algunos aducen que el amor es la cura para el violento. Los pietistas cristianos piensan que la conversión es la respuesta; al violento hay que alcanzarlo con la oferta del evangelio y que nazca de nuevo.
Algunos hombres tal vez necesiten amor; por cuestionable que esta idea pudiera ser, concedámosla por el momento. Todos los hombres necesitan regeneración, pero de nuevo, la evangelización no es la respuesta a todos los problemas, aunque siempre debe estar en operación. La restricción impuesta por la ley y su castigo siempre debe estar en todo momento operando para que exista una sociedad en la cual el amor y la evangelización puedan funcionar.
Los violentos necesitan conversión, o ejecución si continúan en la violencia al punto de incurrir en la pena de muerte. Por otro lado, si no existen suficientes hombres regenerados en una sociedad, ningún orden-ley se puede mantener con éxito. Por tanto, una sociedad saludable necesita un orden-ley en operación y una evangelización operativa a fin de mantener su salud. El orden-ley puede mantener en cintura al resto de los hombres violentos si en todo momento se les estimula mediante la imposición estricta y el crecimiento progresivo de hombres desde el punto de vista del ministerio de la gracia. En breve, el amor, la conversión, y el orden-ley nunca pueden ser sustitutos el uno del otro; cada uno tiene su lugar y función en el orden social.
Cuarto, no es sorpresa que tengamos una generación violenta, puesto que todo se ha hecho en desplante del orden-ley de Dios; la educación se ha convertido en estatista; la disciplina ha dado paso a la permisividad; la iglesia ha remplazado la doctrina de la regeneración por la rebelión social, y, en lugar de ejecutar a los delincuentes incorregibles conforme a la ley de Dios, la sociedad en su mayor parte hoy subsidia a esos incorregibles. Así se ha dado alas a una generación violenta, y está en aumento.
No en balde, en 1969 la incidencia de narcóticos e iniquidad era mayor a nivel de secundaria que de universidad. Mientras menor el niño, más inicuo su potencial y su perspectiva mental. El mismo hecho de que la violencia está siendo promovida más intensamente en los más jóvenes servirá para incrementar el aumento en la prevalencia de la violencia así como también su intensidad y perversidad.
Quinto, aunque la década de 1960 vio más palabras en cuanto al amor que cualquier era previa, ninguna edad vio menos amor y más odio. El amor romántico, para bien o para mal, por mucho tiempo tema principal de la música popular, dio lugar a otros temas. Winick escribió de «la virtual desaparición del amor romántico idealizado como principio director» en los cantos populares. En donde aparece la palabra «amor», como en el canto «Amor imprudente», se refiere a otras cosas, como el embarazo antes del matrimonio.
Uno de los discos fonográficos más exitosos que se han publicados es «Hound dog» [«Sabueso»], una apología de hostilidad y representativo temprano del rock-and-rol con progresiones tradicionales de acordes. El Marqués de Sade se habría entusiasmado por «botas», otro favorito más reciente. Nancy Sinatra se asegura de una explosión atronadora de aplausos cuando hace retumbar sus tacones en el escenario mientras triunfalmente exalta que sus botas «caminarán sobre ti».
Una generación que se entusiasma con este canto de violencia también entusiasmaría al Marqués de Sade. Como resultado, sus obras, por largo tiempo prohibidas en todo país, ahora se están publicando y promoviendo con grandes elogios.
El Marqués de Sade es el hombre de hoy. Se ha criado a una generación para que crea, sin que importe lo mucho que se engaña a sí misma con charlas de hermandad, que la violencia es la realización del hombre, y mientras más perversa la violencia, más realización provee. Los remedios humanista os para la violencia son tan efectivos como la gasolina para apagar un incendio.
Sexto, una sociedad que fomenta la violencia y la promueve se caracteriza también por un fenómeno conocido como perder los estribos. Se describe como «una condición maníaca y homicida seguida de un estado de depresión». Cuando las personas de estas culturas se ven frente a un nuevo medio ambiente, o problemas que los abruman, su reacción es de violencia total. La aflicción, confusión, depresión mental, enfurruñamiento por las circunstancias, puede precipitar la condición.
El hombre se empuja a sí mismo a un trance y luego se precipita a hacer violencia. Este es a menudo el caso del hombre que pierde los estribos y ataca a sus superiores porque no puede vérselas con ellos y desea que lo insulten.
Una generación criada permisivamente, dada a rabietas y a la violencia, y dedicada también a creer en su propia justicia, es una generación virtualmente comprometida por su naturaleza y crianza a perder los estribos. Así lo hará, a menos que se la humille, en total convencimiento de su propia justicia y la necesidad moral de su violencia. Tal generación tiene una dedicación necesaria a la violencia. Amalec, pues, sí que está con nosotros. Hay que lidiar con él.

LA EDUCACIÓN QUE PRODUCE AMALECITAS SE DEBE REEMPLAZAR POR EDUCACIÓN CRISTIANA.

Las iglesias que son congregaciones de Amalec hay que reemplazarlas con iglesias cristianas que creen, enseñan y aplican toda la palabra de Dios. El estado debe convertirse en cristiano y aplicar la ley bíblica a todo aspecto de la vida, y debe imponer la plena medida de la ley de Dios. La familia permisiva debe dar lugar a la familia cristiana. Solo así se puede destruir a Amalec.
En 1948 George Orwell vio el futuro como de horror, «una bota pisoteando una cara humana… para siempre». En menos de veinte años Nancy Sinatra estaba haciendo tronar sus tacones en el escenario y cantando que sus botas «caminarán sobre ti», y la juventud de más de un país vio su visión como de deleite. El horror de Orwell se había convertido en esperanza popular. Amalec había renacido.

19. LA VIOLENCIA COMO SOBERBIA

La esencia de la ofensa de Amalec fue su desplante contra Dios, iniquidad religiosa por la cual cuestionaba a Dios y lo negaba. En la ley se describe esto como actuar con soberbia (en RVR), o actuar con desafío (LBLA), es decir, levantar la mano de uno en arrogancia ante el Señor, y ejecutar acción agresiva contra Dios y su ordenley.

DOS PASAJES DE LA LEY TRATAN ESTA OFENSA COMO DELITO CAPITAL:

Mas la persona que hiciere algo con soberbia, así el natural como el extranjero, ultraja a Jehová; esa persona será cortada de en medio de su pueblo. Por cuanto tuvo en poco la palabra de Jehová, y menospreció su mandamiento, enteramente será cortada esa persona; su iniquidad caerá sobre ella (Nm 15: 30, 31).
Y el hombre que procediere con soberbia, no obedeciendo al sacerdote que está para ministrar allí delante de Jehová tu Dios, o al juez, el tal morirá; y quitarás el mal de en medio de Israel. Y todo el pueblo oirá, y temerá, y no se ensoberbecerá (Dt 17: 12, 13).
La referencia en Deuteronomio 17:12, 13 al sacerdote es al hecho de que la corte en Israel a menudo tenía lugar delante o en el santuario (el palacio y salón del trono de Dios), con un sacerdote (o el sumo sacerdote) incluido en la corte suprema.
Waller observó de este pasaje (Dt 17: 12, 13) que «soberbia» quiere decir «una aseveración propia arrogante contra la ley. La pena de muerte surge necesariamente de la teocracia. Si Dios es el rey de la nación, la rebelión contra su ley es traición, y si la rebelión es arrogante y voluntaria, la pena de muerte es lo único que deberíamos esperar que se aplique».
Una lectura de Éxodo 17: 16 indica con claridad que esto era básico en la posición de Amalec: «Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová, Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación».
La esencia del amalecita es, como se ha visto, el deseo de ejercer omnipotencia en la destrucción. Pero, por cuanto, aunque el hombre es poderoso, no es todopoderoso, ejerce su poder en falsa omnipotencia. En lugar de crear una cultura, el amalecita destruye toda cultura que toca, como parásito y también como destructor sistemático.
Como ejemplo de los extremos extraños a los cuales irá la perversidad y la soberbia es el movimiento de la «iglesia» y «universidad» descubierto en abril de 1969. Era un movimiento internacional, y cometió el error de poner una sucursal cerca de una ciudad pequeña y así quedó expuesto. Izquierdista en orientación, usando religiosamente narcóticos, su catálogo de «universidad» ofrecía, entre otras cosas, un curso sobre canibalismo, incluyendo el nombre del curso y del maestro, y llamando al curso un «cooperativo». Sea que lo haya intentado decir en serio o no, su marco de trabajo era de total posibilidad y ninguna ley:
Los participantes de este cooperativo deben estar dispuestos a ayudar a obtener carne humana recién matada y a prepararla o a comerla.
Nos reuniremos semanalmente en una cena comunitaria el domingo al anochecer que todos ayudaremos a preparar, cada uno preparando sus propios guisos hasta que podamos obtener carne humana.
Al principio consideraremos el estatus histórico y legal del canibalismo y luego avanzaremos desde allí.
La primera reunión será el 16 de febrero de 1969 a las 5: 30 p.m. Llame al Red Book de la Midpeninsula Free University, 328-4941, para información.
Esto no es aberración intelectual. Los filósofos cínicos de Grecia fomentaban el canibalismo como uso lógico de la carne humana.
Detrás de estas ideas hay un principio religioso. La palabra libertino viene de liber, «libre» en latín, y el concepto de libertad incluido en el libertinismo es la libertad de Dios. «Una de las ambiciones de Sade» era «ser inocente por fuerza de culpabilidad; destrozar lo que es normal, de una vez por todas, y destrozar las leyes por la cual podría haber sido juzgado». Como Blanchot comenta:
El hombre sádico niega al hombre, y esta negación la logra mediante el intermediario de la noción de Dios. Temporalmente se hace Dios, así que ante él los hombres quedan reducidos a nada y descubre la nada de ser ante Dios.
«¿Es cierto, verdad, príncipe, que tú no amas a los hombres?», pregunta Julieta.
«Los aborrezco. Ni un solo momento pasa sin que mi mente no esté ocupada urdiendo violentamente hacerles daño. En verdad, no hay una raza más horrible, más aterradora ¡Cuán baja y vil, cuán ruin y aborrecible raza es» «Pero», interrumpe Julieta, «¿en realidad no piensas que estás incluido entre los hombres? Oh, no, no, cuando uno los domina con tal energía es imposible pertenecer a la misma raza» A lo cual Saint-Ford dice: «Sí, tienes razón. Somos dioses».
Con todo, la dialéctica evoluciona a otros niveles: el hombre de Sade, que se ha irrogado el poder de erigirse por encima de los hombres el poder por los cuales los hombres enloquecidamente se rinden a Diosni por un solo momento se olvida de que este poder es completamente negativo. Ser Dios puede tener solo un significado: triturar al hombre, reducir la creación a nada.
«Me gustaría ser la caja de Pandora», dice Saint-Ford en un punto, «de modo de que todos los males que escaparon de mi pecho pudieran destruir individualmente a toda la humanidad». Y Verneuil: «Y si fuera verdad que existe un Dios, ¿no seríamos sus rivales, puesto que destruimos así lo que él ha hecho?».
El objetivo, así, de los violentos es la destrucción total; pueden hablar de producir un nuevo orden social, pero su trabajo primario y esencial es destruir todos los existentes. Pueden hablar, como humanistas, de un amor al hombre, pero el hombre nunca antes ha conocido un odio tan radical como el que estos violentos dirigen en su contra.
A los violentos les encanta la perversidad porque es perversa; les encanta una mentira, porque es una mentira; su placer y poder están en el engaño y la destrucción.
Como alguien, atrapado en una mentira, comentó con deleite y triunfo: «Pero logré que lo creas, ¿verdad?».

LA VICTORIA ÚLTIMA, PUES, ES DEMOLER AL HOMBRE Y PROCLAMAR LA MUERTE DE DIOS.

En palabras de Verneuil, «Y si fuera verdad que existiera un Dios, ¿no seríamos sus rivales, puesto que destruimos así lo que él ha hecho?». A los hombres hay que reducirlos a la nada para demostrar que el amalecita, el violento, es el nuevo dios, suplantando al que supuestamente está muerto.
A estos soberbios, hombres de mano alzada según la ley hay que ejecutarlos.
Negar la ley y ponerse uno mismo contra Dios es buscar el asesinato de toda la sociedad y merecer la pena de muerte. La desobediencia civil, que está firmemente cimentada en la ley bíblica es una cosa, pero la desobediencia civil que pone al hombre por encima de la ley es otra: es anarquía. Es una negación del principio de la ley trascendental.
De aquí que Dios está en guerra con Amalec en toda generación, porque en toda generación el orden-ley absoluto de Dios es el único cimiento verdadero de la sociedad, en tanto que Amalec, decidido a ser su propio dios, trata de destruir todo rastro del orden-ley de Dios.

DEBIDO A QUE EL AMALECITA ABORRECE A DIOS, TAMBIÉN ABORRECE LA VIDA.

En las palabras de Cristo, hablando como Sabiduría: «Mas el que peca contra mí, defrauda su alma; Todos los que me aborrecen aman la muerte» (Pr 8: 36). Este aborrecimiento de la vida colorea toda la vida y se manifiesta en todo aspecto. Para citar un ejemplo revelador; en la primavera de 1969, una cuña comercial de televisión de una prominente compañía manufacturera de aceites infantiles y productos relacionados usó esta frase: «No es fácil ser bebé».
Este enunciado repetido en el corazón de la cuña se usó porque era un enunciado significativo en este día y era. Claro, si es difícil ser bebé, es un problema estar vivo. Una generación que acepta la tesis de que «no es fácil ser bebé» por cierto se rebelará en eso de ser adolescentes al enfrentar responsabilidad- des venideras, y se rebelará incluso más al ser adultos con responsabilidades. Si «no es fácil ser bebé», podemos esperar rabietas verdaderamente violentas al ser adulto.
De nuevo, la violencia la engendran las enseñanzas falsas que, en el nombre de Dios, niegan a Dios. En 1968, en un grupo de estudio bíblico de mujeres, ostensiblemente «fundamentalista» y fuertemente arminiano, se hizo esta afirmación y se aceptó casi sin disensión: «Las necesidades humanas vienen antes que la ley de Dios».
Este es una incitación a quebrantar la ley, porque no hay ley de Dios que una necesidad humana no pueda contradecir. Cuando los clérigos hacen tales afirmaciones, el mundo no tiene necesidad de que el Marqués de Sade o los marxistas hagan violencia; es una inevitabilidad histórica que las «necesidades humanas» atacarán violentamente el orden-ley de Dios.
Para volver a la ley, como se dice en Números 15:30, 31:
Mas la persona que hiciere algo con soberbia, así el natural como el extranjero, ultraja a Jehová; esa persona será cortada de en medio de su pueblo. Por cuanto tuvo en poco la palabra de Jehová, y menospreció su mandamiento, enteramente será cortada esa persona; su iniquidad caerá sobre ella.
El que más que excomunión es lo que esto quiere decir es evidente en Deuteronomio 17: 12, 13, en donde la pena capital, la muerte, se exige para este «proceder con soberbia contra la ley». Desafiar la ley y tratarla con desdén, ponerse uno mismo por encima de las leyes de Dios y del hombre, es estar en guerra total con Dios y con el hombre, y la pena es la muerte.
Si una sociedad rehúsa aplicar la pena de muerte exigida, allí Dios le cobra la pena de muerte a esa sociedad. El hecho básico del orden-ley de Dios es que, desde la caída de Adán en adelante, la pena de muerte ha sido efectiva. Las sociedades han caído en grandes números por su desafío a Dios, y continuarán cayendo mientras continúen su violación del orden de Dios.
Todo estado y toda sociedad, pues, tiene que decidir: sentenciar a muerte a los que merecen morir, o morir ellos mismos. Pero todos los que aborrecen a Dios escogen la muerte. Por cierto, el pecado de presunción o soberbia es la total rebelión contra Dios y el hombre; todo el que lo permite ha escogido la muerte sea que lo reconozca o no.
Dios aborrece a todos los soberbios. Como Salomón declaró: «El temor de Jehová es aborrecer el mal; la soberbia y la arrogancia, el mal camino, y la boca perversa, aborrezco» (Pr 8: 13). Esto es una referencia clara a personas (no solo características) de una clase en particular. Dios los aborrece y espera que nosotros también los aborrezcamos si lo tememos a Él. Temer a Dios es aborrecer el mal en toda forma, y amar a los perversos es aborrecer a Dios y menospreciar su palabra-ley.
La mente humanista trata de ser más sabia y más santa que Dios; aduce que con amor puede llevar a los perversos a la salvación. Ve con horror a los que se regocijan en la caída de los perversos. Dios, sin embargo, deja en claro su placer y risa en la caída de los necios, de los burladores, del voluntariamente insensato, y de los perversos de toda clase:
Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, Extendí mi mano, y no hubo quien atendiese, Sino que desechasteis todo consejo mío Y mi reprensión no quisisteis, También yo me reiré en vuestra calamidad, Y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; Cuando viniere como una destrucción lo que teméis, Y vuestra calamidad llegare como un torbellino; Cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia. Entonces me llamarán, y no responderé; Me buscarán de mañana, y no me hallarán.
Por cuanto aborrecieron la sabiduría, Y no escogieron el temor de Jehová, Ni quisieron mi consejo, Y menospreciaron toda reprensión mía, Comerán del fruto de su camino, Y serán hastiados de sus propios consejos. Porque el desvío de los ignorantes los matará, Y la prosperidad de los necios los echará a perder; Mas el que me oyere, habitará confiadamente Y vivirá tranquilo, sin temor del mal (Pr 1: 24-33).
No solo es bien evidente el odio de Dios por los perversos en esta declaración, sino también su negativa a que lo usen como póliza de seguros. El hombre está dispuesto a concederle a Dios un lugar en el universo, siempre y cuando pueda usar a Dios y hacer que Dios lo sirva. Lo que se dice no son afirmaciones soberanas de Dios omnipotente, sino las afirmaciones soberanas de un hombre moralmente libre.
Este hombre humanista aceptará a Dios en el mejor de los casos como un aliado y compadre, aunque más a menudo solo como póliza de seguros, como una llanta de emergencia que pueda usar en caso de problemas, si acaso. Pero a Dios nadie va a usarlo. La soberbia de los que hacen uso santurrón de Dios es tan perversa como la soberbia de los que, como Amalec, lo desafían.
Hay grados en la expresión de su mal y su soberbia, pero la soberbia, explícita o implícita, los gobierna por igual. Satanás lo intentó primero, y, después de siglos de esfuerzo, ni siquiera se acerca a su meta.

20. HERENCIA SOCIAL: HITOS

Una ley importante, citada en Deuteronomio 19:14, tiene referencia básicamente al octavo mandamiento: «No hurtarás». Esto es evidente en el pasaje tanto como en referencias posteriores a la ley:
En la heredad que poseas en la tierra que Jehová tu Dios te da, no reducirás los límites de la propiedad de tu prójimo, que fijaron los antiguos (Dt 19: 14).
Maldito el que redujere el límite de su prójimo. Y dirá todo el pueblo: Amén (Dt 27: 17).
Traspasan los linderos, roban los ganados, y los apacientan (Job 24: 2).
No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres (Pr 22: 28).
No traspases el lindero antiguo, ni entres en la heredad de los huérfanos;
Porque el defensor de ellos es el Fuerte, el cual juzgará la causa de ellos contra ti (Pr 23: 10, 11).
La referencia a la propiedad es obvia, pero también hay una referencia a la conservación de la herencia. Hay que preservar la herencia, una herencia de tierra. Pero, con razón, estas referencias en Deuteronomio y Proverbios se han tomado cómo que se refieren a un hecho más amplio, un respeto por los hitos morales, espirituales y sociales de nuestra herencia en el pacto de Dios. W. F. Adeney vio en Proverbios 22: 28 una referencia a los títulos de propiedad, de historia, de doctrina y de moral.
Hay base bíblica para esto en que Oseas 5: 10, al citar la apostasía religiosa y moral de la nación y la corrupción de sus dirigentes, dice, «Los príncipes de Judá fueron como los que traspasan los linderos; derramaré sobre ellos como agua mi ira». De este versículo Reynolds y Whitehouse observaron: «Ellos (los príncipes de Judá) derribaron la barrera entre el bien del mal, entre la verdad y la falsedad, entre Jehová y Baalim».

ESTA ES LA IMPORTANCIA DE ESTA LEY CON REFERENCIA A LA SEXTA PALABRA-LEY: «NO MATARÁS».

Destruir la barrera entre el bien y el mal, entre la verdad y la falsedad, y entre Dios y los falsos dioses, es asesinar a la sociedad y matar su herencia más básica.
La remoción de los hitos ha sido una tarea principal de la educación y la política en años recientes. De la educación, Black, al hacer un análisis de la educación de Estados Unidos de América en el siglo XIX, escribió:
Al mirar hacia atrás a esos años, podemos ver que los libros de texto y las escuelas mismas sostenían la ética puritana como su principio moral básico.
Fue esta ética lo que forjó y unificó a la nación. «El juicio de valor», escribe Ruth Miller El son, «es su más valioso inventario: amor al país, amor a Dios, obligación con los padres, y la necesidad de cultivar hábitos de frugalidad, honestidad y trabajo arduo a fin de acumular propiedad, la certeza de progreso, la perfección de los Estados Unidos. Estas cosas no hay que cuestionar.
Tampoco en todo este siglo de gran cambio externo hay alguna desviación de estos valores básicos. En arreglos pedagógicos el libro de texto de la década de 1790 es ampliamente diferente del de 1890, pero el continuo de valor es ininterrumpido. El niño debe aprender ética al aprender información en cuanto a su mundo, incuestionablemente, de memoria. Su conducta no debe ser dirigida desde adentro, ni dirigida por otros, sino dictada por la autoridad y aceptada pasivamente».
Así entramos al siglo XX.
Esta descripción de los libros de texto del siglo XIX no es justo en algo de su terminología, pero es acertado al describir la diferencia entre los libros de texto y escuelas de entonces y las del presente siglo. En lugar de una moralidad cristiana, se enseña una ética relativista; en lugar de un respeto por los hitos de la sociedad cristiana (nunca vistos como «perfección» sino como un intento de hacer realidad el orden santo), se enseña un desprecio por el pasado. Esto se ha hecho en el nombre de la democracia aunque en desprecio de las creencias y deseos populares.
Se han negado los antiguos hitos a favor de nuevos hitos. En lugar de afirmar la soberanía de Dios, los educadores e intelectuales ahora afirman la soberanía del azar. Charlotte Willard declara: «El azar es la única certidumbre del universo».
Cada nueva fe quiere decir un nuevo aspecto de posibilidad incluso mientras cierra la puerta a otros aspectos. Para Willard, la soberanía de Dios, una moralidad absoluta, el movimiento de la historia en términos del decreto de Dios a la victoria ineludible, y el destino del hombre bajo Dios, son todos imposible. Pero nuevos aspectos de posibilidad se abren por un mundo de azar en el cual el hombre asume el papel de dios y creador. Willard, revisando Beyond Modern Sculpture: The Effect of Science and Technology on the Sculpture of This Century, de Jack Burnham escribe:
El Sr. Burnham lleva al clímax su tesis citando de Intelligence in the Universe de Roger MacGowan y Frederick Ordway; el primero, jefe de la Rama.
Científica Digital, Centro de Comando de Computación de Proyectiles del Ejército, Hunstville, Alabama, y el último presidente de la Corporación de Investigación Astronáutica General, Londres. Estas profetizan que la vida inteligente que podamos encontrar en el espacio estelar probablemente será el producto de la evolución biológica pero será vida inteligente inorgánica construida artificialmente. Los líderes políticos aquí en la tierra pronto aprenderán que se puede construir un autómata artificial inteligente con capacidades intelectuales sobrehumanas. Creen que este autómata se apoderará de la tierra.
El hombre, en otras palabras, producirá su propia transformación de una creación biológica a una concentración inorgánica de energía que procesa información. El Sr. Burnham concluye triunfalmente que «los límites físicos que separan al escultor de los resultados de sus esfuerzos tal vez desaparezcan». La ilustración final en el libro es un arreglo de tubos torcidos y erecto que se rotula Dios.
La reacción de Charlotte Willard a esto no es alegre, pero no tiene base real para la oposición. Negar a Dios en última instancia significa negar al hombre; esta es la consecuencia de eliminar los hitos antiguos. Una filosofía de la muerte de Dios en realidad deletrea la muerte del hombre.
Al hombre como creación de Dios se elimina a favor del autómata que es creación del hombre. En otras palabras, el hombre hace de Dios suicidándose, punto que hace Dostoievski en El poseído.
A los viejos hitos de la ley se ha reemplazado con nuevos hitos relativistas. La Corte Suprema de los Estados Unidos extensivamente ha reemplazado la ley histórica estadounidense, con su orientación bíblica, con una ley humanista. Se han usado nuevos hitos legales para modificar antiguas leyes y subvertir el orden social.
Pero un hito relativista, humanista, no es hito. El relativismo solo da una cinta elástica para medir, que mide de manera diferente para todo hombre, según su medida y propósito personal. Como resultado, el hombre puede vivir en una crisis y no reconocerla. Por esto, aunque el delito subió agudamente entre 1967 y 1969, el público estadounidense se acostumbró más en esos años a vivir en un mundo de delito y violencia. Al no tener un estándar objetivo, sus juicios reflejan sus propias reacciones antes que un hecho objetivo.
La encuesta Harris mostró que «una mayoría sustancial de los estadounidenses, el 59%, no piensan que el delito esté aumentando en sus propias comunidades, aunque apenas un poco más de uno en cada tres todavía cree que el delito está aumentando. Estos resultados marcan una reducción aguda en la aprehensión pública respecto al delito, comparado con una encuesta similar tomada en 1967». Sin que sea sorpresa, en Los Ángeles, el 27 de mayo de 1969, un gran número de votantes votó aprobando a Tomás Bradley, candidato de color, porque hacer eso era «lo de moda».
Hacer guerra contra los hitos es hacer guerra contra el progreso. Cuando la antigua China se volvió relativista en filosofía, la consecuencia fue el estancamiento.
Cualquier progreso que China experimentó en siglos se debió a fuerzas ajenas a su filosofía básica. Hoy, filósofos educativos y maestros cada vez más están diciendo en sus clases que es imposible fijar metas en la educación. En un mundo de cambio, ¿cómo puede un hombre saber el futuro y educar en términos de lo desconocido?
Puesto que vivimos en un mundo de cambio, lo único que se puede enseñar de manera válida es la certeza del cambio. Los educadores, pues, concuerdan con Willard en que «la casualidad es la única certeza en el universo». Así, en lugar de moralidad, se debe enseñar el amoralismo; en lugar de ciertos hechos básicos en cuanto al hombre y la sociedad, más bien se enseña la certeza del cambio.
Como resultado, los estudiantes lógicamente demandan cambio continuo o rebelión como la necesidad moral en un universo amoral. Con tal filosofía educativa, la educación para la rebelión es ineludible, y solo una educación rigurosamente cristiana puede contrarrestarla. Otras filosofías de educación, o sea, aparte de la humanista y cristiana, son esencialmente nostálgicas; tratan de retener un orden deseado pero sin causa válida.

EN UN MUNDO SIN HITOS, TODA LEY O HITO ES UN DELITO.

Por eso, la premisa moral del Marqués de Sade era que «En una sociedad transgresora uno debe ser transgresor». Esto quiere decir guerra total contra todo lo establecido, contra todo orden social. También significa aislamiento, y todo hombre es una isla en sí mismo. Como dijo Sade: «Mi prójimo no es nada mío; no hay ni la más ligera relación entre él y yo».
Como resultado, Sade estaba en guerra contra la idea de tener leyes y cortes; la única «justicia» que aprobaría era la de la vendetta, el acto personal de asesinato. En un mundo de anarquismo, sin hitos obligatorios para todos, los actos de todo hombre tienen validez total porque la licencia total es la única ley posible. Como Simone de Beauvoir resumió:
Simpatizar con Sade demasiado fácilmente es traicionarlo. Porque es nuestra desdicha, sujeción y muerte lo que él desea; y cada vez que nos ponemos de lado de un niño degollado por un maníaco sexual, tomamos una posición en su contra. Él tampoco nos prohíbe defendernos. Permite que un padre pueda vengarse o prevenir, incluso mediante el asesinato, la violación sexual de su hijo. Lo que demanda es que, en la lucha entre existencias irreconciliables, cada uno se esfuerce concretamente en el nombre de su propia existencia.
Aprueba la vendetta, pero no las cortes. Podemos matar, pero no podemos juzgar. Las pretensiones del juez son más arrogantes que las del tirano; porque el tirano se confina a ser él mismo, en tanto que el juez trata de erigir sus opiniones como leyes universales. Su esfuerzo se basa en una mentira.
Porque toda persona está prisionera en su propia piel y no puede convertirse en mediadora entre personas separadas de quienes ella misma está separada.
El hecho de que un gran número de estos individuos se unan y se alienen en instituciones, de las cuales ya no son amos, no les da derecho adicional. Su número no tiene nada que ver con el asunto.
Si los deseos de un hombre son los únicos hitos, en un mundo sin significado el hombre mismo se vuelve carente de sentido. Para Sade, el único contacto posible con otros era la agresión, y el único significado posible era el delito. En las propias palabras de Sade: «Ah, ¡cuántas veces, por Dios, no he anhelado poder asaltar al sol, arrebatarlo del universo, hacer una oscuridad general, o usar al sol para incinerar al mundo! Ah, eso sería un delito». La única realidad, entonces, es la agresión.

PERO, ¿QUÉ SI EL HOMBRE Y SU AGRESIÓN SON SOLO «PARTE» DE LA NADA UNIVERSAL?

La conclusión del relativismo chino, y, crecientemente en las formas occidentales de la misma fe, es en verdad que la casualidad es la única certeza y la nada es el destino y realidad universales. Wang Wei (701-761 d.C.), al avanzar más allá de las «ilusiones» del bien y mal, escribió: «No cuentes con el bien o el mal; solo desperdiciarás tu tiempo. ¿Quién sabe sino que todos vivimos la vida en un laberinto de un sueño?».
Según Wang Wei, la cura de la soledad y el aislamiento del hombre en un mundo de relativismo es «la doctrina del no ser; ahí está el único remedio». Niega todo significado como cura de la falta de significado. En un mundo en donde se destruyen los hitos, se niega la posibilidad de hitos. En breve, decirle al hombre que se muere de hambre que el hambre es un mito. Esta es la conclusión del relativismo.

Si es un delito alterar los hitos de la propiedad para quitarle terreno a un vecino, ¿qué delito mucho mayor es alterar los hitos sociales, los cimientos bíblicos de la ley y la sociedad, y por consiguiente acarrear la muerte a ese orden social? Si es un delito robar bancos, es un delito robar y asesinar a un orden social.