EL NOVENO MANDAMIENTO

1. CUANDO SE TIENTA A DIOS

El noveno mandamiento, «No hablarás contra tu prójimo falso testimonio» (Éx 20: 16), se ha malinterpretado como que quiere decir: «En todo momento y bajo toda circunstancia debes decir la verdad a todos los hombres que te pregunten algo».
El 15 y 16 de octubre de 1959 este escritor habló en una conferencia para maestros de escuelas cristianas en Lynden, Washington. La sustancia de las conferencias, con material adicional, más tarde se publicó como un libro, Intellectual Schizophrenia [Esquizofrenia intelectual]. Durante las conferencias, y después de la publicación, varios religiosos «reformados» atacaron acerbamente a este escritor por sus comentarios respecto a Rahab y su mentira sobre los espías israelitas a quienes escondió, y cuyas vidas salvó. Se destacó lo siguiente:
Rahab tuvo que tomar una decisión:
(1) Podía decir la verdad y entregar a los espías, dos hombres santos, a la muerte.
(2) Podía mentir y salvarles la vida. Este es el tipo de situación que el moralista detesta y rehúsa aceptar.
Cualquier curso de acción incluye algún mal, por más que el moralista trate de negarlo. La pregunta es: ¿Cuál es el menor de los males? Nuestras opciones raras veces son entre blanco y negro; rara vez tenemos el lujo poder tomar una decisión absoluta. Pero lo que sí tenemos es la oportunidad continua de tomar decisiones según una fe absoluta, por gris que sea la situación inmediata.
Esta fe la tuvo Rahab. El que ella mintiera o no era relativamente sin importancia comparado con la vida de dos hombres de Dios. Mintió y les salvó la vida. Por eso Santiago la destaca, junto con Abraham, como un ejemplo de fe vital, de fe que no fue una mera opinión sino una cuestión de vida y acción (Stg 2:25). Repito: Hebreos 11:31 destaca este mismo acto como un ejemplo de verdadera fe. Es una evasión inútil tratar de extraer algo del hecho como digno de elogio en tanto que se le condena por la mentira, y por violación de la unidad de la vida.
Rahab mintió, pero su mentira representaba una opción moral entre hacerlo o enviar a dos hombres santos a la muerte, y por eso ella llegó a ser antepasada de Jesucristo (Mt 1: 5). Para el moralista, es importante mantenerse firme en su santurronería, y la alternativa de Rahab es intolerable, porque eso hace un tipo de pecado ineludible a veces.
Para el hombre santo, que se pone firme no en su justicia, sino en la justicia de Cristo, su pureza no es lo importante, sino que se haga la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios, en esta situación, sin duda era que se les salvara la vida a los espías, y no que la persona saliera de la situación pudiendo decir: Nunca digo una mentira.
Pero, nos dice el moralista, si Rahab hubiera dicho la verdad, Dios habría estado obligado a honrar su integridad y librarla a ella y a los espías, pues Rahab tenía la obligación de decir la verdad independientemente de las consecuencias.

AQUÍ INTERVIENEN VARIAS FALACIAS CARACTERÍSTICAS DEL MORALISMO:

1. Se sostiene que la decisión moral es algo sencillo, sin complicaciones, racional.
2. Una decisión siempre es entre el bien y el mal absolutos.
3. La cuestión central siempre es la preservación de la pureza moral del individuo antes que un factor trascendente.
4. La justicia poética siempre opera; la virtud siempre es rescatada y recompensada, y la verdad siempre sale triunfante.
Pero esto no es cristianismo bíblico, sino deísmo del siglo 18 ¡con una fuerte dosis de cuentos de hada! Pablo podía decir, haciendo eco del Salmo 44: 22: «Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero» (Ro 8: 36). El que las Escrituras afirmen un postrer triunfo de los píos (no los morales) está más allá de toda duda, pero eso no confirma el concepto de la justicia poética. No podemos permitir que se proyecte en las Escrituras una falsificación tan radical de la fe.
La doctrina de que la justicia poética funciona requiere que se rescriban las Escrituras, la Historia y la literatura.
Estos críticos han insistido en que Dios bendecirá y librará a la persona que dice la verdad en todo momento. Hay que añadir que estos defensores de decir la verdad en todo momento han sido notorios mentirosos. Piensan que tienen el derecho de negar que hayan hecho alguna declaración a menos que se reproduzcan las palabras exactas, hasta la última sílaba, de manera exacta. Tal razonamiento farisaico es característico de su manera de pensar.
Sin embargo, ¿nos exige Dios que digamos la verdad en todo momento? Tal proposición es altamente cuestionable. El mandamiento es muy claro: no debemos decir falso testimonio contra nuestro prójimo, pero esto no quiere decir que nuestro prójimo o nuestro enemigo siempre tenga derecho a oír de nosotros la verdad, o alguna palabra, en cuestiones que no les incumben, o que son de naturaleza privada para nosotros.
Ningún enemigo o criminal tiene derecho alguno a recibir de nosotros ningún conocimiento que pudiera usar para hacernos mal. Las Escrituras no condenan a Abraham y a Isaac por mentir a fin de evitar asesinato y violación (Gn 12: 11-13; 20: 2; 26:6, 7); por el contrario, Dios los bendice ricamente a ambos, y los hombres que los pusieron en una posición tan desdichada reciben condenación y castigo (Gn 12: 15-20; 20: 3-18; 26:10-16).
Tales ejemplos abundan en las Escrituras. Nadie que trata de hacernos daño, de violar la Ley con respecto a nosotros o a otra persona, tiene derecho a la verdad.
Más que eso, hay base bíblica para decir que es un mal decirles la verdad a los hombres malos y permitirles con ello que aceleren su mal. Asaf declaró: «Si veías al ladrón, tú corrías con él, y con los adúlteros era tu parte» (Sal 50: 18). Ver el robo y guardar silencio es ser parte del robo. Ver a los hombres planeando robo o asesinato, y luego responder con la verdad respecto a dónde se halla el hombre, la mujer o la propiedad que quieren matar, violar o robar es ser parte de su delito. Decir la verdad en un caso así es tener participación en el delito.
En ese sentido Rahab, si hubiera dicho la verdad, hubiera sido cómplice de la muerte de dos hombres.
El hecho de que el noveno mandamiento no requiera o exija que se renuncie a la intimidad se ha reconocido por largo tiempo y se ha plasmado como ley. La quinta enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de 1787 declara que a nadie «se le obligará, en ningún caso penal, a ser testigo contra sí mismo». Un hombre puede confesar; puede decidir testificar a su propio favor, en cuyo caso no debe perjurar; pero no se le puede obligar a ser testigo contra sí mismo.
Si testifica a su favor, no se le pueden hacer preguntas ajenas al caso entre manos. Por esta razón, el cristiano debe oponerse al uso del detector de mentiras con cualquier hombre, voluntariamente o de otra índole, porque al sujeto así se le puede obligar a testificar sobre cuestiones ajenas y por consiguiente invadir su privacidad.
Para volver al asunto de la veracidad, el cristiano está bajo obligación ante Dios de decir la verdad en todo momento en donde existe comunicación normal.
Este decir la verdad no quiere decir exponer nuestra privacidad, sino dar un testimonio verdadero en relación con nuestro prójimo. No se aplica a acciones de guerra. Espiar es legítimo, y también lo son los métodos engañosos en la guerra.

LA PROTECCIÓN CONTRA LOS LADRONES EXIGE OCULTACIÓN Y PAREDES.

Pensar que podemos decir la verdad en una situación comparable a la de Rahab, y que Dios milagrosamente nos librará a nosotros y a los hombres cuyas vidas están en juego, no solo es insensato sino también teología demoniaca. Sostener que Dios debe librarnos en tales circunstancias es ceder a la tentación satánica de someter a Dios a prueba.
La segunda tentación de Satanás a Jesucristo, el último o segundo Adán, era que se arrojara del pináculo del templo y exigiera que Dios lo rescatara. Jesús le dijo a Satanás: «Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios» (Mt 4: 7). Jesucristo dejó en claro que nadie podía someter a Dios a prueba, ni imponerle requisitos. Nadie puede imprudentemente exponer a dos hombres a la muerte so pretexto de su deber de decir la verdad a pesar de las circunstancias, esperando que Dios libre a los hombres cuando el mismo individuo se niega a librarlos. Fue Satanás el que sostuvo que el hombre tenía el deber de someter a Dios a prueba: «¿Conque Dios os ha dicho…?» (Gn 3: 1).
Al respecto, la posición de John Murray, destacado teólogo, merece examen.
En respuesta a la pregunta: «¿Qué es la verdad?» Murray dijo:
La respuesta de nuestro Señor a Tomás: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Jn 14: 6) señala la dirección en la que debemos hallar la respuesta.
Debemos tener en mente que «la verdad» en el uso de Juan no es tanto la verdad en contraste con lo falso, o lo real en contraste con lo ficticio. Es lo absoluto en contraste con lo relativo, lo supremo en contraste con lo derivado, lo eterno en contraste con lo temporal, lo permanente en contraste con lo pasajero, lo completo en contraste con lo parcial, lo sustancial en contraste con la sombra.
Jesús, al declarar que Él era la verdad, «está enunciando el asombroso hecho de que pertenece a lo supremo, lo eterno, lo absoluto, lo no derivado, lo completo».
La verdad se refiere a «la santidad del ser de Dios como el Dios viviente y verdadero.
Él es el Dios de verdad y toda la verdad deriva de Él su santidad ». Murray reconoció la validez de ocultar la verdad:
Es muy cierto que las Escrituras permiten ocultar la verdad de los que no tienen derecho a ella. De inmediato reconocemos la justicia de esto. ¡Qué intolerable sería la vida si estuviéramos bajo la obligación de revelar toda la verdad!

Y EL OCULTARLA ES A MENUDO UNA OBLIGACIÓN QUE LA MISMA VERDAD REQUIERE.

«El que anda en chismes descubre el secreto; Mas el de espíritu fiel lo guarda todo» (Pr 11: 13). También es cierto que los hombres a menudo abdican su derecho a saber la verdad y no estamos bajo obligación de trasmitírsela.
Sin embargo, sobre el caso de Rahab, y otros parecidos en las Escrituras, Murray se equivoca:
No debe pasar inadvertido que las Escrituras del Nuevo Testamento que elogian a Rahab por su fe y obras hacen alusión solo al hecho de que recibió a los espías y los envió por otro camino. No se puede levantar dudas en cuanto a la propiedad de estas acciones por ocultar a los espías de los emisarios del rey de Jericó.
La aprobación de las acciones no implica, ni por lógica ni en términos de la analogía provista por las Escrituras, la aprobación de la falsedad específica que se le dio al rey de Jericó. Es teología extraña la que insiste que la aprobación de su fe y obras al recibir a los espías y ayudarlos a escapar debe abrazar la aprobación de todas las acciones asociadas con su conducta encomiable.
Al contrario de Murray, debemos insistir en que es una teología muy extraña la que reconoce que Dios aprobó la fe y la acción de Rahab, pero que la mentira con la que logró el rescate de alguna manera era mala. La posición de Murray no tiene evidencia bíblica; significa dividir erróneamente la Palabra, tratar de separar un hecho de sí mismo, y negar que el elogio de Dios del hecho en verdad fuera un elogio.
El mismo contrasentido farisaico se dice respecto a las parteras que salvaron la vida de los israelitas recién nacidos, a los que debían matar al nacer. Según Murray:
La evidente prevaricación de las parteras de Egipto se ha argumentado como respaldo a la falsedad bajo las condiciones apropiadas. «Y las parteras respondieron a Faraón: Porque las mujeres hebreas no son como las egipcias; pues son robustas, y dan a luz antes que la partera venga a ellas. Y Dios hizo bien a las parteras; y el pueblo se multiplicó y se fortaleció en gran manera» (Éx 1:19, 20). La yuxtaposición aquí parece llevar el endoso de la respuesta al faraón.
Concedamos, sin embargo, que las parteras en efecto dijeron una falsedad y que su respuesta fue en realidad falsa. Con todo, no hay respaldo para concluir que se endose la falsedad, mucho menos que es la falsedad lo que se tiene a la vista cuando leemos: «Y Dios hizo bien a las parteras» (Éx 1: 20).
Las parteras temieron a Dios al desobedecer al rey y fue debido a que temieron a Dios que el Señor las bendijo (cf. vv. 17, 21). No es nada extraño que su temor de Dios haya coexistido con la debilidad moral. El caso es que no hay respaldo para la falsedad que se pueda derivar de este ejemplo más que de los casos de Jacob y Rahab.
Ese es un razonamiento asombroso. Murray llama el informe de las parteras «prevaricación» y «falsedad»; más sinceramente, llamémoslo una mentira. Incluso más, ¿qué podemos llamar a la separación que hace Murray entre la mentira de las parteras que salvaron la vida de los nenes sentenciados a muerte y la bendición de Dios sobre las parteras? Está claro que se presenta como causa y efecto.
Las parteras mintieron porque temieron a Dios más que al faraón. Su temor a Dios se manifestó precisamente en la mentira, a riesgo posiblemente de su vida, para salvar la vida de los niños del pacto de Dios. Su mentira no fue, al revés de lo que dice Murray, «debilidad moral» sino valor moral, así como lo fue la mentira de Rahab.
La debilidad moral en el asunto es enteramente de Murray y sus seguidores.
El faraón estaba en guerra contra Dios y contra Israel; había esclavizado a Israel, maltratado a su pueblo, y a sus recién nacidos los había sentenciado a muerte.
Esto era una guerra; incluso más, era asesinato legalizado y en masa. Las parteras le mintieron al faraón para salvar las vidas de los niños. Era mentir; estaba claramente justificado. Y Dios lo bendijo.

HAY UNA LARGA TRADICIÓN AQUÍ DE FILTRAR EL MOSQUITO Y TRAGARSE EL CAMELLO.

San Agustín se entregó a un razonamiento peculiar para aceptar la afirmación de las Escrituras con respecto a las parteras. Declaró: «Si una persona que solía decir mentiras para hacer daño viene a decirlas por razón de hacer el bien, la persona ha hecho gran progreso».
En otras palabras, las parteras habían sido horribles mentirosas, y habían mejorado: ¡mintieron por una buena causa! Para Agustín, «estos testimonios de las Escrituras no tienen otro significado que el que jamás debemos decir una mentira». Si siempre decimos la verdad, decía Agustín, usando mal un pasaje, Dios siempre abrirá un camino de escape (1ª Co 10: 13).
Las parteras también sufrieron a manos de Calvino, a pesar de la bendición de Dios. Según Calvino:
En la respuesta de las parteras hay que observar dos males, puesto que ninguna confesó su piedad con llaneza apropiada, y lo que es peor, escapó mediante falsedad. Si bien se deben reconocer ambas cosas, de que las dos mujeres mintieron, y, puesto que la mentira es desagradable a Dios, que pecaron tampoco hay ninguna contradicción con esto en el hecho de que se les elogia dos veces por su temor a Dios, y que se dice que Dios las recompensó; porque en su indulgencia paternal con sus hijos Él todavía valora sus buenas obras, como si fueran puras, a pesar de que puedan haber estado contaminadas por alguna mezcla de impureza.
Es más, no hay acción tan perfecta como para estar absolutamente libre de mancha; aunque parezca más evidente en algunos que en otros. Así que, aunque estas mujeres fueron demasiado pusilánimes y tímidas en su respuesta, debido a que actuaron con fortaleza y valor, Dios soportó en ellas el pecado que de otra manera hubiera condenado merecidamente.
Calvino no solo hubiera hecho que las parteras le dijeran la verdad al faraón, sino también que le dieran testimonio, convirtiendo a la audiencia en un tipo de culto de testimonios. No solo que un testimonio de las dos mujeres hubiera sido imposible en una audiencia real, sino que hubiera sido inmoral en términos de las palabras de Cristo: «No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen» (Mt 7: 6).
Mucho más en las Escrituras desmiente la creencia de Calvino de que las mujeres debían haberle testificado al faraón. Según Salomón:
El que corrige al escarnecedor, se acarrea afrenta; el que reprende al impío, se atrae mancha.
No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca; corrige al sabio, y te amará (Pr 9: 7, 8).
En algo Calvino tenía razón; las mujeres mintieron, pero, a pesar de Calvino,

DIOS DE NINGUNA MANERA DESAPROBÓ SU ACCIÓN.

No obstante, Hodge citó el caso de las parteras como «una intención de engañar» que no fue «culpable». Él no amplió el punto, sin embargo, y desdichadamente, su posición ha tenido demasiados pocos seguidores. Park elogió a las parteras, pero basa la acción de ellas en un «sentido humanitario» y la llama «verdadera religión», lo que le da al texto un giro humanista que no está allí.
El teólogo presbiteriano del sur Dabney, al analizar el significado del noveno mandamiento, declaró que «el hombre puede matar, cuando la vida culpable se entregue a Dios y él autorice al hombre que la destruya, como agente Suyo. Por lo tanto, supongo yo, los propósitos extremos de agresión injusta y maligna, dirigidos contra nuestra propia existencia, constituyen una falsificación de derechos por parte de un atacante culpable». La agresión inicua resulta ser «una falsificación de derechos de parte del atacante culpable», y Rahab, las parteras y otros santos de la antigüedad son inocentes.
Las Escrituras hablan en abundancia del hecho de que Dios detesta la mentira (Pr 6: 16-19; 12: 22; Lv 19: 11; Col 3: 9, etc.). Se dice que Satanás es el padre de las mentiras (Jn 8: 44; Hch 5: 3). Los que critican a Rahab y a las parteras (tanto como a Abraham, Isaac y los demás) no citan versículos como 1ª Reyes 22: 22, 23, en donde se declara que Dios puso un espíritu mentiroso en la bocas de los falsos profetas a fin de engañar a un rey falso. Esto se debe a que esto está contra su absolutismo. Y eso es el meollo del asunto.
¿Debemos, de manera platónica, absolutizar la veracidad como una palabra, idea o universalidad por encima de Dios, o solo Dios es absoluto? Absolutizar el decir la verdad es hacer de las Escrituras un absurdo, porque Dios en su poder soberano es el único absoluto. La veracidad está siempre en relación con Dios, y en términos del Dios absoluto y su Ley.
El hombre tiene la obligación de decir la verdad en todas las circunstancias normales, pero no podemos permitir que los malos roben, asesinen o violen por decir nosotros la verdad, que debe en todo momento tener relación con un Dios absoluto antes que con una idea absoluta.
El Catecismo Menor de Westminster, en las preguntas 77 y 78, nos lleva al corazón del asunto con sus respuestas:
P. 77. ¿Qué se exige en el Noveno Mandamiento?
R. El noveno mandamiento exige que sostengamos y promovamos la verdad entre hombre y hombre como también nuestra buena fama y la de nuestro prójimo. Especialmente al dar testimonio. Efesios 4: 25; 1ª Pedro 3: 16; Hechos 25: 10; 3 Juan 12 Proverbios 14: 5, 25.
P. 78. ¿Qué se prohíbe en el noveno mandamiento?
R. El noveno mandamiento prohíbe todo lo que perjudica a la verdad, o que daña a nuestro buen nombre o al de nuestro prójimo. Colosenses 3:9; Salmo 12:3; 2 Corintios 8:20, 21; Salmo 15:3.
Si esta ley no nos permite perjudicar «el buen nombre de nuestro prójimo», ¿cuánto menos se nos permite ayudar a hombres malos para que roben su propiedad, violen a las mujeres de su familia o lo maten? La veracidad bajo tales circunstancias no es una virtud, sino cobardía moral.
El concepto de veracidad implícito en los que critican a Rahab, las parteras, Abraham, Isaac y otros, se relaciona con una doctrina pagana de santificación. En el paganismo, la perfección propia del individuo es el ideal religioso y el propósito de la santificación. El individuo perfecto es su propio supremo.
La meta que se persigue, sea por los sufíes o Buda, no se refiere a Dios y su orden legal, y muy a menudo tiene escasa relación con otros hombres. El yo es el mundo de la santidad pagana, y la perfección del yo, la meta. El resultado es un concepto de santidad y de veracidad que es abstracto. En otras palabras, se le abstrae de la realidad de Dios y su ley, y de la realidad de un mundo en guerra.
Un moralismo abstracto y no cristiano puede declarar que es santo decir la verdad a los enemigos y con ello conducir a la masacre de amigos, prójimos y seres queridos, porque la única cuestión es la pureza abstracta del alma. Tal doctrina no es cristiana.

2. LA SANTIFICACIÓN Y LA LEY

Puesto que el noveno mandamiento, como el tercero, tiene que ver con la palabra hablada, es importante en este respecto volver a enunciar y examinar con cuidado una palabra particular en la ley de Dios: «santo». La Ley se da repetidas veces como el medio de santidad o santificación, y la exigencia: «Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios» (Lv 19: 2), es un prefijo en la Ley a toda ley.
Esta cita de Levítico 19:2, es un prefijo a la prohibición del chisme y del falso testimonio en la corte (Lv 19: 16).
La Ley es el camino a la santidad, el camino a la santificación. A una porción del Pentateuco en verdad se le llama «el código de santidad» (Lv 17—26) debido a su insistencia especial en la ley como medio de santificación. De principio a fin, las Escrituras dejan en claro que la salvación, la justificación, es por la gracia de Dios y por fe, y que la santificación es por la Ley, la ley de Dios.
El pecado del fariseísmo fue que convirtió la Ley, y las obras de la Ley, en el medio de salvación. En el proceso, también adulteró la ley y dio primacía a su reinterpretación de la misma. La ley quedó así empañada en su significado y se le dio una función que no le correspondía. Mucho se ha escrito sobre los pecados del fariseísmo que no se necesita repetir aquí. Demasiado poco se ha dicho de los pecados comparables y a menudo la apostasía de la iglesia con respecto a la ley.
La infiltración del pensamiento helénico en la comunidad cristiana significó, entre otras cosas, la introducción de una nueva doctrina de la santificación. La doctrina bíblica es por completo práctica; pide la sumisión progresiva del hombre y del mundo a la ley de Dios. Es un programa de conquista y victoria. Incluso su observancia parcial ha servido para dar eminencia a un pueblo o cultura. La grandeza de la cultura medieval se edificó sobre el lecho de roca de una obediencia a la ley, y lo mismo fue cierto del puritanismo. El poder de permanencia de los judíos frente a las adversidades se ha medido por su lealtad a la ley.
Pero el pensamiento helenista, como todas las filosofías paganas de su día, era dualista. El mundo era básicamente dos sustancias o seres separados, mantenidos juntos en tensión dialéctica. Por un lado, había espíritu, luz, o la bondad, o el dios bueno; por el otro, la materia, la oscuridad, o el mal, o el dios malo. Si se empujaba la división un poco demasiado lejos, el resultado era un colapso de la dialéctica y alguna forma de dualismo radical, una forma en la cual la relación dialéctica se quebrantaba y quedaban dos mundos enajenados y en guerra.
La salvación, tanto en la perspectiva dialéctica como dualista, era la liberación del orden malo al orden bueno, de la materia al espíritu, de la voluntad a la razón, de las preocupaciones materiales a las preocupaciones espirituales, o quizá viceversa. En lugar del hombre completo, mente y voluntad, materia y espíritu, un ser caído, solo un segmento de él era caído, mientras que el otro seguía siendo por naturaleza puro.
En tal perspectiva, tanto la salvación como la santificación implicaban una deserción de un campo al otro. La santificación significaba olvidarse del mundo; significaba «espiritualidad» y ejercicios espirituales. Antes que la iglesia quedara infectada por tal pensamiento, los creyentes judíos que eran helénicos en su pensamiento ya habían escogido la senda del ascetismo y la renuncia a las cosas terrenales.
El mundo helénico estaba produciendo una gran variedad de ascetas que estaban abandonando el mundo y la carne a fin de ganar santidad. Simón el Estilita (390-459) mostró tener más influencia del culto sirio pagano de Atargatis que de cualquier fe bíblica. Simón vivió en una columna de unos 20 metros de altura, encima de la cual había una plataforma de un metro cuadrado; y allí pasó 37 años en toda clase de austeridades peregrinas.
Durante 40 años de su vida pasó toda la cuaresma sin tomar ningún alimento. Las prácticas de Simón el Estilita no tienen nada que ver con la santidad bíblica. Eran un desprecio neoplatónico y pagano de la carne y un intento de trascenderla.
Una crónica larga y espantosa de horrores se pudiera citar para ilustrar las maneras en que los hombres han buscado la santificación aparte de la ley. La tortura propia, flagelaciones, ayunos, cilicios, y una gran variedad de artificios se han usado a fin de dar santificación al buscador. Los resultados no han sido ni paz ni santidad. Los hombres se han cubierto de ramas de espinos, han tratado a su cuerpo como enemigo satánico, y con todo han hallado que el mal se halla en la esencia de sus pensamientos. Sus cuerpos débiles no resultaron en almas fuertes.
La Reforma enunció de nuevo con claridad la doctrina de la justificación, pero no aclaró la doctrina de la santificación. La confusión es evidente en la Confesión de Fe de Westminster; el capítulo XIII: «De la santificación» es excelente hasta donde llega, pero no especifica con precisión cuál es el camino a la santificación.
En el capítulo XIX: «De la Ley de Dios», aparece uno de los errores de la Confesión: se pone a Adán bajo «un pacto de obras», la Ley. Sin embargo, en el párrafo II, se dice que «Esta ley, después de su caída, continuó siendo una regla perfecta de justicia, y, como tal, la entregó Dios en el monte Sinaí, en diez mandamientos, y escritos en dos tablas». La ley entonces se ve como la regla de justicia, como el camino de la santificación. Sin embargo, en el párrafo IV, sin ninguna confirmación de las Escrituras, se dice que las «leyes judiciales» de la Biblia «expiraron» con el Antiguo Testamento.
Ya hemos visto antes lo imposible que es separar cualquier ley de las Escrituras como sugieren los teólogos de Westminster. ¿En qué respecto es «No hurtarás» válido como ley moral, y no válido como ley civil o judicial? Si insistimos en esta distinción, estamos diciendo que el estado puede robar, estar por encima de la ley, mientras que el individuo está bajo la ley.
En este punto, la Confesión es culpable de contrasentido. En el párrafo VI, se dice que la ley es «una regla de ley que informa» a los creyentes «de la voluntad de Dios y su deber; los dirige y los obliga a andar en consonancia». Eso que es una regla de vida para el hombre es también una regla de vida para sus tribunales, gobiernos civiles e instituciones, o de lo contrario Dios es solamente Dios del individuo y no de las instituciones.
Un poco antes, la Fórmula de Concord (1576) había declarado, en el Artículo V, II: «Creemos, enseñamos y confesamos que la ley es propiamente una doctrina revelada divinamente, que enseña lo que es justo y aceptable a Dios, y que también denuncia lo que es pecado y opuesto a la voluntad divina».
En el Artículo VI se declaraba que la ley era, en su tercer propósito, «que los hombres regenerados, a todos los cuales, no obstante, mucho de la carne todavía se aferra, por esa misma razón puedan tener ciertas reglas por las cuales puedan y deban modelar sus vidas». La ley nos da el camino de la santificación en oposición al «impulso de la devoción diseñada por uno mismo» (Artículo VI, Afirmativo III).
A pesar de este excelente enunciado anterior, el protestantismo en gran medida ha soslayado la ley como camino de santificación a favor del «impulso de devoción diseñado por uno mismo». Además, mientras más se ha seguido por este rumbo, más santurrón y farisaico se ha vuelto, un curso natural en donde los hombres dejan sin ningún efecto la palabra de Dios mediante sus tradiciones (Mt 15: 6-9).
La persona santificada en el protestantismo es demasiado a menudo un transgresor de la ley santurrón que asiste a la escuela dominical, al culto en la iglesia dos veces cada domingo, a la reunión de oración entre semana, da testimonio cuando se le pide, y se asombra si se le dice que la ley de Dios, antes que los ejercicios espirituales que pueda hacer el hombre, constituye el medio de santificación. Muchos predicadores hacen énfasis en largas horas de oración como señal de santidad, en abierto desprecio a la condenación que hizo Cristo de aquellos que pensaban que, mediante sus largas oraciones, «por su palabrería serán oídos» (Mt 6: 7).
En las iglesias arminianas, y especialmente en las llamadas iglesias de «santidad» (pentecostales y otras), la santificación va asociada con varios desenfrenos emocionales que se aproximan mucho más a los métodos de la adoración a Baal que, en casos extremos, incluían sajarse e incluso castrarse uno mismo (1ª R 18: 28).
San Pablo dijo de los judaizantes que estaban sustituyendo la ley por la gracia y luego las tradiciones de los hombres por la ley de Dios que deseaba que estos hombres que lo ponían en entredicho y atormentaban a las iglesias demostrarían su mayor santidad mediante su propia lógica: «¡Ojalá se castraran de una vez!» (Ge 5: 12, PDT). El comentario de Lenski aquí es certero:

CON SU CIRCUNCISIÓN ESTOS JUDAIZANTES QUERÍAN GANARLE A PABLO Y QUITARLES A LOS GÁLATAS.

Pero si no tenían que ofrecer más de lo que Pablo ofrecía, si, como aducían, este todavía predicaba también la circuncisión, ¿cómo iban a poder ganarle? Pues bien, había una manera; ¡y bien que debían probarla! ¡Castrarse ellos mismos! Así podrían, en verdad, dejar atrás a Pablo quien, como ellos decían, todavía predicaba solo la circuncisión.
Puesto que estos hombres no tenían ley, sino solo tradiciones de hombres, ¡la manera lógica de demostrar su superioridad a la carne era cortarla en su punto crítico!
Más de una vez, en la historia de la iglesia, se ha sucumbido a esta tentación como medio de santidad, y Orígenes es el ejemplo más conocido. Donde la santificación es una cuestión de ejercicios espirituales bajo «un impulso de devoción diseñada por uno mismo», abundan toda clase de errores sentía superior a otros, que testificaba que debido a que él había sido un pecador mayor, podía dar un mayor testimonio y ser más santificador para la congregación.
Anteriormente había adulterado con «una hermana predicadora» y con dos mujeres casadas al mismo tiempo, todo lo cual le hacía más «santo» porque ostensiblemente había sido perdonado más.
En la década de 1950 y en buena parte de la década de la de 1960, la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa estuvo en serios problemas y dividida por el asunto de las enseñanzas Peniel, que habían infectado a muchos de sus ministros más fervorosos.
Estos hombres, profundamente preocupados por la falta de crecimiento espiritual en sus miembros, empezaron a buscar una respuesta en la guía del Espíritu Santo. Debido a que se buscaba la santificación por el Espíritu Santo pero sin referencia a la ley, el resultado fue irracionalismo y orgullo espiritual, iniquidad básica. Por desdicha, estos eran hombres que percibían la necesidad de crecimiento, lo inadecuado de la predicación y vida actuales, y que sentían que la santificación de alguna manera era la clave.
Su búsqueda de un medio de santificación aparte de la ley fue un fracaso radical. Por otro lado, los que los condenaron continuaron en su inmadurez espiritual, o, más comúnmente, en su condición estéril, eunucos espirituales por decisión propia.
Los modernistas han negado ambas doctrinas bíblicas, la justificación y la santificación. Han vuelto a un fariseísmo modificado y han tratado de salvar al hombre por las obras y tradiciones del hombre. El amor llega a ser el medio de santificación, un amor indiscriminado a todos los hombres. Debido a su antinomianismo radical, el modernismo a menudo se lleva bien con varios aspectos del pentecostalismo, particularmente el hablar en lenguas. En todas estas manifestaciones, el camino del hombre es primordial.
En nuestro análisis sobre la veracidad se llamó la atención al concepto abstracto de santidad inherente a muchos religiosos, doctrina que es en esencia paganismo.
Al individuo perfecto se le ve como su propio ser supremo. Sus acciones se abstraen de la realidad de Dios y su mundo, y se insiste en un estándar abstracto de realidad y santidad. La perfección personal de las parteras de Egipto (Éx 1: 17-21) hubiera sido más importante que cualquier otra cosa.
Los defensores de esta posición dentro de la iglesia están prestos a decir que esta perfección es la perfección bíblica y el deseo de Dios, pero contradicen las Escrituras y desaprueban lo que Dios a todas luces aprueba. Es más importante para ellos que Rahab, las parteras y ellos mismos hubieran preservado su pureza abstracta, que el que se salvaran vidas santas en la guerra del mundo contra Dios.
Con esto en mente, examinemos la definición de santificación según la da un erudito calvinista muy capaz. Según Berkhof, «la santificación puede definirse como aquella operación bondadosa y continua del Espíritu Santo, mediante la cual Él, al pecador justificado lo liberta de la corrupción del pecado, renueva toda su naturaleza a la imagen de Dios y lo capacita para hacer buenas obras». Hasta donde llega, esta definición es buena, pero, ¿cómo se han de definir las buenas obras?
¿Cómo sabemos específica y precisamente qué son buenas obras? Según Berkhof, «buenas obras» son las «que en su cualidad moral son diferentes en esencia de las acciones de los que no son regenerados, y que son la expresión de una naturaleza nueva y santa, como el principio del cual brotan». Esto sigue siendo muy vago.
Luego Berkhof añade: «No están hechas solo en conformidad externa con la Ley de Dios, sino que se hacen en obediencia consciente a la voluntad revelada de Dios, es decir, porque son requeridas por Dios». Aquí, finalmente, la verdad sale: la santificación en efecto requiere obediencia a la Ley de Dios porque Dios la ordena.
Puesto que la Ley es primordial para la santificación, ¿por qué mencionarla solo de una manera superficial en un capítulo de 17 páginas, y apenas de paso? No en balde la mayoría de las personas no captan este punto y buscan la santificación, no en la Ley, sino en los ejercicios espirituales.
Anteriormente, tanto en la enseñanza como en la práctica, la Ley era la regla de santificación. La Ley era fundamental para la santificación en la Iglesia medieval, aunque se llegó a añadirle mandamientos de la Iglesia, y también fue la regla en muchos círculos protestantes. Así Heyns, al escribir sobre la santificación, describió «La ley de Dios como regla», declarando entre otras cosas:
Nosotros, sin embargo, confesamos: «según la ley», lo que quiere decir que solo la Ley es la regla de santificación, porque así lo enseña la palabra de Dios. Is 8: 20; Sal 119: 105. Y nuestros padres tuvieron tanto celo por adherirse a las ordenanzas de Dios y solo a ellas, que incluso objetaron la observancia de los días festivos cristianos y cultos de oración entre semana. Temían que desear a ser más que lo que el Señor había ordenado en su Palabra resultara en una relajación con respecto a lo que Él había instituido.
Is 8: 20: ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido. Sal 119: 105: Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.
Pues bien, en muchos sectores del evangelicalismo protestante, la santificación se iguala con asistir a la iglesia dos veces cada domingo, y al culto de oración entre semana también. Pero tales prácticas no satisfacen el hambre espiritual del hombre, y se añaden otros ejercicios espirituales.
Un médico de Los Ángeles empezó, mientras estaba todavía en Berkeley en 1942, a poner su despertador para las 5:30 a.m., a fin de pasar una hora en oración. Informó de su experiencia la primera mañana:
Entré a tientas a nuestra sala a oscuras. Encendí una luz, me arrodillé frente al sofá y empecé a orar.
Oré por mi familia, amigos, pacientes, los demás médicos del hospital, médicos en otros hospitales, médicos que no tenían hospitales, nuestro país, nuestros soldados, el enemigo, todos los misioneros que conocía. Al fin miré mi reloj. Habían pasado solo 20 minutos.
Volví a recorrer toda lista con más detalle, y por lo menos 60 minutos avanzaron con lentitud. Quedé agotado.
Semana tras semana, Dios no solo se hacía más real para mí, sino que llegaba a ser el significado de toda realidad, y la hora que al inicio me había parecido tan larga ahora llegó a ser más y más preciosa. Toda mi vida, en verdad, fue diferente, y sabía que la inversión de tiempo estaba dando resultados.
Después de la guerra el médico estableció un grupo de oración en Berkeley. Yo no conozco al médico personalmente, pero muchos de los miembros de su grupo eran conocidos míos, así como también algunos de su audiencia. En todos relucía una fuerte santurronería, se habían vuelto adeptos a las largas oraciones, y se preocupaban de que su método fuera la clave del verdadero crecimiento espiritual y la santificación.
El único resultado visible de este «impulso de devoción diseñada por uno mismo» era un crecimiento en fariseísmo, y un creciente desinterés por todo conocimiento real de las Escrituras. La oración sin guardar la Ley puede inducir a la autosatisfacción, pero solo la oración junto con guardar la Ley honra a Dios. Recibí, en verdad, algunos valiosos estudios teológicos y bíblicos de un miembro del grupo que ahora se interesaba en esta vida «más profunda». La condenación de nuestro Señor de los «que piensan que por su palabrería serán oídos» (Mt 6: 7) todavía sigue en pie.
El llamado a la santificación: «Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios» (Lv 19:2) es una convocatoria a obedecer la Ley; es la regla de la santificación.
No hay una nueva palabra; es tan vieja como las Escrituras. La enseñaron muchos santos en toda la Edad Media, y fue primordial para la perspectiva del útero de Lutero. En su comentario sobre Romanos 3:31, «confirmamos la ley»,
Lutero declaró:
Por otro lado, la Ley se establece y confirma cuando se presta atención a sus exigencias y convocatorias. En ese sentido el apóstol dice: «confirmamos la ley»; es decir, decimos que se obedece y cumple por fe. Pero ustedes que enseñan que las obras de la Ley justifican sin fe, invalidan la Ley; porque ustedes no la obedecen; en verdad, enseñan que su cumplimiento no es necesario; la Ley se establece en nosotros cuando la cumplimos de buena voluntad y en verdad.
Pero esto no se puede hacer sin fe. Destruyen el pacto de Dios (de la Ley) los que están sin la gracia divina que se concede a los que creen en Cristo.
Además, en su Catecismo Menor, Lutero enseñó: «La ley nos enseña a los cristianos qué obras debemos hacer para llevar una vida que agrade a Dios. (Una regla)».
Desdichadamente, en otros lugares Lutero reemplazó la Ley con el amor, y Calvino, que también se contradice aquí, a veces requería La ley como regla para la vida, superando a Lutero en su insistencia de que el Estado impusiera ambas tablas de la Ley.
Calvino, en verdad, citó la Ley como «la regla para la vida». El hecho de que los hombres de todos los tiempos no estén claros en este asunto no absuelve al pueblo de Dios; ellos tienen la Ley.

3. EL FALSO PROFETA

El falso testimonio que se prohíbe con el noveno mandamiento incluye falso testimonio respecto a Dios. En Deuteronomio 18:9-22 tenemos no solo una profecía de la venida de Cristo, sino también una prueba para los falsos profetas.
La Ley empieza por prohibir ciertas formas de idolatría que son «medios ilícitos de comunicación con el mundo invisible. Ningún truco de magia, ningún tipo de ritual, puede coaccionar a Dios. Dios no se revela en respuesta a un ritual o rito, ni prospera a los hombres en respuesta a regalos y sobornos. En lugar de acudir a estas «abominaciones» que solo trajeron castigo sobre los cananitas (Dt 18: 12.14), «Perfecto (o recto) serás delante de Jehová tu Dios» (Dt 18: 13).
El comentario de Rashi vale la pena citarlo: «Andarás con Él en sinceridad, y esperarás por Él, y no tratarás de atisbar al futuro, sino que cualquier cosa que te venga, tómala con sencillez y así estarás con él, y serás su porción».
Más importante, sin embargo, es el hecho de que el propósito de estos ritos contrarios a la Ley es la predicción, el deseo de saber el futuro y predecirlo. En un sentido muy literal, el creyente debe andar por fe, y no por vista. La predicción o visión previa precisa y personal del futuro está cerrada para él.
En otro sentido, sin embargo, la Ley misma es dada como medio de predicción para una nación ordenado por Dios. El propósito central de Deuteronomio 27—31 es proveerle al pueblo de Dios un medio verdadero de predicción, y ese medio de predicción es la Ley. Si los hombres desobedecen la Ley, ciertas maldiciones resultan; si obedecen la Ley, resultan bendiciones.
Debido a que la Ley se ocupa de la predicción, el pueblo de Dios evitará todos los medios de predicción que no se ajusten a la Ley. El único principio de predicción es el poder y decreto soberano de Dios; el otro principio de predicción es el poder demoniaco que trata de establecer un concepto independiente y revolucionario de poder y control.
La Ley fue dada por medio de Moisés, pero el medio por el que la Ley fue dada fue aterrador para Israel y los llevó más cerca de la presencia del juicio. Dios, por consiguiente, levantará a otro Profeta, otro Moisés o legislador, «y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare» (Dt 18: 18).
El Gran Profeta, pues, es dado en las condiciones de la Ley original, y como legislador.

LA CLAVE PARA LA RELACIÓN DEL PROFETA CON MOISÉS ES LA LEY.

Se levantarán falsos profetas representando a otro dios o poder, y por consiguiente otra ley. Su falsedad se revelará por sus predicciones falsas. Debido a que el principio de la verdadera predicción es la Palabra y Ley de Dios, todos los profetas, culminando con Jesucristo, hablaron inspirados por Dios sujetos a esta Ley. Jeremías, al profetizar el cautiverio, hizo eco de la predicción-ley de Deuteronomio 27—31; como él habló por inspiración de Dios, pudo también declarar que el cautiverio duraría setenta años (Jer 25: 11).
La clave del asunto es la Ley. Donde no hay Ley, no hay verdadera profecía, ni tampoco un verdadero hablar por Dios ni verdadera predicción. Dondequiera y cada vez que los cristianos han descuidado la ley, los charlatanes los han descarriado con facilidad y prontitud.
Un clásico ejemplo de esto fue Peregrino Proteo, un filósofo cínico que murió en el 165 d.C., pero que ha tenido sus defensores entre algunos filósofos modernos, así como también entre los de su época como Aulo Gelio. La carrera de Peregrino lo vio en muchas regiones: en Roma (de donde fue desterrado por insultar al emperador Antonino Pío), en Atenas como maestro, en Siria donde lo encarcelaron, y así por el estilo. En su juventud, deambuló por Armenia, con resultados desdichados, según Luciano:
Esta creación y obra maestra de la naturaleza, este canon de Policleto, tan pronto como llegó a la mayoría de edad fue sorprendido en adulterio en Armenia y recibió una sonora golpiza, pero finalmente saltó del techo y se escapó por un pelo. Después corrompió a un muchacho atractivo, y pagando tres mil dracmas a los padres del muchacho, que eran pobres, logró que no lo llevaran ante el gobernador de la provincia de Asia.
Todo esto y cosas parecidas propongo que se dejen a un lado; porque todavía era barro sin forma, y nuestra «imagen santa» todavía no se había consumado para nosotros. Lo que le hizo a su padre, no obstante, vale la pena oírlo; porque todos lo saben, han oído cómo estranguló al anciano, incapaz de tolerar que viviera más allá de sesenta años. Entonces, cuando el asunto fue pregonado por todas partes, se condenó a sí mismo al exilio y a vagabundear de país en país.
Peregrino se dirigió a Palestina y rápidamente se asoció con varios cristianos antinomianos, y llegó a ser su «profeta, líder sectario, jefe de la sinagoga, y todo lo demás, todo por sí mismo». Llegó a ser para estas personas su nuevo señor; «lo reverenciaban como dios, lo utilizaban como legislador, y lo establecieron como protector, junto a aquel otro, con certeza, a quien todavía adoraban, el hombre que fue crucificado en Palestina, porque introdujo esta nueva secta al mundo».
Llegó a ser conocido como «el nuevo Sócrates».
Peregrino también acogió ideas hindúes y en general se convirtió en un tipo de profeta universal.
Encarcelado en Siria, lo ayudaron con generosidad aquellos pseudo-cristianos, y el gobernador de la provincia dejó en libertad a Peregrino como filósofo injustamente perseguido.
Peregrino ya tenía arreos profesionales: Llevaba el cabello largo, vestía un manto sucio, «tenía una cartera colgada a un lado, bordón en la mano, y en general era muy histriónico en su paso». Cuando volvió a su casa, en una pequeña población de Grecia, halló hostilidad allí debido al asesinato de su padre por la herencia.
Peregrino dio la cuantiosa herencia a la ciudad, y las acusaciones de asesinato se retiraron. El pueblo lo alabó como «“¡El único y solo filósofo! ¡El único y solo patriota! ¡El único y solo rival de Diógenes y Crates!”. Sus enemigos quedaron amordazados, y a cualquiera que trataba de mencionar el asesinato lo apedreaban al instante».
Más tarde se indispuso con sus seguidores pseudo-cristianos, y buscó nuevos mundos para conquistar estudiando bajo un famoso ascético pagano.
Después se fue lejos una tercera vez, a Egipto, a visitar a Agatóbulo, en donde tomó ese maravilloso curso de entrenamiento en ascetismo, rapándose la mitad de la cabeza, recubriéndose la cara con lodo, y demostrando lo que ellos llamaban «indiferencia» alzando su vara en medio de una enloquecida chusma de mirones, además de dar y recibir golpes en la espalda con una barra de hinojo, y haciendo de embaucador incluso más audazmente de muchas otras maneras.
Más adelante fue a Roma, de donde lo desterraron; se fue a Atenas, y de nuevo luego tuvo problemas. Por último, con su reputación cuesta abajo, diseñó un plan para buscar publicidad: en los siguientes Juegos Olímpicos, a un año de distancia, se incineraría a sí mismo. Peregrino de inmediato estuvo bajo los reflectores de nuevo.
Algunos sostenían que esperaba que le prohibieran sus planes, porque el sitio escogido era un sitio santo y cercano. Peregrino mismo anunció que «se volvería espíritu guardián de la noche; es claro, también, que ya codiciaba altares y esperaba que se le hicieran imágenes de oro». En el día señalado para el servicio funeral pre-pira, Peregrino salió y, en un largo discurso, declaró: «Deseo beneficiar a la humanidad mostrándole la manera en que uno debe menospreciar la muerte». Algunos gritaron: «¡Preserva tu vida para los griegos!», pero la mayoría gritó:
«¡Cumple tu propósito!». Cuando los juegos terminaron algunos días después, Peregrino saltó a las llamas; Luciano lo describió como «un hombre que (para decirlo brevemente) nunca fijó su vista en las verdades, sino que siempre dijo e hizo todo con el ojo en la gloria y elogio de la multitud, incluso hasta el punto de saltar al fuego, en donde con certeza no disfrutó del elogio porque no pudo oírlo».
El caso de Peregrino se ha citado con algún detalle precisamente porque por lo común ahora no es controversial y por consiguiente ilustra fácilmente el problema de los líderes religiosos antinomianos. Como Peregrino son, en primer lugar, hombres impíos, antinomianos. Puede haber grados de diferencia en su moralidad, pero su carácter básico es el mismo. Segundo, en lugar de un celo por la Palabra y Ley de Dios, hay un celo por la autopromoción y la gloria propia.
Hay muchos que dicen tener revelaciones especiales y una palabra fresca de profecía. Por ejemplo, un anuncio de 1970 hablaba de una «campaña» continua de un «evangelista» cuyo tema el domingo por la noche era «Jesús entró en mi cuarto y me habló en Jerusalén». ¿Puede alguien imaginarse a San Pablo realizando tal «campaña»?
Sin embargo, los que no enseñan toda la palabra de Dios no son menos culpables de ser falsos profetas. Los que descuidan la Ley no tienen evangelio, porque han negado la justicia de Dios que es primordial para el evangelio.
Se exige la pena de muerte para todo el «que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá» (Dt 18: 20). Esta ley es en parte responsable de las ejecuciones de los herejes en la época medieval y durante la
Reforma, y estas ejecuciones ahora se condenan fuertemente. Claro, en la mayoría de los casos aquellas ejecuciones incluyeron otras presuposiciones. Es más, el punto de esta ley se interpretó en forma errada. Las herejías eran a menudo serias, y las ejecuciones a menudo fueron injustificadas, pero la Ley aquí no trata de las herejías ni cuestiones de doctrina, por importantes que sean, sino de la profecía de predicción según un dios y ley ajenos o falsos.
Tal profecía de predicción descansaba como el sacrificio de niños, la hechicería, la magia y las prácticas relacionadas descritas al principio de esta ley (Dt 18: 9-14) en una fe anti-Dios, constituía traición a la sociedad y representaba orden legal ajeno y revolucionario.

TOLERARLO ES UN SUICIDIO.

Los que deliberadamente enseñan un orden legal revolucionario son traidores al orden legal existente. Los que predican por codicia, avaricia, o tendencias antinomianas un punto de vista defectuoso de las Escrituras también son traidores, aunque no en el mismo sentido ni al mismo grado.
Ninguna sociedad puede dejar sin castigo a los que se aparten de su fe fundamental.
Las sociedades marxistas ejecutan a los que discrepan o cuestionan su dogma fundamental. Los estados socialistas y democráticos son menos severos, pero con todo ejecutan a los traidores que dan ayuda y alivio al enemigo. O bien se defiende la presuposición religiosa fundamental de la sociedad, o la sociedad perece. En un orden social cristiano, no son las desviaciones eclesiásticas las que deben ser preocupación civil, sino más bien los desafíos a su estructura legal.
Permitir la revolución es perecer. La tolerancia se debe conceder a diferencias dentro de un sistema legal, pero no a los dedicados a derrocar ese sistema legal.
Roma, al perseguir a la iglesia primitiva, estaba tratando de preservar su orden legal; los emperadores veían claramente la disyuntiva: Cristo o César. Su premisa moral y religiosa era falsa, pero su inteligencia civil era sólida: o el imperio pagano o la iglesia tenía que morir. No vieron que el imperio ya estaba muriéndose, y que la muerte de los cristianos no salvaría la vida precaria de Roma. Fue la comprensión de Constantino de este hecho la que condujo al reconocimiento del cristianismo.
La relación de las varias clases de predicción falsa (hechicería, magia, espiritualismo, etc.) con la subversión merece una estudio extenso. No es coincidencia que el Primero de Mayo, día del festival antiguo del culto a la fertilidad de las brujas, ha sido muchas veces un día de importancia central para los revolucionarios, como lo atestiguan los marxistas. Los abogados anticristianos que lo celebran como «día de la ley» tienen en mente una ley anticristiana.

4. EL TESTIMONIO DEL FALSO PROFETA

Al analizar la obra del falso profeta (Dt 18: 9-22), vimos que el propósito de la magia, el sacrificio, la adivinación y los ritos afines de la profecía falsa era la predicción.
La predicción que se incluye en los ritos descritos (Dt 18: 9-14) tiene como premisa básica la creencia de que el poder real y supremo reside fuera de Dios. La práctica de la profecía falsa puede incluir sacrificio infantil, adivinación, astrología, encantamientos, hechicería, talismanes, espiritismo, magia, necromancia y cosas parecidas. También incluye la creencia de que Satanás es el poder supremo.
Satanás tentó a Jesús a que se hiciera falso profeta. En la tentación culminante, se nos dice:
Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás (Mt 4: 8-10).

EL SIGNIFICADO DE ESTA TENTACIÓN ES DE IMPORTANCIA CENTRAL.

Satanás, al acercarse a Jesús en su intento final para hacerlo un profeta falso, tenía, entre otras cosas, dos ideas básicas en mente.
Primero, Satanás pidió que Jesús admitiera lo justo de su rebelión, que afirmara que la criatura tenía el derecho legítimo de independizarse del Creador. Si Jesús hubiera ofrecido en el más mínimo grado alguna excusa para el pecado del hombre, si hubiera aceptado la excusa del ambiente, o sentido que alguna independencia de Dios de parte del hombre era justificable, hubiera concedido a Satanás una justificación moral. Rehusó hacer esto: «Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás».
Segundo, Satanás reclamó tener un poder mundial que no era suyo para reclamar ni dar. Una premisa fundamental de la Ley y Palabra es que «de Jehová es la tierra» (Éx 9: 29; Dt 10: 14; Sal 24: 1; 1ª Co 10: 26). Satanás ni la gobierna, ni tiene el título de propiedad, ni puede darla a nadie.
En este punto muchos cometen un serio error. Génesis 3 nos da la respuesta bíblica: Adán y Eva fueron culpables ante Dios de rebelión, de apostasía. Complicaron su pecado al echarle la culpa a otro: a la serpiente, y a la mujer. La culpa de Satanás no hace ninguna diferencia en el hecho de que Adán y Eva fueran primordial y esencialmente culpables del pecado que cometieron.
Otros discrepan con la palabra de Dios. La respuesta marxista fue claramente enunciada en términos de Génesis 3 por Lincoln Steffens hace unos años en una almuerzo del Club Jonathan de
Los Ángeles. En una segunda reunión, con alrededor de cien ciudadanos prominentes presentes, Steffens lo resumió para sus oyentes, que incluían a John R. Haynes, William Mulholland, el obispo episcopal, y otros:
Ustedes quieren arreglar el problema en el mismo principio de las cosas. Tal vez podamos, obispo. La mayoría de las personas, como sabe, dicen que fue Adán. Pero Adán, recordarás, dijo que había sido Eva, la mujer; ella lo había hecho. Y Eva dijo que no, no, no había sido ella; había sido la serpiente. Y allí es donde tu clero se ha quedado atascado desde entonces. Ustedes culpan a esa serpiente, Satanás. Ahora yo vengo y estoy tratando de mostrarte que fue y es la manzana.
La respuesta de Steffens es buen marxismo; afirma el determinismo económico:
«Fue y es la manzana». Esta doctrina es una negación de la responsabilidad personal que afirman las Escrituras.
Igualmente mortal, sin embargo, es la muy común doctrina del determinismo satánico. En este punto Steffens tenía razón. Cuando le dijo al clero presente: «Ustedes culpan a esa serpiente, Satanás». A través de los siglos, demasiados religiosos han puesto el cimiento para una doctrina de determinismo satánico. Podemos llamarlo también la teoría de la conspiración.
Ahora bien, con mucha claridad las Escrituras afirman el hecho de las conspiraciones; el Salmo 2 es una declaración clásica de su realidad. El mismo Salmo, sin embargo, subraya con vigor su futilidad; Dios se ríe de las conspiraciones de las naciones impías y convoca a su pueblo para que participe de su risa.

LAS CONSPIRACIONES PROSPERAN SOLO CUANDO DECAE EL ORDEN MORAL.

En toda sociedad hay delincuentes, ladrones y asesinos. Solo cuando una sociedad entra en la decadencia y el colapso moral estos elementos adquieren cierta ascendencia. El Imperio Romano en su decadencia vio una proliferación de sectas que auspiciaban la revolución, el comunismo, el amor libre, la homosexualidad y mucho más.
Cuando la cristiandad entró en decadencia moral después del siglo 13, de nuevo estas sociedades criminales secretas empezaron a abundar. Algunas querían comunismo, otras organizaban protestas y marchas nudistas, y otras más fraguaban la revolución. Como Schmidt observó de la era de la Reforma, «toda Europa alrededor de Calvino estaba contaminada por fraternidades, algunas esparciendo el “iluminismo” y otras el escepticismo».
La Reforma y la Contrarreforma condujeron a la decadencia temporal de estos grupos, que se levantaron de nuevo conforme decaían la fe, la ley y el orden cristianos.
Pero los que dan falso testimonio, que atribuyen a Satanás poderes que solo le pertenecen a Dios, no se contentan con reconocer que las conspiraciones existen.
Van mucho más lejos.
Primero, le adscriben a las conspiraciones un orden moral y una disciplina que son imposibles. Satanás no puede construir ni crear; es solo destructor, homicida, y tiene poder solo hasta el punto en que nos olvidamos del verdadero poder de Dios. La Unión Soviética, para citar un gobierno conspirador internacional, fue una agencia corrupta, torpe y radicalmente incompetente. Requirió la ayuda repetida de otros países más el saqueo imperialista para sobrevivir.
El alivio Hoover de la década de 1920, el reconocimiento de Roosevelt de la década de 1930, y los continuos apuntalamientos la mantuvieron viva. El problema comunista no era su poder y capacidad perversos, sino más bien el colapso moral continúo de las iglesias y naciones cristianas, y su apostasía radical.
Segundo, el poder del mal es débil y limitado; está bajo el control de Dios y es su azote para las naciones. La debilidad de las conspiraciones del mal quiere decir que por lo general solo pueden ocupar un vacío. Las raíces del poder soviético estuvieron en la decadencia moral de Rusia y su cristianismo kenótico; las victorias soviéticas en las naciones bálticas se debieron a la posición de acomodo moral de los aliados occidentales, que vendieron a esas naciones.
Tercero, la clave para superar las conspiraciones del mal no es una concentración en el mal, sino la reconstrucción santa. Uno de los pecados que Jesucristo condenó en algunos de los miembros de la iglesia de Tiatira fue su interés en estudiar «las profundidades de Satanás», que se puede traducir como «explorar las cosas profundas u ocultas de Satanás» (Ap 2: 24). Los movimientos conservadores que no son cristianos se dedican radicalmente a estudiar o explorar las cosas profundas de Satanás, como si fueran la clave del futuro.
Cuarto, implícita en todo esto, como ya se señaló, es la creencia en la determinación satánica, que hace de estos conservadores unos satanistas pertinaces. Negar el poder soberano de las conspiraciones es una de las maneras más seguras de confrontar a muchas de las personas, que después argumentarán con pasión religiosa el poder soberano, predestinador de Satanás. Insistirán en que todo acto nacional o internacional es una conspiración cuidadosamente planeada y manipulada, todo gobernado por un plan o complot maestro, y un concilio maestro secreto.
Que los complotados y planes existan, y que sean muchos, se puede conceder, pero el cristiano debe sostener su futilidad. Rugen en vano; «piensan cosas vanas» cuando traman juntos contra el Señor y su Ungido (Sal 2: 1, 2).
Echarles la culpa de los males del mundo y adscribir el gobierno del mundo a conspiraciones satánicas ocultas es ser culpable de falso testimonio contra Dios. Es comparable a recurrir a la magia, brujería o sacrificio humano. Niega que Dios sea la única fuente de predicción y adjudica poder y predicción más bien a Satanás.
Mucho mejor que la mayoría de los teólogos, Berle ha descrito las leyes del poder:
Cinco leyes naturales de poder son discernibles. Son aplicables dondequiera, y en cualquier nivel en que aparezca el poder, sea que se trate del de la madre en su sala cuna o del poder del jefe ejecutivo de un negocio, el alcalde de una ciudad, o el dictador de un imperio. Son:
Una: El poder invariablemente llena cualquier vacío en la organización humana. Como entre el caos y el poder, el último siempre prevalece.
Dos: El poder es invariablemente personal. No existe el «poder de clase», el «poder de élite» ni el «poder de grupo», aunque las clases, élites y grupos pueden ayudar a los procesos de la organización por la cual el poder se inserta en los individuos.
Tres: El poder invariablemente se basa en un sistema de ideas o filosofía.
Si falta el sistema o filosofía, las instituciones esenciales del poder dejan de ser confiables, el poder deja de ser efectivo, y el detentador del poder a la larga es desplazado.
Cuatro: El poder se ejerce por medio de instituciones, y depende de ellas. Por su existencia, estas limitan, toman el control y a la larga confieren o retiran poder.
Cinco: El poder es invariablemente confrontado con un campo de responsabilidad, y actúa en la presencia de este. Los dos interactúan constantemente, en hostilidad o cooperación, en conflicto o mediante alguna forma de diálogo, organizado o desorganizado, hecho parte de las instituciones en las cuales depende el poder, o tal vez entrometiéndose en ellas.
Berle tiene razón. El poder se basa en una fe, en una filosofía. Cuando la fe o filosofía detrás de una cultura empieza a morir, hay un cambio de poder. Hoy, debido a que la fe cristiana se ha aguado y se ha vuelto antinomiana, no puede mantener o producir un orden legal. Como resultado, antiguos impulsos y movimientos criminales se apoderan del poder.
La clave para desplazar esos poderes perversos acaparadores no es un estudio de las cosas profundas de Satanás, ni una creencia en su poder, sino la reconstrucción santa en términos de fe, moralidad y ley bíblicas.
Para muchos conservadores que no son cristianos, la prueba de un verdadero conservador es ésta: ¿Cree él en la existencia, plan y poder de los conspiradores, llamándolos como sea? Esta prueba es satánica; entraña casi tanto peligro para la sociedad, o acaso más, que la creencia de que la manzana tiene la culpa, es decir, como determinismo económico.
Es una forma de adoración a Moloc. Dios confrontó a Adán y a Eva en el Edén con la responsabilidad de ellos; Natán declara a David: «Tú eres aquel hombre» (2ª S 12: 7).
La posición bíblica incluye no solo una afirmación de la responsabilidad esencial del hombre, sino que también declara que solo Dios es el Todopoderoso, y solo él predestina y gobierna todas las cosas. Atribuir a las conspiraciones un poder, disciplina y gobierno del pasado, presente y futuro que no tienen, es otra forma de respaldar la hechicería y «abominaciones» parecidas. Es convertirse en falso profeta y dar falso testimonio.
También quiere decir incurrir en el castigo divino. Afirmar otro poder es negar a Dios y su Ley. Sin que sea sorpresa, una época antinomiana ya ha suscrito a tales creencias. Pero Dios no respetara más el antinomianismo de los miembros de la iglesia que la iniquidad de los impíos. En este punto, los hombres enfrentan la única «conspiración» efectiva: la «conspiración» de Dios contra todos los que lo niegan o lo abandonan.
El mandamiento: «No dirás falso testimonio», quiere decir que debemos dar testimonio verdadero con respecto a todas las cosas. No debemos dar testimonio falso con respecto a Dios o al hombre, ni debemos dar falso testimonio respecto a Satanás atribuyéndole un poder que le pertenece solo a Dios. El verdadero testimonio de los apóstoles no fue un testimonio sobre los poderes de Satanás, sino del Cristo triunfante.
El mundo que enfrentaron, siendo un puñado muy pequeño, estaba mucho más atrincherado en sus males que el nuestro, pero los apóstoles no perdieron tiempo documentando la depravación, perversidad y poder de Nerón.
Más bien, San Pablo, que está consciente de que se acercaba la persecución, con todo escribió con confianza a los cristianos de Roma: «Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies» (Ro 16: 20). La confianza de San Juan es similar: «Ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1ª Jn 5: 4).
Hoy, sin embargo, muchos llamados conservadores cristianos no solo pasan el tiempo estudiando la obra de Satanás, sino que se enfadan si uno cuestiona la omnipotencia de Satanás. Insisten en que todo paso de la historia de nuestro mundo ahora está en las manos de manipuladores satánicos que usan a los hombres como títeres. Negar esto es ser clasificado como algún tipo de hereje; el significado práctico de esta posición es adoración a Satanás.
Pero San Juan nos dice que, en el momento supremo de la conspiración de Satanás, cuando se decretó la muerte de Cristo, el propósito secreto de Dios se cumplía más (Jn 11: 47-56).
Siempre es Dios quien reina, nunca Satanás. Cualquier otra fe es un testimonio falso y especialmente perverso.

5. CORROBORACIÓN

Un aspecto fundamental de la Ley bíblica aparece en el mandamiento «No dirás falso testimonio». Algo básico en esta ley es su referencia a los tribunales y al perjurio.
Los tribunales representan la venganza de Dios ordenaba y canalizada por agencias humanas, pero ordenadas por Dios. Dentro de los tribunales, para que la justicia prevalezca, el testimonio fiel y honesto es una necesidad. Sin embargo, debido a que el hombre es pecador y las agencias de la sociedad humana reflejan el pecado del hombre, se necesitan verificaciones y balances. El testimonio de un testigo debe ser sometido a careo y a corroboración. La ley es clara en este punto:
No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación (Dt 19: 15).
Por dicho de dos o de tres testigos morirá el que hubiere de morir; no morirá por el dicho de un solo testigo (Dt 17: 6).
Cualquiera que diere muerte a alguno, por dicho de testigos morirá el homicida; mas un solo testigo no hará fe contra una persona para que muera (Nm 35: 30).

ESTA LEY ENCUENTRA SU ECO EN EL NUEVO TESTAMENTO:

Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Más si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra (Mt 18: 15, 16).
Ésta es la tercera vez que voy a vosotros. Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto (2ª Co 13: 1).
Contra un anciano no admitas acusación sino con dos o tres testigos (1ª Ti 5:19).
El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente (He 10: 28).
Como se señaló antes, no estamos bajo ninguna obligación moral de decirle la verdad a un enemigo que trate de hacernos daño o destruirnos. El deber de decir la verdad se reserva para las relaciones normales que están dentro del marco de la ley, y los procedimientos de los tribunales en la Iglesia, el Estado y otras instituciones.
Incluso aquí, sin embargo, hay limitaciones en cuanto al poder de los tribunales o las demandas de otras personas. La ley bíblica del testimonio no permite la tortura ni confesiones a la fuerza. La confesión voluntaria es posible, pero se necesitan dos o más testigos para que haya convicción.
Más estrictamente, la confesión nunca se cita en la Ley; su lugar en los tribunales fue al parecer solo en relación con la evidencia de confirmación. En el caso de la confesión de Acán se requirió la evidencia de confirmación antes de que se le sentenciara y ejecutara (Jos 7: 19-26).
Hay que notar el aspecto voluntario de la confesión de Acán. La ley bíblica preserva la integridad del individuo en contra de la confesión a la fuerza; el derecho de los ciudadanos a tener protección del poder del Estado para obligarlos a auto incriminarse no aparece fuera de la tradición legal bíblica. La quinta enmienda de la
Constitución de los Estados Unidos de 1787 incorporaba esta protección: a nadie se le puede procesar por segunda vez por el mismo delito, «ni se le puede obligar a ser testigo contra sí mismo en ningún caso criminal».
La objeción de autoincriminación quiere decir que el cristiano debe oponerse al uso de detectores de mentiras por una cuestión de principio. El detector de mentiras invierte un principio básico de justicia. Es obligación de los agentes de implementación de la ley demostrar la culpa cuando se acusa a un hombre; el acusado es inocente hasta que se demuestre que es culpable.
Al exigir que un sospechoso se someta a una prueba de detector de mentiras, se niega este principio legal; se asume que el sospechoso es culpable y se le desafía a que demuestre que es inocente sometiéndose a esa prueba.
Otro punto de interés respecto a las pruebas de detector de mentiras lo ha citado un agente de policía cristiano. Un inocente puede someterse a la prueba con la esperanza de ser absuelto, pero, una vez que está bajo la prueba, su privacidad total está sujeta a invasión. Se le puede hacer preguntas en cuanto a sus creencias religiosas (en una sociedad anticristiana), sus opiniones políticas, si posee algún arma de fuego o casi cualquier cosa que los examinadores escojan preguntarle. El resultado es una confesión a la fuerza.
Igual que los detectores de mentiras, las escuchas telefónicas son una forma de invasión ilegal de la privacidad; son una forma de confesión a la fuerza, una destrucción de la integridad de la comunicación, lo que las hace claramente inmorales y malas.
Hay otras limitaciones al testimonio. El derecho al silencio en base a comunicación de privilegio se concede hasta cierto punto a pastores y médicos. La presuposición en ambos casos es la misma. Las declaraciones o confesiones hechas por una persona a su pastor o médico en el curso de una relación formal o profesional son comunicaciones privilegiadas, porque la persona en cuestión en efecto está confesándole a Dios ante un agente de este que le ministra.
Tanto el médico como el pastor se preocupan por la salud, el uno por la salud física, el otro por la salud espiritual. Salvación quiere decir salud. La naturaleza religiosa del llamamiento del médico está arraigada profundamente. Los médicos antes eran monjes, y los hospitales hasta tiempos muy recientes eran por entero y exclusivamente instituciones cristianas. El divorcio actual del pastor y del médico de la fe bíblica no altera la naturaleza esencial de su llamamiento.
La comunicación privilegiada descansa en la presuposición de la función religiosa del pastor y del médico como siervos de Dios en el ministerio de salud. La relación de una persona con ellos, pues, no es propiedad del agente humano sino de Dios.
Esto no niega la obligación del pastor y del médico de instar a la persona a hacer restitución donde se deba restitución, o instar confesión donde se deba confesión. Es su obligación hacer respetar la Ley de Dios instando obediencia a ella de todos los que acuden a ellos, pero no pueden ir más allá del consejo.
Al presente hay amplias variaciones en el status legal de las comunicaciones privilegiadas con un pastor. Estas diferencias reflejan en parte las incertidumbres e inestabilidades teológicas de las diversas iglesias.
Hay otras limitaciones al alcance del testimonio. Las conferencias con el abogado de uno son comunicaciones privilegiadas, puesto que el abogado sirve como agente y representante del acusado en los tribunales. Obligar al abogado a revelarlas es negar al acusado su libertad y privacidad. De manera similar, al cónyuge de un acusado se le prohíbe dar testimonio por los mismos motivos, puesto que incurriría en autoincriminación.
Hay excepciones a estas reglas bajo ciertas circunstancias, pero el principio básico sigue siendo cierto. Una de tales excepciones es en los casos en que un cónyuge ataca al otro. El propósito normal de la restricción del testimonio de un cónyuge respecto al otro no es solo protegerlo contra la autoincriminación, sino prevenir la destrucción de la relación matrimonial. En los países comunistas, la exigencia de que los hijos y cónyuges se espíen unos a otros destruye la vida familiar.

HAY ASPECTOS DEL CONFLICTO SOBRE LA CUESTIÓN DE COMUNICACIONES PRIVILEGIADAS.

Las corporaciones en gran medida se han considerado sin inmunidad, y sus libros y registros se pueden abrir. El Departamento de Rentas Internas regularmente ha obligado a los individuos a abrir sus registros. La inmunidad de las comunicaciones privilegiadas se ha sostenido que se aplica a casos civiles y penales, y en los tribunales estatales y federales, a pesar de algunos conflictos en el pasado.
Si la comunicación privilegiada e inmunidad de la autoinculpación no existiera, no existiría la corroboración, premisa básica de la ley bíblica del testimonio, porque el método de rutina de «evidencias» sería obligar al testimonio del acusado.
La ley requiere corroboración porque prohíbe la autoinculpación por coacción. Luego entonces, no solo no estamos bajo obligación de decirle la verdad a un enemigo impío que se incline a hacernos daño, o destruirnos, sino que el requisito de decir la verdad en un tribunal está regido estrictamente por la ley.

POR OTRO LADO, LOS TESTIGOS DE UN DELITO ESTÁN BAJO REQUISITO ESTRICTO DE TESTIFICAR.

Como regla general, los hombres tienen la obligación de dar su testimonio en los tribunales en todas las investigaciones en que su testimonio pueda ser procedente, y el tribunal es el juez de si su testimonio es procedente. La inconveniencia no es excusa. El juez y el jurado tienen la obligación de evaluar el valor del testimonio del testigo, y no el mismo testigo.
La corte también puede evaluar la credibilidad del testigo. Así, por mucho tiempo los tribunales de los Estados Unidos no consideraron admisible el testimonio de uno que no fuera creyente, puesto que no podía suscribir un juramento; tal persona solo podía, testificar por sí misma y después estaba sujeta a que su testimonio lo descartaran puesto que el temor de Dios no era un aspecto esencial de su carácter.
El deber de testificar es parte del poder policial del ciudadano, su parte en la administración de la ley. «Es regla general de la ley y necesidad de la justicia pública que a toda persona la puedan obligar a dar testimonio en la administración de las leyes los tribunales debidamente constituidos del país».
La obligación de imponer la ley no es solo es responsabilidad de la policía y los tribunales, sino una obligación pública. El ciudadano no es por sí mismo tribunal ni fiscal, sino que como testigo debe servir como agente de la justicia, proveyendo las evidencias materiales que sean necesarias para determinar la naturaleza del caso. Los tribunales determinan su validez.
Hasta hace poco, un tribunal podía examinar las creencias religiosas del testigo para determinar su competencia, porque «claro, un testigo debe ser sensible a la obligación de prestar juramento antes que se le pueda permitir testificar».
Hasta hace poco, también, el carácter criminal de un hombre era un factor para evaluar el testimonio del mismo, aunque el pleno perdón podía restaurar su competencia. Los detalles y variaciones son muchos, pero el hecho central es la responsabilidad de todos los testigos no privilegiados de testificar.
En la ley bíblica el no testificar quiere decir ser cómplice del delito: «Si veías al ladrón, tú corrías con él, y con los adúlteros era tu parte» (Sal 50: 18).
La corroboración no puede existir como instrumento de justicia si la ciudadanía no está consciente de sus responsabilidades en la imposición de un orden legal.

6. EL PERJURIO

En la ley bíblica se considera el perjurio como una ofensa muy seria. Precisamente debido a que los procedimientos de la ley bíblica descansan, no en la autoinculpación a la fuerza sino en el testimonio honesto, todo perjurio constituye una destrucción de los procesos de la justicia. La ley, pues, es explícita y severa en sus actitudes en cuanto al perjurio:
Y no juraréis falsamente por mi nombre, profanando así el nombre de tu Dios. Yo Jehová (Lv 19:12).
Por dicho de dos o de tres testigos morirá el que hubiere de morir; no morirá por el dicho de un solo testigo. La mano de los testigos caerá;
Primero sobre él para matarlo, y después la mano de todo el pueblo; así quitarás el mal de en medio de ti (Dt 17: 6, 7).
Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él, entonces los dos litigantes se presentarán delante de Jehová, y delante de los sacerdotes y de los jueces que hubiere en aquellos días.
Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti. Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti. Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie (Dt 19: 16-21).
El testigo falso no quedará sin castigo, y el que habla mentiras no escapará (Pr 19: 5).
El testigo falso no quedará sin castigo, y el que habla mentiras perecerá (Pr 19: 9).
Martillo y cuchillo y saeta aguda es el hombre que habla contra su prójimo falso testimonio (Pr 25: 18).
La ley contra el falso testimonio se reitera repetidas veces en el Nuevo Testamento (Mt 19: 18; Mr 10: 19; Lc 18: 20; Ro 13: 9, etc.).
La ley equipara al perjurio con la blasfemia, puesto que es la justicia de Dios lo que se ofende (Lv 19:12).
Los sacerdotes tienen una parte en los tribunales, pues el juramento del testigo lo hace al Señor, «delante de los sacerdotes y de los jueces» (Dt 19: 17).
Los tribunales son inexorablemente establecimientos religiosos. La ley que administran representa una religión y una moralidad, y los procedimientos de un tribunal descansan en la integridad del juramento bajo el cual se da el testimonio.
Los tribunales humanistas están, pues, condenados a declinar en integridad y a colapsar en una injusticia radical, porque todo hombre se vuelve su propia ley y su propio tribunal. Tanto el juramento como la ley son religiosos; altérese la religión detrás de ellos, y la sociedad estará en revolución.
Así, es evidente, primero que nada, que el perjurio es una ofensa religiosa tanto como civil y criminal. Aunque la Biblia pone severos límites a la capacidad de un tribunal o de cualquier hombre de invadir la mente de un individuo, declara con claridad que todo el testimonio que se exige legalmente debe ser un testimonio veraz y fiel, o de otra manera se ha cometido un delito contra Dios y el hombre.
Las culturas paganas esperaban falsos testimonios y se apoyaban en la tortura para extraer la declaración deseada, fuera esta verdadera o falsa. Debido a que la ley bíblica no permite la tortura ni el testimonio más allá de ciertos límites, requiere la veracidad más estricta dentro de esos límites, o de otra manera se corrompería la justicia. Como la Biblia respeta a la persona, requiere mucho de la persona y por consiguiente castiga a la persona que no mantiene la norma que Dios ha ordenado.
Segundo, la presuposición de la Ley bíblica es la responsabilidad y culpa individual.
La Biblia no es ambientalista en su explicación del pecado. Deuteronomio 17: 7 concluye: «Así quitarás el mal de en medio de ti». El comentario de Waller de esta frase es muy significativo:
El mal. La versión griega traduce esto «el hombre malo», y la frase se toma en esta forma en 1ª Co 5: 13: «Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros». La frase ocurre con frecuencia en Deuteronomio, y si vamos a entender que en todos los lugares en donde aparece «el malo» se debe entender un individuo, y tomarlo en el género masculino, el hecho parece merecer que se lo note en consideración a la frase «y líbranos del mal» en el Padrenuestro. En realidad no existe la perversidad en el mundo aparte de un ser o persona perversa.
El mal no existe en lo abstracto. Cuando nos vemos frente al pecado, nos vemos frente a una persona o personas, y tenemos que habérnoslas con esa persona.
El enfoque ambientalista separa al pecado de la persona y lo pone en su ambiente, que fue precisamente la tesis de Satanás en Edén. Puesto que en última instancia Dios es nuestro ambiente, esto significa que todo ambientalista en esencia está en guerra contra Dios.
Este punto es de importancia especial. Los ambientalistas disfrazan la cuestión básica con su apelación sentimental. Un dicho común es que debemos «amar al pecador y detestar el pecado». En términos de las Escrituras, esto es una imposibilidad.

EL PECADO NO EXISTE APARTE DEL HOMBRE; NO EXISTE COMO UNA ABSTRACCIÓN.

No hay asesinato, excepto donde hay asesinos, ni adulterio donde no hay adúlteros.
El homicidio y el adulterio existen como violaciones posibles de la Ley por parte de personas. Al hacer separación entre el pecado y el pecador, se separa el juicio de la realidad, la persona, y se le pone sobre la posibilidad, el pecado. Debido a que el pecado es posible porque Dios creó así al hombre, el juicio y la culpa por esta posibilidad se le transfiere así a Dios.
Como Adán le dijo a Dios: «La mujer que me diste por compañera medio del árbol, y yo comí» (Gn 3:12). Adán, pues, le echó la culpa a Dios por haber creado la posibilidad. El ambientalista siempre está en guerra contra Dios.
Tercero, el castigo del perjurio se da en términos del principio de ojo por ojo.
Aquí, Wright sorpresivamente va al punto:
El principio de ojo por ojo es en lo que se basa la ley israelita. Es uno de los principios más malentendidos y más malinterpretados del AT, debido al hecho de que de manera popular se piensa que es un mandamiento general a tomar venganza. Tal comprensión es completamente errada. Ni en el AT ni en el NT tiene el hombre derecho a tomar venganza. Eso es un asunto que se debe dejar a Dios.
El principio de ojo por ojo es un principio legal que limita la venganza. Es para que se guíe el juez al aplicar la pena, que debe ajustarse al delito cometido. Por tanto, es el principio básico de toda justicia que se administre legalmente.
Este principio quiere decir que, en los casos en que la vida del acusado está en juego, se debe ejecutar al falso testigo. Si lo que está en juego es una restitución de $1000, el testigo falso debe hacer un pago de $1000. El castigo se le aplica al perjuro.
Es importante darse cuenta de que esta ley bíblica fue en un tiempo una parte de la ley estadounidense. Todavía está en los libros en algunos casos. Clark notó que «en la ley de Texas, cuando se comete perjurio en un juicio de un delito capital, el castigo del perjurio será la muerte (Ver 32 Tex Jur 825, par 40)».
En un tribunal de California, se dijo:
Es tiempo de que los ciudadanos de este estado (California) se den cuenta de una vez por todas de que el mandamiento bíblico: «No hablarás contra tu prójimo falso testimonio», ha sido incorporado en la ley de este estado, y que toda persona ante todo tribunal, funcionario o persona competentes, en cualquiera de los casos en que tal juramento se deba prestar por ley, de manera voluntaria y a pesar de tal juramento presente como verdad cualquier asunto material que sepa que es falso, será culpable de perjurio, y eso será punible con privación de libertad en la prisión estatal por no menos de uno y no más de catorce años. People Rosen (1937) 20 Cal. App. 2 445, 66, P2d 1208, 1210 (McComb J).
En algunos estados por lo menos, si un fiscal a sabiendas introduce un falso testimonio, el veredicto se anula porque al acusado se le ha negado un juicio justo.
Los libros apócrifos nos dan un famoso relato de la pena de muerte que se aplicó a dos falsos testigos que testificaron contra Susana. Se dice que «según la ley de Moisés les hicieron de tal suerte como ellos maliciosamente intentaron hacerle a su prójimo; y se les hizo morir».
Cuarto, la ley prohíbe la compasión hacia el perjuro, y, en general, hacia los malhechores: «No le compadecerás» (Dt 19: 21). En particular, la compasión hacia el que da falso testimonio es una emoción radicalmente rebelde que nos alinea con los que están destruyendo el orden social. Un orden legal cristiano no puede sobrevivir al quebrantamiento de sus tribunales, y toda tolerancia del perjurio, y de los falsos testigos en general, disuelve la justicia y la comunicación, y atomiza a la sociedad.
El hecho de que el perjurio quede relativamente sin castigo hoy, y que en general se tolere el falso testimonio, no es un aspecto pequeño de nuestra decadencia social.
Quinto, el significado de la frase: «así quitarás el mal de en medio de ti», ya se ha citado, y también en relación con el Padrenuestro. La petición: «líbranos del mal» (Mt 6: 13), se traduce mejor: «líbranos del malo». El mal, de nuevo, no es abstracto. Es Satanás, y es toda persona perversa del mundo. Inmediatamente después de esta petición se halla la doxología «porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén» (Mt 6: 13). El reino, el poder y la gloria le pertenecen al Dios trino, y no al perverso.
Los que adscriben a conspiraciones ocultas un control radical paso a paso sobre los hombres y eventos están adscribiéndole el reino a Satanás y son satanistas. Éste es el más grande de los falsos testimonios y es perjurio.
El mal es serio, cruel y mortal porque los pecadores son así. Necesitamos orar para que se nos libre del malo. Se nos da la ley a fin de enfrentar a cualquier malo. Castigar al perjuro sin compasión. Hacerle a él lo que él quería hacerles a otros. Actuar siempre contra los que dan falso testimonio, roban, asesinan y de cualquier manera pisotean arrogantemente la ley de Dios.
Compadecer al justo, las víctimas, los ofendidos, los pobres y los necesitados, las viudas y los huérfanos, pero actuar contra los inicuos. «Así quitarás el mal de en medio de ti».

7. JESUCRISTO COMO EL TESTIGO

En la Ley, el testigo no solo debe dar un testimonio verdadero y acertado, sino también participar en la ejecución del ofensor si es una ofensa capital. Según Deuteronomio 17: 6, 7:
Por dicho de dos o de tres testigos morirá el que hubiere de morir; no morirá por el dicho de un solo testigo. La mano de los testigos caerá primero sobre él para matarlo, y después la mano de todo el pueblo; así quitarás el mal de en medio de ti.
El mismo principio se afirma en Levítico 24:14 y Deuteronomio 13:9. El poder policial de todas las personas está implícito en esta ley. Todos tienen la obligación de imponer la ley, y los testigos tienen una parte importante en una ejecución. La imposición de la ley requiere la participación de los ciudadanos que acatan la ley, y la ley exige su intervención.
El significado de «testigo» se ha confundido, sin embargo, debido al desarrollo pos bíblico de la palabra griega que se traduce testigo. La palabra testigo en hebreo es ed, edaj, y se traduce en el Nuevo Testamento griego como martys, martyrion. La palabra griega es una traducción apropiada de la palabra del Antiguo Testamento, como Mateo 18:16, Marcos 14:63, y muchos otros pasajes lo dicen con claridad.
Pero la palabra griega martys es el origen de la palabra española «mártir», y el resultado es una confusión asombrosa. El imperio romano ejecutaba a los testigos de Cristo, y el resultado fue una extraña inversión del significado. En la Biblia, el testigo es el que obra para imponer la ley y ayuda en su ejecución, incluso en la imposición de la pena de muerte.
«Mártir» ahora ha llegado a significar exactamente lo inverso: uno que es ejecutado y no un verdugo, uno que es perseguido y no uno que es principal en la acusación. El resultado es una seria lectura errada de las Escrituras.
El asunto es mucho más importante porque a Jesucristo se le identifica como el Testigo supremo:
Y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén (Ap 1: 5, 6).
Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto (Ap 3: 14).
El testimonio de Jesucristo hace referencia a su misión terrenal; luego su muerte y resurrección se citan en Apocalipsis 1:5, su triunfo sobre los testigos falsos contra él, y luego en los vv. 5 y 6, su entronización sobre el tiempo y la eternidad y su entronización de su pueblo junto con Él. En la carta a los de Laodicea, Cristo se identifica de nuevo como «el testigo fiel y verdadero». El significado es obviamente por eso: Jesucristo testifica contra esa iglesia y promete ejecutar sentencia contra ellos si no se arrepienten (Ap 3: 15).
Como el mayor Moisés, y como que era Él mismo el gran Profeta (Dt 18: 15-19), Jesucristo es a la vez el que da y el que implementa la Ley. Israel lo rechazó, y llamó falso su testimonio; por consiguiente, Él sentenció a Israel a la muerte (Mt 21: 43; 23: 23-24; 28).
La Ley se le aplicó a Israel. Israel había dado falso testimonio contra Jesucristo (Mt 26: 65; 27:22) y le había sentenciado a muerte. La pena bíblica por tal perjurio es la muerte (Dt 19:16-19). La importancia de Jesucristo como «el testigo fiel y verdadero» es que no solo testifica contra los que están en guerra contra Dios, sino que también los ejecuta.
Asociado con este título de «testigo» hay otro: «el Amén» (Ap 3: 14). El Amén de Dios quiere decir que él es fiel, es decir, «Así es esto y así será», en tanto que el «amén» del hombre es un asentimiento ante Dios y quiere decir «así sea». El amén era frecuentemente un asentimiento de la ley (Dt 27: 15; . Neh 5: 13). Jesucristo es el Amén de Dios porque por él «se establecen los propósitos de Dios, 2ª Co 1:20»3.
En Apocalipsis 3: 14 Jesús es el Amén porque él es «el testigo fiel y verdadero», el que declara la ley, da testimonio de todas las transgresiones contra ella, y, cuando los hombres no aceptan su pena de muerte en la expiación de Cristo, Él ejecuta sentencia contra el ofensor.
Jesucristo, como es el testigo, por tanto es el Señor y Juez de la historia. Él da testimonio de los hombres y naciones, dicta sentencia contra ellos, y luego procede a su juicio o ejecución. Él es Siloh, el que lleva el cetro, el Legislador, y alrededor de quien se reunirán todos los pueblos (Gn 49: 10). Como Señor de
la historia y «el testigo fiel y verdadero», Jesucristo, por consiguiente, atestigua contra todo hombre y nación que establece su vida sobre cualquier otra premisa que no sea el Dios soberano y trino, y su palabra y Ley infalible y absoluta.
La cruz de Cristo testifica contra el hombre; declara que el hombre no solo ha quebrantado la ley de Dios y luego ha aumentado su culpa con excusas de auto justificación, sino que también ha dado falso testimonio contra el Señor de la gloria y pedido su muerte (Mt 21: 38). El hombre ha procurado apoderarse de la herencia, el Reino de Dios (Mt 21: 38) en sus propios términos. La cruz, por consiguiente, requiere castigo.
Todos los no creyentes, todos los religiosos apóstatas, y todas las naciones e instituciones que niegan la soberanía y la ley de Cristo, incurren en falso testimonio contra Él, y la Ley los sentencia a muerte (Dt 19: 16-21). Así que Cristo elimina el mal de su Reino, tanto en el tiempo como en la eternidad.
Hablar de Cristo como mártir en el sentido moderno es por tanto una perversión de las Escrituras. Como testigo en el juicio continuo y en el juicio final, como Rey y juez sobre hombres y naciones, no es un mártir, sino el ejecutor; no una víctima, sino el gran vencedor sobre el mal.

EL NOVENO MANDAMIENTO, POR CONSIGUIENTE, TIENE UNA IMPORTANCIA ESCATOLÓGICA.

Es inusual entre los mandamientos en que su palabra clave, «testigo», se vuelve un título mesiánico. Esta palabra particular es por tanto en sí misma un testigo del Testigo, una declaración del triunfo ineludible de Cristo y su reino. El que la iglesia no reconozca el significado escatológico de esta ley respecto al testigo y al título, «el testigo fiel y verdadero», no altera su importancia ni la inevitabilidad del juicio y triunfo de Cristo. El fracaso de las iglesias sirve solo para que, en el mejor de los casos, se les elimine (1ª Co 9: 27), buenas solo para ser puestas en el anaquel o arrinconadas como inútiles.
Camino a la cruz, Jesús se volvió a las mujeres que lloraban por él y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos» (Lc 23: 28-30).
Así habló Cristo el testigo, que ya había dictado sentencia de ejecución sobre el mundo y la iglesia de su día.

8. EL FALSO TESTIMONIO

Al hablar de «testimonio falso» estamos considerando una variedad del perjurio.
En un sentido, se podía declarar que el tema queda cerrado diciendo que el testimonio falso se prohíbe en toda forma. Las sutiles pero importantes variedades de testimonios falsos se citan en la Ley, sin embargo, y necesitamos reconocerlas.
Al examinar el contexto específico de la Ley a veces se indica mucho de su significado.
Por ejemplo, el significado de Éxodo 23: 1, 2, 7 se vuelve más claro si se examinan los versículos 1-9:

NO ADMITIRÁS FALSO RUMOR. NO TE CONCERTARÁS CON EL IMPÍO PARA SER TESTIGO FALSO.

No seguirás a los muchos para hacer mal, ni responderás en litigio inclinándote a los más para hacer agravios; ni al pobre distinguirás en su causa.
Si encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo. Si vieres el asno del que te aborrece caído debajo de su carga, ¿le dejarás sin ayuda? Antes bien le ayudarás a levantarlo.
No pervertirás el derecho de tu mendigo en su pleito. De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al inocente y justo; porque yo no justificaré al impío. No recibirás presente; porque el presente ciega a los que ven, y pervierte las palabras de los justos.
Y no angustiarás al extranjero; porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto.
Antes de examinar este pasaje, notemos lo que dijo hace mucho Isaac Barrow del noveno mandamiento:
Está en el hebreo, no te expresarás (al ser examinado o juramentado en juicio) contra tu prójimo como testigo falso; así que primordialmente parece que dar falso testimonio contra nuestro prójimo (sobre todo en asuntos de importancia capital o alta para él) está prohibido; sin embargo no solo se prohíbe este gran delito, sino todo prejuicio dañino (incluso extrajudicial) contra la reputación de nuestro prójimo, y en consecuencia su seguridad o bienestar de cualquier clase, es lo que podemos deducir de esa explicación de esta ley, o de la ley paralela que tenemos en Levítico:
No andarás, se dice allí, de aquí para allá como correveidile entre tu pueblo; ni tampoco te levantarás contra la sangre de tu prójimo; como chismoso, es decir, mercader o traficante de informes y relatos errados respecto a nuestro prójimo, para perjuicio de él; difamándole, o denigrándole, o alimentando en la mente de los hombres una opinión mala de él; esta práctica vil y malévola se condena y se reprueba de otra manera bajo varios nombres.
La ley contra el falso testimonio es por tanto primordialmente con respecto a un tribunal, y de manera secundaria con referencia a la vida en una comunidad.
Éxodo 23: 1-9 establece la ley del testimonio falso, en ambos significados, en el contexto de un requisito más amplio de justicia. Rylaarsdam ha llamado a los vv. 1-9 un «grupo de principios y amonestaciones» diseñadas a dar «el espíritu de justicia» y a «permear todas las decisiones legales».
Varios principios aparecen en estas leyes.
Primero: un hombre santo debe actuar según la ley de Dios, no de la chusma o «multitud», porque el espíritu de la chusma, por poderoso que sea en el hombre que gobierna, rara vez si acaso es la ley de Dios (v. 2). Un hombre debe tener valor y fe; no el poder del hombre, sino el poder de Dios debe gobernarlo.
Segundo: así como no puede dejarse llevar por la chusma, tampoco puede estar dominado por consideraciones personales, como por ejemplo la compasión por el pobre (v. 3), ni la amistad del rico (v. 6). Los sobornos son incluso los mayores ejemplos de distorsión de la ley, porque ciegan al hombre a los verdaderos asuntos, y deliberadamente da un testimonio falso, ya sea como testigo o como juez (vv. 7, 8). El extranjero o forastero debe recibir la misma justicia que el amigo (v. 9), y al enemigo se le debe la misma justicia y ayuda en la necesidad que al amigo (vv. 4, 5).
Tercero: se condena el testimonio malicioso, así como los informes falsos, en el versículo 1, y podemos inferir que todos los versículos que siguen dan ejemplos de tales informes falsos y testimonio malicioso. En pocas palabras: hay una correlación estrecha y necesaria entre palabras y obras.
La malicia en palabras quiere decir malicia en obras también. El hombre que da un informe o testimonio falso o malicioso contra su prójimo, en el tribunal o fuera de este, probablemente no esté dispuesto a ayudar al hombre si el buey se descarría, o si su asno está sobrecargado.

UN TESTIGO MENTIROSO ES TAMBIÉN ESENCIALMENTE UN PRÓJIMO CORRUPTO.

Desde la perspectiva actual, a menudo las palabras se ven teóricamente como si no fueran nada. Se interpreta la libertad de palabra como el derecho total de expresión sin consecuencias, ideal que nunca se establece por completo en la práctica.
El sueño de libertad de palabra absoluta es un mito y un engaño. Ninguna sociedad jamás la ha concedido. No reconocemos el derecho de un hombre a gritar «¡Fuego!» en un teatro atestado, ni pedir la ejecución del presidente, ni a publicar afirmaciones totalmente falsas y maliciosas con respecto a un hombre. La palabra debe ser responsable para ser libre, y hay una necesidad social de libertad de palabra responsable.
Los que promueven la libertad de palabra son consecuentes en que también demandan acción libre, libertad de toda responsabilidad de palabra y obra. Ninguna sociedad puede existir si se permite tal libertad total de toda responsabilidad. No en balde los defensores más ardientes de la libertad de palabra hoy son los que defienden una revolución que negará mañana la libertad de palabra a todos los demás.
Suprimen la libertad de palabra por un temor muy real a la palabra responsable y a la irresponsable. Los fundamentos de su temor a las palabras contrarias son en parte seguridad política, y en parte temor religioso.
En la creencia pagana antigua, la palabra tenía un poder mágico. La palabra y la acción se relacionaban creativamente. Debido a que el hombre es el dios de todo tipo de humanismo, y el paganismo era humanista, la palabra del hombre se aducía que tenía poder creativo. De aquí la búsqueda antigua de la palabra mágica que gobernaba acciones especialmente potentes: «ábrete sésamo», «abracadabra», y otras similares. Por la posesión de la palabra el hombre poseía poderes especiales.
Esta creencia halla eco en el ocultismo de hoy, y en las logias secretas con sus contraseñas especiales y términos ocultos.
Sin embargo, no está ausente en el humanismo secular y público, en que a menudo está implícita una identificación mágica de la palabra con la acción. La parcialidad del que acuña la frase ?? phrase-maker es tal vez evidencia de esto: los liberales americanos prefirieron al impotente John F. Kennedy, que hablaba el lenguaje de los intelectuales, a las conquistas socialistas muy sustanciales de Lyndon B. Johnson, que carecía de los poderes oratorios en los cuales se regocijaban los liberales.
Un ejemplo más claro es la fe que tienen los humanistas en el poder de los planes e ideas concebidos racionalmente. Como se da por sentado que la palabra creativa del hombre tiene poder divino, de modo que la palabra es la acción, igual que ocurre con Dios, los intelectuales humanistas dan por sentado que una vez que conciben sus planes racionales y científicos necesitan solo que el estado los declare a fin de que se vuelvan realidad. El resultado es una fe humanista muy grande en el poder de la legislación.
Van der Leeuw ha resumido esto de manera muy hábil:
Es la palabra la que decide la posibilidad. Porque es una acción, una actitud, un asumir la posición de uno, y un ejercicio del poder, y en toda palabra hay algo creativo. Es expresiva, y existe antes de la llamada realidad.
Para el humanista, las palabras de los no humanistas, de los que no están informados, de los no iluminados, son palabras vacías; pero las palabras de la élite son palabras creativas, divinas.
La posición bíblica es que el hombre creado a imagen de Dios dice, no una palabra creativa, sino una palabra analógica, es decir, que puede pensar y decir los pensamientos de Dios después de Dios, y en eso radica el poder del hombre.
El hombre ejerce poder y dominio bajo Dios hasta el punto en que habla y actúa según la palabra creativa de Dios.
La tentación de Satanás fue que el hombre podía decir su propia palabra divina y creativa: «Seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal» (Gn 3: 5). El hombre, según Satanás, establecería su propia palabra divina, diría y declararía por sí mismo lo que es bueno o malo; la realidad se puede reordenar y recrear por la propia palabra del hombre. En el mundo de Satanás, la palabra del hombre es el acto, y el nuevo mundo nace cuando el hombre se separa de Dios por la palabra.
Debido a que el hombre está creado a imagen de Dios, el habla es importante para el hombre. Las palabras son el tema de dos mandamientos, el tercero y el noveno.
Cuando un hombre da falso testimonio, cuando toma el nombre del Señor en vano o actúa en violación del mismo, el hombre niega esa imagen a favor de la afirmación de Satanás que el hombre se hace a sí mismo. Cuando Sartre insiste en que el hombre hace su propia esencia, es decir, que el hombre se define a sí mismo y se saca a sí mismo de la nada, está reiterando la posición de Satanás. Pero dondequiera que el hombre da testimonio verdadero en el pleno sentido de la palabra, crece en términos de la imagen de Dios restaurada.
El contexto de Éxodo 23:1-9 deja en claro por tanto que un testimonio fiel es parte de una forma de vida, un espíritu de justicia. Un testimonio fiel trasciende las cuestiones personales como la amistad o la enemistad. Cuando los hombres no tienen derecho a la verdad, no se debe a que no nos gusten, sino a que están en guerra con la ley de Dios, tratando de extraernos la verdad para fines perversos y contrarios a la ley.
El asunto es que la ley de Dios debe gobernarnos. Como Van Til ha observado con respecto al pensamiento filosófico: «Dios es el original y el hombre es derivado». Todavía más: «Si uno no hace al conocimiento humano totalmente dependiente del autoconocimiento original y revelación consecuente de Dios al hombre, el hombre buscará conocimiento dentro de sí mismo como el punto final de referencia».
Traducido al mundo de la ley, esto quiere decir que el punto de referencia en el habla no es el hombre. La ley de Dios no nos permite usar las palabras con referencia a nuestro amor y odio, gustos y rechazos, ni nuestra ganancia o pérdida.
La palabra analógica quiere decir palabra obediente. Las palabras de Rahab y las parteras fueron palabras obedientes, y David dice también que es un hombre de Dios «El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia» (Sal 15: 4), o sea, el hombre que da testimonio veraz en un tribunal aun en detrimento propio.
Todo el Salmo, en verdad, recalca el significado de un testimonio total verdadero: Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo?

EL QUE ANDA EN INTEGRIDAD Y HACE JUSTICIA, Y HABLA VERDAD EN SU CORAZÓN.

El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino.
Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová. El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia;
Quien su dinero no dio a usura, ni contra el inocente admitió cohecho. El que hace estas cosas, no resbalará jamás (Sal 15).
Este Salmo es un comentario de Éxodo 23:1-9. La palabra analógica es la palabra de un testigo fiel en el acto de obediencia. El testimonio fiel tiene referencia, en primer y último lugar, a Dios y su justicia, y no al hombre y sus deseos.
Donde la Palabra y Ley absoluta de Dios desaparece, la verdad y el testimonio verdadero rápidamente se desvanecen. Un libro de Sam Keen, To a Dancing God [A un Dios danzante], empieza:
Yo, Sam Keen, escribí este libro. La voz que les habla en estos ensayos es mía.
No es la voz de la filosofía, ni de la teología, ni del hombre moderno. Lo que ofrezco es una serie de reflexiones personales sobre cuestiones, problemas y crisis con los que he tenido que bregar. Las conclusiones a las que he llegado
no son ineludibles. Mis dudas y mis certezas pueden estar demasiado íntimamente conectadas con los elementos únicos de mi autobiografía para ser típicos de esa nebulosa criatura llamada «hombre moderno».
Cuando hablo con seguridad es porque he descubierto algunos elementos de un estilo de vida que me satisfacen. Sin embargo, las afirmaciones que hago no tienen autoridad a menos que ustedes escojan añadir las suyas a la mía. Así es como funciona conmigo. No puedo decir cómo es con ustedes. Con todo, los invito a reemplazar el «yo» de estos ensayos con el «nosotros» cuando estén de acuerdo.
Sin la palabra absoluta de Dios, el hombre solo puede ofrecer un «estilo de vida», no la verdad; la autoridad también desaparece cuando la verdad desaparece. La capacidad para distinguir entre el bien y el mal, lo bueno y lo malo, también desaparece, porque en un mundo existencial todas las cosas son relativas y el hombre está por encima del bien y del mal.
Billy Graham, que había llegado progresivamente a un concepto experiencial de la verdad, pudo decir así, según lo citó Robert Davis en 1970 en su «News Briefs» [«Resumen de noticias»] que, «se negó a hablar del comunismo aunque en un tiempo se le conoció como gran enemigo de ese sistema. “Por años no he hablado de eso”, dijo. “No puedo ir por todo el mundo y decir quién tiene razón y quien no la tiene”. Los comentarios de Graham vinieron en una entrevista con Der Spiegel, revista noticiosa alemana».
Cuando la verdad y el decir la verdad se divorcian de Dios y su Palabra y Ley absoluta, ambos desaparecen.

9. LA FALSA LIBERTAD

En Proverbios 19:5 tenemos un resumen del noveno mandamiento y su necesaria imposición: «El testigo falso no quedará sin castigo, Y el que habla mentiras no escapará». La palabra «habla» se puede traducir tal vez «exhala». En breve, la Ley requiere, primero, que se procese al testigo falso, y, segundo, que se procese a los mentirosos y difamadores.
La ley bíblica respecto al habla, por consiguiente, no es una declaración de libertad de palabra, sino una prohibición de testimonio falso en un tribunal, y de afirmaciones maliciosas y falsas respecto a hombres y hechos en los asuntos cotidianos.
La distinción es muy importante. La ley bíblica da libertad a la verdad, no al falso testimonio en su sentido más amplio. La verdadera libertad de palabra descansa en la prohibición del testimonio falso.
En este punto, está muy extendida una lectura seriamente equivocada de la Constitución de los Estados Unidos de 1787. La Enmienda I dice en parte: «El
Congreso no dictará ley respecto al establecimiento de religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma; ni coartará la libertad de expresión, ni de prensa». Esto ahora ha llegado a significar la prevalencia de la interpretación federal en todo
Estados Unidos. Originalmente quería decir que al gobierno federal se le prohibía todo poder para legislar respecto a religión, habla o prensa, porque estos aspectos estaban reservados a los ciudadanos y a los estados. Los varios estados tenían clases dirigentes religiosas y no tenían deseo de una clase religiosa federal que los gobernase.
Para entender el pensamiento de los estadounidenses sobre el tema setenta años después de la redacción de la Constitución, los comentarios de John Henry Hopkins, obispo episcopal de la diócesis de Vermont, son de lo más reveladores:
Los derechos religiosos de los ciudadanos de los Estados Unidos consisten en el disfrute de su propia decisión a conciencia, entre todas las formas de nuestro cristianismo común que estaban en existencia al momento cuando se estableció la Constitución.
Esto se debe tomar como el límite completo de la presuposición justa y legal, como los dos primeros capítulos lo han demostrado con suficiencia. Por consiguiente, considero estrafalario suponer que una banda de hindúes pueda establecerse en alguna parte de nuestros territorios, y reclamar un derecho, bajo la Constitución, de establecer el culto público de Brahma, Visnú o Krishna [Juggernaut]. Igualmente inconstitucional sería que los chinos introdujeran la adoración de Fo o Buda en California.
Tampoco podría una compañía de turcos afirmar su derecho a establecer una mezquita para la religión de Mahoma. Pero hay un caso, es decir, el de los judíos, que forman una excepción evidente, aunque en verdad lo respalda el mismo principio. Porque, el significado de la Constitución se puede derivar solo de la intención razonable del pueblo de los Estados Unidos.
Su lengua, religión, costumbres, leyes y modos de pensamiento fueron todos transportados de la madre patria; y estamos obligados a creer que sin duda se quiso decir que lo que se toleraba públicamente en Inglaterra se protegería aquí.
Sobre esta base, no hay duda del derecho constitucional de nuestros conciudadanos judíos, cuyas sinagogas habían estado establecidas en Londres desde mucho antes. Pero, con esta sola excepción, no puedo hallar ningún derecho para el ejercicio público de ninguna fe religiosa, bajo nuestra gran Carta Federal, que no reconozca la divina autoridad de la Biblia cristiana.
La mayoría de los americanos del día presente no concordaría con Hopkins, pero en 1857 la mayoría estaba de acuerdo, y hubo una extensa historia legal que respaldaba su posición. La Carta de Derechos fue entonces una Carta de inmunidades contra la legislación federal en ciertas áreas, y no una prohibición de legislación estatal o local.
Ya en el siglo 20, en los Estados Unidos y en Europa se creía que el orden social y gobierno civil ideales era el dedicado a la libertad, uno que hacía primordial a su propósito la libertad de religión, palabra y prensa. Pero una sociedad que hace de la libertad su objetivo primordial la perderá, porque ha convertido en su propósito no la responsabilidad, sino la libertad de toda responsabilidad.
Cuando la libertad es el énfasis básico, no es la palabra responsable lo que se promueve sino la palabra irresponsable. Si se absolutiza la libertad de prensa, se defenderá la calumnia finalmente como privilegio de libertad, y si se absolutiza la libertad de palabra, la difamación finalmente se vuelve un derecho. La libertad religiosa se vuelve el triunfo de la irreligión. La tiranía y la anarquía se apropian del poder. La libertad de palabra, prensa y religión dan lugar a controles, controles totalitarios.

EL OBJETIVO DEBE SER EL ORDEN LEGAL DE DIOS, SOLO EN EL CUAL HAY VERDADERA LIBERTAD.

La ley contra el falso testimonio es elemental para la verdadera libertad. Hoy se tolera el falso testimonio a nombre de la libertad de palabra y la prensa libre, y las leyes contra la calumnia y la difamación se erosionan progresivamente. Si la religión falsa tiene derechos, ¿por qué no el falso testimonio? Exaltar la libertad sobre todo lo demás, absolutizar la libertad, es negar la distinción entre el testimonio verdadero y el falso.
En donde se absolutiza la libertad y esta convierte en la consideración previa y final como contra el bien y el mal, la verdad y la falsedad, la ley de Gresham se vuelve operativa en ese aspecto también. Así como el dinero malo elimina el buen dinero, una mentira expulsa a la verdad, la pornografía expulsa a la buena literatura y a la diversión limpia, y cosas por el estilo.
Debido al énfasis en la libertad de palabra y prensa libre, los Estados Unidos y otros países han visto el rápido triunfo de la publicidad y el mercadeo deshonesto.
El más flagrante tipo de mal prevalece en estos asuntos, y todo esfuerzo por cubrirlo con ley estatutaria conduce a nuevas avenidas de evasión. Ni las leyes estatutarias ni las agencias administrativas del gobierno civil han podido lidiar efectivamente con este problema. Sin embargo, si la ley criminal se basara en la ley bíblica, toda forma de testimonio falso sería un delito penal. Todo caso de publicidad y mercadeo falso y mala representación sería un delito penal.
Cuando al falso testimonio se le da protección por ley a nombre de la libertad, hay un deterioro progresivo de la calidad que aparece en todo aspecto. Si la libre empresa se puede interpretar como libertad para la empresa deshonesta, para bienes y mercadeo fraudulentos, se disminuye la libertad de la empresa honesta.
Los bienes de baja calidad que se mercadean como artículos de calidad tienden a eliminar, en términos del principio de Gresham, la mercadería mejor que se vende por necesidad a precios más altos.
Debido a que casi todas las leyes contra el falso testimonio han desaparecido durante algunas generaciones, ha habido un reemplazo progresivo de la empresa honrada con una empresa radicalmente deshonesta. Incluso los residuos de las leyes de calumnia y difamación requieren pleito civil de parte del afectado, porque la ley penal por lo general no se ocupa del testimonio falso.
La prensa, por casi dos siglos, ha sido una importante amenaza a la libertad antes que una contribución a ella. La recién adquirida inmunidad contra la interferencia estatal pronto se interpretó como anarquía, y la prensa tiene una horrenda historia de abuso de poder.
Consistentemente ha dado falso testimonio y defendido su derecho de hacerlo como «libertad de prensa». Un informe noticioso de 1970 dio una medida de la naturaleza del problema:
Hay una preocupación creciente, informó hace poco el Sunday Telegraph de Londres, después de siete meses de investigaciones secretas por un subcomité del Comité de Comercio Interestatal y Foráneo de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, que descubrió evidencia de «informes engañosos de las organizaciones noticiosas y revistas nacionales americanas, y su tratamiento “parcializado”, “arreglado”, y “arrogante” de las noticias».
El informe halló que un equipo de televisión, enviado a una demostración estudiantil en California, había llegado al sitio con sus propios letreros de demostración, que repartió a los manifestantes que iban a filmar; que organizaciones noticiosas habían participado en pleitos judiciales, hecho que Washington califica de «interferencia inexcusable con la administración de justicia»; que el departamento de noticias de la CBS, había intentado financiar «una invasión de comando de Haití»; plan definitivo para «inmiscuirse en la conducta de asuntos extranjeros».
El equipo investigador también descubrió evidencia de que la CBS al parecer había organizado una fiesta de hierba (marihuana) entre universitarios en un suburbio de Chicago. La filmación de la fiesta apareció luego como un informe legítimo de noticias para documentar el amplio y extendido uso de las drogas «entre universitarios de clase alta», y presionar un cambio radical en las leyes de narcóticos.
El Comité del Congreso recomendó finalmente, según el Sunday Telegraph, que «una sección del acta federal de comunicaciones, que prohíbe “prácticas engañosas” en el entretenimiento por televisión, se ampliara para hacer un delito federal la “falsificación” de noticias».
La distorsión sistemática de las noticias la han informado los mismos periodistas.

CUANDO LA LIBERTAD SE HACE ABSOLUTA, EL RESULTADO NO ES LIBERTAD, SINO ANARQUÍA.

La libertad debe estar bajo la ley, o si no, no es libertad. La eliminación de todas las leyes no produce libertad, sino más bien anarquía y un paraíso de asesinos. El marqués de Sade exigía tal mundo; la libertad que exigía hacía una víctima en potencia de todos los hombres píos y aseguraba solo la libertad para el asesinato, el robo y la violencia sexual. Solo un orden legal que sostiene la primacía de la ley de Dios puede producir verdadera libertad, libertad para la justicia, la verdad y una vida santa.
La libertad como absoluto es sencillamente una afirmación del «derecho» del hombre a ser su propio dios; eso significa una negación radical del orden legal de Dios. «Libertad» es por tanto otro nombre para la aspiración del hombre a la divinidad y la autonomía. Quiere decir que el hombre se vuelve su propio absoluto.
La palabra «libertad» es entonces un pretexto que usan los que siguen la ideología humanista los humanistas ¿para qué tanta palabrería? de toda variedad: marxistas, fabianos, existencialistas, pragmatistas y todos los demás, para disfrazar la aspiración del hombre de ser su propio absoluto.
La libertad en sí misma quiere decir libertad para algo en particular. Si todos los hombres son «libres» para asesinar, no hay libertad para la vida santa; no es posible, entonces, ni la paz ni el orden. Los hombres, ya no son libres para andar con seguridad por las calles. Si los hombres son «libres» para robar sin castigo, no hay libertad para la propiedad privada.
Si los hombres tienen libertad de expresión y prensa libre sin restricciones, no hay libertad para la verdad, pues no se permite norma alguna por el que se pueda juzgar y castigar la promulgación o publicación de una mentira.
Entonces se favorece el testimonio falso y se niega la importancia de la verdad. El mandamiento de Santiago fue éste: «Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad» (Stg 2: 12). Hay una ley de libertad. Sin ley, no hay libertad.
El movimiento de «libertad de palabra» de la Universidad de California en Berkeley a principios de la década de 1960 fue una aplicación lógica de la idea de la libertad sin ley. Los estudiantes usaron el sistema público de altoparlantes para gritar obscenidades a nombre de la libertad de palabra, y para exigir el «derecho» de copular abiertamente en el plantel como perros.
Los universitarios eran más lógicos que sus maestros; insistieron en llevar la libertad de palabra a su conclusión lógica, y reconocieron la hipocresía de los de ideología liberal liberales mucha palabrería que promovían la libertad de palabra, pero se amilanaban en cuanto a su práctica.
También fueron lógicos en sus demandas sexuales; si la libertad de palabra es un estándar válido, ¿por qué no libertad de acciones? Su elección de libertad irresponsable fue honesta, aunque equivocada; llevaron las ideas liberales a su conclusión lógica.
El intelectual liberal presenta objeciones a cualquier restricción de su estándar absoluto de libertad partiendo por lo general de dos bases.
Primero: sostiene que la libertad de palabra es más importante que cualquier otra consideración, y de modo similar la libertad de prensa es más importante que la responsabilidad.
Segundo: puede concordar en que la pornografía es mala, pero, «¿cómo se puede definir?». Un universitario informó que un profesor universitario y su clase concluyeron que la pornografía no existía, porque se sintieron incapaces de definirla.
Esta es la falacia racionalista de que solo lo racional es real, y lo racional incluye aquello que se puede definir de manera precisa y científica. En lugar de que la vida exista antes de su definición, la definición es anterior a la vida. Una cosa no existe para el intelectual mientras no la haya definido, mientras su palabra supuestamente creativa y definidora no la haga existir.
Es fácil reconocer la pornografía; no es tan fácil definirla. Es fácil reconocer a un amigo, pero es menos que fácil definir lo que es un amigo. Una buena parte de la realidad escapa a una definición. De aquí la debilidad de la ley estatutaria; como insiste en definir con precisión cada variedad particular de un delito, produce un problema para la imposición de la ley.
No es suficiente para la ley estatutaria que se haya cometido un asesinato o un robo; hay que hallar una definición por estatuto y «apropiada» para el crimen, y la definición debe ajustarse al crimen, o la ley no reconoce el crimen. La ley bíblica dice sencillamente «no matarás», y «no hurtarás», algo fácilmente reconocible que no necesita definición. Puesto que la realidad siempre escapa a la definición plena, la definición precisa de crímenes por estatuto quiere decir que una gran parte de la actividad criminal no se incluye en el catálogo de delitos.

10. LA LENGUA MENTIROSA

Las Escrituras tienen mucho que decir en cuanto a la lengua mentirosa. Los comentarios de Salomón sobre el asunto son especialmente reveladores:
Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos (Pr 6: 16-19).
De los siete pecados que se citan aquí, tres se relacionan directamente con asuntos del habla: «la lengua mentirosa», «el testigo falso» y «el que siembra discordia entre hermanos». Como Delitzsch comentara, lo que Salomón señala es que «no hay vicio que sea mayor abominación ante Dios que el esfuerzo (de hecho satánico) de indisponer a los hombres que se aman unos a otros». Estos siete pecados se relacionan estrechamente.
«Las primeras tres características se relacionan entre sí como mentales, verbales, reales». La cuarta tiene que ver con el corazón; la quinta, con pies que se apresuran al mal; la sexta de nuevo es verbal, como también la séptima. «El principal de todos los que Dios detesta es el que toma un diabólico deleite en indisponer entre sí a hombres que tienen relaciones bastante estrechas».
El cómo los hebreos entendieron este asunto aparece en los comentarios de la ley que hace Ben Sirac. Ben Sirac condenó a todos los que se apoyaban en sueños y adivinaciones, y en falsa profecía de cualquier clase. Haciendo eco de las Escrituras, preguntaba: «De algo impuro, ¿qué se puede hacer limpio? Y de la falsedad, ¿qué puede ser verdad?».
Añadió que «La Ley en cambio se cumplirá sin falta: es sabia en lo que dice, fiel en lo que promete» (Eclo 34: 8). Incluso más, Ben Sirac declaró que «más vale un ladrón que un mentiroso empedernido, pero uno y otro caminan a su perdición» (Eclo 20: 25). Este punto es de importancia especial.
El ladrón le quita la propiedad a un hombre, pero por ello no le hace daño a la reputación del hombre, en tanto que el mentiroso en la práctica daña la reputación de un hombre y le priva de su paz, no solo una vez, sino continuamente, mientras la mentira circule y permanezca. De ahí la condenación de la lengua mentirosa por Salomón y todas las Escrituras.

LA CALUMNIA Y LA DIFAMACIÓN SON, PUES, OFENSAS MUY SERIAS.

La difamación es falso testimonio respecto a un hombre por palabra verbal; es chisme que le hace daño al carácter o propiedad del hombre, a su oficio o profesión. La difamación es falso testimonio mediante escritos, cuadros o letreros. La calumnia y la difamación son formas de falso testimonio.
En toda época el falso testimonio ha sido extenso debido a que el hombre es pecador, pero en la época actual particularmente se ha desarrollado en una ciencia refinada. El humanista, desde Maquiavelo a Hegel, Marx, Nietzsche y al presente, por no tener creencia en una ley absoluta, ha revivido la doctrina platónica del derecho del estado a mentir. Especialmente con el nacimiento de la era revolucionaria, la mentira se ha convertido en un instrumento principal de la política civil.
Las calumnias y difamaciones crueles de Luis XVI, María Antonieta y Napoleón persisten en los libros de texto hasta hoy. Con las dos guerras mundiales, la mentira se volvió de veras prominente en la política internacional.
En este punto hay que hacer una distinción. La guerra requiere engaño estratégico, pero no es justificable el falso testimonio respecto al carácter del enemigo.
Como Rahab, no estamos bajo obligación de decirle la verdad al que trata de matar a un hombre pío, pero estamos bajo la obligación de dar testimonio verdadero respecto al enemigo. El falso testimonio que se hizo respecto a Alemania en la Primera Guerra Mundial fue a todas luces un mal. Los relatos de las atrocidades alemanes fueron invenciones y eran crueles y totalmente falsos.
El falso testimonio que nació durante la Segunda Guerra Mundial respecto a Alemania es especialmente notorio y revelador. Repetidas veces se lanza la acusación de que los nazis masacraron a seis millones de judíos inocentes, y la cifra, e incluso cifras más altas, ahora está atrincherada en los libros de Historia. Poncins, al resumir los estudios del socialista francés Paul Rassinier, él mismo prisionero en Buchenwald, dice:
Rassinier llegó a la conclusión de que el número de judíos que murieron después de la deportación había sido aproximadamente 1 200 000 y esta cifra, nos dice, ha sido finalmente aceptada como válida por el Centre Mondial de Documentation Juive Contemporaine. De igual manera nota que Paul Hilberg, en su estudio del mismo problema, llegó a un total de 896 292 víctimas.
Un elevado número de estas personas murieron de epidemias, muchas fueron ejecutadas. Volveremos a ese asunto más tarde.
Mientras tanto, notemos que no se ha dicho gran cosa de los asesinatos en masa muy extensos perpetrados por los comunistas. Los Estados Unidos ayudaron a eso al entregar al general Vlásov y a su ejército de anticomunistas a los comunistas para que los ejecutaran.
Los comunistas ejecutaron a 12 000 oficiales del ejército polaco en el bosque de Khatyn; 400 000 polacos murieron en su viaje de deportación. De los 100 000 prisioneros alemanes capturados en Stalingrado, solo 5 000 volvieron vivos; 95 000 murieron en los campamentos de prisioneros; cuatro millones de alemanes deportados por los comunistas de Silesia murieron, y así por el estilo.
Los británicos y americanos el 13 de febrero de 1945 atacaron por aire Dresden, una ciudad hospital, y mataron a 130 000 personas, casi el doble que en Hiroshima, sin ninguna buena razón militar. Así que, sin ir al teatro de operaciones del Pacífico, está claro que todos los que intervinieron se dedicaron no solo a la guerra, sino también al asesinato, y los comunistas continuaron haciéndolo como política común del estado.
Pasemos ahora a otro aspecto del mismo problema. Una novela popular posterior a la guerra describía los eventos de Auschwitz durante la guerra y presentaba su material no solo como hecho, sino que en realidad con los nombres reales de personas vivas. A un médico polaco que fue prisionero de guerra en el campamento y sirvió en el cuerpo médico del campamento se le acusó de haber realizado 17 000 «experimentos» en presos judíos en cirugía sin anestesia.
El médico de inmediato entabló una demanda contra el novelista por difamación. El juicio, realizado en Londres, rápidamente redujo los 17 000 casos a 130 cuestionables; la esterilización de mujeres judías y la castración de los hombres fueron básicas a los «experimentos». Si el doctor se hubiera rehusado, testificó alguien, a él mismo lo hubieran matado. El número de casos establecidos se redujo; 17 000 era una cifra falsa. El juez, en su resumen al jurado, dijo que no podía darles «guía en cuanto a moral».
El médico ganó el caso, siendo su recompensa la moneda más pequeña del reino, medio penique; su parte de los costos legales fue como 20 000 libras esterlinas. El jurado acordó en que había sido víctima de difamación, pero también creía que su culpa seguía siendo suficientemente real para merecer solo una victoria simbólica.
Este juicio pone al descubierto la insensibilidad básica a la verdad demasiado extendida que caracteriza a esta edad. El hecho de que un médico bajo cualquier presión realizara tales operaciones es en sí mismo un hecho horrible. Si se hicieron solo diez, o siquiera una sola, en vez de 130 o 17 000, el crimen es real y muy serio. ¿Por qué, entonces, la grotesca exageración? ¿Por qué, también, la falsa representación maliciosa de hombres que se oponían a la política aliada, hombres tales como Laval y Quisling, «patriotas» a su manera, no mejores que algunos de los líderes aliados, peor que otros, y tal vez mejores que la mayoría?.
Examinemos de nuevo los asesinatos en masa de la Segunda Guerra Mundial, y el trasfondo de los falsos testimonios durante la Primera Guerra Mundial y después. La vida se había vuelto tan barata e insulsa para estos jefes de estado y sus seguidores en su campamento que un asesinato o dos no era nada. De igual manera, una generación instruida para la violencia en películas, radio, literatura y prensa no podía esperarse que reaccionara ante un asesinato o dos.
El resultado fue una mentalidad desesperadamente torcida que solo podía apreciar el mal como mal en escala masiva. ¿En realidad ejecutaron los nazis a muchos miles, decenas de miles o cientos de miles de judíos? Los hombres para quienes tales asesinatos no eran nada tenían que exagerar la cifra a millones.
¿Realizó el médico un número de experimentos en hombres y mujeres vivos? Unas pocas mujeres esterilizadas y unos pocos hombres castrados y sus lágrimas y aflicción horrorosas no eran suficientes para atizar los gustos enfermos y estropeados del hombre moderno; háganle culpable de realizar 17 000 de tales operaciones. Los males eran demasiado reales; e incluso mayor es el mal de dar falso testimonio respecto a ellos, porque ese falso testimonio producirá una realidad incluso más cruel en el próximo trastorno.
Los hombres ahora se han «reconciliado» con un mundo en donde millones se asesinan o se dice que fueron asesinados. ¿Qué se requerirá a modo de acción y propaganda la próxima vez?
Durante la Segunda Guerra Mundial, un libro breve y popular dio un indicio de la nueva mentalidad. Kaufman pidió en 1941 la esterilización total de todos los alemanes y la eliminación con ello de la nación alemana. Kaufman no estaba solo.
El novelista Ernest Hemingway pidió la esterilización masiva de todos los miembros de las organizaciones del partido nazi en el prefacio de su libro Hombres en guerra. Un antropólogo de Harvard, Ernest Hooton, pidió que se «eliminara» al liderazgo alemán y «la subsiguiente dispersión por todo el mundo del resto de los alemanes».
En vista a esta insensibilidad masiva al asesinato, tanto que se recurre al falso testimonio, la exageración del mal para hacerlo que parezca mal, el mal mismo crece a fin de mantener el paso con la imaginación de los hombres, imaginación perversa basada en falsos testimonios. En la Primera Guerra Mundial los turcos trataron de asesinar a todos los armenios; en ese tiempo, horrorizó al mundo. Hoy, algunos negros hablan libremente del asesinato masivo de todos los blancos, y algunos blancos anhelan la muerte todos los negros, y el espanto de tal pensamiento es menor cada día.

ALGO BÁSICO A TODAS LAS LENGUAS MENTIROSAS ES LA NEGATIVA A ACEPTAR LA RESPONSABILIDAD.

Nuestro Señor llamó a Satanás padre de mentiras (Jn 8: 44), y Adán y Eva, después de aceptar el principio de Satanás, de inmediato mintieron sobre su culpa (Gn 3: 9-13). Cuando los hombres evaden su responsabilidad, son mentirosos. Al negar su culpa y su responsabilidad, arrojan la culpa y la responsabilidad contra su medio ambiente, humano o de otra índole.
Por tanto, volviendo a Poncins, la tesis de su estudio es que la iglesia de Roma fue víctima de los judíos. La suerte de la iglesia no es responsabilidad de la iglesia; a los religiosos, desde el Papa hacia abajo, se les blanquea.
Para Poncins la culpa siempre está en otra parte, es de los judíos o de los masones. Satanás en efecto tentó a Eva, y otros tal vez nos tienten, pero, a la vista de Dios, la responsabilidad básica y primaria siempre es nuestra.
No podemos escapar de la culpa echándoles la culpa a otros; entonces añadimos una lengua mentirosa a nuestras transgresiones, y nos volvemos progresivamente insensibles a la realidad del mal. Así como el adicto al narcótico cada vez necesita una dosis mayor para mantener su hábito, el mentiroso necesita una mentira más monstruosa y una realidad más perversa a fin de mantener su estabilidad en las condiciones del mal. Por tanto, el mentiroso se vuelve más peligroso que el ladrón; destruye mucho más, y desata males mayores.
Poncins, acerbamente anti judío, estuvo presto a informar los errores en la cuenta de los asesinatos nazis de los judíos; no está listo para que se le fastidie porque alguno fue asesinado brutalmente.
Poncins es hostil a las mentiras con respecto a los números de judíos ejecutados, pero ¿no está repitiendo la mentira de Adán y Eva al echar la culpa de los males de la iglesia a cualquier otro excepto a la iglesia? Igual que Eva, Poncins dice que «la serpiente me dio, y yo comí; por consiguiente no es mi culpa». Poncins debe culpar a otro aparte de los religiosos que tienen grandes poderes, porque hacerlo sería aceptar la culpa de la iglesia, y de sus miembros, incluyéndose él mismo.
Todo falso testimonio es peligroso, pues libera una vasta cadena de consecuencias que no se pueden revertir; desata una mancha que se extiende y conduce finalmente a la acción. Salomón tenía razón en la secuencia de las consecuencias:
primero el pensamiento, luego la palabra y finalmente la acción. Una nota final: el falso testimonio no tiene status privilegiado. El que una persona nos diga en confianza un chisme, pidiéndonos que no revelemos su nombre, no quiere decir que debamos respetar sus deseos.
Hacerlo es convertirse en parte de su difamación de otra persona, grupo o raza. Más bien debemos rehusar concederle a ninguna mentira el status de comunicación privilegiada y debemos más bien corregir o reprender al mentiroso y, si fuera necesario, desenmascarar sus tácticas.

11. LA DIFAMACIÓN DENTRO DEL MATRIMONIO

La ley bíblica prohíbe la calumnia dentro del matrimonio, o sea, la calumnia del marido o la mujer con respecto a su cónyuge. Como Clark ha destacado, tal calumnia hace del marido, por ejemplo, culpable no solo ante su esposa, sino también ante su familia. Esta ley es un ejemplo importante de ley consuetudinaria:
Cuando alguno tomare mujer, y después de haberse llegado a ella la aborreciere, y le atribuyere faltas que den que hablar, y dijere: A esta mujer tomé, y me llegué a ella, y no la hallé virgen; entonces el padre de la joven y su madre tomarán y sacarán las señales de la virginidad de la doncella a los ancianos de la ciudad, en la puerta; y dirá el padre de la joven a los ancianos:
Yo di mi hija a este hombre por mujer, y él la aborrece; y he aquí, él le atribuye faltas que dan que hablar, diciendo: No he hallado virgen a tu hija; pero ved aquí las señales de la virginidad de mi hija. Y extenderán la vestidura delante de los ancianos de la ciudad. Entonces los ancianos de la ciudad tomarán al hombre y lo castigarán; y le multarán en cien piezas de plata, las cuales darán al padre de la joven, por cuanto esparció mala fama sobre una virgen de Israel; y la tendrá por mujer, y no podrá despedirla en todos sus días.
Mas si resultare ser verdad que no se halló virginidad en la joven, entonces la sacarán a la puerta de la casa de su padre, y la apedrearán los hombres de su ciudad, y morirá, por cuanto hizo vileza en Israel fornicando en casa de su padre; así quitarás el mal de en medio de ti (Dt 22: 13-21).
Antes de analizar las implicaciones de esta ley en relación con el falso testimonio, se debe notar que es una ley de lo más inusual desde la perspectiva legal.
Primero: En todo juicio por esta ley, inevitablemente sigue una declaración de culpabilidad. O bien a la esposa se le halla culpable, o al esposo se le halla culpable de haber presentado falsas acusaciones contra ella. Cuando un matrimonio llega a este punto, una pena interna es ineludible; la pena pública también es ineludible cuando el asunto llega a juicio.
Segundo: esta ley también es inusual porque parece revertir todos los procedimientos normales ante un tribunal. En todos los demás tipos de juicios, el acusado es inocente hasta que se demuestra que es culpable, y es deber de los testigos procesar el caso presentando evidencias de culpabilidad. Como evidencia el Talmud, los testigos en el proceso eran necesarios, y eran una parte normal en tales casos.

DE TODAS MANERAS, SIN EMBARGO, LA ESPOSA DEBE DEMOSTRAR CON CLARIDAD SU INOCENCIA.

La razón para este aspecto inusual de tal caso es que el caso es en realidad una doble acusación. El marido ha acusado a su esposa de llegar al matrimonio con un trasfondo de falta de castidad. El padre de la esposa inicia el proceso; procesa al marido a fin de silenciar la calumnia de su hija, y, como acusador, debe mostrar evidencia y testigos, evidencia de la virginidad de su hija, y testigos de la calumnia.
El esposo debe mostrar evidencia de falta de castidad o pagar una pena muy alta.
Vale la pena notar con algún detalle la multa y el castigo. Una multa de 100 siclos de plata (Dt 22: 19) era una suma muy considerable. Un cuarto de siclo se consideraba un regalo notable para un gran hombre (1 S 9:8). El impuesto anual por cabeza de todos los varones en Israel, de 20 años y mayores, era medio siclo (Éx 30: 15).
Bajo Nehemías, como el Imperio Persa realizaba muchas de las funciones civiles y también cobraba impuesto, el impuesto por cabeza se redujo a «la tercera parte de un siclo» (Neh 10: 32). Así que 100 siclos de plata eran una multa en extremo alta que casi dejaba pobre a la mayoría de los maridos y los convertía en siervos o esclavos de sus esposas de allí en adelante.
La multa se pagaba al padre de la esposa, y así se mantenía fuera del control del marido, que podía anular el efecto del castigo si el dinero estaba en posesión de su esposa. El control de la esposa conduciría entonces al control del dinero. El suegro no estaría sujeto a tal control y podría administrar los fondos para el bienestar de su hija y nietos.
No solo se penalizaba de esta manera al esposo, sino que todo recurso al divorcio le quedaba prohibido. Esto no quería decir que la esposa tenía entonces licencia para pecar; de todas formas podía condenársele a muerte por cualquier adulterio futuro. Tal transgresión era delito. El poder del divorcio se le quitaba al esposo.
También se le aplicaba castigo corporal al esposo (Dt 22: 18). Por otro lado, la esposa pagaba con su vida por su falta de castidad. Se le apedreaba hasta que muriera, método antiguo de ejecución. Su lugar en la Biblia se debe a la capacidad de los testigos y de la comunidad de tomar parte en la ejecución, puesto que el poder policial del pueblo requería que reconocieran su obligación de testificar y de ejecutar en todos los casos de delito establecido. El principio del poder policial general todavía es válido y básico.
Se debe notar que esta ley tiene un efecto residual en las leyes de divorcio porque, hasta hace poco, el consentimiento mutuo no terminaba un matrimonio, sino más bien la culpa real y demostrada. El no poder demostrar culpa anulaba la acción.
Ahora, para examinar la ley misma con respecto al falso testimonio, se deben notar ciertas cosas.
Primero, esto es derecho consuetudinario. Si se prohíbe la calumnia de parte del esposo, y lleva penas tan severas, la calumnia de parte de la esposa también se prohíbe. Si el castigo es tan severo para tal calumnia, cualquier calumnia entre un hombre y su esposa lleva severas penas en la ley bíblica.
La multa impuesta por casos menores de calumnia todavía sería proporcionalmente alta. Claro, la ley bíblica requiere un alto grado de atención y sensatez en el habla entre esposo y esposa. En lugar de ser un ámbito de laxitud, en donde el hombre y su esposa pueden soltarse sin importar las consecuencias, el matrimonio es un ámbito donde las palabras se deben pesar con cuidado especial debido a que la relación personal es tan importante.
Las Escrituras dan extensa evidencia de este requisito. Por ejemplo, San Pablo declara que «Los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama.
Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia» (Ef 5: 28-29). San Pedro señala la conducta de Sara y su habla y conducta respetuosas hacia Abraham (1ª P 3: 5-6).
Un antiguo proverbio ruso indica el asunto contundentemente: «Un perro es más sabio que una mujer; no le ladra a su amo». Demasiados hombres y mujeres son culpables de tal estupidez; ladran y gruñen a los que están más cerca de ellos, y la consecuencia es solo intranquilidad para sí mismos. Cualquier hombre o mujer que rebaje a su cónyuge solo se hace daño a sí mismo a la larga. El falso testimonio y una lengua suelta solo traen deshonor a una persona.
Segundo, el asunto de la calumnia dentro de la familia es una ofensa criminal y pública, y no solo un asunto privado. Los daños se pagan a los padres de la esposa, y el estado impone una multa, debido a que el trastorno de la paz de la vida de familia es una alteración seria de la paz y orden públicos.
La importancia de la familia hace de la calumnia dentro de la familia algo bien peligroso para la sociedad. La acusación es que el esposo «esparció mala fama sobre una virgen de Israel»; a la esposa en este caso se le identifica, no en términos de la familia, sino de la nación. El marido ha insultado a más que su esposa y su familia; ha atacado normas morales sostenidas y subrayadas por la misma nación.
Tercero, esta ley en particular multa y castiga al esposo. Una multa a la esposa sería en parte también un castigo para el esposo, y también sería evidencia de su ineptitud para gobernar su hogar. Es el deber del esposo ser, entre otras cosas, protector de su esposa e hijos. Si en lugar de eso los difama, y en particular a su esposa, está dando una indicación de ineptitud para proteger y gobernar, y de una mentalidad enferma que invita la vergüenza y la desgracia.
El hombre le ha negado a su familia un patrón de conducta santa, que es una necesidad básica de la vida. Otro proverbio ruso destaca que «Si el padre es pescador, los hijos conocen el agua». Su significado está claro: la vida del padre tiene una función principal de enseñanza. Cuando el padre no pone un patrón de vida y expresión verbal responsable y sensata, a los hijos se les priva de una fuerza principal estabilizadora y educadora.
Un esposo puede difamar a su esposa no solo con sus palabras, sino también con su desconfianza. Si rehúsa poner en sus manos deberes y privilegios que ella es competente para administrar, la ha difamado. Para citar un ejemplo: un esposo de manera regular denigraba la competencia financiera de su esposa y a menudo citaba a guisa de broma un error tonto en la chequera que ella había cometido.
El error lo cometió, pero eso no era un verdadero rasgo del carácter de ella. La tienda de regalos de ella dos veces lo había salvado a él de serios problemas en su propia empresa; en una ocasión, él se había ampliado demasiado, y demasiado rápido cuando el negocio era muy bueno y después se vio frente a la quiebra; los ahorros de ella, derivados de su tienda, lo salvaron, pero él nunca pagó el dinero ni lo reconoció públicamente.
En otra ocasión, las malas inversiones lo afectaron financieramente, y los fondos de ella proveyeron un pago necesario del edificio. El esposo solía difamar a su muy capaz esposa sin jamás decir una mentira; solo citaba unos pocos hechos que daban un cuadro falso de una mujer que en realidad era muy capaz. La verdad en sí puede ser calumniadora si se usa para dar un cuadro parcial o distorsionado.
Cuarto, el noveno mandamiento requiere que no demos falso testimonio contra nuestro «prójimo», y esta ley deja en claro que nuestro prójimo más importante es nuestro cónyuge. F. W. J. Schroeder observó que «El hombre es libre solo mientras se mantiene veraz; la mentira destruye su verdadera libertad». El hombre halla su más rica libertad en la vida familiar bajo Dios; esta libertad queda destruida, y el hogar se convierte en prisión cuando los hombres y las mujeres dan falso testimonio unos de otros.
Quinto, volviendo a la multa impuesta al esposo, tenemos otro vislumbre de la seriedad de la calumnia dentro del matrimonio. En Deuteronomio 22:29 vemos que la multa que se impone por violación o seducción, en el caso de una virgen no desposada y un joven sin antecedentes criminales, era de 50 siclos de plata; si seguía el matrimonio, si se aceptaba al culpable como esposo, no era posible un divorcio.
La multa por calumniar a una esposa con una falsa acusación de infidelidad prematrimonial era el doble de la multa por violación o seducción. En cualquier caso, la multa era muy gravosa, pero el castigo por calumnia era mayor porque atacaba una relación matrimonial existente y la socavaba brutalmente.
La muchacha violada tenía una dote de 50 siclos que podía llevar a otro matrimonio, si el padre rechazaba al ofensor como posible esposo; ella podía empezar una nueva vida con otro hombre con la ventaja de una dote extra (Éx 22: 16.17). La esposa ofendida no tenía tal oportunidad; sus hijos bien que la atarían a su esposo.
(La pérdida del derecho a divorciarse era de él, no de ella). La multa era, pues, especialmente severa a fin de prevenir que tales ofensas ocurrieran.
En la ley humanista moderna se da vía libre en la práctica a la calumnia dentro del matrimonio y los resultados son malos, como era de esperarse.
Una nota final. Casi toda persona tiene un trasfondo de maltrato a la esposa (y, en ocasiones, de maltrato al esposo). No hay evidencia de esto en las Escrituras.
La severidad de la ley con respecto a la calumnia deja en claro que, por analogía, el maltrato físico es peor e inconcebible. Se requiere entre el marido y la mujer una relación que se base en la fe, no en el temor.

12. LA DIFAMACIÓN

Se suele citar Levítico 19:16, 17 como un ejemplo de donde la ley condena el chisme, y a menudo se lee como una denuncia del chisme antes que una ley relativa a los tribunales. Un examen del texto deja en claro que, en tanto que se condena el chisme, se tiene en mente al tribunal:
No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová. No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado.
La primera parte del v. 16 se puede traducir: «No andarás difamando». La palabra se traduce calumniador en Jeremías 6: 28 (LAT); 9: 4; y en Ezequiel 22:9. El testimonio verdadero se debe dar en los tribunales fuera de estos; la circulación de la difamación en cualquier parte se prohíbe. Según Ginsburg,
Este peligroso hábito, que ha arruinado el carácter y destruido la vida de muchos inocentes (1ª S 22: 9; Ez 22: 9, etc.), lo denunciaban las autoridades espirituales del tiempo de Cristo como el mayor pecado.
Tres cosas declaraban que sacaban a un hombre de este mundo y le privaban de la felicidad en el mundo venidero: idolatría, incesto y asesinato, pero la difamación los supera a todos. Mata a tres personas con una acción: a la persona que difama, al difamado y a la persona que escucha la difamación. De aquí que la versión Caldea antigua de Jonatán traduzca esta cláusula: «No seguirás a la lengua tres veces maldita, porque es más fatal que una espada devoradora de dos filos».
Ben Sirac habló fuertemente contra la difamación, declarando:
Maldito el calumniador y su manera doble de hablar: ha contribuido a que perezcan muchas personas que vivían en paz. Las insinuaciones de terceras personas los demolieron hasta dispersarlos en una y otra nación; destruyeron  además ciudades poderosas y derribaron grandes familias. La calumnia hizo que se repudiara a valientes mujeres y las privó del fruto de sus trabajos. El que le presta atención no tendrá más reposo, ni vivirá más en paz.
Un latigazo deja una herida, una lengua suelta rompe los huesos. Muchos cayeron por la espada, pero más numerosas aun son las víctimas de la lengua. Feliz el hombre que ha permanecido fuera de su alcance y no conoció su furor, que no soportó su yugo ni arrastró sus cadenas; porque su yugo es un yugo de hierro, y sus cadenas, cadenas de bronce.
La lengua produce una muerte miserable; ¡más vale descender a la morada de abajo! Pero ella no vencerá a los fieles; su llama no los quemará. A los que abandonan al Señor, a esos sí que los atrapará. Arderá en ellos sin extinguirse jamás, se arrojará sobre ellos como un león, y los desgarrará como una pantera.
Tú rodeas tu campo con una cerca de espinas, y pones bajo llave tu plata y tu oro; para tus palabras necesitas balanza y pesas. Colócale a tu boca puerta y candado, no sea que te haga tropezar y caigas ante tu contrario (Eclo 28: 13-26, LAT).
Un proverbio que fue popular en un tiempo entre los niños dice que los palos y las piedras pueden rompernos los huesos, pero las palabras nunca pueden hacernos daño. Esto es una bravata; las palabras sí nos hacen daño; es solo debido a que llevamos tantas cicatrices por la malicia del chisme que este provoca solo un humor triste e irónico.
Pero la ley de Dios nunca ve el chisme como algo ocioso; de aquí la preocupación de la Ley por toda difamación. El versículo 16 dice «No atentarás contra la vida de tu prójimo». Según Micklem, esto quiere decir «Tratar de lograr que lo maten (cf. Éx 23: 7)». Ginsburg comentó de la variedad de implicaciones de este enunciado:
Esta parte del versículo evidentemente está diseñada para expresar otra línea de conducta por la cual la vida del prójimo puede correr peligro. En la cláusula anterior, «andar» con informes calumniosos ponían en peligro la vida del calumniado, aquí el «atentar» se prohíbe cuando incluye consecuencias fatales.
Los administradores de la ley durante el segundo templo tradujeron esta cláusula literalmente: No te quedarás parado quieto junto a la sangre, etc., o sea que si vemos a alguien en peligro de muerte., ahogándose, atacado por ladrones o bestias salvajes, etc., no debemos quedarnos quietos mientras se derrama su sangre, sino que debemos brindarle ayuda aun a riesgo de nuestra propia vida. O si sabemos que un hombre ha derramado la sangre de su semejante, no debemos quedarnos en silencio mientras la causa está ante los tribunales.
De aquí que la versión caldea de Jonatán lo traduce: «No guardarás silencio en el juicio por la sangre de tu prójimo cuando sabes la verdad».
Otros, sin embargo, lo toman como que denota salir al frente, y tratar de obtener una sentencia falsa contra nuestros prójimos, de modo que esta frase es similar en importancia a Éx 23:1, 7.
Todos estos significados por cierto están implicados, pero es mejor mirar al sentido más sencillo del texto. Hay un obvio paralelismo trazado entre difamar a alguien y levantarse contra su sangre, o sea, buscar su muerte.
La difamación es una forma de asesinato; trata de destruir la reputación y la integridad de un hombre insinuando falsedades. La razón por la que los rabinos la consideraban peor que la idolatría, el incesto y el asesinato era debido a que sus consecuencias morales son plenamente tan mortales si acaso no peores, y es un crimen que se comete con facilidad y no se detecta enseguida.
Todavía más, la difamación, debido a que pasa de boca en boca rápidamente, incluye a muchas más personas en un tiempo muy breve que la idolatría, el incesto y el asesinato.
La ley, por lo tanto, prohíbe el chisme; esto no es solo un consejo moral, sino también una ley penal. Debido a que los puritanos tomaban en serio la ley bíblica, castigaban el chisme por acción de los tribunales. La calumnia y la difamación hoy son motivos de pleito civil, y normalmente no hay acción penal, y el resultado es una libertad ampliamente extendida para el chisme malicioso.
LA IRRESPONSABILIDAD HA DADO LUGAR A UNA POSICIÓN DE PRIVILEGIO.
En el versículo 17 se describe el curso apropiado de acción. Si un «hermano» o «prójimo» es de veras culpable de hacer un mal, debemos ir a verlo y tratar de disuadirlo de su curso perverso. De otra manera, «participamos de su pecado», o «no sea que te hagas cómplice de sus faltas», es decir, nos volvemos cómplices de su mal por nuestro silencio. El «hermano» aquí se refiere a un hombre del pacto, y no a un réprobo que no respondería al consejo santo.
Debemos hablar con el hermano; podemos, dependiendo de la situación, hablar con el impío, pero no se nos requiere que lo hagamos. Este significado se confirma por el uso de esta ley en Mateo 18:15-17.
Así, la formulación negativa de esta ley prohíbe la difamación; no debemos dar falso testimonio. La formulación positiva, sin embargo, claramente requiere más que el testimonio verdadero. Nuestro testimonio no solo debe ser veraz, sino también responsable. Por nuestra habla debemos no solo evitar la calumnia, sino reprenderla y disciplinarla y, en una sociedad santa, llevarla ante las cortes de la iglesia y el estado.
La ley positivamente nos requiere que promovamos, no una libertad anarquista de palabra que permita la difamación, sino una palabra responsable que obre para preservar y promover la integridad, la industria y la honestidad.
El mandamiento se refiere a un orden social, y no solo a un consejo moral personal, como Calvino lo interpretó. Es un consejo moral, pero es en primera y última instancia ley de Dios para su reino que todos deben obedecer. Calvino daba por sentado la estructura de la ley cristiana que Ginebra había heredado de siglos anteriores; sus seguidores puritanos fueron más sabios cuando recalcaron la importancia de esta ley.
Si la Ley absoluta de Dios se reemplaza con una libertad anarquista, se le retira el significado al mundo, y un testimonio responsable cesa, porque no hay nadie a quien darle cuentas, ni Dios puede requerirle nada al hombre que sea responsable a sí mismo y a su mundo de hombres. Colin Wilson ha indicado las implicaciones de este anarquismo: «Pensé que había visto la verdad final de que la vida no conduce a nada; es un escape de algo, y el “algo” es un error que está al otro lado de la consciencia».
Si la vida se vuelve «un escape de algo», es un escape de la verdad, porque la verdad se relaciona con la realidad, en tanto que la mentira se relaciona con la fantasía. La realidad es anatema para los hombres interesados en el escape, y como resultado la mentira «necesaria» la cultivan tales hombres, como Nietzsche lo evidenció en su vida y filosofía.
Pero la libertad también se relaciona con la realidad antes que con la fantasía, y buscar escape de la realidad es también escapar de la libertad. Por tanto, para los surrealistas, vivir con la realidad es avenencia. Para ellos, la libertad significa negar «el mundo y la existencia de la carne y sangre del hombre». El surrealista prefiere los sueños a la realidad; exige un mundo totalmente hecho por el hombre; tal sueño no se puede realizar en la vida real.
Al mundo totalmente hecho por el hombre por consiguiente se le busca en los sueños. El surrealismo cree «en la omnipotencia de los sueños» porque este es el ámbito del supuesto poder del hombre. Atesora un mundo de ensoñación en donde «el corazón reinan supremo». Esto es comparable al misticismo, porque, «para el místico, la libertad absoluta va mano a mano con la destrucción del mundo contingente». Debe haber, por consiguiente, una revolución perpetua contra el mundo real en términos del mundo de ensoñación.
Un enunciado surrealista declara: «No solo debe cesar la explotación del hombre por el hombre, sino también del hombre por el llamado “Dios”, de memoria absurda y provocadora. El hombre, con sus armas y equipo, debe unirse al ejército del Hombre».
Cada vez que el hombre, las instituciones y las sociedades abandonan a Dios, abandonan la realidad. Dejan de dar un testimonio verdadero y responsable, y empiezan a vivir una mentira, porque en el mundo de la mentira pueden hacerla el papel de dios. La iglesia que cree que puede vivir en el mundo y descuidar los problemas del mundo está viviendo en un mundo de sueños. Al no relacionar la Palabra y Ley de Dios con todo el mundo, están viviendo una mentira, por formalmente correcta que sea su religión.
Pueden jactarse de ser «evangélicos» u «ortodoxos», pero en realidad son irrelevantes y mentirosos, porque no hay nada irrelevante en cuanto a Dios. Debido a que Dios es el Señor y Creador de todas las cosas, hay una relevancia total en todas las cosas a Dios y una total subordinación de todas las cosas a la Palabra y Ley de Dios.
La iglesia que no se dirige a la totalidad de la vida en términos de la palabra total de Dios pronto será una mentirosa indomable respecto a cualquier hombre que procura despertarla de su mundo de sueños. La verdad no está en tal iglesia ni en tales hombres, y no podemos esperar de ellos la verdad.
Cuando cesa el testimonio responsable, el hombre no tiene capacidad para enfrentar la realidad ni para ser libre. Queda encadenado al falso testimonio de su imaginación. En definitiva todo falso testimonio vive en un mundo de su propia imaginación. Al vivir una mentira, el hombre no regenerado en última instancia no tiene otro mundo que no sea su mentira.
Esto se aplica a todos los hombres no regenerados, conforme la consciencia epistemológica propia los lleva a su conclusión lógica. Los marxistas están atrapados en el mundo ilusorio de su mentira; viven en el infierno y lo llaman la puerta del paraíso. Los que creen en la democracia también son prisioneros de su mentira; forman hostilidades profundas y salvajes de clase y raza por ley y las llaman paz e igualdad.
Los rabinos tenían razón en cuanto al falso testimonio; es la muerte del hombre que lo pronuncia y vive por él, muerte para la sociedad que lo tolera, y exhala muerte contra su prójimo. Para evitar el falso testimonio, la sociedad debe primero evitar los falsos dioses. Los falsos dioses producen hombres falsos y un testimonio falso.

13. LA DIFAMACIÓN COMO ROBO

En Levítico 19:11 tenemos otra referencia en la ley a la calumnia: «No hurtaréis, y no engañaréis ni mentiréis el uno al otro». Ginsburg refiere esto a la ley previa, Levítico 19:9, 10, en cuanto al rebusco, pero la conexión que hace no es válida. El comentario de Lange es de interés histórico respecto a la historia de la exposición:

ESTE Y LOS PRECEPTOS QUE SIGUEN TOMAN LA USUAL FORMA NEGATIVA DE LEY ESTATUTARIA.

Al octavo mandamiento allí se le une con las ofensas recapituladas en 6: 2-5 de falsedad y fraude hacia otros. San Agustín aquí (P. 62) entra largamente en la pregunta casuística sobre lo justificable de mentir bajo ciertas circunstancias, citando el ejemplo de Rahab entre otros.
Concluye que no fue su mentira, como tal, lo que recibió la aprobación divina, sino su deseo de servir a Dios, que fue en verdad lo que la impulsó a mentir. Sea como sea, es claro que la ley aquí no tiene en mente casos extraordinarios y excepcionales, sino los tratos ordinarios del hombre con el hombre. Tal ley es obligación universal. Comp. Col 3: 9.
Lange tenía razón al citar Colosenses 3: 9, 10: «No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno». La novena ley alinea la verdad con la realidad bajo Dios, y separa el mundo del testimonio falso, de toda huida de la realidad, y todo rechazo de la verdad en el campo de Satanás.
El comentario de Meyrick también es de interés:
Robar, engañar, y mentir se agrupan como pecados afines (ver cap. 6: 2, en donde se da un ejemplo de robo realizado mediante mentira; Ef 4:25; Col 3: 9).
La cita de Efesios 4:25 de nuevo es de interés, porque habla de la línea divisoria:
«Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros».
Un hecho muy obvio en cuanto a esta ley, Levítico 19:11, es que dos formas de la violación del octavo mandamiento, robar y engañar, se dan juntas con mentir, la violación del noveno mandamiento. Todas las leyes son estrechamente interdependientes, puesto que todas vienen de la mano del mismo Dios, pero la relación en algunas es más inmediata que en otras.
La forma de la ley establece una relación obvia: robar y mentir en la práctica incluyen falso testimonio, y especialmente engañar. El robo es una forma de falso testimonio cuando el ladrón dice poseer los bienes, los vende como si fueran propios, y vive de lo obtenido como si representara su riqueza.
Otra relación importante entre la mentira y el robo es que la difamación le roba a un hombre su reputación, su posición en la comunidad y su paz mental. Aunque la difamación en gran parte ha pasado de la ley criminal a la ley civil, e históricamente la restitución o daños se concede cada vez menos, debido al trasfondo de la ley bíblica la restitución ha sido una parte necesaria de la ley respecto al calumniador.
Las Escrituras denuncian extensamente la difamación. Para citar unos pocos ejemplos: «El hipócrita con la boca daña a su prójimo» (Pr 11: 9). «Recue dales que a nadie difamen» (Tit 3: 1, 2). «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca» (Ef 4: 29). «No murmuréis los unos de los otros» (Stg 4: 11). «El que propaga calumnia es necio» (Pr 10 18). «Al que solapadamente infama a su prójimo, yo lo destruiré» (Sal 101:5). Está claro que la difamación se ve no solo como robo, sino también como una forma de asesinato (Pr 11:9). Por consiguiente es necesario que se haga restitución.
La ley básica dice que no debemos dar falso testimonio contra nuestro «prójimo» (Éx 20: 16). La palabra «prójimo» es en hebreo rea o raj, que quiere decir «alimentar o nutrir», y raj también aparece en las Escrituras como el verbo «alimentar». El prójimo, sea pariente o amigo, enemigo o un semejante, es aquel a quien debemos nutrir, así como él tiene el deber de nutrirnos a nosotros.
Nos nutrimos unos a otros, somos buenos prójimos o alimentadores unos de otros, cuando establecemos y promovemos un orden legal que alimenta y fortalece nuestra vida común. Cuando damos testimonio verdadero, nos alimentamos unos a otros con la verdad. El testimonio verdadero de ninguna manera se debe confundir con la lisonja ni el encubrimiento, pero sí incluye trabajar juntos para promover el orden legal santo.
La difamación y la calumnia destruyen esa alimentación mutua; rompen el vínculo de vida comunitaria y es asesinato y robo dirigido contra los individuos y contra la comunidad.
La palabra prójimo también nos da una noción de la naturaleza de la beneficencia bíblica. Ser prójimos unos de otros quiere decir establecer una sociedad que alimenta y nutre a sus miembros mediante el orden legal santo, y que ministra a las necesidades de sus miembros en términos de esa ley. Aquí, en deferencia a Ginsburg, podemos reconocer una relación entre esta ley y la precedente, Levítico 19: 9, 10. Las leyes del rebusco en efecto nos exigen que ayudemos a nuestro prójimo a alimentarse a sí mismo.
La beneficencia bíblica no quiere decir una clase de personas que reciben regalos de dinero sin trabajar o que viven de manera parásita del trabajo de los demás. Como se anotó previamente, las leyes del rebusco en efecto exigen un trabajo arduo. Todavía más, la palabra prójimo se aplica a todo hombre, rico y pobre por igual.
En otras palabras, no solo hay que alimentar a los pobres en una sociedad de prójimos, sino que ricos y pobres se debe alimentar unos a otros trabajando juntos para establecer un orden social santo en el cual los buenos puedan florecer.
Tal sociedad no puede florecer donde no hay fe. Pascal observó:
El hombre no es otra cosa que insinceridad, falsedad e hipocresía, con respecto a sí mismo y con respecto a los demás. No desea que se le diga la verdad; evita decírsela a otros; y todos estos talantes, tan inconsistentes con la justicia y la razón, tienen sus raíces en su corazón.
Sin fe, los hombres tienden a reflejar cada vez más su naturaleza caída, que vive, cree y prefiere una mentira.
Por esto las dos «tablas» de la Ley son inseparables una de la otra. Puesto que el orden moral descansa en el orden teológico, el hombre no puede anhelar una relación de prójimo con su semejante si su relación con Dios está rota. Como siempre, la verdad es imprescindible para la bondad; la verdad es el cimiento y manantial del carácter moral.

14. «TODA PALABRA OCIOSA»

Si los existencialistas tienen razón, vivimos en un mundo sin absolutos morales ni ley trascendental. En un mundo sin leyes absolutas, cualquier dios o dioses que pudieran existir pueden, junto con los hombres, solamente dar consejo, y ese consejo en el mejor de los casos solo puede ser pragmático. No hay, entonces, ley a la que apelar.
De la difamación, por consiguiente, tal consejo de los dioses puede decir que tal vez meta en problemas a un hombre, y que otros se resentirán por ello. No es errada en sí y por sí misma; puede ser ventajosa, pero también puede ser desastrosa.
Demasiado a menudo, en vez de presentar la enseñanza bíblica respecto a la difamación como ley, la iglesia la ha enseñado como consejo pragmático. Por eso no sorprende que una época enseñada por religiosos antinomianos se haya vuelto existencialista. Muchas condenaciones del chisme y la calumnia aparecen en la Biblia.
Algunas de las más interesantes son las siguientes, interesante por la variedad de formas de calumnia que son condenadas: Lc 6: 41-45. La difamación brota de un corazón malo. Sal 109: 3. Brota del odio.
1ª Ti 5: 13. La falta de fe más la ociosidad producen difamación. Pr 11: 9. Los hipócritas son adictos a calumniar al justo.
Sal 50: 19, 20. Los perversos son tan adictos a la calumnia que incluso difaman a su familia.
Ap 12: 10. El diablo es un «acusador» o calumniador.
Sal 52:4. A los perversos les encanta destruir a los hombres con su difamación.
Pr 10:18. El que se da a la calumnia es un necio.
Tit 2: 3. A las ancianas se les advierte que no se den a la difamación.
1ª Ti 3:11. Se advierte en contra de la calumnia a las esposas de los oficiales de la iglesia.
Mt 26:60. Cristo fue blanco del perjurio.
Jud 8. Los gobernantes están expuestos a la difamación de parte de «soñadores [que] mancillan» o falsos idealistas.
Ro 3: 8; 2 Co 6:8. San Pablo fue blanco de la calumnia.
Sal 38: 12; 108:2; 1ª P 4: 4. El pueblo de Dios está expuesto a la calumnia.
Sal 15: 1, 3; 34:13; 1A P 2: 12; 3: 10; 3:16; Ef 4: 31; Tit 3: 1, 2; 1A Co 4: 13; Mt 5: 11. A los santos se les dan instrucciones sobre su conducta en relación con el falso testimonio. Algunos de los efectos prácticos que se citan  son separación de amigos (Pr 16: 28); heridas mortales (Pr 18: 8; 26:22); conflicto (Pr 26:20); discordia entre hermanos (Pr 6: 19); homicidio (Sal 31: 13; Ez 22: 9).
Stg 3:1-12. La lengua sin freno representa un deseo perverso de señorear sobre otros hombres denigrándolos, y recibe «mayor condenación» o juicio, posiblemente mayor exigencia de cuentas.

LA LEY ESTÁ CLARAMENTE EN MENTE CONFORME SANTIAGO HABLA.

La referencia más aleccionadora es la declaración de nuestro Señor: «Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio» (Mt 12: 36). La palabra ociosa también se traduce como «inútiles» (PDT), «difamatoria» (LAT), y «palabra inoperante, que no funciona» (Versión Ampliada, en inglés). El comentario de Alford sobre esta palabra destaca un significado esencial:
Ociosa tal vez se entienda mejor aquí en su sentido más suave y negativo, como todavía no determinado hasta el juicio; así que la declaración de nuestro
Señor es una deducción «a minori» y si de todo dicho ocioso, ¿cuanto más todo dicho perverso?.
Para replantear esto, nuestro Señor declaró;
Primero, que la vida de un hombre debe ser un testimonio verdadero, debe dar buen fruto para Dios, porque, como criatura, está creado a fin de producir resultados para Dios (Mt 12: 33-35). Por tanto, a cada hombre se le requiere que ejerza dominio bajo Dios para dar testimonio para Dios.
Segundo, las «palabras ociosas» son las que no tienen sentido, o sea, palabras fuera del llamamiento del hombre bajo Dios. Serán juzgadas al final, pero, por el momento, al hombre se le da tiempo para volverse a Dios y convertirse de una vida ociosa y obras ociosas a una vida productiva bajo Dios.
Tercero, esto implica que toda palabra perversa, toda instancia de perjurio y difamación, se debe castigar ahora, sea dicha por un pecador o por un santo. Los representantes de la ley deben tratar con la palabra perversa; Dios a su tiempo juzgará toda palabra ociosa.
Cuarto, «por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado» (Mt 12: 37).
La NVI dice: «Porque por tus palabras se te absolverá, y por tus palabras se te condenará », traducción que deja en claro la referencia legal básica de este enunciado.
Los tribunales de este mundo deben pedirle cuentas a un hombre por sus palabras, y Dios también le pide cuentas al hombre. Las palabras, pues, se ve que son un aspecto básico del «fruto» del hombre, su producción reveladora, y las palabras, como las acciones, están enteramente dentro de la esfera del juicio.
En este punto es imperativo aclarar que la ley contra el falso testimonio no es un consejo de dulzura y veleidad. No se nos aconseja que seamos evasivos en nuestro hablar, ni que usemos lisonja, ni tampoco se nos prohíbe decir la verdad en cuanto al mal o condenarlo.
Nuestro Señor ordenó: «No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio» (Jn 7: 24). En ninguna parte se nos dice que renunciemos a los estándares y juicios morales; se nos prohíbe juzgar según los criterios personales y humanistas (Mt 7: 1, 2). Cristo les habló de manera contundente y cortante a los fariseos y de ellos; llamó «zorra» a Herodes, y su vocabulario fue contundente y rotundo.
Lo que se dice de no decir nada desagradable de nadie equivale a un llamado a dar falso testimonio; y ha producido una generación de seguidores de filosofía humanista y una mala conciencia en cuanto a decir la verdad.
La Ley, pues, es el contexto de toda la enseñanza bíblica respecto a la «lengua sin freno». El marco de referencia siempre es la Ley, y no solo el consejo pragmático.
Hay un castigo futuro para una vida de palabras ociosas, y debe haber un castigo presente para toda palabra perversa.
La seriedad de la Ley respecto a la difamación es evidente en Apocalipsis 22: 15, en donde se cita a los que se les niega la ciudadanía en la Nueva Jerusalén: los «perros», o sea, homosexuales; los «hechiceros», los que practican la magia, los que tratan de controlar lo natural y sobrenatural como si fueran dioses; los «fornicarios», o los que no practican la castidad sexual; los «idólatras», los que adoran dioses falsos; «y todo aquel que ama y hace mentira» (PDT: «los que les gustan e inventan mentiras»).
Por otro lado, «bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad» (Ap 22: 14).
La época humanista ha dado, sin embargo, una nueva eminencia a la lengua sin freno y a la palabra ociosa. La calumnia y la difamación han sido bastante comunes en toda época, pero una era humanista tiene un interés asombroso en el falso testimonio. La ideología humanista exalta al hombre, y en toda era humanista los hombres han tenido un celoso deseo de difamar y degradar al hombre.
Como el hombre es el dios de la ideología humanista, los pecadores hallan deleite especial en acudir a ese nuevo dios, a oír el chisme inmundo y cruel respecto a los hombres que están en eminencia.

EL COLUMNISTA SOCIAL DESEMPEÑA UN PAPEL IMPORTANTE EN UNA SOCIEDAD HUMANISTA.

En toda época ha habido curiosidad por la vida de los hombres y mujeres grandes y las personas prominentes. Pero últimamente este interés se hay impulsado cada vez más a un nuevo escenario, el mundo del teatro, el jet set, las personas de notoriedad, y los criminales, a muchos de los cuales se les ha tratado como si fueran héroes, en tanto que se ha hallado deleite al informar escándalos reales o inventados sobre personas importantes.
William Randolph Hearst, famoso publicador de periódicos, expresó su disgusto personal por Walter Winchell, y ordenó a su personal: «Manténganlo lejos de mí», pero lo usó lucrativamente para aumentar el interés de los lectores. El chisme hizo de Winchell un hombre rico e importante. Según McKelway, Winchell, hombre de dudoso calibre, había tenido en el pasado una protección asombrosa:
Su valiosa vida, en un tiempo protegida celosamente por guardaespaldas asignados por sus amigos Owney Madden y Lucky Luciano, ha sido vigilada en años recientes por agentes pagados por el Buró Federal de Investigaciones (FBI), asignados a él por su amigo J. Edgard Hoover.
McKelway cita un asombroso caso en 1934 en que agentes del FBI y pistoleros de Capone le dieron a Winchell una guardia de cortesía: detectives de Chicago también fueron parte de la protección especial que Winchell recibió. ¿Se le estaba protegiendo del pueblo?.
Notorios estadounidenses cortejaban a Winchell, hombres como Herbert Bayard Swope, M. Lincoln Schuster, Burton Rascoe, Heywood Broun, Alexander Woollcott, Alice Duer Miller, y otros5. Sin embargo, Marlen Pew, editor de Editor & Publisher atacó a Winchell6. La importancia de Winchell ya ha terminado, pero no el celo humanista por el chisme.
La ideología humanista exalta al hombre y por consiguiente los motivos de los hombres. Por tanto, si hay conflicto entre la verdad y los deseos de los hombres, se sacrifica la verdad. Una muestra importante de eso es el caso del doctor Frederick A. Cook, que el 21 de abril de 1908 se convirtió en el primer hombre en llegar al Polo Norte. Un año después, el 6 de abril de 1909, un ingeniero civil de la marina de los Estados Unidos, Robert Peary, llegó al polo. Peary empezó una campaña para desacreditar a Cook, a la cual se unieron hombres de alta posición.
Más tarde se puso a Cook en prisión por un término de catorce años y nueve meses, en Leavenworth, y se le multó por $12 000 por una supuesta estafa petrolera de una compañía en la que trabajaba como directivo y geólogo. En realidad, el campo petrolero ya estaba produciendo y llegó a ser «una de las áreas más productivas de petróleo de Texas y Arkansas». Cook, el mayor inversionista individual, no había recibido ni salario, ni comisión, ni ganancias. El juez John M. Killits, de
Toledo, Ohio, al dictar sentencia, dijo al doctor Cook en palabras que permanecerán para siempre como hito de injusticia:
Esta es una de las ocasiones cuando su peculiar y persuasiva personalidad hipnótica no le sirve, ¿verdad? Ha llegado por fin al punto en que no puede estafar a nadie. Ha venido a la montaña y no puede alcanzar la latitud; está por encima de usted.
Primero tuvimos a Ananías, luego tuvimos a Maquiavelo; el siglo 20 produjo a Frederic A. Cook. Pobre Ananías, ya está en el olvido, y Maquiavelo; tenemos a Frederic A. Cook.
Cook, este negocio suyo y esta invención suya, y esta ejecución suya era tan condenablemente torcida que sé que los hombres que le defendieron lo hicieron con sus pañuelos sobre sus narices, porque hedías, apestabas hasta el cielo.
Quisiera poder hacer con Ud. lo que quisiera, la manera como me siento en cuanto a Ud.; quisiera no estar circunscrito por algunos convencionalismos que pienso que son errores. No creo que deba andar suelto; es peligroso.
Sin duda ya tiene escondidas esas ganancias suyas mal habidas. No veo cómo un hombre vivo que tenga algún aprecio por las normas de decencia u honestidad puede sugerir que deba quedarse con un solo centavo de eso… porque todo centavo del mismo se lo robó a huérfanos, y viudas, y viejos crédulos; personas en la más profunda pobreza; personas ansiosas de ganar dinero suficiente para asegurarse un entierro decente.
Oh Dios, Cook, ¿no tiene para nada algún sentido de decencia, o es su vanidad tan altanera que no responde a lo que deberían ser para Ud. Llamados de decencia? ¿No le acosan por la noche? ¿Puede dormir?
¿De qué sirve hablarle? Su desfachatez, vanidad y descaro son tan monumentales, tan fríos como acero, tan insensibles, tan insolentes a lo que yo tengo que decirle que la única satisfacción que tengo al decirlo es que sé que estoy voceando los sentimientos de la gente decente de Texas sin ninguna duda; aquellos que tienen suficientes sesos como para no caer por lo que algunos de estos necios llaman su personalidad. No sé dónde está. La llaman «personalidad», sea que se trate de una cara de naipes o cara falsa.
Es extraño… que los fiscales me hayan sugerido que no sea demasiado duro con Ud. Es mi disposición y mi aborrecimiento de un pillo como Ud.
Lo asombroso de estos comentarios es que se registraron; tal vez la importancia del juicio hacía obligatorio el registro completo. Sin embargo, cualquiera que ha pasado tiempo en los tribunales, observando procesos, reconocerá la arrogancia, desprecio, y aire de infalibilidad que caracteriza a demasiados jueces humanistas.
Una transcripción fiel de muchos procesos dejaría desconcertada a la mayoría de las personas.
Las afirmaciones del Dr. Cook se han establecido como válidas, pero los libros de texto todavía no lo mencionan como el descubridor del Polo Norte, ni citan sus muchos grandes logros. El doctor Cook cometió el error de superar en logros a Peary, empleado del gobierno federal.
Las vidas de los hermanos Wright se vieron de manera similar amargadas por la indisposición de las autoridades federales de acreditarlos por haber logrado el primer vuelo exitoso de un avión. Los Wright cometieron el error de ser independientes y no parte de ninguna agencia federal ni del mundo académico.
El crédito se le concedió al trabajo de S. P. Langley, empleado federal del personal del Instituto Smithsoniano, y se recurrió al fraude a fin de apuntalar eso. Algunas obras de referencia ahora dan el crédito a Langley, y a los hermanos Wright se les relega a una posición secundaria.
Nada de esto debe sorprendernos. Cuando un estado niega a Dios, niega el principio de la verdad. Inevitablemente se exaltará a sí mismo al lugar de Dios, y luego mentirá para mantener su poder y prestigio.
Los norteamericanos a menudo hallan divertido cuando leen que la Unión Soviética dice que el automóvil, el teléfono y otras invenciones fueron hechas primero por rusos. No hay nada de ilógico en estas afirmaciones, por falsas que sean. Si los Estados Unidos pueden distorsionar la historia para favorecer a empleados federales, ¿por qué la USSR no puede distorsionar la historia para hacer afirmaciones a favor de sus ciudadanos? El objetivo no es la verdad, sino el poder y el prestigio.
La época humanista no está dispuesta a ver sus faltas ni a reconocer sus males radicales. San Alfonso de Liguria era muy aficionado a la música de los salones de música licenciosa de su día en Nápoles. Para disfrutar la música sin tener que ver el escenario, como era miope, recurrió al artificio de quitarse los anteojos tan pronto como se sentaba en un palco bastante lejos del escenario.
La ocurrencia de Alfonso es una importante obsesión en la ideología humanista el humanismo demasiada palabrería ; está resuelta a no ver los errores que revelan la culpa y mal radical de la ideología humanista del humanismo. Está decidida a dar falso testimonio respecto a sí misma. Dará, por consiguiente, mucho más falso testimonio respecto a otros. Sus palabras ociosas pronto serán juzgadas. Sus esperanzas quedarán confundidas.
La ideología humanista el humanismo sueña con la unidad, la unidad del hombre, pero más bien contribuye a la desunión del hombre. San Bernardo de Claraval, en su De consideratione (1152), contrasta la unidad colectiva con la unidad constitutiva. La unidad colectiva se puede obtener amontonando piedras; la unidad constitutiva existe cuando muchos miembros hacen un cuerpo, en donde las cosas o personas son miembros unas de los otras.
La unidad que la ideología humanista el humanismo logra es colectiva, y hace violencia a la verdadera unidad, que es posible solo en Cristo, quien da testimonio de la única verdadera unidad. A menos que Cristo nos alimente, no podemos ser alimentados. Toda palabra de la ideología humanista del humanismo [así es en todo el libro] es una «palabra ociosa».

15. JUICIOS POR ORDALÍA Y LA LEY DE LA NATURALEZA

El juicio por ordalía ha tenido una historia larga e importante en las leyes de muchas naciones; aparecía en las tradiciones primitivas, en las culturas árabes e islámicas, entre babilonios, celtas, chinos, griegos, hindúes, birmanos, iraníes, malasios, romanos, eslavos y teutones. También se usó durante la Edad Media.
Los juicios por ordalía sujetaban al acusado a una prueba física terrible, tal como meter la mano en agua hirviendo, beber veneno, empuñar un hierro candente, y cosas parecidas; la lesión era prueba de culpabilidad. En África occidental la ordalía era el método preferido de juicio.
La ordalía ha tenido oposición. El Corán la prohibía. La ley romana la evadía por entero, aunque persistió entre los romanos. Fue, sin embargo, común entre los celtas, teutones y eslavos, que fueron responsables de su uso en la Edad Media.
La iglesia se opuso a ella; el capítulo 18 del Cuarto Concilio de Letrán de 1215 excluyó al clero de participar en las ordalías. Los reyes normandos de Inglaterra se opusieron fuertemente a ella, y no hay ningún registro de su uso después del reinado de John.

LA ORDALÍA INCLUÍA ESENCIALMENTE UNA CONFIANZA EN LA NATURALEZA COMO NORMATIVA.

La creencia era que la prueba o juicio resultaría en la vindicación del inocente de parte de la naturaleza y su rechazo del culpable. La prueba o juicio era a veces psicológicamente válida. Por ejemplo, algunas tribus africanas favorecen la ordalía del veneno; el inocente, confiado en la absolución, vomita al instante el desagradable veneno, en tanto que el culpable, tenso y temeroso, es incapaz de vomitarlo y muere. La ordalía, pues, ha tenido un historial de éxito limitado.
Su premisa básica, sin embargo, es deleznable, y sus principales resultados por necesidad también han sido inválidos. La historia de tales injusticias es muy larga, pero eso no es nuestra preocupación. La cuestión es, más bien, ¿tiene la ordalía algún lugar en la ley bíblica?
El único pasaje en las Escrituras que parece indicar algún tipo de prueba por ordalía es la prueba de celos, Números 5:11-31. Kelsen ha sido salvaje en su denuncia de esta ley como «altamente repulsiva». Selbie, por otro lado, reconoce que había una diferencia aquí: «Es evidente que la eficacia de la ordalía descrita se considera como debido por entero a la intervención divina; los ingredientes empleados son inocuos».
Ese es el asunto. La prueba por ordalía requiere que la naturaleza libre a la parte inocente mediante una intervención milagrosa; la naturaleza es normativa, y la ley de la naturaleza perfecta, según la prueba por ordalía. Como resultado, el acusado toma el veneno, o mete su mano en agua hirviendo, suponiendo que la naturaleza protegerá al inocente.
En la ley bíblica de los celos, no es la naturaleza sino Dios el juez. Se traga agua y polvo santos, ingredientes que no es probable que hagan daño. El agua y el polvo del santuario representan la santidad de Dios. El castigo de la transgresión de la mujer (o sea, su pecado sexual) eran serias dolencias en sus órganos reproductivos; si era inocente, era bendecida con la fertilidad.
Este ritual se usaba cuando faltaba por entero toda otra evidencia de adulterio, pero la sospecha subsistía. Esta ley se relaciona con Deuteronomio 22: 13-21, y el castigo para el esposo era el mismo. Podría haber alguna evidencia en el significado de la palabra hebrea que se traduce «amargas», que implicaba «un potencial efecto fatal del agua».
De interés también es el hecho de descubrir la cabeza de la mujer durante el rito (Nm 5: 18), y «no solo la remoción de la cubierta de su cabeza, sino también soltar y desarreglar el pelo. (Comp. 1ª Co 11: 5-10)».
Durante la prueba, se le quitaban las marcas de su sumisión a su esposo y a la debida autoridad, para simbolizar las implicaciones de la prueba. Si ella era inocente, y los celos de su esposo falsamente le habían negado la autoridad y protección debida, ella era restaurada permanentemente a la autoridad y respaldo del esposo sin ningún derecho de divorcio para él (Dt 22: 19).
Debido a que el adulterio incluye más que relaciones entre un hombre y una mujer, la prueba no limita la cuestión al marido y la mujer. El marido debía llevar una ofrenda, y la mujer sostener la ofrenda durante una porción de la prueba (Nm 5: 25), para significar el hecho de que tanto el adulterio como los celos falsos transgredían el orden de Dios.
Para volver al contraste entre la ordalía y esta ley bíblica: en la ordalía, la naturaleza es normativa, no caída, inocente, y por consiguiente el malhechor es rechazado. En la ley bíblica, el hombre y la naturaleza por igual son caídos y por consiguiente no son normativos, sino más bien están bajo juicio. Solo la directa intervención de Dios hace eficaz la prueba de los celos.
Para la ordalía, la naturaleza es la fuente de la ley, debido a que la ley es un producto de la naturaleza, y por consiguiente ineludible en toda confrontación con la naturaleza. (La doctrina de la justicia poética se relaciona con este concepto de la ordalía y es una versión sofisticada de la misma).
En esta perspectiva, el juicio viene de la naturaleza, y la naturaleza en última instancia corregirá todo mal.
La ordalía en su mayor parte desapareció de Europa durante la Edad Media, pero no la fe que la respaldaba. El concepto de ley natural sucedió a la ordalía como representante de esta fe en la naturaleza. A su vez, el concepto de la ley natural ha dado paso al positivismo en la ley, que ve al estado como la fuente de la ley y por consiguiente normativo.
En términos de la ley bíblica, la ordalía no tiene lugar y es por entero ajena a su declaración de la soberanía de Dios. La Biblia no tiene términos como «naturaleza». No es la naturaleza sino Dios la fuente de todo fenómeno natural. «Naturaleza» es solo un nombre colectivo de una realidad no colectivizada; el mito de la naturaleza es producto de la filosofía helénica.
Si la naturaleza es normativa, también el hombre, como parte del mundo de la naturaleza, se vuelve normativo porque es «natural». Esto es fundamental para Rousseau y el existencialismo, y para la creencia en la democracia, la divinidad del hombre común. Hay una creencia ampliamente extendida entre muchos, de que están calificados para actuar como agencias de juicio precisamente porque representan a los estratos más bajos de la sociedad.
Los universitarios, debido a que son jóvenes, creen que poseen una sabiduría fresca y especial para abordar los asuntos. Los negros, debido a que están abajo en la escala social, cada vez se permean más de este misticismo de la naturaleza y primitivismo. Los obreros comunes a menudo se convencen de que solo ellos saben cómo se deben dirigir las cosas.
El 4 de junio de 1970 el conductor de un camión de panadería en Arizona secuestró un avión y exigió 100 millones de dólares como rescate antes de que el FBI lograra arrestarlo. Su actitud después del arresto se describió como arrogante y de desplante. Este camionero desempleado, antes de su arresto, envió por radio este mensaje al presidente Nixon y al Departamento de Estado: «Ustedes no saben cómo contar dinero y ni siquiera saben las reglas de la ley».
Estas palabras sobre «las reglas de la ley» procedían de un hombre que amenazaba matar a los pasajeros y la tripulación, y que ya estaba robando y secuestrando. Este hombre de 49 años había perdido su trabajo siete años atrás.
Entabló pleito contra el sindicato de camioneros cuando éste no quiso respaldarlo en una disputa contra su empleador. Vern Case, secretario- tesorero de la Sección Local 274 de los camioneros, dijo que los problemas de B habían surgido de que creía que «era el único que sabía cómo debía marchar la compañía».
Su esposa lo defendió diciendo: «Es un hombre que cree en su país. Cree en aquello por lo que luchó en la Segunda Guerra Mundial, y ahora miren lo que le han hecho». No hay un sentido de culpabilidad expresado aquí, sino más bien una creencia en la «verdad» del hombre común y su opinión. El trasfondo de este pensamiento es la aceptación de la naturaleza como normativa.
La perspectiva bíblica y la ley bíblica niegan que la naturaleza o el hombre sean normativos. No hay que confiar ni en el hombre común, ni en ninguna aristocracia, ni en ningún intelectual.
Todos sin excepción han pecado, y todos por igual están bajo el juicio de Dios a menos que sean regenerados en Cristo (Ro 3: 9-18). No es normativo el hombre, sino Dios y la ley de Dios, y su ley debe ser el criterio del juicio. La prueba de los celos era una ley que se pronunciaba contra el principio mismo de la ordalía.
Un libro del Talmud, Sotaj, se dedica extensamente a la prueba de los celos.
La prueba era eficaz solo cuando el esposo era inocente, y la prueba fue abolida en el siglo 1 d.C., porque el adulterio por parte de los hombres se había hecho muy común. La prueba era nula si el esposo cohabitaba con su esposa después de hacerse la acusación y antes de la prueba.
Algunos comentaristas rabínicos han visto una referencia a esta ley en el Salmo 109:18. Sotaj deja en claro que se requieren más que celos para empezar el juicio. La esposa tenía que tener un historial de asociación demasiado íntima con otro hombre; el esposo tenía que darle una advertencia contra eso.
La cuestión entonces era referente a una situación real; ¿eran esas relaciones inocentes o no? ¿Estaba el esposo siendo injusto, o tenían base sus sospechas? En tales casos, no había testigos de nada mal hecho, y los sentimientos del esposo eran una base insuficiente; la relación que existía, inocente o no, era la base de la queja.
Los rabinos relacionaron el adulterio y la difamación con un espíritu altanero.
Un rabino declaró:
De todo hombre en el que haya altanería de espíritu, el Santo, bendito sea, declara: Él y yo no podemos morar en el mundo; como se dijo: Al que solapadamente
infama a su prójimo, yo lo destruiré; No sufriré al de ojos altaneros y de corazón vanidoso (Sal 101: 5). Hay algunos que aplican esta enseñanza a los que dicen difamación; como si se dijera: «Al que solapadamente infama a su prójimo, a él destruiré».
La prueba de celos era, pues, radicalmente diferente a la ordalía y en contraste directo con ella. Es la peor clase de falso testimonio que un erudito como Banks diga de Números 5: 11-31, la ley de los celos, que «la práctica subsiguiente de ordalías en Occidente se basaba en la institución del AT». Cuando se ignora el trasfondo de las pruebas por ordalías paganas en Europa, y se dice que el origen de la ordalía es la ley bíblica, la hostilidad radical que existe contra Dios y su Palabra se justifica.
Según E. B. Tylor, la ordalía en ciertos casos «está vinculada estrechamente con los juramentos, así que los dos se hacen sombra». Hay cierta verdad en eso.
Tanto la ordalía como el juramento invocan una maldición o una bendición, dependiendo de la veracidad de la persona bajo juramento. El juramento, sin embargo, le reserva el juicio definitivo a Dios, o a sus tribunales de justicia cuando se descubra el perjurio, en tanto que la ordalía sostenía que la naturaleza de inmediato confirmaba la verdad o falsedad de un juramento en una demanda por juicio respecto a alguna acusación.
Hay, pues, una similitud muy real y una diferencia marcada. El juramento en términos de la Ley bíblica presupone el veredicto definitivo e infalible de Dios. El juramento y la ordalía de la ley pagana presuponen un tribunal de la naturaleza inmediato e infalible. Los dos en este sentido se excluyen mutuamente y están en contradicción radical.
Una palabra final sobre la ley de los celos. Un comentario interesante en Sotaj deja en claro que la prueba no daba resultado, ni ocurría intervención natural de Dios, cuando el hombre no estaba libre de iniquidad. En ese caso «el agua no demostraba nada en cuanto a su esposa».
La base de esto se halla en las Escrituras, Oseas 4:14: «No castigaré a vuestras hijas cuando forniquen, ni a vuestras nueras cuando adulteren; porque ellos mismos se van con rameras, y con malas mujeres sacrifican; por tanto, el pueblo sin entendimiento caerá». Su destino era entonces el castigo.

16. LOS JUECES

En todo orden civil uno de los cargos más importantes es el del juez. Los tribunales no pueden representar ninguna justicia verdadera si el juez y su cargo son defectuosos por naturaleza y autoridad. Para que un orden social prospere y dé a su pueblo estabilidad y paz, es necesario;
Primero, que el estado requiera que todas las personas con quejas serias las lleven a los tribunales. No se puede permitir que los hombres tomen la justicia en su propia mano. Aunque la ciudadanía es importante y básica para la ejecución de la ley y la justicia, no puede identificarse ella misma con la ley sin destruir la ley. La ley trasciende a las personas, y la ley requiere una agencia separada del pueblo e inmune a sus sentimientos parciales y personales.
Segundo, los tribunales deben tener el poder del estado para imponer sus decretos, o de otra manera prevalecería la anarquía. Toda decisión de un tribunal no gustará por lo menos a una parte. Aunque los tribunales nunca serán infalibles, se debe proteger la decisión del tribunal, y la apelación contra esa decisión se debe hacer dentro de la estructura de los tribunales, y no fuera ni en contra de ellas, porque si no prevalece la anarquía.
Tercero, la corte debe representar un concepto trascendental de ley y justicia, un estándar más allá del hombre y por encima del hombre, una estructura legal derivada de Dios, aunque defectuosamente. El concepto general de un tribunal y un juez implica trascendencia; para obtener justicia, se requiere algo más que la victoria del más poderoso litigante o parte.
Si el juez y la corte representan a un partido o idea política, o a una clase o casta, en lugar de tener la trascendencia que un tribunal requiere, exageran el mal original complicándolo. Si un hombre, clase o grupo, malos y poderosos, pueden expulsar de su propiedad a un inocente, o de alguna manera abusar de él, el mal se aumenta si pueden conseguir que el estado los ayude en su robo.
La justicia entonces se vuelve más difícil. De modo similar, si en una democracia las masas de los pobres pueden usar los tribunales para defraudar a los prósperos, la justicia de nuevo se hace más remota en esa sociedad.
Un tribunal debe trascender las pasiones del día. Debe representar orden legal que juzgue a todo el orden social, y esto es posible solo si los jueces representan a Dios, y no al pueblo o al estado.
Esto significa, cuarto, que la elección o selección de los jueces no es lo que de veras importa, sino su carácter y fe, y el carácter y fe de la ciudadanía en general.
En los Estados Unidos a los jueces federales por lo general los nombran, y a los jueces estatales por lo general se les elige. Ambos métodos han producido su cuota de jueces superiores y jueces degenerados; el método de selección no tiene la culpa y básicamente no importa. El problema han sido los estándares religiosos del día.
Si una fe fuerte ha caracterizado al orden social, los jueces por lo general han sido hombres superiores; si el relativismo y el pragmatismo prevalecen, los tribunales y los jueces lo han reflejado. La calidad de los jueces y los tribunales no es producto de la metodología.
La institución de cortes graduadas en Israel fue pragmática; fue el consejo sabio de Jetro, destinado a aliviar a Moisés de la presión de los casos (Éx 18: 13-16).
Los tribunales de diferentes niveles debían gobernar a decenas, cientos y miles en Israel (Éx 18: 21). La referencia a esta estructura decimal, y la unidad básica de diez, muchos dan por sentado que se refiere a diez hombres. Como la estructura gubernamental básica de Israel era por familias (y luego por tribus de familias), es seguro concluir que los diez se refieren a diez familias.
Por cada diez familias se nombró a un juez para que tratara con los asuntos menores y refirieran otros casos a una jurisdicción más alta.
Moisés dejó en claro el propósito de los tribunales: «Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes» (Éx 18: 15, 16). En esto hace eco del propósito de Dios (Dt 16: 18). Ya nos hemos referido previamente al
Pentecostés civil, por el que Dios llenó a los funcionarios civiles de Israel con su Espíritu, para significar que eran profetas de Dios, llamados a hablar por Dios en el ministerio de impartir justicia (Nm 11: 16).
Toda reforma en Israel incluyó en parte un retorno a la naturaleza profética del cargo civil. Fue una conciencia de este hecho lo que condujo a los reformadores protestantes, así como a los reformadores medievales de la iglesia, a atender su llamado a la reforma de la misma y del estado. Es una herejía moderna que un país pueda tener un «avivamiento» sin una reforma del estado y de la iglesia.
Las reformas de Josafat incluyeron precisamente tal paso. Después que Josafat se hubo aliado con Acab, buscando por coalición fortalecerse contra Siria, un profeta lo reprendió. Jehú hijo de Hanani el vidente, declaró: «¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová? Pues ha salido de la presencia de Jehová ira contra ti por esto» (2ª Cr 19: 2).
Al reconocer que la única verdadera defensa no está en una alianza impía, sino más bien en la fe y la justicia, Josafat reformó los tribunales, e instruyó a los jueces: «Mirad lo que hacéis; porque no juzgáis en lugar de hombre, sino en lugar de Jehová, el cual está con vosotros cuando juzgáis. Sea, pues, con vosotros el temor de Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro Dios no hay injusticia, ni acepción de personas, ni admisión de cohecho» (2ª Cr 19: 6, 7).
El cargo de juez, pues, es un oficio teocrático; el ministro declara la palabra; el juez la aplica a los conflictos de la vida. Si el juez representa a una clase o partido y no a Dios y su Ley, se introduce una perversión radical de justicia en la vida de la nación.
Debido a que el hombre es pecador, incluso el más santo de los jueces será falible y puede errar, pero, en virtud de su fe, será guiado por la Palabra y Ley de Dios y su Espíritu Santo. El juez impío, como no tiene tal estándar, por supuesto será parcial; representará a una facción o clase.
El que acepte soborno es lógico, aunque es un mal; está allí para representar el poder humano, y no la ley de Dios y su justicia. Entonces, en términos de la ley bíblica, aunque es una transgresión que el juez acepte soborno, no es transgresión que el hombre soborne al juez. El juez peca contra su cargo; el hombre que lo soborna encara la situación de manera realista. Si un pedazo de carne lanzado a un perro que ladra y peligroso permite que el hombre pase con seguridad, este lanzará la carne y librará su persona.
Al juez santo se le advierte contra el cohecho, el perjurio y la aplicación errada de la justicia (Éx 23: 6-8; Lv 19: 15; 24: 22; Dt 1: 12-18; 16: 18-20; 25: 1; 27: 25).
Es solo de manera secundaria oficial del estado; es antes que nada un funcionario de Dios. Si el juez no representa el orden legal de Dios, en última instancia es un esbirro y sicario político cuyo trabajo es mantener a la gente en línea, proteger a la clase dominante y, en el proceso, acojinar su propio nido. A los jueces injustos hay que temerlos y aborrecerlos; representan una forma de mal particularmente terrible y horrible, y su abuso del cargo es un cáncer mortal en toda sociedad.

17. LA RESPONSABILIDAD DE LOS JUECES Y LOS GOBERNANTES

Una promesa básica de la ley bíblica aparece en una ley de importancia central. Según Deuteronomio 21: 1-9, es responsabilidad de los jueces y gobernantes corregir todo mal, sea que se localice o no al culpable:
Si en la tierra que Jehová tu Dios te da para que la poseas, fuere hallado alguien muerto, tendido en el campo, y no se supiere quién lo mató, entonces tus ancianos y tus jueces saldrán y medirán la distancia hasta las ciudades que están alrededor del muerto. Y los ancianos de la ciudad más cercana al lugar donde fuere hallado el muerto, tomarán de las vacas una becerra que no haya trabajado, que no haya llevado yugo; y los ancianos de aquella ciudad traerán la becerra a un valle escabroso, que nunca haya sido arado ni sembrado, y quebrarán la cerviz de la becerra allí en el valle.
Entonces vendrán los sacerdotes hijos de Leví, porque a ellos escogió Jehová tu Dios para que le sirvan, y para bendecir en el nombre de Jehová; y por la palabra de ellos se decidirá toda disputa y toda ofensa. Y todos los ancianos de la ciudad más cercana al lugar donde fuere hallado el muerto lavarán sus manos sobre la becerra cuya cerviz fue quebrada en el valle; y protestarán y dirán: Nuestras manos no han derramado esta sangre, ni nuestros ojos lo han visto.
Perdona a tu pueblo Israel, al cual redimiste, oh Jehová; y no culpes de sangre inocente a tu pueblo Israel. Y la sangre les será perdonada. Y tú quitarás la culpa de la sangre inocente de en medio de ti, cuando hicieres lo que es recto ante los ojos de Jehová.
Las observaciones de algunos comentaristas respecto a los detalles de esta ley son de interés:
El sacrificio del animal no era un sacrificio expiatorio, y en consecuencia no había degollamiento y rociamiento de sangre; pero el modo en que lo mataban, desnucándolo (Éx 13: 13), era una aplicación simbólica del castigo que debería haber recibido el homicida al animal vicario. Si se descubría al homicida más tarde, la pena de muerte que se había infringido vicariamente al animal, porque no se había podido hallar al criminal mismo, de todas formas se le aplicaría a él1.
Según Manley:
El sexto mandamiento enseñó que la vida humana era sagrada, y ahora Moisés dicta que se debe hacer expiación por el homicidio.
Rashi comenta:
«Una becerra de un año que no había dado fruto, debía venir y ser desnucada en un lugar que no rendía fruto, para expiar por el homicidio de un hombre que no logró llevar fruto». Las ideas de expiación y limpieza se combinan, y ambas señalan al Calvario (He 9: 13).
Al analizar las implicaciones de esta ley, ciertas cosas aparecen y son de importancia particular. Primero, que toda la comunidad tiene la responsabilidad de corregir los males cometidos dentro de su jurisdicción. Éste es un aspecto del poder policial de la ciudadanía. Como Wright anotara:
El crimen no es un simple asunto privado entre individuos. La comunidad entera lleva la responsabilidad y como también el homicida desconocido. Es necesario, por consiguiente, que la comunidad reconozca el hecho y actúe para conseguir el perdón divino.
Segundo, si la comunidad no puede ubicar al culpable, debe dar pasos para corregir el mal de todas maneras o si no, se vuelve culpable, junto con sus tribunales y gobernantes. El asunto de la ceremonia es: «Quitarás la culpa de la sangre inocente de en medio de ti» (Dt 21: 9). En este sentido solo hay culpa colectiva.
Sin embargo, los que no procuran instituir el requisito de Dios de restitución son culpables como individuos, aunque sumen millones, en tanto que los que defienden el principio de restitución son absueltos de la culpa individual. La culpa colectiva es esencialmente individual. Hay, sin embargo, un juicio sobre la nación o comunidad por la mano de Dios.
Tercero, esta es una ley consuetudinaria, y se debe entender según su principio básico: la restitución. Esta ley afirma que se debe expiar el crimen y corregir el mal. Es con Dios con quien se debe tratar y luego se debe tratar con el hombre; el principio de restitución es total y requiere restitución en todo aspecto. La muerte simbólica del homicida quiere decir que la comunidad cree que la restauración del verdadero orden es obligatoria.
Esto nos lleva al principio de restitución por el asesinato. Hemos estudiado previamente la restitución desde varias perspectivas; ahora es necesario ver otra implicación. Un aspecto de la ley de restitución por el asesinato es la pena capital.
Otro aspecto es la compensación monetaria, que aparece en Éxodo 21: 30-32. La propiedad personal del asesino se puede incautar (pero no la de su esposa) para venderla a fin de compensar a los parientes del fallecido. La historia de la ley bíblica y su uso en la Historia deja en claro que un crimen podía tener una doble pena, debido a sus implicaciones.
En las cortes medievales, el no pagar una deuda contraída resultaba no solo en que se exigiera el pago, sino en el castigo por perjurio que imponía el tribunal, puesto que el incumplimiento del contrato equivalía a un falso testimonio.
Cuando la sociedad arresta al criminal, es obligación ante Dios requerir restitución; en donde no se arresta al criminal, el deber de hacer restitución sigue vigente. El estado debe hacer restitución en todos esos casos tomando de un fondo especial para ese propósito, bien sea del fondos de impuestos o de multas acumuladas para tal causa.
Se ve claro que el propósito de Dios es que se corrija todo mal. Cuando no se pueda arrestar al criminal, el estado o la comunidad deben hacer expiación y restitución.
El significado de la expiación es restitución; expiación implica restitución en un sentido más total, en relación con Dios y con la totalidad de la realidad de Dios.
Este principio en efecto se incorporó a la ley de Occidente. Waller, escribiendo con la Gran Bretaña en mente, escribió:
Es asombroso que en nuestro propio tiempo el remedio más efectivo contra atrocidades cuyos perpetradores no se puedan descubrir es una multa al distrito en que ocurren.
La ausencia de una ley así ha hecho de muchos condados de los Estados Unidos áreas lucrativas de la criminalidad. El asesinato, el robo y una gama de delitos florecen en estas áreas para lucro de funcionarios y hombres de negocios corruptos, y sin ningún castigo de ninguna ley de restitución. Tal ley pronto llevaría a un espanto moral pragmático.
La presente alianza de los tribunales, los funcionarios públicos y los hombres de negocios para tolerar el delito porque es lucrativo no puede existir donde siempre se requiera restitución.
Cuarto, la presencia de los sacerdotes en los tribunales se debe notar. Josefo registró el hecho de que a todos los tribunales eran asignados regularmente levitas, como parte de los requisitos implícitos de la ley mosaica:
Que haya siete hombres para juzgar en toda ciudad, y estos tales que hayan sido de lo más celosos en el ejercicio de la virtud y rectitud. Que todo juez tenga dos funcionarios asignados a él de la tribu de Leví. Que los que sean escogidos para juzgar en las varias ciudades sean tenidos en gran honor; y que a nadie se le permita insultar a los demás cuando estos estén presentes, ni portarse ellos mismos de una manera insolente con ellos; es natural que la reverencia a estos que están en cargos altos entre los hombres recabe el temor de los hombres y reverencia hacia Dios.
Que a los que juzgan se les permita determinar según lo que piensan que es correcto, a menos que uno pueda mostrar que han recibido sobornos para perversión de la justicia, o pueda alegar cualquier otra acusación contra ellos por la que parezca que han dictado una sentencia injusta; porque no es apropiado que se determinen las causas abiertamente por consideración a ganancia o a la dignidad de los litigantes, sino que los jueces deben estimar lo que es justo antes que todo lo demás; de otra manera Dios será por lo mismo insultado, y estimado inferior a aquellos por temor a cuyo poder se ha dictado la sentencia injusta; porque la justicia es el poder de Dios.
Por consiguiente, el que gratifica a los de gran dignidad los supone más potentes que Dios mismo. Pero si estos jueces no pueden dictar una sentencia justa en las causas que llegan ante ellos (caso que no es infrecuente en asuntos humanos), que envíen la causa indeterminada a la ciudad santa, y allí permitan que el sumo sacerdote, el profeta y el sanedrín determinen lo que consideren bien.
En la determinación y aplicación de la ley, aquellos levitas eran autoritativos; los jueces civiles lidiaban con la culpa del criminal y la evidencia presentada; los levitas, con la naturaleza específica y la aplicación de la ley.
Y por su palabra se juzgará toda controversia y todo golpe; literalmente, y en su boca estará todo conflicto y todo golpe, o sea, que por su juicio se determinará el carácter de la acción, y tal como decidan quedará el asunto (cap. 10: 8; 17: 8). En ese caso la presencia de los sacerdotes en la transacción la sancionaba como válida.
Quinto, con respecto al juicio por celos vimos que, según Oseas 4: 14, cuando la culpa se hacía prevalente, el juicio específico de Dios de las esposas culpables se reemplaza con un juicio general. La ceremonia de romperle el cuello a la becerra terminó casi al mismo tiempo como la prueba por celos, en el primer siglo d.C.
El Talmud dice:
Nuestros rabinos enseñaban: Cuando los asesinos se multiplicaron, la ceremonia de quebrar el cuello a la becerra se descontinuó, porque solo se la realizaba en caso de duda; pero cuando los asesinos se multiplicaron abiertamente, la ceremonia de quebrar el cuello a la becerra se descontinuó.

EN TODA CULTURA, EN QUE EL JUICIO ESPECÍFICO FRACASA, SIGUE EL JUICIO GENERAL.

El juicio es ineludible donde hay delitos. Si no se lleva al ofensor ante los tribunales y se le exige que haga restitución, el orden civil debe hacer restitución. Las justas demandas de expiación de Dios, el gran Señor y Dueño de todos los hombres y toda la tierra, y las justas demandas de los hombres perjudicados se deben atender. Si no se atienden, el castigo de Dios caerá a la postre sobre todo el orden social.
La expiación de Cristo ante Dios es su gesto de restitución por Su nueva Humanidad.
Por su obediencia perfecta a la ley de Dios, y su muerte vicaria por los elegidos, Jesús hizo restitución por su pueblo. Los que son de la raza del Señor, la nueva humanidad, harán restitución entre sí como respuesta a la gracia de Dios.
Los que no tienen la expiación ante Dios que hizo Jesucristo no harán expiación hacia los hombres.
Las iglesias que solo de nombre son cristianas no predicarán la restitución, ni tampoco corregirán los males. Su respuesta a sus problemas es pragmática. Si los oficiales laicos andan mal moralmente pero son personas importantes, se traslada al pastor para evitar conflictos.
Si el pastor es culpable moralmente o inepto para el ministerio, se le traslada con demasiada frecuencia y con muy poca frecuencia se le despide. Por lo general el objetivo no es la restitución, sino la seguridad institucional.

18. EL TRIBUNAL

La ley de expiación por todos los delitos (Dt 21: 1-9) deja en claro la participación de un levita (o sea, un experto en la ley de Dios, un teólogo) en los tribunales civiles. Josefo confirma el hecho de que la historia de Israel se caracterizó por este hecho: que un tribunal es un establecimiento religioso. La presencia de los sacerdotes o levitas no significaba una confusión de iglesia y estado; era más bien la compenetración total de la iglesia y el estado, así como también de toda otra institución, por la autoridad de la palabra de Dios.
Los levitas en cuestión eran expertos en la ley de Dios, abogados. La referencia frecuente a abogados en el Nuevo Testamento era precisamente a estos expertos que eran miembros de los tribunales. La ley requería esto:
Cuando alguna cosa te fuere difícil en el juicio, entre una clase de homicidio y otra, entre una clase de derecho legal y otra, y entre una clase de herida y otra, en negocios de litigio en tus ciudades; entonces te levantarás y recurrirás al lugar que Jehová tu Dios escogiere; y vendrás a los sacerdotes levitas, y al juez que hubiere en aquellos días, y preguntarás; y ellos te enseñarán la sentencia del juicio.
Y harás según la sentencia que te indiquen los del lugar que Jehová escogiere, y cuidarás de hacer según todo lo que te manifiesten. Según la ley que te enseñen, y según el juicio que te digan, harás; no te apartarás ni a diestra ni a siniestra de la sentencia que te declaren (Dt 17: 8-11).
El comentario de Waller sobre eso es extremadamente importante:
No se observa con suficiencia que esto define la relación entre la iglesia y la Biblia desde el tiempo en que la ley fue dada a la iglesia, y que la relación entre la iglesia y la Biblia es la misma hasta hoy. La única autoridad por la que la iglesia (de Israel, o de Cristo) puede «atar» o «desatar» es la ley escrita de Dios. El atar (o prohibir) o desatar (o permitir) de los rabinos la autoridad que nuestro Señor le comisionó a su iglesia fue solo la aplicación de su palabra escrita.
Los rabinos reconocen esta forma de un extremo del Talmud al otro por la apelación a las Escrituras que se hace en toda página, y a veces en casi cada renglón. La aplicación a menudo es forzada o peregrina; pero esto no altera el principio. La palabra escrita es la cadena que ata. Tampoco la relación fluctuante entre la autoridad ejecutiva y legislativa altera el principio.
La referencia de nuestro Señor era entonces claramente a esta ley cuando habló de atar y desatar:
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella (Mt 16: 17, 18).
De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo (Mt 18: 18).
No es nuestro propósito hablar aquí de la doctrina de la iglesia, pero está por lo menos claro que «las llaves del reino» son inseparables de la ley, y la declaración fiel de la ley. Se puede decir, en verdad, que «las llaves del reino» que atan y desatan son la ley; a la iglesia, por haber sido constituida como el nuevo Israel de Dios, el nuevo pueblo del pacto, le fue dada la ley como medio civil y eclesiástico de gobernar al nuevo Israel.
Las llaves no son un poder episcopal ni papal per se, ni una interpretación privada; son la ley como el único instrumento del verdadero poder bajo Dios para condenar y absolver, atar o desatar. Es la ley de Dios, no la iglesia, lo que ata o suelta a los hombres, y solo conforme la iglesia declara fielmente la ley que hay algún verdadero atar o desatar. Siempre que la iglesia intenta atar o desatar la conciencia y conducta de los hombres aparte de la Palabra de Dios, se ata a sí misma, es decir, ella misma se pone bajo condenación.
De igual manera el estado no puede atar o desatar a los hombres aparte de la Ley y Palabra de Dios, y el estado necesita la exposición de esa ley de parte de la iglesia y de teólogos al servicio del estado. La Confesión de Westminster declaraba, en el capítulo 31, 5:
Los sínodos y los concilios no deben tratar ni decidir más que lo que es eclesiástico, y no deben entrometerse en los asuntos civiles que conciernen al estado, sino únicamente por medio de petición humilde en casos extraordinarios; o por medio de consejo para satisfacer la conciencia, si para ello son solicitados por el magistrado civil.
Esto es válido para la Iglesia; no se aplica al maestro religioso, que puede ser un servidor o administrador en la iglesia, estado o escuela, y tiene la obligación de exponer con claridad la Ley y Palabra de Dios.
Todo tribunal, debido a que se ocupa ineludiblemente de la ley, es un establecimiento religioso. Un establecimiento religioso requiere educación religiosa.
La educación dentro de un estado enseñará la religión del estado o de lo contrario el estado será revolucionado. El establecimiento de escuelas controladas por el gobierno en los Estados Unidos, en un movimiento encabezado por dos unitarios, Horace Mann y James G. Carter, fue el principio de una importante revolución religiosa y legal en los Estados Unidos.
Las cortes, precisamente debido a su importancia en la vida de una nación, deben en particular estar informadas de la naturaleza de la Ley y Palabra de Dios. La capacitación legal es una forma de entrenamiento teológico, y las escuelas de leyes modernas son establecimientos religiosos humanistas. En términos de la ley bíblica, los tribunales y los jueces deben estar informados de la ley de Dios, tanto en su educación como en su operación.
La expresión «entre una clase de homicidio y otra» de Deuteronomio 17: 8 se refiere a una decisión entre asesinato y homicidio. «Una clase de derecho legal y otra» se refiere a un tipo de alegato de derecho en comparación con otro. «Una clase de herida y otra», se refiere a diferentes lesiones corporales; «negocios de litigio en tus ciudades», quiere decir asuntos de controversia dentro de la comunidad.
En estas cuestiones muy prácticas de ley y de la aplicación de la ley, la autoridad máxima que ata o desata es la Palabra y Ley de Dios. Esta ley debe gobernar al tribunal, y la corte debe por lo menos cimentarse bien en ella.
Ni la iglesia ni el estado pueden atar o desatar si no se adhieren a la ley de Dios como la única fuente para atar y desatar, condenar y absolver. En toda cultura, el verdadero dios de ese sistema es la fuente de la ley, y si la iglesia o el estado, o cualquier otra agencia, funcionan como creadores de la ley, y dictan leyes sin ninguna base trascendental, se han convertido en dioses. Su derecho a mandar desaparece.
Para el pueblo de Dios que está bajo su jurisdicción, las rutas abiertas son:
Primero, la resistencia pacífica, usando los instrumentos de la ley;
Segundo, la emigración a otra iglesia u otro país;
Tercero, obediencia, pero con la plena consciencia de que están obedeciendo como a Dios, para preservar el orden, no al hombre, reconociendo que, aunque los poderes no tienen derecho de ordenar aparte de la palabra de Dios, a veces el deber de obedecer permanece como curso moral, y curso pragmático;
Cuarto, desobediencia como deber moral bajo el liderazgo de la autoridad; tal desobediencia debe ser obediencia consciente a Dios antes que al hombre.
Mientras más un poder se aparta de la ley de Dios, más impotente se vuelve para hacerle frente a los verdaderos delitos, y más severo se vuelve con delitos triviales o con infracciones insulsas de estatutos vacíos que tratan de gobernar sin autoridad moral y sin razón.
En las ciudades principales de los Estados Unidos, sobre todo en la parte oriental, en la década de los ‘60 y a principios de la de los ‘70, se toleraron motines y saqueos extensos pero, al mismo tiempo la policía estaba bajo órdenes de arrestar a los que cometían infracciones de tráfico por las violaciones más insignificantes y triviales.
Las multas eran una rica fuente de dinero para las ciudades casi en bancarrota. Lo atestiguan también las implicaciones del siguiente reportaje desde Washington, D.C., escena de muchas demostraciones flagrantemente inicuas.
«Una docena de policías a pie y montados, y agentes en motocicletas arremetieron contra el grupo y arrestaron a tres. Después de correr a un coche estacionado y caerse, sobre Donohoe se abalanzaron cuatro agentes, uno de los cuales le golpeó con su cachiporra mientras otros policías del parque lo sujetaban contra el suelo». ¿Qué describe esta crónica de este Post de abril de Washington? ¿La policía reaccionando de manera exagerada a manifestantes contra la guerra?
No, describe a la policía del parque federal arrestando a ciudadanos de Washington, D.C. por violar una ordenanza ridícula que prohibía… que se echaran a volar cometas. Para el 19, quince personas habían sido detenidas durante abril por volar cometas.
Cuando la ley en la iglesia, el estado, la escuela o la familia deja de mandar moralmente a los hombres, se destruye, y dos posibilidades quedan entonces.
Una primera consecuencia es la anarquía. No en balde vemos anarquía en la vida familiar, el mundo de los negocios y el estado, y falta de disciplina en las iglesias. Los hombres no obedecen una ley que carece de estructura moral. Muchos hijos se rebelan contra la autoridad paterna, pero demasiados padres, siguiendo la ideología humanista, no tienen base moral para exigir obediencia y solo han trasmitido la anarquía moral a sus hijos.
 La rebelión de la juventud en la segunda mitad del siglo 20 ha sido lógica; se ha basado en premisas morales enseñadas en casa, en la iglesia, el estado y la escuela. Los hogares cristianos que han enviado a sus hijos a las escuelas públicas han negado su fe, y han buscado el anarquismo moral. Este anarquismo moral lo satura todo, incluyendo las empresas y los empleos.
Segundo, la alternativa al anarquismo moral es la coacción desnuda, el uso del terror. Karl Marx no vio lógicamente ninguna filosofía válida excepto el anarquismo; pragmáticamente, reconoció la necesidad de solidaridad y de aquí que favoreció el comunismo.
El marxismo, sin embargo, ha comunicado el anarquismo moral. Como resultado, el curso lógico de un operativo marxista, como Lenin rápidamente se dio cuenta, es la institución del terror. El Terror rojo se volvió un sustituto necesario y aceptado de la fuerza moral.
En ninguna parte debe la autoridad moral ser mayor que en la iglesia. Debido a que a la iglesia se le comisionó enseñar la palabra de Dios, cuando la enseña fielmente su autoridad es muy grande. La disciplina entonces se escribe en el corazón y la médula de las personas. Más de una iglesia la exige; la vida de las personas la produce. En donde la disciplina es permisiva, o se obedece a regañadientes, las personas no son convertidas, o la iglesia es apóstata o irrelevante, y la irrelevancia es una forma de apostasía.
Un tribunal es un establecimiento religioso. Para que funcione, la religión del tribunal también debe ser la religión del pueblo. Si la disciplina moral no está en el corazón del pueblo, ninguna revolución la puede poner allí, ni darla a las cortes. En lugar de la disciplina moral, el resultado es terror. Si los hombres no obedecen a Dios, no obedecerán a los hombres; entonces se requerirá la horca y el arma como instrumentos necesarios de orden.
 Sus protestas contra el nuevo orden que han producido por su iniquidad están tan desprovistas de cimiento moral como el nuevo orden, y menos efectivas. Este nuevo orden tiene entonces solo un destino: matar o que lo maten.

19. LOS PROCEDIMIENTOS JUDICIALES

Los procedimientos judiciales se han estudiado en parte al estudiar las leyes del testimonio y la evidencia. Otros aspectos del procedimiento judicial que deben señalarse son:
Primero, el lugar del tribunal, a las puertas de la ciudad (Dt 21: 19; 22: 15; 25: 7; Am 5: 12, 15; Zac 8: 16), o, en caso de apelación al tribunal supremo, en el salón del juicio del palacio del rey (1ª R 7:7). Simbólicamente, la justicia estaba, pues, a la puerta de la ciudad; simbólicamente también, la justicia, como no tenía nada que ocultar y mucho que ganar al ser pública, era totalmente abierta.

LAS AUDIENCIAS DE UN TRIBUNAL ESTABAN ABIERTAS PARA TODOS.

El concepto de un juicio público, a diferencia del juicio secreto tan común en la antigüedad y en las tiranías, era fundamental para la ley bíblica. La ejecución pública era parte de este mismo principio.
Las ejecuciones secretas o cerradas, promovidas a nombre de la dignidad, son en realidad una señal de estatismo creciente e incipiente tiranía. En última instancia, en un estado tiránico, las muertes no solamente son en secreto, sino que también ni siquiera se informan. En los países en donde el clima no permite juicios públicos al aire libre, los juicios puertas adentro se vuelven necesarios, pero el principio de una audiencia pública se debe retener.
Segundo, no debemos dar por sentado, como la erudición humanista nos quiere hacer creer, que los juicios en las épocas bíblicas eran primitivos y sin registros.
Mucho antes de Moisés, los registros escritos eran obligatorios. Job, que vivió en la era patriarcal, menciona al paso los procedimientos de la corte de su día: ¿Quién hiciera posible que alguien me escuchara?

AQUÍ ESTÁ MI DEFENSA, QUE EL TODOPODEROSO ME RESPONDA.

Que mi oponente escriba en un documento sus acusaciones (Job 31: 35, PDT).
Las acusaciones y registros por escrito fueron, pues, un aspecto temprano de los procedimientos jurídicos que servían para fijar los puntos delicados de evidencia y testimonio.
Tercero, se prohibía el desacato al tribunal (Éx 22: 28), y cuando se producía un rechazo radical de la autoridad del tribunal, se pagaba con la vida (Dt 17:12, 13).
Cuarto, los testigos debían prestar juramento antes de testificar (Éx 22: 10, 11). El juramento era una maldición condicional, con castigos especificados por la violación (Lv 6: 1-7).
Quinto, los casos se podían apelar a los tribunales más altos del país, a Moisés, a los jueces de la nación o al rey (1ª R 3:9). Claro, en la ley bíblica, la función más importante del magistrado o autoridad suprema de la nación era la de ser el tribunal supremo de apelaciones. No podemos entender la grandeza de Salomón y su reino sin reconocer este hecho.
Todo lo que dice 1º Reyes 3: 5-15 es que el joven rey Salomón agradó a Dios al desear, por sobre todo lo demás, ser un juez principal sabio en Israel. Pidió «inteligencia para oír juicio» (1ª R 3: 11). En nuestros tiempos a Salomón lo conocemos mejor por su harén; en su época, fue su capacidad como juez supremo de la nación lo que le ganó el mayor renombre. Su petición a Dios fue precisamente esta:
Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande? (1ª R 3:9).
Educado por el profeta Natán, defensor de la ley, el principal interés de Salomón era la ley, que fue la piedra angular de la grandeza de su reino. Cuando los hombres de hoy piensan en la «sabiduría» de Salomón, convierten el concepto en algo abstracto, académico e intelectualista.
La referencia bíblica a la sabiduría de Salomón se refiere principalmente a su sabiduría como juez, la sabiduría que pidió en oración, y, de manera secundaria, su sabiduría en la administración. Los Proverbios de Salomón son en esencia un comentario práctico de la ley, y esta es su sabiduría.
Salomón, al mostrar una sabiduría santa y práctica como juez en todos los casos que se le presentaron, aseguró por ello que la corte final de apelación en Israel fuera una corte justa. El resultado fue una gran confianza entre el pueblo y una prosperidad bajo condiciones de justicia. La insensatez posterior de Salomón jamás socavó por entero la justicia básica de su reino.
Sexto, aunque se podía detener a alguien en el sabbat (Nm 15: 32-36), los juicios se celebraban solo durante los demás días de la semana. En la ley estadounidense, «a un delincuente no se le puede juzgar y declarar culpable el domingo», aunque puede ser detenido, encarcelado, o exonerado por el magistrado.
Séptimo, el derecho a un juicio pronto, a justicia sin demora, no solo era una característica de las audiencias públicas de tribunal, sino que también lo recalcó Artajerjes en sus órdenes a Esdras como instrumento de administración sana: «Y cualquiera que no cumpliere la ley de tu Dios, y la ley del rey, sea juzgado prontamente, sea a muerte, a destierro, a pena de multa o prisión» (Esd 7: 26).
Esta orden unió la autoridad y ley persa con la ley y la tradición hebrea. (Esta orden persa, citada también en los Apócrifos, 1º Esdras 8: 24, es de interés particular porque cita una forma de castigo ajena a la ley bíblica: el encarcelamiento.
Siguió siendo extraña, aunque la usaron los herodianos. El encarcelamiento de hombres como Juan el Bautista fue en esencia un acto ilegal).
Octavo, puesto que en la ley bíblica la función del estado era ser ministro de justicia, el cargo más alto en el estado era inseparable de la justicia y los tribunales.
La administración, ahora más íntimamente asociada con el oficio más alto de un estado, era entonces una función reservada a funcionarios del rey, miembros del harén, eunucos y otros. Las funciones básicas del líder máximo del país (un juez en la era anterior, y un rey más tarde) era doble: ser líder militar, y ser el juez supremo de la nación.
El oficio militar no era constante; podía delegarse en otros, como en Joab, en el caso de David. El oficio de juez supremo era permanente y más importante para el estado. Esta función del rey era común en los monarcas medievales, y el éxito o fracaso de un rey inglés, por ejemplo, solía depender en gran medida de sus capacidades como juez supremo de la nación. El mismo nombre de las audiencias del rey y sus asociados refleja esta función: corte, y cortesano.
La corte del rey originalmente no era un lugar de espectáculos ni centro de funciones sociales, sino curul de justicia. Cuando las cortes de los reyes empezaron a cambiar para ser exhibiciones de damas, la monarquía estaba en proceso de convertirse en obsoleta.
En cualquier gobierno civil en el que los cargos administrativos adquieren centralidad, un crecimiento del poder centralizado se vuelve ineludible, porque lo que se vuelve primordial para la nación y el Estado no es la justicia para el pueblo, sino el gobierno sobre el pueblo.
Antes de Lincoln, los presidentes americanos no eran tan importantes para la vida del país como han llegado a ser desde entonces, y el crecimiento del poder presidencial ha sido un resultado necesario del aumento de la importancia de la Administración por encima de la justicia.
Antes de Lincoln, los presidentes de los Estados Unidos tendían a considerarse como una variedad de jueces, y los vetos se basaban en consideraciones legales, cuestiones de constitucionalidad, y el cargo de presidente se veía como una agencia de revisión judicial sobre los actos del Congreso.
Una buena parte de la incertidumbre de antes en cuanto al papel de la Corte Suprema de los Estados Unidos se debió al hecho de que el trasfondo histórico veía al magistrado principal como el tribunal supremo de apelaciones por encima de los jueces de los tribunales. El poder del Presidente de perdonar es un rezago de este hecho. Las cuestiones de constitucionalidad al principio las resolvía el presidente Washington, y solo mucho después los tribunales.
Las apelaciones al Presidente para corregir males continuaron por largo tiempo en la historia estadounidense como un eco de su papel indefinido como juez supremo del sistema americano. El papel administrativo tomó precedencia al fin, y unos Estados Unidos de América de un tipo diferente empezaron a tomar forma.
En el Antiguo Testamento Moisés era el juez supremo de Israel. Los líderes tribales eran varios jefes administrativos de la nación; su «unión federal» a las órdenes de Moisés y Josué era en esencia militar y judicial. Estaban bajo una ley, y Moisés era el juez supremo de esa unión federal, así como su comandante supremo.
Las funciones militares Moisés las delegó en Josué; las responsabilidades legales las cumplía él mismo.
Samuel, como juez supremo, anualmente recorría toda la nación (1ª S 7: 16, 17) para hacer justicia al pueblo, para asegurar el derecho de apelación al hacer que la apelación estuviera disponible de inmediato.
Noveno y final, el juez no debía ser un árbitro imparcial, sino un paladín de la ley de Dios, activamente interesado en hacer que la justicia de Dios tuviera que ver en toda situación, «dando la paga al impío, haciendo recaer su proceder sobre su cabeza, y justificando al justo al darle conforme a su justicia» (2ª Cr 6: 23).

20. LOS FALLOS DE LOS TRIBUNALES

Los fallos de los tribunales en la ley bíblica son de dos clases: primero, sobre dinero y propiedad, para hacer restitución, y, segundo, sobre la persona, desde castigo corporal a pena capital. La naturaleza de estos juicios ya se ha explicado.

ES IMPORTANTE RECONOCER QUE EN LA LEY BÍBLICA LOS FALLOS SON FALLOS DE DIOS:

No hagáis distinción de persona en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis; no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios; y la causa que os fuere difícil, la traeréis a mí, y yo la oiré (Dt 1:17).
La tesis aquí es la misma que la de San Pablo en Romanos 13: 1, 4, pero es más específica: el fallo de un tribunal es el fallo de Dios cuando se dicta con fidelidad.
Debido a que el tribunal se identifica tan íntimamente con la actividad de Dios, a los jueces se les menciona como «dioses» en las Escrituras. El Salmo 82: 1 dice:
«Dios está en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga». La Versión
Latinoamericana dice esto: «Se ha puesto Dios de pie en la asamblea divina para dictar sentencia en medio de los dioses». Los jueces, pues, son «la asamblea de Dios», asamblea de hombres que Dios ha llamado a representarlo en la administración de justicia; a través de ellos, Dios dicta fallos o imparte justicia. Luego entonces un aspecto fundamental del orden de Dios, de su reino, debe y puede manifestarse en los tribunales y a través de estos.
Si un tribunal no dicta el fallo de Dios por su apostasía, dicta el fallo del hombre en términos de los principios satánicos de independencia e iniquidad. Cuando los jueces no hacen justicia al débil y al huérfano, al pobre y necesitado, al grande y al pequeño sin favoritismo ni acepción de personas, revelan su ceguera e ignorancia voluntaria. La apostasía de los jueces quiere decir, según la versión Latinoamericana, que «las bases de la tierra se conmueven» (Sal 82: 5).
Los jueces, por su cargo, son hechos dioses e hijos de Dios (Sal 8: 6). Al no dispensar el juicio de Dios, morirán (Sal 82: 7). La súplica de Asaf, frente a los falsos jueces, es esta: «Dios mío, levántate y juzga a la tierra pues todas las naciones son propiedad tuya» (Sal 82: 8, PDT). Jesús, al citar este Salmo, declaró que los jueces eran «aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada)» (Jn 10:35).
En otras palabras, la palabra de Dios fue escrita en gran medida para los jueces; es un libro, entre otras cosas, para la organización de la sociedad civil según la Palabra de Dios.
Es intentar «quebrantar» las Escrituras el negarles su aplicación civil, o el papel de los jueces bajo Dios; y limitar su aplicación a la iglesia y a la piedad puramente personal sin duda es herejía. La prueba de los jueces como hijos de Dios es que hagan la obra de Dios, que dispensen justicia en términos de la Ley y Palabra de Dios.
La prueba de Jesucristo mismo es similar: Él hace la obra que Dios le ordena. «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre» (Jn 10:37-38). En ambos casos, la prueba es la misma.
Un falso Mesías no haría la obra que Dios le ordenaba en su Palabra, la Biblia; como Jesús vino a un cumplimiento perfecto de la palabra profética, Él y ninguno otro era el Mesías de Dios. De modo similar, un juez falso no funciona como hijo de Dios dictando justicia estrictamente en términos de la Ley y Palabra de Dios; en cambio, un juez santo dictará sentencia en términos de la Ley y Palabra de Dios.
Está claro entonces que las Escrituras declaran que los jueces son verdaderos solo si son fieles a la ley de Dios. ¿Qué decir entonces de las palabras de Pablo en Romanos 13: 1-4, que declaran que todas las autoridades civiles son servidores de Dios? La diferencia está entre legitimidad e integridad; un hombre puede ser hijo legítimo de su padre, y ese hecho no se le puede negar, pero puede faltarle la integridad y el respeto que su padre exige; puede, por su carácter, ser un hijo falso.
De modo parecido un juez, un ministro de justicia, o un clérigo, un ministro de gracia, puede ser un oficial legítimo, con pleno derecho a su cargo en términos de todos los requisitos humanos, pero puede ser al mismo tiempo moralmente inepto para el cargo. Dios nos requiere que reconozcamos la legitimidad humana y honremos el cargo si no podemos respetar al hombre; el dictamen más allá de cierto punto está en las manos de Dios. Esto no quiere decir que no se puedan usar medios legítimos de protesta y cambio; en verdad, se deben usar.
La reforma, sin embargo, incluye más que un reconocimiento del mal y un disgusto o aborrecimiento del mismo. Un ataque muy elocuente y muy razonado a la corrupción del gobierno la hizo Al Capone en octubre de 1931, en la revista Liberty. Opinó fuertemente contra el comunismo y la subversión; atacó la mentalidad de dinero fácil y la especulación de la Bolsa de Valores, y la amalgama de compañías débiles en corporaciones grandes que producían mayor caos con su colapso. Capone, que afirmaba que había dado de comer como a 350 000 necesitados al día en Chicago durante el invierno anterior, también condenaba el chanchullo:
«El chanchullo», continuaba, «es conocidísimo en la vida estadounidense hoy. Es una ley en la que no se obedece otra ley. Está socavando a este país.

LOS ABOGADOS HONRADOS EN CUALQUIER CIUDAD SE PUEDEN CONTAR CON LOS DEDOS.

¡Puedo contar los de Chicago en una sola mano!
La virtud, el honor, la verdad, y la ley todas han desaparecido de nuestra vida. Nos las sabemos todas. Nos gusta poder «salirnos con la nuestra».
Y si no podemos ganarnos la vida en alguna profesión honrada, vamos a ganárnosla como sea».
El hogar es nuestro aliado más importante», observaba Capone. «Cuando toda la locura en que el mundo ha estado aminore, nos daremos mucha cuenta de eso, como nación. Mientras más fuertes podamos tener nuestras vidas hogareñas, más fuerte podemos mantener a nuestra nación.» Cuando los enemigos se acercan a nuestras playas las defendemos.
Cuando los enemigos llegan a nuestros hogares los rechazamos a golpes. A los que se meten en el hogar se les debería desvestir, recubrir de alquitrán y plumas, como ejemplos para el resto de su clase».
En el curso de la misma entrevista, Capone predijo que los demócratas ganarían las elecciones de 1932 con «una votación récord», lo mismo con Owen Young que con Roosevelt.
La posición básica de Capone era, pues, a favor de la ley y el orden, siempre que no lo fastidiaran a él. Este es el fracaso de la mayoría de los movimientos de reforma. Se reconoce el mal y hay oposición al mismo en todas partes excepto en nosotros mismos. De aquí que el clamor de los movimientos de reforma política es que se elimine a todos los pillos, excepto a ellos mismos.
Durante el gobierno de Kennedy, una crítica humorística de los críticos de Kennedy tenía bastante de verdad. El crítico típico había asistido a escuelas y colegios públicos montado en un autobús del condado sobre una carretera pública; había asistido a la universidad gracias al Acta de Veteranos de las Fuerzas Armadas, se había comprado una casa con un préstamo de la FHA, había empezado un negocio con un préstamo de la Administración de Pequeños Negocios, había ganado dinero, se había jubilado con una pensión del Seguro Social, y luego se había arrellanado para criticar los programas de beneficencia y exigir que a los gorrones se les pusiera a trabajar.
Según la Ley de Dios, la verdadera reforma empieza con la regeneración y luego la sumisión del creyente a toda la Ley y Palabra de Dios. Los degenerados que pretenden la reforma quieren reformar al mundo empezando con sus opositores, con cualquiera y con todos, excepto ellos mismos. La verdadera reforma empieza con la sumisión de nuestra vida, hogares y profesiones a la Ley y Palabra de Dios.
El mundo entonces se recupera paso a paso conforme los hombres instituyen la verdadera reforma en sus ámbitos. Cualquier otra clase de reforma tiene tanta integridad y valor como las palabras de Al Capone. Podemos aceptar la sinceridad de las palabras de Al Capone; como todos los pecadores, quería un mundo mejor en que vivir, pero no al precio de someterse él al orden legal de Dios.
Los juicios de Dios en su Palabra deben llegar a ser los juicios del pueblo de Dios. Solo en la medida en que un pueblo es llamado de nuevo a Dios y su orden puede esperar los beneficios de ese orden. Según Salomón, «Si no hay visiones el pueblo vive sin freno; ¡feliz el que observa la Ley!» (Pr 29: 18, LAT). Visión se equipara aquí con guardar la ley.
La Ley de Dios es una ley total; no está limitada a un segmento de la creación tal como la vida privada del hombre, su vida eclesiástica o cualquier otra esfera parcial. Así como una reforma no puede venir por un mero cambio de políticos sin un cambio en la vida del pueblo, la reforma no puede venir solo porque el hombre la aplique a un aspecto restringido de la vida.
Cuando los hombres, según la ley de Dios, apliquen los conceptos de Dios en sus hogares, iglesias, escuelas, vocaciones, y en el estado, las cortes también aplicarán los conceptos de la Ley absoluta de Dios.

21. PERFECCIÓN

Una declaración en la ley dice: «Perfecto serás delante de Jehová tu Dios» (Dt 18: 13). Esto se vuelve a enunciar en el Sermón del Monte, cuando Cristo declara:
«Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mt 5: 48).
La ley no nos ordena que hagamos lo que el hombre no puede hacer. ¿Cómo, entonces, debemos entender esta exigencia, y en qué podemos ser perfectos delante del Señor sin dar falso testimonio respecto a nosotros mismos?
Se nos dice que Noé fue «perfecto» (Gn 6: 9), y a Abraham se le llamó a ser perfecto (Gn 17: 1). En el Salmo 37:37 tenemos una referencia al «hombre perfecto» como un hecho de la vida cotidiana. En el Salmo 101: 2, David declaró:
«Entenderé el camino de la perfección. En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa».
Las palabras del Antiguo Testamento que se traducen «perfecto» quieren decir recto, con integridad, intachable, y las palabras del Nuevo Testamento tienen el significado de maduro, completo. Está claro que no habla de impecabilidad. El comentario de Lenski va bien al asunto respecto a la confusión de la «perfección» bíblica con la impecabilidad:
A que se haya traducido «perfecto» se debe en gran parte la idea de impecabilidad absoluta que a menudo se da como significado. y es desdichado que no tengamos un derivado de «meta» adecuado para traducir el griego.
El hecho de que la absoluta impecabilidad no es el pensamiento expresado aquí lo vemos en el v. 6 (de Mateo 5), en donde los discípulos bienaventurados todavía tienen hambre de justicia, y del v. 7, en donde todavía necesitan misericordia y son bienaventurados al obtenerla constantemente.
El perfeccionismo puede imaginar que puede obtener impecabilidad en esta vida; esta meta no la alcanzaremos mientras no entremos en la gloria. 
Igualmente incorrecta es la idea de que en estas exposiciones de la ley Jesús ofrece solo «consejos para los perfectos» que son inalcanzables por parte de los cristianos menores. Cristo no tiene una doble norma. Sus mayores santos se hallan entre los creyentes comunes que por gracia han llegado a ser puros de corazón (v. 8).
Perfección significa rectitud y madurez en términos de una meta o propósito, un fin establecido por Dios. Nuestra madurez en el cielo incluirá impecabilidad, pero nuestra madurez aquí es de un tipo diferente.
En esta vida podemos ser perfectos en el sentido de ser intachables en nuestra fidelidad al propósito de Dios, pero ser intachables no quiere decir estar libres de culpa. G. Campbell Morgan una vez escribió de su experiencia con su hijo menor.
Morgan estaba en los Estados Unidos de América, y le llegó una carta de su hijo, que apenas había aprendido a leer y escribir. La carta, llena de errores, expresaba el cariño del muchacho por su padre, y su deseo de verlo. La carta, anotó Morgan, por supuesto que no estaba sin defectos, pero era intachable. La NVI traduce Deuteronomio 18: 13: «A los ojos del Señor tu Dios serás irreprensible».
Lo que es irreprensible en un niño no lo es en un adulto; la madurez requiere continuo crecimiento hacia el propósito designado por Dios. A mayor responsabilidad, mayor la madurez que se requiere para ser intachable. Lo que un pastor, un médico, juez o un funcionario civil hace, y, en muchos casos, lo que sus esposas hacen, es más importante que lo que otros hagan. Un comentario intachable en otros puede ser un delito serio para ellos.
Para citar un ejemplo: Martha Mitchell, esposa de John Mitchell, Fiscal General de los Estados Unidos, es al parecer una mujer encantadora, inteligente e ingeniosa; tiene por lo general la boca abierta. Sus comentarios repetidas veces se han ganado cobertura noticiosa nacional, y muchos han concordado con ella.
El efecto de sus comentarios en Washington ha servido para ampliar brechas, atizar problemas, y producir una serie de problemas desdichados. Es posible decir, con todo respeto a Marta Mitchell como mujer superior, que ella es culpable, y que ha buscado llamar la atención demasiado a menudo a costo de las políticas del gobierno. Incluso cuando su esposo le ordenó que guardara silencio, se las arregló para estar en las noticias:
Ya hace meses que las declaraciones imprudentes de la dama han estado conspicuamente ausentes en la prensa; en obediencia, sin duda, a una orden del Fiscal General de los Estados Unidos John Mitchell. De ahora en adelante, él ha decretado, si su esposa Martha debe hablar en público debe ser en suahili.
Pero, ¿qué esposo jamás ha silenciado a su esposa? Al administrar el juramento al cargo a la nueva presidenta del American Newspaper Women’s Club en Washington la semana pasada, Martha habló en casi impecable suahili: «Ye unaabe kwa kweli kwemba usaziunga». Decretó el Fiscal General, que estaba presente: «El juramento en suahili es perfectamente legal».
Esta clase de deseo ingenioso e irreprimible de aparecer en las noticias es divertido a distancia, pero para los que están cerca es un problema, y en la práctica significa no pensar en las consecuencias, y la perfección o madurez bíblica no está dirigida al momento sino a las metas que Dios estableció.
La influencia del pietismo ha sido importante en la historia moderna, y ha dado falso testimonio respecto a las exigencias de Dios. Su énfasis en la perfección impecable más bien ha engendrado pecado. Cuando los hombres esperan una perfección impecable en los demás, enseguida son conducidos a una intolerancia pecaminosa de las fragilidades humanas. Este perfeccionismo pecador especialmente abunda al fin de una época, o en cualquier época en que los hombres hallan sus problemas temporal o permanentemente insuperables.
Cuando los problemas son insolubles, los hombres se vuelven unos contra otros. Su desdicha básica a causa de los problemas insolubles se manifiesta al tratar de «disolver» de su medio a los que los enervan. Cuando la caída de Roma empezaba a vislumbrarse, los hombres mucho antes habían huido de las ciudades, reconociendo su futuro sin esperanza.
Su reacción, sin embargo, distaba mucho de ser cuerda. Los cristianos y paganos por igual se volvían contra los hombres y renunciaban a ellos volviéndose ermitaños en el desierto. Pero estar solo no resuelve nada, y los tormentos internos de estos refugiados en el desierto indicaban que su huida no les había dado ni paz ni una respuesta a los problemas del mundo.
Hoy de nuevo, conforme los problemas parecen ser insolubles, la irritación del hombre contra el hombre aumenta. Hay un bajo nivel de tolerancia de los niños, los vecinos, los esposos, las esposas, los amigos y los asociados. En lugar de resolver los problemas, este tipo de perfeccionismo los agrava. Dar un énfasis exagerado a las fragilidades humanas es dar falso testimonio respecto a ellas.
La ley aquí lo dice con claridad: «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo» (Gá 6: 2). Esto hace una clara referencia, como dice Gálatas 6: 3-5, a nuestras faltas y debilidades. Debemos reconocer que cada uno de nosotros tiene debilidades, y «cada uno llevará su propia carga» (Gá 6: 5).
A veces necesitamos corrección, pero la mayoría de las veces necesitamos vivir juntos, conscientes de nuestras fragilidades comunes y trabajar juntos para alcanzar esa madurez que se logra al buscar primero el reino de Dios y su justicia (Mt 7: 33).
Nuestro mayor punto fuerte está, pues, en lo que se llama «perfección» y que quiere decir madurez, una integridad en relación con el propósito de Dios en que se gana la bendición de Dios incluso en medio de problemas serios. Madurez es la capacidad de crecer con nuestras experiencias y usarlas para acercarnos al propósito que Dios tiene con nosotros.
El problema, desde la perspectiva actual, demasiado a menudo se toma como subversión, cuando suele ser más un fracaso moral, ineptitud para crecer y madurar.
Las sociedades que se concentran en los problemas de subversión están cerca de la muerte; han perdido su capacidad de hacerle frente a los problemas. Esto no quiere decir que haya que descuidar la subversión ni condonarla, sino que la única respuesta permanente a ella es el crecimiento. La misión es reconstrucción.
Durante la Guerra de Independencia, los subversivos que estaban ostensiblemente en el lado americano eran sin duda muchos. Ahora se sostiene que Benjamín Franklin fue un agente británico durante todo el conflicto.
Por lo menos hasta la guerra de 1812, el número de agentes británicos y franceses en los Estados Unidos de América era grande, pero la salud básica del liderazgo, y un suficiente elemento de hombres de carácter, más la gracia de Dios, permitió que la causa americana prosperara frente a la subversión radical.
Sin esa madurez, ninguna causa puede sobrevivir. Sin la capacidad de crecer con la vista en una meta, ninguna causa puede perdurar con solo desarraigar a los elementos subversivos. La sal que ha perdido su sabor «No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres» (Mt 5: 13). No hay protección divina para los hombres y las naciones que pierden su llamamiento y «sabor».

Es más, no hay escape del juicio; es «como el que huye de delante del león, y se encuentra con el oso; o como si entrare en casa y apoyare su mano en la pared, y le muerde una culebra» (Am 5: 19).