EL DÉCIMO MANDAMIENTO

1. LA CODICIA

El décimo mandamiento es una de las declaraciones más largas de principio en el decálogo. En sus dos versiones, dice:
No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo (Ex 20: 17).
No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo (Dt 5: 21).
Muchos han bromeado en cuanto al lugar de la esposa en cada una de estas oraciones (antes y después de la casa), y también en cuanto a que parece estar en el mismo nivel que el buey y el asno. Hay que dejar a los necios con su necedad; los sabios ocupan su tiempo con otros asuntos.
El significado de esta ley depende del significado de codiciar. El resto de la ley tiene que ver con las acciones de los hombres; ¿trata en este caso la ley más bien con las emociones del hombre, o hemos entendido mal el significado de codiciar?
Noth ha señalado que codiciar significa mucho más que la emoción de codiciar.
El mandamiento en el v. 17 está formulado con un verbo que se traduce «codiciar». Pero describe no solo la emoción de codiciar sino que también incluye el esfuerzo de apropiarse de algo ilegalmente. El mandamiento, por consiguiente, habla de todos los esfuerzos por apoderarse uno de los bienes y posesiones de un «prójimo», sea mediante robo o mediante todo tipo de maquinaciones deshonestas. Lo primero que se nombra es la casa del prójimo.
El término «casa» puede en un sentido estrecho y especial describir la vivienda, primordialmente la casa construida, pero en todo caso la carpa, «casa» del nómada; puede, sin embargo, también usarse en un sentido más o menos amplio o transferido para significar, por ejemplo, la familia, o la suma de todo lo que se incluye en la casa.
Por tanto, cuando Éxodo empieza prohibiendo que se codicie la casa del prójimo, por casa quiere decir, como enseguida especifica, la esposa, los criados, los animales y las demás posesiones del prójimo.
Primero se usa el término general casa, y después se describen aspectos específicos de la «casa». En Deuteronomio, las citas son todas evidentemente de cosas específicas, incluyendo la «casa».
Von Rad escribió de «codiciar» en términos igualmente aleccionadores:
Si en el último mandamiento la traducción del verbo como «codiciar» fuera correcta, sería el único caso en el cual el decálogo no tiene que ver con una acción, sino con un impulso interno, de aquí con un pecado de intención.
Pero la palabra hebrea correspondiente (jamad) tiene dos significados, el de codiciar y el de tomar. Incluye prácticas externas malévolas, y quiere decir apropiarse uno de algo (Jos 7: 21; Miq 2: 2, etc.).
Cuando Jesús citó el décimo mandamiento en Marcos 10:19, lo citó como un pecado de acción, y el texto griego usa la palabra aposteresis, defraudar algo, que en la versión Reina Valera aparece como «defraudes».
Las observaciones de Noth y Von Rad no representan novedad en la interpretación.
Se ve que nuestro Señor le dio el mismo significado, y, con igual claridad lo entendieron los eruditos cristianos de épocas tempranas. Por eso, el gran erudito anglicano del siglo XVII, el Dr. Isaac Barrow, escribiendo del décimo mandamiento, observó:
Esta ley es integral, y recapitula, por así decirlo, el resto que concierne a nuestro prójimo, prescribiendo justicia universal hacia él (de donde San Marcos, parece que quiso traducirlo en una palabra, por… no defraudes, o no prives a tu prójimo de algo; Marcos 10:19) y esto no es solamente en obra y trato externo, sino también en pensamiento y deseo interno, la fuente de donde brotan.
Adam Clarke también se dio cuenta del significado de codiciar, y declaró:
No codiciarás, v. 17 (lo tajemos). La palabra jamad denota un deseo ferviente y fuerte de algo, sobre lo cual todos los afectos se concentran y fijan, sea que la cosa sea buena o mala. Esto es lo que llamamos codicia, que es una palabra que se toma en un sentido bueno o malo. Por ejemplo, las Escrituras dicen que la codicia es idolatría; y sin embargo también dicen: codicien fervientemente las mejores cosas.
Por tanto esta disposición es pecaminosa o santa, según el objeto en el cual se fija. En este mandamiento, la codicia de cosas prohibidas es lo que se prohíbe y condena. En este sentido, codiciar es anhelar intensamente algo, a fin de disfrutar como propiedad la persona, o cosa codiciada. Quebranta este mandamiento quien por cualquier medio procura privarle a un hombre de su casa o hacienda, por algún trato subrepticio y clandestino con el dueño original; lo que en algunos países se dice, quitarle la casa o hacienda de un hombre por sobre su cabeza.
También lo quebranta quien siente lujuria por la esposa del prójimo, y por ganar los afectos de ella trata de reducir el aprecio que ella tiene de su esposo; y la quebranta quien procura apropiarse de los criados, el ganado, etc. de otro, de alguna manera subrepticia o injustificable.
Este es un precepto de la mayor excelencia moral, la observancia del cual evitará todos los delitos; porque el que siente la fuerza de la ley que prohíbe el deseo desordenado de algo que es propiedad de otro jamás puede quebrantar la paz de la sociedad por un acto de maldad contra ninguno, ni siquiera de sus miembros más débiles.
El concepto equivocado de esta ley empezó con el pietismo, que limitaba la ley de Dios a preceptos morales. Se internalizó la religión y por consiguiente las acciones dejaron de ser tan importantes como el «corazón». Encima de eso, la idea de que cualquier ganancia de cierta manera «no era espiritual» también se propagó, así que la codicia tomó un significado malo exclusivo.
Habacuc 2: 9 nos da un ejemplo del hecho de que las Escrituras hagan una distinción entre la codicia buena y la codicia mala. El significado del pasaje aparece cuando se examinan la versión Reina Valera y la Biblia de Jerusalén.
¡Ay del que codicia injusta ganancia para su casa, para poner en alto su nido, para escaparse del poder del mal! (RVR).
¡Ay de quien gana ganancia inmoral para su casa, para poner su nido en alto y escapar a la garra del mal! (LBJ).
La codicia aquí se equipara con la ganancia; es la ganancia o codicia perversa lo que se condena. La ganancia honesta y codicia santa no se condena.
San Pablo en 1 Corintios 12:31 usó la palabra «codiciar» en buen sentido:
«Procurad, pues, los dones mejores»; la versión Dios Habla Hoy traduce «codiciar» como «ambicionar», trabajar ferviente y celosamente por los mejores dones.
Por tanto, lo que el décimo mandamiento condena es todo intento de ganar mediante fraude, coacción o engaño lo que le pertenece a nuestro prójimo. Sobre este principio, los pleitos por enajenación de afecto eran en un tiempo parte de la ley de la tierra. Su abuso por una época inicua condujo a su abolición, pero el principio es sólido. Una persona que trabaja sistemáticamente para enajenar los afectos de un esposo o esposa a fin de ganárselos, a veces junto con sus bienes monetarios, ha violado esta ley.
Esta ley, pues, prohíbe la expropiación por fraude o engaño de lo que le pertenece a nuestro prójimo. El décimo mandamiento por consiguiente resume los mandamientos seis al nueve y les da una perspectiva adicional. Los otros mandamientos tratan con acciones obviamente ilegales, con violaciones claras de la ley.
El décimo mandamiento se puede quebrantar dentro de estas leyes. Para citar un ejemplo bíblico, David adulteró con Betsabé, acción claramente ilegal. Sus acciones subsiguientes estuvieron técnicamente dentro de la ley: A Urías se le puso en el frente de batalla y se dictaron órdenes para asegurarse de la muerte de Urías en la batalla. Técnicamente no era asesinato, pero fue una conspiración para matar, por lo que David y Joab cometieron asesinato.
Por tanto, una serie de leyes de la civilización occidental se basan en este principio del uso fraudulento de la ley para defraudar o hacer daño. Muchas de estas leyes legislan contra el aspecto conspirador del fraude. Legislan contra la apropiación codiciosa de las posesiones de nuestro prójimo por medios perversos, aunque a veces legales. La ley contra la ganancia deshonesta es muy importante, y el décimo mandamiento, en lugar de ser un vago apéndice de la ley, es fundamental para ella.
Esta ley contra la ganancia deshonesta la dirige Dios no solo al individuo, sino también al estado y a todas las instituciones. El estado puede, y a menudo es, tan culpable como cualquier individuo, y el estado a menudo se usa como medio legal por el cual se defrauda a otros de sus posesiones.
La ley contra la codicia perversa es pues, una ley que se necesita mucho en nuestros días. El pietismo que anteriormente socavó esta ley se ha vuelto ahora la actitud social extendida.
El pietismo hace énfasis en el corazón, las actitudes del hombre, y resta importancia a las acciones del hombre. Sus raíces están en el menosprecio pagano, griego y estoico de la materia contra el espíritu. La meta en esas filosofías era no tener pasiones. El verdadero filósofo estaba por encima de sentir aflicción por las cosas materiales; su casa se podía incendiar, su esposa e hijos morir, y él trataba de estar despreocupado. Solo las cosas que eran de la mente o del espíritu le interesaban.
La influencia de estas filosofías en la iglesia convirtió en mala toda codicia. El hombre debía estar libre de ella a fin de ser santo. Ambicionar era malo, porque representaba un deseo por las cosas materiales. Shakespeare y Fletcher reflejaron esto en su drama Henry VIII, en el cual el cardenal Wolsey dice:

MARCA SOLO MI CAÍDA, Y ESO QUE ME ARRUINA.

Cromwell, te insto, tira por la ventana la ambición; Por ese pecado cayeron los ángeles; ¿cómo puede el hombre, entonces, Imagen de su Hacedor, esperar ganar por ella?
Ámate a ti mismo de último; ama esos corazones que te aborrecen.
(Acto III, escena II).
Tal filosofía quiere decir que la ambición no tiene legitimidad cristiana, y que desear cosas mejores siempre ha sido pecado. Como resultado, la única ambición y deseo legítimos era la que renunciaba al cristianismo por el humanismo. El pietismo llevó al cristianismo, tanto antes como después de la Reforma, por senderos falsos de sentimientos contra una vida completa.
El pietismo, en origen pagano y humanista, ha infectado de nuevo la ideología humanista en la era moderna. Como resultado, individuos de ideología liberal liberales mucha palabrería que no sienten ningún amor hacia los negros, indígenas y otros, saltan de causa en causa fomentando un aluvión de sentimientos como la solución de todos los problemas.
El resultado de tal emocionalismo pietista no es ningún avance para la causa de nadie, sino solo un baño de emociones para los pietistas humanistas.

2. LA LEY VIGENTE

En el Sermón del Monte Jesús aplicó algunas de las leyes de las Escrituras al corazón del hombre. Declaró que la ley no solo planteaba requisitos a las acciones del hombre, sino también al corazón del mismo. Dios, que es absoluto en su soberanía, dicta una ley absoluta.
Algunas de las implicaciones de la ley según se dice en el Sermón del Monte no están dentro del alcance de la ley civil (Mt 5: 21, 22, 27, 28). Aborrecer a nuestro hermano o mirar con lujuria a una mujer son delitos que Dios puede juzgar, pero los tribunales pueden juzgar solo si alguna acción resulta a causa de esos sentimientos.
Algunas de las implicaciones de la ley, al resultar en acción, están cubiertas por el décimo mandamiento. Hemos citado los pleitos por enajenación de afecto.
Incluso más comunes son las acciones, técnicamente dentro de la ley, que violan el espíritu de la ley, acciones por las cuales el hombre expropia las pertenencias de otros y abusa de la letra de la ley. La ley debe ser «confirmada», o sea, aplicada en todas sus implicaciones, y no un legalismo estéril que usa la ley para quebrantar la ley. Esto lo exige Deuteronomio 27: 26:
Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas. Y dirá todo el pueblo: Amén. La traducción PDT dice:
“Maldito sea el que no ponga en práctica o desobedezca las palabras de esta ley”. Luego todo el pueblo dirá: “Así sea”.
Para citar un ejemplo de eso, la ley exige el pago de las deudas; la falta de pago es una forma de robo y de perjurio. El que presta necesita una protección en los préstamos comerciales, porque muchos son «morosos» y demasiado inclinados a defraudar a sus acreedores.
Sin embargo, los contratos ahora son, por lo general, deshonestos, debido a las muchas cláusulas que, aunque diseñadas para proteger contra los defraudadores, se vuelven herramientas para defraudar al ingenuo e ignorante. La «letra menuda» de los contratos puede incluir cosas tales como renuncia a la defensa, obligación de contingencia, notificación por escrito, confesión de fallo, renuncia a responsabilidad y cláusulas de condiciones preexistentes de salud, todo lo cual castiga al individuo y favorece a la compañía.
En un mundo de obligación limitada muchos de estos contratos introducen de nuevo una forma ilegítima de obligación limitada. El cristiano debe favorecer la obligación ilimitada, pero esto no es una calle de un solo sentido. Ambas partes en un contrato deben ser gobernadas por sus condiciones.
En un análisis de tales contratos, Jean Carper escribió:
Renuentes a vender la casa en que habían vivido durante 35 años, una pareja en un estado del este de la nación firmó un contrato por $2500 para renovarla.
Desdichadamente, tres semanas más tarde el contratista murió de un ataque al corazón, y el trabajo nunca se empezó.
Poco después, la pareja recibió una notificación de una compañía financiera exigiendo pagos mensuales para cumplir el contrato de $2500. La pareja escribió explicando la situación, no hizo ningún pago, y no pensó más en el asunto.
Dos meses más tarde el alguacil les entregó documentos notificándoles que la compañía financiera había incautado la casa y la pondría a remate, a menos que pagaran al contado la cantidad de contrato más los costos legales. Buscaron ayuda en toda dirección, pero no pudieron recoger el dinero. Así, increíblemente, en pago por un trabajo que nunca se hizo, remataron su casa. Teniendo un precio tal vez de $30 000, se le vendió a un funcionario de la compañía financiera por $20 000.
En otro estado, una viuda de 56 años compró un seguro de automóvil de una compañía que le había recomendado su agente de seguros. Cancelaron su póliza un año después sin ninguna explicación. Luego, tres años más tarde, recibió una carta del abogado ordenándole que pagara al estado $291.49 porque ella era responsable de reclamaciones contra la empresa ya difunta que una vez había asegurado su coche. De sus escasos ingresos la obligaron a pagar una cantidad cada mes hasta que se pagó toda la cantidad.
¿Cómo son posibles tales cosas? La explicación es: «La letra menuda».
Aparece en contratos de pagos a plazos, pólizas de seguro, tarjetas de crédito; en casi todo documento legal que uno firma. Y como muchos han descubierto, no se puede subestimar su potencialidad para el desastre.
En el primer caso, la pareja había firmado un contrato con una renuncia a la defensa, sin darse cuenta de su significado. En el segundo, según la Srta. Carter, la viuda había firmado con una compañía que tenía una obligación de contingencia, que «en efecto hacía al tenedor de la póliza en parte propietario de la compañía y obligado por sus deudas». La Srta. Carter cita muchos otros ejemplos similares de contratos que defraudan a los desprevenidos.
Estos contratos tienen una característica común: la terminología legal incluye obligaciones de las cuales el que firma no se da cuenta. Para la persona promedio con una tarjeta de crédito, préstamo o deuda, sería necesario un abogado que le explicara las trampas y escollos en tales contratos. Estas personas, sin embargo, son precisamente las que no pueden costear un abogado.
Las personas que necesitan la supervisión de un asesor legal no tienen acceso práctico a uno.

OTRO ASPECTO DE LOS CONTRATOS APARECE EN LAS ILUSTRACIONES QUE ANTECEDEN.

El estado está claramente implicado en ambos casos, como también los tribunales.
Los asuntos de los tribunales estatales son cada vez más asuntos del estado, y de acreedores poderosos contra personas impotentes o necias. Cuando, bajo presión, el estado prohíbe alguna forma de extorsión por estatuto, deja escapes para varias otras.
Las reformas legales de hace un par de generaciones, diseñadas para «proteger » al norteamericano pequeño, a las «personas pequeñas», solo han dejado a tales personas más vulnerables. Es más, el gobierno federal ha pavimentado el camino para el crédito fácil y por ende para más explotación.
El gobierno federal ha fanfarroneando de hacer la vivienda más fácilmente accesible mediante restricciones de crédito fácil, pero las obligaciones de 30 y 35 años han llevado a construcciones deficientes, una multitud de fraudes, y una profundamente arraigada explotación de la gente. Las reformas de un estado que niega a Dios no son más confiables que las reformas de un asaltante que nos quite el dinero pistola en mano.
Esto no significa negar que ciertos pasos legales limitados sean para el bien, ni que algunos jueces dicten medidas honestas. Es la dirección principal de la ley lo que nos preocupa. (Un conductor de taxi en la ciudad de Nueva York informó que un ladrón que le había robado el coche y el dinero que llevaba, le había devuelto el costo del pasaje en el metro con aire de nobleza y generosidad para que el hombre regresara a su casa).
Un ejemplo de una reforma por un juez al parecer preocupado es el trabajo del juez M. Peter Katsufrakis de la Sala de demandas menores de la División 4 del Tribunal Municipal de Los Ángeles.
La Sala de demandas menores, diseñada como recurso para personas del pueblo con demandas pequeñas que no tienen medios para pagar los gastos legales, se ha vuelto en gran parte una agencia de cobros para compañías financieras, almacenes y empresas de servicios públicos.
La mayoría de sus casos se han ganado por no comparecencia, porque los acusados no se presentaron. No se presentaron debido a que los varios acusados tal vez vivían en cualquier parte de California, desde la frontera con Oregón hasta la frontera con México, y no podían pagar el viaje a Los Ángeles para el juicio.
La empresa en cuestión inició el proceso en Los Ángeles, domicilio de su sede, sabiendo que ganaría por ausencia de la otra parte.
El juez Katsufrakis dictaminó que tales casos se ventilaran en la jurisdicción en donde viviera el acusado o donde se hubiera hecho la transacción. Shaw informó un diálogo que se suscitó en una audiencia:
Un representante de un contratista había hecho un acuerdo con una joven pareja casada y el contratista estaba demandándolos.
El contratista no hizo todo lo que su representante dijo que iba a hacer le dijo el esposo a la corte.
No puedo estar obligado por lo que él le dijo replicó el contratista, señalando a su representante. Él no estaba autorizado a hacer ningún acuerdo. Él no es mi agente Él.
Un momento, amigo —interrumpió Katsufrakis. No juegue conmigo ese truco de niño. He visto a este hombre aquí representándole antes, y si va a decirme que él no es su agente autorizado ahora, volveré a revisar todos los expedientes e invalidaré todo juicio en el que él haya intervenido.
La mayoría de los tribunales para demandas menores, no obstante, no se conducen con mucho respeto por la justicia y los jueces los consideran cargos desdichados que esperan pronto dejar.
El carácter de los tribunales, jueces y el sistema legal no se puede mantener por mucho tiempo si el carácter de las personas es delincuente y degenerado. Los tribunales y jueces no existen en un vacío; son parte de la fe, cultura y estándares morales del pueblo en general, de la nación de la cual son parte.
El principio del revolucionario es que existe una profunda brecha moral, que el orden establecido es por naturaleza y esencia malo, y que las personas son inocentes y buenas. Este principio revolucionario subyace en todo radicalismo y conservadurismo, y conduce a la mentalidad que adscribe todos los males a conspiraciones y casi ninguno a la naturaleza caída del hombre. El cristiano ortodoxo niega que exista una brecha moral entre el orden establecido y el pueblo; más bien la brecha moral es entre todos los hombres no regenerados, grandes y pequeños, y los redimidos de Dios.
Esta brecha moral no puede cerrarse por revolución, sino solo por regeneración. Recurrir a las armas no es, pues, la respuesta. Cuando los cristianos han recurrido a las armas en el pasado, por lo general ha sido en defensa propia, y no como instrumento de regeneración.
El décimo mandamiento prohíbe el uso deshonesto de la ley para defraudar al prójimo. Una sociedad establecida sobre un principio deshonesto, sobre un cimiento inicuo, contrario a Dios, inevitablemente hará de la codicia civil una forma de vida, y su principio de adquirir riqueza se volverá en expropiación cada vez más.
Deuteronomio 27: 26 nos exige que pongamos la ley en práctica. Esto nos prohíbe «obedecer» la ley por mera negación. No podemos ser «corredores en terreno arado», evadiendo mediante pasos diestros todas las violaciones de la ley. No hay nada de santidad en tal curso.
Una maldición está sobre todos los que no ponen la ley en vigencia, los que no dan efectividad a la ley ni la «confirman», obedeciéndola en su pleno sentido de la palabra. La ley hay que obedecerla de corazón.

3. PRIVILEGIO PARTICULAR

En Romanos 7: 7 y 13: 9 aparece la palabra «codicia». La palabra «codicia» en estos versículos se refiere al anhelo de cosas prohibidas, pero el sentido de «codicia» es bueno o malo en términos de su contexto.
La ley de Deuteronomio 5: 21 condena la codicia, el deseo y la apropiación por la fuerza de lo que no es legítimamente nuestro.
Si desear y apropiarse por la fuerza o por la ley de lo que es del prójimo va estrictamente contra la ley de Dios, la organización de tal codicia en un sistema es creación de una sociedad contraria a Dios. Una economía de beneficencia pública (socialismo, comunismo, o cualquier forma de orden social) que le quita a un grupo para dárselo a otro es la iniquidad organizada en sistema.
En tal sociedad, esta apropiación sin ley puede echar mano de lo que le pertenece al prójimo pidiéndole al estado que sirva como instrumento de incautación; codiciar con la ley no es menos pecado.
Una de las justificaciones comunes de tal sociedad codiciosa es que es moralmente necesario, dicen, hacer guerra contra el privilegio particular. El término privilegio particular es uno de los que más se abusa y también uno de los más peligrosos.
Trae a colación visiones de explotación y abuso, y produce una situación de prejuicio en dondequiera que se use. El término no ha hecho poco daño; aunque es un insulto común de la izquierda, extensamente lo ha tomado y usado la derecha. Basta que a alguna cosa se le llame «privilegio particular» para despertar hostilidad en la mayoría de los casos.
La verdad es que sin privilegios particulares ninguna sociedad jamás ha existido ni es probable que exista. Los privilegios particulares pueden ser buenos o malos, según el caso. Un presidente tiene privilegios particulares; una esposa y su marido tienen privilegios particulares el uno con el otro; los privilegios particulares son una parte ineludible de la vida.
Examinemos los posibles órdenes sociales y su relación con el privilegio particular.

LA PRIMERA FORMA POSIBLE DE ORDEN SOCIAL ES UNA DE TOTAL IGUALDAD.

Los estados marxistas sostienen formalmente el principio «De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad». En varios grados, todas las sociedades de beneficencia y socialistas sostienen este principio, aunque su interpretación estricta en realidad ha sido abandonada incluso en los países comunistas. Sin embargo, este principio marxista en realidad no elimina ni el privilegio particular ni la desigualdad.
Incluso si se aplica de la manera más estricta, el principio marxista solo significa igualdad de riqueza, no de trabajo. La riqueza del exitoso se la dan al fracasado. Los privilegios particulares son por ello dados al incompetente, al que no tiene éxito y al holgazán. Mientras más estrictamente una sociedad marxista, o cualquier estado, trata de ser igualitaria, más radicales las desigualdades y privilegios particulares que produce.
No hay «igualdad» en un orden en el cual la capacidad de los hombres se estorba o limita. El privilegio particular nunca fue eliminado en Rusia; un orden algo coactivo y frecuentemente injusto de privilegio particular se cambió por un orden social basado en la coacción total, la injusticia radical y amargos privilegios particulares.
Un segundo orden social posible es lo que se ha llamado meritocracia. Esto es en gran medida la meta de los estados socialistas fabianos, Gran Bretaña en particular. El principio del servicio civil se aplica a todo el orden social. Parkinson ha citado el origen chino del examen escrito competitivo. El propósito del examen escrito era originalmente examinar a los candidatos en educación clásica; gradualmente, la prueba se ha vuelto modernizada y ha probado aptitud, factores psicológicos e inteligencia general.
Una meritocracia, por tanto, insiste en exámenes y es hostil a la familia, porque la familia es el principal instrumento de toda la historia para promover privilegios particulares de sus miembros. Goethe expresó el asunto de esta manera:

EN REALIDAD PARA POSEER LO QUE HEREDAS PRIMERO DEBES GANÁRTELO POR TUS MÉRITOS.

Esto quiere decir que los impuestos a la herencia se deben usar para destruir el deseo de la familia de conferir privilegios particulares a sus miembros. Michael Young, en su sátira de la meritocracia, se ha referido con claridad el asunto:
La influencia aristocrática nunca hubiera durado tanto tiempo, ni siquiera en Inglaterra, sin el respaldo de la familia; el feudalismo y la familia van juntos. La familia siempre es el pilar de la herencia. El progenitor normal (no desconocido hoy, debemos admitir tristemente) querría entregar su dinero a sus hijos antes que a extraños o al estado; el hijo era parte de sí mismo y al legarle la propiedad el progenitor aseguraba cierta inmortalidad para sí mismo; el progenitor hereditario nunca muere.
Si los padres tenían un negocio de familia que en un sentido los incorporaba a ellos mismos, incluso tenían mayor anhelo de pasarlo a alguien de su propia sangre para que lo dirigiera. Los padres, al controlar la propiedad, también controlaban a sus hijos; amenazar sacar de un testamento a un hijo era casi tan efectivo como una afirmación de poder en la Bretaña industrial como lo había sido en la Bretaña agrícola.
Por cientos de años la sociedad ha sido campo de batalla entre dos grandes principios: el principio de selección por familia y el principio de selección por mérito.
Hemos tenido que aguantar los defectos de la familia. Hemos tenido que reconocer que casi todos los padres tratan de adquirir ventajas injustas para su descendencia. La función de la sociedad, cuya eficiencia depende de la observación de principios de selección por mérito, es prevenir que tal egoísmo haga algún daño serio.
La familia es la guardiana de los individuos, el estado el guardián de la eficiencia colectiva, y esta función el estado puede cumplir debido a que los ciudadanos mismos están divididos en sus intereses.
Como miembros de una familia particular, quieren que sus hijos tengan todo privilegio.  Subestimamos la resistencia de la familia. El hogar todavía es el semillero más fértil de reacción.
En una sociedad orientada a la familia, las personas no solo favorecen a sus familiares y amigos, sino que añaden al factor de privilegio particular para aumentar las ventajas de los que han avanzado o son más trabajadores y agradables.
La declaración más ofensiva de privilegio particular jamás hecha probablemente es la declaración de Jesucristo: «Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado» (Mt 25: 29). Esta flagrante recompensa de la iniciativa y éxito es un espanto para muchos.
En una meritocracia, un rígido sistema de exámenes determina quién tendrá más educación y entrenamiento avanzado, y quién debe entrar en las profesiones.
La provisión de inteligencia superior es limitada, y todas las profesiones necesitan mentes superiores. El sistema de pruebas tiene la intención de ubicar y desarrollar tales mentes. Esto quiere decir que, debido a que una meritocracia dice tener un método científico de prueba para determinar la inteligencia y la aptitud, los que fracasan son fracasos en un sentido real.
En una sociedad de privilegio particular, anota Young, se puede culpar de los fracasos al sistema y alegar que nunca se ha tenido una oportunidad; en una meritocracia, se ven obligados a concluir, en base científica, que son inferiores. La llamada igualdad de un método de prueba, por tanto, abre una brecha más honda.
Una meritocracia no solo produce un sentido más hondo de desigualdad, sino que no hace que afloren las mejores capacidades. Es interesante que el método de prueba provenga del trasfondo del servicio civil. En efecto, identifica y promueve la mentalidad burocrática, no al inventor ni al empresario. Está dirigido a una mentalidad estatista, no cristiana ni de mente libre.
La meritocracia, pues, produce una nueva élite, una clase especialmente privilegiada de intelectuales y burócratas que prospera bajo el sistema de examen.
Produce una nueva clase gobernante estrictamente organizada en términos de estos nuevos estándares. Gran Bretaña está reemplazando a sus antiguos lores con una nueva Cámara de Lores, compuesta de intelectuales y políticos laborales. No se ha evitado el privilegio particular; sino que se ha cambiado de un grupo a otro.
Además, los funcionarios estatales, en toda sociedad socialista, dan privilegios particulares a sus hijos; la familia de este modo se reafirma a sí misma, pero ahora reforzada por el poder de un estado monolítico.
El auge de la meritocracia tiene relación con las rebeliones estudiantiles de la segunda mitad del siglo 20. Los universitarios, producto de las escuelas estatales, creían en la autoridad de la ciencia y la máquina. Las computadoras y sus pruebas tenían peso. En términos de meritocracia, muchos se veían a sí mismos como fracasos en potencia. Su primer gran eslogan de rebelión lo copiaron de la computadora antigua: «No doblar, engrapar ni mutilar».
Temiendo el fracaso en el mundo inhumano de la meritocracia, «abandonaron los estudios». ¿Revelaría la computadora y sus pruebas que eran «vagos»? Se volvieron vagos sucios y desaliñados en protesta. Como en contra de la meritocracia socialista fabiana, el igualitarismo comunista primitivo apeló a ellos.

UNA TERCERA FORMA DE SOCIEDAD, DE CARÁCTER BÍBLICO, SE ORIENTA A LA FAMILIA.

El Estado se limita a un ministerio de justicia, y a la libre empresa e iniciativa individual se les da libertad para que se desarrollen. El Estado entonces queda excluido de toda acepción de personas en los procesos legales.
Todo canal del estado entonces se preocupa por la justicia, y no por el privilegio particular. Las familias, organizaciones y empleados son libres para dar privilegios particulares como lo crean conveniente.
En la parábola de los obreros en la viña, Jesús dijo que el dueño contrató hombres a la mañana, a media mañana, al mediodía, y por la tarde, y luego les pagó a todos el mismo salario. Quizás hubiera una base económica para su acción.
A menudo, debido al clima, hay que recoger las uvas en un solo día. Conforme el día progresaba, tal vez se hizo más urgente conseguir a todos los obreros disponibles antes que otros los contrataran. El precio de la mano de obra tendería a subir en tal situación.
La parábola, sin embargo, no parece dar ninguna base para tal interpretación. Los que vinieron más tarde habían estado desocupados, desempleados. Los recogedores de uvas protestaron porque se les pagó un salario idéntico; los salarios no estaban por debajo del estándar. Su protesta fue un ataque al privilegio particular de los que habían llegado más tarde, que recibieron la misma paga que ellos.
La respuesta de Jesús es importante como principio religioso y económico, un principio, en verdad, para toda la vida: «¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?» (Mt 20: 15).
El contrato con los que se contrató primero se pagó como era debido. Era un privilegio del dueño concederle lo que quisiera a cualquier hombre. El derecho de dar privilegios particulares es un aspecto básico de la libertad, y de la propiedad privada. Si se niega la libertad del individuo para conferir privilegios particulares, se niega la libertad y la propiedad privada. Incluso más: el mundo se reduce a un mundo impersonal y mecanicista.

LOS PRIVILEGIOS PARTICULARES EXISTEN PORQUE EXISTEN PERSONAS.

Al que trabaja arduo se le recompensa al concedérsele algo más que su compensación debida como acto de gratitud, o para fomentar incentivo.
La hostilidad a la familia en los estados socialistas se debe al hecho de que la familia es un grupo orientado al privilegio particular. La familia será más rigurosa con sus miembros de lo que será la sociedad, y más generosa. En una sociedad orientada a la familia, las iglesias, las organizaciones y las comunidades tienden a estar dominadas por una moralidad motivada por la familia y a ser personalistas.
Los privilegios particulares entonces se vuelven rutina. Conant ha dejado en claro su hostilidad a la familia como institución «aristocratica», o sea, de privilegio particular.
Para él, es ajena a la democracia. Para Conant y otros, la escuela estatal es una agencia para promover la democracia y limitar el poder de la familia.
La actitud de los recogedores de uvas en la parábola era de codicia; incluía el deseo de evitar que otros recibieran lo que era legítimamente suyo. Fue un ataque al «privilegio particular». Todo ataque de esos es un esfuerzo por coaccionar inicuamente a fin de apoderarse de los privilegios según nuestros propios deseos.
Toda ley que trate de legislar separada de la ley de Dios es un caso de coacción inicua. Los ejemplos de tales leyes son muchas. Turner da una ilustración aleccionadora:
Dos personas podían caminar por cualquier calle de los Estados Unidos en 1930; uno con una botella de whisky bajo el brazo y otro con una barra de oro en el bolsillo; y el que llevaba el whisky hubiera sido un transgresor en tanto que al que llevaba la barra de oro se le hubiera considerado como un buen ciudadano que acataba la ley. Si lo mismo hubiera sucedido en cualquier ciudad de los Estados Unidos en 1970, el que llevara el whisky hubiera sido el ciudadano que acata la ley y el que llevara la barra de oro, el transgresor.
Tales leyes promueven la iniquidad porque violan el principio fundamental de la ley bíblica de que todos los criterios y toda legislación descansan en la rectitud de Dios y no en la voluntad del hombre ni en las políticas del estado.

4. OFENSAS CONTRA NUESTRO PRÓJIMO

El décimo mandamiento, como el noveno, menciona a nuestro prójimo, nuestro semejante. En el décimo mandamiento la palabra prójimo aparece tres veces (Éx 20: 17; Dt 5: 21). Como bien se ve, la segunda mitad de la ley tiene que ver con la trasgresión contra nuestro prójimo, pero el décimo mandamiento es especialmente incisivo en este respecto.
En Éxodo 20: 17 se usa una palabra que denota «codiciar». En Deuteronomio 5: 21 se usan dos palabras; una se traduce «desear», y quiere decir deleitarse en algo, querer, desear; la otra, se traduce «codiciar», y quiere decir tener deseo malsano de algo, según la exégesis tradicional. Como hemos notado, Von Rad ha mostrado que la palabra codiciar «tiene dos significados, el codiciar y el de tomar». ¿Por qué se limitó el significado a un aspecto, a la actitud mental?
La causa se halla en el dualismo básico del pensamiento pagano, y de las filosofías helénicas, que han influido extensamente en el pensamiento occidental, incluyendo la teología. Se separa a la mente y el cuerpo en dos campos separados, y la separación ha llevado a serias consecuencias. Se ha hecho un divorcio entre la intención y el acto, y las consecuencias de las acciones se han separado de las consecuencias del pensamiento.
A veces, las acciones han sido irrelevantes, porque la mente ha sido básica para la definición del hombre. En otras ocasiones, la mente ha tenido libertad para dar rienda suelta a toda divagación, porque solo a los actos se les ha adscrito responsabilidad.

EL DUALISMO, PUES, HA LLEVADO A UNA IRRESPONSABILIDAD BÁSICA.

Este mandamiento, como ley, tiene que ver con las acciones de los hombres, apropiaciones ilegales e inmorales de lo que le pertenece al prójimo. Basa esta variante inicua de acción en la intención del hombre, su mente. La acción inmoral empieza con un pensamiento inicuo, y las dos cosas son inseparables. El Dr. Damon nos da una ilustración de esto:
Los muchachos son charlatanes; créame, lo sé. Fanfarronean de sus triunfos sexuales. En secreto, tal vez se sientan culpables si han sido el primero con una muchacha; esto lo lleva perversamente a contarle a otro sobre cómo ella estaba dispuesta y lo había animado a que «la probara». Él quiere alguien a quien contarle su culpa.
Pronto una muchacha que permite intimidad o intimidades, aunque tenga la suerte de no quedar encinta, se halla pagando un castigo terrible; se vuelve fácil. Incluso si deja un colegio y se va a otro y trata de enterrar sus equivocaciones, un pasado más bien escabroso tiene su manera de hallarla.
Los hombres (y mujeres) culpables quieren reducir a los demás a su nivel.
Este es un aspecto importante de su filosofía y conducta, Por eso, un escritor, al analizar los hábitos sexuales entre los funcionarios en Washington, DC, halló que el pecado sexual allí no era suficiente para su gusto. Su respuesta a los problemas del mundo y nacionales es más pecado sexual, porque entonces habría menos estándares que nos dividieran.
Sin estándares, piensa, habría más paz. Una culpa común es, para él, el medio a una paz común. El que una revista nacional de ostensiblemente superior calibre publicara este artículo es un comentario interesante de los tiempos. Pero oigamos a John Corry hablar por sí mismo:
Sería algo espectacular para la nación si al presidente, su gabinete, y cierta cantidad de otros hombres importantes en Washington (J. Edgar Hoover viene de inmediato a la mente) se les encerrara de tiempo en tiempo en un prostíbulo, no un prostíbulo elegante en el Lado Superior Oriental de Nueva
York, sino algo más vulgar y más imaginativo, en donde alguien como Jean Genet fuera el hombre idea. Esto tal vez no haría a los hombres importantes más inteligentes, pero podría hacerlos más solidarios con el resto de nosotros. Washington no da por sentadas las debilidades de la carne, y a veces ni siquiera las reconoce.
Los hombres importantes de Washington no están acostumbrados a sentirse culpables como el resto de nosotros, preocupándonos todo el tiempo de que estemos haciendo algo malo, pero si lo hicieran pudieran hacer que el país diera media vuelta, y también los hombres importantes tal vez sabrían más de nosotros, La culpa lo hace a uno más bondadoso y más tolerante de otros, y un caso real de culpa de prostíbulo pudiera hacer maravillas en, digamos, el Departamento de Justicia.
Strom Thurmond sangraría por el negro, los liberales de ideología liberal despedirían a los sindicatos de trabajadores, y todo mundo quisiera salir de Vietnam mañana.
Si la culpa hace a los hombres «más bondadosos y más tolerantes de otros», como piensa Corry, es extraño que la historia no haya dado evidencia de ello. Desde los antiguos tiranos (los emperadores romanos, los gobernantes del Renacimiento) hasta los burócratas modernos (gobernantes comunistas, y dictadores), la culpa solo ha producido mayor culpa y brutalidad radical.
Los diez mandamientos no permiten un dualismo como el que Corry representa.
La ley de Dios liga la mente y el cuerpo del hombre a la ley, y ata el guardar de la ley por parte del hombre a su guardar del pacto con Dios.
En el Libro de Oración Común, la Colecta que precede a la lectura de la ley recalca esta unidad de pensamiento y acto:
Dios Todopoderoso, para quien todos los corazones están abiertos, y todos los deseos son conocidos, y de quien ningún secreto está oculto; limpia los pensamientos de nuestros corazones por la inspiración de tu Espíritu Santo, para que podamos amarte perfectamente, y de una manera digna magnificar tu santo nombre; por Cristo Nuestro Señor, amén.
La respuesta del pueblo a la ley se basa de manera similar en esta unidad: «Señor, ten misericordia de nosotros, e inclina nuestros corazones para guardar esta ley». (La colecta que precede también es parte del orden de la misa en el culto católico romano).
Debido a que Judea había sido helenizada muy extensamente durante el período intertestamentario, parte del Sermón del Monte se dedicó a un rechazo del dualismo en nombre de la ley. El lazo entre la mente del hombre y el asesinato y el adulterio lo citó Jesús como ilustración de este hecho (Mt 5: 21-28).
En otra ocasión declaró: «lo que sale de la boca, esto contamina al hombre» (Mt 15: 11).
Explicando esto a los discípulos que no comprendían, añadió: «Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre» (Mt 15: 18-20).
El pensamiento inicuo, pues, no es un simple hecho inconsecuente; es un primer paso en la vida unificada del hombre, y ese primer paso culmina en un acto inicuo u otro paso lo hace retroceder a guardar el pacto. Nuestros pensamientos tienen un efecto decisivo sobre nuestro prójimo.
El décimo mandamiento, por tanto, presupone e incorpora una filosofía importante del hombre y de la Ley.

5. EL SISTEMA

Como hemos visto, codicia quiere decir lo mismo desear que tomar. Se nos prohíbe desear y apropiarnos ilegítimamente de la esposa, la casa, el terreno, los criados y el ganado de nuestro prójimo, y de cualquier cosa que sea de nuestro prójimo.
En Efesios 5:5, San Pablo llama a esa codicia un tipo de idolatría. En la codicia pecaminosa, el hombre sigue un curso impío y lo redefine como justificable. Los hombres siempre son proclives a justificar todos sus actos. La justificación es una cubierta necesaria para el hombre, y como resultado los hombres se esfuerzan siempre por justificar los delitos más flagrantes.
Abraham Ruef, al describir el curso de acción que le llevó al cargo central de poder y corrupción en la política de San Francisco al principio del siglo 20, justificaba su posición describiendo la insensatez de la democracia. Ruef se graduó de la facultad de jurisprudencia de la Universidad de California con honores excepcionales. «Su primera convención política, nos cuenta en sus confesiones, le mostró que el gobierno representativo era una farsa». De organizador de un club por reforma cívica, de inmediato se convirtió en «mandadero» de jefes políticos poderosos y corruptos.
El principio que determinó tales acciones lo dijo muy bien alguien al hablar de este escritor hace años. Vindicaba la corrupción política, declarando: «Cuando las personas son rateras, merecen que les roben, y alguien lo hará». No tenemos justificación, sin embargo, para robarle al ladrón porque sea ladrón. La cura de la corrupción pública no es más corrupción.
La carrera de Ruef ilustraba bien la obra de una estructura política antigua, conocida ya en los días de Abraham en los documentos Nuzi, que Hichborn llama «el sistema». «El sistema» es la organización de corrupción y dolo en una forma de orden político. Trabajadores, empresarios y el gobierno civil se unen para formar un sistema de robo y codicia atrincherado que explota al pueblo. «El sistema», sin embargo, descansa en el hecho de la ya existente corrupción de la gente.
En donde existe «el sistema», se habla mucho de reforma, pero nunca o rara vez se desea, porque todo hombre tiene un interés solapado en la imposición lenitiva de la ley, en la corrupción, y en perpetuar el mal.
Un grupo de hombres acomodados, encabezados por Rudolph Spreckels y James D. Phelan, instituyeron la investigación que condujo a una exposición parcial de «el sistema». La «reforma» exigida por muchos anteriormente se volvió impopular cuando sus ramificaciones empezaron a aparecer, y Spreckels y Phelan fueron blancos de hostilidad. La hostilidad a Phelan llegó incluso a Washington, D. C, para impedirle que recibiera un nombramiento al gabinete en el gobierno de Wilson.
La moralidad de Ruef siempre había sido mala, pero su juicio era válido en este respecto: la gente no quería gobierno honesto. Todo hombre honesto es una amenaza al ladrón, y el hombre de integridad es una ofensa al mentiroso, porque la honestidad y la integridad son acusación perenne a los malhechores.
El mentiroso, el ladrón, el adúltero y el codicioso rehúsan cambiar, y los mejores incentivos no bastan para reformarlos. Un divertido episodio en la vida del pintor Brueghel ilustra este hecho. De Brueghel se nos dice que, Durante todo el tiempo que vivió en Antwerp, convivió con una criada. Se hubiera casado con ella excepto por el hecho de que, como tenía un marcado disgusto por la verdad, tenía el hábito de mentir, algo que a él le disgustaba grandemente.
Hizo un acuerdo o contrato con ella al efecto de que él conseguiría un palo y cortaría una muesca en él por cada mentira que ella dijera, para cuyo propósito deliberadamente escogió uno bastante largo. Si el palo quedaba cubierto de muecas en el curso del tiempo el matrimonio se cancelaría y no habría más mención del mismo. Y en verdad, eso sucedió al cabo de poco tiempo.

EL PECADOR, EN LUGAR DE CAMBIAR, TRATA DE REHACER EL MUNDO A SU PROPIA IMAGEN.

El resultado es coacción, codicia. El codicioso ataca la honestidad y la felicidad de los demás. Jesús caracterizó esta actitud en estas palabras: «¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?» (Mt 20: 15). Moffat lo traduce al inglés: «¿Guardas tú rencor porque yo soy generoso?».
Es privilegio de Dios Creador hacer y rehacer al hombre y al mundo. Al hombre Dios le da la oportunidad de participar en ese rehacer mediante el trabajo y la ley, los medios ordenados por Dios para establecer dominio y llevar cautivas a Cristo todas las cosas. El codicioso se sale perversamente de esta senda legítima y busca medios ilegítimos para rehacer su vida en el mundo; de aquí su ataque a la propiedad, casa y esposa de su prójimo.
Así, el codicioso tiene su «sistema» también; busca un estado de cosas en el que, mediante medios ilícitos, se obtienen las consecuencias de la ley. Quiere una sociedad para promover su iniquidad y que sin embargo lo proteja. Tal como el «sistema» político es la organización de la corrupción y dolo en una forma de orden político, el «sistema» personal es el uso de la codicia y la ilegalidad como medios para lograr una nueva forma de orden personal y social. En lugar de orden, el resultado es la anarquía moral y el colapso social.
El nombre de la sociedad por la que el hombre puede codiciar todo lo que es de su prójimo puede variar: socialismo, comunismo, economía de beneficencia, individualismo descarnado, fascismo, y nacional-socialismo son unos pocos nombres comunes de la historia. Su objetivo es el mismo: bajo una fachada de moralidad se produce un sistema para apoderarse de lo que legítimamente le pertenece al prójimo.
Por algo tal sistema conduce a una decadencia general de la moralidad. El robo, el asesinato, el adulterio y los falsos testimonios aumentan, porque el hombre es una unidad. Si puede legalizar y «justificar» la apropiación de la riqueza y propiedad de su prójimo, legalizará y justificará el apoderarse de la esposa del prójimo.
Mientras más santurrona se vuelve su profesión de moralidad, más amplia es la brecha entre la profesión y el desempeño. El siglo 20 vio una promoción ampliamente extendida de reverencia por la vida, la abolición de la pena de muerte, y una proliferación de los movimientos por la paz.
Al mismo tiempo, también se ha visto a estos mismos líderes producir un mundo de contaminación masiva y destrucción de la vida, más asesinatos que antes, guerras mundiales y nacionales salvajes, campamentos de prisioneros, tortura masiva, esclavitud y asesinato, y todo mientras se profesa la más noble moralidad.
Añádase a esto los movimientos de legalización del aborto. El congresista John G. Schmitz informó:
Aquí en el Congreso se ha introducido legislación tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado para permitir la matanza de niños no natos por todos los Estados Unidos, y para eliminar el impuesto federal a la renta personal para todos los niños después del segundo.
El testimonio ante el Comité de la Cámara de Representantes sobre el Comercio Interestatal y Extranjero reveló un proyecto de ley que está pendiente en la legislatura del estado de Florida que legalizará la matanza de viejos («eutanasia»), y un proyecto de ley en la legislatura del estado de Hawaii que obligará la esterilización de todos las mujeres después de que hayan tenido su segundo hijo. Tal legislación pregona la venida de un nuevo nazismo a nuestra tierra.

En las palabras de San Pablo, «Profesando ser sabios, se hicieron necios» (Ro 1: 22). Profesando amar la vida y a la humanidad, se han revelado como aborrecedores y asesinos de hombres.