1. CUANDO SE TIENTA A DIOS
El noveno mandamiento, «No
hablarás contra tu prójimo falso testimonio» (Éx 20: 16), se ha malinterpretado
como que quiere decir: «En todo momento y bajo toda circunstancia debes decir
la verdad a todos los hombres que te pregunten algo».
El 15 y 16 de octubre de 1959
este escritor habló en una conferencia para maestros de escuelas cristianas en
Lynden, Washington. La sustancia de las conferencias, con material adicional,
más tarde se publicó como un libro, Intellectual
Schizophrenia [Esquizofrenia intelectual]. Durante
las conferencias, y después de la publicación, varios religiosos «reformados»
atacaron acerbamente a este escritor por sus comentarios respecto a Rahab y su
mentira sobre los espías israelitas a quienes escondió, y cuyas vidas salvó. Se
destacó lo siguiente:
Rahab tuvo que tomar una
decisión:
(1)
Podía decir la verdad y entregar a los espías, dos hombres santos, a la muerte.
(2) Podía mentir y salvarles la vida. Este es el tipo de situación que
el moralista detesta y rehúsa aceptar.
Cualquier curso de acción incluye
algún mal, por más que el moralista trate de negarlo. La pregunta es: ¿Cuál es
el menor de los males? Nuestras opciones raras veces son entre blanco y negro;
rara vez tenemos el lujo poder tomar una decisión absoluta. Pero lo que sí
tenemos es la oportunidad continua de tomar decisiones según una fe absoluta,
por gris que sea la situación inmediata.
Esta fe la tuvo Rahab. El que
ella mintiera o no era relativamente sin importancia comparado con la vida de
dos hombres de Dios. Mintió y les salvó la vida. Por eso Santiago la destaca,
junto con Abraham, como un ejemplo de fe vital, de fe que no fue una mera
opinión sino una cuestión de vida y acción (Stg 2:25). Repito: Hebreos 11:31
destaca este mismo acto como un ejemplo de verdadera fe. Es una evasión inútil
tratar de extraer algo del hecho como digno de elogio en tanto que se le
condena por la mentira, y por violación de la unidad de la vida.
Rahab mintió, pero su mentira
representaba una opción moral entre hacerlo o enviar a dos hombres santos a la
muerte, y por eso ella llegó a ser antepasada de Jesucristo (Mt 1: 5). Para el
moralista, es importante mantenerse firme en su santurronería, y la alternativa
de Rahab es intolerable, porque eso hace un tipo de pecado ineludible a veces.
Para el hombre santo, que se pone
firme no en su justicia, sino en la justicia de Cristo, su pureza no es lo
importante, sino que se haga la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios, en
esta situación, sin duda era que se les salvara la vida a los espías, y no que
la persona saliera de la situación pudiendo decir: Nunca digo una mentira.
Pero, nos dice el moralista, si
Rahab hubiera dicho la verdad, Dios habría estado obligado a honrar su
integridad y librarla a ella y a los espías, pues Rahab tenía la obligación de
decir la verdad independientemente de las consecuencias.
AQUÍ INTERVIENEN VARIAS FALACIAS
CARACTERÍSTICAS DEL MORALISMO:
1.
Se sostiene que la decisión moral es algo sencillo, sin complicaciones, racional.
2.
Una decisión siempre es entre el bien y el mal absolutos.
3.
La cuestión central siempre es la preservación de la pureza moral del individuo
antes que un factor trascendente.
4.
La justicia poética siempre opera; la virtud siempre es rescatada y
recompensada, y la verdad siempre sale triunfante.
Pero esto no es cristianismo
bíblico, sino deísmo del siglo 18 ¡con una fuerte dosis de cuentos de hada!
Pablo podía decir, haciendo eco del Salmo 44: 22: «Por causa de ti somos
muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero» (Ro 8: 36). El
que las Escrituras afirmen un postrer triunfo de los píos (no los morales)
está más allá de toda duda, pero eso no confirma el concepto de la justicia poética.
No podemos permitir que se proyecte en las Escrituras una falsificación tan
radical de la fe.
La doctrina de que la justicia
poética funciona requiere que se rescriban las Escrituras, la Historia y la
literatura.
Estos críticos han insistido en
que Dios bendecirá y librará a la persona que dice la verdad en todo momento.
Hay que añadir que estos defensores de decir la verdad en todo momento han sido
notorios mentirosos. Piensan que tienen el derecho de negar que hayan hecho
alguna declaración a menos que se reproduzcan las palabras exactas, hasta la
última sílaba, de manera exacta. Tal razonamiento farisaico es característico
de su manera de pensar.
Sin embargo, ¿nos exige Dios que
digamos la verdad en todo momento? Tal proposición es altamente cuestionable.
El mandamiento es muy claro: no debemos decir falso testimonio contra nuestro
prójimo, pero esto no quiere decir que nuestro prójimo o nuestro enemigo
siempre tenga derecho a oír de nosotros la verdad, o alguna palabra, en
cuestiones que no les incumben, o que son de naturaleza privada para nosotros.
Ningún enemigo o criminal tiene
derecho alguno a recibir de nosotros ningún conocimiento que pudiera usar para
hacernos mal. Las Escrituras no condenan a Abraham y a Isaac por mentir a fin
de evitar asesinato y violación (Gn 12: 11-13; 20: 2; 26:6, 7); por el
contrario, Dios los bendice ricamente a ambos, y los hombres que los pusieron
en una posición tan desdichada reciben condenación y castigo (Gn 12: 15-20; 20:
3-18; 26:10-16).
Tales ejemplos abundan en las
Escrituras. Nadie que trata de hacernos daño, de violar la Ley con respecto a
nosotros o a otra persona, tiene derecho a la verdad.
Más que eso, hay base bíblica
para decir que es un mal decirles la verdad a los hombres malos y permitirles
con ello que aceleren su mal. Asaf declaró: «Si veías al ladrón, tú corrías con
él, y con los adúlteros era tu parte» (Sal 50: 18). Ver el robo y guardar
silencio es ser parte del robo. Ver a los hombres planeando robo o asesinato, y
luego responder con la verdad respecto a dónde se halla el hombre, la mujer o
la propiedad que quieren matar, violar o robar es ser parte de su delito. Decir
la verdad en un caso así es tener participación en el delito.
En ese sentido Rahab, si hubiera
dicho la verdad, hubiera sido cómplice de la muerte de dos hombres.
El hecho de que el noveno
mandamiento no requiera o exija que se renuncie a la intimidad se ha reconocido
por largo tiempo y se ha plasmado como ley. La quinta enmienda a la
Constitución de los Estados Unidos de 1787 declara que a nadie «se le obligará,
en ningún caso penal, a ser testigo contra sí mismo». Un hombre puede confesar;
puede decidir testificar a su propio favor, en cuyo caso no debe perjurar; pero
no se le puede obligar a ser testigo contra sí mismo.
Si testifica a su favor, no se le
pueden hacer preguntas ajenas al caso entre manos. Por esta razón, el cristiano
debe oponerse al uso del detector de mentiras con cualquier hombre,
voluntariamente o de otra índole, porque al sujeto así se le puede obligar a testificar
sobre cuestiones ajenas y por consiguiente invadir su privacidad.
Para volver al asunto de la
veracidad, el cristiano está bajo obligación ante Dios de decir la verdad en
todo momento en donde existe comunicación normal.
Este decir la verdad no quiere
decir exponer nuestra privacidad, sino dar un testimonio verdadero en relación
con nuestro prójimo. No se aplica a acciones de guerra. Espiar es legítimo, y
también lo son los métodos engañosos en la guerra.
LA PROTECCIÓN CONTRA LOS LADRONES
EXIGE OCULTACIÓN Y PAREDES.
Pensar que podemos decir la
verdad en una situación comparable a la de Rahab, y que Dios milagrosamente nos
librará a nosotros y a los hombres cuyas vidas están en juego, no solo es
insensato sino también teología demoniaca. Sostener que Dios debe librarnos en
tales circunstancias es ceder a la tentación satánica de someter a Dios a
prueba.
La segunda tentación de Satanás a
Jesucristo, el último o segundo Adán, era que se arrojara del pináculo del
templo y exigiera que Dios lo rescatara. Jesús le dijo a Satanás: «Escrito está
también: No tentarás al Señor tu Dios» (Mt 4: 7). Jesucristo dejó en claro que
nadie podía someter a Dios a prueba, ni imponerle requisitos. Nadie puede
imprudentemente exponer a dos hombres a la muerte so pretexto de su deber de
decir la verdad a pesar de las circunstancias, esperando que Dios libre a los
hombres cuando el mismo individuo se niega a librarlos. Fue Satanás el que
sostuvo que el hombre tenía el deber de someter a Dios a prueba: «¿Conque Dios
os ha dicho…?» (Gn 3: 1).
Al respecto, la posición de John
Murray, destacado teólogo, merece examen.
En respuesta a la pregunta: «¿Qué
es la verdad?» Murray dijo:
La respuesta de nuestro Señor a
Tomás: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Jn 14: 6) señala la
dirección en la que debemos hallar la respuesta.
Debemos tener en mente que «la
verdad» en el uso de Juan no es tanto la verdad en contraste con lo falso, o lo
real en contraste con lo ficticio. Es lo absoluto en contraste con lo relativo,
lo supremo en contraste con lo derivado, lo eterno en contraste con lo
temporal, lo permanente en contraste con lo pasajero, lo completo en contraste
con lo parcial, lo sustancial en contraste con la sombra.
Jesús, al declarar que Él era la
verdad, «está enunciando el asombroso hecho de que pertenece a lo supremo, lo
eterno, lo absoluto, lo no derivado, lo completo».
La verdad se refiere a «la
santidad del ser de Dios como el Dios viviente y verdadero.
Él es el Dios de verdad y toda la
verdad deriva de Él su santidad ». Murray reconoció la validez de ocultar la
verdad:
Es muy cierto que las Escrituras
permiten ocultar la verdad de los que no tienen derecho a ella. De inmediato
reconocemos la justicia de esto. ¡Qué intolerable sería la vida si estuviéramos
bajo la obligación de revelar toda la verdad!
Y EL OCULTARLA ES A MENUDO UNA
OBLIGACIÓN QUE LA MISMA VERDAD REQUIERE.
«El que anda en chismes descubre
el secreto; Mas el de espíritu fiel lo guarda todo» (Pr 11: 13). También es
cierto que los hombres a menudo abdican su derecho a saber la verdad y no
estamos bajo obligación de trasmitírsela.
Sin embargo, sobre el caso de
Rahab, y otros parecidos en las Escrituras, Murray se equivoca:
No debe pasar inadvertido que las
Escrituras del Nuevo Testamento que elogian a Rahab por su fe y obras hacen
alusión solo al hecho de que recibió a los espías y los envió por otro camino.
No se puede levantar dudas en cuanto a la propiedad de estas acciones por
ocultar a los espías de los emisarios del rey de Jericó.
La aprobación de las acciones no
implica, ni por lógica ni en términos de la analogía provista por las
Escrituras, la aprobación de la falsedad específica que se le dio al rey de
Jericó. Es teología extraña la que insiste que la aprobación de su fe y obras
al recibir a los espías y ayudarlos a escapar debe abrazar la aprobación de todas las acciones asociadas con su conducta
encomiable.
Al contrario de Murray, debemos
insistir en que es una teología muy extraña la que reconoce que Dios aprobó la
fe y la acción de Rahab, pero que la mentira con la que logró el rescate de
alguna manera era mala. La posición de Murray no tiene evidencia bíblica;
significa dividir erróneamente la Palabra, tratar de separar un hecho de sí
mismo, y negar que el elogio de Dios del hecho en verdad fuera un elogio.
El mismo contrasentido farisaico
se dice respecto a las parteras que salvaron la vida de los israelitas recién
nacidos, a los que debían matar al nacer. Según Murray:
La evidente prevaricación de las
parteras de Egipto se ha argumentado como respaldo a la falsedad bajo las
condiciones apropiadas. «Y las parteras respondieron a Faraón: Porque las
mujeres hebreas no son como las egipcias; pues son robustas, y dan a luz antes
que la partera venga a ellas. Y Dios hizo bien a las parteras; y el pueblo se multiplicó
y se fortaleció en gran manera» (Éx 1:19, 20). La yuxtaposición aquí parece
llevar el endoso de la respuesta al faraón.
Concedamos, sin embargo, que las
parteras en efecto dijeron una falsedad y que su respuesta fue en realidad
falsa. Con todo, no hay respaldo para concluir que se endose la falsedad, mucho
menos que es la falsedad lo que se tiene a la vista cuando leemos: «Y Dios hizo
bien a las parteras» (Éx 1: 20).
Las parteras temieron a Dios al
desobedecer al rey y fue debido a que temieron a Dios que el Señor las bendijo
(cf. vv. 17, 21). No es nada extraño que su temor de Dios haya coexistido con
la debilidad moral. El caso es que no hay respaldo para la falsedad que se
pueda derivar de este ejemplo más que de los casos de Jacob y Rahab.
Ese es un razonamiento asombroso.
Murray llama el informe de las parteras «prevaricación» y «falsedad»; más
sinceramente, llamémoslo una mentira. Incluso más, ¿qué podemos llamar a la
separación que hace Murray entre la mentira de las parteras que salvaron la
vida de los nenes sentenciados a muerte y la bendición de Dios sobre las
parteras? Está claro que se presenta como causa y efecto.
Las parteras mintieron porque
temieron a Dios más que al faraón. Su temor a Dios se manifestó precisamente en
la mentira, a riesgo posiblemente de su vida, para salvar la vida de los niños
del pacto de Dios. Su mentira no fue, al revés de lo que dice Murray,
«debilidad moral» sino valor moral, así como lo fue la mentira de Rahab.
La debilidad moral en el asunto
es enteramente de Murray y sus seguidores.
El faraón estaba en guerra contra
Dios y contra Israel; había esclavizado a Israel, maltratado a su pueblo, y a
sus recién nacidos los había sentenciado a muerte.
Esto era una guerra; incluso más,
era asesinato legalizado y en masa. Las parteras le mintieron al faraón para
salvar las vidas de los niños. Era mentir; estaba claramente justificado. Y
Dios lo bendijo.
HAY UNA LARGA TRADICIÓN AQUÍ DE
FILTRAR EL MOSQUITO Y TRAGARSE EL CAMELLO.
San Agustín se entregó a un
razonamiento peculiar para aceptar la afirmación de las Escrituras con respecto
a las parteras. Declaró: «Si una persona que solía decir mentiras para hacer
daño viene a decirlas por razón de hacer el bien, la persona ha hecho gran
progreso».
En otras palabras, las parteras
habían sido horribles mentirosas, y habían mejorado: ¡mintieron por una buena
causa! Para Agustín, «estos testimonios de las Escrituras no tienen otro
significado que el que jamás debemos decir una mentira». Si siempre decimos la
verdad, decía Agustín, usando mal un pasaje, Dios siempre abrirá un camino de
escape (1ª Co 10: 13).
Las parteras también sufrieron a
manos de Calvino, a pesar de la bendición de Dios. Según Calvino:
En la respuesta de las parteras
hay que observar dos males, puesto que ninguna confesó su piedad con llaneza
apropiada, y lo que es peor, escapó mediante falsedad. Si bien se deben
reconocer ambas cosas, de que las dos mujeres mintieron, y, puesto que la
mentira es desagradable a Dios, que pecaron tampoco hay ninguna contradicción
con esto en el hecho de que se les elogia dos veces por su temor a Dios, y que
se dice que Dios las recompensó; porque en su indulgencia paternal con sus
hijos Él todavía valora sus buenas obras, como si fueran puras, a pesar de que
puedan haber estado contaminadas por alguna mezcla de impureza.
Es más, no hay acción tan
perfecta como para estar absolutamente libre de mancha; aunque parezca más
evidente en algunos que en otros. Así que, aunque estas mujeres fueron
demasiado pusilánimes y tímidas en su respuesta, debido a que actuaron con
fortaleza y valor, Dios soportó en ellas el pecado que de otra manera hubiera
condenado merecidamente.
Calvino no solo hubiera hecho que
las parteras le dijeran la verdad al faraón, sino también que le dieran
testimonio, convirtiendo a la audiencia en un tipo de culto de testimonios. No
solo que un testimonio de las dos mujeres hubiera sido imposible en una
audiencia real, sino que hubiera sido inmoral en términos de las palabras de
Cristo: «No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de
los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen» (Mt 7: 6).
Mucho más en las Escrituras
desmiente la creencia de Calvino de que las mujeres debían haberle testificado
al faraón. Según Salomón:
El que corrige al escarnecedor,
se acarrea afrenta; el que reprende al impío, se atrae mancha.
No reprendas al escarnecedor,
para que no te aborrezca; corrige al sabio, y te amará (Pr 9: 7, 8).
En algo Calvino tenía razón; las
mujeres mintieron, pero, a pesar de Calvino,
DIOS DE NINGUNA MANERA DESAPROBÓ SU
ACCIÓN.
No obstante, Hodge citó el caso
de las parteras como «una intención de engañar» que no fue «culpable». Él no
amplió el punto, sin embargo, y desdichadamente, su posición ha tenido
demasiados pocos seguidores. Park elogió a las parteras, pero basa la acción de
ellas en un «sentido humanitario» y la llama «verdadera religión», lo que le da
al texto un giro humanista que no está allí.
El teólogo presbiteriano del sur
Dabney, al analizar el significado del noveno mandamiento, declaró que «el
hombre puede matar, cuando la vida culpable se entregue a Dios y él autorice al
hombre que la destruya, como agente Suyo. Por lo tanto, supongo yo, los
propósitos extremos de agresión injusta y maligna, dirigidos contra nuestra
propia existencia, constituyen una falsificación de derechos por parte de un
atacante culpable». La agresión inicua resulta ser «una falsificación de
derechos de parte del atacante culpable», y Rahab, las parteras y otros santos
de la antigüedad son inocentes.
Las Escrituras hablan en
abundancia del hecho de que Dios detesta la mentira (Pr 6: 16-19; 12: 22; Lv
19: 11; Col 3: 9, etc.). Se dice que Satanás es el padre de las mentiras (Jn 8:
44; Hch 5: 3). Los que critican a Rahab y a las parteras (tanto como a Abraham,
Isaac y los demás) no citan versículos como 1ª Reyes 22: 22, 23, en donde se
declara que Dios puso un espíritu mentiroso en la bocas de los falsos profetas
a fin de engañar a un rey falso. Esto se debe a que esto está contra su
absolutismo. Y eso es el meollo del asunto.
¿Debemos, de manera platónica, absolutizar
la veracidad como una palabra, idea o universalidad por encima de Dios, o solo
Dios es absoluto? Absolutizar el decir la verdad es hacer de las Escrituras un
absurdo, porque Dios en su poder soberano es el único absoluto. La veracidad
está siempre en relación con Dios, y en términos del Dios absoluto y su Ley.
El hombre tiene la obligación de
decir la verdad en todas las circunstancias normales, pero no podemos permitir
que los malos roben, asesinen o violen por decir nosotros la verdad, que debe
en todo momento tener relación con un Dios absoluto antes que con una idea
absoluta.
El Catecismo Menor de
Westminster, en las preguntas 77 y 78, nos lleva al corazón del asunto con sus
respuestas:
P. 77. ¿Qué se exige en el Noveno
Mandamiento?
R. El noveno mandamiento exige
que sostengamos y promovamos la verdad entre hombre y hombre como también
nuestra buena fama y la de nuestro prójimo. Especialmente al dar testimonio.
Efesios 4: 25; 1ª Pedro 3: 16; Hechos 25: 10; 3 Juan 12 Proverbios 14: 5, 25.
P. 78. ¿Qué se prohíbe en el
noveno mandamiento?
R. El noveno mandamiento prohíbe
todo lo que perjudica a la verdad, o que daña a nuestro buen nombre o al de
nuestro prójimo. Colosenses 3:9; Salmo 12:3; 2 Corintios 8:20, 21; Salmo 15:3.
Si esta ley no nos permite
perjudicar «el buen nombre de nuestro prójimo», ¿cuánto menos se nos permite
ayudar a hombres malos para que roben su propiedad, violen a las mujeres de su
familia o lo maten? La veracidad bajo tales circunstancias no es una virtud,
sino cobardía moral.
El concepto de veracidad
implícito en los que critican a Rahab, las parteras, Abraham, Isaac y otros, se
relaciona con una doctrina pagana de santificación. En el paganismo, la
perfección propia del individuo es el ideal religioso y el propósito de la
santificación. El individuo perfecto es su propio supremo.
La meta que se persigue, sea por
los sufíes o Buda, no se refiere a Dios y su orden legal, y muy a menudo tiene
escasa relación con otros hombres. El yo es el mundo de la santidad pagana, y
la perfección del yo, la meta. El resultado es un concepto de santidad y de
veracidad que es abstracto. En
otras palabras, se le abstrae de la realidad de Dios y su ley, y de la realidad
de un mundo en guerra.
Un moralismo abstracto y no
cristiano puede declarar que es santo decir la verdad a los enemigos y con ello
conducir a la masacre de amigos, prójimos y seres queridos, porque la única cuestión
es la pureza abstracta del alma. Tal doctrina no es cristiana.
2. LA SANTIFICACIÓN Y LA LEY
Puesto que el noveno mandamiento,
como el tercero, tiene que ver con la palabra hablada, es importante en este
respecto volver a enunciar y examinar con cuidado una palabra particular en la
ley de Dios: «santo». La Ley se da repetidas veces como el medio de santidad o
santificación, y la exigencia: «Santos seréis, porque santo soy yo Jehová
vuestro Dios» (Lv 19: 2), es un prefijo en la Ley a toda ley.
Esta cita de Levítico 19:2, es un
prefijo a la prohibición del chisme y del falso testimonio en la corte (Lv 19: 16).
La Ley es el camino a la
santidad, el camino a la santificación. A una porción del Pentateuco en verdad
se le llama «el código de santidad» (Lv 17—26) debido a su insistencia especial
en la ley como medio de santificación. De principio a fin, las Escrituras dejan
en claro que la salvación, la justificación, es por la gracia de Dios y por fe,
y que la santificación es por la Ley, la ley de Dios.
El pecado del fariseísmo fue que
convirtió la Ley, y las obras de la Ley, en el medio de salvación. En el
proceso, también adulteró la ley y dio primacía a su reinterpretación de la
misma. La ley quedó así empañada en su significado y se le dio una función que
no le correspondía. Mucho se ha escrito sobre los pecados del fariseísmo que no
se necesita repetir aquí. Demasiado poco se ha dicho de los pecados comparables
y a menudo la apostasía de la iglesia con respecto a la ley.
La infiltración del pensamiento
helénico en la comunidad cristiana significó, entre otras cosas, la
introducción de una nueva doctrina de la santificación. La doctrina bíblica es
por completo práctica; pide la sumisión progresiva del hombre y del mundo a la
ley de Dios. Es un programa de conquista y victoria. Incluso su observancia
parcial ha servido para dar eminencia a un pueblo o cultura. La grandeza de la
cultura medieval se edificó sobre el lecho de roca de una obediencia a la ley,
y lo mismo fue cierto del puritanismo. El poder de permanencia de los judíos frente
a las adversidades se ha medido por su lealtad a la ley.
Pero el pensamiento helenista,
como todas las filosofías paganas de su día, era dualista. El mundo era
básicamente dos sustancias o seres separados, mantenidos juntos en tensión
dialéctica. Por un lado, había espíritu, luz, o la bondad, o el dios bueno; por
el otro, la materia, la oscuridad, o el mal, o el dios malo. Si se empujaba la
división un poco demasiado lejos, el resultado era un colapso de la dialéctica y
alguna forma de dualismo radical, una forma en la cual la relación dialéctica
se quebrantaba y quedaban dos mundos enajenados y en guerra.
La salvación, tanto en la
perspectiva dialéctica como dualista, era la liberación del orden malo al orden
bueno, de la materia al espíritu, de la voluntad a la razón, de las
preocupaciones materiales a las preocupaciones espirituales, o quizá viceversa.
En lugar del hombre completo, mente y voluntad, materia y espíritu, un ser
caído, solo un segmento de él era caído, mientras que el otro seguía siendo por
naturaleza puro.
En tal perspectiva, tanto la
salvación como la santificación implicaban una deserción de un campo al otro.
La santificación significaba olvidarse del mundo; significaba «espiritualidad»
y ejercicios espirituales. Antes que la iglesia quedara infectada por tal
pensamiento, los creyentes judíos que eran helénicos en su pensamiento ya
habían escogido la senda del ascetismo y la renuncia a las cosas terrenales.
El mundo helénico estaba
produciendo una gran variedad de ascetas que estaban abandonando el mundo y la
carne a fin de ganar santidad. Simón el Estilita (390-459) mostró tener más
influencia del culto sirio pagano de Atargatis que de cualquier fe bíblica.
Simón vivió en una columna de unos 20 metros de altura, encima de la cual había
una plataforma de un metro cuadrado; y allí pasó 37 años en toda clase de
austeridades peregrinas.
Durante 40 años de su vida pasó toda
la cuaresma sin tomar ningún alimento. Las prácticas de Simón el Estilita no
tienen nada que ver con la santidad bíblica. Eran un desprecio neoplatónico y pagano
de la carne y un intento de trascenderla.
Una crónica larga y espantosa de
horrores se pudiera citar para ilustrar las maneras en que los hombres han
buscado la santificación aparte de la ley. La tortura propia, flagelaciones,
ayunos, cilicios, y una gran variedad de artificios se han usado a fin de dar
santificación al buscador. Los resultados no han sido ni paz ni santidad. Los
hombres se han cubierto de ramas de espinos, han tratado a su cuerpo como
enemigo satánico, y con todo han hallado que el mal se halla en la esencia de
sus pensamientos. Sus cuerpos débiles no resultaron en almas fuertes.
La Reforma enunció de nuevo con
claridad la doctrina de la justificación, pero no aclaró la doctrina de la
santificación. La confusión es evidente en la Confesión de Fe de Westminster;
el capítulo XIII: «De la santificación» es excelente hasta donde llega, pero no
especifica con precisión cuál es el camino
a la santificación.
En el capítulo XIX: «De la Ley de
Dios», aparece uno de los errores de la Confesión: se pone a Adán bajo «un
pacto de obras», la Ley. Sin embargo, en el párrafo II, se dice que «Esta ley,
después de su caída, continuó siendo una regla perfecta de justicia, y, como
tal, la entregó Dios en el monte Sinaí, en diez mandamientos, y escritos en dos
tablas». La ley entonces se ve como la regla de justicia, como el camino de la
santificación. Sin embargo, en el párrafo IV, sin ninguna confirmación de las
Escrituras, se dice que las «leyes judiciales» de la Biblia «expiraron» con el
Antiguo Testamento.
Ya hemos visto antes lo imposible
que es separar cualquier ley de las Escrituras como sugieren los teólogos de
Westminster. ¿En qué respecto es «No hurtarás» válido como ley moral, y no
válido como ley civil o judicial? Si insistimos en esta distinción, estamos
diciendo que el estado puede robar, estar por encima de la ley, mientras que el
individuo está bajo la ley.
En este punto, la Confesión es
culpable de contrasentido. En el párrafo VI, se dice que la ley es «una regla
de ley que informa» a los creyentes «de la voluntad de Dios y su deber; los
dirige y los obliga a andar en consonancia». Eso que es una regla de vida para el
hombre es también una regla de vida para sus tribunales, gobiernos civiles e instituciones,
o de lo contrario Dios es solamente Dios del individuo y no de las instituciones.
Un poco antes, la Fórmula de
Concord (1576) había declarado, en el Artículo V, II: «Creemos, enseñamos y
confesamos que la ley es propiamente una doctrina revelada divinamente, que enseña
lo que es justo y aceptable a Dios, y que también denuncia lo que es pecado y
opuesto a la voluntad divina».
En el Artículo VI se declaraba
que la ley era, en su tercer propósito, «que los hombres regenerados, a todos
los cuales, no obstante, mucho de la carne todavía se aferra, por esa misma razón
puedan tener ciertas reglas por las cuales puedan y deban modelar sus vidas».
La ley nos da el camino de la santificación en oposición al «impulso de la devoción
diseñada por uno mismo» (Artículo VI, Afirmativo III).
A pesar de este excelente
enunciado anterior, el protestantismo en gran medida ha soslayado la ley como
camino de santificación a favor del «impulso de devoción diseñado por uno
mismo». Además, mientras más se ha seguido por este rumbo, más santurrón y
farisaico se ha vuelto, un curso natural en donde los hombres dejan sin ningún
efecto la palabra de Dios mediante sus tradiciones (Mt 15: 6-9).
La persona santificada en el
protestantismo es demasiado a menudo un transgresor de la ley santurrón que
asiste a la escuela dominical, al culto en la iglesia dos veces cada domingo, a
la reunión de oración entre semana, da testimonio cuando se le pide, y se
asombra si se le dice que la ley de Dios, antes que los ejercicios espirituales
que pueda hacer el hombre, constituye el medio de santificación. Muchos predicadores
hacen énfasis en largas horas de oración como señal de santidad, en abierto
desprecio a la condenación que hizo Cristo de aquellos que pensaban que, mediante
sus largas oraciones, «por su palabrería serán oídos» (Mt 6: 7).
En las iglesias arminianas, y
especialmente en las llamadas iglesias de «santidad» (pentecostales y otras),
la santificación va asociada con varios desenfrenos emocionales que se
aproximan mucho más a los métodos de la adoración a Baal que, en casos
extremos, incluían sajarse e incluso castrarse uno mismo (1ª R 18: 28).
San Pablo dijo de los judaizantes
que estaban sustituyendo la ley por la gracia y luego las tradiciones de los
hombres por la ley de Dios que deseaba que estos hombres que lo ponían en
entredicho y atormentaban a las iglesias demostrarían su mayor santidad
mediante su propia lógica: «¡Ojalá se castraran de una vez!» (Ge 5: 12, PDT).
El comentario de Lenski aquí es certero:
CON SU CIRCUNCISIÓN ESTOS JUDAIZANTES
QUERÍAN GANARLE A PABLO Y QUITARLES A LOS GÁLATAS.
Pero si no tenían que ofrecer más
de lo que Pablo ofrecía, si, como aducían, este todavía predicaba también la
circuncisión, ¿cómo iban a poder ganarle? Pues bien, había una manera; ¡y bien
que debían probarla! ¡Castrarse ellos mismos! Así podrían, en verdad, dejar
atrás a Pablo quien, como ellos decían, todavía predicaba solo la circuncisión.
Puesto que estos hombres no
tenían ley, sino solo tradiciones de hombres, ¡la manera lógica de demostrar su
superioridad a la carne era cortarla en su punto crítico!
Más de una vez, en la historia de
la iglesia, se ha sucumbido a esta tentación como medio de santidad, y Orígenes
es el ejemplo más conocido. Donde la santificación es una cuestión de
ejercicios espirituales bajo «un impulso de devoción diseñada por uno mismo»,
abundan toda clase de errores sentía superior a otros, que testificaba que
debido a que él había sido un pecador mayor, podía dar un mayor testimonio y
ser más santificador para la congregación.
Anteriormente había adulterado
con «una hermana predicadora» y con dos mujeres casadas al mismo tiempo, todo
lo cual le hacía más «santo» porque ostensiblemente había sido perdonado más.
En la década de 1950 y en buena
parte de la década de la de 1960, la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa estuvo en
serios problemas y dividida por el asunto de las enseñanzas Peniel, que habían
infectado a muchos de sus ministros más fervorosos.
Estos hombres, profundamente
preocupados por la falta de crecimiento espiritual en sus miembros, empezaron a
buscar una respuesta en la guía del Espíritu Santo. Debido a que se buscaba la
santificación por el Espíritu Santo pero sin referencia a la ley, el resultado
fue irracionalismo y orgullo espiritual, iniquidad básica. Por desdicha, estos eran
hombres que percibían la necesidad de crecimiento, lo inadecuado de la
predicación y vida actuales, y que sentían que la santificación de alguna
manera era la clave.
Su búsqueda de un medio de
santificación aparte de la ley fue un fracaso radical. Por otro lado, los que
los condenaron continuaron en su inmadurez espiritual, o, más comúnmente, en su
condición estéril, eunucos espirituales por decisión propia.
Los modernistas han negado ambas
doctrinas bíblicas, la justificación y la santificación. Han vuelto a un
fariseísmo modificado y han tratado de salvar al hombre por las obras y
tradiciones del hombre. El amor llega a ser el medio de santificación, un amor
indiscriminado a todos los hombres. Debido a su antinomianismo radical, el
modernismo a menudo se lleva bien con varios aspectos del pentecostalismo,
particularmente el hablar en lenguas. En todas estas manifestaciones, el camino
del hombre es primordial.
En nuestro análisis sobre la
veracidad se llamó la atención al concepto abstracto de santidad inherente a
muchos religiosos, doctrina que es en esencia paganismo.
Al individuo perfecto se le ve
como su propio ser supremo. Sus acciones se abstraen de la realidad de Dios y
su mundo, y se insiste en un estándar abstracto de realidad y santidad. La
perfección personal de las parteras de Egipto (Éx 1: 17-21) hubiera sido más
importante que cualquier otra cosa.
Los defensores de esta posición
dentro de la iglesia están prestos a decir que esta perfección es la perfección
bíblica y el deseo de Dios, pero contradicen las Escrituras y desaprueban lo
que Dios a todas luces aprueba. Es más importante para ellos que Rahab, las parteras
y ellos mismos hubieran preservado su pureza abstracta, que el que se salvaran
vidas santas en la guerra del mundo contra Dios.
Con esto en mente, examinemos la
definición de santificación según la da un erudito calvinista muy capaz. Según
Berkhof, «la santificación puede definirse como aquella operación bondadosa y continua del Espíritu Santo, mediante la
cual Él, al pecador justificado lo
liberta de la corrupción del pecado, renueva toda su naturaleza a la imagen de Dios y lo capacita
para hacer buenas obras». Hasta donde llega, esta definición es buena,
pero, ¿cómo se han de definir las buenas obras?
¿Cómo sabemos específica y
precisamente qué son buenas obras? Según Berkhof, «buenas obras» son las «que
en su cualidad moral son diferentes en esencia de las acciones de los que no
son regenerados, y que son la expresión de una naturaleza nueva y santa, como
el principio del cual brotan». Esto sigue siendo muy vago.
Luego Berkhof añade: «No están
hechas solo en conformidad externa con la Ley de Dios, sino que se hacen en
obediencia consciente a la voluntad revelada de Dios, es decir, porque son
requeridas por Dios». Aquí, finalmente, la verdad sale: la santificación en
efecto requiere obediencia a la Ley de Dios porque Dios la ordena.
Puesto que la Ley es primordial
para la santificación, ¿por qué mencionarla solo de una manera superficial en
un capítulo de 17 páginas, y apenas de paso? No en balde la mayoría de las
personas no captan este punto y buscan la santificación, no en la Ley, sino en
los ejercicios espirituales.
Anteriormente, tanto en la
enseñanza como en la práctica, la Ley era la regla de santificación. La Ley era
fundamental para la santificación en la Iglesia medieval, aunque se llegó a
añadirle mandamientos de la Iglesia, y también fue la regla en muchos círculos
protestantes. Así Heyns, al escribir sobre la santificación, describió «La ley
de Dios como regla», declarando entre otras cosas:
Nosotros, sin embargo,
confesamos: «según la ley», lo que quiere decir que solo la Ley es la regla de
santificación, porque así lo enseña la palabra de Dios. Is 8: 20; Sal 119: 105.
Y nuestros padres tuvieron tanto celo por adherirse a las ordenanzas de Dios y
solo a ellas, que incluso objetaron la observancia de los días festivos
cristianos y cultos de oración entre semana. Temían que desear a ser más que lo
que el Señor había ordenado en su Palabra resultara en una relajación con
respecto a lo que Él había instituido.
Is 8: 20: ¡A la ley y al
testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido. Sal
119: 105: Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.
Pues bien, en muchos sectores del
evangelicalismo protestante, la santificación se iguala con asistir a la
iglesia dos veces cada domingo, y al culto de oración entre semana también.
Pero tales prácticas no satisfacen el hambre espiritual del hombre, y se añaden
otros ejercicios espirituales.
Un médico de Los Ángeles empezó, mientras
estaba todavía en Berkeley en 1942, a poner su despertador para las 5:30 a.m.,
a fin de pasar una hora en oración. Informó de su experiencia la primera mañana:
Entré a tientas a nuestra sala a
oscuras. Encendí una luz, me arrodillé frente al sofá y empecé a orar.
Oré por mi familia, amigos,
pacientes, los demás médicos del hospital, médicos en otros hospitales, médicos
que no tenían hospitales, nuestro país, nuestros soldados, el enemigo, todos
los misioneros que conocía. Al fin miré mi reloj. Habían pasado solo 20
minutos.
Volví a recorrer toda lista con
más detalle, y por lo menos 60 minutos avanzaron con lentitud. Quedé agotado.
Semana tras semana, Dios no solo
se hacía más real para mí, sino que llegaba a ser el significado de toda
realidad, y la hora que al inicio me había parecido tan larga ahora llegó a ser
más y más preciosa. Toda mi vida, en verdad, fue diferente, y sabía que la
inversión de tiempo estaba dando resultados.
Después de la guerra el médico
estableció un grupo de oración en Berkeley. Yo no conozco al médico
personalmente, pero muchos de los miembros de su grupo eran conocidos míos, así
como también algunos de su audiencia. En todos relucía una fuerte
santurronería, se habían vuelto adeptos a las largas oraciones, y se
preocupaban de que su método fuera la clave del verdadero crecimiento
espiritual y la santificación.
El único resultado visible de
este «impulso de devoción diseñada por uno mismo» era un crecimiento en
fariseísmo, y un creciente desinterés por todo conocimiento real de las
Escrituras. La oración sin guardar la Ley puede inducir a la autosatisfacción,
pero solo la oración junto con guardar la Ley honra a Dios. Recibí, en verdad,
algunos valiosos estudios teológicos y bíblicos de un miembro del grupo que
ahora se interesaba en esta vida «más profunda». La condenación de nuestro
Señor de los «que piensan que por su palabrería serán oídos» (Mt 6: 7) todavía
sigue en pie.
El llamado a la santificación:
«Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios» (Lv 19:2) es una convocatoria a obedecer la Ley; es la
regla de la santificación.
No hay una nueva palabra; es tan
vieja como las Escrituras. La enseñaron muchos santos en toda la Edad Media, y
fue primordial para la perspectiva del útero de Lutero. En su comentario sobre
Romanos 3:31, «confirmamos la ley»,
Lutero declaró:
Por otro lado, la Ley se
establece y confirma cuando se presta atención a sus exigencias y
convocatorias. En ese sentido el apóstol dice: «confirmamos la ley»; es decir,
decimos que se obedece y cumple por fe. Pero ustedes que enseñan que las obras
de la Ley justifican sin fe, invalidan la Ley; porque ustedes no la obedecen;
en verdad, enseñan que su cumplimiento no es necesario; la Ley se establece en nosotros cuando la cumplimos de
buena voluntad y en verdad.
Pero esto no se puede hacer sin
fe. Destruyen el pacto de Dios (de la Ley) los que están sin la gracia divina
que se concede a los que creen en Cristo.
Además, en su Catecismo Menor,
Lutero enseñó: «La ley nos enseña a los cristianos qué obras debemos hacer para
llevar una vida que agrade a Dios. (Una regla)».
Desdichadamente, en otros lugares
Lutero reemplazó la Ley con el amor, y Calvino, que también se contradice aquí,
a veces requería La ley como regla para la vida, superando a Lutero en su
insistencia de que el Estado impusiera ambas tablas de la Ley.
Calvino, en verdad, citó la Ley
como «la regla para la vida». El hecho de que los hombres de todos los tiempos
no estén claros en este asunto no absuelve al pueblo de Dios; ellos tienen la
Ley.
3. EL FALSO PROFETA
El falso testimonio que se
prohíbe con el noveno mandamiento incluye falso testimonio respecto a Dios. En
Deuteronomio 18:9-22 tenemos no solo una profecía de la venida de Cristo, sino
también una prueba para los falsos profetas.
La Ley empieza por prohibir
ciertas formas de idolatría que son «medios ilícitos de comunicación con el
mundo invisible. Ningún truco de magia, ningún tipo de ritual, puede
coaccionar a Dios. Dios no se revela en respuesta a un ritual o rito, ni
prospera a los hombres en respuesta a regalos y sobornos. En lugar de acudir a
estas «abominaciones» que solo trajeron castigo sobre los cananitas (Dt 18: 12.14),
«Perfecto (o recto) serás delante de Jehová tu Dios» (Dt 18: 13).
El comentario de Rashi vale la
pena citarlo: «Andarás con Él en sinceridad, y esperarás por Él, y no tratarás
de atisbar al futuro, sino que cualquier cosa que te venga, tómala con
sencillez y así estarás con él, y
serás su porción».
Más importante, sin embargo, es
el hecho de que el propósito de estos ritos contrarios a la Ley es la
predicción, el deseo de saber el futuro y predecirlo. En un sentido muy
literal, el creyente debe andar por fe, y no por vista. La predicción o visión
previa precisa y personal del futuro está cerrada para él.
En otro sentido, sin embargo, la
Ley misma es dada como medio de predicción para una nación ordenado por Dios.
El propósito central de Deuteronomio 27—31 es proveerle al pueblo de Dios un
medio verdadero de predicción, y ese medio de predicción es la Ley. Si los
hombres desobedecen la Ley, ciertas maldiciones resultan; si obedecen la Ley,
resultan bendiciones.
Debido a que la Ley se ocupa de
la predicción, el pueblo de Dios evitará todos los medios de predicción que no
se ajusten a la Ley. El único principio de predicción es el poder y decreto soberano
de Dios; el otro principio de predicción es el poder demoniaco que trata de
establecer un concepto independiente y revolucionario de poder y control.
La Ley fue dada por medio de Moisés,
pero el medio por el que la Ley fue dada fue aterrador para Israel y los llevó
más cerca de la presencia del juicio. Dios, por consiguiente, levantará a otro
Profeta, otro Moisés o legislador, «y pondré mis palabras en su boca, y él les
hablará todo lo que yo le mandare» (Dt 18: 18).
El Gran Profeta, pues, es dado en
las condiciones de la Ley original, y como legislador.
LA CLAVE PARA LA RELACIÓN DEL PROFETA
CON MOISÉS ES LA LEY.
Se levantarán falsos profetas
representando a otro dios o poder, y por consiguiente otra ley. Su falsedad se
revelará por sus predicciones falsas. Debido a que el principio de la verdadera
predicción es la Palabra y Ley de Dios, todos los profetas, culminando con Jesucristo,
hablaron inspirados por Dios sujetos a esta Ley. Jeremías, al profetizar el
cautiverio, hizo eco de la predicción-ley de Deuteronomio 27—31; como él habló
por inspiración de Dios, pudo también declarar que el cautiverio duraría
setenta años (Jer 25: 11).
La clave del asunto es la Ley.
Donde no hay Ley, no hay verdadera profecía, ni tampoco un verdadero hablar por
Dios ni verdadera predicción. Dondequiera y cada vez que los cristianos han
descuidado la ley, los charlatanes los han descarriado con facilidad y
prontitud.
Un clásico ejemplo de esto fue
Peregrino Proteo, un filósofo cínico que murió en el 165 d.C., pero que ha
tenido sus defensores entre algunos filósofos modernos, así como también entre
los de su época como Aulo Gelio. La carrera de Peregrino lo vio en muchas
regiones: en Roma (de donde fue desterrado por insultar al emperador Antonino
Pío), en Atenas como maestro, en Siria donde lo encarcelaron, y así por el
estilo. En su juventud, deambuló por Armenia, con resultados desdichados, según
Luciano:
Esta creación y obra maestra de
la naturaleza, este canon de Policleto, tan pronto como llegó a la mayoría de
edad fue sorprendido en adulterio en Armenia y recibió una sonora golpiza, pero
finalmente saltó del techo y se escapó por un pelo. Después corrompió a un
muchacho atractivo, y pagando tres mil dracmas a los padres del muchacho, que
eran pobres, logró que no lo llevaran ante el gobernador de la provincia de
Asia.
Todo esto y cosas parecidas
propongo que se dejen a un lado; porque todavía era barro sin forma, y nuestra
«imagen santa» todavía no se había consumado para nosotros. Lo que le hizo a su
padre, no obstante, vale la pena oírlo; porque todos lo saben, han oído cómo
estranguló al anciano, incapaz de tolerar que viviera más allá de sesenta años.
Entonces, cuando el asunto fue pregonado por todas partes, se condenó a sí
mismo al exilio y a vagabundear de país en país.
Peregrino se dirigió a Palestina
y rápidamente se asoció con varios cristianos antinomianos, y llegó a ser su
«profeta, líder sectario, jefe de la sinagoga, y todo lo demás, todo por sí
mismo». Llegó a ser para estas personas su nuevo señor; «lo reverenciaban como
dios, lo utilizaban como legislador, y lo establecieron como protector, junto a
aquel otro, con certeza, a quien todavía adoraban, el hombre que fue
crucificado en Palestina, porque introdujo esta nueva secta al mundo».
Llegó a ser conocido como «el
nuevo Sócrates».
Peregrino también acogió ideas
hindúes y en general se convirtió en un tipo de profeta universal.
Encarcelado en Siria, lo ayudaron
con generosidad aquellos pseudo-cristianos, y el gobernador de la provincia
dejó en libertad a Peregrino como filósofo injustamente perseguido.
Peregrino ya tenía arreos
profesionales: Llevaba el cabello largo, vestía un manto sucio, «tenía una
cartera colgada a un lado, bordón en la mano, y en general era muy histriónico
en su paso». Cuando volvió a su casa, en una pequeña población de Grecia, halló
hostilidad allí debido al asesinato de su padre por la herencia.
Peregrino dio la cuantiosa
herencia a la ciudad, y las acusaciones de asesinato se retiraron. El pueblo lo
alabó como «“¡El único y solo filósofo! ¡El único y solo patriota! ¡El único y
solo rival de Diógenes y Crates!”. Sus enemigos quedaron amordazados, y a
cualquiera que trataba de mencionar el asesinato lo apedreaban al instante».
Más tarde se indispuso con sus
seguidores pseudo-cristianos, y buscó nuevos mundos para conquistar estudiando
bajo un famoso ascético pagano.
Después se fue lejos una tercera
vez, a Egipto, a visitar a Agatóbulo, en donde tomó ese maravilloso curso de
entrenamiento en ascetismo, rapándose la mitad de la cabeza, recubriéndose la
cara con lodo, y demostrando lo que ellos llamaban «indiferencia» alzando su
vara en medio de una enloquecida chusma de mirones, además de dar y recibir
golpes en la espalda con una barra de hinojo, y haciendo de embaucador incluso
más audazmente de muchas otras maneras.
Más adelante fue a Roma, de donde
lo desterraron; se fue a Atenas, y de nuevo luego tuvo problemas. Por último,
con su reputación cuesta abajo, diseñó un plan para buscar publicidad: en los
siguientes Juegos Olímpicos, a un año de distancia, se incineraría a sí mismo.
Peregrino de inmediato estuvo bajo los reflectores de nuevo.
Algunos sostenían que esperaba
que le prohibieran sus planes, porque el sitio escogido era un sitio santo y
cercano. Peregrino mismo anunció que «se volvería espíritu guardián de la
noche; es claro, también, que ya codiciaba altares y esperaba que se le
hicieran imágenes de oro». En el día señalado para el servicio funeral pre-pira,
Peregrino salió y, en un largo discurso, declaró: «Deseo beneficiar a la
humanidad mostrándole la manera en que uno debe menospreciar la muerte».
Algunos gritaron: «¡Preserva tu vida para los griegos!», pero la mayoría gritó:
«¡Cumple tu propósito!». Cuando
los juegos terminaron algunos días después, Peregrino saltó a las llamas;
Luciano lo describió como «un hombre que (para decirlo brevemente) nunca fijó
su vista en las verdades, sino que siempre dijo e hizo todo con el ojo en la
gloria y elogio de la multitud, incluso hasta el punto de saltar al fuego, en
donde con certeza no disfrutó del elogio porque no pudo oírlo».
El caso de Peregrino se ha citado
con algún detalle precisamente porque por lo común ahora no es controversial y
por consiguiente ilustra fácilmente el problema de los líderes religiosos
antinomianos. Como Peregrino son, en primer
lugar, hombres impíos, antinomianos. Puede haber grados de diferencia en
su moralidad, pero su carácter básico es el mismo. Segundo, en lugar de un celo por la Palabra y Ley de Dios, hay
un celo por la autopromoción y la gloria propia.
Hay muchos que dicen tener
revelaciones especiales y una palabra fresca de profecía. Por ejemplo, un
anuncio de 1970 hablaba de una «campaña» continua de un «evangelista» cuyo tema
el domingo por la noche era «Jesús entró en mi cuarto y me habló en Jerusalén».
¿Puede alguien imaginarse a San Pablo realizando tal «campaña»?
Sin embargo, los que no enseñan
toda la palabra de Dios no son menos culpables de ser falsos profetas. Los que
descuidan la Ley no tienen evangelio, porque han negado la justicia de Dios que
es primordial para el evangelio.
Se exige la pena de muerte para
todo el «que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo
no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal
profeta morirá» (Dt 18: 20). Esta ley es en parte responsable de las
ejecuciones de los herejes en la época medieval y durante la
Reforma, y estas ejecuciones
ahora se condenan fuertemente. Claro, en la mayoría de los casos aquellas
ejecuciones incluyeron otras presuposiciones. Es más, el punto de esta ley se
interpretó en forma errada. Las herejías eran a menudo serias, y las
ejecuciones a menudo fueron injustificadas, pero la Ley aquí no trata de las herejías
ni cuestiones de doctrina, por importantes que sean, sino de la profecía de
predicción según un dios y ley ajenos o falsos.
Tal profecía de predicción
descansaba como el sacrificio de niños, la hechicería, la magia y las prácticas
relacionadas descritas al principio de esta ley (Dt 18: 9-14) en una fe
anti-Dios, constituía traición a la sociedad y representaba orden legal ajeno y
revolucionario.
TOLERARLO ES UN SUICIDIO.
Los que deliberadamente enseñan
un orden legal revolucionario son traidores al orden legal existente. Los que
predican por codicia, avaricia, o tendencias antinomianas un punto de vista
defectuoso de las Escrituras también son traidores, aunque no en el mismo
sentido ni al mismo grado.
Ninguna sociedad puede dejar sin
castigo a los que se aparten de su fe fundamental.
Las sociedades marxistas ejecutan
a los que discrepan o cuestionan su dogma fundamental. Los estados socialistas
y democráticos son menos severos, pero con todo ejecutan a los traidores que
dan ayuda y alivio al enemigo. O bien se defiende la presuposición religiosa
fundamental de la sociedad, o la sociedad perece. En un orden social cristiano,
no son las desviaciones eclesiásticas las que deben ser preocupación civil,
sino más bien los desafíos a su estructura legal.
Permitir la revolución es
perecer. La tolerancia se debe conceder a diferencias dentro de un sistema
legal, pero no a los dedicados a derrocar ese sistema legal.
Roma, al perseguir a la iglesia
primitiva, estaba tratando de preservar su orden legal; los emperadores veían
claramente la disyuntiva: Cristo o César. Su premisa moral y religiosa era
falsa, pero su inteligencia civil era sólida: o el imperio pagano o la iglesia
tenía que morir. No vieron que el imperio ya estaba muriéndose, y que la muerte
de los cristianos no salvaría la vida precaria de Roma. Fue la comprensión de
Constantino de este hecho la que condujo al reconocimiento del cristianismo.
La relación de las varias clases
de predicción falsa (hechicería, magia, espiritualismo, etc.) con la subversión
merece una estudio extenso. No es coincidencia que el Primero de Mayo, día del
festival antiguo del culto a la fertilidad de las brujas, ha sido muchas veces
un día de importancia central para los revolucionarios, como lo atestiguan los
marxistas. Los abogados anticristianos que lo celebran como «día de la ley»
tienen en mente una ley anticristiana.
4. EL TESTIMONIO DEL FALSO PROFETA
Al analizar la obra del falso
profeta (Dt 18: 9-22), vimos que el propósito de la magia, el sacrificio, la
adivinación y los ritos afines de la profecía falsa era la predicción.
La predicción que se incluye en
los ritos descritos (Dt 18: 9-14) tiene como premisa básica la creencia de que
el poder real y supremo reside fuera de Dios. La práctica de la profecía falsa
puede incluir sacrificio infantil, adivinación, astrología, encantamientos,
hechicería, talismanes, espiritismo, magia, necromancia y cosas parecidas.
También incluye la creencia de que Satanás es el poder supremo.
Satanás tentó a Jesús a que se
hiciera falso profeta. En la tentación culminante, se nos dice:
Otra vez le llevó el diablo a un
monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y
le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo:
Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo
servirás (Mt 4: 8-10).
EL SIGNIFICADO DE ESTA TENTACIÓN ES DE
IMPORTANCIA CENTRAL.
Satanás, al acercarse a Jesús en
su intento final para hacerlo un profeta falso, tenía, entre otras cosas, dos
ideas básicas en mente.
Primero, Satanás pidió que Jesús admitiera
lo justo de su rebelión, que afirmara que la criatura tenía el derecho legítimo
de independizarse del Creador. Si Jesús hubiera ofrecido en el más mínimo grado
alguna excusa para el pecado del hombre, si hubiera aceptado la excusa del
ambiente, o sentido que alguna independencia de Dios de parte del hombre era
justificable, hubiera concedido a Satanás una justificación moral. Rehusó hacer
esto: «Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás».
Segundo, Satanás reclamó tener un poder
mundial que no era suyo para reclamar ni dar. Una premisa fundamental de la Ley
y Palabra es que «de Jehová es la tierra» (Éx 9: 29; Dt 10: 14; Sal 24: 1; 1ª Co
10: 26). Satanás ni la gobierna, ni tiene el título de propiedad, ni puede
darla a nadie.
En este punto muchos cometen un
serio error. Génesis 3 nos da la respuesta bíblica: Adán y Eva fueron culpables
ante Dios de rebelión, de apostasía. Complicaron su pecado al echarle la culpa
a otro: a la serpiente, y a la mujer. La culpa de Satanás no hace ninguna
diferencia en el hecho de que Adán y Eva fueran primordial y esencialmente
culpables del pecado que cometieron.
Otros discrepan con la palabra de
Dios. La respuesta marxista fue claramente enunciada en términos de Génesis 3
por Lincoln Steffens hace unos años en una almuerzo del Club Jonathan de
Los Ángeles. En una segunda
reunión, con alrededor de cien ciudadanos prominentes presentes, Steffens lo
resumió para sus oyentes, que incluían a John R. Haynes, William Mulholland, el
obispo episcopal, y otros:
Ustedes quieren arreglar el
problema en el mismo principio de las cosas. Tal vez podamos, obispo. La
mayoría de las personas, como sabe, dicen que fue Adán. Pero Adán, recordarás,
dijo que había sido Eva, la mujer; ella lo había hecho. Y Eva dijo que no, no,
no había sido ella; había sido la serpiente. Y allí es donde tu clero se ha
quedado atascado desde entonces. Ustedes culpan a esa serpiente, Satanás. Ahora
yo vengo y estoy tratando de mostrarte que fue y es la manzana.
La respuesta de Steffens es buen
marxismo; afirma el determinismo económico:
«Fue y es la manzana». Esta
doctrina es una negación de la responsabilidad personal que afirman las
Escrituras.
Igualmente mortal, sin embargo,
es la muy común doctrina del determinismo satánico. En este punto Steffens
tenía razón. Cuando le dijo al clero presente: «Ustedes culpan a esa serpiente,
Satanás». A través de los siglos, demasiados religiosos han puesto el cimiento
para una doctrina de determinismo satánico. Podemos llamarlo también la teoría
de la conspiración.
Ahora bien, con mucha claridad
las Escrituras afirman el hecho de las conspiraciones; el Salmo 2 es una
declaración clásica de su realidad. El mismo Salmo, sin embargo, subraya con
vigor su futilidad; Dios se ríe de las conspiraciones de las naciones impías y
convoca a su pueblo para que participe de su risa.
LAS CONSPIRACIONES PROSPERAN SOLO
CUANDO DECAE EL ORDEN MORAL.
En toda sociedad hay
delincuentes, ladrones y asesinos. Solo cuando una sociedad entra en la
decadencia y el colapso moral estos elementos adquieren cierta ascendencia. El Imperio
Romano en su decadencia vio una proliferación de sectas que auspiciaban la
revolución, el comunismo, el amor libre, la homosexualidad y mucho más.
Cuando la cristiandad entró en
decadencia moral después del siglo 13, de nuevo estas sociedades criminales
secretas empezaron a abundar. Algunas querían comunismo, otras organizaban
protestas y marchas nudistas, y otras más fraguaban la revolución. Como Schmidt
observó de la era de la Reforma, «toda Europa alrededor de Calvino estaba
contaminada por fraternidades, algunas esparciendo el “iluminismo” y otras el
escepticismo».
La Reforma y la Contrarreforma
condujeron a la decadencia temporal de estos grupos, que se levantaron de nuevo
conforme decaían la fe, la ley y el orden cristianos.
Pero los que dan falso
testimonio, que atribuyen a Satanás poderes que solo le pertenecen a Dios, no
se contentan con reconocer que las conspiraciones existen.
Van mucho más lejos.
Primero, le adscriben a las conspiraciones
un orden moral y una disciplina que son imposibles. Satanás no puede construir
ni crear; es solo destructor, homicida, y tiene poder solo hasta el punto en que nos olvidamos del verdadero poder de
Dios. La Unión Soviética, para citar un gobierno conspirador internacional, fue
una agencia corrupta, torpe y radicalmente incompetente. Requirió la ayuda
repetida de otros países más el saqueo imperialista para sobrevivir.
El alivio Hoover de la década de
1920, el reconocimiento de Roosevelt de la década de 1930, y los continuos
apuntalamientos la mantuvieron viva. El problema comunista no era su poder y
capacidad perversos, sino más bien el colapso moral continúo de las iglesias y
naciones cristianas, y su apostasía radical.
Segundo, el poder del mal es débil y
limitado; está bajo el control de Dios y es su azote para las naciones. La
debilidad de las conspiraciones del mal quiere decir que por lo general solo
pueden ocupar un vacío. Las raíces del poder soviético estuvieron en la
decadencia moral de Rusia y su cristianismo kenótico; las victorias soviéticas
en las naciones bálticas se debieron a la posición de acomodo moral de los
aliados occidentales, que vendieron a esas naciones.
Tercero, la
clave para superar las conspiraciones del mal no es una concentración en el
mal, sino la reconstrucción santa. Uno de los pecados que Jesucristo condenó en
algunos de los miembros de la iglesia de Tiatira fue su interés en estudiar
«las profundidades de Satanás», que se puede traducir como «explorar las cosas
profundas u ocultas de Satanás» (Ap 2: 24). Los movimientos conservadores que
no son cristianos se dedican radicalmente a estudiar o explorar las cosas
profundas de Satanás, como si fueran la clave del futuro.
Cuarto, implícita en todo esto, como ya
se señaló, es la creencia en la determinación satánica, que hace de estos
conservadores unos satanistas pertinaces. Negar el poder soberano de las
conspiraciones es una de las maneras más seguras de confrontar a muchas de las
personas, que después argumentarán con pasión religiosa el poder soberano,
predestinador de Satanás. Insistirán en que todo acto nacional o internacional
es una conspiración cuidadosamente planeada y manipulada, todo gobernado por un
plan o complot maestro, y un concilio maestro secreto.
Que los complotados y planes
existan, y que sean muchos, se puede conceder, pero el cristiano debe sostener
su futilidad. Rugen en vano; «piensan cosas vanas» cuando traman juntos contra
el Señor y su Ungido (Sal 2: 1, 2).
Echarles la culpa de los males
del mundo y adscribir el gobierno del mundo a conspiraciones satánicas ocultas
es ser culpable de falso testimonio contra Dios. Es comparable a recurrir a la
magia, brujería o sacrificio humano. Niega que Dios sea la única fuente de
predicción y adjudica poder y predicción más bien a Satanás.
Mucho mejor que la mayoría de los
teólogos, Berle ha descrito las leyes del poder:
Cinco leyes naturales de poder
son discernibles. Son aplicables dondequiera, y en cualquier nivel en que
aparezca el poder, sea que se trate del de la madre en su sala cuna o del poder
del jefe ejecutivo de un negocio, el alcalde de una ciudad, o el dictador de un
imperio. Son:
Una: El poder invariablemente llena
cualquier vacío en la organización humana. Como entre el caos y el poder, el
último siempre prevalece.
Dos: El poder es invariablemente
personal. No existe el «poder de clase», el «poder de élite» ni el «poder de
grupo», aunque las clases, élites y grupos pueden ayudar a los procesos de la
organización por la cual el poder se inserta en los individuos.
Tres: El poder invariablemente se basa
en un sistema de ideas o filosofía.
Si falta el sistema o filosofía,
las instituciones esenciales del poder dejan de ser confiables, el poder deja
de ser efectivo, y el detentador del poder a la larga es desplazado.
Cuatro: El poder se ejerce por medio de
instituciones, y depende de ellas. Por su existencia, estas limitan, toman el
control y a la larga confieren o retiran poder.
Cinco: El poder es invariablemente confrontado
con un campo de responsabilidad, y actúa en la presencia de este. Los dos
interactúan constantemente, en hostilidad o cooperación, en conflicto o
mediante alguna forma de diálogo, organizado o desorganizado, hecho parte de
las instituciones en las cuales depende el poder, o tal vez entrometiéndose en
ellas.
Berle tiene razón. El poder se
basa en una fe, en una filosofía. Cuando la fe o filosofía detrás de una
cultura empieza a morir, hay un cambio de poder. Hoy, debido a que la fe
cristiana se ha aguado y se ha vuelto antinomiana, no puede mantener o producir
un orden legal. Como resultado, antiguos impulsos y movimientos criminales se
apoderan del poder.
La clave para desplazar esos
poderes perversos acaparadores no es un estudio de las cosas profundas de
Satanás, ni una creencia en su poder, sino la reconstrucción santa en términos
de fe, moralidad y ley bíblicas.
Para muchos conservadores que no
son cristianos, la prueba de un verdadero conservador es ésta: ¿Cree él en la
existencia, plan y poder de los conspiradores, llamándolos como sea? Esta
prueba es satánica; entraña casi tanto peligro para la sociedad, o acaso más,
que la creencia de que la manzana tiene la culpa, es decir, como determinismo
económico.
Es una forma de adoración a
Moloc. Dios confrontó a Adán y a Eva en el Edén con la responsabilidad de ellos; Natán declara a David: «Tú
eres aquel hombre» (2ª S 12: 7).
La posición bíblica incluye no
solo una afirmación de la responsabilidad esencial del hombre, sino que también
declara que solo Dios es el Todopoderoso, y solo él predestina y gobierna todas
las cosas. Atribuir a las conspiraciones un poder, disciplina y gobierno del
pasado, presente y futuro que no tienen, es otra forma de respaldar la
hechicería y «abominaciones» parecidas. Es convertirse en falso profeta y dar
falso testimonio.
También quiere decir incurrir en
el castigo divino. Afirmar otro poder es negar a Dios y su Ley. Sin que sea
sorpresa, una época antinomiana ya ha suscrito a tales creencias. Pero Dios no
respetara más el antinomianismo de los miembros de la iglesia que la iniquidad
de los impíos. En este punto, los hombres enfrentan la única «conspiración»
efectiva: la «conspiración» de Dios contra todos los que lo niegan o lo
abandonan.
El mandamiento: «No dirás falso
testimonio», quiere decir que debemos dar testimonio verdadero con respecto a
todas las cosas. No debemos dar testimonio falso con respecto a Dios o al
hombre, ni debemos dar falso testimonio respecto a Satanás atribuyéndole un
poder que le pertenece solo a Dios. El verdadero testimonio de los apóstoles no
fue un testimonio sobre los poderes de Satanás, sino del Cristo triunfante.
El mundo que enfrentaron, siendo
un puñado muy pequeño, estaba mucho más atrincherado en sus males que el
nuestro, pero los apóstoles no perdieron tiempo documentando la depravación,
perversidad y poder de Nerón.
Más bien, San Pablo, que está
consciente de que se acercaba la persecución, con todo escribió con confianza a
los cristianos de Roma: «Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo
vuestros pies» (Ro 16: 20). La confianza de San Juan es similar: «Ésta es la
victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1ª Jn 5: 4).
Hoy, sin embargo, muchos llamados
conservadores cristianos no solo pasan el tiempo estudiando la obra de Satanás,
sino que se enfadan si uno cuestiona la omnipotencia de Satanás. Insisten en
que todo paso de la historia de nuestro mundo ahora está en las manos de
manipuladores satánicos que usan a los hombres como títeres. Negar esto es ser
clasificado como algún tipo de hereje; el significado práctico de esta posición
es adoración a Satanás.
Pero San Juan nos dice que, en el
momento supremo de la conspiración de Satanás, cuando se decretó la muerte de
Cristo, el propósito secreto de Dios se cumplía más (Jn 11: 47-56).
Siempre es Dios quien reina,
nunca Satanás. Cualquier otra fe es un testimonio falso y especialmente
perverso.
5. CORROBORACIÓN
Un aspecto fundamental de la Ley
bíblica aparece en el mandamiento «No dirás falso testimonio». Algo básico en esta
ley es su referencia a los tribunales y al perjurio.
Los tribunales representan la
venganza de Dios ordenaba y canalizada por agencias humanas, pero ordenadas por
Dios. Dentro de los tribunales, para que la justicia prevalezca, el testimonio
fiel y honesto es una necesidad. Sin embargo, debido a que el hombre es pecador
y las agencias de la sociedad humana reflejan el pecado del hombre, se
necesitan verificaciones y balances. El testimonio de un testigo debe ser
sometido a careo y a corroboración. La ley es clara en este punto:
No se tomará en cuenta a un solo
testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación
con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos
se mantendrá la acusación (Dt 19: 15).
Por dicho de dos o de tres
testigos morirá el que hubiere de morir; no morirá por el dicho de un solo
testigo (Dt 17: 6).
Cualquiera que diere muerte a
alguno, por dicho de testigos morirá el homicida; mas un solo testigo no hará
fe contra una persona para que muera (Nm 35: 30).
ESTA LEY ENCUENTRA SU ECO EN EL NUEVO
TESTAMENTO:
Por tanto, si tu hermano peca
contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu
hermano. Más si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de
dos o tres testigos conste toda palabra (Mt 18: 15, 16).
Ésta es la tercera vez que voy a
vosotros. Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto (2ª Co 13:
1).
Contra un anciano no admitas
acusación sino con dos o tres testigos (1ª Ti 5:19).
El que viola la ley de Moisés,
por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente (He 10: 28).
Como se señaló antes, no estamos
bajo ninguna obligación moral de decirle la verdad a un enemigo que trate de
hacernos daño o destruirnos. El deber de decir la verdad se reserva para las
relaciones normales que están dentro del marco de la ley, y los procedimientos
de los tribunales en la Iglesia, el Estado y otras instituciones.
Incluso aquí, sin embargo, hay
limitaciones en cuanto al poder de los tribunales o las demandas de otras
personas. La ley bíblica del testimonio no permite la tortura ni confesiones a
la fuerza. La confesión voluntaria es posible, pero se necesitan dos o más
testigos para que haya convicción.
Más estrictamente, la confesión nunca
se cita en la Ley; su lugar en los tribunales fue al parecer solo en relación con
la evidencia de confirmación. En el caso de la confesión de Acán se requirió la
evidencia de confirmación antes de que se le sentenciara y ejecutara (Jos 7: 19-26).
Hay que notar el aspecto
voluntario de la confesión de Acán. La ley bíblica preserva la integridad del
individuo en contra de la confesión a la fuerza; el derecho de los ciudadanos a
tener protección del poder del Estado para obligarlos a auto incriminarse no
aparece fuera de la tradición legal bíblica. La quinta enmienda de la
Constitución de los Estados
Unidos de 1787 incorporaba esta protección: a nadie se le puede procesar por
segunda vez por el mismo delito, «ni se le puede obligar a ser testigo contra
sí mismo en ningún caso criminal».
La objeción de autoincriminación
quiere decir que el cristiano debe oponerse al uso de detectores de mentiras
por una cuestión de principio. El detector de mentiras invierte un principio
básico de justicia. Es obligación de los agentes de implementación de la ley
demostrar la culpa cuando se acusa a un hombre; el acusado es inocente hasta
que se demuestre que es culpable.
Al exigir que un sospechoso se
someta a una prueba de detector de mentiras, se niega este principio legal; se
asume que el sospechoso es culpable y se le desafía a que demuestre que es
inocente sometiéndose a esa prueba.
Otro punto de interés respecto a
las pruebas de detector de mentiras lo ha citado un agente de policía
cristiano. Un inocente puede someterse a la prueba con la esperanza de ser
absuelto, pero, una vez que está bajo la prueba, su privacidad total está
sujeta a invasión. Se le puede hacer preguntas en cuanto a sus creencias religiosas
(en una sociedad anticristiana), sus opiniones políticas, si posee algún arma
de fuego o casi cualquier cosa que los examinadores escojan preguntarle. El resultado
es una confesión a la fuerza.
Igual que los detectores de
mentiras, las escuchas telefónicas son una forma de invasión ilegal de la privacidad;
son una forma de confesión a la fuerza, una destrucción de la integridad de la
comunicación, lo que las hace claramente inmorales y malas.
Hay otras limitaciones al
testimonio. El derecho al silencio en base a comunicación de privilegio se
concede hasta cierto punto a pastores y médicos. La presuposición en ambos
casos es la misma. Las declaraciones o confesiones hechas por una persona a su
pastor o médico en el curso de una relación formal o profesional son
comunicaciones privilegiadas, porque la persona en cuestión en efecto está confesándole
a Dios ante un agente de este que le ministra.
Tanto el médico como el pastor se
preocupan por la salud, el uno por la salud física, el otro por la salud espiritual.
Salvación quiere decir salud. La naturaleza religiosa del llamamiento del médico
está arraigada profundamente. Los médicos antes eran monjes, y los hospitales hasta
tiempos muy recientes eran por entero y exclusivamente instituciones cristianas.
El divorcio actual del pastor y del médico de la fe bíblica no altera la naturaleza
esencial de su llamamiento.
La comunicación privilegiada
descansa en la presuposición de la función religiosa del pastor y del médico
como siervos de Dios en el ministerio de salud. La relación de una persona con
ellos, pues, no es propiedad del agente humano sino de Dios.
Esto no niega la obligación del
pastor y del médico de instar a la persona a hacer restitución donde se deba
restitución, o instar confesión donde se deba confesión. Es su obligación hacer
respetar la Ley de Dios instando obediencia a ella de todos los que acuden a
ellos, pero no pueden ir más allá del consejo.
Al presente hay amplias
variaciones en el status legal de las comunicaciones privilegiadas con un
pastor. Estas diferencias reflejan en parte las incertidumbres e
inestabilidades teológicas de las diversas iglesias.
Hay otras limitaciones al alcance
del testimonio. Las conferencias con el abogado de uno son comunicaciones
privilegiadas, puesto que el abogado sirve como agente y representante del acusado
en los tribunales. Obligar al abogado a revelarlas es negar al acusado su
libertad y privacidad. De manera similar, al cónyuge de un acusado se le
prohíbe dar testimonio por los mismos motivos, puesto que incurriría en
autoincriminación.
Hay excepciones a estas reglas
bajo ciertas circunstancias, pero el principio básico sigue siendo cierto. Una
de tales excepciones es en los casos en que un cónyuge ataca al otro. El
propósito normal de la restricción del testimonio de un cónyuge respecto al
otro no es solo protegerlo contra la autoincriminación, sino prevenir la
destrucción de la relación matrimonial. En los países comunistas, la exigencia
de que los hijos y cónyuges se espíen unos a otros destruye la vida familiar.
HAY ASPECTOS DEL CONFLICTO SOBRE LA CUESTIÓN DE
COMUNICACIONES PRIVILEGIADAS.
Las corporaciones en gran medida
se han considerado sin inmunidad, y sus libros y registros se pueden abrir. El
Departamento de Rentas Internas regularmente ha obligado a los individuos a
abrir sus registros. La inmunidad de las comunicaciones privilegiadas se ha
sostenido que se aplica a casos civiles y penales, y en los tribunales
estatales y federales, a pesar de algunos conflictos en el pasado.
Si la comunicación privilegiada e
inmunidad de la autoinculpación no existiera, no existiría la corroboración,
premisa básica de la ley bíblica del testimonio, porque el método de rutina de
«evidencias» sería obligar al testimonio del acusado.
La ley requiere corroboración
porque prohíbe la autoinculpación por coacción. Luego entonces, no solo no
estamos bajo obligación de decirle la verdad a un enemigo impío que se incline
a hacernos daño, o destruirnos, sino que el requisito de decir la verdad en un
tribunal está regido estrictamente por la ley.
POR OTRO LADO, LOS TESTIGOS DE UN DELITO ESTÁN BAJO
REQUISITO ESTRICTO DE TESTIFICAR.
Como regla general, los hombres
tienen la obligación de dar su testimonio en los tribunales en todas las
investigaciones en que su testimonio pueda ser procedente, y el tribunal es el
juez de si su testimonio es procedente. La inconveniencia no es excusa. El juez
y el jurado tienen la obligación de evaluar el valor del testimonio del
testigo, y no el mismo testigo.
La corte también puede evaluar la
credibilidad del testigo. Así, por mucho tiempo los tribunales de los Estados
Unidos no consideraron admisible el testimonio de uno que no fuera creyente,
puesto que no podía suscribir un juramento; tal persona solo podía, testificar
por sí misma y después estaba sujeta a que su testimonio lo descartaran puesto
que el temor de Dios no era un aspecto esencial de su carácter.
El deber de testificar es parte
del poder policial del ciudadano, su parte en la administración de la ley. «Es
regla general de la ley y necesidad de la justicia pública que a toda persona
la puedan obligar a dar testimonio en la administración de las leyes los
tribunales debidamente constituidos del país».
La obligación de imponer la ley
no es solo es responsabilidad de la policía y los tribunales, sino una obligación
pública. El ciudadano no es por sí mismo tribunal ni fiscal, sino que como
testigo debe servir como agente de la justicia, proveyendo las evidencias materiales
que sean necesarias para determinar la naturaleza del caso. Los tribunales determinan
su validez.
Hasta hace poco, un tribunal
podía examinar las creencias religiosas del testigo para determinar su
competencia, porque «claro, un testigo debe ser sensible a la obligación de
prestar juramento antes que se le pueda permitir testificar».
Hasta hace poco, también, el
carácter criminal de un hombre era un factor para evaluar el testimonio del
mismo, aunque el pleno perdón podía restaurar su competencia. Los detalles y
variaciones son muchos, pero el hecho central es la responsabilidad de todos
los testigos no privilegiados de testificar.
En la ley bíblica el no
testificar quiere decir ser cómplice del delito: «Si veías al ladrón, tú
corrías con él, y con los adúlteros era tu parte» (Sal 50: 18).
La corroboración no puede existir
como instrumento de justicia si la ciudadanía no está consciente de sus
responsabilidades en la imposición de un orden legal.
6. EL PERJURIO
En la ley bíblica se considera el
perjurio como una ofensa muy seria. Precisamente debido a que los
procedimientos de la ley bíblica descansan, no en la autoinculpación a la
fuerza sino en el testimonio honesto, todo perjurio constituye una destrucción
de los procesos de la justicia. La ley, pues, es explícita y severa en sus actitudes
en cuanto al perjurio:
Y no juraréis falsamente por mi
nombre, profanando así el nombre de tu Dios. Yo Jehová (Lv 19:12).
Por dicho de dos o de tres
testigos morirá el que hubiere de morir; no morirá por el dicho de un solo
testigo. La mano de los testigos caerá;
Primero sobre él para matarlo, y después la mano de todo el pueblo; así
quitarás el mal de en medio de ti (Dt 17: 6, 7).
Cuando se levantare testigo falso
contra alguno, para testificar contra él, entonces los dos litigantes se
presentarán delante de Jehová, y delante de los sacerdotes y de los jueces que
hubiere en aquellos días.
Y los jueces inquirirán bien; y
si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano,
entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en
medio de ti. Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una
maldad semejante en medio de ti. Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por
ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie (Dt 19: 16-21).
El testigo falso no quedará sin
castigo, y el que habla mentiras no escapará (Pr 19: 5).
El testigo falso no quedará sin
castigo, y el que habla mentiras perecerá (Pr 19: 9).
Martillo y cuchillo y saeta aguda
es el hombre que habla contra su prójimo falso testimonio (Pr 25: 18).
La ley contra el falso testimonio
se reitera repetidas veces en el Nuevo Testamento (Mt 19: 18; Mr 10: 19; Lc 18:
20; Ro 13: 9, etc.).
La ley equipara al perjurio con
la blasfemia, puesto que es la justicia de Dios lo que se ofende (Lv 19:12).
Los sacerdotes tienen una parte
en los tribunales, pues el juramento del testigo lo hace al Señor, «delante de
los sacerdotes y de los jueces» (Dt 19: 17).
Los
tribunales son inexorablemente establecimientos religiosos. La ley que administran representa
una religión y una moralidad, y los procedimientos de un tribunal descansan en
la integridad del juramento bajo el cual se da el testimonio.
Los tribunales humanistas están,
pues, condenados a declinar en integridad y a colapsar en una injusticia
radical, porque todo hombre se vuelve su propia ley y su propio tribunal. Tanto
el juramento como la ley son religiosos; altérese la religión detrás de ellos,
y la sociedad estará en revolución.
Así, es evidente, primero que nada, que el perjurio es
una ofensa religiosa tanto como civil y criminal. Aunque la Biblia pone severos
límites a la capacidad de un tribunal o de cualquier hombre de invadir la mente
de un individuo, declara con claridad que todo el testimonio que se exige
legalmente debe ser un testimonio veraz y fiel, o de otra manera se ha cometido
un delito contra Dios y el hombre.
Las culturas paganas esperaban falsos
testimonios y se apoyaban en la tortura para extraer la declaración deseada, fuera
esta verdadera o falsa. Debido a que la ley bíblica no permite la tortura ni el
testimonio más allá de ciertos límites, requiere la veracidad más estricta
dentro de esos límites, o de otra manera se corrompería la justicia. Como la
Biblia respeta a la persona, requiere mucho de la persona y por consiguiente
castiga a la persona que no mantiene la norma que Dios ha ordenado.
Segundo, la presuposición de la Ley
bíblica es la responsabilidad y culpa individual.
La Biblia no es ambientalista en
su explicación del pecado. Deuteronomio 17: 7 concluye: «Así quitarás el mal de
en medio de ti». El comentario de Waller de esta frase es muy significativo:
El
mal. La versión
griega traduce esto «el hombre malo», y la frase se toma en esta forma en 1ª Co
5: 13: «Quitad, pues, a ese perverso de
entre vosotros». La frase ocurre con frecuencia en Deuteronomio, y si vamos a
entender que en todos los lugares en donde aparece «el malo» se debe entender
un individuo, y tomarlo en el género masculino, el hecho parece merecer que se
lo note en consideración a la frase «y líbranos del mal» en el Padrenuestro. En
realidad no existe la perversidad en el mundo aparte de un ser o persona
perversa.
El mal no existe en lo abstracto.
Cuando nos vemos frente al pecado, nos vemos frente a una persona o personas, y
tenemos que habérnoslas con esa persona.
El enfoque ambientalista separa
al pecado de la persona y lo pone en su ambiente, que fue precisamente la tesis
de Satanás en Edén. Puesto que en última instancia Dios es nuestro ambiente,
esto significa que todo ambientalista
en esencia está en guerra contra Dios.
Este punto es de importancia
especial. Los ambientalistas disfrazan la cuestión básica con su apelación
sentimental. Un dicho común es que debemos «amar al pecador y detestar el
pecado». En términos de las Escrituras, esto es una imposibilidad.
EL PECADO NO EXISTE APARTE DEL HOMBRE;
NO EXISTE COMO UNA ABSTRACCIÓN.
No hay asesinato, excepto donde
hay asesinos, ni adulterio donde no hay adúlteros.
El homicidio y el adulterio
existen como violaciones posibles de la Ley por parte de personas. Al hacer separación entre el pecado y el
pecador, se separa el juicio de la
realidad, la persona, y se le pone sobre la posibilidad, el pecado. Debido a
que el pecado es posible porque
Dios creó así al hombre, el juicio y la culpa por esta posibilidad se le transfiere así a Dios.
Como Adán le dijo a Dios: «La
mujer que me diste por
compañera medio del árbol, y yo comí» (Gn 3:12). Adán, pues, le echó la culpa a Dios por haber
creado la posibilidad. El ambientalista siempre está en guerra contra Dios.
Tercero, el castigo del perjurio se da en
términos del principio de ojo por ojo.
Aquí, Wright sorpresivamente va
al punto:
El principio de ojo por ojo es en
lo que se basa la ley israelita. Es uno de los principios más malentendidos y
más malinterpretados del AT, debido al hecho de que de manera popular se piensa
que es un mandamiento general a tomar venganza. Tal comprensión es
completamente errada. Ni en el AT ni en el NT tiene el hombre derecho a tomar
venganza. Eso es un asunto que se debe dejar a Dios.
El principio de ojo por ojo es un
principio legal que limita la venganza. Es para que se guíe el juez al aplicar
la pena, que debe ajustarse al delito cometido. Por tanto, es el principio
básico de toda justicia que se administre legalmente.
Este principio quiere decir que,
en los casos en que la vida del acusado está en juego, se debe ejecutar al
falso testigo. Si lo que está en juego es una restitución de $1000, el testigo
falso debe hacer un pago de $1000. El castigo se le aplica al perjuro.
Es importante darse cuenta de que
esta ley bíblica fue en un tiempo una parte de la ley estadounidense. Todavía
está en los libros en algunos casos. Clark notó que «en la ley de Texas, cuando
se comete perjurio en un juicio de un delito capital, el castigo del perjurio
será la muerte (Ver 32 Tex Jur 825, par 40)».
En un tribunal de California, se
dijo:
Es tiempo de que los ciudadanos
de este estado (California) se den cuenta de una vez por todas de que el
mandamiento bíblico: «No hablarás contra tu prójimo falso testimonio», ha sido
incorporado en la ley de este estado, y que toda persona ante todo tribunal,
funcionario o persona competentes, en cualquiera de los casos en que tal
juramento se deba prestar por ley, de manera voluntaria y a pesar de tal
juramento presente como verdad cualquier asunto material que sepa que es falso,
será culpable de perjurio, y eso será punible con privación de libertad en la
prisión estatal por no menos de uno y no más de catorce años. People Rosen (1937) 20 Cal. App. 2 445,
66, P2d 1208, 1210 (McComb J).
En algunos estados por lo menos,
si un fiscal a sabiendas introduce un falso testimonio, el veredicto se anula
porque al acusado se le ha negado un juicio justo.
Los libros apócrifos nos dan un
famoso relato de la pena de muerte que se aplicó a dos falsos testigos que
testificaron contra Susana. Se dice que «según la ley de Moisés les hicieron de
tal suerte como ellos maliciosamente intentaron hacerle a su prójimo; y se les
hizo morir».
Cuarto, la ley prohíbe la compasión hacia
el perjuro, y, en general, hacia los malhechores: «No le compadecerás» (Dt 19: 21).
En particular, la compasión hacia el que da falso testimonio es una emoción
radicalmente rebelde que nos alinea con los que están destruyendo el orden
social. Un orden legal cristiano no puede sobrevivir al quebrantamiento de sus
tribunales, y toda tolerancia del perjurio, y de los falsos testigos en
general, disuelve la justicia y la comunicación, y atomiza a la sociedad.
El hecho de que el perjurio quede
relativamente sin castigo hoy, y que en general se tolere el falso testimonio,
no es un aspecto pequeño de nuestra decadencia social.
Quinto, el significado de la frase: «así
quitarás el mal de en medio de ti», ya se ha citado, y también en relación con
el Padrenuestro. La petición: «líbranos del mal» (Mt 6: 13), se traduce mejor:
«líbranos del malo». El mal, de nuevo, no es abstracto. Es Satanás, y es toda
persona perversa del mundo. Inmediatamente después de esta petición se halla la
doxología «porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los
siglos. Amén» (Mt 6: 13). El reino, el poder y la gloria le pertenecen al Dios
trino, y no al perverso.
Los que adscriben a
conspiraciones ocultas un control radical paso a paso sobre los hombres y
eventos están adscribiéndole el reino a Satanás y son satanistas. Éste es el
más grande de los falsos testimonios y es perjurio.
El mal es serio, cruel y mortal
porque los pecadores son así. Necesitamos orar para que se nos libre del malo.
Se nos da la ley a fin de enfrentar a cualquier malo. Castigar al perjuro sin
compasión. Hacerle a él lo que él quería hacerles a otros. Actuar siempre
contra los que dan falso testimonio, roban, asesinan y de cualquier manera
pisotean arrogantemente la ley de Dios.
Compadecer al justo, las
víctimas, los ofendidos, los pobres y los necesitados, las viudas y los huérfanos,
pero actuar contra los inicuos. «Así quitarás el mal de en medio de ti».
7. JESUCRISTO COMO EL TESTIGO
En la Ley, el testigo no solo
debe dar un testimonio verdadero y acertado, sino también participar en la
ejecución del ofensor si es una ofensa capital. Según Deuteronomio 17: 6, 7:
Por dicho de dos o de tres
testigos morirá el que hubiere de morir; no morirá por el dicho de un solo
testigo. La mano de los testigos caerá primero sobre él para matarlo, y después
la mano de todo el pueblo; así quitarás el mal de en medio de ti.
El mismo principio se afirma en
Levítico 24:14 y Deuteronomio 13:9. El poder policial de todas las personas
está implícito en esta ley. Todos tienen la obligación de imponer la ley, y los
testigos tienen una parte importante en una ejecución. La imposición de la ley
requiere la participación de los ciudadanos que acatan la ley, y la ley exige
su intervención.
El significado de «testigo» se ha
confundido, sin embargo, debido al desarrollo pos bíblico de la palabra griega
que se traduce testigo. La
palabra testigo en hebreo es ed, edaj, y se traduce en el Nuevo
Testamento griego como martys,
martyrion. La palabra griega es una traducción apropiada de la palabra
del Antiguo Testamento, como Mateo 18:16, Marcos 14:63, y muchos otros pasajes
lo dicen con claridad.
Pero la palabra griega martys es el origen de la palabra
española «mártir», y el resultado es una confusión asombrosa. El imperio romano
ejecutaba a los testigos de Cristo, y el resultado fue una extraña inversión
del significado. En la Biblia, el testigo es el que obra para imponer la ley y
ayuda en su ejecución, incluso en la imposición de la pena de muerte.
«Mártir» ahora ha llegado a
significar exactamente lo inverso: uno que es ejecutado y no un verdugo, uno
que es perseguido y no uno que es principal en la acusación. El resultado es
una seria lectura errada de las Escrituras.
El asunto es mucho más importante
porque a Jesucristo se le identifica como el Testigo supremo:
Y de Jesucristo el testigo fiel,
el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que
nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y
sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los
siglos. Amén (Ap 1: 5, 6).
Y escribe al ángel de la iglesia
en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la
creación de Dios, dice esto (Ap 3: 14).
El testimonio de Jesucristo hace
referencia a su misión terrenal; luego su muerte y resurrección se citan en
Apocalipsis 1:5, su triunfo sobre los testigos falsos contra él, y luego en los
vv. 5 y 6, su entronización sobre el tiempo y la eternidad y su entronización
de su pueblo junto con Él. En la carta a los de Laodicea, Cristo se identifica
de nuevo como «el testigo fiel y verdadero». El significado es obviamente por
eso: Jesucristo testifica contra esa iglesia y promete ejecutar sentencia
contra ellos si no se arrepienten (Ap 3: 15).
Como el mayor Moisés, y como que
era Él mismo el gran Profeta (Dt 18: 15-19), Jesucristo es a la vez el que da y
el que implementa la Ley. Israel lo rechazó, y llamó falso su testimonio; por
consiguiente, Él sentenció a Israel a la muerte (Mt 21: 43; 23: 23-24; 28).
La Ley se le aplicó a Israel.
Israel había dado falso testimonio contra Jesucristo (Mt 26: 65; 27:22) y le
había sentenciado a muerte. La pena bíblica por tal perjurio es la muerte (Dt 19:16-19).
La importancia de Jesucristo como «el testigo fiel y verdadero» es que no solo
testifica contra los que están en guerra contra Dios, sino que también los ejecuta.
Asociado con este título de
«testigo» hay otro: «el Amén» (Ap 3: 14). El Amén de Dios quiere decir que él
es fiel, es decir, «Así es esto y así será», en tanto que el «amén» del hombre
es un asentimiento ante Dios y quiere decir «así sea». El amén era
frecuentemente un asentimiento de la ley (Dt 27: 15; . Neh 5: 13). Jesucristo es
el Amén de Dios porque por él «se establecen los propósitos de Dios, 2ª Co 1:20»3.
En Apocalipsis 3: 14 Jesús es el
Amén porque él es «el testigo fiel y verdadero», el que declara la ley, da
testimonio de todas las transgresiones contra ella, y, cuando los hombres no
aceptan su pena de muerte en la expiación de Cristo, Él ejecuta sentencia
contra el ofensor.
Jesucristo, como es el testigo,
por tanto es el Señor y Juez de la historia. Él da testimonio de los hombres y
naciones, dicta sentencia contra ellos, y luego procede a su juicio o
ejecución. Él es Siloh, el que lleva el cetro, el Legislador, y alrededor de
quien se reunirán todos los pueblos (Gn 49: 10). Como Señor de
la historia y «el testigo fiel y
verdadero», Jesucristo, por consiguiente, atestigua contra todo hombre y nación
que establece su vida sobre cualquier otra premisa que no sea el Dios soberano
y trino, y su palabra y Ley infalible y absoluta.
La cruz de Cristo testifica
contra el hombre; declara que el hombre no solo ha quebrantado la ley de Dios y
luego ha aumentado su culpa con excusas de auto justificación, sino que también
ha dado falso testimonio contra el Señor de la gloria y pedido su muerte (Mt
21: 38). El hombre ha procurado apoderarse de la herencia, el Reino de Dios (Mt
21: 38) en sus propios términos. La cruz, por consiguiente, requiere castigo.
Todos los no creyentes, todos los
religiosos apóstatas, y todas las naciones e instituciones que niegan la
soberanía y la ley de Cristo, incurren en falso testimonio contra Él, y la Ley
los sentencia a muerte (Dt 19: 16-21). Así que Cristo elimina el mal de su
Reino, tanto en el tiempo como en la eternidad.
Hablar de Cristo como mártir en el sentido moderno es por
tanto una perversión de las Escrituras. Como testigo en el juicio continuo y en
el juicio final, como Rey y juez sobre hombres y naciones, no es un mártir,
sino el ejecutor; no una víctima, sino el gran vencedor sobre el mal.
EL NOVENO MANDAMIENTO, POR
CONSIGUIENTE, TIENE UNA IMPORTANCIA ESCATOLÓGICA.
Es inusual entre los mandamientos
en que su palabra clave, «testigo», se vuelve un título mesiánico. Esta palabra
particular es por tanto en sí misma un testigo del Testigo, una declaración del
triunfo ineludible de Cristo y su reino. El que la iglesia no reconozca el
significado escatológico de esta ley respecto al testigo y al título, «el
testigo fiel y verdadero», no altera su importancia ni la inevitabilidad del juicio
y triunfo de Cristo. El fracaso de las iglesias sirve solo para que, en el
mejor de los casos, se les elimine (1ª Co 9: 27), buenas solo para ser puestas
en el anaquel o arrinconadas como inútiles.
Camino a la cruz, Jesús se volvió
a las mujeres que lloraban por él y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis
por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí
vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no
concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los
montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos» (Lc 23: 28-30).
Así habló Cristo el testigo, que
ya había dictado sentencia de ejecución sobre el mundo y la iglesia de su día.
8. EL FALSO TESTIMONIO
Al hablar de «testimonio falso»
estamos considerando una variedad del perjurio.
En un sentido, se podía declarar
que el tema queda cerrado diciendo que el testimonio falso se prohíbe en toda
forma. Las sutiles pero importantes variedades de testimonios falsos se citan en
la Ley, sin embargo, y necesitamos reconocerlas.
Al examinar el contexto
específico de la Ley a veces se indica mucho de su significado.
Por ejemplo, el significado de
Éxodo 23: 1, 2, 7 se vuelve más claro si se examinan los versículos 1-9:
NO ADMITIRÁS FALSO RUMOR. NO TE
CONCERTARÁS CON EL IMPÍO PARA SER TESTIGO FALSO.
No seguirás a los muchos para
hacer mal, ni responderás en litigio inclinándote a los más para hacer
agravios; ni al pobre distinguirás en su causa.
Si encontrares el buey de tu
enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo. Si vieres el asno del que te
aborrece caído debajo de su carga, ¿le dejarás sin ayuda? Antes bien le
ayudarás a levantarlo.
No pervertirás el derecho de tu
mendigo en su pleito. De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al
inocente y justo; porque yo no justificaré al impío. No recibirás presente;
porque el presente ciega a los que ven, y pervierte las palabras de los justos.
Y no angustiarás al extranjero;
porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros
fuisteis en la tierra de Egipto.
Antes de examinar este pasaje,
notemos lo que dijo hace mucho Isaac Barrow del noveno mandamiento:
Está en el hebreo, no te expresarás (al ser examinado o
juramentado en juicio) contra tu
prójimo como testigo falso; así que primordialmente parece que dar falso
testimonio contra nuestro prójimo (sobre todo en asuntos de importancia capital
o alta para él) está prohibido; sin embargo no solo se prohíbe este gran
delito, sino todo prejuicio dañino (incluso extrajudicial) contra la reputación
de nuestro prójimo, y en consecuencia su seguridad o bienestar de cualquier
clase, es lo que podemos deducir de esa explicación de esta ley, o de la ley
paralela que tenemos en Levítico:
No
andarás, se dice
allí, de aquí para allá como correveidile entre tu pueblo; ni
tampoco te levantarás contra la sangre de tu prójimo; como chismoso, es decir, mercader o traficante de
informes y relatos errados respecto a nuestro prójimo, para perjuicio de él;
difamándole, o denigrándole, o alimentando en la mente de los hombres una
opinión mala de él; esta práctica vil y malévola se condena y se reprueba de
otra manera bajo varios nombres.
La ley contra el falso testimonio
es por tanto primordialmente con respecto a un tribunal, y de manera secundaria
con referencia a la vida en una comunidad.
Éxodo 23: 1-9 establece la ley
del testimonio falso, en ambos significados, en el contexto de un requisito más
amplio de justicia. Rylaarsdam ha llamado a los vv. 1-9 un «grupo de principios
y amonestaciones» diseñadas a dar «el espíritu de justicia» y a «permear todas
las decisiones legales».
Varios principios aparecen en estas
leyes.
Primero: un hombre santo debe actuar según
la ley de Dios, no de la chusma o «multitud», porque el espíritu de la chusma,
por poderoso que sea en el hombre que gobierna, rara vez si acaso es la ley de
Dios (v. 2). Un hombre debe tener valor y fe; no el poder del hombre, sino el
poder de Dios debe gobernarlo.
Segundo: así como no puede dejarse llevar
por la chusma, tampoco puede estar dominado por consideraciones personales,
como por ejemplo la compasión por el pobre (v. 3), ni la amistad del rico (v.
6). Los sobornos son incluso los mayores ejemplos de distorsión de la ley,
porque ciegan al hombre a los verdaderos asuntos, y deliberadamente da un
testimonio falso, ya sea como testigo o como juez (vv. 7, 8). El extranjero o
forastero debe recibir la misma justicia que el amigo (v. 9), y al enemigo se
le debe la misma justicia y ayuda en la necesidad que al amigo (vv. 4, 5).
Tercero: se condena el testimonio
malicioso, así como los informes falsos, en el versículo 1, y podemos inferir
que todos los versículos que siguen dan ejemplos de tales informes falsos y
testimonio malicioso. En pocas palabras: hay una correlación estrecha y
necesaria entre palabras y obras.
La malicia en palabras quiere decir
malicia en obras también. El hombre que da un informe o testimonio falso o malicioso
contra su prójimo, en el tribunal o fuera de este, probablemente no esté dispuesto
a ayudar al hombre si el buey se descarría, o si su asno está sobrecargado.
UN TESTIGO MENTIROSO ES TAMBIÉN
ESENCIALMENTE UN PRÓJIMO CORRUPTO.
Desde la perspectiva actual, a
menudo las palabras se ven teóricamente como si no fueran nada. Se interpreta
la libertad de palabra como el derecho total de expresión sin consecuencias,
ideal que nunca se establece por completo en la práctica.
El sueño de libertad de palabra
absoluta es un mito y un engaño. Ninguna sociedad jamás la ha concedido. No
reconocemos el derecho de un hombre a gritar «¡Fuego!» en un teatro atestado,
ni pedir la ejecución del presidente, ni a publicar afirmaciones totalmente
falsas y maliciosas con respecto a un hombre. La palabra debe ser responsable
para ser libre, y hay una necesidad social de libertad de palabra responsable.
Los que promueven la libertad de
palabra son consecuentes en que también demandan acción libre, libertad de toda
responsabilidad de palabra y obra. Ninguna sociedad puede existir si se permite
tal libertad total de toda responsabilidad. No en balde los defensores más
ardientes de la libertad de palabra hoy son los que defienden una revolución
que negará mañana la libertad de palabra a todos los demás.
Suprimen la libertad de palabra
por un temor muy real a la palabra responsable y a la irresponsable. Los
fundamentos de su temor a las palabras contrarias son en parte seguridad
política, y en parte temor religioso.
En la creencia pagana antigua, la
palabra tenía un poder mágico. La palabra y la acción se relacionaban creativamente. Debido a que el hombre
es el dios de todo tipo de humanismo, y el paganismo era humanista, la palabra
del hombre se aducía que tenía poder creativo. De aquí la búsqueda antigua de
la palabra mágica que gobernaba acciones especialmente potentes: «ábrete
sésamo», «abracadabra», y otras similares. Por la posesión de la palabra el
hombre poseía poderes especiales.
Esta creencia halla eco en el
ocultismo de hoy, y en las logias secretas con sus contraseñas especiales y
términos ocultos.
Sin embargo, no está ausente en
el humanismo secular y público, en que a menudo está implícita una
identificación mágica de la palabra con la acción. La parcialidad del que acuña
la frase ?? phrase-maker es tal vez evidencia de esto: los liberales americanos
prefirieron al impotente John F. Kennedy, que hablaba el lenguaje de los
intelectuales, a las conquistas socialistas muy sustanciales de Lyndon B.
Johnson, que carecía de los poderes oratorios en los cuales se regocijaban los liberales.
Un ejemplo más claro es la fe que
tienen los humanistas en el poder de los planes e ideas concebidos
racionalmente. Como se da por sentado que la palabra creativa del hombre tiene
poder divino, de modo que la palabra es la acción, igual que ocurre con
Dios, los intelectuales humanistas dan por sentado que una vez que conciben
sus planes racionales y científicos necesitan solo que el estado los declare a
fin de que se vuelvan realidad. El resultado es una fe humanista muy grande en el
poder de la legislación.
Van der Leeuw ha resumido esto de
manera muy hábil:
Es la palabra la que decide la
posibilidad. Porque es una acción, una actitud, un asumir la posición de uno, y
un ejercicio del poder, y en toda palabra hay algo creativo. Es expresiva, y
existe antes de la llamada realidad.
Para el humanista, las palabras
de los no humanistas, de los que no están informados, de los no iluminados, son
palabras vacías; pero las palabras de la élite son palabras creativas, divinas.
La posición bíblica es que el
hombre creado a imagen de Dios dice, no una palabra creativa, sino una palabra
analógica, es decir, que puede pensar y decir los pensamientos de Dios después
de Dios, y en eso radica el poder del hombre.
El hombre ejerce poder y dominio
bajo Dios hasta el punto en que habla y actúa según la palabra creativa de
Dios.
La tentación de Satanás fue que
el hombre podía decir su propia palabra divina y creativa: «Seréis como Dios,
sabiendo el bien y el mal» (Gn 3: 5). El hombre, según Satanás, establecería su
propia palabra divina, diría y declararía por sí mismo lo que es bueno o malo;
la realidad se puede reordenar y recrear por la propia palabra del hombre. En
el mundo de Satanás, la palabra del hombre es el acto, y el nuevo mundo nace
cuando el hombre se separa de Dios por la palabra.
Debido a que el hombre está
creado a imagen de Dios, el habla es importante para el hombre. Las palabras son el tema de dos
mandamientos, el tercero y el noveno.
Cuando un hombre da falso
testimonio, cuando toma el nombre del Señor en vano o actúa en violación del
mismo, el hombre niega esa imagen a favor de la afirmación de Satanás que el
hombre se hace a sí mismo. Cuando Sartre insiste en que el hombre hace su
propia esencia, es decir, que el hombre se define a sí mismo y se saca a sí
mismo de la nada, está reiterando la posición de Satanás. Pero dondequiera que
el hombre da testimonio verdadero en el pleno sentido de la palabra, crece en
términos de la imagen de Dios restaurada.
El contexto de Éxodo 23:1-9 deja
en claro por tanto que un testimonio fiel es parte de una forma de vida, un
espíritu de justicia. Un testimonio fiel trasciende las cuestiones personales
como la amistad o la enemistad. Cuando los hombres no tienen derecho a la
verdad, no se debe a que no nos gusten, sino a que están en guerra con la ley
de Dios, tratando de extraernos la verdad para fines perversos y contrarios a
la ley.
El asunto es que la ley de Dios
debe gobernarnos. Como Van Til ha observado con respecto al pensamiento filosófico:
«Dios es el original y el hombre es derivado». Todavía más: «Si uno no hace al
conocimiento humano totalmente dependiente del autoconocimiento original y
revelación consecuente de Dios al hombre, el hombre buscará conocimiento dentro
de sí mismo como el punto final de referencia».
Traducido al mundo de la ley,
esto quiere decir que el punto de referencia en el habla no es el hombre. La
ley de Dios no nos permite usar las palabras con referencia a nuestro amor y
odio, gustos y rechazos, ni nuestra ganancia o pérdida.
La palabra analógica quiere decir
palabra obediente. Las palabras de Rahab y las parteras fueron palabras
obedientes, y David dice también que es un hombre de Dios «El que aun jurando
en daño suyo, no por eso cambia» (Sal 15: 4), o sea, el hombre que da
testimonio veraz en un tribunal aun en detrimento propio.
Todo el Salmo, en verdad, recalca
el significado de un testimonio total verdadero: Jehová, ¿quién habitará en tu
tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo?
EL QUE ANDA EN INTEGRIDAD Y HACE
JUSTICIA, Y HABLA VERDAD EN SU CORAZÓN.
El que no calumnia con su lengua,
ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino.
Aquel a cuyos ojos el vil es
menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová. El que aun jurando en daño
suyo, no por eso cambia;
Quien su dinero no dio a usura,
ni contra el inocente admitió cohecho. El que hace estas cosas, no resbalará
jamás (Sal 15).
Este Salmo es un comentario de
Éxodo 23:1-9. La palabra analógica es la palabra de un testigo fiel en el acto
de obediencia. El testimonio fiel tiene referencia, en primer y último lugar, a
Dios y su justicia, y no al hombre y sus deseos.
Donde la Palabra y Ley absoluta
de Dios desaparece, la verdad y el testimonio verdadero rápidamente se
desvanecen. Un libro de Sam Keen, To a
Dancing God [A un Dios danzante],
empieza:
Yo, Sam Keen, escribí este libro.
La voz que les habla en estos ensayos es mía.
No es la voz de la filosofía, ni
de la teología, ni del hombre moderno. Lo que ofrezco es una serie de
reflexiones personales sobre cuestiones, problemas y crisis con los que he
tenido que bregar. Las conclusiones a las que he llegado
no son ineludibles. Mis dudas y
mis certezas pueden estar demasiado íntimamente conectadas con los elementos
únicos de mi autobiografía para ser típicos de esa nebulosa criatura llamada
«hombre moderno».
Cuando hablo con seguridad es
porque he descubierto algunos elementos de un estilo de vida que me satisfacen.
Sin embargo, las afirmaciones que hago no tienen autoridad a menos que ustedes
escojan añadir las suyas a la mía. Así es como funciona conmigo. No puedo decir
cómo es con ustedes. Con todo, los invito a reemplazar el «yo» de estos ensayos
con el «nosotros» cuando estén de acuerdo.
Sin la palabra absoluta de Dios,
el hombre solo puede ofrecer un «estilo de vida», no la verdad; la autoridad
también desaparece cuando la verdad desaparece. La capacidad para distinguir
entre el bien y el mal, lo bueno y lo malo, también desaparece, porque en un
mundo existencial todas las cosas son relativas y el hombre está por encima del
bien y del mal.
Billy Graham, que había llegado
progresivamente a un concepto experiencial de la verdad, pudo decir así, según
lo citó Robert Davis en 1970 en su «News Briefs» [«Resumen de noticias»] que,
«se negó a hablar del comunismo aunque en un tiempo se le conoció como gran
enemigo de ese sistema. “Por años no he hablado de eso”, dijo. “No puedo ir por
todo el mundo y decir quién tiene razón y quien no la tiene”. Los comentarios
de Graham vinieron en una entrevista con Der
Spiegel, revista noticiosa alemana».
Cuando la verdad y el decir la
verdad se divorcian de Dios y su Palabra y Ley absoluta, ambos desaparecen.
9. LA FALSA LIBERTAD
En Proverbios 19:5 tenemos un
resumen del noveno mandamiento y su necesaria imposición: «El testigo falso no
quedará sin castigo, Y el que habla mentiras no escapará». La palabra «habla»
se puede traducir tal vez «exhala». En breve, la Ley requiere, primero, que se procese al testigo
falso, y, segundo, que se
procese a los mentirosos y difamadores.
La ley bíblica respecto al habla,
por consiguiente, no es una declaración de libertad de palabra, sino una
prohibición de testimonio falso en un tribunal, y de afirmaciones maliciosas y
falsas respecto a hombres y hechos en los asuntos cotidianos.
La distinción es muy importante.
La ley bíblica da libertad a la verdad, no al falso testimonio en su sentido
más amplio. La verdadera libertad de palabra descansa en la prohibición del
testimonio falso.
En este punto, está muy extendida
una lectura seriamente equivocada de la Constitución de los Estados Unidos de
1787. La Enmienda I dice en parte: «El
Congreso no dictará ley respecto
al establecimiento de religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma; ni
coartará la libertad de expresión, ni de prensa». Esto ahora ha llegado a
significar la prevalencia de la interpretación federal en todo
Estados Unidos. Originalmente
quería decir que al gobierno federal se le prohibía todo poder para legislar
respecto a religión, habla o prensa, porque estos aspectos estaban reservados a
los ciudadanos y a los estados. Los varios estados tenían clases dirigentes
religiosas y no tenían deseo de una clase religiosa federal que los gobernase.
Para entender el pensamiento de
los estadounidenses sobre el tema setenta años después de la redacción de la
Constitución, los comentarios de John Henry Hopkins, obispo episcopal de la
diócesis de Vermont, son de lo más reveladores:
Los derechos religiosos de los
ciudadanos de los Estados Unidos consisten en el disfrute de su propia decisión
a conciencia, entre todas las formas de nuestro cristianismo común que estaban
en existencia al momento cuando se estableció la Constitución.
Esto se debe tomar como el límite
completo de la presuposición justa y legal, como los dos primeros capítulos lo
han demostrado con suficiencia. Por consiguiente, considero estrafalario
suponer que una banda de hindúes pueda establecerse en alguna parte de nuestros
territorios, y reclamar un derecho, bajo
la Constitución, de establecer el culto público de Brahma, Visnú o Krishna
[Juggernaut]. Igualmente inconstitucional sería que los chinos introdujeran la
adoración de Fo o Buda en California.
Tampoco podría una compañía de
turcos afirmar su derecho a establecer una mezquita para la religión de Mahoma.
Pero hay un caso, es decir, el de los judíos, que forman una excepción
evidente, aunque en verdad lo respalda el mismo principio. Porque, el
significado de la Constitución se puede derivar solo de la intención razonable del pueblo de los Estados Unidos.
Su lengua, religión, costumbres,
leyes y modos de pensamiento fueron todos transportados de la madre patria; y
estamos obligados a creer que sin duda se quiso decir que lo que se toleraba
públicamente en Inglaterra se protegería aquí.
Sobre esta base, no hay duda del
derecho constitucional de nuestros conciudadanos judíos, cuyas sinagogas habían
estado establecidas en Londres desde mucho antes. Pero, con esta sola
excepción, no puedo hallar ningún
derecho para el ejercicio público de ninguna fe religiosa, bajo nuestra
gran Carta Federal, que no reconozca la divina autoridad de la Biblia
cristiana.
La mayoría de los americanos del
día presente no concordaría con Hopkins, pero en 1857 la mayoría estaba de
acuerdo, y hubo una extensa historia legal que respaldaba su posición. La Carta
de Derechos fue entonces una Carta de inmunidades contra la legislación federal
en ciertas áreas, y no una prohibición de legislación estatal o local.
Ya en el siglo 20, en los Estados
Unidos y en Europa se creía que el orden social y gobierno civil ideales era el
dedicado a la libertad, uno que
hacía primordial a su propósito la libertad de religión, palabra y prensa. Pero
una sociedad que hace de la libertad su objetivo primordial la perderá, porque
ha convertido en su propósito no la responsabilidad, sino la libertad de toda
responsabilidad.
Cuando la libertad es el énfasis básico, no es la palabra responsable lo
que se promueve sino la palabra irresponsable. Si se absolutiza la libertad de
prensa, se defenderá la calumnia finalmente como privilegio de libertad, y si
se absolutiza la libertad de palabra, la difamación finalmente se vuelve un
derecho. La libertad religiosa se vuelve el triunfo de la irreligión. La
tiranía y la anarquía se apropian del poder. La libertad de palabra, prensa y
religión dan lugar a controles, controles totalitarios.
EL OBJETIVO DEBE SER EL ORDEN LEGAL DE DIOS, SOLO EN EL CUAL HAY VERDADERA
LIBERTAD.
La ley contra el falso testimonio
es elemental para la verdadera libertad. Hoy se tolera el falso testimonio a
nombre de la libertad de palabra y la prensa libre, y las leyes contra la
calumnia y la difamación se erosionan progresivamente. Si la religión falsa
tiene derechos, ¿por qué no el falso testimonio? Exaltar la libertad sobre todo
lo demás, absolutizar la libertad, es negar la distinción entre el testimonio verdadero
y el falso.
En donde se absolutiza la
libertad y esta convierte en la consideración previa y final como contra el
bien y el mal, la verdad y la falsedad, la ley de Gresham se vuelve operativa
en ese aspecto también. Así como el dinero malo elimina el buen dinero, una
mentira expulsa a la verdad, la pornografía expulsa a la buena literatura y a
la diversión limpia, y cosas por el estilo.
Debido al énfasis en la libertad
de palabra y prensa libre, los Estados Unidos y otros países han visto el
rápido triunfo de la publicidad y el mercadeo deshonesto.
El más flagrante tipo de mal
prevalece en estos asuntos, y todo esfuerzo por cubrirlo con ley estatutaria
conduce a nuevas avenidas de evasión. Ni las leyes estatutarias ni las agencias
administrativas del gobierno civil han podido lidiar efectivamente con este
problema. Sin embargo, si la ley criminal se basara en la ley bíblica, toda
forma de testimonio falso sería un delito penal. Todo caso de publicidad y
mercadeo falso y mala representación sería un delito penal.
Cuando al falso testimonio se le
da protección por ley a nombre de la libertad, hay un deterioro progresivo de
la calidad que aparece en todo aspecto. Si la libre empresa se puede
interpretar como libertad para la empresa deshonesta, para bienes y mercadeo
fraudulentos, se disminuye la libertad de la empresa honesta.
Los bienes de baja calidad que se
mercadean como artículos de calidad tienden a eliminar, en términos del principio
de Gresham, la mercadería mejor que se vende por necesidad a precios más altos.
Debido a que casi todas las leyes
contra el falso testimonio han desaparecido durante algunas generaciones, ha
habido un reemplazo progresivo de la empresa honrada con una empresa
radicalmente deshonesta. Incluso los residuos de las leyes de calumnia y
difamación requieren pleito civil de parte del afectado, porque la ley penal
por lo general no se ocupa del testimonio falso.
La prensa, por casi dos siglos,
ha sido una importante amenaza a la libertad antes que una contribución a ella.
La recién adquirida inmunidad contra la interferencia estatal pronto se
interpretó como anarquía, y la prensa tiene una horrenda historia de abuso de
poder.
Consistentemente ha dado falso
testimonio y defendido su derecho de hacerlo como «libertad de prensa». Un
informe noticioso de 1970 dio una medida de la naturaleza del problema:
Hay una preocupación creciente,
informó hace poco el Sunday Telegraph de
Londres, después de siete meses de investigaciones secretas por un subcomité del
Comité de Comercio Interestatal y Foráneo de la Cámara de Representantes de los
Estados Unidos, que descubrió evidencia de «informes engañosos de las
organizaciones noticiosas y revistas nacionales americanas, y su tratamiento
“parcializado”, “arreglado”, y “arrogante” de las noticias».
El informe halló que un equipo de
televisión, enviado a una demostración estudiantil en California, había llegado
al sitio con sus propios letreros de demostración, que repartió a los
manifestantes que iban a filmar; que organizaciones noticiosas habían
participado en pleitos judiciales, hecho que Washington califica de
«interferencia inexcusable con la administración de justicia»; que el
departamento de noticias de la CBS, había intentado financiar «una invasión de
comando de Haití»; plan definitivo para «inmiscuirse en la conducta de asuntos
extranjeros».
El equipo investigador también
descubrió evidencia de que la CBS al parecer había organizado una fiesta de
hierba (marihuana) entre universitarios en un suburbio de Chicago. La filmación
de la fiesta apareció luego como un informe legítimo de noticias para
documentar el amplio y extendido uso de las drogas «entre universitarios de
clase alta», y presionar un cambio radical en las leyes de narcóticos.
El Comité del Congreso recomendó
finalmente, según el Sunday Telegraph,
que «una sección del acta federal de comunicaciones, que prohíbe “prácticas
engañosas” en el entretenimiento por televisión, se ampliara para hacer un
delito federal la “falsificación” de noticias».
La distorsión sistemática de las
noticias la han informado los mismos periodistas.
CUANDO LA LIBERTAD SE HACE ABSOLUTA,
EL RESULTADO NO ES LIBERTAD, SINO ANARQUÍA.
La libertad debe estar bajo la
ley, o si no, no es libertad. La eliminación de todas las leyes no produce
libertad, sino más bien anarquía y un paraíso de asesinos. El marqués de Sade
exigía tal mundo; la libertad que exigía hacía una víctima en potencia de todos
los hombres píos y aseguraba solo la libertad para el asesinato, el robo y la
violencia sexual. Solo un orden legal que sostiene la primacía de la ley de
Dios puede producir verdadera libertad, libertad para la justicia, la verdad y una
vida santa.
La libertad como absoluto es
sencillamente una afirmación del «derecho» del hombre a ser su propio dios; eso
significa una negación radical del orden legal de Dios. «Libertad» es por tanto
otro nombre para la aspiración del hombre a la divinidad y la autonomía. Quiere
decir que el hombre se vuelve su propio absoluto.
La palabra «libertad» es entonces
un pretexto que usan los que siguen la ideología humanista los humanistas ¿para
qué tanta palabrería? de toda variedad: marxistas, fabianos, existencialistas,
pragmatistas y todos los demás, para disfrazar la aspiración del hombre de ser
su propio absoluto.
La libertad en sí misma quiere
decir libertad para algo en particular. Si todos los hombres son «libres» para
asesinar, no hay libertad para la vida santa; no es posible, entonces, ni la
paz ni el orden. Los hombres, ya no son libres para andar con seguridad por las
calles. Si los hombres son «libres» para robar sin castigo, no hay libertad
para la propiedad privada.
Si los hombres tienen libertad de
expresión y prensa libre sin restricciones, no hay libertad para la verdad,
pues no se permite norma alguna por el que se pueda juzgar y castigar la
promulgación o publicación de una mentira.
Entonces se favorece el
testimonio falso y se niega la importancia de la verdad. El mandamiento de
Santiago fue éste: «Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser
juzgados por la ley de la libertad» (Stg 2: 12). Hay una ley de libertad. Sin
ley, no hay libertad.
El movimiento de «libertad de
palabra» de la Universidad de California en Berkeley a principios de la década
de 1960 fue una aplicación lógica de la idea de la libertad sin ley. Los
estudiantes usaron el sistema público de altoparlantes para gritar obscenidades
a nombre de la libertad de palabra, y para exigir el «derecho» de copular
abiertamente en el plantel como perros.
Los universitarios eran más lógicos
que sus maestros; insistieron en llevar la libertad de palabra a su conclusión lógica,
y reconocieron la hipocresía de los de ideología liberal liberales mucha palabrería
que promovían la libertad de palabra, pero se amilanaban en cuanto a su
práctica.
También fueron lógicos en sus
demandas sexuales; si la libertad de palabra es un estándar válido, ¿por qué no
libertad de acciones? Su elección de libertad irresponsable fue honesta, aunque
equivocada; llevaron las ideas liberales a su conclusión lógica.
El intelectual liberal presenta
objeciones a cualquier restricción de su estándar absoluto de libertad
partiendo por lo general de dos bases.
Primero: sostiene que la libertad de
palabra es más importante que cualquier otra consideración, y de modo similar
la libertad de prensa es más importante que la responsabilidad.
Segundo: puede concordar en que la pornografía es mala, pero, «¿cómo se puede definir?».
Un universitario informó que un profesor universitario y su clase concluyeron que
la pornografía no existía, porque se sintieron incapaces de definirla.
Esta es la falacia racionalista
de que solo lo racional es real, y lo racional incluye aquello que se puede
definir de manera precisa y científica. En lugar de que la vida exista antes de
su definición, la definición es anterior a la vida. Una cosa no existe para el
intelectual mientras no la haya definido, mientras su palabra supuestamente creativa
y definidora no la haga existir.
Es fácil reconocer la pornografía;
no es tan fácil definirla. Es fácil reconocer a un amigo, pero es menos que
fácil definir lo que es un amigo. Una buena parte de la realidad escapa a una
definición. De aquí la debilidad de la ley estatutaria; como insiste en definir
con precisión cada variedad particular de un delito, produce un problema para
la imposición de la ley.
No es suficiente para la ley
estatutaria que se haya cometido un asesinato o un robo; hay que hallar una
definición por estatuto y «apropiada» para el crimen, y la definición debe
ajustarse al crimen, o la ley no reconoce el crimen. La ley bíblica dice
sencillamente «no matarás», y «no hurtarás», algo fácilmente reconocible que no
necesita definición. Puesto que la realidad siempre escapa a la definición
plena, la definición precisa de crímenes por estatuto quiere decir que una gran
parte de la actividad criminal no se incluye en el catálogo de delitos.
10. LA LENGUA MENTIROSA
Las Escrituras tienen mucho que
decir en cuanto a la lengua mentirosa. Los comentarios de Salomón sobre el
asunto son especialmente reveladores:
Seis cosas aborrece Jehová, y aun
siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos
derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos,
los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y
el que siembra discordia entre hermanos (Pr 6: 16-19).
De los siete pecados que se citan
aquí, tres se relacionan directamente con asuntos del habla: «la lengua
mentirosa», «el testigo falso» y «el que siembra discordia entre hermanos».
Como Delitzsch comentara, lo que Salomón señala es que «no hay vicio que sea
mayor abominación ante Dios que el esfuerzo (de hecho satánico) de indisponer a
los hombres que se aman unos a otros». Estos siete pecados se relacionan
estrechamente.
«Las primeras tres
características se relacionan entre sí como mentales, verbales, reales». La
cuarta tiene que ver con el corazón; la quinta, con pies que se apresuran al
mal; la sexta de nuevo es verbal, como también la séptima. «El principal de
todos los que Dios detesta es el que toma un diabólico deleite en indisponer
entre sí a hombres que tienen relaciones bastante estrechas».
El cómo los hebreos entendieron
este asunto aparece en los comentarios de la ley que hace Ben Sirac. Ben Sirac
condenó a todos los que se apoyaban en sueños y adivinaciones, y en falsa
profecía de cualquier clase. Haciendo eco de las Escrituras, preguntaba: «De
algo impuro, ¿qué se puede hacer limpio? Y de la falsedad, ¿qué puede ser
verdad?».
Añadió que «La Ley en cambio se
cumplirá sin falta: es sabia en lo que dice, fiel en lo que promete» (Eclo 34: 8).
Incluso más, Ben Sirac declaró que «más vale un ladrón que un mentiroso
empedernido, pero uno y otro caminan a su perdición» (Eclo 20: 25). Este punto
es de importancia especial.
El ladrón le quita la propiedad a
un hombre, pero por ello no le hace daño a la reputación del hombre, en tanto
que el mentiroso en la práctica daña la reputación de un hombre y le priva de
su paz, no solo una vez, sino continuamente, mientras la mentira circule y
permanezca. De ahí la condenación de la lengua mentirosa por Salomón y todas
las Escrituras.
LA CALUMNIA Y LA DIFAMACIÓN SON, PUES,
OFENSAS MUY SERIAS.
La difamación es falso testimonio
respecto a un hombre por palabra verbal; es chisme que le hace daño al carácter
o propiedad del hombre, a su oficio o profesión. La difamación es falso
testimonio mediante escritos, cuadros o letreros. La calumnia y la difamación son
formas de falso testimonio.
En toda época el falso testimonio
ha sido extenso debido a que el hombre es pecador, pero en la época actual
particularmente se ha desarrollado en una ciencia refinada. El humanista, desde
Maquiavelo a Hegel, Marx, Nietzsche y al presente, por no tener creencia en una
ley absoluta, ha revivido la doctrina platónica del derecho del estado a
mentir. Especialmente con el nacimiento de la era revolucionaria, la mentira se
ha convertido en un instrumento principal de la política civil.
Las calumnias y difamaciones
crueles de Luis XVI, María Antonieta y Napoleón persisten en los libros de
texto hasta hoy. Con las dos guerras mundiales, la mentira se volvió de veras
prominente en la política internacional.
En este punto hay que hacer una
distinción. La guerra requiere engaño estratégico, pero no es justificable el
falso testimonio respecto al carácter del enemigo.
Como Rahab, no estamos bajo
obligación de decirle la verdad al que trata de matar a un hombre pío, pero
estamos bajo la obligación de dar testimonio verdadero respecto al enemigo. El
falso testimonio que se hizo respecto a Alemania en la Primera Guerra Mundial
fue a todas luces un mal. Los relatos de las atrocidades alemanes fueron
invenciones y eran crueles y totalmente falsos.
El falso testimonio que nació
durante la Segunda Guerra Mundial respecto a Alemania es especialmente notorio
y revelador. Repetidas veces se lanza la acusación de que los nazis masacraron
a seis millones de judíos inocentes, y la cifra, e incluso cifras más altas,
ahora está atrincherada en los libros de Historia. Poncins, al resumir los
estudios del socialista francés Paul Rassinier, él mismo prisionero en Buchenwald,
dice:
Rassinier llegó a la conclusión
de que el número de judíos que murieron después de la deportación había sido
aproximadamente 1 200 000 y esta cifra, nos dice, ha sido finalmente aceptada
como válida por el Centre Mondial de Documentation Juive Contemporaine. De
igual manera nota que Paul Hilberg, en su estudio del mismo problema, llegó a
un total de 896 292 víctimas.
Un elevado número de estas
personas murieron de epidemias, muchas fueron ejecutadas. Volveremos a ese
asunto más tarde.
Mientras tanto, notemos que no se
ha dicho gran cosa de los asesinatos en masa muy extensos perpetrados por los
comunistas. Los Estados Unidos ayudaron a eso al entregar al general Vlásov y a
su ejército de anticomunistas a los comunistas para que los ejecutaran.
Los comunistas ejecutaron a 12
000 oficiales del ejército polaco en el bosque de Khatyn; 400 000 polacos
murieron en su viaje de deportación. De los 100 000 prisioneros alemanes
capturados en Stalingrado, solo 5 000 volvieron vivos; 95 000 murieron en los
campamentos de prisioneros; cuatro millones de alemanes deportados por los
comunistas de Silesia murieron, y así por el estilo.
Los británicos y americanos el 13
de febrero de 1945 atacaron por aire Dresden, una ciudad hospital, y mataron a
130 000 personas, casi el doble que en Hiroshima, sin ninguna buena razón
militar. Así que, sin ir al teatro de operaciones del Pacífico, está claro que todos
los que intervinieron se dedicaron no solo a la guerra, sino también al
asesinato, y los comunistas continuaron haciéndolo como política común del
estado.
Pasemos ahora a otro aspecto del
mismo problema. Una novela popular posterior a la guerra describía los eventos
de Auschwitz durante la guerra y presentaba su material no solo como hecho,
sino que en realidad con los nombres reales de personas vivas. A un médico
polaco que fue prisionero de guerra en el campamento y sirvió en el cuerpo
médico del campamento se le acusó de haber realizado 17 000 «experimentos» en
presos judíos en cirugía sin anestesia.
El médico de inmediato entabló
una demanda contra el novelista por difamación. El juicio, realizado en
Londres, rápidamente redujo los 17 000 casos a 130 cuestionables; la esterilización
de mujeres judías y la castración de los hombres fueron básicas a los «experimentos».
Si el doctor se hubiera rehusado, testificó alguien, a él mismo lo hubieran
matado. El número de casos establecidos
se redujo; 17 000 era una cifra falsa. El juez, en su resumen al jurado,
dijo que no podía darles «guía en cuanto a moral».
El médico ganó el caso, siendo su
recompensa la moneda más pequeña del reino, medio penique; su parte de los
costos legales fue como 20 000 libras esterlinas. El jurado acordó en que había
sido víctima de difamación, pero también creía que su culpa seguía siendo
suficientemente real para merecer solo una victoria simbólica.
Este juicio pone al descubierto
la insensibilidad básica a la verdad demasiado extendida que caracteriza a esta
edad. El hecho de que un médico bajo cualquier presión realizara tales
operaciones es en sí mismo un hecho horrible. Si se hicieron solo diez, o
siquiera una sola, en vez de 130 o 17 000, el crimen es real y muy serio. ¿Por
qué, entonces, la grotesca exageración? ¿Por qué, también, la falsa
representación maliciosa de hombres que se oponían a la política aliada,
hombres tales como Laval y Quisling, «patriotas» a su manera, no mejores que
algunos de los líderes aliados, peor que otros, y tal vez mejores que la
mayoría?.
Examinemos de nuevo los
asesinatos en masa de la Segunda Guerra Mundial, y el trasfondo de los falsos
testimonios durante la Primera Guerra Mundial y después. La vida se había
vuelto tan barata e insulsa para estos jefes de estado y sus seguidores en su
campamento que un asesinato o dos no era nada. De igual manera, una generación
instruida para la violencia en películas, radio, literatura y prensa no podía
esperarse que reaccionara ante un asesinato o dos.
El resultado fue una mentalidad
desesperadamente torcida que solo podía apreciar el mal como mal en escala
masiva. ¿En realidad ejecutaron los nazis a muchos miles, decenas de miles o
cientos de miles de judíos? Los hombres para quienes tales asesinatos no eran
nada tenían que exagerar la cifra a millones.
¿Realizó el médico un número de
experimentos en hombres y mujeres vivos? Unas pocas mujeres esterilizadas y
unos pocos hombres castrados y sus lágrimas y aflicción horrorosas no eran suficientes
para atizar los gustos enfermos y estropeados del hombre moderno; háganle culpable
de realizar 17 000 de tales operaciones. Los males eran demasiado reales; e
incluso mayor es el mal de dar falso testimonio respecto a ellos, porque ese falso
testimonio producirá una realidad incluso más cruel en el próximo trastorno.
Los hombres ahora se han
«reconciliado» con un mundo en donde millones se asesinan o se dice que fueron
asesinados. ¿Qué se requerirá a modo de acción y propaganda la próxima vez?
Durante la Segunda Guerra
Mundial, un libro breve y popular dio un indicio de la nueva mentalidad.
Kaufman pidió en 1941 la esterilización total de todos los alemanes y la
eliminación con ello de la nación alemana. Kaufman no estaba solo.
El novelista Ernest Hemingway
pidió la esterilización masiva de todos los miembros de las organizaciones del
partido nazi en el prefacio de su libro Hombres
en guerra. Un antropólogo de
Harvard, Ernest Hooton, pidió que se «eliminara» al liderazgo alemán y «la
subsiguiente dispersión por todo el mundo del resto de los alemanes».
En vista a esta insensibilidad
masiva al asesinato, tanto que se recurre al falso testimonio, la exageración
del mal para hacerlo que parezca mal, el mal mismo crece a fin de mantener el
paso con la imaginación de los hombres, imaginación perversa basada en falsos
testimonios. En la Primera Guerra Mundial los turcos trataron de asesinar a
todos los armenios; en ese tiempo, horrorizó al mundo. Hoy, algunos negros
hablan libremente del asesinato masivo de todos los blancos, y algunos blancos
anhelan la muerte todos los negros, y el espanto de tal pensamiento es menor
cada día.
ALGO BÁSICO A TODAS LAS LENGUAS
MENTIROSAS ES LA NEGATIVA A ACEPTAR LA RESPONSABILIDAD.
Nuestro Señor llamó a Satanás
padre de mentiras (Jn 8: 44), y Adán y Eva, después de aceptar el principio de
Satanás, de inmediato mintieron sobre su culpa (Gn 3: 9-13). Cuando los hombres
evaden su responsabilidad, son mentirosos. Al negar su culpa y su
responsabilidad, arrojan la culpa y la responsabilidad contra su medio
ambiente, humano o de otra índole.
Por tanto, volviendo a Poncins,
la tesis de su estudio es que la iglesia de Roma fue víctima de los judíos. La
suerte de la iglesia no es responsabilidad de la iglesia; a los religiosos,
desde el Papa hacia abajo, se les blanquea.
Para Poncins la culpa siempre
está en otra parte, es de los judíos o de los masones. Satanás en efecto tentó
a Eva, y otros tal vez nos tienten, pero, a la vista de Dios, la
responsabilidad básica y primaria siempre es nuestra.
No podemos escapar de la culpa
echándoles la culpa a otros; entonces añadimos una lengua mentirosa a nuestras
transgresiones, y nos volvemos progresivamente insensibles a la realidad del
mal. Así como el adicto al narcótico cada vez necesita una dosis mayor para mantener
su hábito, el mentiroso necesita una mentira más monstruosa y una realidad más
perversa a fin de mantener su estabilidad en las condiciones del mal. Por
tanto, el mentiroso se vuelve más peligroso que el ladrón; destruye mucho más,
y desata males mayores.
Poncins, acerbamente anti judío,
estuvo presto a informar los errores en la cuenta de los asesinatos nazis de
los judíos; no está listo para que se le fastidie porque alguno fue asesinado brutalmente.
Poncins es hostil a las mentiras
con respecto a los números de judíos ejecutados, pero ¿no está repitiendo la
mentira de Adán y Eva al echar la culpa de los males de la iglesia a cualquier
otro excepto a la iglesia? Igual que Eva, Poncins dice que «la serpiente me
dio, y yo comí; por consiguiente no es mi culpa». Poncins debe culpar a otro
aparte de los religiosos que tienen grandes poderes, porque hacerlo sería
aceptar la culpa de la iglesia, y de sus miembros, incluyéndose él mismo.
Todo falso testimonio es
peligroso, pues libera una vasta cadena de consecuencias que no se pueden
revertir; desata una mancha que se extiende y conduce finalmente a la acción.
Salomón tenía razón en la secuencia de las consecuencias:
primero el pensamiento, luego la
palabra y finalmente la acción. Una nota final: el falso testimonio no tiene
status privilegiado. El que una persona nos diga en confianza un chisme,
pidiéndonos que no revelemos su nombre, no quiere decir que debamos respetar
sus deseos.
Hacerlo es convertirse en parte
de su difamación de otra persona, grupo o raza. Más bien debemos rehusar
concederle a ninguna mentira el status de comunicación privilegiada y debemos
más bien corregir o reprender al mentiroso y, si fuera necesario, desenmascarar
sus tácticas.
11. LA DIFAMACIÓN DENTRO DEL
MATRIMONIO
La ley bíblica prohíbe la
calumnia dentro del matrimonio, o sea, la calumnia del marido o la mujer con
respecto a su cónyuge. Como Clark ha destacado, tal calumnia hace del marido,
por ejemplo, culpable no solo ante su esposa, sino también ante su familia.
Esta ley es un ejemplo importante de ley consuetudinaria:
Cuando alguno tomare mujer, y
después de haberse llegado a ella la aborreciere, y le atribuyere faltas que
den que hablar, y dijere: A esta mujer tomé, y me llegué a ella, y no la hallé
virgen; entonces el padre de la joven y su madre tomarán y sacarán las señales
de la virginidad de la doncella a los ancianos de la ciudad, en la puerta; y
dirá el padre de la joven a los ancianos:
Yo di mi hija a este hombre por
mujer, y él la aborrece; y he aquí, él le atribuye faltas que dan que hablar,
diciendo: No he hallado virgen a tu hija; pero ved aquí las señales de la
virginidad de mi hija. Y extenderán la vestidura delante de los ancianos de la
ciudad. Entonces los ancianos de la ciudad tomarán al hombre y lo castigarán; y
le multarán en cien piezas de plata, las cuales darán al padre de la joven, por
cuanto esparció mala fama sobre una virgen de Israel; y la tendrá por mujer, y
no podrá despedirla en todos sus días.
Mas si resultare ser verdad que
no se halló virginidad en la joven, entonces la sacarán a la puerta de la casa
de su padre, y la apedrearán los hombres de su ciudad, y morirá, por cuanto
hizo vileza en Israel fornicando en casa de su padre; así quitarás el mal de en
medio de ti (Dt 22: 13-21).
Antes de analizar las
implicaciones de esta ley en relación con el falso testimonio, se debe notar
que es una ley de lo más inusual desde la perspectiva legal.
Primero: En todo juicio por esta ley,
inevitablemente sigue una declaración de culpabilidad. O bien a la esposa se le
halla culpable, o al esposo se le halla culpable de haber presentado falsas
acusaciones contra ella. Cuando un matrimonio llega a este punto, una pena
interna es ineludible; la pena pública también es ineludible cuando el asunto
llega a juicio.
Segundo: esta ley también es inusual
porque parece revertir todos los procedimientos normales ante un tribunal. En
todos los demás tipos de juicios, el acusado es inocente hasta que se demuestra
que es culpable, y es deber de los testigos procesar el caso presentando
evidencias de culpabilidad. Como evidencia el Talmud, los testigos en el
proceso eran necesarios, y eran una parte normal en tales casos.
DE TODAS MANERAS, SIN EMBARGO, LA
ESPOSA DEBE DEMOSTRAR CON CLARIDAD SU INOCENCIA.
La razón para este aspecto
inusual de tal caso es que el caso es en realidad una doble acusación. El
marido ha acusado a su esposa de llegar al matrimonio con un trasfondo de falta
de castidad. El padre de la esposa inicia el proceso; procesa al marido a fin
de silenciar la calumnia de su hija, y, como acusador, debe mostrar evidencia y
testigos, evidencia de la virginidad de su hija, y testigos de la calumnia.
El esposo debe mostrar evidencia
de falta de castidad o pagar una pena muy alta.
Vale la pena notar con algún
detalle la multa y el castigo. Una multa de 100 siclos de plata (Dt 22: 19) era
una suma muy considerable. Un cuarto de siclo se consideraba un regalo notable
para un gran hombre (1 S 9:8). El impuesto anual por cabeza de todos los
varones en Israel, de 20 años y mayores, era medio siclo (Éx 30: 15).
Bajo Nehemías, como el Imperio
Persa realizaba muchas de las funciones civiles y también cobraba impuesto, el
impuesto por cabeza se redujo a «la tercera parte de un siclo» (Neh 10: 32).
Así que 100 siclos de plata eran una multa en extremo alta que casi dejaba
pobre a la mayoría de los maridos y los convertía en siervos o esclavos de sus
esposas de allí en adelante.
La multa se pagaba al padre de la
esposa, y así se mantenía fuera del control del marido, que podía anular el
efecto del castigo si el dinero estaba en posesión de su esposa. El control de
la esposa conduciría entonces al control del dinero. El suegro no estaría
sujeto a tal control y podría administrar los fondos para el bienestar de su
hija y nietos.
No solo se penalizaba de esta
manera al esposo, sino que todo recurso al divorcio le quedaba prohibido. Esto
no quería decir que la esposa tenía entonces licencia para pecar; de todas
formas podía condenársele a muerte por cualquier adulterio futuro. Tal transgresión
era delito. El poder del divorcio se le quitaba al esposo.
También se le aplicaba castigo
corporal al esposo (Dt 22: 18). Por otro lado, la esposa pagaba con su vida por
su falta de castidad. Se le apedreaba hasta que muriera, método antiguo de ejecución.
Su lugar en la Biblia se debe a la capacidad de los testigos y de la comunidad
de tomar parte en la ejecución, puesto que el poder policial del pueblo
requería que reconocieran su obligación de testificar y de ejecutar en todos
los casos de delito establecido. El principio del poder policial general
todavía es válido y básico.
Se debe notar que esta ley tiene
un efecto residual en las leyes de divorcio porque, hasta hace poco, el
consentimiento mutuo no terminaba un matrimonio, sino más bien la culpa real y
demostrada. El no poder demostrar culpa anulaba la acción.
Ahora, para examinar la ley misma
con respecto al falso testimonio, se deben notar ciertas cosas.
Primero, esto es derecho consuetudinario.
Si se prohíbe la calumnia de parte del esposo, y lleva penas tan severas, la
calumnia de parte de la esposa también se prohíbe. Si el castigo es tan severo
para tal calumnia, cualquier calumnia entre un hombre y su esposa lleva severas
penas en la ley bíblica.
La multa impuesta por casos
menores de calumnia todavía sería proporcionalmente alta. Claro, la ley bíblica
requiere un alto grado de atención y sensatez en el habla entre esposo y
esposa. En lugar de ser un ámbito de laxitud, en donde el hombre y su esposa
pueden soltarse sin importar las consecuencias, el matrimonio es un ámbito
donde las palabras se deben pesar con cuidado especial debido a que la relación
personal es tan importante.
Las Escrituras dan extensa
evidencia de este requisito. Por ejemplo, San Pablo declara que «Los maridos
deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí
mismo se ama.
Porque nadie aborreció jamás a su
propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la
iglesia» (Ef 5: 28-29). San Pedro señala la conducta de Sara y su habla y
conducta respetuosas hacia Abraham (1ª P 3: 5-6).
Un antiguo proverbio ruso indica
el asunto contundentemente: «Un perro es más sabio que una mujer; no le ladra a
su amo». Demasiados hombres y mujeres son culpables de tal estupidez; ladran y gruñen
a los que están más cerca de ellos, y la consecuencia es solo intranquilidad
para sí mismos. Cualquier hombre o mujer que rebaje a su cónyuge solo se hace
daño a sí mismo a la larga. El falso testimonio y una lengua suelta solo traen
deshonor a una persona.
Segundo, el asunto de la calumnia dentro
de la familia es una ofensa criminal y pública, y no solo un asunto privado.
Los daños se pagan a los padres de la esposa, y el estado impone una multa,
debido a que el trastorno de la paz de la vida de familia es una alteración
seria de la paz y orden públicos.
La importancia de la familia hace
de la calumnia dentro de la familia algo bien peligroso para la sociedad. La
acusación es que el esposo «esparció mala fama sobre una virgen de Israel»; a
la esposa en este caso se le identifica, no en términos de la familia, sino de
la nación. El marido ha insultado a más que su esposa y su familia; ha atacado normas
morales sostenidas y subrayadas por la misma nación.
Tercero, esta ley en particular multa y
castiga al esposo. Una multa a la esposa sería en parte también un castigo para
el esposo, y también sería evidencia de su ineptitud para gobernar su hogar. Es
el deber del esposo ser, entre otras cosas, protector de su esposa e hijos. Si
en lugar de eso los difama, y en particular a su esposa, está dando una
indicación de ineptitud para proteger y gobernar, y de una mentalidad enferma
que invita la vergüenza y la desgracia.
El hombre le ha negado a su
familia un patrón de conducta santa, que es una necesidad básica de la vida.
Otro proverbio ruso destaca que «Si el padre es pescador, los hijos conocen el
agua». Su significado está claro: la vida del padre tiene una función principal
de enseñanza. Cuando el padre no pone un patrón de vida y expresión verbal responsable
y sensata, a los hijos se les priva de una fuerza principal estabilizadora y
educadora.
Un esposo puede difamar a su
esposa no solo con sus palabras, sino también con su desconfianza. Si rehúsa
poner en sus manos deberes y privilegios que ella es competente para
administrar, la ha difamado. Para citar un ejemplo: un esposo de manera regular
denigraba la competencia financiera de su esposa y a menudo citaba a guisa de
broma un error tonto en la chequera que ella había cometido.
El error lo cometió, pero eso no
era un verdadero rasgo del carácter de ella. La tienda de regalos de ella dos
veces lo había salvado a él de serios problemas en su propia empresa; en una
ocasión, él se había ampliado demasiado, y demasiado rápido cuando el negocio
era muy bueno y después se vio frente a la quiebra; los ahorros de ella,
derivados de su tienda, lo salvaron, pero él nunca pagó el dinero ni lo
reconoció públicamente.
En otra ocasión, las malas
inversiones lo afectaron financieramente, y los fondos de ella proveyeron un
pago necesario del edificio. El esposo solía difamar a su muy capaz esposa sin
jamás decir una mentira; solo citaba unos pocos hechos que daban un cuadro
falso de una mujer que en realidad era muy capaz. La verdad en sí puede ser
calumniadora si se usa para dar un cuadro parcial o distorsionado.
Cuarto, el noveno mandamiento requiere
que no demos falso testimonio contra nuestro «prójimo», y esta ley deja en
claro que nuestro prójimo más importante es nuestro cónyuge. F. W. J. Schroeder
observó que «El hombre es libre solo mientras se mantiene veraz; la mentira
destruye su verdadera libertad». El hombre halla su más rica libertad en la
vida familiar bajo Dios; esta libertad queda destruida, y el hogar se convierte
en prisión cuando los hombres y las mujeres dan falso testimonio unos de otros.
Quinto, volviendo a la multa impuesta al
esposo, tenemos otro vislumbre de la seriedad de la calumnia dentro del
matrimonio. En Deuteronomio 22:29 vemos que la multa que se impone por
violación o seducción, en el caso de una virgen no desposada y un joven sin
antecedentes criminales, era de 50 siclos de plata; si seguía el matrimonio, si
se aceptaba al culpable como esposo, no era posible un divorcio.
La multa por calumniar a una
esposa con una falsa acusación de infidelidad prematrimonial era el doble de la
multa por violación o seducción. En cualquier caso, la multa era muy gravosa,
pero el castigo por calumnia era mayor porque atacaba una relación matrimonial
existente y la socavaba brutalmente.
La muchacha violada tenía una
dote de 50 siclos que podía llevar a otro matrimonio, si el padre rechazaba al
ofensor como posible esposo; ella podía empezar una nueva vida con otro hombre
con la ventaja de una dote extra (Éx 22: 16.17). La esposa ofendida no tenía
tal oportunidad; sus hijos bien que la atarían a su esposo.
(La pérdida del derecho a
divorciarse era de él, no de ella). La multa era, pues, especialmente severa a
fin de prevenir que tales ofensas ocurrieran.
En la ley humanista moderna se da
vía libre en la práctica a la calumnia dentro del matrimonio y los resultados
son malos, como era de esperarse.
Una nota final. Casi toda persona
tiene un trasfondo de maltrato a la esposa (y, en ocasiones, de maltrato al
esposo). No hay evidencia de esto en las Escrituras.
La severidad de la ley con
respecto a la calumnia deja en claro que, por analogía, el maltrato físico es
peor e inconcebible. Se requiere entre el marido y la mujer una relación que se
base en la fe, no en el temor.
12. LA DIFAMACIÓN
Se suele citar Levítico 19:16, 17
como un ejemplo de donde la ley condena el chisme, y a menudo se lee como una denuncia del chisme antes que
una ley relativa a los
tribunales. Un examen del texto deja en claro que, en tanto que se condena el chisme, se tiene en mente al
tribunal:
No andarás chismeando entre tu
pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová. No aborrecerás a
tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de
su pecado.
La primera parte del v. 16 se puede
traducir: «No andarás difamando». La palabra se traduce calumniador en Jeremías 6: 28 (LAT); 9: 4; y en Ezequiel 22:9.
El testimonio verdadero se debe dar en los tribunales fuera de estos; la
circulación de la difamación en cualquier parte se prohíbe. Según Ginsburg,
Este peligroso hábito, que ha
arruinado el carácter y destruido la vida de muchos inocentes (1ª S 22: 9; Ez
22: 9, etc.), lo denunciaban las autoridades espirituales del tiempo de Cristo
como el mayor pecado.
Tres cosas declaraban que sacaban
a un hombre de este mundo y le privaban de la felicidad en el mundo venidero:
idolatría, incesto y asesinato, pero la difamación los supera a todos. Mata a
tres personas con una acción: a la persona que difama, al difamado y a la
persona que escucha la difamación. De aquí que la versión Caldea antigua de
Jonatán traduzca esta cláusula: «No seguirás a la lengua tres veces maldita,
porque es más fatal que una espada devoradora de dos filos».
Ben Sirac habló fuertemente
contra la difamación, declarando:
Maldito el calumniador y su
manera doble de hablar: ha contribuido a que perezcan muchas personas que
vivían en paz. Las insinuaciones de terceras personas los demolieron hasta
dispersarlos en una y otra nación; destruyeron
además ciudades poderosas y derribaron grandes familias. La calumnia
hizo que se repudiara a valientes mujeres y las privó del fruto de sus
trabajos. El que le presta atención no tendrá más reposo, ni vivirá más en paz.
Un latigazo deja una herida, una
lengua suelta rompe los huesos. Muchos cayeron por la espada, pero más
numerosas aun son las víctimas de la lengua. Feliz el hombre que ha permanecido
fuera de su alcance y no conoció su furor, que no soportó su yugo ni arrastró
sus cadenas; porque su yugo es un yugo de hierro, y sus cadenas, cadenas de
bronce.
La lengua produce una muerte
miserable; ¡más vale descender a la morada de abajo! Pero ella no vencerá a los
fieles; su llama no los quemará. A los que abandonan al Señor, a esos sí que
los atrapará. Arderá en ellos sin extinguirse jamás, se arrojará sobre ellos
como un león, y los desgarrará como una pantera.
Tú rodeas tu campo con una cerca
de espinas, y pones bajo llave tu plata y tu oro; para tus palabras necesitas
balanza y pesas. Colócale a tu boca puerta y candado, no sea que te haga
tropezar y caigas ante tu contrario (Eclo 28: 13-26, LAT).
Un proverbio que fue popular en
un tiempo entre los niños dice que los palos y las piedras pueden rompernos los
huesos, pero las palabras nunca
pueden hacernos daño. Esto es una bravata; las palabras sí nos hacen daño; es
solo debido a que llevamos tantas cicatrices por la malicia del chisme que este
provoca solo un humor triste e irónico.
Pero la ley de Dios nunca ve el chisme como algo ocioso; de aquí la preocupación de la
Ley por toda difamación. El versículo 16 dice «No atentarás contra la vida de
tu prójimo». Según Micklem, esto quiere decir «Tratar de lograr que lo maten
(cf. Éx 23: 7)». Ginsburg comentó de la variedad de implicaciones de este enunciado:
Esta parte del versículo evidentemente
está diseñada para expresar otra línea de conducta por la cual la vida del
prójimo puede correr peligro. En la cláusula anterior, «andar» con informes
calumniosos ponían en peligro la vida del calumniado, aquí el «atentar» se
prohíbe cuando incluye consecuencias fatales.
Los administradores de la ley
durante el segundo templo tradujeron esta cláusula literalmente: No te quedarás parado quieto junto a la
sangre, etc., o sea que si vemos a alguien en peligro de muerte., ahogándose, atacado por ladrones o
bestias salvajes, etc., no debemos quedarnos quietos mientras se derrama su
sangre, sino que debemos brindarle ayuda aun a riesgo de nuestra propia vida. O
si sabemos que un hombre ha derramado la sangre de su semejante, no debemos
quedarnos en silencio mientras la causa está ante los tribunales.
De aquí que la versión caldea de
Jonatán lo traduce: «No guardarás silencio en el juicio por la sangre de tu
prójimo cuando sabes la verdad».
Otros, sin embargo, lo toman como
que denota salir al frente, y tratar de obtener una sentencia falsa contra
nuestros prójimos, de modo que esta frase es similar en importancia a Éx 23:1,
7.
Todos estos significados por
cierto están implicados, pero es mejor mirar al sentido más sencillo del texto.
Hay un obvio paralelismo trazado entre difamar a alguien y levantarse contra su
sangre, o sea, buscar su muerte.
La difamación es una forma de
asesinato; trata de destruir la reputación y la integridad de un hombre insinuando
falsedades. La razón por la que los rabinos la consideraban peor que la
idolatría, el incesto y el asesinato era debido a que sus consecuencias morales
son plenamente tan mortales si acaso no peores, y es un crimen que se comete
con facilidad y no se detecta enseguida.
Todavía más, la difamación,
debido a que pasa de boca en boca rápidamente, incluye a muchas más personas en
un tiempo muy breve que la idolatría, el incesto y el asesinato.
La ley, por
lo tanto, prohíbe el chisme; esto no es solo un consejo moral, sino también una
ley penal. Debido a que los puritanos tomaban en serio la ley bíblica, castigaban
el chisme por acción de los tribunales. La calumnia y la difamación hoy son
motivos de pleito civil, y normalmente no hay acción penal, y el resultado es una
libertad ampliamente extendida para el chisme malicioso.
LA IRRESPONSABILIDAD HA DADO LUGAR A UNA POSICIÓN DE PRIVILEGIO.
En el versículo 17 se describe el
curso apropiado de acción. Si un «hermano» o «prójimo» es de veras culpable de
hacer un mal, debemos ir a verlo y tratar de disuadirlo de su curso perverso.
De otra manera, «participamos de su pecado», o «no sea que te hagas cómplice de
sus faltas», es decir, nos volvemos cómplices de su mal por nuestro silencio.
El «hermano» aquí se refiere a un hombre del pacto, y no a un réprobo que no
respondería al consejo santo.
Debemos hablar con el hermano;
podemos, dependiendo de la situación, hablar con el impío, pero no se nos
requiere que lo hagamos. Este significado se confirma por el uso de esta ley en
Mateo 18:15-17.
Así, la formulación negativa de
esta ley prohíbe la difamación; no debemos dar falso testimonio. La formulación
positiva, sin embargo, claramente requiere más que el testimonio verdadero.
Nuestro testimonio no solo debe ser veraz, sino también responsable. Por
nuestra habla debemos no solo evitar la calumnia, sino reprenderla y
disciplinarla y, en una sociedad santa, llevarla ante las cortes de la iglesia
y el estado.
La ley positivamente nos requiere
que promovamos, no una libertad anarquista de palabra que permita la difamación,
sino una palabra responsable que obre para preservar y promover la integridad,
la industria y la honestidad.
El mandamiento se refiere a un
orden social, y no solo a un consejo moral personal, como Calvino lo
interpretó. Es un consejo moral, pero es en primera y última instancia ley de
Dios para su reino que todos deben obedecer. Calvino daba por sentado la
estructura de la ley cristiana que Ginebra había heredado de siglos anteriores;
sus seguidores puritanos fueron más sabios cuando recalcaron la importancia de
esta ley.
Si la Ley absoluta de Dios se
reemplaza con una libertad anarquista, se le retira el significado al mundo, y
un testimonio responsable cesa, porque no hay nadie a quien darle cuentas, ni
Dios puede requerirle nada al hombre que sea responsable a sí mismo y a su
mundo de hombres. Colin Wilson ha indicado las implicaciones de este
anarquismo: «Pensé que había visto la verdad final de que la vida no conduce a nada; es un
escape de algo, y el “algo” es un error que está al otro lado de la
consciencia».
Si la vida se vuelve «un escape
de algo», es un escape de la verdad, porque la verdad se relaciona con la
realidad, en tanto que la mentira se relaciona con la fantasía. La realidad es
anatema para los hombres interesados en el escape, y como resultado la mentira
«necesaria» la cultivan tales hombres, como Nietzsche lo evidenció en su vida y
filosofía.
Pero la libertad también se
relaciona con la realidad antes que con la fantasía, y buscar escape de la
realidad es también escapar de la libertad. Por tanto, para los surrealistas,
vivir con la realidad es avenencia. Para ellos, la libertad significa negar «el
mundo y la existencia de la carne y sangre del hombre». El surrealista prefiere
los sueños a la realidad; exige un mundo totalmente hecho por el hombre; tal
sueño no se puede realizar en la vida real.
Al mundo totalmente hecho por el
hombre por consiguiente se le busca en los sueños. El surrealismo cree «en la
omnipotencia de los sueños» porque este es el ámbito del supuesto poder del hombre.
Atesora un mundo de ensoñación en donde «el corazón reinan supremo». Esto es
comparable al misticismo, porque, «para el místico, la libertad absoluta va
mano a mano con la destrucción del mundo contingente». Debe haber, por
consiguiente, una revolución perpetua contra el mundo real en términos del
mundo de ensoñación.
Un enunciado surrealista declara:
«No solo debe cesar la explotación del hombre por el hombre, sino también del
hombre por el llamado “Dios”, de memoria absurda y provocadora. El hombre, con
sus armas y equipo, debe unirse al ejército del Hombre».
Cada vez que el hombre, las
instituciones y las sociedades abandonan a Dios, abandonan la realidad. Dejan
de dar un testimonio verdadero y responsable, y empiezan a vivir una mentira,
porque en el mundo de la mentira pueden hacerla el papel de dios. La iglesia
que cree que puede vivir en el mundo y descuidar los problemas del mundo está
viviendo en un mundo de sueños. Al no relacionar la Palabra y Ley de Dios con
todo el mundo, están viviendo una mentira, por formalmente correcta que sea su
religión.
Pueden jactarse de ser
«evangélicos» u «ortodoxos», pero en realidad son irrelevantes y mentirosos,
porque no hay nada irrelevante en cuanto a Dios. Debido a que Dios es el Señor
y Creador de todas las cosas, hay una relevancia total en todas las cosas a
Dios y una total subordinación de todas las cosas a la Palabra y Ley de Dios.
La iglesia que no se dirige a la
totalidad de la vida en términos de la palabra total de Dios pronto será una
mentirosa indomable respecto a cualquier hombre que procura despertarla de su
mundo de sueños. La verdad no está en tal iglesia ni en tales hombres, y no
podemos esperar de ellos la verdad.
Cuando cesa el testimonio
responsable, el hombre no tiene capacidad para enfrentar la realidad ni para
ser libre. Queda encadenado al falso testimonio de su imaginación. En
definitiva todo falso testimonio vive en un mundo de su propia imaginación. Al
vivir una mentira, el hombre no regenerado en última instancia no tiene otro mundo
que no sea su mentira.
Esto se aplica a todos los
hombres no regenerados, conforme la consciencia epistemológica propia los lleva
a su conclusión lógica. Los marxistas están atrapados en el mundo ilusorio de
su mentira; viven en el infierno y lo llaman la puerta del paraíso. Los que
creen en la democracia también son prisioneros de su mentira; forman
hostilidades profundas y salvajes de clase y raza por ley y las llaman paz e
igualdad.
Los rabinos tenían razón en
cuanto al falso testimonio; es la muerte del hombre que lo pronuncia y vive por
él, muerte para la sociedad que lo tolera, y exhala muerte contra su prójimo.
Para evitar el falso testimonio, la sociedad debe primero evitar los falsos
dioses. Los falsos dioses producen hombres falsos y un testimonio falso.
13. LA DIFAMACIÓN COMO ROBO
En Levítico 19:11 tenemos otra
referencia en la ley a la calumnia: «No hurtaréis, y no engañaréis ni mentiréis
el uno al otro». Ginsburg refiere esto a la ley previa, Levítico 19:9, 10, en
cuanto al rebusco, pero la conexión que hace no es válida. El comentario de
Lange es de interés histórico respecto a la historia de la exposición:
ESTE Y LOS PRECEPTOS QUE SIGUEN TOMAN
LA USUAL FORMA NEGATIVA DE LEY ESTATUTARIA.
Al octavo mandamiento allí se le
une con las ofensas recapituladas en 6: 2-5 de falsedad y fraude hacia otros.
San Agustín aquí (P. 62) entra largamente en la pregunta casuística sobre lo
justificable de mentir bajo ciertas circunstancias, citando el ejemplo de Rahab
entre otros.
Concluye que no fue su mentira,
como tal, lo que recibió la aprobación divina, sino su deseo de servir a Dios,
que fue en verdad lo que la impulsó a mentir. Sea como sea, es claro que la ley
aquí no tiene en mente casos extraordinarios y excepcionales, sino los tratos
ordinarios del hombre con el hombre. Tal ley es obligación universal. Comp. Col
3: 9.
Lange tenía razón al citar
Colosenses 3: 9, 10: «No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del
viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la
imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno». La novena
ley alinea la verdad con la realidad bajo Dios, y separa el mundo del
testimonio falso, de toda huida de la realidad, y todo rechazo de la verdad en
el campo de Satanás.
El comentario de Meyrick también
es de interés:
Robar, engañar, y mentir se
agrupan como pecados afines (ver cap. 6: 2, en donde se da un ejemplo de robo
realizado mediante mentira; Ef 4:25; Col 3: 9).
La cita de Efesios 4:25 de nuevo
es de interés, porque habla de la línea divisoria:
«Por lo cual, desechando la
mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos
de los otros».
Un hecho muy obvio en cuanto a
esta ley, Levítico 19:11, es que dos formas de la violación del octavo mandamiento,
robar y engañar, se dan juntas con mentir, la violación del noveno mandamiento.
Todas las leyes son estrechamente interdependientes, puesto que todas vienen de
la mano del mismo Dios, pero la relación en algunas es más inmediata que en
otras.
La forma de la ley establece una relación
obvia: robar y mentir en la práctica incluyen falso testimonio, y especialmente
engañar. El robo es una forma de falso testimonio cuando el ladrón dice poseer
los bienes, los vende como si fueran propios, y vive de lo obtenido como si representara
su riqueza.
Otra relación importante entre la
mentira y el robo es que la difamación le roba a un hombre su reputación, su
posición en la comunidad y su paz mental. Aunque la difamación en gran parte ha
pasado de la ley criminal a la ley civil, e históricamente la restitución o
daños se concede cada vez menos, debido al trasfondo de la ley bíblica la
restitución ha sido una parte necesaria de la ley respecto al calumniador.
Las Escrituras denuncian
extensamente la difamación. Para citar unos pocos ejemplos: «El hipócrita con
la boca daña a su prójimo» (Pr 11: 9). «Recue dales que a nadie difamen» (Tit
3: 1, 2). «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca» (Ef 4: 29). «No
murmuréis los unos de los otros» (Stg 4: 11). «El que propaga calumnia es
necio» (Pr 10 18). «Al que solapadamente infama a su prójimo, yo lo destruiré»
(Sal 101:5). Está claro que la difamación se ve no solo como robo, sino también
como una forma de asesinato (Pr 11:9). Por consiguiente es necesario que se haga
restitución.
La ley básica dice que no debemos
dar falso testimonio contra nuestro «prójimo» (Éx 20: 16). La palabra «prójimo»
es en hebreo rea o raj, que quiere decir «alimentar o
nutrir», y raj también aparece
en las Escrituras como el verbo «alimentar». El prójimo, sea pariente o amigo,
enemigo o un semejante, es aquel a quien debemos nutrir, así como él tiene el
deber de nutrirnos a nosotros.
Nos nutrimos unos a otros, somos
buenos prójimos o alimentadores unos de otros, cuando establecemos y promovemos
un orden legal que alimenta y fortalece nuestra vida común. Cuando damos
testimonio verdadero, nos alimentamos unos a otros con la verdad. El testimonio
verdadero de ninguna manera se debe confundir con la lisonja ni el
encubrimiento, pero sí incluye trabajar juntos para promover el orden legal
santo.
La difamación y la calumnia
destruyen esa alimentación mutua; rompen el vínculo de vida comunitaria y es
asesinato y robo dirigido contra los individuos y contra la comunidad.
La palabra prójimo también nos da una noción de
la naturaleza de la beneficencia bíblica. Ser prójimos unos de otros quiere
decir establecer una sociedad que alimenta y nutre a sus miembros mediante el
orden legal santo, y que ministra a las necesidades de sus miembros en términos
de esa ley. Aquí, en deferencia a Ginsburg, podemos reconocer una relación
entre esta ley y la precedente, Levítico 19: 9, 10. Las leyes del rebusco en
efecto nos exigen que ayudemos a nuestro prójimo a alimentarse a sí mismo.
La beneficencia bíblica no quiere
decir una clase de personas que reciben regalos de dinero sin trabajar o que
viven de manera parásita del trabajo de los demás. Como se anotó previamente,
las leyes del rebusco en efecto exigen un trabajo arduo. Todavía más, la
palabra prójimo se aplica a
todo hombre, rico y pobre por igual.
En otras palabras, no solo hay
que alimentar a los pobres en una sociedad de prójimos, sino que ricos y pobres
se debe alimentar unos a otros trabajando juntos para establecer un orden
social santo en el cual los buenos puedan florecer.
Tal sociedad no puede florecer
donde no hay fe. Pascal observó:
El hombre no es otra cosa que
insinceridad, falsedad e hipocresía, con respecto a sí mismo y con respecto a
los demás. No desea que se le diga la verdad; evita decírsela a otros; y todos
estos talantes, tan inconsistentes con la justicia y la razón, tienen sus
raíces en su corazón.
Sin fe, los hombres tienden a
reflejar cada vez más su naturaleza caída, que vive, cree y prefiere una
mentira.
Por esto las dos «tablas» de la
Ley son inseparables una de la otra. Puesto que el orden moral descansa en el
orden teológico, el hombre no puede anhelar una relación de prójimo con su
semejante si su relación con Dios está rota. Como siempre, la verdad es
imprescindible para la bondad; la verdad es el cimiento y manantial del
carácter moral.
14. «TODA PALABRA OCIOSA»
Si los existencialistas tienen
razón, vivimos en un mundo sin absolutos morales ni ley trascendental. En un
mundo sin leyes absolutas, cualquier dios o dioses que pudieran existir pueden,
junto con los hombres, solamente dar consejo, y ese consejo en el mejor de los
casos solo puede ser pragmático. No hay, entonces, ley a la que apelar.
De la difamación, por
consiguiente, tal consejo de los dioses puede decir que tal vez meta en
problemas a un hombre, y que otros se resentirán por ello. No es errada en sí y
por sí misma; puede ser ventajosa, pero también puede ser desastrosa.
Demasiado a menudo, en vez de
presentar la enseñanza bíblica respecto a la difamación como ley, la iglesia la
ha enseñado como consejo pragmático. Por eso no sorprende que una época
enseñada por religiosos antinomianos se haya vuelto existencialista. Muchas
condenaciones del chisme y la calumnia aparecen en la Biblia.
Algunas de las más interesantes
son las siguientes, interesante por la variedad de formas de calumnia que son
condenadas: Lc 6: 41-45. La difamación brota de un corazón malo. Sal 109: 3.
Brota del odio.
1ª Ti 5: 13. La falta de fe más
la ociosidad producen difamación. Pr 11: 9. Los hipócritas son adictos a
calumniar al justo.
Sal 50: 19, 20. Los perversos son
tan adictos a la calumnia que incluso difaman a su familia.
Ap 12: 10. El diablo es un
«acusador» o calumniador.
Sal 52:4. A los perversos les
encanta destruir a los hombres con su difamación.
Pr 10:18. El que se da a la
calumnia es un necio.
Tit 2: 3. A las ancianas se les
advierte que no se den a la difamación.
1ª Ti 3:11. Se advierte en contra
de la calumnia a las esposas de los oficiales de la iglesia.
Mt 26:60. Cristo fue blanco del
perjurio.
Jud 8. Los gobernantes están
expuestos a la difamación de parte de «soñadores [que] mancillan» o falsos
idealistas.
Ro 3: 8; 2 Co 6:8. San Pablo fue
blanco de la calumnia.
Sal 38: 12; 108:2; 1ª P 4: 4. El
pueblo de Dios está expuesto a la calumnia.
Sal 15:
1, 3; 34:13; 1A P 2: 12; 3: 10; 3:16; Ef 4: 31; Tit 3: 1, 2; 1A
Co 4: 13; Mt 5: 11. A los santos se les dan instrucciones sobre su conducta en
relación con el falso testimonio. Algunos de los efectos prácticos que se citan son separación de amigos (Pr 16: 28); heridas
mortales (Pr 18: 8; 26:22); conflicto (Pr 26:20); discordia entre hermanos (Pr
6: 19); homicidio (Sal 31: 13; Ez 22: 9).
Stg 3:1-12. La lengua sin freno
representa un deseo perverso de señorear sobre otros hombres denigrándolos, y
recibe «mayor condenación» o juicio, posiblemente mayor exigencia de cuentas.
LA LEY ESTÁ CLARAMENTE EN MENTE
CONFORME SANTIAGO HABLA.
La referencia más aleccionadora
es la declaración de nuestro Señor: «Mas yo os digo que de toda palabra ociosa
que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio» (Mt 12: 36).
La palabra ociosa también se
traduce como «inútiles» (PDT), «difamatoria» (LAT), y «palabra inoperante, que
no funciona» (Versión Ampliada, en inglés). El comentario de Alford sobre esta
palabra destaca un significado esencial:
Ociosa
tal vez se
entienda mejor aquí en su sentido más suave y negativo, como todavía no
determinado hasta el juicio; así que la declaración de nuestro
Señor es una deducción «a minori»
y si de todo dicho ocioso, ¿cuanto
más todo dicho perverso?.
Para replantear esto, nuestro
Señor declaró;
Primero, que la vida de un hombre debe ser
un testimonio verdadero, debe dar buen fruto para Dios, porque, como criatura,
está creado a fin de producir resultados para Dios (Mt 12: 33-35). Por tanto, a
cada hombre se le requiere que ejerza dominio bajo Dios para dar testimonio para
Dios.
Segundo, las «palabras ociosas» son las
que no tienen sentido, o sea, palabras fuera del llamamiento del hombre bajo
Dios. Serán juzgadas al final, pero, por el momento, al hombre se le da tiempo
para volverse a Dios y convertirse de una vida ociosa y obras ociosas a una
vida productiva bajo Dios.
Tercero, esto implica que toda palabra
perversa, toda instancia de perjurio y difamación, se debe castigar ahora, sea
dicha por un pecador o por un santo. Los representantes de la ley deben tratar
con la palabra perversa; Dios a
su tiempo juzgará toda palabra ociosa.
Cuarto, «por tus palabras serás
justificado, y por tus palabras serás condenado» (Mt 12: 37).
La NVI dice: «Porque por tus
palabras se te absolverá, y por tus palabras se te condenará », traducción que
deja en claro la referencia legal básica de este enunciado.
Los tribunales de este mundo
deben pedirle cuentas a un hombre por sus palabras, y Dios también le pide
cuentas al hombre. Las palabras, pues, se ve que son un aspecto básico del
«fruto» del hombre, su producción reveladora, y las palabras, como las acciones,
están enteramente dentro de la esfera del juicio.
En este punto es imperativo
aclarar que la ley contra el falso testimonio no es un consejo de dulzura y
veleidad. No se nos aconseja que seamos evasivos en nuestro hablar, ni que
usemos lisonja, ni tampoco se nos prohíbe decir la verdad en cuanto al mal o
condenarlo.
Nuestro Señor ordenó: «No
juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio» (Jn 7: 24). En
ninguna parte se nos dice que renunciemos a los estándares y juicios morales;
se nos prohíbe juzgar según los criterios personales y humanistas (Mt 7: 1, 2).
Cristo les habló de manera contundente y cortante a los fariseos y de ellos;
llamó «zorra» a Herodes, y su vocabulario fue contundente y rotundo.
Lo que se dice de no decir nada
desagradable de nadie equivale a un llamado a dar falso testimonio; y ha producido
una generación de seguidores de filosofía humanista y una mala conciencia en
cuanto a decir la verdad.
La Ley, pues, es el contexto de
toda la enseñanza bíblica respecto a la «lengua sin freno». El marco de
referencia siempre es la Ley, y no solo el consejo pragmático.
Hay un castigo futuro para una
vida de palabras ociosas, y debe haber un castigo presente para toda palabra
perversa.
La seriedad de la Ley respecto a
la difamación es evidente en Apocalipsis 22: 15, en donde se cita a los que se
les niega la ciudadanía en la Nueva Jerusalén: los «perros», o sea,
homosexuales; los «hechiceros», los que practican la magia, los que tratan de
controlar lo natural y sobrenatural como si fueran dioses; los «fornicarios», o
los que no practican la castidad sexual; los «idólatras», los que adoran dioses
falsos; «y todo aquel que ama y hace mentira» (PDT: «los que les gustan e
inventan mentiras»).
Por otro lado, «bienaventurados
los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar
por las puertas en la ciudad» (Ap 22: 14).
La época humanista ha dado, sin
embargo, una nueva eminencia a la lengua sin freno y a la palabra ociosa. La
calumnia y la difamación han sido bastante comunes en toda época, pero una era
humanista tiene un interés asombroso en el falso testimonio. La ideología
humanista exalta al hombre, y en toda era humanista los hombres han tenido un
celoso deseo de difamar y degradar al hombre.
Como el hombre es el dios de la
ideología humanista, los pecadores hallan deleite especial en acudir a ese
nuevo dios, a oír el chisme inmundo y cruel respecto a los hombres que están en
eminencia.
EL COLUMNISTA SOCIAL DESEMPEÑA UN
PAPEL IMPORTANTE EN UNA SOCIEDAD HUMANISTA.
En toda época ha habido
curiosidad por la vida de los hombres y mujeres grandes y las personas
prominentes. Pero últimamente este interés se hay impulsado cada vez más a un
nuevo escenario, el mundo del teatro, el jet set, las personas de notoriedad, y
los criminales, a muchos de los cuales se les ha tratado como si fueran héroes,
en tanto que se ha hallado deleite al informar escándalos reales o inventados
sobre personas importantes.
William Randolph Hearst, famoso publicador
de periódicos, expresó su disgusto personal por Walter Winchell, y ordenó a su
personal: «Manténganlo lejos de mí», pero lo usó lucrativamente para aumentar
el interés de los lectores. El chisme hizo de Winchell un hombre rico e importante.
Según McKelway, Winchell, hombre de dudoso calibre, había tenido en el pasado
una protección asombrosa:
Su valiosa vida, en un tiempo
protegida celosamente por guardaespaldas asignados por sus amigos Owney Madden
y Lucky Luciano, ha sido vigilada en años recientes por agentes pagados por el
Buró Federal de Investigaciones (FBI), asignados a él por su amigo J. Edgard
Hoover.
McKelway cita un asombroso caso
en 1934 en que agentes del FBI y pistoleros de Capone le dieron a Winchell una
guardia de cortesía: detectives de Chicago también fueron parte de la
protección especial que Winchell recibió. ¿Se le estaba protegiendo del
pueblo?.
Notorios estadounidenses
cortejaban a Winchell, hombres como Herbert Bayard Swope, M. Lincoln Schuster,
Burton Rascoe, Heywood Broun, Alexander Woollcott, Alice Duer Miller, y otros5.
Sin embargo, Marlen Pew, editor de Editor
& Publisher atacó a
Winchell6. La importancia de Winchell ya ha terminado, pero no el celo
humanista por el chisme.
La ideología humanista exalta al
hombre y por consiguiente los motivos de
los hombres. Por tanto, si hay conflicto entre la verdad y los deseos de los
hombres, se sacrifica la verdad. Una muestra importante de eso es el caso del
doctor Frederick A. Cook, que el 21 de abril de 1908 se convirtió en el primer
hombre en llegar al Polo Norte. Un año después, el 6 de abril de 1909, un
ingeniero civil de la marina de los Estados Unidos, Robert Peary, llegó al
polo. Peary empezó una campaña para desacreditar a Cook, a la cual se unieron
hombres de alta posición.
Más tarde se puso a Cook en
prisión por un término de catorce años y nueve meses, en Leavenworth, y se le
multó por $12 000 por una supuesta estafa petrolera de una compañía en la que
trabajaba como directivo y geólogo. En realidad, el campo petrolero ya estaba
produciendo y llegó a ser «una de las áreas más productivas de petróleo de
Texas y Arkansas». Cook, el mayor inversionista individual, no había recibido
ni salario, ni comisión, ni ganancias. El juez John M. Killits, de
Toledo, Ohio, al dictar
sentencia, dijo al doctor Cook en palabras que permanecerán para siempre como
hito de injusticia:
Esta es una de las ocasiones
cuando su peculiar y persuasiva personalidad hipnótica no le sirve, ¿verdad? Ha
llegado por fin al punto en que no puede estafar a nadie. Ha venido a la
montaña y no puede alcanzar la latitud; está por encima de usted.
Primero tuvimos a Ananías, luego
tuvimos a Maquiavelo; el siglo 20 produjo a Frederic A. Cook. Pobre Ananías, ya
está en el olvido, y Maquiavelo; tenemos a Frederic A. Cook.
Cook, este negocio suyo y esta
invención suya, y esta ejecución suya era tan condenablemente torcida que sé
que los hombres que le defendieron lo hicieron con sus pañuelos sobre sus
narices, porque hedías, apestabas hasta el cielo.
Quisiera poder hacer con Ud. lo
que quisiera, la manera como me siento en cuanto a Ud.; quisiera no estar
circunscrito por algunos convencionalismos que pienso que son errores. No creo
que deba andar suelto; es peligroso.
Sin duda ya tiene escondidas esas
ganancias suyas mal habidas. No veo cómo un hombre vivo que tenga algún aprecio
por las normas de decencia u honestidad puede sugerir que deba quedarse con un
solo centavo de eso… porque todo centavo del mismo se lo robó a huérfanos, y
viudas, y viejos crédulos; personas en la más profunda pobreza; personas
ansiosas de ganar dinero suficiente para asegurarse un entierro decente.
Oh Dios, Cook, ¿no tiene para
nada algún sentido de decencia, o es su vanidad tan altanera que no responde a
lo que deberían ser para Ud. Llamados de decencia? ¿No le acosan por la noche?
¿Puede dormir?
¿De qué sirve hablarle? Su
desfachatez, vanidad y descaro son tan monumentales, tan fríos como acero, tan
insensibles, tan insolentes a lo que yo tengo que decirle que la única
satisfacción que tengo al decirlo es que sé que estoy voceando los sentimientos
de la gente decente de Texas sin ninguna duda; aquellos que tienen suficientes
sesos como para no caer por lo que algunos de estos necios llaman su
personalidad. No sé dónde está. La llaman «personalidad», sea que se trate de
una cara de naipes o cara falsa.
Es extraño… que los fiscales me
hayan sugerido que no sea demasiado duro con Ud. Es mi disposición y mi
aborrecimiento de un pillo como Ud.
Lo asombroso de estos comentarios
es que se registraron; tal vez la importancia del juicio hacía obligatorio el
registro completo. Sin embargo, cualquiera que ha pasado tiempo en los
tribunales, observando procesos, reconocerá la arrogancia, desprecio, y aire de
infalibilidad que caracteriza a demasiados jueces humanistas.
Una transcripción fiel de muchos
procesos dejaría desconcertada a la mayoría de las personas.
Las afirmaciones del Dr. Cook se
han establecido como válidas, pero los libros de texto todavía no lo mencionan
como el descubridor del Polo Norte, ni citan sus muchos grandes logros. El
doctor Cook cometió el error de superar en logros a Peary, empleado del
gobierno federal.
Las vidas de los hermanos Wright
se vieron de manera similar amargadas por la indisposición de las autoridades
federales de acreditarlos por haber logrado el primer vuelo exitoso de un
avión. Los Wright cometieron el error de ser independientes y no parte de
ninguna agencia federal ni del mundo académico.
El crédito se le concedió al
trabajo de S. P. Langley, empleado federal del personal del Instituto Smithsoniano,
y se recurrió al fraude a fin de apuntalar eso. Algunas obras de referencia
ahora dan el crédito a Langley, y a los hermanos Wright se les relega a una
posición secundaria.
Nada de esto debe sorprendernos.
Cuando un estado niega a Dios, niega el principio de la verdad. Inevitablemente
se exaltará a sí mismo al lugar de Dios, y luego mentirá para mantener su poder
y prestigio.
Los norteamericanos a menudo
hallan divertido cuando leen que la Unión Soviética dice que el automóvil, el
teléfono y otras invenciones fueron hechas primero por rusos. No hay nada de
ilógico en estas afirmaciones, por falsas que sean. Si los Estados Unidos
pueden distorsionar la historia para favorecer a empleados federales, ¿por qué
la USSR no puede distorsionar la historia para hacer afirmaciones a favor de
sus ciudadanos? El objetivo no es la verdad, sino el poder y el prestigio.
La época humanista no está
dispuesta a ver sus faltas ni a reconocer sus males radicales. San Alfonso de
Liguria era muy aficionado a la música de los salones de música licenciosa de
su día en Nápoles. Para disfrutar la música sin tener que ver el escenario,
como era miope, recurrió al artificio de quitarse los anteojos tan pronto como
se sentaba en un palco bastante lejos del escenario.
La ocurrencia de Alfonso es una
importante obsesión en la ideología humanista el humanismo demasiada palabrería
; está resuelta a no ver los errores que revelan la culpa y mal radical de la
ideología humanista del humanismo. Está decidida a dar falso testimonio respecto
a sí misma. Dará, por consiguiente, mucho más falso testimonio respecto a
otros. Sus palabras ociosas pronto serán juzgadas. Sus esperanzas quedarán confundidas.
La ideología humanista el
humanismo sueña con la unidad, la unidad del hombre, pero más bien contribuye a
la desunión del hombre. San Bernardo de Claraval, en su De consideratione (1152), contrasta la unidad colectiva con la
unidad constitutiva. La unidad colectiva se puede obtener amontonando piedras;
la unidad constitutiva existe cuando muchos miembros hacen un cuerpo, en donde las
cosas o personas son miembros unas de los otras.
La unidad que la ideología
humanista el humanismo logra es colectiva, y hace violencia a la verdadera
unidad, que es posible solo en Cristo, quien da testimonio de la única
verdadera unidad. A menos que Cristo nos alimente, no podemos ser alimentados.
Toda palabra de la ideología humanista del humanismo [así es en todo el libro]
es una «palabra ociosa».
15. JUICIOS POR ORDALÍA Y LA LEY DE LA
NATURALEZA
El juicio por ordalía ha tenido
una historia larga e importante en las leyes de muchas naciones; aparecía en
las tradiciones primitivas, en las culturas árabes e islámicas, entre
babilonios, celtas, chinos, griegos, hindúes, birmanos, iraníes, malasios, romanos,
eslavos y teutones. También se usó durante la Edad Media.
Los juicios por ordalía sujetaban
al acusado a una prueba física terrible, tal como meter la mano en agua
hirviendo, beber veneno, empuñar un hierro candente, y cosas parecidas; la
lesión era prueba de culpabilidad. En África occidental la ordalía era el
método preferido de juicio.
La ordalía ha tenido oposición.
El Corán la prohibía. La ley romana la evadía por entero, aunque persistió
entre los romanos. Fue, sin embargo, común entre los celtas, teutones y
eslavos, que fueron responsables de su uso en la Edad Media.
La iglesia se opuso a ella; el
capítulo 18 del Cuarto Concilio de Letrán de 1215 excluyó al clero de participar
en las ordalías. Los reyes normandos de Inglaterra se opusieron fuertemente a
ella, y no hay ningún registro de su uso después del reinado de John.
LA
ORDALÍA INCLUÍA ESENCIALMENTE UNA CONFIANZA EN LA NATURALEZA COMO NORMATIVA.
La creencia era que la prueba o
juicio resultaría en la vindicación del inocente de parte de la naturaleza y su
rechazo del culpable. La prueba o juicio era a veces psicológicamente válida.
Por ejemplo, algunas tribus africanas favorecen la ordalía del veneno; el
inocente, confiado en la absolución, vomita al instante el desagradable veneno,
en tanto que el culpable, tenso y temeroso, es incapaz de vomitarlo y muere. La
ordalía, pues, ha tenido un historial de éxito limitado.
Su premisa básica, sin embargo,
es deleznable, y sus principales resultados por necesidad también han sido
inválidos. La historia de tales injusticias es muy larga, pero eso no es
nuestra preocupación. La cuestión es, más bien, ¿tiene la ordalía algún lugar
en la ley bíblica?
El único pasaje en las Escrituras
que parece indicar algún tipo de prueba por ordalía es la prueba de celos,
Números 5:11-31. Kelsen ha sido salvaje en su denuncia de esta ley como
«altamente repulsiva». Selbie, por otro lado, reconoce que había una diferencia
aquí: «Es evidente que la eficacia de la ordalía descrita se considera como
debido por entero a la intervención divina; los ingredientes empleados son
inocuos».
Ese es el asunto. La prueba por
ordalía requiere que la naturaleza libre
a la parte inocente mediante una intervención milagrosa; la naturaleza es
normativa, y la ley de la naturaleza perfecta, según la prueba por ordalía.
Como resultado, el acusado toma el veneno, o mete su mano en agua hirviendo,
suponiendo que la naturaleza protegerá al inocente.
En la ley bíblica de los celos,
no es la naturaleza sino Dios el juez. Se traga agua y polvo santos,
ingredientes que no es probable que hagan daño. El agua y el polvo del
santuario representan la santidad de Dios. El castigo de la transgresión de la
mujer (o sea, su pecado sexual) eran serias dolencias en sus órganos
reproductivos; si era inocente, era bendecida con la fertilidad.
Este ritual se usaba cuando faltaba
por entero toda otra evidencia de adulterio, pero la sospecha subsistía. Esta ley
se relaciona con Deuteronomio 22: 13-21, y el castigo para el esposo era el mismo.
Podría haber alguna evidencia en el significado de la palabra hebrea que se traduce
«amargas», que implicaba «un potencial efecto fatal del agua».
De interés también es el hecho de
descubrir la cabeza de la mujer durante el rito (Nm 5: 18), y «no solo la
remoción de la cubierta de su cabeza, sino también soltar y desarreglar el
pelo. (Comp. 1ª Co 11: 5-10)».
Durante la prueba, se le quitaban
las marcas de su sumisión a su esposo y a la debida autoridad, para simbolizar las
implicaciones de la prueba. Si ella era inocente, y los celos de su esposo falsamente
le habían negado la autoridad y protección debida, ella era restaurada permanentemente
a la autoridad y respaldo del esposo sin ningún derecho de divorcio para él (Dt
22: 19).
Debido a que el adulterio incluye
más que relaciones entre un hombre y una mujer, la prueba no limita la cuestión
al marido y la mujer. El marido debía llevar una ofrenda, y la mujer sostener
la ofrenda durante una porción de la prueba (Nm 5: 25), para significar el
hecho de que tanto el adulterio como los celos falsos transgredían el orden de
Dios.
Para volver al contraste entre la
ordalía y esta ley bíblica: en la ordalía, la naturaleza es normativa, no
caída, inocente, y por consiguiente el malhechor es rechazado. En la ley
bíblica, el hombre y la naturaleza por igual son caídos y por consiguiente no
son normativos, sino más bien están bajo juicio. Solo la directa intervención
de Dios hace eficaz la prueba de los celos.
Para la ordalía, la naturaleza es
la fuente de la ley, debido a que la ley es un producto de la naturaleza, y por
consiguiente ineludible en toda confrontación con la naturaleza. (La doctrina
de la justicia poética se relaciona con este concepto de la ordalía y es una
versión sofisticada de la misma).
En esta perspectiva, el juicio viene
de la naturaleza, y la naturaleza en última instancia corregirá todo mal.
La ordalía en su mayor parte
desapareció de Europa durante la Edad Media, pero no la fe que la respaldaba.
El concepto de ley natural sucedió a la ordalía como representante de esta fe
en la naturaleza. A su vez, el concepto de la ley natural ha dado paso al positivismo
en la ley, que ve al estado como la fuente de la ley y por consiguiente
normativo.
En términos de la ley bíblica, la
ordalía no tiene lugar y es por entero ajena a su declaración de la soberanía
de Dios. La Biblia no tiene términos como «naturaleza». No es la naturaleza
sino Dios la fuente de todo fenómeno natural. «Naturaleza» es solo un nombre
colectivo de una realidad no colectivizada; el mito de la naturaleza es
producto de la filosofía helénica.
Si la naturaleza es normativa,
también el hombre, como parte del mundo de la naturaleza, se vuelve normativo
porque es «natural». Esto es fundamental para Rousseau y el existencialismo, y
para la creencia en la democracia, la divinidad del hombre común. Hay una
creencia ampliamente extendida entre muchos, de que están calificados para
actuar como agencias de juicio precisamente porque representan a los estratos
más bajos de la sociedad.
Los universitarios, debido a que
son jóvenes, creen que poseen una sabiduría fresca y especial para abordar los
asuntos. Los negros, debido a que están abajo en la escala social, cada vez se permean
más de este misticismo de la naturaleza y primitivismo. Los obreros comunes a
menudo se convencen de que solo ellos saben cómo se deben dirigir las cosas.
El 4 de junio de 1970 el
conductor de un camión de panadería en Arizona secuestró un avión y exigió 100
millones de dólares como rescate antes de que el FBI lograra arrestarlo. Su
actitud después del arresto se describió como arrogante y de desplante. Este
camionero desempleado, antes de su arresto, envió por radio este mensaje al
presidente Nixon y al Departamento de Estado: «Ustedes no saben cómo contar
dinero y ni siquiera saben las reglas de la ley».
Estas palabras sobre «las reglas
de la ley» procedían de un hombre que amenazaba matar a los pasajeros y la
tripulación, y que ya estaba robando y secuestrando. Este hombre de 49 años había
perdido su trabajo siete años atrás.
Entabló pleito contra el
sindicato de camioneros cuando éste no quiso respaldarlo en una disputa contra
su empleador. Vern Case, secretario- tesorero de la Sección Local 274 de los
camioneros, dijo que los problemas de B habían surgido de que creía que «era el
único que sabía cómo debía marchar la compañía».
Su esposa lo defendió diciendo:
«Es un hombre que cree en su país. Cree en aquello por lo que luchó en la
Segunda Guerra Mundial, y ahora miren lo que le han hecho». No hay un sentido
de culpabilidad expresado aquí, sino más bien una creencia en la «verdad» del
hombre común y su opinión. El trasfondo de este pensamiento es la aceptación de
la naturaleza como normativa.
La perspectiva bíblica y la ley
bíblica niegan que la naturaleza o el hombre sean normativos. No hay que
confiar ni en el hombre común, ni en ninguna aristocracia, ni en ningún
intelectual.
Todos sin excepción han pecado, y
todos por igual están bajo el juicio de Dios a menos que sean regenerados en
Cristo (Ro 3: 9-18). No es normativo el hombre, sino Dios y la ley de Dios, y
su ley debe ser el criterio del juicio. La prueba de los celos era una ley que
se pronunciaba contra el principio mismo de la ordalía.
Un libro del Talmud, Sotaj, se dedica extensamente a la
prueba de los celos.
La prueba era eficaz solo cuando
el esposo era inocente, y la prueba fue abolida en el siglo 1 d.C., porque el
adulterio por parte de los hombres se había hecho muy común. La prueba era nula
si el esposo cohabitaba con su esposa después de hacerse la acusación y antes
de la prueba.
Algunos comentaristas rabínicos
han visto una referencia a esta ley en el Salmo 109:18. Sotaj deja en claro que se requieren más que celos para empezar
el juicio. La esposa tenía que tener un historial de asociación demasiado
íntima con otro hombre; el esposo tenía que darle una advertencia contra eso.
La cuestión entonces era referente
a una situación real; ¿eran esas relaciones inocentes o no? ¿Estaba el esposo
siendo injusto, o tenían base sus sospechas? En tales casos, no había testigos
de nada mal hecho, y los sentimientos del esposo eran una base insuficiente; la
relación que existía, inocente o no, era la base de la queja.
Los rabinos relacionaron el
adulterio y la difamación con un espíritu altanero.
Un rabino declaró:
De todo hombre en el que haya
altanería de espíritu, el Santo, bendito sea, declara: Él y yo no podemos morar
en el mundo; como se dijo: Al que
solapadamente
infama
a su prójimo, yo lo destruiré; No sufriré al de ojos altaneros y de corazón
vanidoso (Sal 101: 5).
Hay algunos que aplican esta enseñanza a los que dicen difamación; como si se
dijera: «Al que solapadamente infama a
su prójimo, a él destruiré».
La prueba de celos era, pues,
radicalmente diferente a la ordalía y en contraste directo con ella. Es la peor
clase de falso testimonio que un erudito como Banks diga de Números 5: 11-31,
la ley de los celos, que «la práctica subsiguiente de ordalías en Occidente se
basaba en la institución del AT». Cuando se ignora el trasfondo de las pruebas
por ordalías paganas en Europa, y se dice que el origen de la ordalía es la ley
bíblica, la hostilidad radical que existe contra Dios y su Palabra se
justifica.
Según E. B. Tylor, la ordalía en
ciertos casos «está vinculada estrechamente con los juramentos, así que los dos
se hacen sombra». Hay cierta verdad en eso.
Tanto la ordalía como el
juramento invocan una maldición o una bendición, dependiendo de la veracidad de
la persona bajo juramento. El juramento, sin embargo, le reserva el juicio
definitivo a Dios, o a sus tribunales de justicia cuando se descubra el
perjurio, en tanto que la ordalía sostenía que la naturaleza de inmediato
confirmaba la verdad o falsedad de un juramento en una demanda por juicio
respecto a alguna acusación.
Hay, pues, una similitud muy real
y una diferencia marcada. El juramento en términos de la Ley bíblica presupone
el veredicto definitivo e infalible de Dios. El juramento y la ordalía de la
ley pagana presuponen un tribunal de la naturaleza inmediato e infalible. Los
dos en este sentido se excluyen mutuamente y están en contradicción radical.
Una palabra final sobre la ley de
los celos. Un comentario interesante en Sotaj
deja en claro que la prueba no daba resultado, ni ocurría intervención
natural de Dios, cuando el
hombre no estaba libre de iniquidad. En ese caso «el agua no demostraba nada en cuanto a su
esposa».
La base de esto se halla en las
Escrituras, Oseas 4:14: «No
castigaré a vuestras hijas cuando forniquen, ni a vuestras nueras cuando adulteren; porque ellos
mismos se van con rameras, y con malas mujeres sacrifican; por tanto, el pueblo sin entendimiento caerá». Su
destino era entonces el
castigo.
16. LOS JUECES
En todo orden civil uno de los
cargos más importantes es el del juez. Los tribunales no pueden representar
ninguna justicia verdadera si el juez y su cargo son defectuosos por naturaleza
y autoridad. Para que un orden social prospere y dé a su pueblo estabilidad y
paz, es necesario;
Primero, que el estado requiera que todas las
personas con quejas serias las lleven a los tribunales. No se puede permitir que
los hombres tomen la justicia en su propia mano. Aunque la ciudadanía es importante
y básica para la ejecución de la ley y la justicia, no puede identificarse ella
misma con la ley sin destruir la ley. La ley trasciende a las personas, y la
ley requiere una agencia separada del pueblo e inmune a sus sentimientos parciales
y personales.
Segundo, los tribunales deben tener el
poder del estado para imponer sus decretos, o de otra manera prevalecería la
anarquía. Toda decisión de un tribunal no gustará por lo menos a una parte.
Aunque los tribunales nunca serán infalibles, se debe proteger la decisión del
tribunal, y la apelación contra esa decisión se debe hacer dentro de la
estructura de los tribunales, y no fuera ni en contra de ellas, porque si no
prevalece la anarquía.
Tercero, la corte debe representar un concepto
trascendental de ley y justicia, un estándar más allá del hombre y por encima
del hombre, una estructura legal derivada de Dios, aunque defectuosamente. El
concepto general de un tribunal y un juez implica trascendencia; para obtener
justicia, se requiere algo más que la victoria del más poderoso litigante o
parte.
Si el juez y la corte representan
a un partido o idea política, o a una clase o casta, en lugar de tener la
trascendencia que un tribunal requiere, exageran el mal original complicándolo.
Si un hombre, clase o grupo, malos y poderosos, pueden expulsar de su propiedad
a un inocente, o de alguna manera abusar de él, el mal se aumenta si pueden
conseguir que el estado los ayude en su robo.
La justicia entonces se vuelve
más difícil. De modo similar, si en una democracia las masas de los pobres
pueden usar los tribunales para defraudar a los prósperos, la justicia de nuevo
se hace más remota en esa sociedad.
Un tribunal debe trascender las
pasiones del día. Debe representar orden legal que juzgue a todo el orden
social, y esto es posible solo si los jueces representan a Dios, y no al pueblo
o al estado.
Esto significa, cuarto, que la elección o selección
de los jueces no es lo que de veras importa, sino su carácter y fe, y el
carácter y fe de la ciudadanía en general.
En los Estados Unidos a los
jueces federales por lo general los nombran, y a los jueces estatales por lo
general se les elige. Ambos métodos han producido su cuota de jueces superiores
y jueces degenerados; el método de selección no tiene la culpa y básicamente no
importa. El problema han sido los estándares religiosos del día.
Si una fe fuerte ha caracterizado
al orden social, los jueces por lo general han sido hombres superiores; si el
relativismo y el pragmatismo prevalecen, los tribunales y los jueces lo han
reflejado. La calidad de los jueces y los tribunales no es producto de la
metodología.
La institución de cortes
graduadas en Israel fue pragmática; fue el consejo sabio de Jetro, destinado a
aliviar a Moisés de la presión de los casos (Éx 18: 13-16).
Los tribunales de diferentes
niveles debían gobernar a decenas, cientos y miles en Israel (Éx 18: 21). La
referencia a esta estructura decimal, y la unidad básica de diez, muchos dan
por sentado que se refiere a diez hombres. Como la estructura gubernamental
básica de Israel era por familias (y luego por tribus de familias), es seguro
concluir que los diez se refieren a diez familias.
Por cada diez familias se nombró
a un juez para que tratara con los asuntos menores y refirieran otros casos a
una jurisdicción más alta.
Moisés dejó en claro el propósito
de los tribunales: «Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando
tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las
ordenanzas de Dios y sus leyes» (Éx 18: 15, 16). En esto hace eco del propósito
de Dios (Dt 16: 18). Ya nos hemos referido previamente al
Pentecostés civil, por el que
Dios llenó a los funcionarios civiles de Israel con su Espíritu, para
significar que eran profetas de Dios, llamados a hablar por Dios en el
ministerio de impartir justicia (Nm 11: 16).
Toda reforma en Israel incluyó en
parte un retorno a la naturaleza profética del cargo civil. Fue una conciencia
de este hecho lo que condujo a los reformadores protestantes, así como a los
reformadores medievales de la iglesia, a atender su llamado a la reforma de la
misma y del estado. Es una herejía moderna que un país pueda tener un
«avivamiento» sin una reforma del estado y de la iglesia.
Las reformas de Josafat
incluyeron precisamente tal paso. Después que Josafat se hubo aliado con Acab,
buscando por coalición fortalecerse contra Siria, un profeta lo reprendió. Jehú
hijo de Hanani el vidente, declaró: «¿Al impío das ayuda, y amas a los que
aborrecen a Jehová? Pues ha salido de la presencia de Jehová ira contra ti por
esto» (2ª Cr 19: 2).
Al reconocer que la única
verdadera defensa no está en una alianza impía, sino más bien en la fe y la
justicia, Josafat reformó los tribunales, e instruyó a los jueces: «Mirad lo
que hacéis; porque no juzgáis en lugar de hombre, sino en lugar de Jehová, el
cual está con vosotros cuando juzgáis. Sea, pues, con vosotros el temor de
Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro Dios no hay injusticia,
ni acepción de personas, ni admisión de cohecho» (2ª Cr 19: 6, 7).
El cargo de juez, pues, es un
oficio teocrático; el ministro declara la palabra; el juez la aplica a los
conflictos de la vida. Si el juez representa a una clase o partido y no a Dios
y su Ley, se introduce una perversión radical de justicia en la vida de la nación.
Debido a que el hombre es
pecador, incluso el más santo de los jueces será falible y puede errar, pero,
en virtud de su fe, será guiado por la Palabra y Ley de Dios y su Espíritu
Santo. El juez impío, como no tiene tal estándar, por supuesto será parcial;
representará a una facción o clase.
El que acepte soborno es lógico, aunque
es un mal; está allí para representar el poder humano, y no la ley de Dios y su
justicia. Entonces, en términos de la ley bíblica, aunque es una transgresión que
el juez acepte soborno, no es transgresión que el hombre soborne al juez. El juez
peca contra su cargo; el hombre que lo soborna encara la situación de manera realista.
Si un pedazo de carne lanzado a un perro que ladra y peligroso permite que el
hombre pase con seguridad, este lanzará la carne y librará su persona.
Al juez santo se le advierte
contra el cohecho, el perjurio y la aplicación errada de la justicia (Éx 23: 6-8;
Lv 19: 15; 24: 22; Dt 1: 12-18; 16: 18-20; 25: 1; 27: 25).
Es solo de manera secundaria
oficial del estado; es antes que nada un funcionario de Dios. Si el juez no
representa el orden legal de Dios, en última instancia es un esbirro y sicario
político cuyo trabajo es mantener a la gente en línea, proteger a la clase
dominante y, en el proceso, acojinar su propio nido. A los jueces injustos hay
que temerlos y aborrecerlos; representan una forma de mal particularmente terrible
y horrible, y su abuso del cargo es un cáncer mortal en toda sociedad.
17. LA RESPONSABILIDAD DE LOS JUECES Y
LOS GOBERNANTES
Una promesa básica de la ley
bíblica aparece en una ley de importancia central. Según Deuteronomio 21: 1-9,
es responsabilidad de los jueces y gobernantes corregir todo mal, sea que se
localice o no al culpable:
Si en la tierra que Jehová tu
Dios te da para que la poseas, fuere hallado alguien muerto, tendido en el
campo, y no se supiere quién lo mató, entonces tus ancianos y tus jueces
saldrán y medirán la distancia hasta las ciudades que están alrededor del
muerto. Y los ancianos de la ciudad más cercana al lugar donde fuere hallado el
muerto, tomarán de las vacas una becerra que no haya trabajado, que no haya
llevado yugo; y los ancianos de aquella ciudad traerán la becerra a un valle
escabroso, que nunca haya sido arado ni sembrado, y quebrarán la cerviz de la
becerra allí en el valle.
Entonces vendrán los sacerdotes
hijos de Leví, porque a ellos escogió Jehová tu Dios para que le sirvan, y para
bendecir en el nombre de Jehová; y por la palabra de ellos se decidirá toda
disputa y toda ofensa. Y todos los ancianos de la ciudad más cercana al lugar
donde fuere hallado el muerto lavarán sus manos sobre la becerra cuya cerviz
fue quebrada en el valle; y protestarán y dirán: Nuestras manos no han
derramado esta sangre, ni nuestros ojos lo han visto.
Perdona a tu pueblo Israel, al
cual redimiste, oh Jehová; y no culpes de sangre inocente a tu pueblo Israel. Y
la sangre les será perdonada. Y tú quitarás la culpa de la sangre inocente de
en medio de ti, cuando hicieres lo que es recto ante los ojos de Jehová.
Las observaciones de algunos
comentaristas respecto a los detalles de esta ley son de interés:
El sacrificio del animal no era
un sacrificio expiatorio, y en consecuencia no había degollamiento y
rociamiento de sangre; pero el modo en que lo mataban, desnucándolo (Éx 13: 13),
era una aplicación simbólica del castigo que debería haber recibido el homicida
al animal vicario. Si se descubría al homicida más tarde, la pena de muerte que
se había infringido vicariamente al animal, porque no se había podido hallar al
criminal mismo, de todas formas se le aplicaría a él1.
Según Manley:
El sexto mandamiento enseñó que
la vida humana era sagrada, y ahora Moisés dicta que se debe hacer expiación
por el homicidio.
Rashi comenta:
«Una becerra de un año que no
había dado fruto, debía venir y ser desnucada en un lugar que no rendía fruto,
para expiar por el homicidio de un hombre que no logró llevar fruto». Las ideas
de expiación y limpieza se combinan, y ambas señalan al Calvario (He 9: 13).
Al analizar las implicaciones de
esta ley, ciertas cosas aparecen y son de importancia particular. Primero, que toda la comunidad tiene la
responsabilidad de corregir los males cometidos dentro de su jurisdicción. Éste
es un aspecto del poder policial de la ciudadanía. Como Wright anotara:
El crimen no es un simple asunto
privado entre individuos. La comunidad entera lleva la responsabilidad y como
también el homicida desconocido. Es necesario, por consiguiente, que la
comunidad reconozca el hecho y actúe para conseguir el perdón divino.
Segundo, si la comunidad no puede ubicar
al culpable, debe dar pasos para corregir el mal de todas maneras o si no, se
vuelve culpable, junto con sus tribunales y gobernantes. El asunto de la
ceremonia es: «Quitarás la culpa de la sangre inocente de en medio de ti» (Dt
21: 9). En este sentido solo hay culpa colectiva.
Sin embargo, los que no procuran
instituir el requisito de Dios de restitución son culpables como individuos, aunque sumen
millones, en tanto que los que defienden el principio de restitución son
absueltos de la culpa individual. La
culpa colectiva es esencialmente individual. Hay, sin embargo, un juicio sobre
la nación o comunidad por la mano de Dios.
Tercero, esta es una ley consuetudinaria,
y se debe entender según su principio básico: la restitución. Esta ley afirma
que se debe expiar el crimen y corregir el mal. Es con Dios con quien se debe
tratar y luego se debe tratar con el hombre; el principio de restitución es
total y requiere restitución en todo aspecto. La muerte simbólica del homicida
quiere decir que la comunidad cree que la restauración del verdadero orden es
obligatoria.
Esto nos lleva al principio de
restitución por el asesinato. Hemos estudiado previamente la restitución desde
varias perspectivas; ahora es necesario ver otra implicación. Un aspecto de la
ley de restitución por el asesinato es la pena capital.
Otro aspecto es la compensación
monetaria, que aparece en Éxodo 21: 30-32. La propiedad personal del asesino se
puede incautar (pero no la de su esposa) para venderla a fin de compensar a los
parientes del fallecido. La historia de la ley bíblica y su uso en la Historia
deja en claro que un crimen podía tener una doble pena, debido a sus
implicaciones.
En las cortes medievales, el no
pagar una deuda contraída resultaba no solo en que se exigiera el pago, sino en
el castigo por perjurio que imponía el tribunal, puesto que el incumplimiento
del contrato equivalía a un falso testimonio.
Cuando la sociedad arresta al
criminal, es obligación ante Dios requerir restitución; en donde no se arresta
al criminal, el deber de hacer restitución sigue vigente. El estado debe hacer
restitución en todos esos casos tomando de un fondo especial para ese
propósito, bien sea del fondos de impuestos o de multas acumuladas para tal
causa.
Se ve claro que el propósito de
Dios es que se corrija todo mal. Cuando no se pueda arrestar al criminal, el
estado o la comunidad deben hacer expiación y restitución.
El significado de la expiación es
restitución; expiación implica restitución en un sentido más total, en relación
con Dios y con la totalidad de la realidad de Dios.
Este principio en efecto se
incorporó a la ley de Occidente. Waller, escribiendo con la Gran Bretaña en
mente, escribió:
Es asombroso que en nuestro
propio tiempo el remedio más efectivo contra atrocidades cuyos perpetradores no
se puedan descubrir es una multa al distrito en que ocurren.
La ausencia de una ley así ha
hecho de muchos condados de los Estados Unidos áreas lucrativas de la criminalidad.
El asesinato, el robo y una gama de delitos florecen en estas áreas para lucro
de funcionarios y hombres de negocios corruptos, y sin ningún castigo de
ninguna ley de restitución. Tal ley pronto llevaría a un espanto moral
pragmático.
La presente alianza de los
tribunales, los funcionarios públicos y los hombres de negocios para tolerar el
delito porque es lucrativo no puede existir donde siempre se requiera
restitución.
Cuarto, la presencia de los sacerdotes en
los tribunales se debe notar. Josefo registró el hecho de que a todos los
tribunales eran asignados regularmente levitas, como parte de los requisitos
implícitos de la ley mosaica:
Que haya siete hombres para
juzgar en toda ciudad, y estos tales que hayan sido de lo más celosos en el
ejercicio de la virtud y rectitud. Que todo juez tenga dos funcionarios
asignados a él de la tribu de Leví. Que los que sean escogidos para juzgar en
las varias ciudades sean tenidos en gran honor; y que a nadie se le permita
insultar a los demás cuando estos estén presentes, ni portarse ellos mismos de
una manera insolente con ellos; es natural que la reverencia a estos que están
en cargos altos entre los hombres recabe el temor de los hombres y reverencia
hacia Dios.
Que a los que juzgan se les permita
determinar según lo que piensan que es correcto, a menos que uno pueda mostrar
que han recibido sobornos para perversión de la justicia, o pueda alegar
cualquier otra acusación contra ellos por la que parezca que han dictado una
sentencia injusta; porque no es apropiado que se determinen las causas
abiertamente por consideración a ganancia o a la dignidad de los litigantes,
sino que los jueces deben estimar lo que es justo antes que todo lo demás; de
otra manera Dios será por lo mismo insultado, y estimado inferior a aquellos
por temor a cuyo poder se ha dictado la sentencia injusta; porque la justicia
es el poder de Dios.
Por consiguiente, el que
gratifica a los de gran dignidad los supone más potentes que Dios mismo. Pero
si estos jueces no pueden dictar una sentencia justa en las causas que llegan
ante ellos (caso que no es infrecuente en asuntos humanos), que envíen la causa
indeterminada a la ciudad santa, y allí permitan que el sumo sacerdote, el
profeta y el sanedrín determinen lo que consideren bien.
En la determinación y aplicación
de la ley, aquellos levitas eran autoritativos; los jueces civiles lidiaban con
la culpa del criminal y la evidencia presentada; los levitas, con la naturaleza
específica y la aplicación de la ley.
Y por su palabra se juzgará toda
controversia y todo golpe; literalmente, y
en su boca estará todo conflicto y todo golpe, o sea, que por su juicio
se determinará el carácter de
la acción, y tal como decidan quedará el asunto (cap. 10: 8; 17: 8). En ese caso la presencia de
los sacerdotes en la transacción la sancionaba como válida.
Quinto, con respecto al juicio por celos
vimos que, según Oseas 4: 14, cuando la culpa se hacía prevalente, el juicio específico de Dios de las
esposas culpables se reemplaza con un juicio general. La
ceremonia de romperle el cuello a la becerra terminó casi al mismo tiempo como
la prueba por celos, en el primer siglo d.C.
El Talmud dice:
Nuestros rabinos enseñaban:
Cuando los asesinos se multiplicaron, la ceremonia de quebrar el cuello a la
becerra se descontinuó, porque solo se la realizaba en caso de duda; pero
cuando los asesinos se multiplicaron abiertamente, la ceremonia de quebrar el
cuello a la becerra se descontinuó.
EN TODA CULTURA, EN QUE EL JUICIO
ESPECÍFICO FRACASA, SIGUE EL JUICIO GENERAL.
El juicio es ineludible donde hay
delitos. Si no se lleva al ofensor ante los tribunales y se le exige que haga
restitución, el orden civil debe hacer restitución. Las justas demandas de
expiación de Dios, el gran Señor y Dueño de todos los hombres y toda la tierra,
y las justas demandas de los hombres perjudicados se deben atender. Si no se
atienden, el castigo de Dios caerá a la postre sobre todo el orden social.
La expiación de Cristo ante Dios
es su gesto de restitución por Su nueva Humanidad.
Por su obediencia perfecta a la
ley de Dios, y su muerte vicaria por los elegidos, Jesús hizo restitución por
su pueblo. Los que son de la raza del Señor, la nueva humanidad, harán
restitución entre sí como respuesta a la gracia de Dios.
Los que no tienen la expiación
ante Dios que hizo Jesucristo no harán expiación hacia los hombres.
Las iglesias que solo de nombre
son cristianas no predicarán la restitución, ni tampoco corregirán los males.
Su respuesta a sus problemas es pragmática. Si los oficiales laicos andan mal
moralmente pero son personas importantes, se traslada al pastor para evitar
conflictos.
Si el pastor es culpable
moralmente o inepto para el ministerio, se le traslada con demasiada frecuencia
y con muy poca frecuencia se le despide. Por lo general el objetivo no es la
restitución, sino la seguridad institucional.
18. EL TRIBUNAL
La ley de expiación por todos los
delitos (Dt 21: 1-9) deja en claro la participación de un levita (o sea, un
experto en la ley de Dios, un teólogo) en los tribunales civiles. Josefo
confirma el hecho de que la historia de Israel se caracterizó por este hecho:
que un tribunal es un establecimiento
religioso. La presencia de los sacerdotes o levitas no significaba una
confusión de iglesia y estado; era más bien la compenetración total de la
iglesia y el estado, así como también de toda otra institución, por la
autoridad de la palabra de Dios.
Los levitas en cuestión eran expertos
en la ley de Dios, abogados. La
referencia frecuente a abogados en el Nuevo Testamento era precisamente a estos
expertos que eran miembros de los tribunales. La ley requería esto:
Cuando alguna cosa te fuere
difícil en el juicio, entre una clase de homicidio y otra, entre una clase de
derecho legal y otra, y entre una clase de herida y otra, en negocios de
litigio en tus ciudades; entonces te levantarás y recurrirás al lugar que
Jehová tu Dios escogiere; y vendrás a los sacerdotes levitas, y al juez que
hubiere en aquellos días, y preguntarás; y ellos te enseñarán la sentencia del
juicio.
Y harás según la sentencia que te
indiquen los del lugar que Jehová escogiere, y cuidarás de hacer según todo lo
que te manifiesten. Según la ley que te enseñen, y según el juicio que te
digan, harás; no te apartarás ni a diestra ni a siniestra de la sentencia que
te declaren (Dt 17: 8-11).
El comentario de Waller sobre eso
es extremadamente importante:
No se observa con suficiencia que
esto define la relación entre la iglesia y la Biblia desde el tiempo en que la
ley fue dada a la iglesia, y que la relación entre la iglesia y la Biblia es la
misma hasta hoy. La única autoridad por la que la iglesia (de Israel, o de
Cristo) puede «atar» o «desatar» es la ley escrita de Dios. El atar (o
prohibir) o desatar (o permitir) de los rabinos la autoridad que nuestro Señor
le comisionó a su iglesia fue solo la aplicación de su palabra escrita.
Los rabinos reconocen esta forma
de un extremo del Talmud al otro por la apelación a las Escrituras que se hace
en toda página, y a veces en casi cada renglón. La aplicación a menudo es
forzada o peregrina; pero esto no altera el principio. La palabra escrita es la
cadena que ata. Tampoco la relación fluctuante entre la autoridad ejecutiva y
legislativa altera el principio.
La referencia de nuestro Señor era
entonces claramente a esta ley cuando habló de atar y desatar:
Entonces le respondió Jesús:
Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni
sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres
Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella (Mt 16: 17, 18).
De cierto os digo que todo lo que
atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la
tierra, será desatado en el cielo (Mt 18: 18).
No es nuestro propósito hablar
aquí de la doctrina de la iglesia, pero está por lo menos claro que «las llaves del reino» son inseparables de
la ley, y la declaración fiel de la
ley. Se puede decir, en verdad, que «las llaves del reino» que atan y desatan son la ley; a la iglesia, por haber sido
constituida como el nuevo Israel de Dios, el nuevo pueblo del pacto, le fue
dada la ley como medio civil y eclesiástico de gobernar al nuevo Israel.
Las llaves no son un poder
episcopal ni papal per se, ni una
interpretación privada; son la ley como el único instrumento del verdadero
poder bajo Dios para condenar y absolver, atar o desatar. Es la ley de Dios, no
la iglesia, lo que ata o suelta a los hombres, y solo conforme la iglesia
declara fielmente la ley que hay algún verdadero atar o desatar. Siempre que la
iglesia intenta atar o desatar la conciencia y conducta de los hombres aparte
de la Palabra de Dios, se ata a sí misma, es decir, ella misma se pone bajo
condenación.
De igual manera el estado no puede
atar o desatar a los hombres aparte de la Ley y Palabra de Dios, y el estado
necesita la exposición de esa ley de parte de la iglesia y de teólogos al
servicio del estado. La Confesión de Westminster declaraba, en el capítulo 31,
5:
Los sínodos y los concilios no
deben tratar ni decidir más que lo que es eclesiástico, y no deben entrometerse
en los asuntos civiles que conciernen al estado, sino únicamente por medio de
petición humilde en casos extraordinarios; o por medio de consejo para
satisfacer la conciencia, si para ello son solicitados por el magistrado civil.
Esto es válido para la Iglesia;
no se aplica al maestro religioso, que puede ser un servidor o administrador en
la iglesia, estado o escuela, y tiene la obligación de exponer con claridad la
Ley y Palabra de Dios.
Todo tribunal, debido a que se
ocupa ineludiblemente de la ley, es un establecimiento religioso. Un
establecimiento religioso requiere educación religiosa.
La educación dentro de un estado
enseñará la religión del estado o de lo contrario el estado será revolucionado.
El establecimiento de escuelas controladas por el gobierno en los Estados
Unidos, en un movimiento encabezado por dos unitarios, Horace Mann y James G.
Carter, fue el principio de una importante revolución religiosa y legal en los
Estados Unidos.
Las cortes, precisamente debido a
su importancia en la vida de una nación, deben en particular estar informadas
de la naturaleza de la Ley y Palabra de Dios. La capacitación legal es una
forma de entrenamiento teológico, y las escuelas de leyes modernas son
establecimientos religiosos humanistas. En términos de la ley bíblica, los
tribunales y los jueces deben estar informados de la ley de Dios, tanto en su
educación como en su operación.
La expresión «entre una clase de
homicidio y otra» de Deuteronomio 17: 8 se refiere a una decisión entre
asesinato y homicidio. «Una clase de derecho legal y otra» se refiere a un tipo
de alegato de derecho en comparación con otro. «Una clase de herida y otra», se
refiere a diferentes lesiones corporales; «negocios de litigio en tus ciudades»,
quiere decir asuntos de controversia dentro de la comunidad.
En estas cuestiones muy prácticas
de ley y de la aplicación de la ley, la autoridad máxima que ata o desata es la
Palabra y Ley de Dios. Esta ley debe gobernar al tribunal, y la corte debe por
lo menos cimentarse bien en ella.
Ni la iglesia ni el estado pueden
atar o desatar si no se adhieren a la ley de Dios como la única fuente para
atar y desatar, condenar y absolver. En toda cultura, el verdadero dios de ese
sistema es la fuente de la ley, y si la iglesia o el estado, o cualquier otra
agencia, funcionan como creadores de la ley, y dictan leyes sin ninguna base
trascendental, se han convertido en dioses. Su derecho a mandar desaparece.
Para el pueblo de Dios que está
bajo su jurisdicción, las rutas abiertas son:
Primero, la resistencia pacífica, usando los instrumentos de la ley;
Segundo, la emigración a otra iglesia u otro país;
Tercero, obediencia, pero con la plena consciencia de que están obedeciendo
como a Dios, para preservar el orden, no al hombre, reconociendo que, aunque
los poderes no tienen derecho de ordenar aparte de la palabra de Dios, a veces
el deber de obedecer permanece como curso moral, y curso pragmático;
Cuarto, desobediencia como deber moral bajo el liderazgo de la autoridad;
tal desobediencia debe ser obediencia consciente a Dios antes que al hombre.
Mientras más un poder se aparta
de la ley de Dios, más impotente se vuelve para hacerle frente a los verdaderos
delitos, y más severo se vuelve con delitos triviales o con infracciones
insulsas de estatutos vacíos que tratan de gobernar sin autoridad moral y sin
razón.
En las ciudades principales de
los Estados Unidos, sobre todo en la parte oriental, en la década de los ‘60 y
a principios de la de los ‘70, se toleraron motines y saqueos extensos pero, al
mismo tiempo la policía estaba bajo órdenes de arrestar a los que cometían
infracciones de tráfico por las violaciones más insignificantes y triviales.
Las multas eran una rica fuente
de dinero para las ciudades casi en bancarrota. Lo atestiguan también las
implicaciones del siguiente reportaje desde Washington, D.C., escena de muchas
demostraciones flagrantemente inicuas.
«Una docena de policías a pie y
montados, y agentes en motocicletas arremetieron contra el grupo y arrestaron a
tres. Después de correr a un coche estacionado y caerse, sobre Donohoe se
abalanzaron cuatro agentes, uno de los cuales le golpeó con su cachiporra
mientras otros policías del parque lo sujetaban contra el suelo». ¿Qué describe
esta crónica de este Post de
abril de Washington? ¿La policía reaccionando de manera exagerada a
manifestantes contra la guerra?
No, describe a la policía del
parque federal arrestando a ciudadanos de Washington, D.C. por violar una
ordenanza ridícula que prohibía… que se echaran a volar cometas. Para el 19,
quince personas habían sido detenidas durante abril por volar cometas.
Cuando la ley en la iglesia, el
estado, la escuela o la familia deja de mandar moralmente a los hombres, se
destruye, y dos posibilidades quedan entonces.
Una primera consecuencia es la anarquía. No
en balde vemos anarquía en la vida familiar, el mundo de los negocios y el
estado, y falta de disciplina en las iglesias. Los hombres no obedecen una ley
que carece de estructura moral. Muchos hijos se rebelan contra la autoridad
paterna, pero demasiados padres, siguiendo la ideología humanista, no tienen
base moral para exigir obediencia y solo han trasmitido la anarquía moral a sus
hijos.
La rebelión de la juventud en la segunda mitad
del siglo 20 ha sido lógica; se ha basado en premisas morales enseñadas en
casa, en la iglesia, el estado y la escuela. Los hogares cristianos que han
enviado a sus hijos a las escuelas públicas han negado su fe, y han buscado el
anarquismo moral. Este anarquismo moral lo satura todo, incluyendo las empresas
y los empleos.
Segundo, la alternativa al anarquismo
moral es la coacción desnuda, el uso del terror. Karl Marx no vio lógicamente
ninguna filosofía válida excepto el anarquismo; pragmáticamente, reconoció la
necesidad de solidaridad y de aquí que favoreció el comunismo.
El marxismo, sin embargo, ha
comunicado el anarquismo moral. Como resultado, el curso lógico de un operativo
marxista, como Lenin rápidamente se dio cuenta, es la institución del terror.
El Terror rojo se volvió un sustituto necesario y aceptado de la fuerza moral.
En ninguna parte debe la
autoridad moral ser mayor que en la iglesia. Debido a que a la iglesia se le
comisionó enseñar la palabra de Dios, cuando la enseña fielmente su autoridad
es muy grande. La disciplina entonces se escribe en el corazón y la médula de
las personas. Más de una iglesia la exige; la vida de las personas la produce.
En donde la disciplina es permisiva, o se obedece a regañadientes, las personas
no son convertidas, o la iglesia es apóstata o irrelevante, y la irrelevancia es
una forma de apostasía.
Un tribunal es un establecimiento
religioso. Para que funcione, la religión del tribunal también debe ser la
religión del pueblo. Si la disciplina moral no está en el corazón del pueblo,
ninguna revolución la puede poner allí, ni darla a las cortes. En lugar de la
disciplina moral, el resultado es terror. Si los hombres no obedecen a Dios, no obedecerán a los hombres; entonces se requerirá la horca y el
arma como instrumentos necesarios de orden.
Sus protestas contra el nuevo orden que han
producido por su iniquidad están tan desprovistas de cimiento moral como el
nuevo orden, y menos efectivas. Este nuevo orden tiene entonces solo un destino:
matar o que lo maten.
19. LOS PROCEDIMIENTOS JUDICIALES
Los procedimientos judiciales se
han estudiado en parte al estudiar las leyes del testimonio y la evidencia. Otros
aspectos del procedimiento judicial que deben señalarse son:
Primero, el lugar del tribunal, a las
puertas de la ciudad (Dt 21: 19; 22: 15; 25: 7; Am 5: 12, 15; Zac 8: 16), o, en
caso de apelación al tribunal supremo, en el salón del juicio del palacio del
rey (1ª R 7:7). Simbólicamente, la justicia estaba, pues, a la puerta de la ciudad;
simbólicamente también, la justicia, como no tenía nada que ocultar y mucho que
ganar al ser pública, era totalmente abierta.
LAS AUDIENCIAS DE UN TRIBUNAL ESTABAN
ABIERTAS PARA TODOS.
El concepto de un juicio público, a diferencia del juicio
secreto tan común en la antigüedad y en las tiranías, era fundamental para la
ley bíblica. La ejecución pública era parte de este mismo principio.
Las ejecuciones secretas o
cerradas, promovidas a nombre de la dignidad, son en realidad una señal de
estatismo creciente e incipiente tiranía. En última instancia, en un estado
tiránico, las muertes no solamente son en secreto, sino que también ni siquiera
se informan. En los países en donde el clima no permite juicios públicos al
aire libre, los juicios puertas adentro se vuelven necesarios, pero el
principio de una audiencia pública se debe retener.
Segundo, no debemos dar por sentado, como
la erudición humanista nos quiere hacer creer, que los juicios en las épocas
bíblicas eran primitivos y sin registros.
Mucho antes de Moisés, los
registros escritos eran obligatorios. Job, que vivió en la era patriarcal,
menciona al paso los procedimientos de la corte de su día: ¿Quién hiciera
posible que alguien me escuchara?
AQUÍ ESTÁ MI DEFENSA, QUE EL
TODOPODEROSO ME RESPONDA.
Que mi oponente escriba en un
documento sus acusaciones (Job 31: 35, PDT).
Las acusaciones y registros por
escrito fueron, pues, un aspecto temprano de los procedimientos jurídicos que
servían para fijar los puntos delicados de evidencia y testimonio.
Tercero, se prohibía el desacato al
tribunal (Éx 22: 28), y cuando se producía un rechazo radical de la autoridad
del tribunal, se pagaba con la vida (Dt 17:12, 13).
Cuarto, los testigos debían prestar
juramento antes de testificar (Éx 22: 10, 11). El juramento era una maldición
condicional, con castigos especificados por la violación (Lv 6: 1-7).
Quinto, los casos se podían apelar a los
tribunales más altos del país, a Moisés, a los jueces de la nación o al rey (1ª
R 3:9). Claro, en la ley bíblica, la función más importante del magistrado o
autoridad suprema de la nación era la de ser el tribunal supremo de
apelaciones. No podemos entender la grandeza de Salomón y su reino sin
reconocer este hecho.
Todo lo que dice 1º Reyes 3: 5-15
es que el joven rey Salomón agradó a Dios al desear, por sobre todo lo demás,
ser un juez principal sabio en Israel. Pidió «inteligencia para oír juicio» (1ª
R 3: 11). En nuestros tiempos a Salomón lo conocemos mejor por su harén; en su
época, fue su capacidad como juez supremo de la nación lo que le ganó el mayor
renombre. Su petición a Dios fue precisamente esta:
Da, pues, a tu siervo corazón
entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo;
porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande? (1ª R 3:9).
Educado por el profeta Natán,
defensor de la ley, el principal interés de Salomón era la ley, que fue la
piedra angular de la grandeza de su reino. Cuando los hombres de hoy piensan en
la «sabiduría» de Salomón, convierten el concepto en algo abstracto, académico
e intelectualista.
La referencia bíblica a la
sabiduría de Salomón se refiere principalmente a su sabiduría como juez, la
sabiduría que pidió en oración, y, de manera secundaria, su sabiduría en la
administración. Los Proverbios de Salomón son en esencia un comentario práctico
de la ley, y esta es su sabiduría.
Salomón, al mostrar una sabiduría
santa y práctica como juez en todos los casos que se le presentaron, aseguró
por ello que la corte final de apelación en Israel fuera una corte justa. El
resultado fue una gran confianza entre el pueblo y una prosperidad bajo
condiciones de justicia. La insensatez posterior de Salomón jamás socavó por
entero la justicia básica de su reino.
Sexto, aunque se podía detener a alguien
en el sabbat (Nm 15: 32-36), los juicios se celebraban solo durante los demás
días de la semana. En la ley estadounidense, «a un delincuente no se le puede
juzgar y declarar culpable el domingo», aunque puede ser detenido, encarcelado,
o exonerado por el magistrado.
Séptimo, el derecho a un juicio pronto, a
justicia sin demora, no solo era una característica de las audiencias públicas
de tribunal, sino que también lo recalcó Artajerjes en sus órdenes a Esdras
como instrumento de administración sana: «Y cualquiera que no cumpliere la ley
de tu Dios, y la ley del rey, sea juzgado prontamente, sea a muerte, a
destierro, a pena de multa o prisión» (Esd 7: 26).
Esta orden unió la autoridad y
ley persa con la ley y la tradición hebrea. (Esta orden persa, citada también
en los Apócrifos, 1º Esdras 8: 24, es de interés particular porque cita una
forma de castigo ajena a la ley bíblica: el encarcelamiento.
Siguió siendo extraña, aunque la
usaron los herodianos. El encarcelamiento de hombres como Juan el Bautista fue
en esencia un acto ilegal).
Octavo, puesto que en la ley bíblica la
función del estado era ser ministro de justicia, el cargo más alto en el estado
era inseparable de la justicia y los tribunales.
La administración, ahora más
íntimamente asociada con el oficio más alto de un estado, era entonces una
función reservada a funcionarios del rey, miembros del harén, eunucos y otros.
Las funciones básicas del líder máximo del país (un juez en la era anterior, y
un rey más tarde) era doble: ser líder militar, y ser el juez supremo de la
nación.
El oficio militar no era
constante; podía delegarse en otros, como en Joab, en el caso de David. El
oficio de juez supremo era permanente y más importante para el estado. Esta
función del rey era común en los monarcas medievales, y el éxito o fracaso de
un rey inglés, por ejemplo, solía depender en gran medida de sus capacidades
como juez supremo de la nación. El mismo nombre de las audiencias del rey y sus
asociados refleja esta función: corte, y cortesano.
La corte del rey originalmente no
era un lugar de espectáculos ni centro de funciones sociales, sino curul de
justicia. Cuando las cortes de los reyes empezaron a cambiar para ser
exhibiciones de damas, la monarquía estaba en proceso de convertirse en
obsoleta.
En cualquier gobierno civil en el
que los cargos administrativos adquieren centralidad, un crecimiento del poder
centralizado se vuelve ineludible, porque lo que se vuelve primordial para la
nación y el Estado no es la justicia para el pueblo, sino el gobierno sobre el
pueblo.
Antes de Lincoln, los presidentes
americanos no eran tan importantes para la vida del país como han llegado a ser
desde entonces, y el crecimiento del poder presidencial ha sido un resultado
necesario del aumento de la importancia de la Administración por encima de la
justicia.
Antes de Lincoln, los presidentes
de los Estados Unidos tendían a considerarse como una variedad de jueces, y los
vetos se basaban en consideraciones legales, cuestiones de constitucionalidad,
y el cargo de presidente se veía como una agencia de revisión judicial sobre
los actos del Congreso.
Una buena parte de la
incertidumbre de antes en cuanto al papel de la Corte Suprema de los Estados
Unidos se debió al hecho de que el trasfondo histórico veía al magistrado
principal como el tribunal supremo de apelaciones por encima de los jueces de
los tribunales. El poder del Presidente de perdonar es un rezago de este hecho.
Las cuestiones de constitucionalidad al principio las resolvía el presidente
Washington, y solo mucho después los tribunales.
Las apelaciones al Presidente
para corregir males continuaron por largo tiempo en la historia estadounidense
como un eco de su papel indefinido como juez supremo del sistema americano. El
papel administrativo tomó precedencia al fin, y unos Estados Unidos de América
de un tipo diferente empezaron a tomar forma.
En el Antiguo Testamento Moisés
era el juez supremo de Israel. Los líderes tribales eran varios jefes
administrativos de la nación; su «unión federal» a las órdenes de Moisés y
Josué era en esencia militar y judicial. Estaban bajo una ley, y Moisés era el
juez supremo de esa unión federal, así como su comandante supremo.
Las funciones militares Moisés
las delegó en Josué; las responsabilidades legales las cumplía él mismo.
Samuel, como juez supremo, anualmente
recorría toda la nación (1ª S 7: 16, 17) para hacer justicia al pueblo, para
asegurar el derecho de apelación al hacer que la apelación estuviera disponible
de inmediato.
Noveno
y final, el
juez no debía ser un árbitro imparcial, sino un paladín de la ley de Dios,
activamente interesado en hacer que la justicia de Dios tuviera que ver en toda
situación, «dando la paga al impío, haciendo recaer su proceder sobre su
cabeza, y justificando al justo al darle conforme a su justicia» (2ª Cr 6: 23).
20. LOS FALLOS DE LOS TRIBUNALES
Los fallos de los tribunales en
la ley bíblica son de dos clases: primero,
sobre dinero y propiedad, para hacer restitución, y, segundo, sobre la persona, desde
castigo corporal a pena capital. La naturaleza de estos juicios ya se ha
explicado.
ES IMPORTANTE RECONOCER QUE EN LA LEY
BÍBLICA LOS FALLOS SON FALLOS DE DIOS:
No hagáis distinción de persona
en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis; no tendréis temor de
ninguno, porque el juicio es de Dios; y la causa que os fuere difícil, la
traeréis a mí, y yo la oiré (Dt 1:17).
La tesis aquí es la misma que la
de San Pablo en Romanos 13: 1, 4, pero es más específica: el fallo de un tribunal es el fallo de
Dios cuando se dicta con fidelidad.
Debido a que el tribunal se
identifica tan íntimamente con la actividad de Dios, a los jueces se les
menciona como «dioses» en las Escrituras. El Salmo 82: 1 dice:
«Dios está en la reunión de los
dioses; en medio de los dioses juzga». La Versión
Latinoamericana dice esto: «Se ha
puesto Dios de pie en la asamblea divina para dictar sentencia en medio de los
dioses». Los jueces, pues, son «la asamblea de Dios», asamblea de hombres que
Dios ha llamado a representarlo en la administración de justicia; a través de
ellos, Dios dicta fallos o imparte justicia. Luego entonces un aspecto
fundamental del orden de Dios, de su reino, debe y puede manifestarse en los
tribunales y a través de estos.
Si un tribunal no dicta el fallo de
Dios por su apostasía, dicta el fallo del hombre en términos de los principios satánicos
de independencia e iniquidad. Cuando los jueces no hacen justicia al débil y al
huérfano, al pobre y necesitado, al grande y al pequeño sin favoritismo ni
acepción de personas, revelan su ceguera e ignorancia voluntaria. La apostasía de
los jueces quiere decir, según la versión Latinoamericana, que «las bases de la
tierra se conmueven» (Sal 82: 5).
Los jueces, por su cargo, son
hechos dioses e hijos de Dios (Sal 8: 6). Al no dispensar el juicio de Dios,
morirán (Sal 82: 7). La súplica de Asaf, frente a los falsos jueces, es esta:
«Dios mío, levántate y juzga a la tierra pues todas las naciones son propiedad
tuya» (Sal 82: 8, PDT). Jesús, al citar este Salmo, declaró que los jueces eran
«aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser
quebrantada)» (Jn 10:35).
En otras palabras, la palabra de
Dios fue escrita en gran medida para los jueces; es un libro, entre otras
cosas, para la organización de la sociedad civil según la Palabra de Dios.
Es intentar «quebrantar» las
Escrituras el negarles su aplicación civil, o el papel de los jueces bajo Dios;
y limitar su aplicación a la iglesia y a la piedad puramente personal sin duda
es herejía. La prueba de los jueces como hijos de Dios es que hagan la obra de
Dios, que dispensen justicia en términos de la Ley y Palabra de Dios.
La prueba de Jesucristo mismo es
similar: Él hace la obra que Dios le ordena. «Si no hago las obras de mi Padre,
no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras,
para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre» (Jn
10:37-38). En ambos casos, la prueba es la misma.
Un falso Mesías no haría la obra
que Dios le ordenaba en su Palabra, la Biblia; como Jesús vino a un cumplimiento
perfecto de la palabra profética, Él y ninguno otro era el Mesías de Dios. De
modo similar, un juez falso no funciona como hijo de Dios dictando justicia
estrictamente en términos de la Ley y Palabra de Dios; en cambio, un juez santo
dictará sentencia en términos de la Ley y Palabra de Dios.
Está claro entonces que las
Escrituras declaran que los jueces son verdaderos solo si son fieles a la ley
de Dios. ¿Qué decir entonces de las palabras de Pablo en Romanos 13: 1-4, que
declaran que todas las autoridades civiles son servidores de Dios? La
diferencia está entre legitimidad e integridad; un hombre puede ser hijo
legítimo de su padre, y ese hecho no se le puede negar, pero puede faltarle la integridad
y el respeto que su padre exige; puede, por su carácter, ser un hijo falso.
De modo parecido un juez, un
ministro de justicia, o un clérigo, un ministro de gracia, puede ser un oficial
legítimo, con pleno derecho a su cargo en términos de todos los requisitos
humanos, pero puede ser al mismo tiempo moralmente inepto para el cargo. Dios
nos requiere que reconozcamos la legitimidad humana y honremos el cargo si no
podemos respetar al hombre; el dictamen más allá de cierto punto está en las
manos de Dios. Esto no quiere decir que no se puedan usar medios legítimos de
protesta y cambio; en verdad, se deben usar.
La reforma, sin embargo, incluye
más que un reconocimiento del mal y un disgusto o aborrecimiento del mismo. Un
ataque muy elocuente y muy razonado a la corrupción del gobierno la hizo Al
Capone en octubre de 1931, en la revista Liberty.
Opinó fuertemente contra el comunismo y la subversión; atacó la
mentalidad de dinero fácil y la especulación de la Bolsa de Valores, y la
amalgama de compañías débiles en corporaciones grandes que producían mayor caos
con su colapso. Capone, que afirmaba que había dado de comer como a 350 000 necesitados
al día en Chicago durante el invierno anterior, también condenaba el chanchullo:
«El chanchullo», continuaba, «es
conocidísimo en la vida estadounidense hoy. Es una ley en la que no se obedece
otra ley. Está socavando a este país.
LOS ABOGADOS HONRADOS EN CUALQUIER
CIUDAD SE PUEDEN CONTAR CON LOS DEDOS.
¡Puedo contar los de Chicago en
una sola mano!
La virtud, el honor, la verdad, y
la ley todas han desaparecido de nuestra vida. Nos las sabemos todas. Nos gusta
poder «salirnos con la nuestra».
Y si no podemos ganarnos la vida
en alguna profesión honrada, vamos a ganárnosla como sea».
El hogar es nuestro aliado más
importante», observaba Capone. «Cuando toda la locura en que el mundo ha estado
aminore, nos daremos mucha cuenta de eso, como nación. Mientras más fuertes
podamos tener nuestras vidas hogareñas, más fuerte podemos mantener a nuestra
nación.» Cuando los enemigos se acercan a nuestras playas las defendemos.
Cuando los enemigos llegan a
nuestros hogares los rechazamos a golpes. A los que se meten en el hogar se les
debería desvestir, recubrir de alquitrán y plumas, como ejemplos para el resto
de su clase».
En el curso de la misma
entrevista, Capone predijo que los demócratas ganarían las elecciones de 1932
con «una votación récord», lo mismo con Owen Young que con Roosevelt.
La posición básica de Capone era,
pues, a favor de la ley y el orden, siempre que no lo fastidiaran a él. Este es
el fracaso de la mayoría de los movimientos de reforma. Se reconoce el mal y
hay oposición al mismo en todas partes excepto en nosotros mismos. De aquí que
el clamor de los movimientos de reforma política es que se elimine a todos los
pillos, excepto a ellos mismos.
Durante el gobierno de Kennedy,
una crítica humorística de los críticos de Kennedy tenía bastante de verdad. El
crítico típico había asistido a escuelas y colegios públicos montado en un
autobús del condado sobre una carretera pública; había asistido a la
universidad gracias al Acta de Veteranos de las Fuerzas Armadas, se había
comprado una casa con un préstamo de la FHA, había empezado un negocio con un
préstamo de la Administración de Pequeños Negocios, había ganado dinero, se
había jubilado con una pensión del Seguro Social, y luego se había arrellanado
para criticar los programas de beneficencia y exigir que a los gorrones se les
pusiera a trabajar.
Según la Ley de Dios, la
verdadera reforma empieza con la regeneración y luego la sumisión del creyente
a toda la Ley y Palabra de Dios. Los degenerados que pretenden la reforma
quieren reformar al mundo empezando con sus opositores, con cualquiera y con
todos, excepto ellos mismos. La verdadera reforma empieza con la sumisión de
nuestra vida, hogares y profesiones a la Ley y Palabra de Dios.
El mundo entonces se recupera
paso a paso conforme los hombres instituyen la verdadera reforma en sus
ámbitos. Cualquier otra clase de reforma tiene tanta integridad y valor como
las palabras de Al Capone. Podemos aceptar la sinceridad de las palabras de Al
Capone; como todos los pecadores, quería un mundo mejor en que vivir, pero no
al precio de someterse él al orden legal de Dios.
Los juicios de Dios en su Palabra
deben llegar a ser los juicios del pueblo de Dios. Solo en la medida en que un
pueblo es llamado de nuevo a Dios y su orden puede esperar los beneficios de
ese orden. Según Salomón, «Si no hay visiones el pueblo vive sin freno; ¡feliz
el que observa la Ley!» (Pr 29: 18, LAT). Visión se equipara aquí con guardar la ley.
La Ley de Dios es una ley total;
no está limitada a un segmento de la creación tal como la vida privada del
hombre, su vida eclesiástica o cualquier otra esfera parcial. Así como una
reforma no puede venir por un mero cambio de políticos sin un cambio en la vida
del pueblo, la reforma no puede venir solo porque el hombre la aplique a un
aspecto restringido de la vida.
Cuando los hombres, según la ley
de Dios, apliquen los conceptos de Dios en sus hogares, iglesias, escuelas, vocaciones,
y en el estado, las cortes también aplicarán los conceptos de la Ley absoluta
de Dios.
21. PERFECCIÓN
Una declaración en la ley dice:
«Perfecto serás delante de Jehová tu Dios» (Dt 18: 13). Esto se vuelve a
enunciar en el Sermón del Monte, cuando Cristo declara:
«Sed, pues, vosotros perfectos,
como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mt 5: 48).
La ley no nos ordena que hagamos
lo que el hombre no puede hacer. ¿Cómo, entonces, debemos entender esta
exigencia, y en qué podemos ser perfectos delante del Señor sin dar falso testimonio
respecto a nosotros mismos?
Se nos dice que Noé fue
«perfecto» (Gn 6: 9), y a Abraham se le llamó a ser perfecto (Gn 17: 1). En el
Salmo 37:37 tenemos una referencia al «hombre perfecto» como un hecho de la
vida cotidiana. En el Salmo 101: 2, David declaró:
«Entenderé el camino de la
perfección. En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa».
Las palabras del Antiguo
Testamento que se traducen «perfecto» quieren decir recto, con integridad,
intachable, y las palabras del Nuevo Testamento tienen el significado de
maduro, completo. Está claro que no habla de impecabilidad. El comentario de
Lenski va bien al asunto respecto a la confusión de la «perfección» bíblica con
la impecabilidad:
A que se haya traducido
«perfecto» se debe en gran parte la idea de impecabilidad absoluta que a menudo
se da como significado. y es desdichado que no tengamos un derivado de «meta»
adecuado para traducir el griego.
El hecho de que la absoluta
impecabilidad no es el pensamiento expresado aquí lo vemos en el v. 6 (de Mateo
5), en donde los discípulos bienaventurados todavía tienen hambre de justicia,
y del v. 7, en donde todavía necesitan misericordia y son bienaventurados al
obtenerla constantemente.
El perfeccionismo puede imaginar
que puede obtener impecabilidad en esta vida; esta meta no la alcanzaremos
mientras no entremos en la gloria.
Igualmente incorrecta es la idea
de que en estas exposiciones de la ley Jesús ofrece solo «consejos para los
perfectos» que son inalcanzables por parte de los cristianos menores. Cristo no
tiene una doble norma. Sus mayores santos se hallan entre los creyentes comunes
que por gracia han llegado a ser puros de corazón (v. 8).
Perfección significa rectitud y
madurez en términos de una meta o propósito, un fin establecido por Dios.
Nuestra madurez en el cielo incluirá impecabilidad, pero nuestra madurez aquí
es de un tipo diferente.
En esta vida podemos ser
perfectos en el sentido de ser intachables en nuestra fidelidad al propósito de
Dios, pero ser intachables no quiere decir estar libres de culpa. G. Campbell
Morgan una vez escribió de su experiencia con su hijo menor.
Morgan estaba en los Estados
Unidos de América, y le llegó una carta de su hijo, que apenas había aprendido
a leer y escribir. La carta, llena de errores, expresaba el cariño del muchacho
por su padre, y su deseo de verlo. La carta, anotó Morgan, por supuesto que no
estaba sin defectos, pero era intachable. La NVI traduce Deuteronomio 18: 13:
«A los ojos del Señor tu Dios serás irreprensible».
Lo que es irreprensible en un
niño no lo es en un adulto; la madurez requiere continuo crecimiento hacia el
propósito designado por Dios. A mayor responsabilidad, mayor la madurez que se
requiere para ser intachable. Lo que un pastor, un médico, juez o un
funcionario civil hace, y, en muchos casos, lo que sus esposas hacen, es más
importante que lo que otros hagan. Un comentario intachable en otros puede ser
un delito serio para ellos.
Para citar un ejemplo: Martha
Mitchell, esposa de John Mitchell, Fiscal General de los Estados Unidos, es al
parecer una mujer encantadora, inteligente e ingeniosa; tiene por lo general la
boca abierta. Sus comentarios repetidas veces se han ganado cobertura noticiosa
nacional, y muchos han concordado con ella.
El efecto de sus comentarios en
Washington ha servido para ampliar brechas, atizar problemas, y producir una
serie de problemas desdichados. Es posible decir, con todo respeto a Marta
Mitchell como mujer superior, que ella es culpable, y que ha buscado llamar la
atención demasiado a menudo a costo de las políticas del gobierno. Incluso
cuando su esposo le ordenó que guardara silencio, se las arregló para estar en
las noticias:
Ya hace meses que las
declaraciones imprudentes de la dama han estado conspicuamente ausentes en la
prensa; en obediencia, sin duda, a una orden del Fiscal General de los Estados
Unidos John Mitchell. De ahora en adelante, él ha decretado, si su esposa
Martha debe hablar en público debe ser en suahili.
Pero, ¿qué esposo jamás ha
silenciado a su esposa? Al administrar el juramento al cargo a la nueva
presidenta del American Newspaper Women’s Club en Washington la semana pasada,
Martha habló en casi impecable suahili: «Ye
unaabe kwa kweli kwemba usaziunga». Decretó
el Fiscal General, que estaba presente: «El juramento en suahili es
perfectamente legal».
Esta clase de deseo ingenioso e
irreprimible de aparecer en las noticias es divertido a distancia, pero para
los que están cerca es un problema, y en la práctica significa no pensar en las
consecuencias, y la perfección o madurez bíblica no está dirigida al momento
sino a las metas que Dios estableció.
La influencia del pietismo ha
sido importante en la historia moderna, y ha dado falso testimonio respecto a
las exigencias de Dios. Su énfasis en la perfección impecable más bien ha
engendrado pecado. Cuando los hombres esperan una perfección impecable en los
demás, enseguida son conducidos a una intolerancia pecaminosa de las
fragilidades humanas. Este perfeccionismo pecador especialmente abunda al fin
de una época, o en cualquier época en que los hombres hallan sus problemas
temporal o permanentemente insuperables.
Cuando los problemas son insolubles,
los hombres se vuelven unos contra otros. Su desdicha básica a causa de los
problemas insolubles se manifiesta al tratar de «disolver» de su medio a los que
los enervan. Cuando la caída de Roma empezaba a vislumbrarse, los hombres mucho
antes habían huido de las ciudades, reconociendo su futuro sin esperanza.
Su reacción, sin embargo, distaba
mucho de ser cuerda. Los cristianos y paganos por igual se volvían contra los
hombres y renunciaban a ellos volviéndose ermitaños en el desierto. Pero estar
solo no resuelve nada, y los tormentos internos de estos refugiados en el
desierto indicaban que su huida no les había dado ni paz ni una respuesta a los
problemas del mundo.
Hoy de nuevo, conforme los
problemas parecen ser insolubles, la irritación del hombre contra el hombre
aumenta. Hay un bajo nivel de tolerancia de los niños, los vecinos, los
esposos, las esposas, los amigos y los asociados. En lugar de resolver los
problemas, este tipo de perfeccionismo los agrava. Dar un énfasis exagerado a
las fragilidades humanas es dar falso testimonio respecto a ellas.
La ley aquí lo dice con claridad:
«Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo»
(Gá 6: 2). Esto hace una clara referencia, como dice Gálatas 6: 3-5, a nuestras
faltas y debilidades. Debemos reconocer que cada uno de nosotros tiene
debilidades, y «cada uno llevará su propia carga» (Gá 6: 5).
A veces necesitamos corrección,
pero la mayoría de las veces necesitamos vivir juntos, conscientes de nuestras
fragilidades comunes y trabajar juntos para alcanzar esa madurez que se logra
al buscar primero el reino de Dios y su justicia (Mt 7: 33).
Nuestro mayor punto fuerte está,
pues, en lo que se llama «perfección» y que quiere decir madurez, una
integridad en relación con el propósito de Dios en que se gana la bendición de
Dios incluso en medio de problemas serios. Madurez es la capacidad de crecer
con nuestras experiencias y usarlas para acercarnos al propósito que Dios tiene
con nosotros.
El problema, desde la perspectiva actual, demasiado a menudo se
toma como subversión, cuando
suele ser más un fracaso moral, ineptitud
para crecer y madurar.
Las sociedades que se concentran
en los problemas de subversión están cerca de la muerte; han perdido su
capacidad de hacerle frente a los problemas. Esto no quiere decir que haya que
descuidar la subversión ni condonarla, sino que la única respuesta permanente a
ella es el crecimiento. La misión es reconstrucción.
Durante la Guerra de
Independencia, los subversivos que estaban ostensiblemente en el lado americano
eran sin duda muchos. Ahora se sostiene que Benjamín Franklin fue un agente
británico durante todo el conflicto.
Por lo menos hasta la guerra de
1812, el número de agentes británicos y franceses en los Estados Unidos de
América era grande, pero la salud básica del liderazgo, y un suficiente elemento
de hombres de carácter, más la gracia de Dios, permitió que la causa americana
prosperara frente a la subversión radical.
Sin esa madurez, ninguna causa
puede sobrevivir. Sin la capacidad de crecer con la vista en una meta, ninguna
causa puede perdurar con solo desarraigar a los elementos subversivos. La sal
que ha perdido su sabor «No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y
hollada por los hombres» (Mt 5: 13). No hay protección divina para los hombres
y las naciones que pierden su llamamiento y «sabor».
Es más, no hay escape del juicio;
es «como el que huye de delante del león, y se encuentra con el oso; o como si
entrare en casa y apoyare su mano en la pared, y le muerde una culebra» (Am 5: 19).